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Ni siquiera los grandes del cine Italiano que conforman la influencia notable de la

película, como Luchino Visconti, Sergio Leone, Vittorio de Sica, y claramente Federico
Fellini, o a caso los ítaloamericanos como Ford Copola o Scorsese; ninguno de ellos han
sido capaces de hacerme pensar en el renunciar a la labor cinematográfica. Pero es sin
duda una obra maestra cercana al pensamiento más que a la técnica, la que propicia el
cuestionamiento respecto al placer y la magnitud de la creación de una obra de arte.

Uno pareciera no comprender cómo es que en dos proyectos anteriores de Paolo


Sorrentino, como lo fue “Il Divo”, al que no le fue tan mal en Italia, y “This must be the
place” (que con todo y Sean Pean no cubrió las expectativas generadas), hayan recibido
más atención a nivel internacional, en el festival de Cannes por ejemplo, que “La Grande
Belleza”, que sin duda es el mejor proyecto de Sorrentino a no ser que “Youth” la opaque
en parte por el reparto de lujo que tiene a Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Waisz y
el favorito de los indies, Paul Dano. Pero si analizamos la situación podremos
comprender porqué “La Grande Bellezza” es así de eclipsada, y la razón es bastante
simple, según mi propia concepción de las cosas: La película ataca directamente a los
estándares perniciosos de los altos sectores de contemplación artística; critica lo nuevo y
parco de la escena alternativa como lo es el performance (que es sin duda y en la mayoría
de los casos, una excusa aburrida ante la falta de talento para estructurar algo de calidad).
Nos muestra esta perdida de lo verdaderamente estético ya sea porque se consagre la
intención social en las artes, o por el supuesto respeto a la libertad de la creación (que con
Duchamp llegó a envenenar a bocajarro el concepto de “abstracto” ). Abruptamente, el
cínico del arte, común y familiarizado, encamado y enamorado de este estilo de vida se
verá en un reflejo que expone la triste redundancia y la falta de meditación ante la gran
belleza que existe más allá de un grupo de intelectuales que se menosprecia atribuyendo
siempre mayor calidad al trabajo de un artista relativamente consagrado que a través del
tiempo vuelve a su creación una especie de escuela para snobs que dilapidan su tiempo en
preservar y embrutecer la verdadera vocación de artista aludiendo incluso a la vaga idea
de que el artista sufre, que su mente es un complejo imaginario, y que es la audiencia la
que debe estar preparada para el artista.

La búsqueda fuera de aquel lugar, de aquellas exposiciones extravagantes, de los diálogos


comunes que parecieran no serlo por los temas tentativamente cultos que se dan en
opiniones pretenciosas, es la búsqueda de Jep Gambardella. La búsqueda en la sencillez
del hombre y su expectación natural ante las delicias de la vida( tema recurrente en la
filmografía de Hirokazu Koreeda) ; el sabor de las cosas delicadas que sin darnos cuenta
alientan a la creatividad por la sensibilidad perenne, más que esos bastos encuentros con
conocedores y maestros de vocación; todo eso es materia de estudio en “La Grande
Belleza“, que con un gran manejo de cámara, una bella fotografía, un gran vestuario y
una perfecta banda sonora que pasa de David Lang con sus composiciones sinfónicas, a
Bob Sinclar y Rafaela Carra, como a El gato DJ con su electro-merengue, entre muchos
otros géneros, armonizan perfectamente las emociones y las situaciones en las que los
personajes se van desenvolviendo, pese a que el uso de la música pueda parecer excesivo.

La búsqueda no termina, y en momentos es necesario volver al pasado aunque la mayor


parte del tiempo este se nos muestre como una terrible nostalgia que nos causa ese
sentimiento de desencanto para con el mundo. La contemplación es sin duda la mejor
compañera de aquellos quienes hemos perdido el interés en aquello que satisface de
sobremanera a las personas con las que incluso congeniamos. Seguimos esperando que la
gran belleza aparezca y nos ilumine, mientras que son en realidad esos pequeños instantes
en los que parece que se acerca, cuando logramos percibir la magnificencia de la vida, sin
cuestionamientos, sin enredos, solo nosotros y el mundo que nos rodea y que en
opiniones y sentencias devora nuestra sensibilidad cuando en realidad el arte es la
reproducción de todas esas cosas buenas y malas que logramos observar, porque al final
vivir y crear es sólo un truco. “Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá”.

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