You are on page 1of 7

REVISTA EL

MUNDO LEE.COM
CONVERSACIÓN CON: FERNANDO AYALA POVEDA

UN ESCRITOR NO DEJA MORIR LA MEMORIA

Soy un
autor que
camina con
la historia
Fotografía:
@Triunfo Arciniegas

La generación de sociólogos de la Universidad Nacional y


los escritores Gabriel García Márquez, Jorge Amado,
Laura Restrepo, Otto Morales, entre otras personalidades,
me abrieron la puerta a la realidad del conflicto armado
colombiano, la guerra más larga de occidente. Gracias a
ellos pude concebir que una narrativa de la verdad a partir
de las estéticas del horror y la visión tragicómica del
mundo, fuera posible de escribirse con la potencia
creadora, órfica, mítica, ancestral y visceral de tradición y
la revolución del boom latinoamericano. Me señalaron que
cada hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que
dice y que el hombre que sale a la calle con cara de
víctima encuentra su propio verdugo. Roa Bastos con Hijo
de hombre me entregó Trazos en la oscuridad, rasguños
en la tenue luz. Sábato me reveló que todo escritor tiene su
Iliada, su Odisea, su Divina Comedia, su Hamlet, su terra
nostra y su guardián en el centeno. Así que en medio del
camino de la vida, ante la guerra de todos los hombres
contra todos los hombres, mis maestros me dijeron: Ha
llegado el momento de hacer la apuesta literaria,
escribiendo bien, con las agallas, porque como dijera
Virgilio te has alimentado con el pan de la humanidad.
Ahora sabes que todo libro es un epígrafe, un prólogo, un
choque de mundos, la forja de un lenguaje donde se
retuerce la palabra y saltan las chispas al tocar la vida. A
norman Mailer y los autores de novelas de guerra les debo
la experiencia de contar la saga de los desnudos y los
muertos y también el adiós a las armas. Desde entonces
escribí 133 versiones de la novela bisagra LA GUERRA
DE LOS VIOLINES, (1948-1918) siguiendo la columna
de marcha Prestes. La realidad siempre fue un pantano
movedizo donde el enemigo protágonico y más afilado
eran los fantasmas de la cultura de la muerte que han
alimentado a Colombia. El miedo se me volvió mi signo y
mi espejo, pero también el descubrimiento de una nación
conmovedora, inteligente, dotadas del tacto fino de los
ancestros y de los talentos artísticos. En aquellos tiempos
llegó el comandante Espumas, el autor del Barcino y
gracias a él pude conocer a los históricos de la guerra fría
en el país. He caminando 46 años con las comunidades
caminantes. Con el ojo avizor de un periodista he visto
morir y parir hombres y como un hombre que en algunos
momentos ha sentido la urgencia de la creación, desplegué
alas para volar sobre abismos y recrear la épica rural y
urbana de los actores en conflicto, el ser y el estar, el
ethos, el thanatos, el etnos, la fábula y la crónica, de los
colombianos. No dejé nada al margen, ni el imaginario
del monstruo que se inventaron 17 presidentes y una clase
soberbia que no quiso hacer la paz a las buenas en 1948 y
70 años después decidieron hacerla a las buenas después
de un millón de muertos y sin una pausa entre los
bombardeos y el estallido de las pipetas de gas. Las
estéticas del horror están plasmadas en esbozos, pero no
son el rostro definitivo. El telar de nuestro paso me llevó a
la historia de una madre que busca a su hija concebida en
una trinchera en México y cuando la encuentra, ellas
recuperan la memoria de las montañas en llamas, las
historias de familia, la estirpe de los violinistas
aficionados, las bibliotecas cargadas en mula, el café de la
tertulia caminante, las aulas de los muchachos soñadores,
las persecuciones y los amores trágicos y gloriosos, la
epifanía de un país lleno de ríos salvajes que se
convirtieron en las tumbas más largas del mundo. La
historia de los 7 violinistas que se encontraron en
Natagaima emerge de la noche. La novela quiere pensar en
ellos y con sus comunidades. Muchos fueron desterrados
de sus cafetales. La guerra los convirtió en escombros y al
igual que los escombros duraron mucho tiempo en morir.
De su carne y memoria brotó el humo sin fin. Los
escombros se volvieron la columna de marcha rebelde.
Sólo así puede explicarse que esa resistencia hubiese
sobrevivido, incluso a su propia contradicción. Vencer los
escombros no fue posible. Ahora los hombres quemados
firman la paz con los días del odio. La guerra de los
violines los abraza, los recibe con sus odios y silencios,
con sus lágrimas y adioses. La cantata del café de Juan
Sebastiano Bach y El Barcino de
Jorge Villamil, la rebelión de Joe
Arroyo y el vallenato de Escalona
los toca con su áspera ternura. La
guerra de los violines les otorga
la palabra, el debate, su
anti/novela cuando surge el
estado de sitio de la sal para
enloquecerlos, la guerra den los
gallinas y las marranas para
destruir sus patrimonios
familiares. El mosaico de occidente se arma en La guerra
de los violines. La metanovela está apenas en ciernes.
Nunca se termina una épica, una lírica, una dramática, una
ensayística como la de nuestros símbolos y territorios
heridos. Se concluye por inanición, cuando ya no se puede
más porque el gladiador sabe que ya entregó los huesos,
la piel, el escombro. No soy un escritor hecho, sino
desecho según el decir de mi mentor Onetti. La radio me
ha permitido darle canto, cuento, mamadera de gallo y voz
a los oyentes que opinan todos los días. El cine me
permitió realizar una cinematografía narrada. El poderío
de la novela me entregó la sabiduría, las armas y la luz
para penetrar en el mundo desconocido de nuestras
mentes. Sé que no sé, pero los neurocirujanos, Rodolfo
Llinás, los psiquiatras, Emilio Yunis, todos me apoyaron
para entrar al infierno de los NN, los desaparecidos, los
invisibles, los presos, los enfermos, los alucinados, los
últimos románticos.

LA GUERRA DE LOS VIOLINES no pudo ser publicada


antes. Nació con el conflicto y se va con el posconflicto
hasta 2048. Orwell escribió 1984 y la terminó y pensó
llamarla 1948. Yo he escrito 1948 para invocarla en 2048.
Estos son sólo trazos en la oscuridad, rasguños en la tenue
luz. Me anima una tenue luz. Ha sido difícil contarle al
país la historia de una máquina de matar que toca el violín
en la guerra de Colombia. Los cineastas norteamericanos
están dispuestos a emprender la aventura desde el 3 de
octubre siempre y cuando Colombia diga sí. Pero me han
exigido que demuestre que la máquina de matar toca
violìn. No lo pude hacer, pero el sábado apareció el
documento certificado que lo comprueba. Eso significa
que Colombia puede tocar violín. Los 11 líderes del Davis,
los que crecieron y bailaron y comieron con la guerra,
pero no son militantes sino comunidad de paz van a
construir con las balas La guerra de los violines para el
museo de la paz. O sea, que el sueño de la madre en la
novela de construir una ciudad de violines en los
impensados tiempos de la paz, ahora se hace posible. Igual
se va a esculpir el cristo de los violines, el de Carbón en
Tasco (Boyacá), el que se ríe en el cerro de Pacandé, el de
la catedral de sal de Zipaquirá y el de cerezas de café en
Chaparral y Gigante. La ficción se hace realidad y la
realidad se hizo ficción. Ustedes, lectores, son la otra
comunidad de marcha. Joyce publicó Ulysses con sus
recursos. Editó 40 libros. Vendió 23. Luego, en la segunda
edición, vendió 3. Los invitó a que de voz en voz lleven
este Ulysses, esta Ilíada del café, la nuestra universal, con
sus grandes pasiones y desgracias para decir: comienza el
viaje al final del camino. A ustedes me debo y de ustedes
provengo. La guerra de los violines es una novela
proclamada por la ONU y los actores en conflicto como un
iceberg, un enroque y una álgebra de ser colombiano,
víctima y victimario, inocente y conspirador a la sombra.
Organizaciones de víctimas con derecho a contar le ha
otorgado PREMIO MEMORIA DE LOS PUEBLOS, y le
entregado a Colombia y a esta obra El olivo de la
esperanza porque no es un Yo Acuso sino una catarsis y
ascenso de una nación hacía la tierra nueva. Confío que
Colombia no continúe siendo una promesa aplazada
porque los enemigos de la paz agazapados o dan la cara
como sepultureros y fratricidas. Que nos sea posible una
segunda oportunidad sobre la tierra. Eso es todo y es el
principio. El deber de todo escritor como lo señalaran
Carlos Fuentes, Jorge Amado, Eduardo Galeano, es el de
abrir brechas en la oscuridad. A esa esperanza me acojo.
Celebro con humildad, pero sin ninguna modestia, El
galardón EL ATENEO DE CARORA, Venezuela, a La
guerra de los violines, una obra que rinde tributo a las
naciones que salen victoriosas de la derrota y a las mujeres
rebeldes como Simona Amaya que se salió de mis páginas
a vivir en La Casa de paz de los Violines. Gabo me dijo, al
final del viaje: “Recuerda: Tu misión como escritor es no
deja morir la memoria”.

Por. Francisco Amadiz. Periodista literario

You might also like