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La palabra compost viene del latín componere, juntar; por lo tanto es la reunión
de un conjunto de restos orgánicos que sufre un proceso de fermentación y da un
producto de color marrón oscuro, es decir, que en él el proceso de fermentación
está esencialmente finalizado. El abono resultante contiene materia orgánica así
como nutrientes: nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio, calcio y hierro,
necesarios para la vida de las plantas.

El compostaje era practicado en la Antigüedad. Desde hace miles de años, los


chinos han recogido y compostado todas las materias de sus jardines de sus
campos y de sus casas, incluyendo materias fecales. En el Oriente Próximo, en
las puertas de Jerusalén había lugares dispuestos para recoger las basuras
urbanas: unos residuos se quemaban y con los otros se hacía compost. El
descubrimiento, después de la Primera Guerra Mundial, de los abonos de síntesis
populariza su utilización en la agricultura. En los últimos años se ha puesto de
manifiesto que tales abonos químicos empobrecen la tierra a medio plazo. En
Baleares, existía asimismo la práctica de "sa bassa" como forma tradicional de
producir compost, que desgraciadamente se ha perdido.

De forma tradicional, durante años, los agricultores han reunido los desperdicios
orgánicos para transformarlos en abono para sus tierras. Compostar dichos restos
no es más que imitar el proceso de fermentación que ocurre normalmente en un
suelo de un bosque, pero acelerado y dirigido. El abono resultante proporciona a
las tierras a las que se aplica prácticamente los mismos efectos beneficiosos que
el humus para una tierra natural.

El desarrollo de la técnica de compostaje a gran escala tiene su origen en la India


con las experiencias llevadas a cabo por el inglés Albert Howard desde 1905 a
1947. Su éxito consistió en combinar sus conocimientos científicos con los
tradicionales de los campesinos. Su método, llamado método lndore, se basaba en
fermentar una mezcla de desechos vegetales y excrementos animales, y
humedecerla periódicamente.

Esencialmente, se trata de enriquecer la tierra del jardín o del huerto y, al mismo


tiempo, defender el medio ambiente. El jardín se enriquece y aporta un suelo más
vivo en microbios e invertebrados y más rico en minerales, si reproducimos
racionalmente el ciclo de degradación de los elementos vegetales que tiene lugar
en la naturaleza.
Defenderemos el medio ambiente si aprovechamos el 30% de las materias
orgánicas que contienen los residuos sólidos urbanos o basuras domésticas, éstos
se transformarán en minerales y humus (sustancia marrón resultante de la
descomposición de vegetales y animales microscópicos). La base esencial del
suelo fértil consiste en la mezcla de arcillas y humus. Sus partículas en la
superficie llevan cargas eléctricas que retienen los elementos nutrientes y el agua.
Evitaremos también que la parte más pesada de la basura sea enterrada en
vertederos o incinerada. Todo ellos, con el consiguiente despilfarro de energía y
generación de gases, causas principales del cambio climático.

En la actualidad los cultivos requieren mayor intensidad, lo que conlleva a un


aumento en las dosis de fertilizantes.

La utilización de fertilizantes orgánicos está disminuyendo, en contra de lo que


ocurre con los inorgánicos por algunas causas como pueden ser:

Sustitución de los animales de carga y tiro por medios mecánicos.


Aumento de explotaciones ganaderas estabuladas, desapareciendo o reduciéndose
las camas de ganado.
Aumento de la demanda de residuos agrícolas principalmente madera y paja para
la fabricación de pasta de celulosa.
Una nueva fuente de materia orgánica es el compost de RSU o de residuos
ganaderos. El compost tiene muchas similitudes con el humus del suelo.

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