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CARTA DE LA REDACCION
NOTAS EDITORIALES
CONSTRUIRNOS COMO SUJETO, CONSTITUIRNOS EN MEDIDA DEL MUNDO
Grupo Giulia Adinolfi
REFLEXIONES SOBRE EL MOVIMIENTO FEMINISTA DE LOS ANOS 80-90
Montserrat Cervera, María Morr ón, Carmela Pérez, M. Jesús Pinto, El Safareig
DIFERENCIA SEXUAL Y REPRESENTACIÓN
Claudia Mancina
HONGOS HOBBESIANOS, SETAS VENENOSAS
Celia Amorós
LIBERACIÓN DEL CONSUMO, O POLITIZACIÓN DE LA VIDA COTIDIANA
María Mies
¿ES EL SEXO PARA EL GÉNERO COMO LA RAZA PARA LA ETNICIDAD?
Verena Stolcke
LA GLOBALIZACION DE LA ECONOMIA Y EL TRABAJO DE LAS MUJERES
Lourdes Beneria
MIRADA PROHIBIDA, SONIDO SEGADO
Assia Djebar
APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LAS MUJERES
Giulia Adinolfi
DOCUMENTOS
Intervención de Vandana Shiva en la IV Feria del Libro Feminista • Alternativas
de sociedad como respuesta a la crisis ecológica
POESIA PRACTICABLE
CORREO DE LOS LECTORES
EL EXTREMISTA DISCRETO

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consejo de redacción Juan Ramón Capella,
José Antonio Estévez Araujo,
Paco Fernández Buey,
José Luis Gordillo, Antonio Izquierdo,
Miguel Angel Lorente, Albert Recio,
Víctor Ríos, Jorge Riechmann,
Joaquim Sempere,
Ende Tello, Josep Torrell
colaboradores Alfons Barceló, Lourdes Benería,
Ramón Garrabou, Josep González Calvet,
Elena Grau, Joan Martínez Alier,
Alejandro Pérez, Jordi Roca, Rosa Rossi,
Flector C. Silveira Gorski, Verena Stolcke
coordinación de este Grupo Giulia Adinolli: Elena Grau,
número Violeta Ibáñez, Montse Pi, Isabel Ribera,
Ana V, Sánchez
edita Fundación Giulia Adinolfi - Manuel
Sacristán
dirección postal Apartado de Correos 30059, Barecelona
cubierta y gralismo Josep Maria Martí
imprime DelfoS., 1.G., Carretera de Cornellà, 140
08950 Esplugues de LI. (Barcelona)
Depósito legal B/35.842179
ISSN 0210-5118
distribuye Les PunxeS - Distribuidora, S. L.
Francesc d'Aranda, 75-81
Teléfonos (93) 300 91 62 y 300 93 51
08018 Barcelona
precio del ejemplar 800 pts.
suscripción por España 2.500 pta. (suscripción de ¿poyo y
cuatro números de Instituciones: 5.000 pta.)
Europa 5.000 pta. o 50 $
Restó del mundo 5.500 Pta. o 55 $

Pagos por giro postal o talón bancario


a la cuenta corriente postal núm. 2.985.518 de Barcelona
publicación bimestral de ciencias sociales
la revista admite colaboraciones en cualquiera
de las lenguas peninsulares
ÍNDICE

CARTA DE LA REDACCIÓN
Pórtico para un número violeta de mientras tanto 3

NOTAS EDITORIALES

Legamos tarde 5

La izquierda y la crisis del comunismo 6

Más allá de la igualación subalterna 13

Construirnos como sujeto, constituirnos en medida del mundo


por Grupo Giulia Adinolfi 19

Reflexiones sobre el movimiento feminista de los años 80-90


por Montserrat Cervera, María Monín, Carmela Pérez,
M. Jesús Pinto, El Safareig 33

Diferencia sexual y representación


por Claudia Mancilla 51

Hongos hobbesianos, setas venenosas


por Celia Amorós 59

Liberación del consumo, o politización de la vida cotidiana


por María Mies 69

¿Es el sexo para el género como la raza para la etnicidad?


por Verena Stolcke 87

La globalización de la economía y el trabajo de las mujeres


por Lourdes Benería 113
Mirada prohibida, sonido segado
139
por Assia Djebar

Apuntes sobre la historia de las mujeres


157
por Giulia Adinolfi

DOCUMENTOS
Intervención de Vandana Shiva en la IV Feria del Libro
Feminista 161

Alternativas de sociedad como respuesta a la crisis


ecológica 167

POESÍA PRACTICABLE
por Teresa Agustín 175

CORREO DE LOS LECTORES 179

EL EXTREMISTA DISCRETO
Si eres vasco, nunca dejes atún fresco en el coche 181

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CARTA DE LA REDACCIÓN

Pórtico para un número violeta de mientras tanto

Hace un par de meses, en un encuentro internacional, un redactor de mientras


tanto se halló en una situación algo embarazosa. Tras haber presentado las lí-
neas básicas de la revista haciendo referencia a sus colores emblemáticos—ro-
jo, verde y violeta—, distribuyó algunos ejemplares entre los y las asistentes,
que mostraron interés. Luego, en el transcurso de la cena, comentó con algu-
nas mujeres que querían saber más ciertos aspectos del proyecto editorial. Al
preguntar una de ellas con cierta guasa los nombres de quienes componían la
redacción, nuestro redactor comentió la ingenuidad de enumerarlos sin mas
preámbulos. Las interlocutoras sonrieron. Todos eran nombres de varón. ¿Có-
mo se explica una revista rojiverdevioleta con un consejo de redacción tan
unidimensionalmente sexuado?

En la carta de la redacción que a finales de 1979 abría el primer número de


mientras tanto se afirmaba que la tarea consistía, también, ven que los movi-
mientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimensión es-
pecíficamente, universalmente humana de su contenido, decidan fundir su po-
tencia emancipadora con la de las demás fuerzas de libertada. Por eso
mientras tanto fue creada como una revista, ademas de roja y verde, progra-
máticamente violeta: desde la convicción de la centralidad que en la reformu-
lación de un proyecto emancipatorio había de tener el hilo violeta.

En los primeros números de la revista contábamos con una contribución de


inestimable valor: la de Giulia Adinolfi. Releer sus contribuciones de enton-
ces sigue resultando hoy extraordinariamente enriquecedor. Además, en aque-
llos primeros números la revista acogió otras aportaciones, plurales, sobre la
situación y las perspectivas del movimiento feminista en España. Eran textos
de Maria José Aubet, Empar Pineda, Pilar Fibla, Anna Estany, María Jesús Iz-
quierdo, Mireia Bofill, Dolors Calvet, Nuria Pompeia, Laura Tremosa y otras
mujeres. Con la muerte de Giulia, la redacción disminuyó su capacidad de
elaboración propia sobre temas feministas. El hilo violeta de mientras tanto se
adelgazó, y tras la marcha de María José Aubet se redujo a la publicación de

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artículos escritos o recomendados por colaboradoras regulares como Lourdes
Benería, Rosa Rossi, o Verena Stolcke,

Durante estos años, algunas mujeres trabajaron en la redacción de mientras


tanto: María lose Aubet, Elena Grau, Vera Sacristán... Pero en la actualidad
no contamos con ninguna mujer en el consejo de redacción. Esta carencia,
fruto de factores diversos dignos de análisis detallado, se hace notar.

En 1989 se constituyó en Barcelona un grupo estable de reflexión feminista,


compuesto por mujeres integrantes del colectivo barcelonés de redacción de
la revista En pie de paz: Elena Grau, Violeta Ibáñez, Montse Pi, Isabel Ribera
y Ana Sánchez. El grupo adoptó el nombre de «Colectivo Giulia Adinolfi».
Su trabajo de documentación, reflexión y debate sobre las líneas de pensa-
miento e intervención política feministas ha dado ya diversos frutos: partici-
pación en diversas jornadas de la Fundación de Investigaciones Marxistas en
Granada y Madrid, de CCOO en Barcelona, charlas en la Librería de Mujeres
de Zaragoza, en el Safareig de Cerdanyola y otras ciudades; diversos artículos
en En pie de paz y otras publicaciones... Y este trabajo cristaliza ahora en el
número monográfico de mientras tanto al que sirven de pórtico estas líneas,
elaborado con cuidado ejemplar durante meses por el grupo Giulia Adinolfi.

La redacción de mientras tanto agradece con calor su contribución, esperando


que resulte útil para la reflexión teórica y el debate político conectados con la
apuesta de renovación del ideario emancipatorio contemporáneo. El «hilo vio-
leta» nos sigue pareciendo un hilo conductor central en esta tarea, y sabemos
que tal convicción la comparte más gente cada día. Pero hay un gran trecho
entre dicha creencia y una efectiva «feminización del sujeto revolucionario›,
entre las declaraciones de buenas intenciones y una práctica que no quede li-
mitada a las necesarias cuotas de participación y representación de mujeres
(en listas electorales, organismos de dirección, congresos y debates de las
fuerzas políticas y sindicales...). Acortar esa distancia noca sólo, ni mucho
menos, asunto de las mujeres.

Cordialmente,
La Redacción

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NOTAS
EDITORIALES

LLEGAMOS TARDE

Habíamos decidido mandar un telegrama a Fidel Castro, pero la noticia de la


ejecución de Díaz Betancourt nos despertó por la mañana cuando ya era irre-
versible.

Queríamos decirle que la denuncia persistente a la agresión norteamericana y


la solidaridad con las conquistas de la revolución no nos puede hacer callar
nuestra crítica en este>' en otros temas.
Sc nos dirá que están en guerra. Pero nosotros luchamos, también en nuestro
país, por abolir la pena de muerte en tiempos de guerra. Porque ésta es siem-
pre una acción ignominiosa e irreversible. Aplicarla es situarse en el mismo
plano político y moral que el enemigo que se combate: este Estados Unidos
que no duda en aplicarla una y otra vez a individuos que forman parte de los
grupos marginados del <sueño americano». Los revolucionarios tienen siem-
pre el deber de situarse en comportamientos morales superiores a sus oponen-
tes. No sólo eso, la aplicació» de la pena de muerte es ademas un grave error
político ya que no resuelve los problemas internos, más bien los acrecienta
con la creación de mártires, y da legitimidad internacional a los que propug-
nan una acción militar desde el exterior. Aún se está a tiempo de eludir nue-
vos errores deteniendo los procesos que conducen a nuevas ejecuciones.

Disentimos también de la ausencia de libertades formales y de la lógica de


condenas totalitarias que, desde las páginas de Granma realiza el portavoz
Carlos Aldana al considerar a todo el que disienta aliado objetivo de la CIA, y
objeto de represión. Tenemos ya suficiente experiencia como para considerar
que los procesos revolucionarios exigen el respeto a las libertades formales
básicas y el respeto a la disidencia. La demonización del oponente es un peli-
groso recordatorio de lo mal que pueden ir las cosas)' del punto sin retorno al
que pueden llegar.

Seguiremos luchando contra los intentos norteamericanos de arrasar toda ex-


periencia alternativa. Apoyando las luchas por la emancipación de los pueblos
del <Sur» y los proyectos sociales orientados a garantizar unas condiciones de
vida aceptables al conjunto de la población. Pero solidaridad no quiere decir
acriticismo, sino al contrario. Porque estamos empeñados en la lucha por una
sociedad en la que estén abolidas las brutales formas de coerción y donde
existan, al lado de la satisfacción de las necesidades materiales, libertades po-
líticas para todos, consideramos que hoy hay que pedir al proceso cubano una
rectificación profunda en este terreno. (A.R., J.R., J.S., febrero 1992).

LA IZQUIERDA Y LA CRISIS DEL COMUNISMO

1. El proceso que ha culminado con la desaparción de la Unión Soviética


tiene efectos de dimensión planetaria. A nadie escapa que los que resultan
más afectados son los proyectos políticos que orientan su actividad hacia el
derrocamiento del capitalismo y la instauración de un sistema social diferente.

Con independencia de lo que hayan escrito y pensado una buena parte de


corrientes de inspiración marxista en todo el mundo, su proyecto global queda
desautorizado a los ojos de grandes masas de población, al menos por muchos
años. Aunque las vivencias de muchas personas que han militado activamente
en movimientos de izquierda poco tengan que ver con las prácticas de la bu-
rocracia soviética, la percepción que va a contar en el futuro inmediato va a
ser la del trabajador o trabajadora de a pie. Y existen pocas dudas de que ésta
va a estar marcada por la imagen de las colas y el desabastecimiento, por la de
la represión stalinista y la forma como se ha producido la debacle final del
sistema; en suma una imagen negativa.

Consuela poco argumentar que esto también les ha ocurrido a otros proyectos
emancipatorios, en especial el cristiano. No sólo porque lo del mal de muchos
no parece un consuelo muy inteligente, sino también porque ninguna tradi-
ción como la comunista se presentó a sí misma como poseedora de un proyec-
to concreto de emancipación social, un proyecto que se consideraba funda-
mentado en un buen pensamiento científico.

También resulta inoperante argüir que lo de allí no fué ni socialismo ni comu-


nismo, por mucho que la afirmación sea objetiva, por cuanto no se puede pre-
tender que la mayoría de la población adopte el mismo criterio de evaluación
que el de las personas con formación marxista. La mayoría de la sociedad
considerará, de buena fe, que lo que ahora muere fue una experiencia «comu-

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nista». Conviene subrayar al respecto que el mayor fracaso de las sociedades
del Este no ha consistido en su incapacidad para alcanzar los mismos niveles
de producción que las economías capitalistas, sino en su ineficacia a la hora
de ofecer mejores resultados en aquellos campos donde una economía planifi-
cada debería ser superior: medio ambiente, sanidad, justicia social, etc.. Ni, a
la vista del actual proceso de transición, creo que pueda seguir afirmándose
que la combinación de represión política y adoctrinamiento marxista-le-
ninista haya servido para desarrollar actitudes individuales más solidarias
y alternativas.

Si resulta evidente que la derecha va a seguir haciendo una explotación grose-


ra de este fracaso (de lo que son buena muestra las colaboraciones publicadas
en los últimos meses en la tribuna de opinión de El País), que tratará de rees-
cribir la historia para esconder su propia responsabilidad (la acción armada en
España, Chile, Nicaragua, etc.) y sus propios fracasos (aunque se camuflen
como el resultado del juego impersonal del mercado, la competencia, etc.), no
cabe duda que la misma ha sido facilitada por la actitud de muchos comunis-
tas occidentales que durante demasiado tiempo ha» mantenido una posición
acrílica con la experiencia sovelica. O, en su defecto, trataron de encontrar
otros modelos (Cuba, China, Albania) cuando el deterioro de la experiencia
soviética era palpable. Si bien existieron corrientes críticas más profundas, es-
tas fueron excesivamente minoritarias y más de una vez pacatas. Aún hoy re-
sulta chocante que la denuncia al bloqueo económico de Cuba no se plantee
en paralelo la crítica a la ausencia de libertades políticas y al mantenimiento
de la pena de muerte en este mismo país.

Creo que partir de la tonta de conciencia de estas limitaciones y carencias


puede constituir un punto de partida necesario para repensar las tareas de
cualquier proyecto político emancipatorio que no será tal sino consigue la
participación de grandes masas de población. Una reflexión que debe asimis-
mo reconocer que el enbarrancamiento actual no sólo es el resultado del fra-
caso de la experiencia soviética, sino también del anquilosamiento paulatino
del pensamiento y la iniciativa política de la izquierda occidental.

Mantener un proyecto social que tienda a resolver las injusticias y desastres


(sociales y naturales) que generan las sociedades capitalistas, un proyecto que
mantenga vivas las aspiraciones igualitaristas y emancipatorias, en suma un
proyecto de tradición comunista, exige de entrada evaluar todos los errores de
planteamiento que han constituido nuestra parte de responsabilidad en esta
historia. No se trata de ningún ejercicio de autoinculpación ni de considerar
que la situación actual es el resultado exclusivo de nuestros propios errores.
El objetivo es, por el contrario, el de rectificar tendencias que han resultado

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negativasy posibilitar que en el futuro nuestra intervención sea más acertada.
No podemos evitar que las clases dirigentes utilicen su poder militar y su ca-
pacidad de generar ideología favorable a sus intereses. Somos en cambio res-
ponsables de nuestros propios errores y de nuestra propia política.

2. Aunque pueda parecer secundario hay que empezar por considerar las ra-
zones por las cuales fué tan lento y tímido el descarte de la izquierda respecto
a los regímenes burocrálicos.Una parte de las mismas se encuentran en los
problemas que trataremos posteriormente, pero otras tienen que ver, en mi
opinión, con fenómenos psicológicos bastante simples pero de consecuencias
relevantes.

Una primera cuestión es la que plantea la dinámica de oposición generada por


una concepción meramente anticapitalista, que toma por bueno todo lo que se
enfrenta al «sistema». Parte de las simpatías que conseguía la URSS prove-
nían de este acto reflejo. El problema estriba en que uno no puede sentir sim-
patía por algo que se crítica duramente; al final se acababa por trivializar los
crímenes y problemas de allá con el fin de concentrarse en la crítica de acá
(de aquí que, p.ej., se tardará en apreciar el valor de organizaciones como
Amnistía Internacional que criticaban los crímenes de los dos bandos).

Este tomar por amigo al enemigo de mi enemigo solo sirve, a la larga, para
deslegitimar la propia posición cuando el amigo resulta ser un fanático o un
dictador. Por desgracia esta actitud no solo se ha producido con la burocracia
soviética sino que se ha repetido con otros movimientos o líderes radicales
que aún tenían menos aspectos en común con un proyecto socialista. (Es-
pecialmente en la complacencia con el militarismo de grupos independentis-
tas —es interesante el poco interés prestado por la izquierda a iniciativas como
«Gesto por la paz» que crítica efectivamente a los crímenes de ETA y GAL—,
o con algunos dictadores tercermundistas como los esperpénticos apoyos de
algunas sectas trotskistas a Saddam Hussein o a la dictadura argentina en las
Malvinas). Anticapitalismo y antiimperialismo primarios deberían ser objetos
de revisión y crítica urgentes.

Un segundo aspecto tiene que ver con lo que llamaríamos «apoyo a caballo
ganador» o quizás, más tecnicamente, «preferencia adaplativa». El hecho de
que en algún lugar haya triunfado una alternativa que se autotitula anticapita-
lista produce una notable atracción para muchas personas: se da en situacio-
nes electorales y en muchas otras cuestiones y en parte es espontáneo. Sus re-
sultados son fatales para el análisis crítico. En los tiempos de desesperanza
que corren es bastante probable el peligro de que esto se reproduzca con otros

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movimientos que alcancen algún éxito momentáneo (especialmente naciona-
lismos).

Por último, juega la dificultad para la mayoría de realizar una actividad conti-
nuada en pos de un objetivo lejano y poco definido en una sociedad donde
priman los mecanismos conductistas que tratan de establecer ciclos cortos en-
tre acción y logro. La insistencia en el utopismo de los proyectos puede inclu-
so obrar como elemento paralizador al presentar un objetivo de dudosa conse-
cución. En cambio la defensa de realidades concretas, imperfectas, pero que
se presumían superiores, pudo actuar para muchos militantes como factor de
seguridad en las posibilidades de la utopía. Nos tememos que este mecanismo
es reversible y que, no solo la ausencia de utopías vivientes sino el descredito
de lo que trató de presentarse como tal sea ahora contraproducente y cree mu-
cho «ruido» que haga inaudibles las propuestas sensatas de cambio.

Quizás no sirva de mucho tomar en consideración estos problemas, pero al


menos confiamos en que su conocimieto podría ayudar a que los núcleos más
activos se esforzaran en eludir algunos de los vericuetos en los que se ha en-
callado la marcha de la izquierda.

3. Hay una cuestión más fundamental que ayudaba a la asociación entre los
regímenes burocráticos y los núcleos comunistas occidentales. Se basaba fun-
damentalmente en que a pesar de la inconcrecitin de los programas alternati-
vos estos consideraban como elementos centrales la propiedad pública y la
planificación, sin una reflexión profunda de los problemas implicados.

Las críticas a los regímenes burocráticos se han ido profundizado a lo largo


del tiempo al observar que su práctica chocaba con muchas de las ideas que
sobre el comunismo tenía la izquierda revolucionaria occidental: ausencia de
democracia real, opresión del centro a las nacionalidades periféricas (cuando
no comportamientos netamente imperialistas como en el caso de Afganistán o
Checoslovaquia), machismo, ausencia de preocupación ecológica, represión
de la creatividad artística y cultural... Críticas todas ellas de suma importancia
y que prefiguran ideas sobre modelos de sociedades alternativas, pero que no
afectaban al meollo del problema de la relación de mimetismo cultural en ma-
teria de organización económica.

Es evidente que estas dos ideas —propiedad colectiva y planificación— pueden


seguir teniendo un papel central en cualquier elaboración futura de organiza-
ción alternativa, pero es también evidente que su sola formulación no basta
para resolver un gran número de cuestiones. Caer en la trampa de una mera

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confrontación de alternativas en términos de mercado VCISUS plan presupone
entrar en un debate cerrado en el que posiblemente tengamos todas las que
perder. Si se trata de elaborar alternativas tanto a las sociedades capitalistas
como a los fracasados experimentos burocráticos buena cosa será dedicarse
con mayor ahínco a estudiar detalladamente los modos reales de operar de
ambas sociedades y sus problemas medulares (así como las soluciones que re-
sultan satisfactorias). Es posible que por este camino podamos ir elaborando
propuestas de organización social que resulten realmente superiores a lo que
hoy existe.

Mi imprensión es que la ausencia de esta reflexión se ha debido tanto a facto-


res culturales como políticos. La necesidad de ir a la contra, y en muchos ca-
sos ser objeto de represión, así como el temor a ser absorbidos por el modelo
social dominante, ha conducido, demasiadas veces, a la formación de un cier-
to autismo intelectual que ha cristalizado un modelo de intelectualidad mar-
xista mas atenta a la propia tradición que al análisis realista y al debate abier-
to. Algo que resulta contradictorio con la pretensión claramente formulada
por Marx y Engels de buscar la vinculación entre movimiento obrero y buen
pensamiento científico.

Hoy ya no van a ser mas de recibo, si es que alguna vez lo fueron, programas
que se limiten a defender los cambios en las formas de propiedad y la planifi-
cación como panaceas generales. Generar confianzas en nuevos proyectos im-
plica ofrecer propuestas que tengan minimamente en cuenta la complejidad
de muchos problemas y que partan de una consideración crítica (y por tanto a
la vez conocedora de los pros y los contras) del funcionamiento de las institu-
ciones que se trata de transformar. Hoy nos toca pagar, en parte, los costos de
nuestra pasada pereza intelectual.

En este sentido hay que advertir que el apego de la tradición dominante a una
fórmula organizativa privilegiada -el partido, como instancia global de elabo-
ración teórica, organización para la acción, formación de cuadros etc.- ha po-
dido resultar un lastre adicional, al traducir casi siempre el debate de ideas en
lucha por el poder. Posiblemente también en este campo hay necesidad de in-
novación organizativa y cultural, propiciando que el debate no esté constrefii-
do al juego de mayorías o minorías, sino que constituya un espacio que sirva
sobre todo para generar ideas y pautas tentativas de acción.

4. Otro factor limitativo lo ha constituido el apego a una visión estratégica


central caracterizada por: a) la convicción de que el sistema es irreformable e
incapaz de mejorar las condiciones de vida de la gente; b) la necesidad de

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desmarcarse de las reformas concretas por temor a caer en la lógica del siste-
ma; y e) la creencia en el cambio radical a partir de la toma del poder.

Es evidente que tal como lo presentamos este ha sido especialmente el pensa-


miento de la izquierda radical. Lo que ocurre es que ha formado parte de la
cultura general y ha conllevado una ausencia de reflexión seria sobre la lucha
por las reformas que ha conducido reiteradamente o a la proposición de alter-
nativas generales sin propuestas tácticas o a la caída en el simple reformismo
sin ningún proyecto emancipador.

A mi modo de ver esto ha constituido un corsé que ha reforzado la ausencia


de reflexión detallada sobre los problemas concretos (y su engarce con un
proyecto transformador más amplio) y ha impedido incluso dar sentido a la
lucha cotidiana de la gente.

En buena medida este posicionamiento ha sido víctima de las ilusiones del pa-
sado (en las posibilidades inmediatas de un cambio radical) y de una ausencia
de perspectiva socio-histórica profunda. Es evidente que a lo largo de la histo-
ria se observan momentos de ruptura social brusca, pero ellos no ocurren en el
vacío, sino que son el resultado de procesos de acumulación, de mutaciones
que han sentado las bases materiales y culturales para que este cambio pueda
producirse. El error de buena parte de la izquierda consistió en creer que ello
podía suplantarse por la acción de una vanguardia esclarecida que se hiciera
con el poder en una coyuntura favorable, y que operaría por medio de la ac-
ción estatal como factor de transformación (creo que la misma estrategia de
13ahro de La alternativa sigue presa en esta perspectiva). Hoy parece claro
que el proceso va a ser mucho más lento y deberá ir precedido de mutaciones
menores que preparen el terreno a una sociedad superior. (En otra ocasión ar-
gumenté que el modelo mayoritario era el de «revolución por rebote»: länzese
a la gente a luchar por unos objetivos concretos —p.ej., tierra y paz— y se crea-
rá una situación que conducirá a otra cosa; aunque no estoy muy convencido
de que algun día pueda darse un proceso social que luche directamente por el
establecimiento de una sociedad comunista, si me parece evidente que los ob-
jetivos del proceso deben estar más cerca del objetivo final y haber generado
aspiraciones sociales amplias en este sentido).

Otro derivado de esta concepción lo ha constituido una ausencia de reflexión


madura sobre las cuestiones referentes a las formas y los medios de la acción
política. La crítica a las restricciones materiales que condicionan el ejercicio
real de la democracia en las sociedades burguesas se ha traducido demasiadas
veces en una ausencia de consideración seria sobre la importancia de las liber-
tades políticas, el pluralismo, las garantías de los derechos individuales...,

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aceptándose acríticamente que existían diferencias cualitativas en el ejercicio
de la violencia en función de las motivaciones y la personalidad del que la
practica. Por fortuna la revolución sandinista ha significado, en este campo,
una experiencia que ha puesto en evidencia la importancia de estos temas. No
sería extraño que haya sido este acierto el que permita a los sandinistas sobre-
vivir dignamente en el momento actual.
Hoy no parece que la ignorancia de estas cuestiones pueda conducir más que
al descredito y al aislamiento. El camino pasa necesariamente por potenciar
propuestas positivas de transformación que permitan frenar o reducir los peo-
res efectos de la dinámica capitalista al mismo tiempo que abrir puertas a la
transformación. Y en este proceso debe darse tanta importancia a la interven-
ción antisistemica (en el sentido de enfrentamiento con las cuestiones que el
sistema social imperante no puede resover) como al de la construcción de una
nueva civilidad. En este sentido algunas de las propuestas meramente antica-
pitalistas orientadas a tensar todas aquellas fuerzas anlisistema (de las que la
caricatura la constituyen las propuestas de los «autónomos» a lo Negri del se-
tentayocho o la alianza con el nacionalismo radical) crea más problemas que
no avances: sin una base social que aspire a esta civilidad va a ser dificil cons-
truir, ‹,de rebote», una panacea social.
Evidentemente el peligro de tal propuesta es quedarse en el reformismo plano,
aunque me parece que en este sentido Rosa Luxemburg tenía razón al situar el
punto crucial en el tema del programa final. El problema es ahora que nos ve-
mos en la necesidad tanto de formular con mucha mayor precisión aspectos
fundamentales del programa, como de plantearnos el de las propuestas con-
cretas de acción.

5. Se podrá argüir que las anteriores reflexiones apuntan a una valoración en


extremo crítica y pesimista para con la propia tradición. Creo que si se quiere
salvar lo mejor de la misma es urgente una limpieza a fondo de las numerosas
telarañas que han paralizado la acción y el pensamiento alternativos.
Pero es que, por paradójico que resulte, esa me parece la única vía para ganar
audiencia social. En sociedades donde la división de clases era mucho más 'li-
nda, no sólo en el plano ntaterial sino también en el cultural, posiblemente era
factible movilizar a la población en torno a unas propuestas generales. Pero
en sociedades donde esta polarización se ha roto, y que han recibido el impac-
to emocional y progagandístico del fracaso soviético, esto ya no sera viable.
Las posibles movilizaciones sociales exigirán propuestas perfiladas y argu-
mentadas, no sólo en el plano de las soluciones sino también en el de las pro-
pias tácticas de intervención, por más que el recurso a idearios morales gene-

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rales va a seguir siendo insustituible. Precisamente el relacionar las luchas
concretas con los objetivos generales es lo que puede permitir a los propios
movimientos sociales reconocer que parte de la transformación acaecida se
debe a su propia acción. Algo que no ha sido posible cuando se les ha pro-
puesto a los militantes un objetivo único de transformación radical (o se ha
utilizado como unidad del avance algo tan puramente instrumental como un
simple avance electoral).

Generar nuevos movimientos implica necesariamente generar una mínima


masa crítica que los facilite. Ello requiere crear algún espacio cultural que in-
cite algún tipo de entusiasmo en el trabajo que se va a realizar. Consideramos
que las preguntas que tratamos de abrir pueden propiciar este tipo de curiosi-
dad intelectual y de tensión moral capaces de posibilitar su renacimiento. Por
el contrario es patente que la repetición de viejas fórmulas, o peor, la poten-
ciación de dinámicas de base irracionalista no pueden traer mas que nuevas
cuotas de miseria social. (A.R., diciembre 1991).

MÁS ALLÁ DE LA IGUALACIÓN SUBALTERNA

Malestar de la emancipación. Esa formulación paradójica acuñada en el seno


del movimiento feminista italiano condensa toda una concepción surgida de la
exploración más allá de los techos de visión y las contradicciones íntimas en
que desembocó el movimiento de liberación de las mujeres presidido por una
divisa clave vindicada frente al poder patriarcal: igualdad.

La minusvaloración de los tradicionales valores femeninos del cuidado, la


emotividad o la cooperación, y su disfuncionalidad fuera de los antiguos espa-
cios de reclusión doméstica, sitúa a las mujeres de final del siglo XX ante una
fuerte compulsión exterior que les impele a rechazarlos en bloque sustituyén-
dolos por los que priman en los espacios laborales, educativos, profesionales
o políticos tradicionalmente masculinos: la competitividad individualista y
agresiva, la censura en la expresión de los sentimientos propios y ajenos, o el
rígido sentido jerárquico. Propulsada en buena parte por la fuerza ciega de las
transformaciones técnicas, productivas y demográficas, la igualación implíci-
ta en la presencia de las mujeres en esas esferas que antes les eran vedadas se
alcanza al precio de un desamparo cultural mayor. La nivelación, parcial e in-
completa en lo material, provoca un agudo conflicto entre valores, deseos y
normas. Abre nuevos interrogantes sobre el significado de la igualdad: ¿igua-
lación en qué, cómo, para qué?

13
De te fabula narratur. Esa lectura de la trayectoria del feminismo contempo-
ráneo sugiere una revisión comparativa referida a la otra gran cuestión social
tan vieja como la femenina e igualmente presidida desde hace dos siglos por
la divisa 'igualdad': el dominio de la produción y la distribución por el capital
privado desafiado por el movimiento obrero. En las ntismas décadas que tras-
tocaron súbitamente el lugar y el papel de las mujeres tuvo lugar la mayor
mutación nunca antes vivida de las condiciones materiales de vida y los nive-
les de consumo de las clases trabajadoras en los países industrializados del
Norte. Una gama de nuevos electrodomésticos, automóviles, segundas resi-
dencias, indumentaria perecedera a la moda, cosméticos, exóticos alimentos
tropicales y demás símbolos de la pletórica sociedad de consumo fueron en-
trando en los presupuestos de las familias trabajadoras a un ritmo inimagina-
ble por sus antepasados que habían creado una subcultura y unas insti-
tuciones propias orientadas hacia la emancipación como clase a través de la
igualdad.

De modo análogo a la crisis de la identidad femenina, tales cambios ocupa-


cionales, laborales, educacionales, en el entorno residencial, la sociabilidad,
las pautas de consumo y el ocio, han tenido un poderosísimo efecto disolvente
de la identidad cultural autónoma como clase en los trabajadores y trabajado-
ras asalariados. Todavía no disponemos, sin embargo, de algún obrerismo o
sindicalismo de la diferencia que consiga dar forma al malestar de esa otra
«emancipación» culturalmente subalterna: la insatisfactoria «igualación» sim-
bólica en el consumo de masas.

En la rueda del capitalismo es imposible que los niveles y las formas de con-
sumo se igualen materialmente entre sí, de una sola vez. Cuando el primer te-
levisor, el primer automóvil o el vídeo llega a los niveles medios de ingreso
de las clases trabajadoras ya ha adquirido en el camino la degradación carac-
terística del consumo de masas (mayor obsolescencia programada, menor ca-
pacidad real de aprovechamiento, etc.); y entre tanto en los niveles mas altos
de ingreso han entrado ya otros bienes de consumo (segundo o tercer automó-
vil todo terreno, nuevos modelos de electrodomésticos, reforma integral de
baños y cocinas, aire acondicionado...) que obligan a proseguir la carrera. Pe-
ro si el consumo real permanece jerarquizado, las pautas ideales convergen
constantemente. La rueda gira sin cesar porque la desigualdad material y tem-
poral va de la mano con la igualación cultural, simbólica, en una misma pro-
yección desiderativa. El consumo de los ricos es el espejo que dicta desde
arriba los deseos de los que siguen abajo moviendo la rueda con su trabajo.

El credo verdadero del capitalismo de la segunda mitad de siglo XX es el de


Paul Samuelson: «creo en una casa pareada confortable, con varios televiso-

14
res y muchos vídeos, y un garaje para que cada adulto de la familia pueda ir
en coche a su discoteca...». Aunque las casas, los televisores, los coches y las
discotecas no sean los mismos, el credo hegemónico reza para todos. Haber
logrado derrumbar afuera los estados orientales de las economías de planifica-
ción central no es su mayor victoria: más bien es haber herrumbrado en casa
el significado socialista subversivo de la palabra 'igualdad' al conseguir que
los deseos de la mayoría se proyecten precisamente hacia aquellos bienes (o
males) que el capitalismo puede distribuir desigualmente a los que habitamos
en el Norte. Es habernos vendido su cultura material, haber modelado
nuestros deseos con su antropología cainita, haberse erigido en el nuevo todo-
poderoso.

(Aunque a esa victoria temporal también haya contribuido la corrosión inter-


na de los viejos ideales y valores igualitarios a manos del stalinismo y la so-
cialdemocracia. Es decir, con la experiencia histórica de haber sido desnatura-
lizados como alimento ideológico al servicio de un poder despótico que inten-
tó rivalizar con el capitalista en la aceleración del crecimiento económico, por
un lado. Y con la aceptación socialdemócrata de la primacía del capital priva-
do dentro de unas economías mixtas en las que el estado sólo palia en parte
las desigualdades sociales, y en nada la permanente compulsión a con-
sumir que actúa como adormidera compensatoria de una experiencia laboral
alienada).

Puede que también se entienda por ahí algo de los desencuentros entre el mo-
vimiento obrero y los movimientos sociales nuevos articulados alrededor de
la conscAcia ecopacifista de especie. Porque el malestar de la «igualación»
cultural subalterna en el consumo de masas, aunque apenas encuentre por
ahora formas de expresarse en el discurso y las instituciones creadas alrededor
del movimiento obrero en los países del Norte, existe. «No es verdad que la
gente este felizmente enganchada en el consumismo», escribe Víctor Viiluales
en En pie de paz: «esta infelizmente enganchada en el consumismo». Así lo
afirman también los investigadores del Worldwatch Institute:

Mas allá de los costes del consumo para el medio ambiente, algunos
hallazgos sorprendentes de los científicos sociales hacen dudar de lo
acertado de un alto nivel de consumo como objetivo personal y nacio-
nal: las sociedades ricas han tenido muy poco éxito en la conversión
del consumo en satisfacción. Encuestas regulares realizadas por el
Centro Nacional de Investigación de la Opinión, de la Universidad de
Chicago, revelan, por ejemplo, que el número de norteamericanos que
dicen ser «muy felices» ahora no es mas elevado que en 1957. El por-
centaje fluctúa en torno a la tercera parte desde esa época, a pesar de

15
que se han duplicado los gastos de consumo per capita. Para los nor-
teamericanos, se compre lo que se compre nunca parece ser suficiente.

Esa infelicidad en la abundancia es muy importante. Imaginemos tan sólo por


un momento que percepciones como las de Víctor Vifivales o el Worldwatch
Institute erraran por completo, y fuera verdad que en los países del Norte la
inmensa mayoría vive felizmente enganchada en la cultura material y espiri-
tual del tipo de consumo que el capitalismo crea y satisface: ¿qué esperanza
quedaría entonces para cualquier propuesta emancipatoria?

El malestar perenne de la rueda del consumo es, por tanto, un extenso yaci-
miento de energías potenciales que subsiste en los países derrochadores del
Norte. En ausencia de canales solidarios y racionales de expresión, ese yaci-
miento puede ser caldo de cultivo para lo peor. En cierto modo lo está siendo
ya. Pero si el discurso y las propuestas de las fuerzas emancipatorias lograsen
conectar con ese plano de la experiencia en el que se conforma la mayor parte
de los deseos íntimos) se acumula la mayor parte de frustraciones; si convir-
tieran en problema social y político resoluble colectivamente el malestar que
cada cual vive como frustración individual; entonces, en lugar de impeler al
combate de todos contra todos, ¿no podrían esos mares interiores de infelici-
dad nutrir también una gran fuerza transformadora? En alianza con las mayo-
rías materialmente empobrecidas del Sur ¿no podrían acumular la benjaminia-
na «fuerza profética débil» imprescindible para levantar el freno de mano en
una carrera de insolidaridades que conduce al desastre planetario? Tenemos
mucho que aprender aún del camino recorrido por el movimiento feminista en
la incordiante tarea de irrumpir en el pudor de lo privado para politizar la vida
cotidiana y personalizar el discurso político.

Mientras tanto, lo que no encuentra expresión racional ni institucionalización


colectiva fluye de todos modos, y se manifiesta confusamente por otras vías.
Muchos rasgos prepolíticos aparentemente lunáticos, escapistas o marginales
de las actitudes y los comportamientos presentes en los aledaños de la cultura
alternativa de signo ecopacifista o feminista pueden adquirir otras connotacio-
nes, menos peyorativas, contemplados desde esa perspectiva. Muchas veces
dicen mas por aquello de lo que huyen que por la formulación tentativa que
construyen. Son expresión de la insatisfacción aguda ante las frustraciones de
la disolvente cultura del consumismo posesivo; balbuceos de un desenganche
de la adicción al derroche insolidario; forcejeos primarios por la autodetermi-
nación cultural frente a los dictados heterónomos del perfil desiderativo uni-
forme, e inalcanzable, impuesto por la publicidad. Sus limitaciones como pro-
puestas alternativas generalizables pueden verse también, desde su reverso,
como la dificultad presente de las fuerzas sociales, políticas y sindicales histó-

16
ricamente ligadas al movimiento obrero —y también de las fuerzas verdes
emergentes en la última década— para articular racional y espiritualmente ese
malestar: la desazón creada por la perenne compulsión a poseer siempre más
y consumir más; la angustia del maltener igual, siempre igual que el patrón
inalcanzable, que el relumbrón despilfarro de los descreadores de la Tierra.
Necesitamos una nueva alianza entre sentimiento y razón, entre lo colectivo y
lo individual, lo público y lo privado. Entre la consciencia de especie, de gé-
nero y de clase, entre quienes rechazan en el Norte la infelicidad del derroche
y quienes viven en el Sur la frustración de la carencia. Una nueva cultura, en
suma, alternativa a la que hoy nos atenaza. Tal como señalaba Ramon Folch
en las páginas de La Vanguardia (3/1/1992), el ecologismo puede aportar a
esa tarea «una subversión medular de los valores hoy por hoy todavía impe-
rantes»:
Como una idea netamente de izquierdas, en definitiva. Como una nue-
va moral, de hecho. El tambaleo del mundo occidental, opulento, in-
justo y drogado, pone de relieve la necesidad, imperiosa y urgente, de
un nuevo código de conducta. El resurgimiento de los patriotismos
fundamentalistas, de los racismos más empecinados y de la religiosi-
dad más reaccionaria evidencia el vacío dejado por la vieja y aún in-
sustituida moral de la que la mayoría va desertando. Vista la situación,
probablemente sólo las ideas ecologistas con su mensaje de uso mesu-
rado de los recursos, de sensatez en las relaciones con el ambiente, de
tendencia a cerrar los ciclos productivos y de consumo, de solidaridad
y justicia distributiva hacia nuestros semejantes, de estabilización de-
mográfica mundial, de responsabilidad hacia las generaciones futuras
y de respeto por los seres de la biosfera, permitirán reconfigurar una
nueva moral para el naciente siglo XXI.

Vivir mejor, destruir menos. Ese título del libro que acaba de publicar la Aso-
ciación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (AEDENAT/Fundamentos,
Madrid, 1991) sintetiza muy bien la doble vertiente de la nueva moral ecopa-
cifista. Hacia afuera, el imperativo consiste en atajar la destrucción y rehacer
nuestras formas de vida material para que sean ecológicamente sotenibles y
compartibles: un imperativo presidido por la razón solidaria. Pero hacia aden-
tro, en la densa región de los sentimientos interiores, la nueva cultura alterna-
tiva debe promover la búsqueda de la armonía como forma verdadera de bie-
nestar. Y entre sus rasgos distintivos tendrá que destacar la capacidad para
hurgar en la insatisfacción de la cultura del consumo para convertir la impo-
tencia individual ante la frustración en fuerza colectiva para la transformación
ecológico-social.

17
Si la última guerra en el Golfo ha aumentado la aprensión con que llenamos el
depósito de gasolina, cada vez; si el espectáculo del horror nos ha hecho repa-
rar también en la pantalla que convierte el horror en espectáculo, y en el cable
eléctrico que une nuestra privacidad con las demás: entonces, la hora del des-
pertar está un poco más cerca. Cuando suene, el timbre del despertador repeti-
rá: ¿cuánto es suficiente? (E.T., 17/1/1992,primer aniversario de la Opera-
ción Tormenta del Desierto).

18
Construirnos como sujeto, constituirnos
en medida del mundo

GRUPO GIULIA ADINOLFI

Ya al principio de la década de los 80, Giulia Adinolfi recogía el profundo


sentimiento de crisis de identidad que se albergaba en las mujeres, crisis en
relación a la cultura femenina construida a través de los siglos desde su situa-
ción subalterna y discriminada. Esta cultura —como la de tantos otros grupos
sociales oprimidos— presenta construcciones que muchas veces alimentan y
tienden a consolidar los mecanismos de dominio y opresión. Pero también ha
desarrollado elementos culturales en confrontación con las normas de com-
portamiento patriarcales típicas de nuestras sociedades, formas de resistencia
a las actitudes estereotipadas y valores apositivos a la cultura masculina do-
minante. Todo este complejo conjunto de elementos culturales, elaborado y
readecuado permanentemente a tenor de los cambios que se producen en la
sociedad, ha configurado un comportamiento de género que atraviesa otras
muchas diferencias entre mujeres —diferencias de clase, de etnia, razas, ideo-
logías, culturas.

El movimiento feminista en su esfuerzo por sacar de la subalternidad a uno de


los dos sexos que configuran la especie humana, ha reivindicado y conquista-
do grandes parcelas en cuanto a igualdad de derechos. De hecho, en la histo-
ria de una humanidad masculina y femenina, las mujeres se han tenido que
ganar a pulso —todas lo sabemos— desde el derecho al reconocimiento de su
capacidad intelectiva, a la escritura, a la palabra, a la educación, al voto. Mas
tarde, el derecho a una sexualidad y al control sobre su propio cuerpo, el dere-

1. La relectura de los textos de Giulia Adinolfi ha sido el punto de partida para nuestra reflexión
sobre la situación de las mujeres en esta última década. Para conocer el diagnóstico que cita hacia
en 1980 y el concepto de subcultura véase Giulia Adnolfi, «Sobre las contradicciones del feminis-
mo» en Mientras Tanto s. 1, pp. 15-17, y G.A., «Sobre subculturas femeninas I» co Mientras Tan-
to n. 2, pp. 23-26.

19
cho a poder ejercer todas las profesiones y a no ser discriminadas en razón de
su sexo. Todavía estamos en ello. Son numerosas las reacciones que oponen
resistencia a estas reivindicaciones.
Este esfuerzo ingente encaminado a conseguir una paridad entre los dos sexos
a través de la igualdad de derechos y oportunidades, siendo fundamental, ha
generado una tendencia hacia un ideal de igualdad que anula la diferencia se-
xual y cultural en favor de una identificación con la figura abstracta y simbó-
lica del hombre-varón? El mundo al que hemos querido sumarnos en condi-
ciones de igualdad es un mundo construido a partir, desde, ya la medida de la
experiencia masculina.
Hoy en día, a la situación de subalternidad de la mujer, adecuada a tenor de la
dinámica de los cambios históricos, hay que añadir la inquietud y desasosiego
que produce la búsqueda de una identidad específicamente femenina. Todos
los logros conseguidos no han representado el reconocimiento de la identidad
—social, política— de uno de los dos sexos. Las mujeres, en muchas ocasiones,
hemos elegido el camino de la integración acrílica en la cultura masculina tra-
dicional o en su conjunto simbólico de valores, hemos absorbido una parte
fundamental del discurso dominante que nos niega entidad, identidad y deseo
como género para desaparecer tras la imitación y homologación con la figura
simbólica masculina.
Esta percepción de la realidad y el malestar experimentado al integrarnos en
un mundo no definido por nosotras ni interrogado a partir de nuestra expe-
riencia y construcción cultural es lo que nos lleva a hablar hoy de crisis de
identidad 3 o de «malestar (le la emancipación».4

2. Ver Claudia Mancina:«Differcnza sessualc c rappresentanza» en Democracia e diritto, no-


viembre-diciembre 1988. Traducción castellana publicada en este mismo número.
3. Entendemos la crisis de identidad femenina tal y como la describía Giulia Adinolti, «Cuando
las mujeres definen su situación presente como una profunda crisis de identidad están en realidad
expresando la crisis de esta cultura (femenina), de su complejo y, al mismo tiempo, coherente en-
tramado de valores, hoy desgarrados por tantos fenómenos de la vida moderna de las mujeres. Y
es bastante natural que la primera reacción del feminismo histórico haya sido el rechazo de esta
tradición, de esta cultura, y la reivindicación de una igualdad no sólo de derecho, sino incluso de
identidad.» «Sobre las contradicciones del feminismo», op. cit., p.15 .
1
4. En un documento de la Sezionc Fetruninile Nazionale del PCI se afirma que el malestar de la
emancipación «nace del sentir que deseos y capacidades quedan confinados en el marco de formas
de pensar, acciones y relaciones que no forman parte de nuestra autónoma proyección. Es difícil-
señalan- autoafirmamos en los estrechos espacios que deja una sociedad cuya organización mate-
rial, trabajos, tiempos y símbolos han sido configurados en la previsión de que el sexo femenino es
complementario del sexo masculino y subordinado a él. Pues en ella se acaba imponiendo la idea 5
de que hay que renunciar a una parte de sí misma... Pero nosotras no queremos que la emancipa-
ción coincida de hecho con la sentida experiencia de que hemos perdido una parte importante de
nuestro ser.» «El Tiempo :razones de una elección», Mientras Tanto, n.42, p. 46-47.

20
II

Las condiciones de vida de las mujeres han variado considerablemente en es-


tos últimos años en las sociedades de capitalismo avanzado. Estos cambios se
enmarcan dentro de las transformaciones políticas, económicas y culturales
que han afectado al conjunto de las sociedad, y han sido posibles porque las
mujeres han transgredido -consciente e inconscientemente- los espacios veda-
dos a su condición. El movimiento de liberación de las mujeres, aunque mino-
ritario, ha llevado a cabo una importante ruptura simbólica de la figura legiti-
mada de mujer, del discurso cultural construido sobre ella; es decir, de lo que
«debemos ser». Las mujeres, masivamente, han practicado otros trayectos de
vida. Unas y otras han creado la posibilidad de vivirse y representarse mujer
de formas muy diversas. La mayor presencia social de las mujeres se percibe
numéricamente y se refleja en nuevos debates que han puesto de manifiesto la
dimensión política de las experiencias del cuerpo y de la relación privada en-
tre los sexos; pero no se traduce proporcionalmente en fuerza de las mujeres,
ni ha supuesto una transformación de la relación entre los sexos en el sentido
de la desaparición de la estratificación sexual.' En hechos tan importantes co-
mo la incorporación al mercado de trabajo, los cambios en la conducta sexual
o la participación política de las mujeres se pueden encontrar indicios de que
la anterior afirmación no carece de fundamento.

l'ara las nuevas generaciones de mujeres el trabajo remunerado no es sólo una


necesidad de supervivencia sino una parte integrada de su biografía. Así, las
mujeres se incorporan cuando son jóvenes al mercado de trabajo y, mayorita-
riamente, no lo abandonan cuando tienen hijos, aunque en muchos casos
adopte formas mas precarias (economía sumergida, trabajo a tiempo parcial,
trabajo temporero, etc.).6 Sin embargo, muchas mujeres, sobre todo de gene-
raciones anteriores, siguen teniendo como única actividad el ser amas de casa.
Persiste la división sexual del trabajo: para unas, la división sexual del trabajo
se materializa en la rígida separación entre trabajo doméstico no remunerado
y trabajo no doméstico remunerado, que las sitúa en la esfera privada de la re-
producción frente a los hombres que se ocupan en la esfera pública de la pro-
ducción. Para las otras, que entran en el mercado laboral sin por ello abando-
nar el trabajo doméstico ni las exigencias de la vida privada, toma la forma de
doble jornada laboral.

5. Ver Chiara Saraceno, «Identilit in transizioncii en Pluralitii e 'nutrimento, Franco Angcli, Mi-
lano 1980.

6. Ver Mujer y demografio, Serie Debate, n. 10, Instituto dc la Mujer, Madrid 1990.

21
Además, las trabajadoras se integran mayoritariamente en profesiones o ra-
mas de la producción «feminizadas » como la educación, el empleo del hogar,
la sanidad, el personal de limpieza, sectores de hostelería, la asistencia social,
etc. Y, en cualquier caso, tienen serios obstáculos para trabajar en condiciones
específicas y equivalentes a las de los hombres.
La persistencia de la división sexual del trabajo tiene también una dimensión
simbólica y cultural que supone la subordinación de lo femenino a lo masculi-
no. En esta subordinación se fundamenta la valoración de loquees importan-
te y de lo que no lo es; de los tiempos visibles (la producción, el trabajo asala-
riado) y de los invisibles (la reproducción, el cuidado). Esta dimensión
simbólica es la que actúa de forma más sutil porque sigue operando en una
sociedad que reconoce la igualdad de capacidades de mujeres y hombres. Esto
significa que ahora la división del trabajo no se presenta ya como la atribu-
ción de tareas por sexos con la justificación de su adecuación «natural>, a
unos u otros tipos de trabajo; es decir, actualmente no se argumenta que las
mujeres son mejores amas de casa porque la naturaleza las ha hecho madres.
Simplemente, el trabajo doméstico está desvalorizado, es invisible y, en con-
secuencia, no deseable porque está vinculado a la cultura femenina y no exis-
te para la cultura masculina. Hoy, por tanto, la división sexual del trabajo to-
ma la forma de desvalorización de lo que es culturalmente femenino, ya sean
tareas, profesiones, valores o comportamientos.'
Las mujeres nos hemos incorporado a una escena de la producción que, en las
sociedades industriales, ha sido organizada de forma separada de lo domésti-
co y, por tanto, para un modelo de trabajador masculino. De ahí el malestar
cotidiano de las mujeres que trabajamos. Si bien el trabajo remunerado nos ha
permitido una mayor independencia económica, el compaginarlo con las ta-
reas domésticas y de cuidado ha empeorado nuestra calidad de vida. Una ma-
nifestación patente de este deterioro es el «hambre de tiempo» que experi-
menta la mayor parte de mujeres de nuestra época. La organización de los
tiempos de trabajo, de los horarios de las ciudades y del tiempo a lo largo de
la vida responde una vez más al modelo de trabajador masculino que necesita
la sociedad i»dustrial de los países del norte. Las mujeres trabajadoras sufren
la inadecuación permanente que supone tener que responder a las exigencias
que impone la organización predominante de los tiempos sin renunciar al
tiempo de cuidado.

Und organización del trabajo y del tiempo que contemple la complejidad del
sujeto femenino contemporáneo debería permitir un mayor autogobierno de

7. Ver Livia Turco, «Relazione introdudoria», en 11 tempo delle done, Forum promosso dalle
donnc comunislc, Roma, 1988.

22
los tiempos a lo largo de la vida de modo que se adecuasen a sus ritmos y ne-
cesidades. Esto supondría que hombres y mujeres valorasen los tiempos de la
maternidad, del cuidado, de los afectos, que hasta hoy se consideran tiempos
femeninos, sin olvidar los de formación, ocio y trabajo. Supondría, en reali-
dad, liberarse de los estereotipos masculinos y femeninos para llegar a una so-
cialización entre los sexos de todas las tareas necesarias para la super-
vivencia.'

También es necesario que las mujeres intervengamos en una redefinición de


las relaciones que han de existir entre las necesidades individuales, la organi-
zación de la producción y el marco natural limitado en el que satisfacer las
necesidades colectivas, para que el mundo de la producción se humanice , se
reconozca la cualificación del trabajo femenino y el trabajo tenga una auténti-
ca utilidad social sin infligir daños graves a la biosfera que nos sustenta. Sólo
así, nuestra incorporación al mundo laboral puede estar en armonía con nues-
tras aspiraciones emancipatorias.

Por lo que se refiere al comportamiento sexual de la población, la segunda


oleada del feminismo tuvo consecuencias perceptibles en nuestra cultura occi-
dental. Proclamó el deseo de placer y la voluntad de control del propio cuerpo
entre las mujeres, fomentó el uso de los anticonceptivos, planteó el derecho al
aborto y cuestionó la heterosexualidad como forma exclusiva de preferencia
sexual. Todo ello desencadenó importantes cambios en los comportamientos
colectivos que todavía hoy condicionan profundamente nuestras actitudes en
el ámbito de las relaciones sexuales. Se pusieron en cuestión muchos de los
esquemas que presidían las relaciones entre hombres y mujeres.

En una primera aproximación a lo que ha cambiado en las conductas social-


mente aceptadas, constatamos que las relaciones sexuales legitimadas han de-
jado de estar confinadas dentro de la institución matrimonial. La familia ha
dejado de ser el único marco en el que puede desenvolverse la vida sexual de
una persona. Las relaciones prentatrimoniales, el reconocimiento, incluso a
efectos jurídicos, de las parejas de hecho, la tolerancia represiva de la homo-
sexualidad, forman parte en gran medida de la cultura de nuestra época.

Pero además, en cierto modo, la naturaleza de las relaciones sexuales ha cam-


biado. Se ha desvinculado la sexualidad de la procreación. Esto ha supuesto la
posibilidad de considerar las relaciones sexuales como relaciones de placer y
de comunicación. Las mujeres hemos empezado a reflexionar sobre la propia
sexualidad y el deseo propio, y con ello hemos sentado las bases para una se-

8. Ver el apartado bibliográfico sobre «Trabajo y tiempos de vida» que aparece al final de este
artículo.

23
xualidad autónoma de las mujeres como seres no definidos por nuestro desti-
no biológico ni por nuestro papel de «complementarias» del hombre. La sepa-
ración de la sexualidad y de la reproducción ha hecho posible también el
planteamiento de una maternidad asumida y responsable. La maternidad co-
mo proyecto y no como destino, ligado a otras circunstancias como la incor-
poración de las mujeres a diversos ámbitos profesionales, cobra un significa-
do distinto en la vida de las mujeres. El tiempo que se dedica a la maternidad
es menor, pero quizás más intenso.

Sin embargo, si las transformaciones en los comportamientos sexuales son


evidentes, también lo son sus límites. La mayor permisividad en el terreno de
la sexualidad no ha supuesto un cambio en profundidad de la misma. La se-
xualidad sigue teniendo unas características básicas que podemos calificar de
masculinas. La masculinización de la sexualidad tiene que ver con el consu-
mo de sexo, con el sexo como medio para fomentar el consumo de masas
convirtiéndolo al mismo tiempo en sexo consumista, como podemos contem-
plar reiteradamente en los medios publicitarios. Y como todo consumo, está
constreñida por unas formas compulsivas cuyo resultado es un bajo nivel de
erotismo y un elevado nivel de genitalidad, una gran pobreza de comunica-
ción verbal y corporal. De ahi que si la sexualidad no se ve como un acto de
consumo se aparta del modelo propuesto por el discurso público universal.
El hecho de que la ciencia permita hoy separar la sexualidad de la procreación
no significa ni que todas las mujeres tengan acceso a los anticonceptivos ni
que los métodos actualmente más difundidos sean los que mejor responden a
las necesidades de las mujeres. De la misma manera que tampoco significa
que se haya conseguido una verdadera libertad para las mujeres a la hora de
decidir tener, o no tener, hijos. El ejercicio de la maternidad se encuentra con
sucesivas y a veces insalvables trabas impuestas por la estructura de las socie-
dades modernas, su relación con el trabajo, los tiempos de vida ... Resolver
cada una de estas dificultades se plantea como un acto concerniente sólo a lo
privado, a la mujer que ha de afrontar y solventar -si decide ser madre- todas
las trabas de la dinámica de una sociedad que no asume en su seno ni facilita
en su funcionamiento el ejercicio de la maternidad y que, paradójicamente,
tampoco valora la opción de la no procreación. Todo ello acaba convirtiéndo-
se en obstáculos que merman significativamente la libertad de las mujeres pa-
ra decidir y para apropiarse realmente de sus cuerpos.
Darle una dimensión social a la experiencia del cuerpo significaría respetar
la autonomía de cada mujer para decidir sobre su propio cuerpo. Para lo cual
la anticoncepción debería ser un conocimiento en manos de las mujeres, que
no las agreda y que no pase necesariamente por su cuerpo; el aborto una deci-
sión libre; la maternidad además de una elección individual responsable, una

24
responsabilidad social. En la relación privada entre los sexos esta dimensión
supondría sacar de la marginalidad los tiempos y los espacios dedicados a las
relaciones sexuales; diversificar las relaciones interpersonales dando cabida a
la comunicación , los afectos, el erotismo.. .todo lo que conlleva la sexualidad,
sin separarlos en compartimentos estancos; aprender a reconocernos y a afir-
marnos en las vivencias diversas y plurales de la sexualidad.
Dejar aflorar nuestro deseo en lo que se refiere a las formas de relación se-
xual, los métodos de anticoncepción, la maternidad, la no procreación, la rela-
ción con nuestro propio cuerpo es caminar hacia una autodeterminación del
sujeto mujer con respecto a la sexualidad.'
En el campo de la política, desde principios de siglo se ha reconocido, en la
mayoría de los países democráticos, el derecho de las mujeres al voto. Tam-
bién, progresivamente, se han ido reformando las leyes hasta llegar a una si-
tuación que podemos calificar de igualdad jurídica. Incluso en algunos casos
se aplican medidas de discriminación positiva, como por ejemplo el sistema
de cuotas, para favorecer la participación política de las mujeres. Aparente-
mente no existen ya barreras para que las mujeres ejerzamos nuestra ciudada-
nía. Aunque no podemos olvidar la existencia de numerosas normas menores
(en el Código Civil, las sucesiones. p.c.) en las que la mujer sigue «tutelada y
minorizada»; normas administrativas y de la seguridad social que todavía
consagran el trabajo doméstico como exclusivamente femenino. Y sabemos
además que la interpretación de las normas permite interpretaciones jurídicas
sexistas, como una y otra vez ocurre en las sentencias judiciales.
De todos modos, el problema de la participación política en los sistemas de-
mocráticos occidentales trasciende el reconocimiento de una serie de dere-
chos para las poblaciones. Una gran parte de la sociedad se siente hoy ajena a
la cultura política dominante y sus formas de representación. La concentra-
ción de los centros de poder, la mundialización de los procesos de producción
y de toma de decisiones hacen que cada vez sea más difícil encontrar meca-
nismos de pa rt icipación que permitan ser parte activa en la configuración de
un modo de organización colectivo. Esta situación adquiere para las mujeres
una dimensión particular y extrema. Son pocas las mujeres que ocupan pues-
tos de poder, de representación o de decisión. La discriminación sutil actúa a
la hora de escoger y nombrar a mujeres para puestos públicos o decisorios,
pero también podríamos decir que en muchos casos las mujeres no quieren
ocuparlos. Porque acceder a ellos les representa costes personales de malestar
y de renuncia. Porque la actuación en estos puestos está definida en paräme-

9. Sobre el tema de la sexualidad y la maternidad ver Claudia Mancina, inTempi e percorsi nella
scssualità e nena procreazionev, to ll lempo delle donne,op. cit., y también la Carta Itinerante, Da-
lle darme la forza delle donne, documento de la Sczionc Fcmminile Nazionalc del PCI, 1987.

25
tros masculinos que suponen, por una parte, una dedicación total que es posi-
ble sólo si otras realizan las tareas de cuidado y domesticas; y por otra, incor-
pora unas reglas de juego que no han sido pensadas ni establecidas por las
mujeres. Las mujeres, como género, estamos excluidas de esta definición de
la política y, por tanto, nos sentimos ajenas a la esfera de lo político.
La igualdad de derechos —siendo imprescidible— nos da una presencia limita-
da y sólo nos permite pequeñas parcelas de poder a través de la homologación
con el mundo masculino. La mera igualdad jurídica no modifica la situación
de las mujeres en el sentido de presencia y fuerza.
La cultura política que sustenta los sistemas de democracia representativa ha
negado la existencia de uno de los dos sexos que conforman la especie huma-
na amparándose en un concepto de ciudadano neutro. No reconoce una igual-
dad que contemple la diferencia de los sexos. La igualdad de derechos se ma-
terializa en este concepto de ciudadano neutro que se identifica con la «figura
dominante de la subjetividad del ciudadano-varón-propietario» que además
acostumbra a ser blanco.' Frente a esta universalización del concepto de ciu-
dadano, que intenta englobar de forma uniforme a todos los sujetos, nosotras
afirmamos que existe una diversiOad de sujetos colectivos —según la clase, ra-
za,...— todos ellos atravesados por una diferencia fundamental, constituyente
de la especie humana, que es la existe»cia de dos sexos y con ello una subjeti-
vidad masculina y otra subjetividad femenina." Subjetividades colectivas
fundamentadas en experiencias de género que son diferentes y deben actuar
en un doble plano: en el seno de cada género y entre los dos géneros. Debe-
mos reformular, pues, el concepto de igualdad de modo que ésta se construya
a partir de las diferencias, y que las diferencias no sean motivo de de-
sigualdad.'
10. Maria Luisa Boccia,«Identidad sexual y formas de la política» traducción mecanografiada en
la que no consta la procedencia del original italiano. En este mismo artículo, Maria Luisa Boccia
hace una crítica del concepto de igualdad en los siguientes términos: «El contenido esencial de /a
crítica feminista es , en efecto, que el principio de igualdad no da cuenta del dominio de un sexo
sobre otro ni de cómo este dominio ha condicionado la constitución tanto de las instituciones y re-
glas políticas como dcl sujeto protagonista de estas», por eso reivindica la búsqueda de la igualdad
«...luchando por la visibilidad, cl reconocimiento, la afirmación de ser mujeres, es decir, diferen-
tes».
11. Sobre la crítica al concepto universal de ciudadano a partir de la idea de la diferencia sexual
ver Claudia Mancina, «Differenza sessuale c rappresentanza», op. cit., traducción publicada en es-
te número.
12. La idea motor es la de una igualdad compleja.«Compleja porque asume la dimensión de la
diferencia , no sólo como una cualidad empírica, sino también como una posición asimétrica entre
los sujetos . En este sentido, la igualdad es el efecto de una relación, donde la identidad no es redu-
cible a una medida común; y la relación entre diferencia e igualdad no se puede resolver en la dis-
tinción lógica entre particular y general». M.L. Boccia, «L'eguaglianza impermeabile»,citado por
Ana Rubio en «El feminismo de la diferencia: los argumentos de una igualdad compleja», Revista
de Estudios Políticas, n.70, 1990.

26
Hacer posible la participación política de la mujer significa elaborar y hacer
crecer una nueva lógica de funcionamiento político que cuestione radicalmen-
te contenidos y formas de representación, de tal manera que se dé cabida a la
expresión de las diferentes subjetividades.
Es necesaria una nueva concepción política entroncada con las necesidades
humanas, en la que lo llamado privado sea importante para la colectividad,
sea, en definitiva político, porque político es elaborar propuestas encaminadas
a aliviar las incomodidades de la vida cotidiana sobre la que tanto han refle-
xionado las mujeres por su peculiar experiencia de vida. Esto comporta reco-
nocer a las mujeres como un sujeto genérico político y consciente y también
hacer de la política una actividad conectada con la población, sustentada en
ella , en sus opiniones y en sus necesidades y no a la inversa, es decir, hacer a
los individuos dependientes de las decisiones políticas."
Nuestra contribución a unas formas de representación diferentes pasa en pri-
mer lugar por hacernos visibles como sexo con una práctica incordiante para
una política que hasta ahora ignora nuestra subjetividad» Una práctica de
mujeres autónoma y horizontal en la que exista un intercambio transversal,
como mujeres, más allá de la filiación política y de la diversidad de trayecto-
rias.' Una practica que abarque el autoconocimiento, el debate y los proyec-
tos de mujeres; que combine la investigación, la re fl exión crítica y la activi-
dad transformadora; que no eluda la confrontació» en la escena política de las
instituciones, los partidos y los movimientos sociales.

III

Hasta aquí hemos intentado recoger y valorar críticamente algunos de los


cambios que consideramos mas relevantes en la experiencia de las mujeres en
las postrimerías del siglo XX. Este proceso de cambios está configurando la

13. Ver Sheila Rowbottham: «Mujeres y estado. Una experiencia basada en el Greater London
Council como guía para la acción y la estrategia futuras», en Judith Astclarra, Participación políti-
ca de las mujeres en España, Siglo XXI, Madrid 1990.
14. La idea de una práctica incordiante nos la ha sugerido cl siguiente párrafo de Livia Turco:
«Por ello nosotras mujeres comunistas proponemos a las mujeres una alianza para superar an desa-
fío: establecer una relación nueva entre nuestra vida y la política; logra que nuestra vida "invada"
las instituciones de la política, los gobiernos y partidos que la componen, y que se convierta para
ellos en un "asunto incordiante" y las obligue a 'tropezar" con ella.» Dalle donne ¡ajorca delle
donare, op. cit.
15. Una experiencia dc transvcrsalidad es la práctica de las mujeres de todos los Partidos Políti-
cos representados en el l'arlamento Italiano en la presentación de la propuesta de ley contra la vio-
lencia sexual, en la batalla contra la ley financiera y en las iniciativas por la paz y la solidaridad
internacionales. Una reflexión sobre esta experiencia se encuentra en Ersilia Salvato:411 terno° de-
lle donan nella rappresentanza co!! tempo delle donar, op. cit.

27
reformulación de la identidad de género, una readecuación de la relación en-
tre los sexos y un nuevo discurso legitimador de lo femenino y lo masculino
en nuestra sociedad.

La ambigüedad de la situación da lugar, por lo menos, a dos tendencias per-


ceptibles. Por un lado la asunción por un sector de mujeres de la tradición cul-
tural masculina y por otro la existencia de espacios de autoconstrucción feme-
nina, críticos con el conjunto simbólico de valores masculinos. Esta doble
tendencia está presente en las mujeres como sujeto colectivo y en cada una de
nosotras.

Creemos, sin embargo, que la inercia predominante lleva a consolidar una vez
más la subaltemidad de las mujeres de forma adecuada a los cambios sociales
y a los tiempos presentes; presentándola paradójicamente bajo el prototipo de
mujer «emancipada». Una mujer que incorpora algunos de los rasgos de la
identidad masculina para acceder a la esfera pública, preservando, sin embar-
go, su función de cuerpo sexuado colonizado simbólica y físicamente. Una
«emancipación» que no transgrede los límites de la estratificación sexual.

Pero esta duplicidad hace también posible una gran variedad de recorridos en
la vida de las mujeres, una experimentación múltiple que favorece la diversi-
dad en la construcción del sujeto mujer. Las mujeres hemos dejado de tener
un solo destino, aunque se nos siga percibiendo como idénticas, 16 y nos reco-
nocemos diversas en la opresión y su análisis, en los grados de identificación
con el género, en los modos de alejarse de él, en las percepciones y los pro-
yectos de nosotras mismas como mujeres." Pero la posibilidad de opción in-
dividual no supone una libertad de opción para cada una de nosotras ni una
liberación corno colectivo. Urge ampliar la experiencia que nos proporciona
la diversidad de recorridos manteniendo la conciencia crítica alerta para hacer
frente a los mecanismos de reproducción de nuestra subalternidad.

Estamos convencidas de que sólo desde la lucidez con respecto a la compleji-


dad de esta ambigüedad podremos afrontar críticamente nuestra situación y
decidir en qué dirección queremos avanzar. Para ello, nos parece útil adoptar

16. La idea de las mujeres como idénticas la tomamos de Celia Amorós que contrapone lo que
ella denomina el Y espacio de los iguales» con el« espacio dc las identicas». «Es decir, el espacio,
no de las pares, porque no tenemos nada que distribuir, sino cl espacio dc las equivalentes cola
impotencia.» Celia Amorós, Mujeres, feminismo y poder, Forum de política Feminista, 1988.
17. Sobre la importancia de valorar las diferencias que existen sobre las mujeres ver Libreria de-
lle donar di Milano, Non credere di acere dei di,itlt, Rosemberg i Sellier, Tocino, 1987. Traduc-
ción castellana: No Creas Tener Derechos, Cuadernos Inacabados, n. 10, ed. Horas y Horas, Ma-
drid, 1991.

28
una perspectiva desde la cual reconocernos como uno de los dos sexos de la
especie humana. Expresar la existencia de una subjetividad femenina contra-
puesta a la «subjetividad» masculina, que se nos presenta como supuesta ob-
jetividad, y reivindicarla frente a la búsqueda de identidad con los varones.
Cuestionar el concepto de igualdad diseñado por los hombres, afirmando que
la igualdad no es un concepto neutro. La igualdad exige el reconocimiento de
las diferencias y entre ellas de la diferencia sexual.

Partir de la diferencia sexual significa para nosotras rechazar la adhesión a un


modelo de feminidad y reconocemos a partir de nuestra experiencia. Esto sólo
lo podemos conseguir con una práctica de relación entre mujeres que nos sir-
va de mediación entre nuestro deseo y el mundo. Nuestra medida en la rela-
ción con el mundo no debe cotejarse con el simbólico masculino, tiene que
ser una medida femenina. Y desde ella repensar los modelos de vida y de
trabajo dominantes y transformar las relaciones de poder que se han construi-
do sobre la diferencia considerada como inferioridad. Conquistar una autono-
mía de funcionamiento y unos espacios de reflexión propios. Construir un dis-
curso y un proyecto de alcance social que contemple la dualidad de los sexos.
Todo ello para empezar a pensar desde las mujeres para toda la sociedad y
transformar nuestra reflexión en propuesta política.

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fit

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32
Reflexiones sobre el movimiento feminista
de los años 80-90

El feminismo en España empieza a tomar fuerza en los años setenta.


Desde entonces hasta ahora se ha recorrido un largo camino. Hemos
querido recoger aquí una valoración del movimiento feminista en es-
tos años, su situación actual y sus perspectivas de futuro. Y hemos
querido que esta valoración se hiciera desde de la diversidad de opcio-
nes y planteamientos que coexisten en el interior de dicho movimiento
en Barcelona. Para ello hemos elaborado y enviado este cuestionario
a distintas mujeres que han estado presentes en el movimiento femi-
nista en todos estos años: Montserrat Cervera, feminista y militante de
Revolta, María Morón, feminista independiente,' Carmela Pérez, fe-
minista independiente, M. Jesús Pinto, feminista y militante de Revol-
ta que trabaja en el ámbito de CCOO, y las mujeres del Grup de Do-
nes Feministes de Cerdanyola «El Safareig» que funciona como tal
desde 1976.

1. A finales de los 70 hubo un auge para las mujeres y a pesar de la di-


del movimiento feminista que se versidad teníamos muchos puntos
concreta en las Jornadas de Madrid que nos unían. Partíamos del cues-
del 75y las de Barcelona del 76. En tionamiento del destino natural de
estas jornadas se produjo el encuen- la mujer a la reproducción de la es-
tro y coordinación de mujeres muy pecie, predestinada a las tareas do-
diversas en torno a unos objetivos mésticas y a la exclusión de lo so-
comunes, aunque estos fueran míni- cial. «La mujer no nace, sino que se
mos, así como la irrupción del movi- hace» estaba presente en nuestros
miento feminista en la sociedad es- objetivos. La lucha contra las leyes
pañola. Desde este punto álgido discriminatorias iba acompañada
¿cita l es el camino recorrido por el de la autoconciencia y autoestima
movimiento feminista?. de las mujeres. No planteábamos
ser igual a los hombres sino tener
Montserrat Cervera. Partíamos de todos los derechos que nos perte-
40 años de negación de derechos necían como personas, reafirmando

1. Han colaborado con María Morón en la contestación del cuestionario Roser Carece y Pi-
lar Mercdiz.

33
al mismo tiempo nuestra propia El movimiento feminista indepen-
identidad como mujeres y la necesi- diente va definiendo sus objetivos y
dad de autoorganizarnos como mo- estrategias a partir de un discurso
vimiento específico. propio aunque no unitario, por ser
una tendencia que engloba a muje-
Desde el 75 hemos andado mucho res de procedencias muy distintas.
camino, lo esencial es haber conse- Entre los diferentes análisis hay
guido que miles de mujeres se re- uno que deviene con más fuerza y
conocieran a sí mismas con nuestro tiene mayor aceptación entre las
movimiento, aumentaran su autoes- mujeres y que se denomina de la
tima y tomaran fuerzas para luchar diferencia. Este discurso entiende
para ellas mismas. Muchos de los que la lucha por la desaparición de
temas que planteábamos se han re- las desigualdades sociales y econó-
conocido parcialmente (adulterio, micas no es suficiente para abolir el
divorcio, derecho al trabajo, sexua- sistema patriarcal.
lidad libre, aborto...). Ha cambiado
la vida de las mujeres y todas estas Su voluntad política es global y el
conquistas son en parte conquistas punto de partida la transformación
que se consideran legítimas y que personal. Comparten en pequeños
han calado profundamente en la grupos las experiencias personales
sociedad, penetrando en las institu- de su opresión, explotación y dis-
ciones, movimientos sociales.... El criminación, en un intento de en-
movimiento feminista ha consegui- contrar dónde se origina la división
do organizar a muchas mujeres y sexual. Reivindican el derecho a
ser un punto de referencia para conocer su propia historia, lo cual
muchas más. comporta una denuncia de la inter-
pretación androcéntrica del mun-
María Morón. En las Jornadas de do, de sus valores y sus paradigmas
Granada (1979) se ponen de relieve universales donde ellas no han sido
dos discursos, que se habían ido tenidas en cuenta, y reclaman su
gestando en los años anteriores, y participación en la construcción del
que definen objetivos y estrategias conocimiento, ya que Oste ha de ser
diferenciadas: feminismo de la elaborado y teorizado a partir de la
igualdad, postulado por las mujeres vivencia personal. Este planteami-
militantes de partidos, y feminismo neto llevará a la consideración de
de la diferencia, defendido por mu- que «LO PERSONAL ES POLITICO» y
jeres que están al margen de éstos. la discrimicación sexual el factor
En el año 80 tienen lugar en Barce- común a todas las mujeres.
lona las Primeras Jornadas Inde-
pendientes que, a partir de enton- En el movimiento feminista inde-
ces, tendrían una continuidad anual pendiente hay mujeres que renun-
hasta el año 86 en Ciudad Real. cian a los partidos una vez se dan

34
cuenta que éstos no recogen ni va- Gozamos de un amplio consenso
loran la problemática que les afec- pasivo, pero no conseguimos que
ta; otras nunca habían formado las ideas feministas se plasmen en
parte de organizaciones políticas, ninguna actividad.
por considerar que éstas son pa-
triarcales y productoras/reproduc- Por otra parte, el movimiento femi-
toras de las desigualdades entre nista se ve afectado por todos los
géneros. Por tanto, el feminismo in- acontecimientos históricos, y el
dependiente es también la búsque- descenso de las luchas de clase en
da de un nuevo modelo de organi- general. Aunque en nuestro país, a
zación frente a la jerarquización. diferencia de lo que sucede en el
Norte de Europa donde las muje-
A partir de esta valoración, han si- res «se han retirado de la calle» ha-
do muchas las mujeres que hoy se ce unos 10 años, el ímpetu de la lu-
sienten capaces de defender «su di- cha postfranquista por los derechos
ferencia» y exigir que ésta no sea de la mujer ha llegado hasta los 90.
causa de ningún tipo de discrimina- Las conquistas legales y las despe-
ción. nalizaciones ocuparon al movi-
miento, con participación de muje-
Carmela Pérez. Bien, yo creo que res de toda la izquierda, hasta el
lo que Ilamais «la irrupción del mo- triunfo electoral del PSOE del 82.
vimiento feminista en la sociedad A partir de entonces, el partido en
española» está ahora en un punto el poder inicia la integración de fe-
álgido. Las ideas feministas se minismo y feministas en su estruc-
aceptan, no sólo entre la izquierda, tura. Las mujeres de la izquierda
sino en una parte importante de los revolucionaria consiguen reunir
partidos pro-capitalistas. 3.000 mujeres en las II Jornades
Catalanes de la Dona de 1986; la
Sin embargo, la sociedad admite campaña para conseguir una ley de
con muchos reparos que este éxito despenalización del aborto digna se
esté directamente relacionado con Mica con el primer aborto de toda
el movimeinto feminista, con unas una serie, realizado por el movi-
mujeres comprometidas y a menu- miento en un franco desafío a la ley
do aún tachadas de radicales e his- y a las derechas.
téricas. Y la izquierda nos deja
existir. Las siguientes campañas fueron la
lucha por un local en Barcelona,
Así pues, el compromiso superficial que parecía que las instituciones
con las ideas del feminismo se con- por entonces tan «feministas» ten-
vierte en cortina de humo de la ine- drían que haber regalado; y la cam-
ficacia del movimie»to para organi- paña contra las agresiones a las
zar a un mayor número de mujeres. mujeres, a nivel estatal.

35
Resumiendo, el movimiento ha se- como escenario una situación de
guido irrumpiendo en el murmullo expansión de las luchas populares,
de los salones bienpensantes con la sino, en gran medida, un desánimo
estridencia de las reivindicaciones —más tarde se le llamó desencan-
que tanto molesta. Y hemos hecho to— de todos aquellos sectores más
muchas cosas. Hemos boicoteado radicales de los que formaba parte
el juego de la guerra, hemos traba- el movimiento feminista; desánimo
jado por una enseñanza no sexista, y desmoralización generales que se
por el derecho al trabajo denun- respiraban con respecto a la lucha
ciando el subempleo y la economía política, los partidos
sumergida. Hemos denunciado la
hipocresía de la moral sexual impe- Esta desmoralización contrasta, en
rante que estigmatiza opciones se- los primeros años, con el enorme
xuales lesbianas u homosexuales. entusiasmo que se despertó entre
En el camino Ka la Dona no ha- las feministas al descubrir las otras
ce más socias, algunos grupos desa- mujeres, al tiempo en que entre to-
parecen, más mujeres trabajan en
das se van desvelando las raíces
los congresos institucionales y ya no
profundas de la opresión femenina.
tenemos Agenda feminista!

M. Jesús Pinto. El nacimiento del El movimiento feminista del estado


actual movimiento feminista como español ha pasado, a lo largo de sus
tal movimiento organizado se pro- casi quince años de existencia, por
duce en los años 75/76. Es el mo- diversas etapas. Un primer momen-
mento del zenit y también del des- to de euforia y entusiasmo en el
censo de las importantes moviliza- que el gran y vital descubrimiento
ciones antifranquistas. La mayoría de lo que significaba la opresión de
de mujeres que alimentaron las pri- las mujeres se traduce en una enor-
meras organizaciones en ciudades me actividad creadora; otras etapas
y pueblos provenían de la lucha an- marcadas por situaciones de crisis y
tifranquista, de organizaciones de desorientación, que venían de la
izquierda, y especialmente de la iz- mano de las divisiones en el movi-
quierda radical. Aportaron una miento, debidas a la polémica so-
gran experiencia en la lucha políti- bre la relación del feminismo con el
ca y una gran preocupación por mundo mixto, de la mano también
desarrollar el carácter unitario del de la evolución de la izquierda so-
movimiento, por sumar el máximo cial que ya anunciaba la crisis ac-
de fuerzas en la lucha de liberación tual, y también de los propios cam-
de las mujeres. bios y evolución en la vidas de las
mujeres, así como por la aparición
El ascenso y posterior desarrollo de una política institucional dirigi-
del movimiento feminista no tiene da a las mujeres; hasta otros mo-

36
mentos de recuperación de la esta- ban en el poder y nuesta práctica
bilidad y el equilibrio. feminista entró en conflicto con las
mujeres socialistas. Pérdidas que
todavía hoy son dolorosas; ahora
A lo largo de estos periodos el mo-
pensamos que quizás con la expe-
vimiento feminista se ha ido conso-
riencia que hoy tenemos no habría
lidando y desarrollando. El grue-
sido lo mismo.
so de movimiento ha mantenido, en
lo fundamental, unas posiciones ra-
Durante los primeros seis o siete
dicales, tanto en su análisis de la
años, y una vez conseguidos los
opresión de las mujeres y en la
Centros de Planificación Familiar,
orientación dada a las luchas y
la ley del divorcio , un slogan con-
campañas públicas, como en sus
centró a todo el movimiento femi-
posiciones políticas más globales
nista: «por un aborto libre y gratui-
aunque, en muchas ocasiones, estas
to». Creemos que este fue el último
no fuesen explícitas.
grito multitudinario del movimiento
feminista. En los años 1983, 1984,
El Safareig. Un efecto inmediato 1985, aproximadamente, surgen es-
de las Jornades Catalanes de la Do- tudios relacionados con la pobla-
na fue la constitución de grupos de ción femenina (el de Cerdanyola, el
mujeres en muchas ciudades y ba- de Euskadi, del Instituto de la Mu-
rrios. Tras un primer momento más jer). Son estudios que, entre otros
introspectivo, muchos grupos aglu- méritos, denuncian y exigen cam-
tinaron esfuerzos en torno al tema bios en las estadísticas oficiales pa-
de los Centros de Planificación Fa- ra que sea posible aproximarse a la
miliar. En esta primera etapa era realidad socio-económica de las
importante el debate sobre la fami- mujeres y, por tanto, de la pobla-
lia, el amor libre, etc...; probable- ción en general. Es decir, no es po-
mente eran los últimos momentos sible realizar un estudio sociológico
del «hippismo». Hoy en día el reco- serio sin la categoría sexo.
nocimiento de los derechos de las
mujeres tiene un público mucho En estos años se celebran unas im-
más amplio, pero hay temas como portantes Jornadas en Madrid, que
estos que han quedado silenciados. hacen referencia a las mujeres y los
Tal vez sea el precio por el «presti- servicios sociales. Es la epoca del
gio» del discurso feminista. Otro póster del Ayuntamiento de Barce-
punto de debate era la doble mili- lona con el slogan »Dona no ploris,
tancia. En nuestro grupo convivi- denuncia». Empiezan a integrarse
mos mujeres de distinta ideología dentro de los Servicios sociales las
(PSC, PSUC, CNT, independien- situaciones de marginación de las
tes) hasta aproximadammite el año mujeres como algo específico. De
1984, cuando los socialista ya esta- ahí surgirán, años mas tarde, las

37
Casas de acogida y los servicios de contra las sentencias machistas, y
atención a mujeres. así con todos los temas viejos.... La
discriminación del lesbianismo con-
El año 1985 es importante. Cele- tinúa siendo un tema importante y
bramos los 10 años de movimiento silenciado, las luchas de solidaridad
feminista. Revisamos 10 años de C011 otras mujeres, etc...
historia y un tema central: «el dere-
cho al aborto». Después de la con- Tanto las luchas como los debates
secución de la miserable ley del expresan la diversidad entre las
aborto otro tema centra el esfuerzo mujeres. Los debates están menos
del movimiento feminista: las agre- mediatizados por la urgencia de
siones a las mujeres y el derecho a protegernos contra todas las discri-
un puesto de trabajo. Por nuestra minaciones y acabar con una con-
evolución como grupo hemos tra- signa o una campaña. Debates so-
bajado y reflexionado especialmen- bre sexualidad, qué sentimos y pen-
te sobre la participación de las mu- samos las mujeres descubriendo
jeres en el mundo laboral y la for- que nos gustan cosas distintas, han
mación ocupacional. Después de 15 enriquecido las reflexiones y hemos
años de movimiento feminista nos abordado temas como prostitución
parece que se está extendiendo con o pornografía desde otros ángulos.
fuerza entre nosotras la idea que es
preciso reflexionar colectivamente Debates sobre nuestra propia his-
sobre lo que estamos haciendo y toria, sobre la construcción de la
teorizar nuestra práctica cotidiana. subjetividad, sobre la guerra... O
debates mas parciales sobre salud y
menopausia... El binomio igualdad-
2. ¿Cuáles son los debates y las lu- diferencia se plantea de manera
chas que están presentes hoy en el nueva, abordando de entrada la di-
movimiento feminista? versidad entre las mujeres y reco-
nociéndola como algo positivo.
Montserrat Cervera. La mayoría
de las luchas se derivan de la dis- María Morón. El movimiento femi-
tancia que hay entre los derechos nista engloba diferentes tendencias
formales, legales y la vida real de que se materializan en diversas es-
las mujeres. A la hora de ejercer trategias y formas de actuación,
estos derechos ni son iguales para tanto a nivel individual como colec-
todas la mujeres ni son suficientes. tivo.
Continuamos con la reivindicación
del derecho al aborto, porque la A pesar de su corta vida, ha sido el
despe»alización y su aplicación no agente de transformación más im-
garantizan el derecho a decicir, portante e influyente en los cam-
contra las agresiones a las mujeres, bios de mentalidad y actitudes que

38
se observan en los últimos tiempos que haya discusión. Creo yo que
en la sociedad. Paralelamente a su creando un discurso vacío, que no
presencia en la calle para reivindi- se analiza y que no se aclara. Nece-
car divorcio, aborto, anticoncep- sitamos trabajar nuestro discurso
ción, libertad sexual, etc..., o de- ideológico, no repetir términos.
nunciar discriminación salarial,
agresiones, violaciones o sentencias En segundo lugar están las discu-
sexistas, el movimiento feminista siones organizativas entre las que
independiente dio especial impor- yo destacaría dos. Una, vieja ya, la
tancia a la puesta en común de vi- autonomía del movimiento respec-
vencias y experiencias personales. to a los partidos políticos de clase,
Ha mantenido una actividad per- o de los sindicatos. Esta suele sur-
manente de elaboración y análisis gir en torno a la organización de
en pequeños grupos de trabajo por actos o manifestaciones en los que
afinidades, temas específicos y pro- las mujeres con militancia en parti-
fesionales. dos plantean la posibilidad de la
asistencia a los mismos de todos sus
Una de las grandes aportaciones militantes. En el fondo de la polé-
del movimiento feminista en esta mica está el rechazo a partidos o
década ha sido el estudio de las re- sindicatos porque reproducen es-
laciones de género que permiten tructuras de opresión de las muje-
analizar y debatir temas que nos res. La segunda discusión impor-
preocupan como: racismo, autoes- tante, mas reciente, es en torno a la
tima, coeducación, nuevas tecnolo- colaboración con instituciones y
gías, salud, situación laboral, mu- partidos burgueses. La participa-
jer y medios de comunicación, ción, bien pagada a veces, en con-
etc...desde una perspectiva que ha- gresos de CiU, consejos asesores
ce posible detectar dónde se origi- del consistorio barcelonés y mu-
nan las desigualdades y cómo se chas otras han mantenido al movi-
construyen y valoran las diferen- mineto como tal, muy coherente en
cias. una posición reivindicativa.

Carmela Pérez. Hay tres ámbitos En tercer lugar, el movimiento se


diferenciados de discusión en el implica en todos aquellos ámbitos
movimiento feminista. Por una par- que afectan a la mujer, desde la
te aquellos aspectos de ideología maternidad y las nuevas tecnologías
del feminismo, en los que a partir reproductivas, hasta la potencia-
de términos como: sociedad pa- ción de las actividades artísticas,
triarcal, opresión de la mujer, roles pasando por la economía sumergi-
diferenciados, se establece una co- da o la situación de las mujeres en
municación automática y se está las prisiones. Sin embargo, las cam-
hablando en un lenguaje común, sin pañas principales han centrado la

39
actividad de las mujeres y han pola- pación ciudadana...) siguen tenien-
rizado el discurso y los esfuerzos. do la responsabilidad del «mundo
privado» (doméstico): La estructu-
M. Jesús Pinto. Las luchas que has- ración social del tiempo —bajo el
ta ahora se ha ido planteando el reloj masculino—, la falta de un
movimiento feminista vienen mar- tiempo propio, la distribución del
cadas por la problemática social de tiempo ligada a roles y responsabi-
las mujeres. La concreción de estas lidades, interfieren en la participa-
reivindicaciones ha variado induda- ción social-política y sindical de las
blemente en función de los cambios mujeres, y son la base de una pro-
producidos en la vida de las muje- blemática de gran actualidad.
res, consecuencia de las modifica-
ciones culturales y en materia legis- La lucha por el derecho al aborto
lativa. Las políticas de igualdad han está todavía vigente desde el mo-
tenido una incidencia en estos cam- mento en que la ley queda por de-
bios, si bien con claras limitaciones. trás de la realidad social.

El cuestionamiento de la división A pesar de los cambios consegui-


del trabajo en función del sexo y, dos en el reconocimiento público y
por tanto, la reivindicación del de- legal de la violencia machista como
recho al trabajo asalariado, ha sido un hecho de dimensión social im-
una lucha constante del movimien- portante, la aplicación e interpreta-
to feminista que ha tenido como ción de estas leyes siguen estando
consecuencia una mayor incorpora- con mucha frecuencia marcadas
ción de la mujer al mundo del tra- por el machismo. La lucha contra
bajo y avances en materia de legis- las agresiones sexuales a las muje-
lación laboral. Pero la situación es res toma más fuerza en la medida
que el trabajo precario es la reali- en que cada vez más mujeres se
dad laboral de muchísimas muje- animan a denunciarlas.
res, que seguimos estando discrimi-
nadas en el mundo laboral, conde- En los últimos años la aparición
nadas a las categorías inferiores y más numerosa de colectivos de les-
con desigualdades salariales res- bianas organizadas dentro del mo-
pecto a los hombres. vimiento feminista ha hecho que se
plantee con fuerza la lucha contra
Uno de los debates presente hoy en las discriminaciones que, en esta
el movimiento feminista viene de la sociedad, sufren los que tienen una
mano de esta problemática, aunque opción sexual homosexual.
la supera. Me refiero al problema
que sufren las mujeres que, a pesar Otros debates presentes hoy en el
de su incorporación al «mundo pú- movimiento feminista tienen que
blico» (trabajo asalariado, partici- ver con la necesidad de profundizar
mucho mas en algunas cuestiones haber un foro donde poder con-
que en un primer momento nos pa- trastar el trabajo particular.
recieron menos complejas, fruto tal
vez de una cierta unilateralidad o — Hay una necesidad de teorizar la
simplismo por nuestra parte. Te- práctica realizada como feministas
mas como pornografía, prostitución para construir una teoría que res-
y sexualidad nos han obligado a ponda a la experiencia de vida de
profundizar en el terreno de la éti- las mujeres y sea emancipatoria.
ca y a cuestionar cierta tendencia a
normativizar comportamientos.
3. ¿Que existe hoy de movimiento
Otro debate siempre presente se feminista organizado?
refiere a la aportación que el femi-
nismo hace o puede hacer para el Montserrat Cervera. Hay una gran
proyecto de emancipación social. variedad de colectivos organizados.
Para empezar, donde milito, la
El Safareig. El problema de recur- Coordinadora Feminista de Cata-
sos y poder mantener una indepen- lunya, que sigue funcionando desde
dencia político-administrativa. el 77 , y que reúne a más de 30 gru-
pos de mujeres. Desde entonces ha
—El acceso al poder. ¿Hay que ac- ido cambiando de mujeres y gru-
ceder al poder de los hombres para pos, pero sigue representando un
transformarlo desde dentro? (cuo- feminismo militante, activo y reivin-
tas por sexo). dicativo contra este tipo de socie-
dad. Agrupa mujeres de barrios, de
—La masculinidad de las relacio- pueblos, jóvenes, mujeres de las se-
nes sociales (las reflexiones sobre cretarías de los sindicatos, grupos
el «tiempo»). centrales de aborto, agresiones, les-
bianismo, antimilitarismo... Y for-
—Hay problemas de organización ma parte de la Coordinadora Esta-
en el movimiento feminista. Se hace tal (que agrupa a unos 200 grupos
muy difícil ensanchar los espacios de mujeres de todo el estado).
donde se puedan compartir las ex-
periencias particulares de cada Pero evidentemente existen otros
grupo. La via que antes teníamos colectivos de mujeres organizados:
era la Coordinadora, y actualmente grupos de estudio, centros de docu-
es una organización débil. A veces mentación y estudios para la mujer
pensamos que no pasa nada porque en la universidad, Centros de Mu-
no funcionen estructuras más am- jeres, las librerías, editoriales. Seria
plias que los propios grupos, pero, muy largo y motivo de un solo artí-
en el fondo, creemos que hay un culo explicitar toda la diversidad,
empobrecimiento del discurso al no tanto en Cataluña como en el con-

41
junto del Estado español. Cada guientes comisiones: Doan, Comis-
grupo tiene un nivel de ritmos y ac- sió pel dret a l'avortament, Comis-
tividad diversos que puntualmente sió anti-agressions, Dona y Salut,
pueden encontrarse. L'Eix Violeta, Comissió del Local,
Comissió de Butlletí, Comissió de
María Monín. Si la existencia del dones lesbianes feministes (y hasta
movimiento feminista ha de ser va- hace poco, l'Assemblea d'Indepen-
lorada a partir de una presencia dents i d'Ensenyament, La Sal).
masiva en la calle o en grupos per-
manentes y amplios, es obvio que También querría citar al Partido
éste ha perdido peso. Sc diría que Feminista, que fue vetado del movi-
está en un momento de impasse. miento a raíz de su posición en la
En cambio, la realidad es que el campaña para la despenalización
movimiento se manifiesta en pe- del aborto, y el grupo de las Ama-
queñas dosis eficaces a través de zonas, que rechaza la doble mili-
grupos de mujeres que trabajan, in- tancia y la preponderancia de las
vestigan, estudian, se reúnen y ac- mujeres de partido dentro de la
tuan ante objetivos concretos co- Coordinadora, y a menudo no asu-
nectados con una problemática me ciertas reivindicaciones ni se su-
puntual. Esta forma de manifestar- ma a las campañas.
se carece de aparatosidad y es poco
visible, pero no por eso ha perdido M. Jesús Pinto. Una primera difi-
incidencia, y su influencia se hace cultad es determinar qué se entien-
patente cada vez mas en cualquier de por movimiento feminista orga-
ámbito público o privado, como nizado. El feminismo ha calado de
consecuencia del mayor grado de manera muy amplia entre las muje-
exigencia que las mujeres imponen. res y ha comportado diversas for-
mas de organización de las mismas,
Carmela Pérez. El grupo con ma- en función de sus intereses, campos
yor representatividad y mayor pre- de trabajo, ideología política, con-
sencia, en Cataluña, es la Coordi- dición social...
nadora de Grups de Dones de Ca-
talunya. Reúne a vocalías de barrio, Así, se pueden encontrar mujeres
grupos de pueblos y ciudades pe- intelectuales que hacen feminismo
queñas, mujeres de sindicatos o de desde centros de estudio de la mu-
empresas, mujeres jóvenes, hasta jer; mujeres que realizan una labor
completar una larga lista. Las reu- más asistencial, dependiendo mu-
niones se celebran en el local chas veces de las instituciones; mu-
del movimiento, Ka la Dona (Gran jeres que se agrupan para lanzar
Vía, 549), donde también se en- editoriales o librerías que recojan
cuentran cada semana grupos de la producción literaria hecha por
mujeres de Barcelona en las si- mujeres; mujeres que realizan una

42
labor feminista desde otras organi- de funcionar por un tiempo y
zaciones sociales, políticas y cultu- ahora, a raíz de la Casa d'Acollida,
rales... Junto con ello quiero resal- vuelve a reunirse.
tar la existencia de grupos de muje-
res organizados de forma estable,
que se identifican con valores de iz- 4. En un momento determinado el
quierda confrontados con el mode- movimiento feminista se plantea la
lo imperante y que se agrupan en la necesidad urgente de abrirse a otros
Coordinadora Feminista de Cata- sectores de mujeres así como a otros
lunya. Mujeres que hacen labor sin- movimientos y corrientes de pensa-
dical, mediante las secretarías de la miento para salir de la «ghetización»
mujer de CCOO y USTEC; muje- y de esta forma ampliar perspectivas,
res que trabajan en el movimiento y replantear la visión del mundo des-
vecinal o ciudadano y en otros mo- de el feminismo. ¿Qué líneas de ac-
vimientos sociales (solidaridad, an- tuación política articulan o podrían
timilitarismo...) y con una extensión articular el movimiento feminista?.
variada por diversas comarcas del ¿Qué formas de organización favo-
pais. recerían el desarrollo de estas líneas
de actuación?.
El Safareig. Creemos que en el mo-
vimiento feminista tenemos proble- Montserrat Cervera. En general
mas de organización y que sufrimos creo que el movimiento feminista
con más fuerza la cuestión de la no ha tenido vocación de gheto, o
<Jaba de tiempo»; así, priorizamos por lo menos ésta ha sido algo muy
la estructura inmediata a por ejem- marginal. Desde el principio ha in-
plo la de coordinación. Probable- tentado ligarse, relacionarse con
mente estamos utilizando formas otros movimientos sociales (sindi-
de organización que no sabemos catos, asociaciones de vecinas/os),
definir como tales porque partimos ha buscado el apoyo de partidos y
de la idea de grupos de mujeres y entidades ciudadanas. Esta rela-
coordinadoras. En concreto y que ción ha sido a veces conflictiva y
conozcamos de movimiento femi- complicada, pero hemos mantenido
nista organizado tenemos: grupos esta orientación, por lo menos des-
de mujeres, profesionales ( mujeres de la Coordinadora que es lo que
abogadas, en la universidad,...), conozco mejor. Pero sí hemos
mujeres en los partidos políticos, constatado más dificultades, más
en los sindicatos, mujeres jóvenes aislamiento social, menos presencia
(L'Eix Violeta), mujeres por la paz, en la sociedad y más presencia del
mujeres lesbianas, comisiones (Co- feminismo institucional, necesidad
missió anti-agressions, pel dret a de abrirse más. Nos encontramos
l'avortament...), y coordinadoras. con la necesidad de articular un fe-
La Coordinadora del Valles dejó minismo que combine la reflexión

43
con la práctica reivindicativa. Re- movimientos sociales a pesar de las
flexión con todas las mujeres inte- contradicciones que con frecuencia
resadas en ello, de otros movimien- les supone. Las feministas desean
tos y grupos de mujeres, para encontrar un modelo de articula-
avanzar a nivel teórico en la cons- ción que no sea estático. Para que
trucción de un sujeto social no an- ello sea posible se ha de iniciar en
drógino, donde las mujeres final- el interior de los colectivos alterna-
mente existamos. Un feminismo tivos, organizaciones sociales, parti-
reivindicativo y militante capaz de dos políticos, etc..., una reflexión
defender los derechos de las muje- interna y personal sobre el sistema
res en toda su diversidad. de relaciones que se derivan del
sistema patriarcal en el cual todas y
A nivel organizativo deberíamos
todos estamos inmersos. Es decir,
buscar espacios comunes para de-
un trabajo de autoconciencia que el
batir, intercambiar materiales y ar-
movimiento feminista viene hacien-
tículos, celebrar jornadas, acciones
políticas en torno a temas concre- do desde sus comienzos, e incorpo-
tos con mujeres de otros movimien- rar el sistema de relaciones de gé-
tos y del nuestro propio, y bus- nero en el análisis e interpretación
de la sociedad.
car la manera de darles audiencia
pública..
Carmela Pérez. Pregunta comple-
María Morón. El movimiento femi- jísima, para la que de nuevo nos
nista está desde sus inicios elabo- däis muy poco espacio. Partimos de
rando lineas y formas de actuación una situación política en la cual
que permitan incorporar su discur- muchas de las mujeres activas polí-
so al conjunto de la sociedad. Con- ticamente en la década de los 70 y
sideran absolutamente necesario e 80, y de los hombres, se han retira-
imprescindible para que el cambio do, y la gente joven en la univeris-
sea real que sus aportaciones sean dad no se politiza. Las razones son
asumidas por el resto de movimien- múltiples; para nuestra generación,
tos y así poder establecer colabora- existen razones políticas y razones
ciones y trabajar conjuntamente. El prácticas: las mujeres en muchos
movimiento feminista ha sido pio- casos no tienen tiempo para una
nero en aportar formas de organi- actividad política que les implique
zación. Ha planteado debates y horas de reuniones, y acciones, y
problemas que posteriormente han por otra parte, las luchas están le-
sido asumidos por otros colecti- jos de muchos problemas estructu-
vos como ecologistas, antimilitaris- rales de sus vidas. Creo que la pola-
tas, etc. rización del trabajo del movimiento
que ha representado la estructura-
Las mujeres, a nivel individual o en ción de la actividad en torno a cam-
grupo, han formado parte de estos pa/11as monotemáticas ha tenido

44
consecuencias negativas y nos ha resto de organizaciones a apoyar el
impedido tener una mayor agilidad. 8 de marzo y las luchas feministas
Por otra parte, pienso que hace fal- específicas. Han aportado su pers-
ta volver a abordar los temas de pectiva, apoyando los planteamien-
reivindicaciones que afectan a to- tos generales y situando las reivin-
das las mujeres en la organización dicaciones propias. Al mismo tiem-
de sus vidas cotidianas: a nivel po han ido elaborando su propia
ideológico, reivindicación del valor ideología. Tiene mucho que ver con
del trabajo de las mujeres, siempre el esfuerzo del movimiento feminis-
considerado de segunda categoría y ta el hecho que las mismas secreta-
peor pagado; a nivel práctico, guar- rías de la mujer de los sindicatos
derías gratuitas, centros de planifi- hayan podido plantear debates y
cación, días pagados para cuidar cuestionar cosas que hasta hace po-
enfermos para padres y madres, co tiempo eran intocables. Las
posibilidad de medias jornadas la- transformaciones, aunque tímidas,
borales para padres y madres, etc... en el seno de estas organizaciones
deben mucho a la tenacidad del
También creo que un movimiento movimiento feminista y también a
que quiera ampliarse ha de estruc- la tozudería de las militantes femi-
turarse para llegar e involucrar a nistas sindicales.
mujeres con vidas «típicas», ha de
idear formas organizativas e infor- De forma paralela se ha mantenido
mativas ágiles y al alcance de mu- la necesidad de autonomía del mo-
cha más gente que la que dispone vimiento. A veces se ha confundido
de tardes y sábados libres. autonomía con «ghetizacián».

M. Jesús Pinto. El movimiento fe- En el movimiento feminista, las


minista ha expresado a lo largo de mujeres se descubren y descubren,
su existencia una inquietud hacia al mismo tiempo, a las otras muje-
otros movimientos. Las organiza- res como seres valiosos, como seres
ciones de mujeres están presentes y merecedores de estima, momento
participan en los principales movi- éste que resulta imprescindible pa-
mientos sociales. Su voluntad ha si- ra la rebelión de cualquier grupo,
do la colaboración y la confuencia. etnia, pueblo o clase oprimida que,
Han participado en movilizaciones precisamente por serio, han sido
contra la OTAN, contra el milita- despreciadas, hasta el punto que
rismo, en movimientos de solidari- esta valoración ajena ha tenido co-
dad internacionalista. Ha» apoyado mo consecuencia el autodesprecio
luchas sindicales, sus pancartas se propio.
han visto desplegadas en la huelga
general del 14-D, en los Primeros La sociedad y la situación de las
de Mayo. Y también han llamado al mujeres van variando y es preciso

45
profundizar todavía más en la di- tas es una vía que estamos siguien-
versidad de la situación de las mu- do algunas de nosotras, pero no te-
jeres, ajustar más las reivindicacio- nemos todavía la suficiente expe-
nes a su realidad. riencia para valorarla; otras compa-
ñeras están convencidas de que
Es imprescindible buscar redes or- este no es el camino. En resumen,
ganizativas amplias y abiertas que creemos que el feminismo ha de
permitan contrastar reflexiones y contar con el mayor número posi-
experiencias, redes que hagan posi- ble de voces defensoras, cuidando-
ble un trabajo en común con los di- nos del peligro de renunciar a las
versos grupos de mujeres. Sin sec- reivindicaciones más díficiles de
tarismos, desde la pluralidad, tanto asumir por la mayoría de las mu-
de ideas y proyectos como de las jeres.
fórmulas organizativas propias de
cada grupo. También es preciso se-
guir implicándose en todos los 5. ¿Qué dificultades encuentra hoy
otros sectores sociales... el movimiento feminista para consti-
tuirse en un movimiento social real-
El Safareig. Constatamos que des- mente contemporáneo, es decir, un
pués de 15 años los derechos para movimiento que recoja los proble-
las mujeres que defendíamos las fe- mas que hoy interesan a las mujeres
ministas soll, si no defendidos, sí y que tenga fuerza para incidir en un
considerados legítimos por muchas sentido transformador?
mujeres no feministas y por gran
parte de la sociedad. Creemos que Montserrat Cervera. Las dificulta-
es preciso mantener esta línea de des más grandes se derivan de la si-
actuación que comporta evidenciar tuación política, una época en que
las situaciones de desigualdad y los proyectos emancipatorios no es-
crear el estado de opinión favora- tán de moda. Una epoca de escep-
ble para cambiarlas. Este es uno de ticismo y perdida de perspectivas,
nuestros objetivos en los cursos de en la que se acentúa el individualis-
formación ocupacional. Esto com- mo y es más difícil la militancia
porta tener un espacio, unos recur- constante.
sos sólo para mujeres, para lo cual
hay posibilidades. Otra línea de in- Ha habido cambios en la situación
tervención es en espacios mixtos de las mujeres a nivel formal o le-
(mujeres y hombres): asociaciones gal. Esto camufla los problemas de
de vecinos, consejos municipales, fondo con un discurso «igualitario»
etc... De todas formas esta segunda que se propugna desde las institu-
opción a nosotras nos parece farra- ciones. Hay más marginación en los
gosa e inoperante. La participación medios de comunicación para el fe-
en partidos políticos como feminin- minismo como un proyecto trans-

46
formador. Hay más sensibilidad so- nista es vigente y contemporáneo y
cial acerca de las mujeres pero garantiza su continuidad en las ge-
queda la sensación de que la mayo- neraciones más jóvenes, quienes
ría de problemas ya están resuel- tienen el gran reto de continuar ha-
tos... Hay que acercarse a las ciendo el camino que aún queda
mujeres, a sus problemas reales, por andar.
formularlos, concretarlos y trans-
formarlos en acción política. Esto
es más dificil que antes. Pero tam- Carmela Pérez. i,Caal es el papel
bién es más necesario. Porque sin del movimiento feminista? ¿Plan-
la visión del feminismo cualquier tear contradicciones al gobierno en
proyecto de transformación no po- el poder? ¿Invertir esfuerzos en
dría reconocerse como tal. iniciativas concretas que serían de
hecho servicios que el sistema ten-
dría que ofrecer? ¿Apoyar casos
María Morón. La mayor dificultad concretos a partir de los cuales se
que tiene el movimiento feminista monte una lucha reivindicativa? El
para avanzar más y más rápidamen- capitalismo es muy sabio, y no tiene
te en el cambio, estriba en que has- prejuicios; funciona con la lógica
ta ahora ha tenido que concentrar del beneficio, y con la ideología de
sus energías en sacar a la luz toda las derechas como sistema de fre-
la problemática que rodea a la vida nado, en algunas ocasiones incluso
de las mujeres, y además lo ha teni- en contra de la lógica del beneficio,
do que hacer prácticamente en so- si sus valores quedan demasiado en
litario. El engaño que se produce entredicho.
de un estado de opinión generaliza-
do que niega la existencia de discri- Las dificultades del movimiento es-
minaciones, provoca un rechazo tán relacionadas con la imposibili-
hacia el movimiento feminista til- dad de tener éxito en muchas de las
dándolo de caduco. reivindicaciones por una de las dos
razones mencionadas, porque la
El discurso de la igualdad, vertido derecha es demasiado poderosa, o
desde las políticas institucionales, o porque lo que se pide es demasiado
los cambios legislativos que pro- caro.
mulgan leyes más justas y no discri-
minatorias, encubren el discurso de Y como para cualquier fuerza polí-
la diferencia. De hecho se han pro- tica, la capacidad de movilización
ducido cambios que han facilitado será lo único que moverá el siste-
la equiparación de los dos géneros, ma. El movimiento ha de poder in-
pero estos continua]) teniendo co- teresar a mucha más gente, no ofre-
mo referente hegemónico el mode- cer contrapartidas sólo a pequeños
lo masculino. El movimiento femi- sectores de mujeres; creo que de

47
momento sólo han obtenido gran Para las mujeres, además, llegar a
beneficio las mujeres burguesas entender su situación de oprimidas
profesionales. ¿Cómo hacerse más en tanto que genero requiere una
atractivo? Yo sola no tengo la res- introspección, una reflexión sobre
puesta, la hemos de pensar. lo que han sido sus vidas, también
en el terreno más íntimo, mas vi-
vencia]. Y eso exige un tiempo y
M. Jesús Pinto. El movimiento fe- unos caminos propios. No se llega a
minista está de plena actualidad. Su ser feminista sólo desde una refle-
proyecto emancipador ha transfor- xión política sobre el sistema social,
mado y atravesado otros proyectos. sino también a partir de las diversas
Es más, no podemos pensar en nin- opciones que las mujeres han ido
gún proyecto realmente emancipa- tomando en sus vidas, de las con-
dor en el que no esté presente, en- tradicciones que han ido surgiendo;
tre otros, el análisis feminista. de una comprensión de hasta qué
punto sus vidas han estado marca-
Sus problemas no están desligados das por la idea de la feminidad, que
de los problemas generales que tan enraizada está en las concien-
acompañan a otros movimientos cias de hombres y mujeres, de hasta
sociales. Parte de los problemas qué punto aquello que es «masculi-
tienen que ver con la pérdida de no» y lo que es «femenino» marcan
credibilidad de toda lucha por una las posibilidades vitales de las mu-
sociedad alternativa a la que vi- jeres y hombres en esta sociedad.
vimos. Vivimos una época dura. Pero te-
nemos que saber traducir en objeti-
Hay que articular una nueva cultu- vos de lucha, en reivindicaciones
ra transformadora de la izquierda. movilizadoras todo aquello que
Acercar sensibilidades sin subordi- constituye fuente de miseria, de in-
nar unos valores emancipatorios a satisfacción, de sufrimiento y de
otros, sin que haya unos de primer opresión de las mujeres en tanto
orden y otros de segundo. Alimen- que género subordinado. Debemos
tar una conciencia crítica frente al ser conscientes de la realidad di-
actual orden social. Vertebrar una versificada en el mundo de las mu-
ética y una resistencia en el actual jeres, que viven de manera muy di-
periodo de crisis. Saber encontrar, ferente su concepción social y hu-
en este tiempo de incertidumbre y mana, para poder recoger los
desesperación, una regeneración problemas y articular las reivindica-
imprescindible del espíritu trans- ciones de forma adecuada. La re-
formador. Para ello hace falta valor alidad es muy compleja: pensar y
intelectual y audacia para afrontar actuar sobre la misma, con volun-
hechos complicados y llenos de tad de transformarla, es nuestro
problemas. reto.

48
El Safareig. La primera respuesta «suficientemente feministas» y tie-
que tenemos es la falta de fondos nen presupuestos de miseria.
gestionados por mujeres del movi-
Otro elemento que dificulta la in-
miento feminista. Nosotras mismas
tervención transformadora del mo-
nos asustamos de esta respuesta,
vimiento feminista es la asimilación
pero realmente creemos que la fal-
distorsionada que hace el sistema
ta de recursos es un elemento im-
de las reivindicaciones de las femi-
portantísimo que dificulta la inter-
nistas en relación a las necesidades
vención del movimiento feminista
de las mujeres.
como movimiento social. Somos
conscientes de los problemas que Por lo que respecta a la relación
ha habido en el interior del movi- mujeres feministas-mujeres en ge-
miento cuando ha habido recursos neral, creemos que la distancia ha
(centros de planificación familiar, disminuido. A pesar de ello, desde
casas de acogida, formación ocupa- nuestra experiencia constatamos
cional...), pero valoramos que aun- una gran diferencia entre la par-
que se «pierdan» compañeras en ticipación de las mujeres en el Ca-
estos trayectos quedan los servicios sal, que es importante, y en el
para las mujeres en general. Es ob- Grupo de Mujeres, mucho mas re-
vio que muchos servicios 110 son ducida.
I Ins. JORNADES
DE
LIS DONES A (TRI)ANVOLA

Argumente
per ä
la mea
emancipació
15 anys
després.

15 i 16 Març 1991
EL SAFAREIG
Casal de Dones
Vinycs, 11 c - Tel 580 61 51
08290 CERDANYOLA

49
Diferencia sexual y representación n

CLAUDIA MANCINA

1. Pasquino senala con gran precisión en su ponencia el lugar en que la apa-


rición de un sujeto femenino en la escena política pone en cuestión la sobera-
nía.' Este lugar es el de la representación: de sus formas, de sus modos, de su
lógica general.

La acción de las mujeres se pone en relación a veces con las tendencias neo-
corporativas que surgen en esta fase de la democracia. Tratare de discutir esta
idea tomando también en consideración otro texto de Pasquino, incluido en el
libro 11 genere della rappresentanza, donde estos temas se tratan con más am-
plitud y también con cierto tono de provocación, pero de un modo estimulante
para la reflexión.'

Discutiré., por tanto, el concepto de representación de sexo o de género. La


expresión misma es en realidad un monstruo lingüístico.' Suscita dos objecio-
nes opuestas pero convergentes: la de Pasquino en el texto citado —es decir,
que se trata de una concepción de la representación como imagen especular—
y la igual y contraria, argüida por algunos sectores del feminismo, según la
cual no es posible representar el sexo.

La primera objeción se basa en la idea de que la representación no puede ni


debe ser entendida como imagen especular de un conjunto social o de una

1. Publicado originariamente cn Democracia e dista° (Roma), nov-dic. 1988. Traducción de J.R.


Cuprita.
2. G.Pasquino, Nuove sf/de alla savranità: chi se preso lo sceliro?, en el mismo número de De-
mocracia e dirino.
3. Cfr. G. Pasquino, La differenza sei rappresemare e nel governare, in M.L. Bocelo, I.Peretti
(editores), fi genere della rappresenianza, Mater/ab e uni, 10. pp. 156-166, suplemento de Demo-
cracia e dir-/so, n.1, 1988.
4. El problema es discutido por M.L. Boccia, en La ricerca della differenza, en M.L. Bocele, I.
Pere/ti (editores), op. cii., pp. 7-25, donde se propone una definición mejor: «representación se-
xuada».

51
parte de un conjunto social.' Se trata de un principio que comparto y sobre el
que volveré más adelante. Pero este principio ¿es aplicable a la representación
de sexo?

Entender la representación de sexo como una representación especular signi-


fica considerar a las mujeres como un grupo social, como una parle de la so-
ciedad. Pero las mujeres no salí una parte o un grupo social, ni siquiera el gru-
po que equivale a la mitad o a más de la mitad de la población. No son un
grupo social porque el ser de las mujeres —como el ser de los hombres— no es
definible en términos sociológicos o cuantitativos. Son un sexo: y debería ser
evidente que un sexo no es un grupo. Un sexo es una de las dos formas consti-
tutivas del ser humano. Este es el problema objeto del llamado pensamiento
de la diferencia;' en realidad se trata de un problema muy simple, que podría
ser expuesto de un modo llano y casi trivial. La dualidad de formas, este ser-
dos del ser humano, es considerado habitualmente como un hecho o como
una cualidad puramente empírica (biológica), inesencial desde un punto de
vista social, o simbólico, o espiritual. Considerado como no relevante para la
esencia humana en general ni para la esencia humana política en particular,
dado que ésta se ha constituido, en la época moderna, siguiendo un ideal de
igualdad y de anulación de todas las diferencias concretas en la figura abstrac-
ta del individuo ciudadano, sujeto de derechos y titular de la ciudadanía.

Pues bien: las mujeres que practican el pensamiento de la diferencia sexual


(sobre el que se basa, aunque no sea compartido por todas, el objetivo de la
representación de sexo) consideran que esta dualidad noca en absoluto ine-
sencial, sino que por el contrario atraviesa de un modo constitutivo y necesa-
rio la esencia humana. No es por consiguiente un dato empírico que pueda ser
tomado en consideración a veces y a veces puesto entre paréntesis. En parti-
cular, no se puede poner entre paréntesis en el caso de la representación polí-
tica. Este dualismo siempre ha sido eliminado de la consciencia humana y de
la razón política precisamente porque sobre él se ha constituido una domina-
ción más amplia —ya sea en sus zonas de ejercicio, ya en el tiempo— que cual-
quier otra dominación jamás vista en la historia humana. Con una diferencia
entre el mundo antiguo y el mundo moderno: que en aquél la exclusión de las
mujeres de la comunidad política quedaba sancionada y explícitamente funda-
mentada en su destino a una esfera distinta; así, en Aristóteles, para quien la

5. Véase sobre esto también G. Pasquino, Rappresentanza e decisione, co AA.VV., Rappresen.


lanza e democracia, al cuidado de G. Pasquino, Roma-Bari, 1988, pp. 29-62. Semejante definición
de la representación puede reconducirse nona concepción «alocativa» de la política, sobre la que
puede verse S. Veza, Una filosofia pubblka, Milano, 1986.
6. Vid. AA.VV., &Mima, pensiero della Ifferenza sessuale, Milano, 198.7.

52
mujer, privada de acceder a la vida política, es sin embargo senora de la casa.
Una separación clara fundamentada en la realidad de diferencias aceptadas y
sancionadas.

En el mundo moderno prevalece la igualdad, y por tanto el desconocimiento


formal de diferencias existentes y de una división en esferas que en gran parte
es todavía la de Aristóteles. El principio de igualdad entre los sexos, afirmado
primero por el personalismo cristiano y después por el individualismo bur-
gués, se realiza en la forma universal de la política incluso aunque para su re-
alización práctica todavía inicial haya que esperar a que las mujeres rompan
la división sexual de los papeles sociales y entren en masa en la vida social y
pública. Así se revela la contradicción, antes sólo latente, entre la forma de la
igualdad por Ull lado y la realidad no sólo de la diferencia sino de la desigual-
dad y del dominio de un sexo por otro. Aún hoy, cuando el problema, gracias
a la «feminización» de la sociedad, se pone de manifiesto ante todos, resulta
difícil ver esta realidad, muy material además de muy simbólica. Es difícil ver
que «el hombre» es un ser dual, esto es, que es hombre y mujer, y que, consi-
guientemente, todo el mundo tiene, o debería tener, no una sino dos raíces
esenciales.

He aquí toda la sustancia del concepto de diferencia sexual. Esto quiere decir
que no puede confundirse esta diferencia (como ocurre incluso entre quien
más dispuesto está a aceptarla) con otras. No es posible registrarla en un lista-
do pluralista como una de las diferencias que hay que tener en cuenta en la
forma moderna de la igualdad. Se trata de una diferencia que se sitúa en otro
plano, cualitativamente (quisiera decir «ontológicamente») distinto por com-
pleto de todas las demás, porque se trata de una diferencia constitutiva de la
esencia humana. Ni siquiera es comparable a la diferencia entre las razas, pre-
cisamente porque también en todas las razas existe esta diferencia. En
todas las razas hay hombres y mujeres y, cosa curiosa, siempre en la misma
relación.

La percepción de la diferencia sexual no es de hoy. Tiene ilustres precedentes,


sobre todo filosóficos. El idealismo alemán, con Schelling (seguido en esto
por Fichte y Hegel) ha destacado mucho la importancia de la diferenciación
sexual en la misma historia natural de los seres vivientes, considerándola co-
mo condición de la relación individuo-género. Según estos filósofos es preci-
samente la formación de individuos de distinto sexo lo que hace posible la
articulación del género en individuos y su permanencia a través de las genera-
ciones. El individuo siempre es pues sexuado. Pero este razonamiento es váli-
do en el ámbito de la filosofía de la naturaleza, y a lo sumo en el de la an-
tropo-psicología. En el plano espiritual, histórico-político por tanto, sigue

53
valiendo la forma superior del individuo abstracto y neutro, de la que es por-
tador el hombre real.

2. Por tanto cuando hablamos de representación de sexo no hablamos de un


grupo social, sino que nos referimos a la diferenciación esencial de la especie
humana. No hablamos de un grupo de presión o de interés, y por tanto no pen-
samos en una representación de tipo especular. De hecho la representación de
sexo no ha sido propuesta en nombre de los intereses de las mujeres; ello in-
cluso ha sido excluido explícitamente en el debate entre las mujeres sobre este
tema. Y no porque no haya intereses de las mujeres. Los hay, evidentemente,
y deben ser defendidos también en el parlamento; pero pueden ser defendidos
satisfactoriamente (al menos en teoría) también por hombres: por ejemplo,
por un partido que tenga un proyecto complejo de defensa de los intereses de
los grupos oprimidos. Y, ciertamente, no se puede negar que los partidos de la
izquierda han desempeñado en Italia esta función de defensa de los intereses y
de los derechos de las mujeres. Pero la representación de sexo no tiene por
fundamento la idea de los intereses de las mujeres. Lo tiene en la idea de la
exclusión de las mujeres, en la exclusión de la diferencia sexual y consiguien-
temente de la sexuación del individuo humano del ámbito teórico y práctico
de la política.

No por azar mientras que el grupo de presión (como destaca Pasquino') tiende
a adaptarse a los pliegues de la política existente e inclusos obtener de ella
todas las ventajas posibles, y consiguientemente no pone en cuestión las for-
mas de la política, en cambio la idea de la representación de sexo se basa jus-
tamente en una crítica radical de la forma de la representación. Esta última, en
nuestra tradición política y en la consciencia común, se percibe como una es-
tructura de universalidad. Funciona mediante universalidad y produce univer-
salidad. Se refiere a categorías universales, como «los ciudadanos», «el inte-
rés general» o «el pueblo».

Se ha dicho que hoy están en crisis la noción de pueblo y las vinculadas con
ella de interés general y de soberanía popular. Por mi parte considero que es-
tas nociones han sido siempre un mito, un potentísimo mito de la razón po-
lítica moderna, y que lo que hoy está en crisis es la fuerza y la capacidad pro-
ductiva de este mito, que es sustituido por otros (la gobernabilidad, la
eficiencia, etc.). En Marx había ya una desarticulación de este mito: es evi-
dente que la idea de un conflicto de clase destruye la pretensión universalista
del interés general y de la idea de «pueblo»,

7. Cfr. G. Pasq uino, La differenza nel rappresemare e nel governare, citado.

54
La crítica realizada por las mujeres a la forma universal de la política no es
semejante a la de Marx, pero de algún modo va en la misma dirección. Las
mujeres han denunciado que no hay «ciudadanos»; que tras los ciudadanos
están escondidas las ciudadanas; que ser ciudadanos o ciudadanas no es indi-
ferente; que no existe mecanismo alguno capaz de universalizar o neutralizar
esta diferencia. Que en realidad esta pretendida neutralización equivale (tanto
en sentido material como en sentido simbólico) a la exclusión de las mujeres.
Consiguientemente la forma universal de la política no funciona como neutra-
lización, pero es eficaz como función de un dominio: del dominio de los hom-
bres sobre las mujeres.
Esta pretendida neutralización produce en realidad, por tanto, una política
masculina; no en el sentido de que sólo exprese los intereses de los hombres,
sino en el sentido de que incluso cuando tiene en cuenta los intereses o el
punto de vista de las mujeres (cosa que ocurre en una sociedad democrática
avanzada) también perpetúa esta política la ubicación de las mujeres y de lo
femenino, y de la diferencia sexual por tanto, dentro de un universo no políti-
co. Ésta es hoy la cuestión principal. Ya no estamos frente a una imposibili-
dad de las mujeres de acceder a la política, pese a que las dificultades y las
lentitudes perduran, como demuestran las cifras.° Sin embargo, el problema
no lo constituyen las condiciones desfavorables, las dificultades ni los obstá-
culos concretos.
El núcleo de la cuestión planteada por la idea de la representación de sexo no
es éste, sino el problema de hacer entrar la realidad y la idea de la diferencia
sexual (con la distribución entre los sexos, que se ha producido a partir de esta
diferencia, de esferas enteras de la vida en sociedad) en la consciencia común
y en particular en la razón política. No sé decir con qué resultados. Bien sabe-
mos que lo que se cuestiona son los rasgos constituyentes de la «ciudadela de
la política»: su forma, su estructura, la lógica de su funcionamiento. No creo
que sepamos cómo cambiarla. Pero lo cierto es que la inclusión de la diferen-
cia sexual no podrá dejar de producir una transformación radical. No puede
dejar de mostrarse una profunda contradicción, una explosión, de algún mo-
do, en el momento en que las mujeres —y no salpicadamente, sino en gran nú-
mero, sin mimetizarse entre los hombres y con la idea de «representar» a su
sexo— entren en esa ciudadela. Por lo demás, la persistente resistencia a una
representación de las mujeres que tenga este carácter y este significado con-
firma que hay un umbral de incompatibilidad, un umbral respecto del cual la
representación de sexo es excedente respecto de las formas actuales de la po-
lítica.

8. Sobre los tiempos y los modos de acceso de las mujeres a las insitituciones políticas, vease L.
Balbo, «Rappresentanza c non rappresentanza», en AA.VV., Rappresenlanza e demacraba, cit.,
pp. 63-97.

55
Consiguientemente estamos buscando formas y contenidos de un proceso de
inscripción de la diferencia sexual en las estructuras de la representación. No
creo que hayamos encontrado ya una solución clara y definitiva. No obstante,
se ha identificado una línea de transmisión femenina de la representación, es-
to es, de la autorización que constituye al representante como tal, creando su
vínculo con el representado.' Esto no es separatismo ni lobbying; es una ma-
nera, ciertamente todavía parcial y con riesgos (entre los que se halla el de
funcionar realmente como un grupo de presión), de ejercer la subjetividad fe-
menina y de ordenar y conceptualizar esta sociedad femenina, la única que,
con su nueva realidad y con su fuerza, puede llevar este nuevo mundo al inte-
rior de las instituciones. Un mundo que ha existido siempre pero que sólo
ahora ha sido descubierto: el mundo de la diferencia sexual.

El punto inicial de la colisión, el punto inicial del conflicto, parece ser la for-
ma-partido. Proponer una representación de las mujeres no sólo se sobrepone
sino que incluso puede entrar en conflicto con la representación propuesta por
el partido. La forma-partido es por excelencia una forma de síntesis entre
componentes diversos: ¿cómo puede soportar el choque de un «componente»
que no se deja «sintetizar»? He aquí un problema que sólo puede quedar
abierto, y que también interviene en el proceso de reforma del partido de ma-
sas tradicional. Desde este punto de vista, efectivamente, el desafío planteado
por las mujeres se alinea junto a otros desafíos que hoy tiene que afrontar la
forma-partido, la forma predominante de la representación en nuestra expe-
riencia política.

3. Como decía al principio, algunos sectores del feminismo han formulado


una objeción igual y contraria a la representación de sexo,'' arguyendo que la
diferencia no se puede representar. Es igual y contraria porque de algún modo
comparte el prejuicio sociologista pese a negarlo: comparte la idea de que una
representación de este tipo sólo puede ser una representación sociológica, la
imagen refleja de una parte de la sociedad. Ahora bien: es muy cierto que la
diferencia no se representa según las formas clásicas y falsamente universalis-
tas de la representación política; a lo sumo, se pone en escena. De hecho se ha
hablado de representación, próximo a representar» En cualquier caso, no se

9, Cfr. A. Cavara°, «L'ordine dell'Uno non e l'ordine del dur», en!! genere della rappresentan-
ra,cit., pp.67-80.
10. Vid. las intervenciones contenidas en Sottosopra de junio de 1 987 en!! Manifesto de 4 de
junio de 1987. y

11. La autora usa el lenguaje en terminos no traductibles con exactitud. Texto italiano: Si par-
infatti di rappresentazione, accanto a rappresenionur. (N.d.T.)
lato

56
trata de entrar en la escena política tal cual es, sino de transformarla a partir
de la diferencia sexual. La cuestión está en hasta qué punto se considera im-
portante esta escena, hasta qué punto se considera importante que las mujeres
y su proyecto político se midan con las instituciones de la política tradicional.

Llegados aquí quisiera volver sobre el tema de la representación como reflejo


especular para señalar en qué estoy de acuerdo con Pasquino. Se trata también
del punto esencial para comprender qué quiere decir realmente representación
de sexo. Considero que la representación no es nunca reflejo especular, como
no sea en formas absolutamente marginales de la vida política. En realidad no
existe un sujeto social durmiente a la espera de un príncipe azul / partido polí-
tico capaz de despertarle.

Incluso cuando se habla de la «base social» de un partido se hace un discurso


muy aproximatorio, que puede ir en dirección equivocada. Un partido no se
define por su base social; si fuera así —por poner un ejemplo— los partidos co-
munistas italiano y francés seríais mucho más parecidos de lo que lo son. El
proyecto político es lo que crea la identidad de un partido y lo que dota de ser
a una base social constituyéndola en un sujeto. No hay sujeto preexistente a
un proyecto político. Me parece que ésta es la e»señanza de la tradición teóri-
co-política que va de Gramsci a Togliatti sobre el bloque histórico y sobre el
bloque social. Es ésta una aproximación general, válida no sólo para las muje-
res, pero que resulta particularmente útil para comprender la representación
de sexo. Desde este punto de vista, en realidad, queda claro que proponer a
las mujeres la representación de sexo no significa congregar un sujeto exis-
tente en sentido sociológico, para el cual, por lo demás, valdría la objeción de
que las muchas diferencias entre las mujeres impiden identificarlo como un
grupo homogéneo.

Lo que se propone con la representación de sexo es en realidad un proyecto


político a partir del cual las mujeres son identificadas como sujetos de un pro-
ceso: del proceso de transformación diseñado por el proyecto mismo.

La propuesta de las mujeres comunistas en las elecciones de 1987 de ampliar


la representación de las mujeres en el interior de la representación política te-
nía este significado. Debido a la novedad de la propuesta y a su contradicto-
riedad substancial con las formas tradicionales de la política ha habido equí-
vocos en el debate público. Destacar el aspecto de ampliación de la
democracia y de saneamiento de una injusticia de la política para con las mu-
jeres (aspecto ciertamente existente, pero que es secundario) ha fomentado el
equívoco sociologista. La representación de sexo tiene un sentido, como pro-
puesta política, en relación con el proyecto político expresado en la Carta de

57
las mujeres comunistas. En realidad se trata de un caso muy claro de propues-
ta electoral definida en relación con un proyecto político. Un proyecto de au-
tofundación de la subjetividad femenina, en el campo particular de la políti-
ca, que tiene mucho en común con otros proyectos de las mujeres, pero
también un aspecto específico, que viene dado por la relación con el partido
comunista. La Carta especifica un aspecto no secundario por el cual ese pro-
yecto de autofundación de la subjetividad femenina puede estar, aunque sea
con gran conflictividad y con problemas abiertos, en una relación vital con el
proyecto político del partido comunista, y especifica consiguientemente la po-
sibilidad de que estos dos proyectos avancen juntos un buen trecho.

La contradicción entre forma-partido y representación de sexo queda sin em-


bargo abierta. Debe permanecer abierta, para que se realice la posibilidad de
intercambio entre mujeres y partido; no se trata sólo de una alianza, sino jus-
tamente de intercambio de contenidos políticos y de formas políticas.

Me parece que éstos son los problemas planteados por la estrategia de las mu-
jeres comunistas y en particular por el lema de la representación de sexo.
Creo pues que se debe reconocer todo su peso a la solicitud de Pasquino de
que las mujeres se expresen sobre las cuestiones relativas a la reforma institu-
cional. No porque en éste como en otros problemas haya que expresar un
«punto de vista» de las mujeres. Sino porque efectivamente la esfera de la
transformación de las instituciones políticas es precisamente el lugar donde se
encuentran y se entrelazan, aunque sea del modo conflictivo y contradictorio
que hemos visto, los proyectos políticos de las mujeres del Pci.

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58
Hongos hobbesianos, setas venenosas
CELIA AMORÓS

Tuvimos ocasión de exponer no hace mucho ' la concepción de la política co-


mo un espacio iniciático y las implicaciones que esta poderosa simbólica tie-
ne con respecto al carácter particularmente problemático del acceso a ella de
las mujeres, así como en relación con las eventuales transformaciones que en
ese espacio pudiera introducir la presencia femenina. Permítasenos precisar
ante todo qué queremos decir al referirnos a la política como a un espacio ini-
ciático: en un sentido obvio y cotidiano, que se presenta y se autorrepresenta
corno un cometido cuyo desempeño cabal requiere especiales méritos, compe-
tencias y pericias que no están al alcalice de cualquiera. En la democracia re-
presentativa, si se considera al menos que es asunto de cualquiera —hasta de
las mujeres, tras las duras luchas por conseguir el derecho al voto— la elección
que va a legitimar en el jercicio del poder a esos «iniciados». Y que los elec-
tores delegan en ellos por un período establecido un poder que, en realidad,
sólo tienen en un sentido meramente abstracto y contrafäctico: en la medida
en que ellos mismos estuvieran organizados en grupos ejercerían (recordemos
que Foucault insistía en que el poder no es algo que se tiene, sino que se ejer-
ce) ese poder y no lo delegarían. Dicho de otro modo: no se transfiere el po-
der, sino la impotencia. Como lo afirmaba Sartre, el poder lo es siempre de
grupos lora en fusión: grupos en acción directa o asamblearios; juramenta-
dos, o reflexivamente estabilizados a través de diversas formas posibles de
formalización practica de pactos por objetivos comunes que no se agotan en
lo puntualmente inmediato; o bien institucionalizados, en los que la praxis ju-
ramentada se coagula en figuras que diseñan como en punteado los límites de
interpretación a que ha de atenerse el desempeño de las prácticas individuales
de los miembros del grupo). Carece de poder la serie o disposición atomizada
de los individuos cuyas prácticas, al ser alteradas de forma giratoria y recu-
rrente por extero-condicionamiento —cada Cual obedece no tanto porque quie-

t. C. Amorós, «El nuevo aspecto dc la polis«, en La Balsa de la Medusa, número 19-20, especial
Frankfurt 1991.

59
ra hacerlo como porque no está seguro de que su vecino, a quien le ocurre lo
mismo, no quiera obedecer— son centros de fuga para la eficacia de las demás,
y en su conjunto no pueden producir sino efectos seudosintéticos.

Pues bien; de estas consideraciones se deriva, en primer lugar, que el espacio


de lo iniciático no es un espacio serial en el sentido sameano que acabamos
de poner de manifiesto, sino estructurado en grupos; los iniciados son siempre
grupos de iniciados. Y los no iniciados abdican en ellos precisamente en la
medida en que no lo son. Y, al estar dispersos, no tienen más remedio que ha-
cerlo. Desde este punto de vista, parecería lógico que la ampliación y profun-
dización de la democracia y el carácter iniciatico de la política se encontraran
en una relación inversamente proporcional. Veamos hasta que punto ello
es así.

En el caso límite de un demócrata radical, como Jean Jacques Rousseau, se


critica el principio de representatividad como incompatible con una idea de la
ciudadanía entendida como un ejercicio full time, no como un título honorífi-
co que pudiera dejarse en depósito. Y ejercicio permanente implica —a la vez
que es su condición— la actualización permanente de la virtualidad sintética
—asimismo permanente— que tendría la asociación pactada de las voluntades
cívicas precisamente en tanto que tales, es decir, en tanto que enderezadas ha-
cia lo común, hacia lo público. El ejercicio de los derechos de soberanía con-
lleva de ese modo la reunión: pueblo soberano en ejercicio (lo que viene a ser
una redundancia para Rousseau) y pueblo reunido vienen a ser todo uno. La
reunión produce soberanía si y sólo si la soberanía produce reunión. La reu-
nión es así potentia en tanto que potenciación ontológica de la presencia acti-
va de todos por cada cual y de cada cual por lodos.

Así, no nos puede extra g ar, si ahora enfocamos la cuestión desde el punto de
vista de los géneros —es decir, de la interpretación cultural de los sexos, por si
alguien todavía desconoce este término inocentemente iniciatico del discurso
feminista— que el genérico que se reúne tenga el poder y aquél cuyos miem-
bros no se reúnen no lo tenga. Ya lo decía Parmenides: «lo ente se reúne con
lo ente» y «no se interrumpirá [su] cohesión». La reunión produce efectos sin-
téticos entitativos: la plaza pública, la compacta esfera bien redonda, la con-
tundente plenitud. Y lo entilativo tiende a reunirse con lo entitativo para reco-
nocerse en él como tal, es decir, para conocerse en la confirmación —re-cono-
cim ien lo— de que se es como, es decir, igual que el otro. «Para ser conmigo
has de ser como yo», reza la homofilia del poder. Y esta homofilia produce
tanto lo que llamaría Luce Irigaray '<la obligada participación en los atributos
del tipo», la ordenación en rangos según la semejanza, como el tipo mismo,
efecto virtual de proyección en un supremo analoganle de la tensión homolo-

60
gante reguladora de todo el conjunto —lo que Amparo Moreno llama, a otros
efectos, «el arquetipo viril»—.

Ahora bien, ¿quiénes son los que se reúnen, los que configuran por tanto el
espacio de lo público, de lo común, de lo que sólo es tuyo en tanto que mío y
mío en tanto que tuyo? O, como el propio Rousseau lo dice ¿quiénes constitu-
yen la voluntad general? Todos los varones y sólo los varones. Un espacio
amplio, desde luego. Parece, pues, de entrada un poco chocante que le llame-
nios espacio iniciático. Total, sólo Sofía se queda fuera —es decir, dentro, en la
privacidad de su hogar doméstico—. Sofía quiere decir todas las Sofías, claro,
como «las marujas». Pero el que se queden todas ellas separadas del ámbito
público no quiere decir que se queden juntas, reunidas entre sí: cada una en su
casa. Sólo se relacionarán tangencial y esporádicamente: por contigüidad con
la vecina, por coincidencia en el mercado. La respuesta a la pregunta acerca
del porqué del dominio masculino desde los orígenes de las sociedades huma-
nas conocidas y prácticamente sin excepción tiene en este nivel una respuesta
obvia que es como el huevo de Colón: los varones siempre parecen haber for-
mado grupos —más o menos estables y formalizados: eso sería otra cuestión—
y las mujeres agregados seriales. De ese modo, una mujer es referente para
otra mujer en medida menor en que lo es el varón hegemónico de su medio
familiar (incluso su propia madre es un referente ambivalente en cuanto que
lo descubre como defectivo; volveremos sobre ello). Mientras que para los
varones existen en todas las sociedades conocidas un conjunto de dispositivos
prácticos, simbólicos y rituales destinados a operaran desmarque y separación
del mundo femenino en que han estado inmersos en su primera infancia para
hacerlos ingresar en otro, el verdaderamente importante, donde se le impon-
drá el troquelado de varón como y con los otros varones —los de su misma
promoción iniciática—. Para lo cual habrá de morir simbólicamente a la vida
natural —renegar de haber nacido de mujer— para re-nacer a una nueva vida, la
verdaderamente digna de ser vivida por un hombre, que le será infundida por
un varón —su maestro iniciático— en el parto simbólico que le legitimará para
ser inscrito en otro cuerpo, el cuerpo político, espacio engendrado en el movi-
miento mismo por el que los varones se arrancan de sus vínculos naturales a
la vez que se traman a sí mismos como la red de pactos que constituye la tex-
tura misma de ese nuevo corpus. Hemos visto, pues, que lo iniciätico se rela-
ciona con el grupo (más concretamente, con el grupo juramentado en el senti-
do que vamos a precisar, como emergencia versus la serie al modo como la
caracteriza Sartre en su «teoría de los conjuntos prácticos» en la Critica de la
Razón Dialéctica) en tanto que se constituiría por des-naturalización, por re-
negación de los orígenes naturales para instituir la representación de un nuevo
comienzo. «Este comienzo, al volverse para cada cual naturaleza imperativa
(por su índole de permanencia insuperable en el porvenir) remite, pues, el re-

61
conocimiento a la afirmación recíproca de estas dos características comunes:
somos los mismos porque hemos surgido del barro en la misma fecha, el uno
por el otro a través de todos los demás; luego somos, si se quiere, una especie
singular, aparecida por mutación brusca en determinado momento; ahora
bien, nuestra naturaleza específica nos une en tanto que es libertad. Dicho de
otro modo, nuestro ser común no es en cada cual naturaleza idéntica; es, por
el contrario, la reciprocidad mediada de nuestros condicionamientos: al acer-
carme a un tercero, yo no reconozco mi esencia inerte en tanto que ésta se
pondría de manifiesto en otro ejemplar, sino que reconozco al cómplice nece-
saHo del acto que nos arranca de la gleba,' Sartre, por supuesto, no es cons-
ciente del «subtexto generizado» —tomo la expresión que usa Nancy Fraser
para referirse al desteñido que los campos semánticos relacionados con «lo
femenino» y «lo masculino» dejan en contraposiciones categoriales significa-
tivas tal como funcionan en los discursos filosóficos— que opera en su «teoría
de los conjuntos prácticos», y en su descripción formal del mito i»iciático del
«nuevo nacimiento, como el mito fundacional legitimador de todo nuevo gru-
po juramentado se refiere a la vivencia emancipatoria que experimenta una
fratría emergente de potenciar las libertades por el juramento vinculante en
tanto que este las rescata de la recaída en la viscosidad serial —situación que
tiene claras resonancias de estado de naturaleza caracterizado como anti-pra-
xis, versus el grupo como construcción connotada explícitamente como cultu-
ra—. Sin embargo, desde el punto de vista de la antropología puede afirmarse
con toda plausibilidad —asi como a la hora de adjudicar a esta descripción for-
mal el referente paradigmático y más comprensivo— que la fratría original y
primera, lógico-praxeológicamente hablando— y con un correlato cronológico
verosímil— es la constitutiva del conjunto de los varones como grupo frente a
la estructuración seralizante de las mujeres. Sin duda, la llamada división se-
xual del trabajo, al adjudicar a los varones tareas como la guerra y la caza ma-
yor, que les separaban por períodos largos del poblado, propició la constitu-
ción de estas organizaciones de los varones como grupos juramentados que
reforzaban su superioridad mediante martingalas y secretos (me remito a co-
nocidas descripciones de Malinowski, de Lévi-Strauss, Godelier y muchos
otros a las «casas de los hombres» como lugares iniciäticos inaccecibles a las
mujeres). Por su parte, Nicole Loraux ha analizado el mito de autoctonía co-
mo la carta fundacional de la ciudad de Atenas' en términos de mito iniciáti-
co: Erictonio, el primer hombre, nace del semen que, derramado por Hefaistos
en su deseo de Atenea, fecunda a la Tierra; pero se trata de una Tierra con
unas valencias semánticas simétricas e inversas a las del mito hesiódico de

2. J. P. Sartre, CDR, t.
1, París, Gallimard, 1985 , p. 535.
3. Cfr. N. Loraux, Les enfants d'Athena. Idees atheniennes sur la ctioyannete el la division des
seres, París, Maspero, 1981.

62
Pandora —madre de «la raza maldita de femeninas mujeres»—, que asume las
de la madre patria («patrís, tierra de los padres, y en tanto que tal, afirma Lo-
raux, está claramente delimitada por las fronteras del Alíes- ) .4 De este modo,
como lo afirma inmaculada Cubero,' en el mito de autoctonía «el hombre al
nacer de la Tierra afianza su ciudadanía para lo cual se opone a un ser creado,
Pandora», de manera que Gea, connotada en el mito de Erictonio como madre
cívica —desmarcandose de Pandora como mero lugar de réplica en la genera-
ción de los varones— se decanta en este contexto simbólico del lado de la ciu-
dadnía. Menea, siempre virgen, cuidará de Erictonio, comportándose más
bien como madrina iniciática que como madre natural.'
Los hermanos, pues, en cuanto miembros de la fratría, 110 10 son por su condi-
ción de descender de una madre natural común, sino por el pacto —pacto «de
sangre», se dirá, pero en cuanto pacto iniciático, marca sellada, inscripción—
que ha hecho posible su arrancamiento de «lo natural» como el lugar ambiva-
lente de la omnipotencia (reino de la madre todopoderosa previo a la contras-
tación de su verdadero poder social, dominio de «lo práctico-inerte» en la jer-
ga sartreana como materia trabajada por los hombres que desarrolla sus
propias contrafinalidades con respecto a la praxis humana) y de la impoten-
cia— la libertad se aliena frente al imperio de la necesidad como el niño de-
pende de los cuidados maternos—. O, dicho de otro modo, la fratría «no nace,
se hace», parafraseando a Simone de Beauvoir. Es más: se hace contra el na-
cimiento natural. La política como ámbito del pacto —del forcejeo de la co-po-
tencia de las fuerzas socialmente relevantes— no será concebida así como cosa
de niños —ya Aristóteles advirtió que no era propia de los jóvenes— ni de mu-
jeres. La fratría prescinde de ellas —excepto como figuras emblemáticas que
no son sino el referente simbólico del pacto mismo, su proyección en una ma-
teria sellada, lo pactado—. «Somos hermanos en tanto que después del acto
creador del juramento somos nuestros propios hijos, nuestra invención co-
mún.»' Es decir, no tanto porque hayamos matado al Padre para apropiarnos
de sus mujeres según el esquema de Freud como porque hemos renegado de
la madre para constituirnos en nuestros propios padres.
Carole Patentan, en The Sexual Contrac!' ha caracterizado el patriarcado mo-
derno tal como se pone de manifiesto en los presupuestos de los teóricos del

4. 1. Cubero, «Poder sexual o control de la reproducción entre el mitos y el logos*. Ed. dc la


Universidad Complutense de Madrid, p, 761.
5. Cfr. 19. Loraux, «i,Que es una diosa?», en Historia de las mujeres, Madrid, Taurus, 1991.
6. Sobre la figura de la madre cívica en relación con los pactos patriarcales, cfr. C. Amorós,
« Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales», en Violencia y sociedad patriarcal, Madrid,
Ed. Pablo Iglesias, 1990.
7. 1. P. Sartre, CRD, cit., p. 535.
8. Stanford University Press, Stanford, California, 1988.

63
contrato social como la adjudicación a los varones —autoadjudicación— de la
capacidad de generar vida política mediante el poder alumbrador del pacto del
ámbito de lo público— versus la capacidad de las mujeres de producir vida na-
tural en el espacio privado, en cuanto acotado previamente por un contrato se-
xual que no es sinopacrum subiectionis, y que, precisamente por estar en ese
espacio «privado», como lo señalara la malograda antropóloga M. Z. Rosaldo,
«no se ve», o, si se quiere, se invisibiliza—. No es de extrañar, en estas condi-
ciones, la recurrencia de aspectos significativos del mito de autoctonía como
mito fundacional de la ciudad de Atenas. Sheila Benhabib ha visto con perspi-
cacia que «el contenido diverso de la metáfora [del estado de naturaleza) es
menos significativo que su mensaje simple y profundo: en el principio el
hombre estaba solo. Vuelve a ser Hobbes quien da a este pensamiento su más
clara formulación. «Consideremos que los hombres... surgieran ahora de la
tierra, y de repente, como los hongos, llegaran a su madurez plena, sin ningún
tipo de compromiso mutuo.» Esta visión de los hombres como hongos es una
descripción última de la autonomía. La hembra, la madre de la que todo indi-
viduo ha nacido, ahora es sustituida por la tierra. La negación de haber nacido
de mujer libera al ego masculino del vínculo de dependencia más natural y
más básico. En su lugar, la fraternidad, entendida como libertad o autonomía
juramentada, privilegiará la relación de hermandad entre los varones como el
lazo constitutivo mismo de una virilidad que ha irracionalizado el vínculo ge-
nealógico como la base legitimadora del poder político —y patriarcal, en últi-
ma instancia—. «Habiendo sido arrojados de su universo narcisista a un mundo
de inseguridad por sus hermanos biológicos, estos individuos tienen que resta-
blecer la autoridad del padre a imagen de la ley.» Justamente, añadiría por mi
parte, el juramento cívico cumplirá esa función de interiorizar la constricción
de unas libertades que se prohiben a sí mismas ser traidoras al pacto, vivido
como la condición misma de posibilidad de la libertad versus las antiguas ser-
vidumbres si y sólo si se mantiene como libertad juramentada, es decir, como
fraternidad cuya otra cara, como lo ha mostrado Sartre, es el terror. «Los pri-
meros individuos burgueses no sólo no tienen madre, sino que tampoco tienen
padre; en su lugar, se afanan por reconstruir el padre a su auto-imagen. (...)
Este imaginario de los principios de la teoría política y moral ha tenido un
asombroso arraigo en la conciencia moderna. Desde Freud hasta Piaget, la re-
lación con el hermano es considerada como la experiencia humanizadora que
nos enseña a convertirnos en adultos responsables y sociales.» 9 Benhabib con-
templa un mundo así articulado con el extrañamiento de la mirada crítica fe-
minista: «es un mundo extraño; un mundo en el que los chicos se hacen hom-
bres antes de haber sido niños; 1111 mundo en el que no existe la madre, ni la

9. Cfr. Shcila Benhabib, «El otro generalizado y el otro concreto», en


S. Benhabib y D. Comen,
ed„ Teoria feminista y teorúr critica, Valencia, Edicions Alfons
el Magnanirn, 1990, pp. 131-134.

64
hermana, ni la esposa». Un mundo sin mujeres, el pour causa, como nos inte-
resaba poner de manifiesto a través de estas consideraciones.

¿Lo político se ha constituido como iniciálico por haber querido excluir a las
mujeres o las ha excluido por la forma misma en que se ha constituido como
inicialico? Sea cual fuere la respuesta en última instancia, lo cierto es que la
situación se retroalimenta. No bastan —con ser absolutamente necesarias— las
acciones positivas; numerosos estudios muestran que la política institucional
sigue siendo oblicua a la cultura política de las mujeres, pese a su incorpora-
ción al mercado laboral y a los estudios superiores.'' Rosana Rossanda expre-
só su esperanza de que el feminismo hiciera la crítica de la política conven-
cial: no la defraudemos» Pero no esperemos cambiarla sin entrar en ella: el
paso de «la minoría exigua» a «la minoría consistente», en expresión de May-
te Gallego, es condición sine qua non para que pueda apreciarse cualquier
cambio mínimamente significativo en la política» El precio será, inevitable-
mente, una cierta dosis de des-identificación de las propias mujeres con res-
pecto a su «sub-cultura femenina», sea cual fuere el juicio de valor que ésta
nos merezca. Me temo que no hay opción en este ámbito; los oprimidos y los
marginados no se han podido nunca permitir en serio cambiar las reglas del
juego. El círculo «la política es iniciática porque están ausentes de ella las
mujeres —las mujeres no entran en ella porque es iniciatica—» sólo podría rom-
perse en la medida en que las propias mujeres fueran capaces de constituir
grupos iniciálicos entre ellas, grupos conscientemente juramentados —no es
casual que en la Revolución francesa se excluyera por fin a las mujeres del
«juramento cívico»—, redes de pactos entre mujeres. Pero no basados en no se
qué mística de la sororidad biológica —como proyección en el genérico feme-
nino—, a modo de unidad ontológica, del esfuerzo practico de unificación de
las hermanas iniciaticas, de las que cometen el «matricidio simbólico>, —como
diría Emilce Dío 13Ieichmar— por desmarcarse de lo que en otra parte he lla-
mado el espacio femenino como «espacio de las idénticas»» Si la virilidad es
ante todo un juramento, algo así como un protopacto de todo pacto —los pac-
tos patriarcales son interclasistas, como tan claramente lo puso de manifiesto
Heidi Hartmann—' 4 y en ello consiste en última instancia su poder sobre las

10. C. Martínez Ten, «La participación politica dc la mujer de España», en 1. Astcllarra (comp.),
Participación política de las mujeres, Madrid, CSIC, 1990.
11. R. Rossanda, Las Otras, 13arcelona, Gedisa, 1982.
12. M. Gallego, «De la minoría exigua a la minoría consistente», en Por una política feminista,
Madrid, Forum de política feminista, 1991.
13. C. Amorós, «Espacio de los iguales, espacio de las idénticas», en Arbor, nov.-dic., 1987.
14. 11. liartmann, «El desdichado matrimonio de marxismo y feminismo», en Zona Abierta, 24
(marzo-abril, 1980).

65
mujeres, habría que conseguir que la feminidad lo fuera. Lo que no deja de
ser paradójico, pues, en la medida en que «lo femenino» ha sido siempre lo
pactado, no podría convenirse, sin des-identificación, en sujeto de pactos. Di-
cho de otro modo, la igualdad con los varones en el espacio de la política im-
plica para las mujeres la sororidad —como constructo juramentado—, en la me-
dida misma en que esta sororidad implica el homologarse con los varones—ya
que sólo accede al poder el grupo juramentado—.

En realidad, el feminismo sólo puede operativizar su célebre lema «lo perso-


nal es políticos> a través de la consigna «pactos entre mujeres», pues no se po-
litiza lo que se quiere, sino lo que se puede: no es una cuestión, puramente vo-
luntarista, de aplicar una nueva definición estipulativa para ampliar y redefi-
nir el ámbito de lo político —por más pertinente que sea, como en este caso, la
redefinición estipulativa propuesta—. Para que los problemas que se considera-
ban —por convención y no por naturaleza— como privados accedan al mundo
de lo público, es decir, se hagan visibles y se reconozcan como problemas co-
munes de un colectivo relevante, tal colectivo ha de des-serializarsc, salir de S
su atomización en los espacios privados, organizarse, juramentarse de forma ri
estable y liberarse de «la tiranía de la falta de estructuras». Claro que entonces Ii
se corre el riesgo de que el meridiano que separaba lo privado de lo público se Oi
desplace al ámbito mismo de lo político acotando ghettos «femócratas» espe- r2
cializados en asuntos de mujeres, políticas asistenciales, etc., versus la políti-
ca en sentido fuerte que seguiría siendo coto reservado a los varones.

Es imposible analizar en este breve espacio la experiencia australiana y la de


los países nórdicos desde este punto de vista: ¿hasta que punto esa modalidad
de estado asistencial se «feminiza» por ser abandonada por los varones, o es
abandonada por éstos en la medida en que se «feminiza»?" Sea como fue-
re, el replanteamiento de la dicotomía jerarquizada de género en el espacio
político es sintomática de que su disolución sólo tiene sus condiciones de po-
sibilidad en otro nivel. Como lo ha señalado J. Balbus' asumiendo teorías
psicoanaliticas feministas (Chordorow, Dinnerstein, Hays, Flax, entre otras),
el monopolio de la madre en la crianza de los hijos determina que la orienta-
ción de la personalidad del hijo varón se forme reactivamente —y con ambiva-
lencia— contra el mundo femenino representado por la madre como primer ob-
jeto dispensador tanto de gratificación como de frustración. Es decir, la perso-
nalidad del varón se troquela de forma iniciática en el sentido en que lo
hemos venido precisando, como renegación de haber nacido de mujer y de los

15. Cfr. H. M. Hernes, El poder de las mujeres y el Estado del Bienestar, Madrid, Vindicación
Feminista, 1990.
16. 1. Balboa, «Foucalt y el poder del discurso feminista», en Teoría feminista y teoría crítica,
cit.

66
vínculos naturales. Sólo la paternidad compartida, al canalizar equitativamen-
te hacia ambos géneros el amor y la hostilidad del niño evitaría la misoginia y
la dominación patriarcal, percibida como deseable sustitutivo de la —paranói-
ca— percepción infantil del poder de la madre. (Aunque cabe preguntarse has-
ta que punto la separación del niño de su madre no es a su vez consecuencia
del duro contraste entre la percepción de la misma como «todopoderosa» en
la relación inmediata con el y el descubrimiento posterior de su escaso poder
social.) Habría que universalizar entonces la ética del cuidado como condi-
ción para universalizar la ética de la justicia. No ya como condición de posibi-
lidad práctica del reparto equitativo de poderes (lo que no es poco: tiempo
disponible, doble jornada, etc.), sino como condición simbólico-estructural de
una política no iniciótica. Pero la ética del cuidado hay que predicarla a los
varones: aun su predicación neutra haría que el agua fuera a parar a su bache
geológico, que está ya predispuesto y preparado para recibirla desde hace
siglos.

Sólo una política no iniciatica puede ser radicalmente democrática e igualita-


ria, transparente y no esotérica. La política de los cofrades masculinos está
llena de extraños misterios: se alumbra en la luz pública lo que se gesta en la
oscuridad, en otra parte... 'Y sale siempre Minerva toda armada... Tan sólo las
radicales aspiraciones feministas de igualdad podrán lograr la desmitificación
y la verdadera racionalización de la política.

.
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Lilruania Mayane

67
Liberación del consumo, o politización
de la vida cotidiana
MARIA MIES

En el ensayo «Konturen einer Öko-feministischen Gesellschaft» («Perfiles de


una sociedad ecofeminista») (»Es 1987) intenté desarrollar presupuestos y
principios para una utopía social en la cual no se aceptase continuar la explo-
tación de las colonias más importantes del «Hombre Blanco» —las mujeres, la
naturaleza y el «Tercer Mundo»— como fundamento para la solución de pro-
blemas sociales. En tal sociedad, por ejemplo, no sería posible seguir cargan-
do al «Tercer Mundo» con el peso de la solución de la crisis de crecimiento
del capital ni con el peso de la crisis ecológica; y no se podría seguir esperan-
do la superación de las relaciones sociales patriarcales del progreso tecnológi-
co y la continuada explotación de la naturaleza. El «Tercer Mundo» no podría
seguir esperando la solución de sus problemas de la economía mundial, la
destrucción de sus propios recursos naturales y la explotación de las mujeres.
Una sociedad que rechazase lodos los repartos coloniales, en la cual ninguna
colonia pudiera «liberarse» a costa de otra colonia, necesariamente tendría
que volver a ser una sociedad de autoabastecimiento, crecientemente restrin-
gida al propio territorio y a los propios recursos. Semejante sociedad de au-
toabastecimiento no debería renunciar al intercambio y al comercio, pero el
intercambio y el comercio no constituirían las bases para la supervivencia de
tal sociedad. Sólo tendrían un papel complementario.

A quien hoy reflexione sobre utopías sociales, se le preguntara irrecusable-


mente —y con razón—: pero, ¿cómo llegamos desde el estado actual a la socie-
dad que describes? ¿Que caminos propones?

La elección de los caminos depende naturalmente de lo que entendamos como


política y resistencia política. La mayoría de los movimientos sociales enten-
dieron bajo tales conceptos hasta hoy la protesta pública y masiva contra el
estado y la economía. Se consideraba políticamente irrelevante todo lo que

69
hacían las personas entre las cuatro paredes de su casa. Es cierto que el movi-
miento de mujeres acuñó la consigna «Lo privado es político», pero la refirió
sobre todo a la relación sexista entre hombre y mujer, y no a la totalidad del
comportamiento en la vida cotidiana. Y sin embargo se ha hecho patente que
la protesta pública masiva contra las centrales atómicas, la muerte de los bos-
ques, las leyes penalizadoras del aborto o los cohetes nucleares no ha cose-
chado ningún éxito decisivo. El parágrafo 218 del Código Penal de la RFA no
se ha anulado, las centrales atómicas no se han desconectado, pero se ha vuel-
to a elegir a los partidos pronucleares y los bosques siguen muriendo. ¿Por
qué sucede así?

En mi opinión, uno de los motivos más importantes es que existe una contra-
dicción masiva entre lo que las personas exigen públicamentea a «los de arri-
ba» y lo que hacen como «personas privadas». Así, después de Chernobil
aproximadamente el 66% de los ciudadanos alemanes federales exigió la sali-
da de la energía atómica (SCHMIERER 1986), pero ese 66% apenas ha intenta-
do con seriedad reducir drásticamente su consumo de energía. La mayoría
apuesta por los científicos, que tienen que descubrir fuentes alternativas de
energía para ellos. Otro ejemplo: todos saben que los bosques mueren y que
una de las razones es la locura automovilística. Sin embargo en los últimos
años se compraron más coches que nunca, y por las carreteras los coches co-
rren a velociades más demenciales que nunca. De nuevo se traspasa la respon-
sabilidad a «los de arriba». Si ellos no prescriben ningún límite de velocidad,
se sigue actuando como siempre, a pesar de que se conocen las consecuencias
desastrosas de la acción. Todos saben que los consorcios químicos envenenan
cada vez más el agua, el aire y la tierra, y sin embargo la mayoría sigue com-
prando los productos de esos consorcios irreflexivamente. También las peti-
ciones públicas de más justicia para con el «Tercer Mundo» tropiezan con la
misma contradicción: sabemos que las importaciones de alimento y piensos
procedentes de los países de Africa, Asia y América Latina aquí causan so-
breconsumo y allí hambre, >' embargo seguimos comprando esos produc-
tos. Las mujeres saben que la industria de la moda sólo puede inundar e]
mercado con mercancías relativamente baratas a condición de que las obreras
textiles del «Tercer Mundo» —por ejemplo las empleadas por la empresa Ad-
ler en Corea del Sur— sufran una explotación extrema y por nuestros pagos las
mujeres sean convertidas en objetos sexuales y marionetas de la moda. Y sin
embargo la mayoría de las mujeres se prestan a cada triquiñuela de la moda,
por muy sexista que ésta sea. Lo mismo se podría decir en lo que atañe a la
conocida relación entre la industria cosmética y farmacéutica y los experi-
mentos co» animales. En todos estos ámbitos hay ya suficiente información
disponible. ¿Por qué no conduce» estas informaciones a reflexiones y las re-
flexiones a comportamientos consecuentes en la vida cotidiana?

70
A mi entender, una de las razones es el autoengaño que consiste en creer que
podríamos tener las siguientes cosas a la vez:

— cada vez más productos de la industria química y simultáneamente aire


respirable, agua limpia y comida sana;
— cada vez más comercio mundial e importaciones del «Tercer Mundo» y a
la vez el final de la pobreza allí;
— la comercialización de cada vez mas ámbitos de la vida de las mujeres y a
la vez la liberación de la mujer. En este autoengaño, el nivel de consumo
siempre creciente se sigue equiparando con la «buena vida».

Divide y vencerás —el secreto de la sociedad industrial moderna


y de sus autoengaños

El autoengaño de que un nivel de vida cada vez mayor es idéntico a la «buena


vida» constituye el necesario afianzamiento ideológico del modelo de acumu-
lación de las sociedades industriales modernas, tanto da si se denominan a sí
mismas «capitalistas» como «socialistas». Sin el asentimiento masivo a esta
equiparación el sistema no podría funcionar. Constituye la verdadera hegemo-
nía político-ideológica sobre la vida cotidiana de las personas. Y ninguno de
los partidos políticos en las modernas sociedades industriales que quieren par-
ticipar en el poder mediante elecciones se atreve a poner en entredicho ese au-
toengaño, ni siquiera die Grünen. Ese es el motivo por el que hoy han dejado
de hablar de una «salida» o «retracción» de la sociedad industrial, y ya sólo lo
hacen de su «reconversión ecológica». La «hegemonía política» de la «Gran
Coalición de las mentalidades», de la que ha hablado Jürgen Link en alguna
ocasión, no tendría ninguna posibilidad de éxito si no existiese la hege-
monía de este autoengaño en las cabezas y en la vida cotidiana de millones de
personas.
¿En qué se basa semejante autoengaño?
1. En la suposición de que para nosotros, los seres humanos, no existen lími-
tes temporales ni espaciales, de que la Tierra es ilimitada, de que no hay lími-
tes al crecimiento, a la producción de mercancías, a las necesidades y sobre
todo al progreso científico-técnico (con otras palabras, a las fuerzas producti-
vas). Un principio medular para el mantenimiento de este autoengaño lo ex-
presó el ministro Riesenhuber: «No existe ningún problema de la sociedad in-
dustrial que no pueda resolverse con los medios de la sociedad industrial».'

1. Formulado durante un debate televisivo el año pasado.

71
2. Pero como nuestra realidad esta limitada de facto —la Tierra es limitada,
el terreno fértil es limitado, las fuentes de energía son limitadas, nuestra vida
es limitada, nuestro cuerpo es limitado-, el mito de un crecimiento ilimitado
sólo puede crearse y mantenerse gracias a que

— el mundo en su conjunto y las distintas sociedades han sido divididas en


centros y periferias (colonias),
— los centros crecen gracias a la explotación de las colonias, y en el proceso
éstas últimas son «desarrolladas regresivamente»,
— la conexión entre el acrecentamineto de la riqueza en los centros y el acre-
centamiento de la pobreza en las colonias se niega. La ilusión del crecimiento
ilimitado y del nivel de vida en continuo aumento se quebraría de inmediato
si una sociedad conto la de la RFA, por ejemplo, tuviese que vivir de la fuerza
de trabajo, los recursos, los conocimientos y la tierra que en el país existe.
— La división geográfica y vertical del mundo en «sociedades industriales
modernas» y en «sociedades subdesarrolladas» corresponde a la escisión co-
lonial que se da también dentro de las sociedades industriales. Tiene lugar en
la escisión entre ser humano y naturaleza, en la división entre los sexos, en la
división entre campo y ciudad, en la división entre las clases. También aquí
las partes están unidas mutuamente por lazos de explotación.
— Las relaciones de explotación y el hecho de que las partes tienden siempre
a separarse quedan veladas por la ideología de la ‹transformación evolutiva»
o bien del «desarrollo que recupera el terreno»: los «otros» todavía no han
llegado tan lejos como nosotros. Necesitan todavía algo más de tiempo, de di-
nero, de ayuda al desarrollo, las mujeres necesitan todavía algo más de igual-
dad entre los sexos, para llegar a donde nosotros estamos, a saber, en la cima
de la «modernidad», la civilización del Hombre Blanco.

El sentido económico de esta división colonial de la realidad estriba sobre to-


do en la externalización de los costes (KAPP 1979) del horizonte espacial y
temporal que en cada momento se considera. Los costes del «progreso» en las
sociedades industriales modernas se cargan sobre las colonias y sobre los se-
res humanos que en ellas trabajan por sueldos de hambre en la producción de
lujo para los centros. Sólo por medio de la división colonial y la dominación
de las colonias resulta posible pagar a los trabajadores de los países industria-
lizados salarios mucho más altos que a los trabajadores «de abajo».
Una gran parte de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo se exter-
naliza al no considerarse el trabajo de las mujeres y las madres como «traba-
jo» en el sentido dominante del termino, y no aparecer en la contabilidad del
producto social bruto.

72
Los costes ecológicos que surgen en la producción industrial de abonos quí-
micos, pesticidas, electricidad nuclear, automóviles, y también en la de la ma-
yoría de los alimentos y muchos otros productos, se cargan sobre la naturale-
za. Todas las consecuencias a largo plazo del progreso tecnológico actual
(técnica atómica, tecnología informática, sobre todo ingeniería genética y téc-
nicas reproductivas) se echan sobre los hombros de las futuras generaciones.
Todas las colonias tienen en común que no se las consulta cuando se está tra-
tando de «costes y beneficios». Es que no son partes negociantes, sino que se
hallan en una relación de violencia con los centros respectivos. Esta relación
de violencia es el auténtico secreto del «crecimiento ilimitado» de los centros.
Si no existiesen tales colonias sometidas violentamente, entonces tampoco
hubiera existido el ascenso de los estados industriales modernos, e igualmente
tampoco se daría el progreso imparable de la tecnociencia moderna. Pues en
tal caso todos los costes económicos, psíquicos y sociales tendrían que asu-
mirse dentro de un territorio dado. Pero con ello toparíamos en seguida con
los límites al crecimiento.

El nivel de vida de las «sociedades industriales modernas»


no es posible para todos

Corresponde a la lógica del sistema de acumulación basado en la explotación


y las disociaciones coloniales el que no sea posible algo como un «desarrollo
que recupera el terreno» para las colonias. No es posible porque en el momen-
to en que las colonias alcanzan el «último» estadio de los centros éstos por su
parte han seguido «desarrollandose» mucho tiempo, a costa de sus colonias,
claro esta. Por otra parte, las colonias mismas tendrían que tener colonias en
alguna parte, a las que pudieran explotar, si quisiesen equipararse a las «na-
c it es industriales modernas».
La mayoría de las veces estas conexiones son reprimidas. Cuando se habla de
relaciones coloniales entre los subdesarrollados y los sobredesarrollados, a
menudo se dice que nuestro objetivo no puede ser reducir el nivel de vida en
las sociedades sobredesarrolladas, sino que tendríamos que intentar que «los
de abajo» llegasen a donde estamos nosotros. (fflonde nosotros estamos es
arriba, por supuesto!) Pero no es una imposibilidad sólo lógica, sino también
material. Si partimos del consumo medio de energía de un norteamericano y
lo generalizamos al consumo por persona de toda la población mundial, en-
tonces las reservas de petróleo del mundo se agotarían en 19 días, según ha
mostrado el mejicano Gustavo Esteva.' Y ello sin considerar el derrumba-

2. Gustavo Esteva en una enirevista con Uli Mercker (manuscrito inedito, 29.4.87).

73
miento de los ecosistemas, la basura, el caos del trafico. A ello se añade que
el consumo de energía en los ricos países industrializados no decrece, sino
que crece. En la RFA, por ejemplo, la venta interior de derivados del petróleo
creció el 62% en 1986 (BAIER 1987). Los EEUU son los mayores despilfarra-
dores de energía: «Un norteamericano consume por término medio tanta ener-
gía como 2 europeos, 55 hindúes, 168 tanzanos o 900 nepalíes» (sTRAinia
1980, 15). Frente a este estado de cosas, hablar de sobrepoblación en el «Ter-
cer Mundo» es una fama.

Pero tampoco resulta posible trasladar los modelos de desarrollo occidentales


—ni en la agricultura, ni en la industria— a los países «subdesarrollados», como
muestra Rudolf Strahm. Así, por ejemplo, como solución al problema del pa-
ro se propone más modernización e industrialización. Pero si se quisiera crear
en los países subdesarrollados puestos de trabajo industriales al módico precio
de 55.000 dólares por puesto de trabajo —en los países industrializados la crea-
ción de tales puestos de trabajo costaba en 1980 por término medio 377.000
dólares—, entonces habría que invertir una suma de 15 billones de dólares para
absorber el paro (STRAHm 1980, 143).

Estos ejemplos muestran que no existe ningún «desarrollo que recupere el te-
rreno», y eso significa al mismo tiempo que no puede existir un nivel de vida
igual de alto para todos. Eso lo saben también los responsables en los centros
de poder de los consorcios transnacionales, en el Banco Mundial, en el Fondo
Monetario Internacional, en los bancos nacionales y en los gobiernos de los
ricos países industrializados. Y tampoco desean en absoluto tal «desarrollo
que recupere el terreno», pues en tal caso no podría continuar su propio «cre-
cimiento». A la chita callando, presumen la continuidad de la estructura colo-
nial de la economía mundial y ocultan estos hechos bajo eufemismos como
«desequilibrio Norte-Sur», «países en el umbral», «Least Developed Coun-
tríes» y otros similares. A los más se les hace creer que la «modernización» es
posible para todos, pero en realidad sólo es posible para unos pocos.

El nivel de vida de las sociedades industriales modernas no es deseable, ni si-


quiera para esas sociedades industriales modernas

Pero incluso si aceptásemos por un momento que fuese posible generalizar el


nivel de vida que tienen el estadounidense y el europeo medios todos los ha-
bitantes de este planeta, todavía habría que preguntar si ello sería un objetivo
deseable. En este contexto pienso siempre en la conclusión de una de mis es-
tudiantes de Filipinas, que conoció los problemas de las mujeres de clase me-
dia de Amsterdam durante un «trabajo de campo» en Holanda (MiEs 1984).
74
Dijo: «Hasta ahora había creído siempre que los valores occidentales eran
buenos para Occidente y los valores orientales buenos para Oriente. Ahora he
aprendido que los valores occidentales tampoco sirven para nada en Occi-
dente».

Ella no había barruntado la miseria psíquica de esas mujeres, sus miedos, de-
presiones, dependencias, especialmente su dependencia del complejo terrorí-
fico al que llamaban »amor». Aquellas mujeres tenían educación superior,
eran modernas, incluso trabajaban, y no tenían por qué sentir miedo de morir
de hambre. La estudiante filipina había pensado hasta entonces que ellas eran
las mujeres emancipadas. ¿Por qué entonces no se sentían felices ni libres, ni
confiaban en sí mismas? ¿Acaso no lo tenían todo?

La miseria psíquica, la soledad, los miedos, las adicciones y dependencias, la


infelicidad y la perdida de identidad constituyen el precio que pagan los seres
humanos de los ricos países industrializados por su nivel de vida siempre cre-
ciente. Estos costes sociales y psíquicos no pueden externalizarse, los tienen
que pagar las personas mismas. Según un informe de la Sociedad Alemana de
Psiquiatría Social del año 1982, uno de cada cinco alemanes tenía problemas
psíquicos, uno de cada cuatro padecía insomnio, una de cada cuatro personas
mayores de 65 años estaba tan perturbada psíquicamente que necesitaba ayu-
da clínica-psicológica. El 25% de los niños en edad preescolar o escolar tem-
prana estan clasificados como enfermos, retrasados o aquejados de trastornos
de comportamiento (LEINEMANN 1982).

Es sabido que todo tipo de adicciones están aumentando rápidamente y que


todas las formas posibles de satisfacción de necesidades o de consumo de re-
pente pueden adquirir carácter de adicción, como por ejemplo la adicción a
las máquinas tragaperras. Puesto que el crecimiento permanente no se puede
asegurar por medio de la simple satisfacción de las necesidades —pues todas
las necesidades, antes o después, alcanzan un punto de saturación—, ocurre la
transformación de las necesidades en adicciones. La necesidad de alimento se
convierte en bulimia, la necesidad de bebida en alcoholismo, la necesidad de
descanso en adicción a los tranquilizantes, la necesidad de felicidad en drogo-
dependencia, etc.

En la bulimia y la anorexia, como manías característicamente femeninas, se


hace patente con claridad la conexión entre la manipulación de la mujer como
marioneta consumista y su autodestrucción. Según el modelo de mujer impe-
rante hay que ser siempre joven, delgada y hermosa. Por otra parte, se recibe
el bombardeo continuo de las ofertas de consumo por parte de la industria de
la alimentación. Ella debe comer mucho y muy variado, y al mismo tiempo
aparentar siempre diecisiete años.

75
Es obvio que existen también otras causas de bulimia y anorexia, pero apenas
podrían obrar si no existiese la contradictoria manipulación de las mujeres
mediante el ideal de belleza y las simultáneas ofertas de Jauja de la industria
dc los alimentos.

Uno de los mayores padecimientos en las sociedades industriales modernas lo


constituye la soledad. Es consecuencia directa de la producción y consumo
de mercancías siempre en aumento. Este sistema sólo puede seguir creciendo
a condición de encontrar cada vez más compradores entre las capas de pobla-
ción con poder adquisitivo. Por esta razón se producen cada vez más mercan-
cías que hacen a los individuos cada vez más «independientes» de su propio
trabajo de susbsistencia y sobre todo del de otras personas. Es decir: no una
lavadora para el vecindario, sino una para cada familia nuclear; no un televi-
sor para toda la familia, sino uno para cada miembro de ata; no música de m-
dio para todos, sino un walkman para cada cual; y ya no se come en casa, sino
en el restaurante de fast-food. Todos estos nuevos productos se venden con la
promesa de que favorecerán la independencia individual, pero al mismo tiem-
po destruyen todas las relaciones humanas que aún subsisten: los vecindarios,
las familias, las amistades, los grupos políticos. Al cabo sólo queda una masa
anónima de consumidores atomizados, que acaban por no tener más que asco
o miedo del contacto con personas extrañas y están espantosamente solos. He
oído en varias ocasiones que hay gente que no quiere viajar en tranvía y se
aferra a su automóvil porque (ya) no pueden soportar el olor de extraños. Si
los fundamentos sensuales y afectivos de los contactos humanos están destrui-
dos hasta tal punto, los demás ya sólo pueden ser experimentados como algo
amenazador.

Es verdad que con ello no desaparece el anhelo de felicidad, confianza en uno


mismo, amor, calidez, libertad; pero estos anhelos —después de todo lo que
destruyó la producción y el consumo mercantil— han de satisfacerse mediante
terapias, nuevamente de modo individualista. El boom de las terapias es un in-
dicador de la infelicidad en nuestra sociedad, y al mismo tiempo representa la
continuación del mismo modelo de crecimiento que engendra patologías.

Preguntemos por consiguiente: si el nivel de vida siempre cii aumento sólo se


puede tener al precio de creciente alienación y miseria psíquica masiva, al
precio de cada vez más suicidios y depresiones, al precio de cada vez más ni-
ños infelices, ¿sigue siendo un objetivo deseable?

Hasta aquí sólo he hablado de los costes psíquicos y sociales que las personas
tienen que pagar por su bienestar en los países industrializados. Sobre estos
costes también se escribió mucho anteriormente. Se hablaba de miseria psí-

76
quica y social en medio de la riqueza material. Las catástrofes indus-
triales —Seveso, Chernobil, el envenenamiento del Rhin, la muerte de los bos-
ques, el agujero en la capa de ozono— nos enseñan que los costes que han de
pagar las personas por un nivel de vida siempre en aumento no son sólo inma-
teriales, sino también muy materiales. El daño que se le inflige a la naturaleza
rebota para recaer también sobre los seres humanos en los países industriali-
zados. Y de repente constatamos que no sólo estamos viviendo en un estado
de creciente empobrecimiento psíquico-social, sino también en un estado de
agudas carencias materiales. Nos falta literalmente lo esencial para la vida: ai-
re respirable, agua limpia, alimentos no corrompidos, reposo, espacio para
nuestros hijos y para nosotros mismos. Ello no sólo significa el fin del autoen-
gaño de que un bienestar siempre creciente es idéntico a la »buena vida».
Quien aspira a un nivel de vida siempre en aumento lo paga literalmente con
su propia vida. Ha dejado de ser posible —ni siquiera externalizando los cos-
tes— conservar el pastel y al mismo tiempo comérselo. Quien ha visto esto con
claridad puede renunciar al autoengaño consolado, no sólo por solidaridad
con el «Tercer Mundo», no sólo por responsabilidad hacia la naturaleza, sus
hijos y las generaciones futuras, sino también por amor a sí mismo y a la vida.

Pero renunciar a ese autoengaño no sólo sería bueno para los seres humanos y
la naturaleza, sino que también contribuiría esencialmente a contrarrestar la
asesina lógica del crecimiento del sistema industrial. Pues sin compradores y
compradoras la industria no puede vender sus productos, el capital no puede
realizar su plusvalor, la constricción al crecimiento se interrumpe. Aquí radica
el poder que tenemos en cuanto consumidores y consumidoras. Este poder
apenas se ha utilizado hasta ahora en la lucha política. Es cierto que muchas
personas han cambiado ya sus hábitos de compra y consumo. Pero ello suce-
dió la mayoría de las veces de forma privada. Creo que ha llegado el momen-
to de iniciar muchas campañas públicas de renuncia al consumo, que indiquen
a «los de arriba» que muchas personas no quieren seguir siendo marionetas
consum islas.

El trabajo actual de public relations por parte de la industria química y eléc-


trica, que intentan demostrar su «ecologismo» pagando anuncios enormes en
la prensa diaria, prueba que no hay nada que los consorcios teman más que
una renuncia semejante al autoengaño que esbocé antes. Así escribió el direc-
tor de Sancloz después del envenenamiento del Rhin: «¡Piensen por un mo-
mento en lo que pasaría si no hubiera industria química! La química es una
parte de nuestro bienestar. Una consecuencia de nuestro bienestar es la conta-
minación del medio ambiente» (Frankfurter Rundschau del 28.11.86). En un
anuncio aparecido el 16.6.87 en el Frankfurter Rundschau, la industria quími-
ca intenta contrapesar la seguridad, la salud e incluso —desvergonzadamente-

77
la protección medioambiental con la necesidad de contaminar las aguas. En
un anuncio del 2,9.87 en el mismo diario se presenta como la más preocupada
y responsable entre todos los protectores del medio ambiente. ¡Sin la industria
química protectora del medio ambiente hace ya mucho tiempo que hubiéra-
mos murrio envenenados! Cuando el Öko-Büro de Tubingen probó que en las
viviendas privadas podría ahorrarse todavía mas del 50% de la energía consu-
mida, inmediatamente lo atacó la industria eléctrica (Frankfurter Rundschau
del 6.5.87). Estos ejemplos muestran qué tipo de protestas temen en realidad
los patronos de la industria: no las manifestaciones ni las llamadas a los políti-
cos, sino sencillamente la caída de las ventas. De todo lo demás se pueden
desentender con el eslogan: los perros ladran, pero la caravana sigue.

¿Qué significa liberación del consumo?

Me gustaría acentuar en primer lugar que se trata de una estrategia de libera-


ción, y no, como a menudo se malinterpreta, sencillamente de una renuncia al
consumo. El consumismo moderno es hoy la forma más sutil y difundida de
la esclavitud. En cuanto consumidores no sólo somos, como opinaba Günther
Anders, «empleados» del capital (ANDERS 1987), sino también cada vez más
sus esclavos. La mayoría de las personas, en los países industrializados, de-
pende cada vez más de la compra)' el consumo de mercancías para asegurar
su propia subsistencia. Para ello precisan dinero, que ganan vendiendo su pro-
pia fuerza de trabajo. La esclavitud del consumo es la consecuencia necesaria
de la esclavitud del trabajo asalariado. Puesto que el «trabajo asalariado libre»
no aporta libertad real, ésta se busca en el consumo. Por eso las personas se
definen cada vez más mediante el consumo y cada vez menos a través de su
trabajo. Pero de ese modo se vinculan como corresponsables con el sistema
de explotación. Hoy ya no podemos seguir diciendo: allá están los malvados
patriarcas/ capitalistas/ tecnócratas/ militaristas, aquí nosotros y nosotras, las
mujeres pacíficas y las personas que aman la naturaleza. Lo queramos o no,
nos han convertido en sus cómplices. El sistema de explotación ha impregna-
do nuestra vida cotidiana, nuestras necesidades y hábitos, y ha construido sus
cabezas de puente en nuestro fuero íntimo.
POI eso tampoco basta ya con atacar sólo al estado y los capitalistas, o a los
varones ‹,de allí fuera». Si nos tomamos en serio nuestra liberación, tenemos
que iniciarla en nosotras y nosotros mismos y en nuestra vida cotidiana. Sin la
liberación de la esclavitud del consumo, toda lucha contra los «enemigos de
afuera. y «de arriba» fracasará.

Por otra parte, la esclavitud consumista no es total, los espacios libres en la


esfera del consumo son mayores que en la esfera de la producción. El ama de
78
casa urbana está obligada a comprar sus alimentos, pero puede decidir libre-
mente cuanto compra, dónde compra, lo que compra, si compra algo o lo ela-
bora ella misma o lo intercambia o comparte con su vecina o amiga. Las
constricciones en este ámbito son sobre todo de carácter ideológico y psíqui-
co: la manía de hacer como los otros, la comodidad, la imitación de modelos
de consumo. La liberación del consumo significa por eso, en primer lugar, ha-
cerse libre de semejantes modelos y constricciones a la imitación.

Por otro lado, un movimiento de liberación no es ningún paseo. Eso nos lo en-
señan los movimientos de liberación en el «Tercer Mundo». Puede resultar fá-
cil ir a pie con buen tiempo, pero con mal tiempo resultará desagradable re-
nunciar al automóvil. Todo movimiento de liberación serio exige también sa-
crifio y renuncia. Esto no hay que pintarlo de color de rosa.

Pero cuantas más personas reconozcan que en medio de gigantescas montañas


de mercancías están viviendo en un estado de carencia aguda; menos habla-
rán de «renuncia» al reducir su consumo. Si dejo quieto mi coche y reduzco el
paseo por el supermercado, no me estoy restringiendo, sino que recupero un
pedazo de libertad y dignidad humana. Liberación del consumo significa tam-
bién, por consiguiente, salida de esta miserable e indigna sociedad de la ca-
rencia.

Liberación del consumo significa asimismo que acaba el estado de esquizo-


frenia colectiva, que cesamos de reprimir nuestra responsabilidad en la des-
trucción de la naturaleza y la explotación de pueblos ajenos, que sacamos
conclusiones del hecho de que la Tierra es limitada, y que resulta imposible
generalizar el nivel de vida de un alemán medio a los seres humanos de Afri-
ca, Asia y América Latina sin que la biosfera se desmorone. Todos los que re-
primen este saber aceptan a la chita callando que haya en el futuro dos espe-
cies de seres humanos: una minoría de alrededor del 20% que dilapide las ri-
quezas del planeta, y una mayoría del 80% para la que apenas quedaran
sobras. La liberación del consumo también aumentaría la credibilidad de los
diversos movimientos sociales. Gandhi no comenzó a hilar sólo porque qui-
siese hacer independiente a la India de importaciones textiles británicas, sino
también porque sabía que su movimiento sólo podía tener éxito si era creíble,
si también se superaba la fascinación psíquica que sus paisanos experimenta-
ban ante el nivel de vida y los modelos de consumo de los señores coloniales.

Ademas, un movimiento de liberación del consumo no se contentaría con ac-


ciones simbólicas. Querría hurtar conscientemente la demanda a la economía,
y con ello afectaría directamente a los intereses de realización del capital.
Cada kilowatio/hora no consumido daña a las industrias eléctrica y atómica.

79
Cada automóvil no vendido daña a la industria automovilística, cada producto
de plástico no vendido afecta a la industria química. Sólo así se podría conse-
guir primero una transformación y finalmente una reducción de la producción
destructiva, y que las personas y la naturaleza puedan recuperarse del sistema
industrial. Sería encomendarle las ovejas al lobo si confiásemos a los consor-
cios, los científicos y los políticos la solución de la cuestión medioambiental,
de la cuestión de la mujer y de la cuestión colonial.

Además de una limitación cuantitativa del consumo, también es necesario re-


gresar a una relación cualitativamente distinta entre producción y uso. Para
ello resulta en primer lugar importante que la producción y el uso vuelvan a
aproximarse, que se compren productos si es posible procedentes de la regió»
y que no necesiten largos transportes. A este respecto, las iniciativas de pro-
ductores y consumidores desempeñan un papel esencial. Pero una transforma-
ción cualitativa de los hábitos de consumo significaría también aprender a
usar las cosas en lugar de gastarlas/destruirlas, como dice Uli Mercker. Usar
las cosas quiere decir volver a desarrollar una especie de relación amorosa
con ellas. Eso es ciertamente difícil si resulta que sólo compro mercancías de
usar y tirar en el supermercado. La transformación cualitativa de los hábitos
de consumo puede empezar cuando nos enfrentamos con las relaciones de ex-
plotación contenidas en cada una de las mercancías. Estas las encubre hoy en
día la división internacional del trabajo mas que nunca. Pero desentrañar estas
relaciones y llevarlas a la conciencia de los consumidores es un primer paso
político para cambiar los hábitos de compra. Que es posible lo muestra por
ejemplo el boicot contra la fruta sudafricana.

Objeciones y respuestas

Quien habla hoy de liberación del consumo oye a menudo lo siguiente: «Tie-
nes razón, pero...», y después siguen diferentes argumentos destinados a pro-
bar que este camino es impracticable. A continuación desearía enumerar algu-
nos de estos argumentos importantes que oí en los años pasados, y también
las respuestas que se me han ocurrido.

«¡De qué sirve que yo, en cuanto individuo, consuma menos? Eso ni siquiera
lo notan los políticos o las multinacionales. La renuncia privada al consumo
es demasiado individualista y 110 conduce a transformaciones estructurales.»

El sistema de despilfarro sólo puede funcionar mediante la acción de muchos


individuos anónimos. La renuncia a comprar de muchos individuos actúa di-
rectamente, y no sólo simbólicamente, sobre las constricciones a la realiza.
80
ción del valor de este sistema: si se deja de comprar tanto, no se puede seguir
acumulando tanto. Además, no debemos llevar a la practica la liberación del
consumo sólo entre nuestras cuatro paredes. Debemos hacer pública nuestra
renuncia a comprar de la misma manera que las multinacionales hacen públi-
ca su propaganda comercial. Las emisiones televisivas MONITOR acerca de
los gusanos en el pescado del mar Báltico y los productos dañinos para las en-
cías en las pastas dentífricas las percibieron las empresas correspondientes co-
rno amenaza inmediata a sus ventas, y provocaron efectos inmediatos en estas
industrias. Los cambios estructurales, si se aspira realmente a ellos, se alcan-
zarían más rápidamente mediante campañas de renuncia a la compra bien di-
rigidas que por medio de otras estrategias. El miedo de la industria ante las
propuestas de boicot lo prueba.
«Los llamamientos a la liberación del consumo pueden permitírselos quienes
tienen o han tenido suficiente. ¿Pero qué pasa con los parados, los receptores
de subsidios sociales, y sobre todo los mujeres pobres? Ellos y ellas no pue-
den pagar los precios de las tiendas naturistas, se yeti obligados a comprar en
los supermercados más baratos. ¿No resulta cínico predicarles la renuncia al
consumo?»
Respondería dos cosas: el llamamiento a la renuncia al consumo se dirige en
primer lugar a aquellos que disfrutan de ingresos relativamente elevados, es
decir a las capas con mayor poder adquisitivo en los países industrializados,
que constituyen alrededor de los dos tercios de los consumidores. No se dirige
a quienes de todas maneras tuvieron y tienen que renunciar a muchas cosas.
Pero el problema es que las aspiraciones de consumo de esta sociedad de los
dos tercios han llegado a tener carácter modélico para todos «los de abajo».
También la receptora de subsidios sociales tiene en la cabeza el mismo mode-
lo de consumo que la oficinista o la mujer del funcionario. También los países
del «Tercer Mundo» intentan imitar las pautas de consumo de los países in-
dustrializados, primero las élites locales y las capas medias urbanas, filial-
mente también las masas de los pobres en el campo y en la ciudad. Un objeti-
vo esencial de un movimiento de liberación del consumo entre los estratos
con mayor poder adquisitivo sería quebrantar este poder de atracción del mo-
delo de consumo dominante, que lleva a los pobres a malbaratar su trabajo y
SUS menguados ingresos de la misma manera que las clases medias.

«La mayoría de nosotros consumimos tanto porque tenemos que compensar


otras necesidades que aquí no pueden satisfacerse. ¿También esta compensa-
ción nos quieres quitar?»

Es verdad que aquí no se satisfacen muchas necesidades humanas. Pero quien


quiera cambiar tal estado de cosas no puede seguir predicando el consumo

81
compensatorio, sino que tiene que crear las condiciones que posibiliten satis-
facer esas necesidades. Ello entraña, en mi opinión, que las necesidades bási-
cas vuelvan a ser cubiertas más por medio del propio trabajo que mediante la
compra de mercancías. La segunda condición sería que la producción y el uso
de semejantes bienes volviese a ocurrir en conexión con los demás, y no en la
soledad del atomizado productor y consumidor de mercancías. La necesidad
de «comida» no se satisface ingiriendo una determinada cantidad de calorías,
sino experimentando activa y comunitariamente la preparación de los alimen-
tos y el placer de la alimentación.

«¿Por qué hablas todo el rato de la explotación del «Tercer Mundo«? Vivimos
aquí, y no en Brasil ni en Tailandia.»

Eso es un gran error. De hecho, por medio del consumo mercantil vivimos en
parte en el «Tercer Mundo», y a costa suya. Alrededor del 20% de los pastos
de las vacas de la RFA se hallan —por vía de la importación de piensos— en el
«Tercer Mundo». Los huevos pasados por agua de nuestro desayuno vienen
de Tailandia, mediante el rodeo de las importaciones de tapioca; nuestras ca-
misas y vaqueros de Sri Lanka; nuestros vestidos de Corea del Sur; nuestros
ordenadores, grabadoras y vídeos de Taiwan, Malasia y Corea del Sur; y
nuestras vacaciones las pasamos en las soleadas playas del «Tercer Mundo».
Por no hablar de «nuestros» plátanos, «nuestro» café, «nuestro.. té, «nuestro»
petróleo...

«Me doy cuenta de todo esto. ¡Pero sencillamente quiero comer plátanos!
¡Necesito mis vacaciones en el Sur! ¡Por la noche necesito mi filete argenti-
no! ¡Me gusta muchísimo conducir coches veloces! ¡Me gusta fumar!»

Ese es el punto de vista de los niñitos tozudos, que lo quieren tener todo y en-
seguida. El consumismo ha ido reduciendo a muchas personas en los países
industrializados al nivel de niños de tres años, que a pesar de los mejores ar-
gumentos en contra se emperran en decir: ¡Lo quiero, y basta! La industria
publicitaria tiene una parte considerable de culpa en esta abolición de la ra-
zón, la sabiduría y la responsabilidad, y en la creación de esta infantilización
colectiva. ¿No somos más que marionetas suyas?

«¿Y qué pasa con tu feminismo? ¿Tienen que ser precisamente las mujeres las
que otra vez se sacrifiquen y practiquen la renuncia?»

Nosotras las feministas sabemos muy bien que las mujeres no son únicamente
víctimas desvalidas, sino que también participan siempre en el sistema de ex-
plotación patriarcal-capitalista. Participamos en él porque obtenemos una par-

82
te del botín, y a cambio aceptamos un modelo sexista de mujer, una moda se-
xista, una división del trabajo sexista, una publicidad sexista. Las mujeres que
siguen hablando sólo de sacrificio y no de liberación cuando tienen que re-
nunciar a los atributos del modelo de mujer troquelado por el patriarcado y el
capitalismo no pueden tomarse muy en serio la liberación de las mujeres. O
bien se encuentran en la situación de los israelitas antes de la huida de Egipto,
que querían ciertamente SCI liberados de la esclavitud, pero al mismo tiempo
no deseaban renunciar a las ollas de carne egipcias.
«Ly los puestos de trabajo? ¿Qué pasaría con los obreros del automóvil si de-
jásemos de comprar coches, qué pasaría con los trabajadores de la industria
química si comprásemos menos productos químicos? ¿Has pensado en ellos y
en sus familias?»
Con el argumento de los puestos de trabajo se justifica hoy todo tipo de pro-
ducción superflua y destructiva, tanto la de venenos químicos como la de
electricidad nuclear, tanto la de armas como la de automóviles de lujo. Pero
no lo olvidemos: el objetivo de esta producción no es la conservación de
puestos de trabajo, sino el beneficio. El objetivo de un movimiento de libera-
ción del consumo sería primero la reducción y finalmente el cierre de seme-
jantes ramas productivas. Pero eso no significa en absoluto que las personas
que trabajaban en ellas tengan que perder su trabajo y sus ingresos. El trabajo
socialmente necesario habría de repartirse equitativamente entre todas las mu-
jeres y los hombres sanos, y eso tendría que conducir también a una distribu-
ción más justa de los ingresos. Socialmente necesario es todo trabajo que sir-
va para la satisfacción de las necesidades básicas, por consiguiente también el
trabajo doméstico, el trabajo con niños, viejos y enfermos. Por el contrario, el
trabajo en la fabricación de Mercedes de lujo, de fast-food, dc muchos pro-
ductos de la industria electrónica y química, no sólo no es socialmente nece-
sario, sino que a menudo es socialmente dañino. A los productos de la indus-
tria atómica y del armamento podemos renunciar totalmente. Si este trabajo
superfluo o dañino se redujese o aboliese, y si todo el restante trabajo necesa-
rio y útil se repartiese por igual, sería posible —tanibién sin robots ni autóma-
tas— una amplia reducción del tiempo de trabajo.
«Si la industria del armamento fuese suprimida o por lo menos reducida drás-
ticamente, habría suficiente para todos. Es sabido que el mayor despilfarro de
trabajo, energía, materias primas y capital, y los mayores daños para el medio
ambiente, proceden del armamento, y eso sin considerar la amenaza de ani-
quilación total que pesa sobre todo el mundo. ¿Por qué no nos concentramos
en la lucha por el desarme total?»
Ya he dicho que la producción de armas y material de guerra es la más nociva
de todas. Sería correcto detenerla inmediatamente. ¿Pero tenemos claro lo que

83
ello significaría para nuestro nivel de vida? La industria del armamento sería
verdaderamente superflua sólo si estuviésemos dispuestos a reducir drástica-
mente nuestro nivel de vida y a llegar a una industria de autoabastecimiento
más o menos limitada. Pues mientras nuestros coches y calefacciones sigan
dependiendo del petróleo, mientras nuestros televisores, ordenadores y video-
casetes, nuestros tejidos y otras mil cosas de uso cotidiano sigan siendo fabri-
cadas a base de derivados del petróleo, se seguirán necesitando armas para
garantizar el libre transpone de «nuestro petróleo», por ejemplo desde el Gol-
fo Pérsico. Ya nos encontramos en un estado de guerra. Buques de guerra es-
tadounidenses, franceses, ingleses> holandeses -pronto quizá también alema-
nes- escoltan en el Golfo Pérsico a los petroleros que traen «nuestro» petró-
leo. ¿O acaso creemos que una nación industrial como la RFA, que depende
hasta tal punto de la importación de materias primas baratas —por ejemplo car-
bón sudafricano— y la exportación de productos industriales caros, puede per-
mitirse renunciar al armamento? Hoy uno de cada cuatro países se encuentra
en guerra, como admitió en 1986 el jefe del Pentágono Caspar Weinberger,
retirado en noviembre de 1987. Estas guerras, llamadas Lo»' Intensily Con-
fi jets de manera eufemística, tienen lugar casi exclusivamente en los países
del «Tercer Mundo». Ello muestra claramente que el conflicto Este-Oeste se
utiliza para mantener a raya a los pobres del Sur. Mientras se hagan la guerra
entre sí, no derribarán a los países ricos del Norte. De manera que quien esté a
favor del desarme, ha de estar también a favor de la abolición del orden eco-
nómico mundial explotador y dispuesto a reducir su confort habitual.
»Todo esto es demasiado moralista. Moral y ascesis, lo que es aquí ni el perro
lo quiere. Lo único que haces es causar complejos de culpa a la gente, y de la
Culpa nunca ha salido nada bueno. Tienes que ofrecer algo positivo, algo que
sea atractivo...»
Si queremos acabar con el estado de guerra generalizado contra las mujeres,
la naturaleza y el «Tercer Mundo», necesitamos urgentemente una nueva mo-
ralidad, cuyo meollo no estribe en el puro interés propio del individuo atomi-
zado ni en la lucha de todos contra todos, sino eitel conocimiento de que tara-
bien el individuo está unido con los demás>' es una parte de la naturaleza, y
que ello no constituye ninguna desdicha, sino que es nuestra dicha. Esta nue-
va moralidad apela al respeto de sí mismo, al sentimiento de responsabilidad
y a la solidaridad, pero no al egoísmo. Una nueva sociedad no puede cons-
truirse sobre la base de la moralidad hedonista de «después de mí el diluvio»,
»Veo lodo esto con claridad, pero no actúo de acuerdo con mis convicciones.
¿No vives tú enredada en las mismas contradicciones que todos nosotros?»
Es cierto que también yo vivo enredada en contradicciones, y bien conozco la
verdad de la frase bíblica: El espíritu está pronto, pero la cante es débil. No se

84
trata de que todos saltemos de golpe fuera del sistema consumista. Eso no po-
demos hacerlo. Se trata de lograr una nueva perspectiva, una politización de
la esfera del consumo, y por eso se trata de redescubrir la propia responsabili-
dad. Todos no podrán hacer lo mismo. Lo que para uno es posible —por ejem-
plo renunciar al automóvil—, para otros será imposible. Pero todos y todas po-
demos empezar en alguna parte, y podemos fortalecernos mutuamente, y ani-
marnos e intercambiar nuestras experiencias. Una actitud de todo o nada no
sirve de gran cosa en este contexto.
Tampoco es necesario empezar con lo más difícil —no somos heroínas ni hé-
roes— sino con lo que le parece posible a cada cual. Y entonces veremos que
en realidad sólo sabemos lo que resulta posible una vez que empezamos a
transformar el statu quo, o bien, en palabras de Halo Saibold: aprendemos ha-
ciendo (SAInow 1987). Yo sólo empecé a examinar con lupa los productos
químicos en mi cesta de la compra cuando, después de la catástrofe causada
pót* Sandoz en el Rhin, junto con otros suscribí en el Tageszeitung el llama-
miento «jYA ESTAMOS HARTOS! NO COMPRAREMOS NADA MAS DE LOS ENVE-
NENADORES DE AGUAS»? Además, ya es hora de que las muchas iniciativas
individuales de este tipo se pongan en conexión unas con otras, e intercam-
bien y publiquen sus experiencias.'
Una observación final: de ninguna manera afirmo que un movimiento de libe-
ración del consumo pueda hacer superfluas las demás formas de la resistencia
política. Pero tengo para mí que todas las demás formas de lucha por una so-
ciedad alternativa —ya sean violentas o noviolentas, parlamentarias o extrapar-
lamentarías— no tendrán exilo si no se quebranta la hegemonía sobre la vida
cotidiana que ejerce el consumismo. En este sentido, el «camino» de la libera-
ción del consumo es también ya la meta.

BIBLIOGRAFIA

ANDERS, G., Die Antiquiertheit des Menschen, vol.2, München 1987.


BALEE,W., «E/er Energieverbrauch steigt wieder deutlich an», Frankfurter Rundschau
del 27.6.87.

3. Este llamamiento se publicó el 13.12.86 en cl Tageszeitung. No sólo lo suscribieron varios mi-


les de personas, sino que también se publicó en otros medios y sirvió corno estimulo para otras ac-
ciones análogas.

4. Importantes indicaciones concretas sobre politización dcl consumo pueden leerse en cl ensayo
de flato Saibold mencionado en a bibliografia, sobre todo para los ámbitos dc vestimenta, alimen-
tación, vivienda y salud. También la Iniciativa de Consumidores de Bonn (Verbraucherinitiative
irr Roan, Postfach 1746) proporciona información sobre las diferentes posibilidades de transformar
nuestros hábitos de consumo.

85
IIIPPLER, J., «Der Kalte Krieg wird tropisch warm», taz del 6.10.87.
KAPP, KW., Soziale Kosten der Marewirschaft, Frankfurt 1979.
LEINEMANN, J., Dieringst der Deutschen, Reinbek 1982.
MIES, M.,«Frauenforschung oder feministische Forschung, Beiträge zur feministis-
che Theorie und Praxis 1984, número 11.
Mies, M., «Konturen einer Öko-feministischen Gesellschaft», taz del 9.5.87 (ampliado
en: Die Grünen im Bundestag (Hrsg.), Frauen und Okologie).
SCIIM/ERER, 3,, editorial del número 6 de Kommune, 1986.
STR/01M, R.H., !Forum wir so arm sind, Wuppertal 1980.

(Maria Mies, nacida en 1931, estudió sociología y etnología en Colo-


nia. Ha trabajado e investigado durante varios años en la India —por
ejemplo sobre la labor de las mujeres en la economía de subsistencia
campesina—. De 1979 a 1981 organizó la investigación sobre »Muje-
res y desarrollo» en el Institute of Social Studies de La Haya. Actual-
mente enseña pedagogia social en la Universidad de Colonia. Es
coautora de libros importantes como Frauen, die letzte Kolonie —Las
mujeres, la última colonia; Rowohlt Verlag, Hamburg 1983— y Pa-
triarchy and Accumulation on a World Scale —Patriarcado y acumula-
ción a escala mundial; Zed Books, London 1985—. El ensayo que he
traducido procede del anuario verde-alternativo Grüne Alternativen,
Kölner Volksblatt Verlag, Köln 1988. Jorge Riechmann.)

ESPECIAUTZADA EN AUTORES
DATMERIA, 13 - 08002 BARCELONA

86
¿Es el sexo para el género como la raza
para la etnicidad?
VERENA STOLCKE

«La coustume est une seconde nature qui detruit la premiere.


Mais qu'est que nature, porquoy la coustumc n'est elle pas na-
turelle? Fui grand peor que cette nature nc suit elle mhme
qu'une premiere coustume, comme la coustume est unc secan-
de nature.» Pascal, Pensée, 1670, citado por C. Levi-Strauss,
me New from Ajar, Basic Books, Nueva York, Parte 1, p.1.

«Thc ute rus is lo (he Race what ihr heart is lo the individual:
it is Che organ of circulation to ihn species.» W. Tyler Smith,
Manual of Obstetrics, 1847 citado en M. Poovey, «Scenes of
an Indelicate Character The Medical Trcatment' of Victorian
Warnen,,,Representutons 14, Primavera 1986, p. 145.

El sentido común occidental moderno distingue la naturaleza de la cultura co-


rno si se tratara de dos aspectos de la experiencia humana obviamente distin-
tos. En este artículo me propongo problematizar esta perspectiva dualista. Mi
intención es doble. Con tal de que no se les dote de significado social, la natu-
raleza y la cultura de hecho constituyen dos ámbitos diferentes. Quiero exa-
minar, no obstante, cómo en la sociedad de clases tienden a legitimarse y a
consolidarse las desigualdades sociales conceptualizändolas como si estuvie-
ran basadas en diferencias naturales inmutables. Pero como ya señalaba Pas-
cal, estas supuestas diferencias naturales subyacentes pueden ser ellas mismas
construcciones culturales.

La imagen de las mujeres reflejada en la afirmación del Dr. Smith que cito
arriba viene muy al caso aquí. Es un buen ejemplo de cómo la profesión mé-
dica, inspirada en una idea muy particular sobre la naturaleza de las mujeres,
percibía a éstas en el siglo XIX. Otro médico desarrollaba esta misma concep-
ción biológica unas décadas mas tarde al argumentar que era «como si el To-
dopoderoso, al crear el sexo femenino, hubiese cogido un útero y hubiese
construido una mujer en torno de él» (Poovey, 1968, p. 145). Es decir, la

87
esencia de la mujer residía en su vientre. No obstante, y quizá sin advertirlo,
el Dr. Smith había añadido otra idea. El útero no sólo definía el ser mujer, si-
no que además este y por lo tanto su portadora tenían una función específica,
a saber, la de reproducir la raza o especie.

En este artículo quiero analizar esta noción biologista, naturalista de la fun-


ción de las mujeres en la cultura occidental y examinar que tiene que ver la
«raza» con todo ello. Mi intención es, además, elaborar una interpretación de
la desigualdad en la sociedad de clases que dé cuenta de cómo ambas concep-
tualizaciones se constituyen recíprocamente.

Hasta hace poco, en la teoría feminista se enfocaba a las mujeres de modo ge-
neral como una categoría social indiferenciada. En los últimos años, no obs-
tante, las mujeres negras al sentirse relegadas por la falta de sensibilidad de
las feministas blancas ante su opresión específica, plantearon un problema
nuevo que hasta entonces apenas había sido tenido en cuenta. Como insistió
Moore recientemente, ya va siendo hora de que prestemos una atención espe-
cial a las diferencias que existen entre las mujeres: «Esta fase supondrá la for-
mulación de construcciones teóricas que aborden la diferencia y se ocupen de
manera central de analizar cómo la diferencia racial se construye a través del
género, cómo el racismo divide la identidad y experiencia de género, y cómo
el género y la raza configuran la clase.» (Moore, 1988, p. 11). Es decir, se tra-
ta de comprender cómo la intersección entre la clase, la raza y el género pro-
duce experiencias comunes pero también diferencias en el hecho de ser muje-
res y, por otra parte, por qué el género, la clase y la raza son constitutivas de
la desigualdad social.

No pretendo formular una teoría universalista que dé cuenta de las variacio-


nes interculturales en las jerarquías de género. Como primer paso, no me
propongo contribuir a aclarar los procesos políticos y las justificaciones ideo-
lógicas que, de modo dinámico e interdependiente, estructuran las desigualda-
des de género y «raciales» en la sociedad de clases. El fenómeno crucial a es-
te respecto es la tendencia a «naturalizar» ideológicamente las desigualdades
sociales. El interrogante central que se plantea es por qué, en particular, dife-
rencias «sexuales» y «raciales» en lugar de otros rasgos «naturales» de
los seres humanos, como por ejemplo la estatura, destacan como las marcas
principales de desigualdad social y cómo éstas se interrelacionan en la confi-
guración de la opresión de las mujeres de modo general y de las diferencias
específicas entre ellas en la sociedad de clases.

Para comenzar examinaré las diversas maneras de abordar la construcción so-


cial de las jerarquías de género por las teorías feministas. La especie humana

88
se reproduce de forma bisexual. Me centraré en especial en los controvertidos
nexos causales entre el hecho «natural» de las diferencias sexuales biológicas
entre los machos y las hembras humanos y los significados simbólicos engen-
drados que estructuran la desigualdad entre las mujeres)' los hombres como
agentes sociales. A continuación discutiré parte de la creciente literatura que
ha aparecido en las últimas tres décadas sobre las llamadas relaciones raciales
y étnicas, en especial en Inglaterra y haciendo alguna referencia a Estados
Unidos. Me ocuparé de las nociones de elnicidad y grupo étnico sólo en la
medida en que las controversias semänticas sobre los términos «raza» y «etni-
cidad» y la substitución del uno por el otro revelan problemas teóricos seme-
jantes, aunque también dificultades especiales en comparación con aquellos
que plantea el análisis de las relaciones de género.

La cuestión principal remite a la propia «naturaleza» de las diferencias natu-


rales que son dotadas de significado social en el afán de legitimar las relacio-
nes desiguales de poder. Sin embargo, mi enfoque no pretende ser ni cons-
tructivista ni relativista sino antropológico-histórico. Tal como argumentaré,
la desigualdad de género en la sociedad de clases resulta de una tendencia
histórica a «naturalizar» ideológicamente las desigualdades socioeconómicas
que imperan. Esta «naturalización» es un subterfugio ideológico que tiene co-
mo fin reconciliar lo irreconciliable, a saber, la ilusión de que todos los seres
humanos, libres e iguales por nacimiento, gozan de igualdad de oportunida-
des, con la desigualdad socio-económica realmente existente, en interés de los
que se benefician de esta última. Esta «naturalización» ideológica de la condi-
ción social juega un papel central en la reproducción de la sociedad de clases
y explica el significado especial que se atribuye a las diferencias sexuales.

Del sexo al género

El término «género» como categoría de análisis se introdujo en los estudios


feministas en la década de los ochenta. La investigación feminista de
los setenta había mostrado que lo que entonces se denominaban roles sexuales
variaban de forma significativa de cultura a cultura (Moore, 1988, en esp.
cap. 2). De ahí que éstos no se podían reducir simplemente al hecho inevita-
ble, natural y universal de las diferencias de sexo.

El concepto analítico de «género» pretende poner en cuestión el enunciado


esencialista y universalista de que «la biología es destino». Trasciende el re-
duccionismo biológico al interpretar las relaciones entre mujeres)' hombres
como construcciones culturales engendradas al atribuirles significados socia-

89
les, culturales y psicológicos a las identidades sexuales biológicas. Desde esta
perspectiva se hizo necesario distinguir entre n‹ género » como creación simbó-
lica, «sexo» que se refiere al hecho biológico de ser hembra o macho y «se-
xualidad» que concierne a las preferencias y a la conducta sexual (Showalter
(ed.), 1989, pp. 1-4; Captan (ed.), 1987, en esp. Introduction). Y para explicar
estas variaciones interculturales en las relaciones entre mujeres y hombres fue
preciso buscar las raíces socio- históricas de las jerarquías de género.

Una vez introducido el concepto de «género» se desarrolló la teoría del géne-


ro que, no obstante, no está exento de controversias. Aunque la teorización
del género como construcción social ha ganado terreno de forma progresiva,
por el momento ni la teoría feminista proporciona un modelo indiscutible para
su análisis, ni hay consenso sobre el propio concepto de género (Showalter
(ed.), 1989; Jaggar, 1983). De hecho, la noción de «género» se ha convertido
en una especie de término académico sintético que hace referencia a la cons-
trucción social de las relaciones entre mujeres y hombres, cuyos significados
e implicaciones políticas no están, sin embargo, siempre claros. El enfoque
analítico categorial característico de los «women's studies», que centraba su
atención exclusivamente en las experiencias de las mujeres como tales, ya
fuesen logros o desventajas, se plasmó políticamente en la lucha por derechos
iguales con los hombres. La teoría del género, en cambio, introdujo un enfo-
que relacional según el cual sólo pueden comprenderse las experiencias de las
mujeres si se analizan en sus relaciones con los hombres. Aun así no queda
siempre claro que esta perspectiva relaciona] necesariamente asegure un aná-
lisis histórico de las formas culturalmente diversas de poder y de dominación
masculina sobre las mujeres y de sus causas. Es importante esta reserva pues
la teoría del género puede conducir a una política de género nueva y subver-
siva que no sólo desafíe el poder masculino, sino las raíces sociopolíticas de
la desigualdad de género tan sólo si se presta atención especial a las formas de
poder y de dominación. Desde esta óptica, el proyecto político ya no es el lle-
gar a ser lo más iguales posible a los hombres y en lugar de ello consiste en
transformar las relaciones de género de forma radical, un proyecto político
que, a su vez, exige la superación de todas las formas de desigualdad social.

Teorizar las relaciones de género como construcciones sociales entraña, al


menos, dos tipos de problemas analíticos. Puesto que la teoría del género po-
ne en entredicho los esencialismos biológicos, problematiza y replantea para
el análisis el modo cómo el «hecho natural» de las diferencias sexuales bioló-
gicas está vinculado con las construcciones de género. Al mismo tiempo, cl
«género» como forma sociohistórica de desigualdad entre mujeres y hombres,
dirige la atención hacia otras categorías de la diferencia que se traducen en
desigualdad, tales como la «raza» y la «clase», planteando la pregunta acerca

90
de cómo éstas se interrelacionan (Showalter (ed.), 1989, p. 3; «Within and
Without: Women, Gender and Theory», Signs, 1987; Stolcke, 1984).
La cuestión mas controvertida del análisis de género es si el hecho biológico
de la diferencia sexual entre mujeres y hombres está vinculado, a nivel inter-
cultural, con las relaciones de género, y de qué manera está vinculada con
ellas. Dicho de otro modo, ¿cuáles son las diferencias de hecho a partir de las
que se construyen los géneros? O, en términos aún más radicales, ¿tiene el gé-
nero, como construcción social, en todas las culturas y circunstancias algo
que ver con el «hecho natural» de las diferencias de sexo?
ludith Shapiro, ya a principios de la década de los ochenta, se percató de las
dificultades conceptuales que entraña el separar género de sexo: «(el sexo y el
género) sirven a un propósito analítico útil al contraponer un conjunto de he-
chos biológicos a un conjunto de hechos culturales. Si quisiera ser escrupulo-
sa en el uso de los términos, utilizaría la palabra «sexo» sólo cuando hablase
de diferencias biológicas entre machos y hembras, y usaría «género« siempre
que me refiriese a los construcciones sociales, culturales y psicológicas que
se imponen a esas diferencias biológicas... El género... designa un conjunto
de categorías que podemos denominar con la misma etiqueta a nivel interlin-
güístico o intercultural, pues éste está relacionado de alguna manera con dife-
rencias de sexo. No obstante, estas categorías son convencionales o arbitrarias
en la medida en que no se pueden reducir a o derivar de forma directa de he-
chos naturales, biológicos; difieren de una lengua a otra, de una cultura a otra,
en el modo cómo organizan la experiencia y la acción» (Shapiro, 1981 citado
por Yanagisako y Collier, 1987, p33).
Yanagisako y Collier, en cambio, han puesto en entredicho, más recientemen-
te, el que existiera cualquier vínculo necesario entre sexo y género al cuestio-
nar el hábito persistente en los estudios comparativos de atribuir la organiza-
ción cultural del género a «diferencias biológicas en los papeles de mujeres y
hombres en la reproducción sexual». Según las autoras este enfoque es análo-
go a la reificación genealógica tan característica de los estudios antropológi-
cos convencionales de sistemas de parentesco que Schneider, por ejemplo,
criticó hace algún tiempo en el caso de los EEUU (Yanagisako y Collier,
1987, pp. 32-33). Otro ejemplo de esta tendencia reificadora lo constituye la
curiosa polémica antropológica sobre la supuesta «ignorantia paternitatis» de
ciertos pueblos «primitivos» (Leach, 1967; Delaney, 1986). Pero aunque a es-
ta altura los antropólogos/as en general reconocen que las «teorías» de la con-
cepción nativas y los sistemas de parentesco son fenómenos culturales y no
biológicos, resulta muy novedoso poner en cuestión el vínculo entre sexo y
genero. Yanagisako y Collier, sugieren, en efecto, que deberíamos comenzar
por poner en duda tal vínculo en lugar de dar por supuestas las raíces biológi-
cas de las categorías de género, no importa cuáles sean las manifestaciones

91
culturales específicas de estas últimas: «estamos en desacuerdo con la idea de
que variaciones interculturales en las categorías y desigualdades de género no
son más que elaboraciones y extensiones diversas de los mismos hechos natu-
rales» (op.cit., p. 15).
Con todo, mientras que Yanagisako y Collier ponen en entredicho el funda-
mento biológico del genero, dan por supuesto las diferencias de sexo, es decir
el dimorfismo sexual, como «hecho natural». McDonald, en cambio ha ido
aún más lejos al señalar, con razón, que incluso teorías biológicas y fisiológi-
cas, y hasta de la propia naturaleza, constituyen conceptualizaciones socio-
políticas (McDonald, 1989, p.310). En efecto, si se repasa la historia de la
biología, de la embriología y de las imágenes del cuerpo humano queda pa-
tente esto (por ejemplo, Mayr, 1982; Hubbard, 1990; Bridenthal et al., 1984;
Martin, 1987, Laqueur, 1991). Más complicado resulta, en cambio, descubrir
las raíces sociopolíticas específicas de esas representaciones.
Llegados a este punto el lector/a puede sentirse invadida por una terrible sen-
sación de levitación carente de fundamentos. No obstante, para no hallarnos
atrapadas en una especie de infinita espiral constructivista que jamás podrá
ofrecer una explicación de por qué ciertos «hechos» naturales se conceptuali-
zan de maneras culturalmente específicas, hace falta examinar el contexto his-
tórico que da lugar a ideas biológicas y de la naturaleza determinadas, y que,
a la inversa, puede explicar por qué determinadas relaciones sociales son re-
presentadas en términos naturales.
Desafíos al saber establecido, como el sugerido por Yanagisako y Collier, tie-
nen un efecto liberador de cara a futuras investigaciones interculturales, aun
cuando, como bien saben ellas mismas, resulta difícil escapar de la carga con-
ceptual que nos impone nuestra propia cultura. Pero, precisamente por esta ra-
zón, también deberíamos examinar nuestros propios prejuicios. Es esto lo que
yo me propongo hacer, a saber, intentar sacar a la luz y examinar aquellos
presupuestos culturales que han inspirado las conceptualizaciones de la esen-
cia biogenetica y de la herencia y las construcciones de género en la sociedad
de clases. Es este un paso esencial para poder descubrir cómo y por qué al es-
tructurarse la relaciones de género, la clase, la «raza» y el «sexo» se interrela-
cionan y constituyen recíprocamente.

De la raza a la etnicidad y vuelta atrás

Harding recientemente ha llamado la atención sobre la intersección entre el


género y la raza para señalar cómo estas diferentes estructuras de dominación
afectan a las mujeres y a los hombres o a blancos en contraste con negros de

92
modos particulares: «...en culturas estratificadas tanto por el género como por
la raza, el género siempre resulta ser también una categoría racial y la raza
una categoría de género» (Harding, 1986, p. 18; para más referencias sobre
los vínculos entre el género, la clase y la raza véase Gordon, 1974; Carby,
1985; Haraway, 1989). No obstante, el tipo de interrrelación que se da entre el
género, la clase y la raza en esta nuestra sociedad en general ha eludido una
conceptualización y explicación claras. Los análisis suelen centrarse en las
distintas consecuencias socioeconómicas que tienen estas categorizaciones
para las mujeres ell lugar de buscar sus raíces y los vínculos entre estos siste-
mas combinados de desigualdad. El estudio temprano y fascinante de Linda
Gordon sobre el control de la natalidad en los Estados Unidos constituye una
excepción. Como demostró Gordon, las doctrinas de pureza racial y social
fueron el resultado de una organización socioeconómica concreta e influyeron
de manera decisiva en las ideas de género y por ello en la experiencia de las
mujeres (Gordon, 1974). l'or otra parte. Moore ha insistido con razón en que
no se trata de una simple convergencia o «fusión», de una especie de suma, de
diferentes fuentes de opresión al configurarse la condición social de las muje-
res y las relaciones de género (Moore, 1988, p. 86). No obstante, sigue sin es-
tar claro cómo se vinculan en efecto el género, la raza y la clase, es decir, có-
mo trascender una perspectiva convergente.

PCIO mientras que la literatura feminista ha abordado la relación entre género


y raza, en la literatura sobre relaciones raciales y étnicas, en cambio, cual-
quier interés por comprender las implicaciones que puedan tener las doctrinas
racistas para las relaciones de género brilla de forma ostensiva por su ausen-
cia mientras que ocupan un lugar destacado ciertas polémicas altamente poli-
tizadas sobre los significados y las implicaciones sociales de la raza, la etnici-
dad y el racismo. Repasare esta controversia por tres motivos: primero, para
determinar cómo se ha introducido la noción de «etnicidad» y su conotación
actual como concepto adicional o substitutivo de «raza» en los estudios sobre
relaciones raciales; segundo, para desentrahar el significado ambivalente de
los términos «etnicidad» y A‘grupo etnico»; y, tercero, para sugerir que, de he-
cho, existe una continuidad entre lo que algunos autores, al estudiar los con-
flictos «raciales» en la posguerra en el Reino Unido y en Europa, han vellido
a denominar el «nuevo racismo» y las doctrinas y discriminaciones racistas
del siglo XIX.

Con raras pero significativas excepciones (por ejemplo, M.G.Smith, 1986;


P.L. van den Berghe, 1986) los estudiosos coinciden ahora en que eitel géne-
ro humano no existen «razas» en términos estrictamente biológicos. Esto
quiere decir que siempre que formas de desigualdad y exclusión son atribui-
das a diferencias raciales se trata de construcciones sociohistóricas. Rasgos

93
fenotípicos, aunque tiendan a ser interpretados como indicadores de diferen-
cias raciales y a ser utilizados para legitimar prejuicios y discriminaciones ra-
cistas, de hecho sólo reflejan un fracción mínima del genotipo de un indivi-
duo. Por otra parte, son bien conocidos casos de racismo (por ejemplo, el
antisemitismo) en que no existen siquiera diferencias fenotipicas coherentes y
visibles. Los conceptos de «etnicidad» y «grupo étnico», en el sentido de
identidad cultural, fueron adoptados para substituir el término «raza» precisa-
mente para subrayar el carácter ideológico-político de las doctrinas y discri-
minaciones «racistas».

Los términos de «etnicidad» y de «grupo étnico» utilizados para designar una


comunidad discreta caracterizada por un conjunto de rasgos comunes son re-
lativamente recientes en comparación con el de «raza» (Conze, 1984; Coro-
minas, 1982) y el de «racismo» parece que se popularizó tan sólo en el perío-
do entre las dos guerras mundiales (Rich, 1986, p. 12). Un informe del Royal
Anthroological Institute sobre Rare and Culture de 1935, por una parte, dis-
tinguía entre tipos raciales, pero por otra también cuestionó el que fuera legí-
timo, desde una perspectiva estrictamente científica, aplicar este concepto.
Huxley y Haddon, ese mismo año, denunciaron el uso hecho por los nazis del
término «raza» como categoría antropológica aceptable y propusieron que se
le substituyera por «grupo étnico». Este fue el primer síntoma de un giro sig-
nificativo en la terminología de las ciencias sociales utilizada para estudiar la
«raza» (Rich, 1984, pp. 12-13).

El término «étnico» se difundió de forma más amplia en la posguerra. A partir


de ese momento muchos estudiosos rechazaron el término «raza» motivados
por un repudio ético humanista de las doctrinas racistas de los nazis. Se trata-
ba de hacer hincapie en que las comunidades humanas son fenómenos históri-
cos, culturales en vez de agrupaciones dotadas de rasgos morales e intelectua-
les de origen «racial» y por lo tanto hereditarios. Según el Oxford English
Dictionary el término «etnicidad» fue utilizado por primera vez en 1953
(Tonkin et al., 1989, pp. 14-15).

Un giro terminológico, no obstante, no necesariamente transforma la realidad


ni la manera de percibirla. Esto queda patente casi desde el inicio de la con-
troversia en torno al significado de los términos «raza» y «etnicidad». Los
científicos sociales que fueron consultados bajo los auspicios del proyecto de
posguerra de la Unesco para desmitificar las doctrinas racistas pusieron de
manifiesto considerables desacuerdos conceptuales y políticos. Un sector in-
terpretó los llamados problemas raciales como étnicos (quiere decir, cultura-
les). Otro aceptó el uso de diferencias raciales conto marcas de desigualdad
social pero negó cualquier intención justificadora. Un tercero quería que el

94
término «relaciones raciales» fuera reservado para aquellas circunstancias en
que prevaleciera el racismo (Res, 1986, p. 18 y sigs.).

La substitución del término «raza» por «etnicidad» tuvo al menos dos conse-
cuencias. Por una parte, tendió a minimizar o esquivar el fenómeno del racis-
mo realmente existente, es decir el que se dieran discriminaciones y exclusio-
nes justificadas ideológicamente atribuyéndolas a supuestas deficiencias
morales e intelectuales raciales y hereditarias. Por otra, se dio la paradoja de
que la «raza», al ser relegada al reino de la naturaleza, en contraste con la «et-
nicidad», entendida como fenómeno cultural, era reificada como hecho dis-
creto.

Así, los sociólogos norteamericanos Glazer y Moynihan, por ejemplo, en


1973 definieron la «etnicidad» como «la condición de pertenecer a un grupo
étnico específico», definición ésta mas bien circular. Tensiones entre grupos
como las que existen entre negros y blancos en los Estados Unidos, las inter-
pretaban, además, como «conflictos étnicos» sobre el acceso a los derechos
ciudadanos y a las oportunidades económicas (Glazer y Moynihan, 1975,
pp. 1-5). Desde una perspectiva típicamente liberal consideraban la «condi-
ción objetiva» (ibid., p.1) de la «etnicidad» como uno más de los criterios de
estratificación social, que en el contexto del «resurgimiento étnico» de los
años sesenta incluso había desplazado la clase social como la divisoria princi-
pal en la sociedad moderna (citado por Cashmore, 1984, p. 101). El sociólogo
inglés Res criticó este uso de la noción de «grupo étnico», con su supuesto
significado cultural, en lugar de «raza», precisamente por tratarse de un enfo-
que liberal del racismo, pues de este modo se neutralizaban los conflictos in-
herentes a situaciones «raciales» (Rex, 1973, p. 183). «Raza» y «etnicidad»
no eran criterios substantivos e independientes de estratificación social sino
que formaban parte de sistemas de dominación a los cuales confieren signifi-
cado simbólico, y por lo tanto debían ser analizados en este contexto (Rex &
Mason, 1986, pp. xii-xiii).

La ola de agresiones a inmigrantes «no-coinunitarios» en Europa ha introdu-


cido una complicación conceptual adicional. Muchos políticos)' analistas eu-
ropeos interpretan el creciente antagonismo que se está poniendo de manifies-
to contra los inmigrantes en Europa como una expresión de xenofobia mas
que de racismo, es decir, como una hostilidad y desconfianza comprensible
contra extraños. Así Touraine sostuvo el año pasado que «El ascenso de la xe-
nofobia —que no es lo mismo que el racismo, del que está alejada, ya que lo
que aquí se cuestiona es más una cultura que una raza— forma parte de un
conjunto de movimientos de opinión, diferentes entre sí y a veces incluso de
sentidos opuestos aunque de la misma naturaleza.» (Touraine, 12 de junio

95
de 1990, p. 15). Esta distinción es discutible. De hecho, en un artículo poste-
rior el mismo autor nos da un ejemplo notable del modo en que eufemismos
políticamente ambiguos tales como «etnicidad» o «xenofobia» pueden servir
para encubrir el racismo. En este artículo Touraine sostiene que la xenofobia
indica un sentimiento de rechazo ante aquellos grupos sociales que se esfuer-
zan por integrarse en la clase media francesa: «El racismo, por el contrario, se
dirige contra los que se han colocado al margen y a los cuales, al estar deso-
cializados, se les juzga y se les condena por su conducta social, no en térmi-
nos sociales, sino por su raza.» (Touraine, 29 de octubre de 1990, p. 8). Lo
que Touraine quiere decir en realidad con «colocarse al margen» es el negarse
a ser asimilados. Como ejemplos de ello da los de los negros de los Estados
Unidos, los caribenos, hindúes y paquistanies del Reino Unido, a quienes de-
signa como «grupos étnicos,,.
La controversia acerca de si la «etnicidad» y la «raza» son criterios relaciona-
dos o si re trata de sistemas de clasificación social distintos parece análoga a
los debates sobre hasta que punto diferencias de sexo constituyen la base na-
tural a partir de la cual se construyen las relaciones de género. Como señaló
McDonald recientemente, «justo cuando se dejó de hablar de "raza" para ha-
blar de "etnicidad", se substituyó también, en la misma época, las interpreta-
ciones biologistas y esencialistas de las diferencias de sexo por un enfoque de
género». Y a continuación sugería que resulta tan imposible descubrir una
identidad étnica esencial como saber de qué manera son en realidad «hom-
bres» y «mujeres» (McDonald, 1990, p. 310).
Parece haber, no obstante, un hecho que complica esta aparente analogía. Está
demostrado que «razas» no existen en un sentido biológico estricto en el gé-
nero humano. Los seres humanos pueden ser clasificados a partir de una serie
de características fenotípicas que, sin embargo, sólo expresan una fracción del
genotipo. Ademas, no hay evidencia de que diferencias morales e intelectua-
les estén asociadas con estas características físicas. A pesar de ello, rasgos
culturales compartidos con frecuencia se tienden a atribuir a la «raza». El di-
morfismo sexual, en cambio, si que existe. De esta forma, la cuestión parece
ser la inversa, a saber, si a partir de este «hecho» físico se construyen, en
cualquier circunstancia, jerarquías de género. En otras palabras, mientras que
las discriminaciones racistas se basan ellas mismas en un hecho natural ideo-
lógicamente construido, el de las «razas», las jerarquías de género parece que
pueden basarse en un hecho natural realmente existente, el de las diferencias
de sexo.

En un análisis reciente acerca del significado convencional del término «etni-


cidad» Just sostuvo, no obstante, que esta noción también carece de una defi-
nición clara. Los atributos de grupo tales como el territorio, la continuidad

96
histórica, la lengua y la cultura tan sólo son indicadores de pertenencia a un
grupo étnico específico pero no sirven como definición general de la elnici-
dad: «La etnicidad, la identidad étnica, conservan una existencia independien-
te, una definición esencial, aún si esta definición queda prudentemente sin ar-
ticular...». Pero, anadió Just, «hay, sin embargo, un comodín en la baraja (y
parece ser un comodín eludido con cuidado por aquellos académicos que pro-
ponen el término de etnicidad): a saber, la raza!.., en efecto, la noción de raza
ha servido (y, desafortunadamente, continua sirviendo) como un sustituto bio-
lógico de la etnicidad, de hecho, como una formulación anterior de
ella» (Just, 1989, pp. 76-7; Nash, 1989; véase también Morin, 1980 para una
reseña excelente de los significados múltiples de etnicidad). Si nos atenemos
a este autor, «etnicidad», pues, por una parte se refiere a rasgos cultura-
les compartidos, los cuales, por otra, tienden a ser dotados de una realidad
esencial. La dicotomía tan celebrada entre naturaleza y cultura pierde una vez
más su nitidez. La noción de «etnicidad» que había sido introducida pa-
ra enfatizar el carácter cultural de los atributos de grupo tiende a ser «naturali-
zada».

Otro ejemplo de cómo se borra la distinción entre cultura y naturaleza lo pro-


porciona la definición reciente de identidad étnica de Tambiah, según la cual
se trata de «una identidad auloconsciente y verbalizada que sustancializa y
naturaliza uno o mas atributos —siendo los mas comunes el color de la tez, la
lengua, la religión, la ocupación de un territorio— y los vincula a comunidades
como posesión innata y legado mítico- histórico de ellas. Los elementos prin-
cipales en esta descripción de la identidad son las ideas de herencia, ascen-
dencia y descendencia, lugar o territorio de origen, y un parentesco común»
(Tambiah, 1989, p. 335; véase también Ratito'', 1988 para las dudas jurídicas
en torno al significado de «étnico»). De modo igualmente poco claro, la Inter-
national Convention on the Elimination of all Forms of Racial Discrimination
entiende por discriminación «cualquier distinción, exclusión, restricción o tra-
tamiento preferencial basado en la raza, el color, la descendencia, o el origen
Racional o étnico...» (citado por Ratito'', 1988, p. 4).

En los ejemplos anteriores se naturalizan rasgos culturales o éstos se mezclan


con criterios biológicos. Se trata de lo que Lawrence ha denominado de modo
muy acertado «culturalismo biológico» (Lawrence, 1982, p. 83). La perpleji-
dad ante csta aparente confusión entre criterios culturales y naturales de dife-
renciación social se debe a dos prejuicios: por una parte, a la idea de que hay
dos ámbitos, uno natural y el otro cultural, que siempre han sido percibidos
como incidiendo de manera distinta en la experiencia humana y, por otra, a
que existe a pesar de todo la »raza« como un criterio específico de diferencia-
ción humana.

97
Hacia la década de los setenta el concepto ambiguo de «etnicidad» se había
difundido al menos en la opinión pública anglosajona, mientras el debate aca-
démico se centraba en el estudio de las «relaciones raciales>, (Husband, 1982,
p. 16). A pesar de que siempre que se utiliza la «raza» como criterio de dife-
rencia y desigualdad social nos encontramos, al igual que en el caso de la «et-
nicidad», con una construcción sociohistórica, las opiniones académicas han
divergido sobre posibles diferencias sociológicas entre lo que se han denomi-
nado «relaciones étnicas» y aquellas atribuidas a la «raza» e incluso las de
clase. Rex, por ejemplo, ha sostenido que «existe gran semejanza y una rela-
ción estrecha entre conflictos de raza, étnicos y de clase» debido a que no
existen procesos de delimitación de tipo étnico no conflictivos ya que siempre
se dan en contextos macropolíticos (Res, 1986, pp. 1 y 96-7). M.G. Smith se
encuentra en el polo opuesto del espectro analítico al rechazar que la «raza» y
la «etnicidad» sean en el fondo criterios de clasificación análogos pues, según
este autor, diferencias fenotípicas (nótese la confusión entre fenotipo y raza,
VS) son hereditarias e inmutables y por lo tanto especialmente eficaces como
marcas de desigualdad social. La etnicidad, en cambio, siendo un criterio cul-
tural de estratificación, puede ser negociada (MG. Smith, 1986, pp. 187-225).
A ello Res ha respondido que si se acepta que no son las características físi-
cas en sí sino las ideas y las conductas que se asocian con ellas las que defi-
nen una categoría de personas, entonces los grupos «raciales» pueden ser tan
flexibles como aquellos basados en la etnicidad (Res, 1986, p. 16).

Si la «raza» no es un hecho biológico sino una construcción social, el «racis-


mo» no puede ser deducido de ella como fenómeno natural. Y de modo inver-
so, si no prevalece una ideología racista, la noción de «raza» carece de cual-
quier sentido (Rieb, 1986, p. 2). Por lo tanto una explicación del cómo y del
por qué de doctrinas y discriminaciones racistas hay que buscarla en los pro-
cesos sociopolíticos en que se dan.

Los estudiosos no marxistas han atribuido un papel social irreductible a la


«raza», si bien reconocen las consecuencias económicas y politicas de las de-
sigualdades que resultan de las discriminaciones «raciales», Los marxistas
han tratado, en cambio, de superar la dificultad de comprender la manera co-
mo la «raza» se relaciona con desigualdades de clase sosteniendo, desde dife-
rentes perspectivas, que esta última tiene prioridad explicativa (Wolpe, 1986).
En lugar de analizar los atributos de grupo como tales, han interpretado las
discriminaciones racistas como manifestaciones ideológicas de la lucha de
clases. Wolpe, que rechaza una noción puramente económica de clase y su-
braya los aspectos ideológicos de la acumulación de capital, ha argumentado
que «La raza puede, en ciertas circunstancias, llegar a ser interiorizada en la
lucha de clases» (Wolpe, 1986, p. 123).

98
El concepto de clase y la medida en que conflictos de clase pueden dar cuenta
de desigualdades atribuidas a diferencias de «raza» juegan un papel central en
el debate marxista. Un enfoque es el reduccionismo de clase según el cual las
clases tienen una base económica en las relaciones de producción y los con-
flictos raciales constituyen manifestaciones ideológicas de la lucha de clases.
Wolpe, en cambio, pone en cuestión esta noción de las clases como entidades
económicas unitarias con intereses compartidos e insiste en que pueden darse
fisuras dentro de ellas ya que las clases son constituidas no sólo por las rela-
ciones económicas sino también por procesos políticos e ideológicos. Un
ejemplo concreto de tales escisiones lo da la lucha salarial, que puede incor-
porar, más allä de los cálculos económicos, criterios tales como la raza y el
género (Wolpe, 1986, p. 123). En otras palabras, concepciones ideológicas y
culturales pueden ser utilizadas en interés de la acumulación de capital y pue-
den socavar la cohesión de clase. El sistema de producción continúa siendo,
00 obstante, en último lugar, la instancia donde se origina la lucha de clases.
Yo quiero sugerir, en cambio, que el racismo y el sexismo son doctrinas
vinculadas y constitutivas de la propia desigualdad de clases en la sociedad
burguesa.

¿Es el sexo para el género lo que la raza es para la etnicidad?

Llegados a este punto, quiero recapitular algunas cuestiones. La «raza», al


igual que ciertas características étnicas, es una construcción simbólica que se
utiliza en ciertas circunstancias sociopolíticas como criterio de definición y
delimitación de grupos humanos. Las «razas» no existen como fenómenos na-
lurales, mientras que la etnicidad, a pesar de las buenas intenciones, tiende a
ser concebida como característica de grupo no puramente cultural, siendo
«naturalizada». Como he sugerido antes, diferencias biológicas de sexo, en
cambio, parecen ser «reales» en el género humano al ser ésta una especie que
se reproduce de forma bisexual. Si ahora replanteamos mi interrogante inicial,
a saber <‘si el sexo es para el género lo que la raza es para la elnicidad», pare-
cería a primera vista que esta homología no se sostiene. A pesar de que Yana-
gisako y Collier pusierais en cuestión este vínculo, diferencias biológicas de
sexo aparentemente proporcionan, tal vez no de modo universal pero con fre-
cuencia, el «material empírico» a partir del cual se construyen relaciones de
genero históricas y concretas. No obstante, como Laqucur ha mostrado hace
muy poco en un estudio fascinante de las representaciones cambiantes del
cuerpo humano y del sexo desde la época de los griegos clásicos hasta princi-
pios de este siglo, no tiene sentido antropológico suponer que «existe» un mo-
delo científicamente correcto del sexo y concebir el modelo occidental mo-
d erno de los dos sexos como la base «real» a partir de la cual se construyen

99
las relaciones de género (Laqueur, 1991). De hecho, la propia noción bisexual
moderna es también un símbolo o una representación relacionada con otras
características de nuestra cultura, aunque parezca aproximarse más a la «reali-
dad empírica». Vale la pena citar aquí la opinión que le merece al paleoantro-
pólogo Gould el estudio de Laqueur: «No puedo aceptar del todo el argumen-
to de que los descubrimientos empíricos no cuentan para nada (o bien poco)
en las grandes transiciones teóricas. No obstante, tal opinión es cierta con res-
pecto a la mayor parle de los cambios en las actitudes sobre la raza y el sexo -
y ciertamente en lo que se refiere a la transición de un sexo a dos sexos... Yo
he sostenido hace mucho tiempo que esto se aplica a la raza porque la rela-
ción entre la información científica sobre la raza y su importancia social ha
sido tan desproporcionada hasta hace muy poco. La cuestión es vital y no sa-
bemos prácticamente nada que valga la pena sobre ella. En tales circunstan-
cias no hacemos mas que cambiar de combustible para nuestros prejuicios
persistentes cuando se da un giro en el ambiente intelectual general. Laqueur
me ha convencido de que podemos decir lo mismo sobre la desproporción en-
tre la información científica y la importancia social en el caso del sexo.»
(Gould, 1991).

Quiero proponer, por lo tanto, que en la sociedad occidental moderna, la ho-


mología entre las relaciones entre sexo y género y raza y etnicidad sí que se
da y que además existe un vínculo ideológico-político entre ambas relaciones.
Diferencias de sexo no menos que diferencias de raza son construidas ideoló-
gicamente como «hechos» biológicos significativos en la sociedad de clases,
naturalizando y reproduciendo así las desigualdades de clase. Es decir, se
construyen y legitiman las desigualdades sociales y de género atribuyéndolas
a los supuestos «hechos» biológicos de las diferencias de raza y sexo. El ras-
go decisivo de la sociedad de clases a este respecto es la tendencia general a
naturalizar la desigualdad social. Esta naturalización de la desigualdad social,
en efecto, constituye un procedimiento ideológico crucial para superar las
contradicciones que le son inherentes a la sociedad de clases, que se toma es-
pecialmente manifiesta en épocas de polarización política.

Género, raza y clase

Con acierto Rich ha llamado la atención acerca del riesgo del «presentismo»
en el análisis histórico, es decir acerca del peligro de proyectar significados
presentes sobre fenómenos del pasado (Rich, 1984, p. 3). Esto es muy perti-
nente para estudiar el significado del concepto de la «raza» en cada contexto
concreto (Husband (ed.), 1982, p. 11).

1 00
Hay evidencia aislada del uso del término «raza» en las lenguas romances
desde el siglo XIII. Pero parece ser que esta palabra fue adoptada de modo
mas general, incluso en el inglés, tan sólo en el siglo XVI. En francés e ingles
«lace» se refería inicialmente a la descendencia de y a la pertinencia a una fa-
milia, una casa en el sentido de un «linaje noble» y por lo tanto poseía un sig-
nificado positivo (Conze, 1984, pp. 137-8). En castellano, no obstante, la doc-
trina de la pureza de sangre contaminó el término a partir del siglo XVI
durante el proceso de expulsión de los judíos y de los musulmanes de la Pe-
nínsula Ibérica (Corominas, 1982, pp. 800-801). Estos significados al parecer
eran diferentes de la noción «científica» moderna de la «raza» como grupo de
personas que comparten rasgos biológicos comunes. Pero a un nivel más abs-
tracto, el termino de «raza» hace alusión a una condición innata y por lo tanto
hereditaria en ambos casos.

Un ejemplo temprano del uso del criterio de la «raza» con la intención de se-
gregar y excluir socialmente a una población específica, que ya implicaba una
confusión entre naturaleza y cultura, lo encontramos en la doctrina católica de
la pureza de sangre que se remonta al menos al siglo XIII. Hasta ese siglo los
musulmanes, judíos y cristianos habían convivido en la Península Ibérica en
un clima de relativa tolerancia y armonía. No era raro el matrimonio entre
familias de diferente fe religiosa. En un inicio, la doctrina de la limpieza de
sangre servía para distinguir los cristianos de los nocristianos (los musulma-
nes y judíos). El origen de la idea de la sangre como trasmisora primero de la
fe religiosa y más tarde de la condición social puede que esté relacionada con
la teoría fisiológica medieval según la cual la sangre de la madre alimentaba
al feto en el útero y más tarde, transformada en leche materna, también ali-
mentaba a la criatura fuera de éste (Walker Bynum, 1989, p. 182 y sig.).
Quiere decir que la «esencia» del hijo/a la proporcionaba la sangre de lama
Por consiguiente, ser puro de sangre significaba descender de una mujer-dte.
cristiana.

Pero, lo que inicialmente fue una discriminación de tipo religioso-cultural que


se podía subsanar por medio de la conversión a la fe verdadera, a mediados
del siglo XV, cuando los judíos y un siglo más tarde los moriscos fueron ex-
pulsados por el imperio español, se había transformado en «una doctrina
racista del pecado original de tipo más repulsivo» (Kamen, 1985, p. 158).
A partir de ese momento, la descendencia de judíos o musulmanes fue conce-
bida como una mancha permanente e indeleble. Cuando esta doctrina se tras-
ladó a las colonias españolas en América se hizo aún mas extensiva abarcan-
do también a los africanos y a sus descendientes. Al mismo tiempo, y ante la
« multiplicidad de razas y castas» en la sociedad colonial en formación, fo-
mentó entre los europeos y sus descendientes una verdadera obsesión por ase-

101
guiar que sus matrimonios fueran endogamicos y los nacimientos legítimos
como garantía y testimonio de su propia pureza «racial», que era considerada
una condición de su distinción social.

Mientras tanto en Europa, hacia fines del siglo XVII, los científicos naturales
se dedicaron de forma más sistemática a estudiar la diversidad física y cultu-
ral entre humanos y el lugar que se debía asignar a éstos en la gran cadena de
los seres. De ello resultaron una serie de tipologías de humanos basados en di-
vetos criterios fenotípicos (lardan, 1968, p. 216 y sigs.). A fi nales del si-
glo XVIII, este interés por las diferencias «raciales» en el género humano se
plasmó en las primeras formulaciones de lo que se ha dado en llamar el racis-
mo científico, a saber, la demostración pseudocientífica de que diferencias
culturales tienen su raíz en características biológicas. Estas diferencias cultu-
rales entendidas como naturales eran ordenadas, además, de superior a infe-
rior en una jerarquía en la cual los llamados «caucasianos» ocupaban el pri-
mer lugar. A estas doctrinas les siguieron en el siglo XIX teorizaciones mas
elaboradas que confundían desigualdades sociopolíticas con diferencias «ra-
ciales». Este naturalismo científico se plasmó en una serie de doctrinas tales
como el socialdarwinismo, el socialspencerismo, el lamarckismo y la eugene-
sia, que se popularizaron en la segunda mitad del siglo XIX y que per-
mitían atribuir las desigualdades sociales a la actuación de las «leyes de la
naturaleza» (Young, 1973; Leeds, 1972; Hofstadter, 1955; Stolcke, 1988 and
Martínez-Alier, 1989).

Estas doctrinas racistas no fueron, sin embargo, simplemente una consecuen-


cia de la expansión colonial europea (véase, p.ej. Rex, 1973, p.75) ni una ex-
crecencia particular de la esclavitud en América. Estas concepciones racistas
de las diferencias socioculturales mediante las cuales se justifica lo que es un
orden social presentándolo como un orden natural cumplieron y continúan
cumpliendo una importante función ideológica de cara a las desigualdades y
los conflictos sociales domésticos en la historia sociopolítica de la propia Eu-
ropa (Biddis, 1972, p. 572; Husband, 1982, p.12).

Todas estas manifestaciones de prejuicio y discriminación racistas tienen en


común la «naturalización» de desigualdades y formas de dominación cuyos
orígenes son socioeconómicos.

En efecto, la tensión entre, por un lado, el afán del hombre por descubrir los
últimos secretos de la naturaleza para establecer así su dominio sobre ella y,
por otro, esa tendencia a «naturalizar» a los sujetos sociales es uno de los as-
pectos mas destacados del debate moderno sobre el lugar del ser humano en
la naturaleza. Al consolidarse a lo largo del siglo XIX la sociedad de clases y

102
con ello las desigualdades de clase, surgieron también las primeras formas de
organización obrera moderna. Este proceso económico-político, no obstante,
se dio en un clima ideológico en el cual prevalecía una ética de la igualdad de
oportunidades para todas las personas iguales y libres por nacimiento y por lo
tanto responsables de sus actos. Ahora bien, ¿cómo se explica que en una so-
ciedad meritocrática integrada supuestamente por individuos libres de forjar
su propio destino, persistiese como una especie de reserva ideológica esa «na-
turalización» de la condición social —y yo argumentaría que el racismo en la
sociedad actual es un ejemplo mas de lo mismo—, siempre disponible para jus-
tificar, en momentos de crisis, la inferiorización y discriminación de los secto-
res no privilegiados? La eficacia política de este modo esencialista de repre-
sentar la desigualdad queda patente, por ejemplo, en el hecho de que, en
ciertas circunstancias, los propios sectores subalternos incorporen este mismo
raciocinio racista discriminando a «otros» de su propia condición social.

La ilusión de la igualdad de oportunidades en la sociedad de clases, de hecho,


tiene implicaciones contradictorias. Si, por una parte, esta ilusión, que permite
pensar que con el suficiente esfuerzo cualquier persona puede superarse, ocul-
ta en cierta medida el carácter estructural de las desigualdades sociales, la
idea de que el individuo es dueño de su propio destino al mismo tiempo hace
posible que éstas sean puestas en cuestión. Es esta amenaza de contestación
del orden establecido lo que provoca a su vez que las desigualdades sociales
sean «naturalizadas». La expresión mas difusa y difundida del racismo cientí-
fico consiste en suponer que ya que ese individuo libre aparenta ser incapaz
de aprovechar las oportunidades de superación social que la sociedad parece
ofrecerle —p.ej., mediante la educación—, como parece demostrar su persisten-
te inferioridad, ello ha de ser debido a una deficiencia personal innata, esen-
cial y por ello también hereditaria. El mismo tipo de argumento se aplica tam-
bién a la creciente desigualdad a nivel internacional. Es decir, el culpable es
el propio individuo o colectivo, o mejor dicho aún, su dotación biológica, su
falta intrínseca de «talento», de «civilización» más que el orden socioeconó-
mico existente.

Las concepciones del yo, de la persona, del individuo, de la naturaleza no son


ni evidentes ni inmutables sino que se trata de construcciones histórico-socia-
les (Carrithers et al., 1985). La idea de la condición social atribuida por el ori-
gen y por lo tanto inmutable no es una novedad en la historia europea. Lo no-
vedoso fue el concepto del individuo libre y responsable de sus propios actos
que surgió en el Renacimiento y se consolidó durante la Ilustración. Es impor-
tante notar, sin embargo, que esta idea nueva del individuo «self-made», es
decir, del sujeto que se hace a sí mismo, no eliminó la descendencia como de-
terminante de la condición social a pesar de lo que han sostenido tanto libera-

103
les como marxistas. Por el contrario, la «naturalización» de la condición so-
cial se da no sólo a nivel ideológico sino también sociológico en la medida CII
que la posición social continúa siendo en parte una cuestión de descendencia,
de origen, y ambas concepciones se refuerzan recíprocamente.

Si el racismo moderno puede ser explicado en los términos que he expuesto


antes, resulta difícil detectar una diferencia cualitativa entre su manifestación
hasta el siglo XIX y lo que algunos autores han denominado el «nuevo racis-
mo» de las últimas décadas (Center for Contemporary Studies, University of
Birmingham, 1982). En ambos casos se trata de doctrinas ideológicas genera-
das por las contradicciones inherentes a la sociedad de clases entre una ética
de igualdad de oportunidades y la dominación, así como las desigualdades so-
cioeconómicas a nivel nacional e internacional en un mundo que se globaliza
y en el que se acentúa la individualización y competencia fomentadas por la
ofensiva neoliberal.
Desde los años sesenta se acentuaron tanto en los Estados Unidos como en
Europa la violencia y los conflictos racistas, cuyas víctimas han sido sobre to-
do las comunidades negras de Norteamerica y, en Francia e Inglaterra, los in-
migrantes procedentes de sus antiguas colonias (Husband, 1982; Rich, 1984;
Banton, 1989; Solomos, 1989, Centre for Contemporary Cultural Studies,
University of Birmingham, 1982; Rose, 1969; Jenkins y Solomos (eds.),
1987); Res y Mason (eds.), 1986). La ola actual en Europa de agresiones a in-
migrantes «nocomunitarios» por parte de grupos de extrema derecha y el éxi-
to electoral de partidos explícitamente racistas son las manifestaciones más
recientes y tangibles, que encubren, no obstante, el carácter más amplio y di-
fuso de antagonismos de cuño racista (véase, p.ej. Europäisches Parlament,
1990 para un informe sobre racismo y xenofobia en la Europa actual; Caritas
Española, 1988, así como las noticias de prensa casi diarias de agresiones ra-
cistas - 1991).

Es asimismo significativo, que a partir de los años sesenta haya resurgido el


racismo y naturalismo científicos, como se puede constatar, por ejemplo, en el
polémico artículo de Jensen de 1969 que pretendía demostrar una vez más la
inferioridad intelectual innata de los negros en los Estados Unidos precisa-
mente cuando éstos se organizaban para exigir la igualdad de derechos (Jen-
sen, 1969), y en el éxito que ha tenido la sociobiología (Wilson, 1975).
He definido el racismo como el procedimiento ideológico mediante el cual un
orden social desigual es presentado como natural. Y he sugerido que el inter-
pretar la hostilidad actual ante los inmigrantes —nótese que se trata de ciertas
y no cualesquiera inmigrantes— como xenofobia significa minimizar el fenó-
meno encubriendo su perverso significado racista, más aún cuando se preten

104
de que esa hostilidad constituye un rasgo inherente al género humano (véase
un ejemplo reciente y sorprendente en Cohn- Bendit y Schmid, 1991). Esta
mixtificación tiene mucho en común, en realidad, con la propaganda racista
en Gran Brelana que atribuye las tensiones sociales en tomo a los inmigrantes
de sus antiguas colonias a la presencia, en el país, de estas gentes con culturas
«foráneas», más que a la «raza» (Dummett, 1982, p. 101). La postura de Stan-
brook, un miembro conservador del parlamento británico en la década de los
setenta, es un ejemplo muy revelador de este tipo de tergiversación que revela
además la vinculación tan característica del racismo entre «raza» y familia:
«No nos andemos por las ramas. El inmigrante de color tiene una cultura dife-
rente, una religión diferente y una lengua diferente. Esto es lo que crea el pro-
blema. No es simplemente por la raza». Pero luego añadía: <‹Yo creo que
preferir la propia raza es tan natural como preferir la familia de uno» (I. Stan-
brook, Hansard, p. 1409, citado por Lawrence, 1982, p. 82).
Las circunstancias históricas concretas en que la política adquiere matices ra-
cistas explícitos, el grupo social que es víctima de la discriminación y la gra-
vedad de sus consecuencias pueden variar. A pesar de ello estas situaciones
tienen algo en común. En la sociedad de clases el racismo está siempre laten-
te. Se hace explícito de forma agresiva en momentos de polarización
socioeconómica y política precisamente para legitimar el tratamiento desigual
y degradante de los menos privilegiados y así quitarle su potencial con-
testatario.
Ahora, ¿qué tiene que ver ésta «naturalización» de la desigualdad social con
las jerarquías de género que prevalecen en esta sociedad? Como he mostrado
en otra parte, estas doctrinas biologistas de la desigualdad han contribuido
también a consolidar la noción genética de la familia como unidad natural y
por lo tanto universal básica de la sociedad (Stolcke, 1988). Ellas han fomen-
tado una idea individualizada y biológica de la maternidad y de la paternidad,
es decir, de los vínculos entre padres e hijos como «lazos de sangre». El pro-
verbio ingles «bloocl is thicker than water» («la sangre es más espesa que el
agua») es un indicio de cómo distinguimos las relaciones de parentesco de
aquellas basadas en la afinidad personal. Un componente de este sistema de
valores atravesado por criterios biológicos son las ansias de inmortalidad, en
particular por parte de hombres, que se plasman en el fuerte deseo de reprodu-
cir sus genes a través de las generaciones y la imagen, complementaria, de las
mujeres como ,destinadas» por su biología a la maternidad y a la domestici-
dad al servicio de estos.

Si se atribuye la condición social a la dotación biológica de los individuos,


entonces resulta fundamental la endogamia de «clase» para la reproducción
de la desigualdad social. Es bien sabido que la reproducción endogámica es

105
asegurada en general a través del control de la capacidad reproductiva de las
mujeres por los hombres. Este control se traduce en la necesidad por parte de
las mujeres de protección masculina y su dependencia de ellos. Pero en reali-
dad, las mujeres son controladas precisamente porque, desde una perspectiva
csencialista, desempeñan el papel principal en la reproducción de la desigual-
dad social entendida como «racial».

Todo esto puede sonar muy victoriano. Podría argumentarse que, aunque la
sociedad de clases no ha cambiado en ningún sentido substancial, la revolu-
ción sexual y la anticoncepción dieron al traste con toda esa maraña de repre-
siones sexuales y que la tradicional familia nuclear monogámica está descom-
poniéndose a ojos vista. Hasta cierto punto ésto es cierto. Se ha dado, de
hecho, un giro ideológico que, sin romper la continuidad, incide en la concep-
tualización de la imagen de las mujeres. En este mundo neoliberal y en una
sociedad cada vez más competitiva e individualista, fragmentada por la divi-
sión social del trabajo en una infinidad de funciones ordenadas de modo jerär-
quico, el logro y la función individuales han venido a ser concebidos como la
base misma de la posición social hasta el punto de excluir cualquier otro crite-
rio como el origen familiar. Pero, precisamente por la gran importancia que se
da al desempeño individual y en contradicción con ello, el lugar que un indi-
viduo ocupa en la división social del trabajo se atribuye, tal vez más que nun-
ca, a su talento «natural». Como sostuvo Durkheim hace casi un siglo: «la
única causa que determina la manera como se divide el trabajo es, por lo tan-
to, la diversidad de talentos...el trabajo es dividido de modo espontáneo (y
produce solidaridad CII lugar de conflicto) tan sólo cuando la sociedad es or-
ganizada de tal forma que las desigualdades sociales expresen exactamente
las desigualdades naturales (Durkheim, 1964, p.378).

En este contexto, las diferencias de sexo han adquirido un significado particu-


lar como fuente natural de diferenciación social. En el siglo XIX en la socie-
dad de clases en formación se les atribuía a las mujeres el papel instrumental
de reproductoras de la condición social concebida en términos biológicos. En
la sociedad industrial avanzada, en cambio, en un nuevo giro de la tuerca na-
turalista, las mujeres tienden a ser definidas de forma inmediata sobre todo
como madres por sus características sexuales, es decir como las «otras», in-
conmensurables a los hombres en un sentido biológico y esencial. Ante la
gran importancia que se le atribuye al logro personal, a las mujeres se les con-
sidera ahora como inferiores en sí a los hombres pues, debido a su función
«natural» como madres, son incapaces de competir con ellos en términos de
igualdad. Es cierto que en las últimas décadas la incorporación de las mujeres
al mercado de trabajo ha aumentado de forma substancial pero las condicio-
nes en que esto ha ocurrido han sido muy desigualdes. La discriminación en

106
el mercado de trabajo, salarios desiguales, las dificultades de las mujeres para
participar en la política son algunos los resultados de esta conceptualización
csencialista.

Un ejemplo actual de cómo el racismo refuerza la función materna de las mu-


jeres es la alarma en Europa acerca de la baja de las tasas de natalidad y el
pronatalismo que esta ha fomentado a costa de las mujeres de las que se espe-
ra que produzcan más hijos para la patria. Pero, si las bajas tasas de natalidad,
como sostienen políticos conservadores en estos países, de verdad amenaza-
sen la viabilidad del llamado estado del bienestar, una solución obvia sería
darles empleo a los parados de los propios paises y/o abrir las fronteras a los
pobres del Tercer Mundo; resulta, sin embargo, que éstos en general no son
«blancos».

Resumiendo mi argumento: he tratado de mostrar cómo y por que el género,


la clase y la «raza» juegan un papel crucial e interrelacionado en la constitu-
ción y perpetuación de la sociedad de clases, una sociedad que es a la vez pro-
fundamente desigual y contradictoria. A pesar del clima de desencanto y des-
movilización política los conflictos sociales están latentes y además han
adquirido una dimensión internacional. Las crecientes desigualdades entre el
Norte y el Sur y la alarma ante la inmigración están ahí para demostrarlo. La
ilusión liberal de que la superación socioeconómica depende tan sólo de la
buena voluntad y del esfuerzo individual constituye una trampa ideológica
que oculta las verdaderas causas de la desigualdad, a saber, la dominación y
explotación de la mayoría desposeída por una minoría que vive en la abun-
dancia. Esta ilusión socava la posibilidad de resistencia colectiva pero la idea
de la igualdad de oportunidades al mismo tiempo crea condiciones para desa-
fiar la desigualdad. El racismo, es decir la «naturalización» de la desi-
gualdad social, es una doctrina ideológica mediante la cual se pretende recon-
ciliar la ilusión de la igualdad de oportunidades con la desigualdad realmente
existente.

Siempre que se atribuye la condición social a deficiencias naturales, las muje-


res conceptualizadas como reproductoras de las jerarquías sociales adquieren
una importancia especial. Si se concibe la desigualdad de clases en términos
esenciales, naturales, hace falta, para asegurar los privilegios sociales entendi-
dos como raciales, controlar la capacidad reproductiva de las mujeres, según
el viejo dicho de que «mater semper cena est». Y este control está en manos
de los hombres. No estoy sugiriendo, sin embargo, que la jerarquía de género
es una especie de epifenómeno de los procesos macrosociales. Estoy intentan-
do sugerir algo distinto, a saber, que las doctrinas racistas implican una exal-
tación de la maternidad controlada y que ambos fenómenos ideológicos son

107
manifestaciones a la vez que constitutivos y dinámicos de las desigualdades
sociales.

La aparente paradoja actual entre una política pronatalista «conceptiva» en el


llamado Primer Mundo y la política «anticonceptiva» de control de la pobla-
ción impuesta al Tercer Mundo (Naciones Unidas, 1991) ejemplifican esta
ideología racista y por ello sexista. Es esta compleja constelación de realida-
des económicas y conceptualizaciones político-ideológicas la que explica por
qué en la sociedad de clases las relaciones de género son construidas a partir
de una forma específica de concebir las diferencias de sexo y la etnicidad
tiende a ser concebida en términos de racistas. Las experiencias diversas de
opresión de las mujeres dependiendo de su clase y/o ,,raza» son consecuen-
cias de ello. No obstante, precisamente porque la noción del individuo auto-
determinado es central a toda esta conceptualización, es posible oponerse a la
«naturalización» racista y sexista.

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San Cristóbal, 17 - Tel. 521 70 43
28012 MADRID

edbuons de ¡es dones

Colección de textos a, ante, bajo, cabe, con, de, desde, en, entre,
hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras las mujeres.
La globalización de la economía y el trabajo
de las mujeres'

LOURDES BENEIDA

1. El nuevo orden económico internacional

Estamos presenciando una transformación profunda de la economía mundial


en la que cada vez más podemos hablar de procesos no ya internacionales si-
no transnacionales. Esta transformación en principio de base económica está
afectando también a los factores sociales, políticos y culturales que la acom-
pañan, generalmente de un modo rezagado, hasta llegar a los detalles de la vi-
da cotidiana donde la mayoría de la población vive los cambios. A efectos de
este artículo quisiera recalcar principalmente varios aspectos de esta transfor-
mación: a) la internacionalización de las economías domésticas; b) la tenden-
cia a la desaparición de las fronteras económicas entre países; c) la consolida-
ción del nuevo modelo neoliberal a nivel mundial; d) el efecto de algunos de
estos procesos sobre el empleo de mujeres.

La internacionalización de las economias domésticas resulta de la creciente y


cada vez más compleja red de lazos e intercambios entre países a distintos ni-
veles —finanzas, inversión, producción, comercio e intercambio, transporte y
comunicaciones— muchos de los cuales ya tienen lugar a nivel transnacional,
es decir, sin tener una afiliación nacional claramente identificable. Distintos
países han experimentado este cambio a través de procesos aparentemente di-
ferentes pero que en la práctica llevan al mismo resultado. En el caso de Espa-
ña, por ejemplo, la internacionalización aparece empujada por la integración
del país en la Comunidad Europea. Sin embargo, la presencia do capital japo-
nés, norteamericano y árabe en nuestra economía o la transferencia de capital
español a América del Sur y a otros países fuera de la Comunidad, ponen en
evidencia unas tendencias que van más allá de la integración europea. En todo
caso no hay duda de esta internacionalización como lo demuestran, por ejem-

I. Agradezco la ayuda de Susana Wappenstein en la recopilación de información y datos


para ene articulo.

113
plo, el impacto de la banca internacional sobre el sistema financiero español o
Ja importancia de la inversión extranjera en el sector industrial o en el inmobi-
liario. Ya en 1983 las empresas bajo control extranjero representaban aproxi-
madamente el 47 % de la actividad y el 43 % del empleo en las industrias es-
pañolas más importantes?
Un segundo ejemplo es el de los Estados Unidos, donde el proceso de interna-
cionalización, o por lo menos la intensificación experimentada desde finales
de los años sesenta, se ha reflejado particularmente en la transferencia de ca-
pitales y la inversión en otros países, que han llevado a un proceso de desin-
dustrialización en varios sectores.' La inversión norteamericana, directa y de
cartera, en el extranjero aumentó de 166 mil millones de dólares en 1970 a
1.254 mil millones de dólares en 1988, un incremento que lleva a estas cifras
a representar del 16 % al 26 % del producto nacional bruto.' Al mismo tiempo
la inversión extranjera en los EE.UU. se aceleró de tal modo que su valor total
(inversión directa y de cartera) pasó de 107 mil millones de dólares en 1970 a
1.786 mil millones en 1988, un incremento del 11 % al 37% del producto na-
cional bruto.' La tendencia a la internacionalización de la economía norte-
americana también se ha puesto de manifiesto a través de las negociaciones
con México y Canadá de cara al establecimiento de una zona de librecambio
entre los tres países. La aceleración de estas negociaciones durante la primera
mitad de este año (1991) pone en evidencia la importancia que esos paises
otorgan a la formación de un mercado que se estima de unos 360 millones de
consumidores.

México es precisamente un tercer ejemplo que llega al proceso de internacio-


nalización por un camino diverso: el empuje proveniente de las políticas de
ajuste adoptadas a partir de agosto de 1982, momento en el que la gravedad
de la acumulación de la deuda externa se hizo pública. El paquete de medidas
que se adoptaron a continuación fue inspirado en las recomendaciones del
Fondo Monetario Internacional cuyo elemento esencial, tanto para México
como para otros países afectados por la deuda y cuyas políticas de ajuste han
seguido un modelo parecido, es la apertura de la economía doméstica al exte-
rior a través de la liberalización de las importaciones, la promoción de las ex-

2. Organización Internacional del Trabajo, »The Employment impact of multinacional en-


terpriscs in Greece, Portugal and Spain, Multinational Enterprises Programme», Working Paper,
No, 44.
3. Véase, por ejemplo, los libros de Barry Bluestonc y Bennett Harrison, The Deindustrializa
(ion of Americao, Nueva York: Basic Books, 1982, y de Samuel Bowlcs, David Gordon y Thomie,
Weisskopf, After Ihr Waste Land, Armond, NY: M. E. Sharpc, 1990.
4. Ronald Kwan, »Footlost und Country Fre y,,, Dollars und Sense., No. 164, March 1991, p. 7.
S. Robert Reich, »Who is as?», flarvard Business Reviro', enero-febrero, 1990.

114
portaciones y de la competitividad a nivel internacional, y el estímulo a la in-
versión extranjera, tanto productiva como financiera.' En realidad este proce-
so llamado de «modernización»' para México ha generado una transformación
profunda de su economía, pasando de su orientación hacia el mercado domés-
tico a una orientación hacia el exterior e intensificando de este modo su inte-
gración en la economía global.
Un resultado de estos procesos, cuya aceleración desde finales de los años se-
senta los hizo ya muy visibles en la década siguiente pero sobre todo durante
los años ochenta, es la tendencia a la erosión de las fronteras económicas en-
tre países, sobre todo en lo que concierne al capital financiero y productivo.
Los obstáculos a la movilidad del capital han ido desapareciendo paulatina-
mente, hasta el punto de funcionar de facto como instituciones sin identifica-
ción nacional. Tal como lo expresó un ejecutivo de una empresa en principio
norteamericana en una entrevista para el New York Times: «National Cash
Register no es una empresa de los EE. UU. Es una empresa mundial que re-
sulta tiene su sede en los EE.UU.,i 7 Esta transnacionalización en realidad se
ha convertido en una estrategia de los arios noventa para el mundo de los ne-
gocios de este país, lo cual significa que «inevitablemente las empresas ame-
ricanas pueden no ir de acuerdo con los objetivos nacionalesi, g Del mismo
modo otros países con capital transnacional no podrán evitar este proceso y
sus consecuencias.
Otra consecuencia de esta transnacionalización es la posibilidad de evadir
muchos tipos de regulación nacional a través de distintos mecanismos como
la imposición fiscal. Según una estimación de un subcomité del congreso de
los Estados Unidos, este país pierde unos 35.000 millones de dólares anuales
como resultado de la evasión fiscal practicada por sus empresas multinaciona-
les. Otro estudio de 36 empresas extranjeras en los Estados Unidos concluyó
que, durante un periodo de diez años, más de la mitad de las empresas no pa-
garon impuestos o los pagaron en un mínimo.' Debe tenerse en cuenta que los

6. Para más detalle, veas, Jeffrey Sachs Ed., Developing Country Debt ami the World Economy,
Nacional Bureau of Economic Research, 1989, especialmente Parte 11. Para el caso de MExico, véa-
se mi articulo «Structural Adjustment, The Labor Market and Ihr klouschold: Ihr Case of Mexico»,
en Guy Standing y Victor Tockman (cds.), Touerds Social Adjustment: Labor Market Concerns in
Structural Adjustment, Ginebra: OIT, co prensa.
7. Citado por Gcrald Epstein co «Mortgaging America», Irorld Policy Journal, Invierno 1990-
91, pp. 29-53 (subrayado mio).
8. Louis Uchitelle, «U.S. Business Loosen Link to Mother Country», The Neo, York Times,
21/5/1989.
9. El estudio subraya que en particular las empresas japonesas cuyas ventas aumentaron en casi
un 50 % co 1987 declararon un descenso dc un 75 % de la renta imponible (G. Epstein, op. cit.).

115
mecanismos de evasión fiscal son numerosos y difíciles de contrarrestar. Uno
de los más corrientes es la transferencia de las ganancias de una empresa a
otra aunque sólo sea a nivel de la contabilidad. Por ejemplo el llamado «trans-
fer pricing» o la manipulación de los precios de las mercancías que las distin-
tas sucursales o empresas afiliadas intercambian a nivel internacional permite
transferir las ganancias a países con menores tasas fiscales. De ahí el argu-
mento de que la transnacionalización del capital está contribuyendo al déficit
de presupuestos estatales en los países de origen, del mismo modo que la eco-
nomía sumergida —que en muchos casos ha surgido como respuesta a la com-
petencia del mercado internacional— también contribuye a través de la evasión
fiscal .
Una importante manifestación de la movilidad del capital fue la gran transfe-
rencia durante la década de los setenta de la producción industrial de trabajo
intensivo —industria textil, de juguetes, de confección y parte de la electróni-
ca— de los países industrializados a países de salarios bajos y con menos regu-
laciones laborales y productivas. En una primera fase la producción se trasla-
dó a países el) proceso de desarrollo como los del sureste asiático (Singapur,
Corea del Sur, Taiwan, Malasia, por ejemplo), la isla de Mauricio, Chipre, y
las zonas industrializadas de México y Brasil. Sin embargo, en algunos de es-
tos países, sobre todo los que han logrado un importante nivel de desarrollo,
la llueva industrialización ha generado un alza de salarios y ha llevado a una
segunda fase de nuevos éxodos del capital hacia países de salarios medios aún
más bajos. Este es el caso de muchas multinacionales localizadas en los países
del sureste asiático que durante la década pasada han ido transferiendo la pro-
ducción a países de costos laborales más bajos (como Sri Lanka, Indonesia.
Bangladesh y Tailandia).'
Cabe preguntarse el por qué de la intensificación de estos procesos durante
los últimos 20-25 años. Diversos factores han contribuido de un modo espe-
cial. En primer lugar, como ya es bien sabido, los cambios tecnológicos han
dado lugar a la revolución de los medios de comunicación y transporte, lle-
vando a utta gran sofisticación en la informática, facilitando la transferencia
de información y recursos, y acortando las distancias. Las nuevas redes telefó-
nicas, el correo electrónico y por fax, las transmisiones via satélite y la posibi-
lidad de centralizar el control de procesos de información provenientes de dis-
tintas regiones del globo son ejemplos de la contribución fundamental de las
nuevas tecnologías y la informática a la transnacionalización. Todo ello ha

10. En el caso de Corca del Sur este Exudo ha tenido lugar especialmente desde la adopción
en1987 de politices más liberales en cuanto a la sindicalización dc trabajadores; sólo en 198"
treinta companias transfirieron su producción a otros paises originando un movimiento dc resisten
cm a entre los trabajadores (Nerv: froto International Structuring Network
Europa, No. 14, Mil,
1991).

116
contribuido también a la creciente fragmentación de la producción que facilita
la separación de procesos productivos y hace posible que distintas partes de
un producto se fabriquen en un país y se ensamblen o se comercialicen
en otro.

En segundo lugar, la competencia a nivel internacional ha lanzado al capital


en busca de los costos de producción mas bajos a nivel global. Esta compe-
tencia se intensificó desde que Japón y Europa Occidental en los años sesenta
y los nuevos países industrializados mas adelante rivalizaron con los EE.UU.
en los mercados internacionales. Esto ha dado lugar a una reestructuración
profunda de las economías nacionales tanto en los países industrializados ri-
cos como en los del Tercer Mundo con el fin de aumentar su nivel competiti-
vo a nivel mundial. El aumento del paro, la flexibilización y precarización del
mercado de trabajo, la desregulación de la actividad económica, el desmante-
lamiento de servicios sociales y los procesos de privatización de instituciones
estatales son partes de esta reestructuración profunda que ha acompañado a la
internacionalización económica. Sin embargo, aunque la reestructuración in-
dustrial sea quizá la más visible, ello afecta también a otros sectores y espe-
cialmente al financiero. Un ejemplo típico lo constituyen los cambios tan con-
siderables del sector financiero español durante la última década: las fusiones
bancarias y la reestructuración organizativa, la llegada masiva del capital
multinacional, e incluso la creación de una nueva clase autóctona de ejecuti-
vos ha transformado el sector de un modo irreversible. Tal como pone en evi-
dencia la siguiente cita con respecto al caso concreto del mercado de valores,
la profundidad de esta transformación es enorme:
«Los intermediarios bursátiles españoles están asistiendo a una de las
transformaciones estructurales y técnicas más agudas que un sector
puede experimentar: lucha por situarse en una buena posición cuando
la integración de los mercados de valores de la CEE sea efectiva des-
pués de 1992.»"
Del mismo modo la competencia internacional da lugar a la imposición de «la
ley del mercado» y el «culto a la eficiencia» debido a la presión para aumen-
tar la productividad y reducir costos. Pocos procesos productivos y por consi-
guiente pocos procesos laborales pueden escaparse de la intensidad de esta
imposición.
En tercer lugar, el nivel de acumulación y expansión de las grandes compa-
ñías multinacionales y la gran fusión de capitales que ha tenido lugar durante
este periodo han creado presiones políticas hacia la liberalización del mercado
doméstico e internacional con el fin de poder funcionar lo más libremente po-

lt. Actualidad Económica, No. 1618 (19-25 de junio, 1989).

117
sible. La revolución en el transporte y comunicaciones hace posible la descen-
tralización de la producción sin perder el control centralizado tanto de ésta co-
mo de otras actividades básicas empresariales. La combinación de estos facto-
res constituye la esencia del nuevo modelo neoliberal, la versión del laisser
faire surgida a finales de nuestro siglo. De ahí la aparición del Thacherismo
en Inglaterra, del Reaganismo en los EE.UU., y su difusión rápida tanto entre
los países industrializados (incluyendo los del este de Europa) como en el
Tercer Mundo. En el caso del Tercer Mundo, instituciones internacionales co-
mo el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han jugado un pa-
pel primordial en la difusión del nuevo modelo neoliberal, sobre todo a través
de las políticas de ajuste adoptadas para solucionar los problemas de la deuda
externa y utilizadas para introducir la hegemonía del mercado en cualquier
proceso económico.' Las negociaciones de tipo comercial, como las que tie-
nen lugar a través de las reuniones diversas del GATT y tipificadas por las de
Bruselas en el otoño de 1990, constituyen otro ejemplo del papel jugado por
las organizaciones internacionales en la liberalización de los mercados.
Estamos pues presenciando la formación de una nueva fase del capitalismo,
una fase que podría llamarse del n capitalismo global» que por el momento va
unida al triunfalismo post-1989 del modelo neoliberal. Este es el “new global
order» (el nuevo orden mundial) al que el Presidente Bush y otros miembros
de su gobierno se han referido repetidamente desde que estalló la crisis del
Golfo. La internacionalización económica hace que esta fase se caracterice
por la erosión de la nación-estado, por lo menos desde un punto de vista eco-
nómico, quizá a largo plazo comparable con la erosión de los reinos feudales
y el surgimiento de la nación-estado hacia finales de la Edad Media. Mucho
se ha discutido el hecho de que cada vez sea mas difícil la implementación de
políticas económicas a nivel estatal debido a que el transnacionalismo hace
que muchos de los instrumentos esenciales para estas políticas estén fuera del
control estatal.' Muchos de los problemas económicos actuales de los Esta-
12. Por ejemplo el gobierno de los EE.UU. ha accedido recientemente a aumentar por 100 nnl
millones de dólares su apoyo al programa sobre el sector privado del Banco Mundial a cambio dc
que el Banco transforme su estructura organizativa con el fin de apoyar cl desarrollo de este sector
en los paises en vias de desarrollo. El acuerdo incluye el proyecto por parte del Banco de estudiar
el sector privado dc veinte paises durante los próximos dos años con cl fin de decidir sobre el posi
ble financiamento de programas de restructuración economica en estos paises. Para ello el Banco
creará unos veinte puestos para profesionales de nivel medio con el fin de «supervisar el nuevo én-
fasis sobre el sector privado». (The lies, York Tones, 11 de junio, 1991).
13. El caso típico es la política monetaria que utiliza el descenso del tipo de interés para estimo
lar la economía y que paradójicamente lleva a resultados opuestos cuando resulta en una fuga in-
mediata de capital especulativo hacia países con un tipo de interés más alto (como sucedió en Ca-
nadá a principios de 1991). En realidad la falla de entendimiento de estos problemas ha llevado
Margarci Thatcher a la irrelevancia politica en Inglaterra como demuestra su reciente oposición al
proyecto de un banco central europeo basada cn cl argumento de no perder una soberanía que cl
país ya no tiene.

118
dos Unidos —desde el déficit presupuestario hasta el nivel de endeudamiento
exterior— son el resultado de unos procesos que escapan al control estatal y
cuyos efectos a corto y largo plazo van apareciendo cada vez con más eviden-
cia.' Las consecuencias paralelas en otros países dependerán de su posición
relativa en las relaciones internacionales.

Sin embargo, es importante notar que la rápida transformación económica a


nivel mundial no tiene aún paralelo en el campo político y social. La movili-
dad del capital, que básicamente le permite escaparse de cualquier regulación
a nivel del estado nacional, no está por de pronto sujeta a ninguna regulación
a nivel transnacional. Tampoco existe ninguna regulación que permita superar
los efectos destructivos de la transferencia de la producción y la creación de
paro y recesión económica en las zonas y comunidades afectadas. El gran
problema no es tanto la movilidad en sí como el hecho de que tiene lugar sin
ninguna regulación que le obligue a tener en cuenta las necesidades de la po-
blación en las zonas donde funciona.

Por otro lado, la transnacionalización hace que muchas de las libertades de-
mocráticas y derechos adquiridos a nivel del estado nacional corren el riesgo
de verse amenazados por la transferencia del poder de decisión a nivel trans-
nacional. El caso de la Comunidad Económica Europea pone en evidencia la
dificultad de construir instituciones sociales y políticas comunitarias y demo-
cráticas —control parlamentario, sindicatos, instituciones representativas— pa-
ralelas a la integración económica. No es sorprendente por lo tanto que se ha-
ya dicho que en Europa se está creando «un estado burgués sin una democra-
cia burguesa».'s El problema se está presentando mucho más agudamente a
nivel mundial.'

La gravedad de este problema se agudiza si se tiene en cuenta que la interna-


cionalización de la economía tiene efectos desestabilizantes sobre el proceso

14. En la actualidad los EE.UU. constituyen el país con la deuda externa más elevada en el mun-
do, un hecho atribuido por muchos a la dinámica creada por el proceso de transnacionalización de
sus grandes empresas. Para una exposición brillante de este argumento, véase el artículo de Gcrald
Epstein, op.
15. Citado por John Lamben, «Europe: The Nation Stute Dies Hard», Capital and Clara, No. 43,
primavera 1 991, pp. 9-24.
16. Tampoco es de extrañar que durante la crisis del Golfo en el otoño de 1990 los EE.UU. y sus
aliados hicicran uso de la ONU como la única institución política a nivel mundial que podía legiti-
mizar las acciones tomadas. Sin embargo, bajo su estructura actual la ONU difícilmente puede
asumir las responsabilidades de un gobierno democrático verdaderamente transnacional y con po-
deres regulatorios; su estructura poco democrinica (por ejemplo, los cinco paises miembros del
Consejo de Seguridad tienen poder de veto) necesitará muchas reformas para poder convertirse en
este tipo de institución.

119
de acumulación, la distribución de recursos e ingresos, y la formación de cla-
ses sociales y de nuevas pautas de consumo. Los estudios existentes sobre la
distribución de la renta, por ejemplo, ponen en evidencia que las desigualda-
des económicas y sociales crecieron durante la década de los ochenta. Esta
tendencia se ha observado tanto en los países más industrializadas como en el
Tercer Mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, el aumento de las desi-
gualdades económicas durante los últimos años ha sido muy marcado " y ha
jugado un papel importante en el aumento del consumo y del endeudamiento
de este país: durante el periodo 1981-87 el 20 % de la población más rica
aumentó su consumo en un 11.2% anual, representando el 80% del aumento
total del consumo.'' Un proceso parecido se ha registrado en otros países, in-
cluyendo España. '' De ahí las nuevas pautas de consumo de lujo observables
también a nivel internacional —inversiones en viviendas costosas, viajes en el
Concorde y aviones privados, nuevos productos electrónicos, etc.— al mismo
tiempo que observamos problemas crecientes de pobreza y desempleo tanto
en los países pobres como en los más industrializados.
Varios de los factores que han contribuido a esta mayor polarización y desi-
gualdad en la distribución de recursos parecen tener una dimensión nacional
como en el caso del desmantelamiento de políticas sociales, cortes presupues-
tarios, desempleo, imposición fiscal más regresiva, etc. Sin embargo algunas
de estas políticas respondían precisamente a las presiones competitivas proce-
dentes del mercado internacional, como en el caso del desempleo creado por
la reestructuración económica o de la desregulación del mercado de trabajo.
Otros factores tienen una dimensión internacional más clara, como en el caso
de los grupos financieros que se han enriquecido con la inversión, especula-
ción y fusión de capitales o el de la inflación de salarios de ejecutivos en los
Estados Unidos, un problema cuyo aspecto multinacional a menudo no se ha
puesto en evidencia.'

17. Véase, por ejemplo, el informe del Commince on Ways und Mcans del Congreso norteame-
ricano «Poverty, income and tax borden distributions, wealth and homcless statistics«, Appendix I
del Background Material und Data on Programo 1Virhin Ilse Jurisdiction of the Commitiee on
Waysand Mearas, 1989, pp.939-1060.
18. Gerald Epstein, op. cit.
19. Jordi Roca, «La distribució de la renda entre els grups socials durant les decades deis setanta
i deis vuitanta«, Jornades d'Economia, Barcelona, Noviembre 1990. Para el caso de America Lati-
na vease Manuel Pastor y Gary Dymsky, «Gebt Crisis and Class Conflict in Latin American, Ca-
pital &Caos, No. 43, Primavera 1991, pp. 203-232.
20. De acuerdo con un informe del semanario Businessweek (6/5/1991) los ingresos de ejecuti-
vos han llegado a niveles sin precendentes en este país; su salario medio en 1990 alcanzó un nivel
85 veces superior al del salario medio de un trabajador de fábrica. Entre los ejecutivos con sala
nos más altos se encuentran los de empresas multinacionales como Apple Computer, Recbok In
ternational, Time Warl1Cr, Watt Disney y otras. Estas pautas sc han registrado también en otros
paises (The New York Times, 24/6/1991 ).

120
2. La producción transnacional y la participación de las mujeres

La búsqueda del lugar y proceso de producción que minimice los costos y


maximice los beneficios ha llevado a lo que se puede calificar de nueva prefe-
rencia hacia el empleo de mujeres. Este es el caso especialmente en los proce-
sos de trabajo intensivo en los que los costos laborales representan una pro-
porción importante del total. Además de las industrias que tradicionalmente
han empleado una proporción elevada de mujeres —la textil y de confección
por ejemplo— y las nuevas industrias como la electrónica, con segmentos pro-
ductivos también con una concentración importante de mujeres, la nueva in-
versión transnacional ha entrado en el sector de servicios. La llegada de em-
presas norteamericanas de este sector —compañías aéreas, de seguros, infor-
mática y telecomunicaciones— en países como Irlanda y las islas del Caribe
por ejemplo- ha llevado al uso del término «oficina global» para indicar la
transnacionalización del trabajo de oficina. La mayoría emplean una propor-
ción elevada de mujeres, a menudo con un nivel educativo alto."

La dinámica generada por la inversión multinacional puede incluso tener el


poder de crear una nueva fuerza de trabajo femenina tal como ha sucedido en
algunos países como Irlanda, la isla de Mauricio y Bangladesh, tres países ini-
cialmente con una tasa oficial de actividad femenina relativamente baja. En
Irlanda la inversión multinacional se inició durante los años sesenta y se ace-
leró en la década siguiente de modo que a filiales de los ochenta funcionaban
en el país unas 850 niultinacionales con más de 80.000 puestos de trabajo.'
La proporción de mujeres en estos puestos fue desde el principio superior a su
proporción en la fuerza de trabajo total a pesar de una política explícita por
parte del gobierno para dirigir la inversión multinacional hacia el empleo de
mano de obra masculina. Esta política no tuvo mucho éxito porque las era-

21. Steve Lohr, «The Gowth of t he Global °Hice», me New York Times (18/10/1988) y Carta
Premian, «Gendre Ideology and Household Dynamics: Barbadian Warnen and t he Telecommuni•
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23. Por ejemplo, uno de los criterios examinados hasta 1975 para las concesiones dc licencias de
in v ersión para las multinacionales era que la fuerza de trabajo fuera mayoritariamente masculina.
Sin embargo muchas empresas emplearon una proporción mayoritaria de mujeres, sobre todo en
la industria textil, de la confección, electrice y electrónica.

121
presas extranjeras demostraron una preferencia por una fuerza de trabajo ba-
rata, joven y sin previa experiencia en el mercado de trabajo compuesta ma-
yormente por mujeres.
En el caso de Bangladesh y de la isla de Mauricio se trata de países con una
proporción alta de población islámica y por lo tanto con una actitud tradicio-
nal rígida en contra de la participación de la mujer en trabajos remunerados.
Sin embargo la llegada del capital multinacional como resultado del esfuerzo
del gobierno para atraer la inversión extranjera y facilitar la oferta de trabajo
necesaria resultó también en la formación de una nueva fuerza laboral feme-
nina. En la isla de Mauricio el proceso se inició con el establecimiento de una
zona franca en 1970 con el fin de crear puestos de trabajo para la población
en paro. La proporción de mujeres entre los parados en aquel momento era de
un 20 %. Sin embargo diez años más tarde se hallaban en funcionamiento
unas 100 empresas multinacionales y el empleo de mujeres en la zona franca
había llegado al 80% del total»
De un modo parecido la política estatal en Bangladesh durante la década de
los ochenta canalizó un importante esfuerzo para la mano de obra femenina
necesaria para la nueva inversión extranjera, incluyendo el recrutamiento de
mujeres rurales. Con el fin de atraer la inversión extranjera el gobierno ha
proporcionado transporte público para mujeres que viajen solas y protección
para las que se transladen a pie. También ha facilitado el empleo de mujeres
en el sector público, contribuyendo así a crear unas nuevas normas de con-
ducta y aceptación de las mujeres en la vida social del país.' Tal como ha
analizado Feldman, la manipulación de la tensión entre normas tradicionales
y los requerimientos exigidos por la nueva participación de las mujeres en el
mercado de trabajo pone en evidencia cómo las relaciones de género constitu-
yen básicamente una construcción social. Incluso en países donde las barreras
y prejuicios con respecto al trabajo remunerado de la mujer puedan ser menos
rígidos, su incorporación al mercado de trabajo a menudo ha ido acompañada
de una campaña ideológica que la justifique. Ello ha sucedido incluso en ca-
sos en que la fuerza laboral femenina no es del todo nueva, como en el caso
de la magulla mexicana.' El hecho es que durante los últimos veinte años la

24. Catherine Bein, «The Feminisation of Industrial Employment in Mauritius», en Richard An-
ker and Catherine Hein (eds.), Sex lnequalities rund Urban Employment in Ihn Third World, St.
Martin's Press, 1986, pp. 277-311 .
25. Shelley Feldman, «Crisis, Islam und Gender in Bangladesh: The Social Construction of a Fe.
male Labor Force», en L. Beneria y S. Feldman (cds.), Une qual Barden: Economic Crises. Persis-
ten( Poverty and Women's Work, Westview Press, en prensa.

26. Sobre este tema ver el trabajo de Vicki Ruiz y Susan Tiano (eds.), Women on Ihn U.S.-Méxi-
co Borde,. Respolues to Change», Allen & Unwin, 1987.

122
inversión transnacional se ha beneficiado de una nueva reserva de trabajo
constituida por mujeres cuya incorporación en los puestos de trabajo creados
ha sido muy rápida.

Como en el caso de estos tres países, una proporción importante de la produc-


ción transnacional en el Tercer Mundo se concentra en las zonas francas que
se han creado precisamente para atraer capital extranjero y como resultado de
la estrategia de desarrollo dirigida a la promoción de exportaciones. Actual-
mente unos 60 países tienen zonas, de tamaño distinto, y el número continúa
creciendo. La primera zona franca parece haber sido la del aeropuerto Shanon
en Irlanda, creada en 1960. Aunque diez arios más tarde menos de diez países
habían establecido zonas, en 1986 las había en más de 50 países con un nú-
mero que llegaba a 175 ya en funcionamiento, 85 en construcción y 25 en
proyecto. r En general las zonas francas quedan geográficamente aisladas en
áreas industriales muchas veces creadas para este propósito pero a menudo las
licencias y privilegios concedidos se aplican también a empresas fuera de las
zonas; este es el caso, por ejemplo, de cerca de 400 empresas que funcionan
fuera de las 8 zonas francas que existen en Malasia y el de unas 580 empresas
de exportación que han obtenido este status en Túnez desde 1972." La famo-
sa industria maquiladora de la larga zona fronteriza entre México y los
EE.UU. de facto también funciona como tal.

Las licencias y privilegios concedidos por los gobiernos de cada país a las
empresas extranjeras tienen el propósito de facilitar y atraer el capital transna-
cional. La exoneración fiscal o la reducción de impuestos a un mínimo es una
práctica común. Por ejemplo, en 1989, la exoneración del impuesto industrial
en los países de Centroamérica y del Caribe era del 100 % (con la excepción
de México) y se extendía para períodos de 10-15 años excepto en la Repúbli-
ca Dominicana y en la isla de Montserrat donde se concedían para 8-10
y 5-15 años respectivamente. Otro tipo de tratamiento especial lo constituye
la suspensión de tarifas aduaneras como en el caso común de la entrada libre
de mercancías-inputs para la producción dirigida a la exportación. Otras con-
cesiones son de tipo laboral. En algunas zonas los sindicatos están prohibidos,
regulados bajo estatutos legales especiales, o con restricciones de distintos ti-
pos que limitan su funcionamiento; Turkía, Bangladesh, Pakistán, y Corea del
Sur, por ejemplo, han impuesto restricciones legales a la actividad sindical

27. U.S. Department of Labor, Bureau of International Labor Affairs, «Workers Rights in Export
Proccssing Zones», edición especial de Foreign Labor Trends, Vol. 1, 1989-90.
28. !bid, p. 4.
29 Robbin Consulting Group, «Sourcing: Caribbean Option», 1988.

123
mientras que en Malasia, India, Sri Lanka, Haití, la República Dominicana y
Colombia existen prácticas restrictivas que limitan la libertad de acción de
los trabajadores, incluso con algunos casos esporádicos de trabajos forzosos.3°

Las concesiones a las empresas inversionistas pueden referirse también a los


salarios. En algunas zonas las leyes de salario mínimo no se aplican. En India
por ejemplo el salario mínimo ha sido substituido por el recomendado, con el
resultado de que el salario pagado es muy inferior al mínimo. En países donde
el salario mínimo no existe el pagado en las zonas francas es también inferior
al medio del país,m sobre todo en el caso del salario femenino como se verá
más adelante. Esta diferencia salarial se añade a la que existe entre países da-
do que las zonas en general están localizadas en paises ya de salarios bajos. El
Cuadro 1 incluye algunos ejemplos de las diferencias salariales entre países.

CUADRO 1
DIFERENCIAS SALARIALES POR PAÍSES
1990-91
Salario medio por hora
Pate c,es.

Bangladesh 14
Sri Lanka 97
India 179
Hong Kong 289
Mexico 330'.
Corea del Sur 359
Inglaterra 987
Estados Unidos 1.526
• Al ca m i o de 100 plan ¡dólar
" Salario medio en las maquiladoras
RJENTE: Island International, 7/10/90, y Newsweek, 20/5/1991.

Aunque estas comparaciones son difíciles y tienen que verse sólo como esti-
maciones aproximadas, las cifras presentan un punto de referencia importante
en cuanto a las disparidades considerables que existen. Cabe mencionar que
además los salarios han disminuido en términos reales en muchos países du-
rante los últimos diez años, debido a una inflación de precios superior a la de
salarios. Dado un tipo de tecnología transferible y por lo tanto la probabilidad

30. «Workers Rights in Export Processing Zones», op. cit.


31. !bid.

124
de obtener niveles de productividad muy parecidos de país a país, la posibili-
dad de multiplicar las ganancias con la movilidad del capital es evidente.
El crecimiento de la inversión en estas zonas ha sido considerable. En el caso
de la industria de maquila mexicana el número de empresas ha crecido de 112
en 1968 a 1.450 en 1988 mientras que los puestos de trabajo han aumentado
de 11.000 en 1968 a cerca de 400.000 en la actualidad.' En China, un país
que estableció sus primeras «zonas económicas especiales» en 1979, se ha es-
timado que el empleo en estas zonas oscila entre 1,5 y 2,5 millones de puestos
de trabajo." En general las industrias predominantes en la mayoría de las zo-
nas son la textil, la de confección y la electrónica, aún en las zonas que, más
recientemente, han atraído empresas de servicios. En todas ellas la proporción
de capital extranjero es muy elevada aunque varía de país a país; mientras que
en Taiwan, Jamaica y la República Dominicana las compañías extranjeras
representan el 88 %, 75 % y 90 % respectivamente del total de las empresas,
las correspondientes cifras para México, Colombia y Egipto se aproximan al
54 %, 60 % y 50 % respectivamente»
La proporción de mujeres empleadas en las zonas francas varía entre países
pero, tal como indica el Cuadro 2, en algunos casos es superior al 90 %; cabe
mencionar que estas cifras representan promedios por país lo cual significa
que en algunas zonas esta proporción puede estar bien por encima de la nacio-
nal. En todo caso no hay duda de que en las llamadas «fábricas globales»,
produciendo mercancías para el mercado internacional, se ha manifestado una
preferencia hacia el empleo de mujeres. La inversión multinacional, que en el
modelo de desarrollo basado en la substitución de importaciones tendió a em-
plear mayoritariamente una mano de obra masculina, está creando lo que al-
gunos autores han caracterizado de un «nuevo proletariado» a nivel mun-
dial." Cabe notar que la inversión extranjera a su vez tiene efectos indirectos
sobre la preferencia por mujeres por parte del capital nacional: una vez «des-
cubiertas» como trabajadoras por unas empresas, otras empresas siguen a con-

32. Roth Pcarson, ' Mate Bias and Womenk Work in Mcxicok Bordee Industries», en Dianc El-
son (ed.), Mate Bias in ihr Development Pro cess, Manchester University Press, 1991. Véase tam-
bién el informe «A Mcxican Miracle?»,Newsweek, 20 de mayo, 199 1 , pp. 42-45.
33 »Workers Rights in Export Processing Zones», op. cit., y Phyllis Andors, «Women and Work
in Shenzen»,Bulletin of Concerned Asian Sebo/are, Vol. 20, No. 3, Julio-Septiembre, 1988,
pp. 22-41 . Como se verá más adelante, la proporción de mujeres en ambos casones alta. La pro-
porción que el empleo en estas zonas representa respecto al total varía de país a país pero
cn algunos casos es muy alta. En la República Dominicana, por ejemplo, se estima que llegaba al
70-90 % en 1989-90.
34. «Workers Rights in Export Processing Zones», op. cit., p. 4.
35. Fielen Safa, « Runaway Shops and Female Employment: l'he Search loe Chcap Labor», en
Eleanor Leacock and llelen Safa (cds.), Womenb Werk, Bergin and Garvey Publishers, 1986,
pp. 58-74.

125
CUADRO 2
EMPLEO DE MUJERES EN LAS ZONAS FRANCAS
EN 11 PAÍSES. 1989
Proporción de mujeres en relación
Paiy al empleo total

Bellize 90-95
Barbados 90
República Dominicana .70
Haití 60-70
Honduras 72
Indonesia 89
Jamaica 90
Corea del Sur 77
Malasia 70
Isla de Mauricio 66
México 66
Mal-MUCUS 84
Filipinas 74
Taiwan 75
Túnez 88

FUENTE: U.S. Department of Labor, «Worker Rights in Export Processing Zones», Foreign Lana,-
Trenas, Vol. 1, p. 6.

tinuación siguiendo lo que se prodría llamar un «efecto emulación». La si-


tuación es realmente distinta a la descrita en 1970 por Ester Boserup en su li-
bro Woman's Role in Economic Development en el que, refiriéndose especial-
mente a la situación de los años sesenta en países del Tercer Mundo, subraya-
ba que «cuando la gran industria substituye a la industria familiar, las mujeres
pierden su trabajo porque los productos en los que ellas participaban (telas
trabajadas a domicilio, puros y cerillas hechos a mano, etc.) son subtituidos
por productos de fabrica producidos por una mano de obra predominantemen-
te masculina,"
Cabe preguntarse el por qué de esta preferencia nueva. El empleo de mujeres,
aunque con distintas características en cada caso, tiene algunos rasgos bastan-
te comunes. Los estudios que han comparado la composición de la mano de
obra de empresas transnacionales demurtran que la transferencia de la pro-

36. Un caso ilustrativo lo constituyen algunas empresas de la industria electrónica en México


que, a principios dc los años ochenta siguieron el ejemplo de las multinacionales en cl empleo a:
mujeres; ver Lourdes Beneria y Martha Roldan, The Crossroads of dass und Gender,Homewon
Subcontracting und Household Dynamics irr Mexico City, University of Chicago Press, 1987,
Cap. 3.
37. Ester Doserup, Woman's Role in Econennic Developrnene, George Allcn and Umvin, 1970,
p. 111 (traducción propia).

126
ducción a otros países y la reorganización del proceso de trabajo que le acom-
paña resulta en una mano de obra: a) reducida en cantidad absoluta, b) más
feminizada, c) más joven, d) con un coste laboral generalmente muy inferior y
una productividad similar o mayor (aunque existen muy pocos estudios de
productividad para poder llegar a conclusiones generalizables), e) bajo condi-
ciones laborales más desfavorables y precarias, y f) sin sindicatos o con una
organización laboral más débil.'
Es bien sabido que las zonas francas y las empresas multinacionales con pro-
ducción de trabajo intensivo tienden a concentrar mujeres de menos de 25
años, a menudo solteras, y en muchos casos con un nivel educativo relativa-
mente alto. Así una primera explicación del por qué de esta llueva preferencia
es que se trata de la fuerza laboral mas barata que puede encontrarse dentro de
cada país (cuando la comparación es doméstica) o a nivel global (cuando se
comparan distintos países). Los datos del Cuadro 1 muestran los niveles ínfi-
mos de salarios medios en algunos paises; a ello debe añadirse, primero, el
hecho de que en las zonas francas los salarios son a menudo inferiores y, se-
gundo, la discriminación de género cuando se trata de mujeres.
Esta discriminación ha sido ampliamente documentada como un fenómeno
prácticamente universal y, más concretamente existente en las zonas francas.
Aunque el principio de igual salario por el mismo trabajo haya sido adoptado,
por lo menos en principio, por muchos países, en la práctica la llamada discri-
minación salarial pura es aún frecuente." Sin embargo la forma más corriente
de discriminación salarial se debe al hecho de que hombres y mujeres en re-
alidad no hacen el mismo trabajo sino que se concentran en trabajos «femeni-
nos» y «masculinos.» Esta segregación ocupacional da lugar a la disparidad
típica entre salarios también «femeninos» y «masculinos» a pesar de que los
trabajos considerados de mujeres y de hombres son distintos de país a país.'

38. Veasc, por ejemplo, el estudio de Helena Hirma, «Production Relocatioo An Elcctronics
Multinational in France and Brazil», en Diane Eisen and Ruth Pcarson (eds.), Women's Employ-
mera & Multinationals in Europe, MacMillan, 1989, pp.129-143, y el libro de Folker Fröbel et al,
La Nueva División internacional del Trabajo, Siglo Veintiuno Editores, 1981, especialmente la
segunda parte.
39. En algunos casos incluso st da publicidad a esta discriminación salarial como un modo de
atraer la inversión. Dos ejemplos los constituyen el caso de Chipre y de la isla de Mauricio tal co-
mo demuestran los estudios de Hein (op. cit.) y de William House, reThe Status und Pay of Wo -
meo in Me Cyprus Labor Market», en Anker y Hein (eds.), op. dt.
.10. Por ejemplo en los paises más industrializados occidentales el trabajo de oficina es predomi-
nantemente femenino y el trabajo agrícola predominantemente masculino mientras que en muchos
países africanos es lo contrario. Ello refuerza el argumento de que la división sexual del trabajo es
Una construcción social en vez del resultado de unas características «naturales» de hombres y mu-
jeres. Para más detalle ser mi artículo «Gender und the Global Economy», en Arthur MacEwan y
William Tabb (eds.),Instabilicy uní Orange in t he World Economy, Monthly Review Press, 1989,
pp 241-58.

127
La feminización de muchas tareas lleva a una disminución de su salario relati-
vo tal como está sucediendo a nivel global. Además la transnacionalización
de la producción aumenta la posibilidad de fragmentar la fuerza laboral de
acuerdo a los distintos segmentos productivos (ya no sólo utilizando divisio-
nes por género sino también de raza y etnia) y de concentrar las mujeres en
los procesos productivos que se encuentran en los eslabones más bajos de la
jerarquía laboral.
Una segunda explicación del empleo femenino tiene que ver con las que pue-
den llamarse características de género o cualidades atribuidas, correcta o in-
correctamente, a las mujeres. Los estudios que han analizado las respuestas de
las empresas a este respeto demuestran que estas características pueden refe-
rirse a distintos aspectos:"
a) Factores que facilitan el control de la fuerza laboral. Algunos de ellos ya
son tópicos como la mayor Sumisión, docilidad y capacidad de seguir órdenes
por parte de las mujeres. Ello las hace preferibles también desde el punto de
vista de la organización laboral; las mujeres por ejemplo, y como ya es bien
sabido, participan menos en actividades sindicales debido a una serie de fac-
tores que oscilan entre el control masculino de los sindicatos y las obligacio-
nes domésticas que les dificultan su participación. El uso de este tópico para
explicar el empleo femenino incluso ha dado lugar a una reacción que ha lle-
vado a muchos estudios a subrayar el carácter combativo de las mujeres y su
participación en muchos conflictos laborales.
b) Factores relacionados con la productividad, como en los argumentos que
destacan la mayor destreza de las mujeres sobre todo en la producción de ob-
jetos diminutos o que requieren cuidado y paciencia. Del mismo modo existen
los casos que destacan la mayor disciplina de las mujeres, la cual tanto puede
facilitar el control de la fuerza laboral como aumentar su productividad.
c) Factores que destacan la flexibilidad laboral de la mano de obra femenina
y sobre todo la de las mujeres jóvenes en el sentido por ejemplo de aceptar
contratos de trabajo a corlo plazo o no renovables y trabajo a tiempo parcial o
a menudo inestable. Esto permite no sólo evitar problemas de despido y de sa-
lud —especialmente en los casos de problemas relacionados con la contamina-
ción, cansancio o desgaste físico y mental— sino también evitar la acumula-
ción de beneficios laborales. Esta flexibilidad permite una adaptación máxima
de la oferta de trabajo a las oscilaciones y requerimientos de la producción )
constituye un estímulo para la transnacionalización puesto que permite evadir
las regulaciones laborales más rígidas de muchos países.

41. Para mis detalles véase Lourdes Beneria y Martha Roldán, Ihn Crossroads of dass und
Gender, op. cit., cap. 3, y Diane Elson y Ruth Pearson, «The Subordinaban of Women und che In
ternationalization of Factory Ponductionn, en Kate Young et al (eds.), Of Marriage und che Mar
CSE Boato, 1982, pp. 144-66.

128
Estamos pues en presencia de un proceso de feminización de la fuerza laboral
de una parte importante de la producción transnacional: la basada en procesos
de trabajo intensivo, dirigida al mercado internacional, y bajo una fuerte pre-
sión competitiva. Cabe subrayar que además la producción transnacional ejer-
ce efectos indirectos sobre el empleo de mujeres a nivel doméstico. Tal es el
caso de los procesos de subcontratación típicos en la mediana y pequeña em-
presa y talleres de producción que emplean también una proporción elevada
de mujeres."
¿Cuál es pues la importancia relativa de la producción transnacional para el
empleo de las mujeres? Debe subrayarse que aunque el empleo directo por
parte de las empresas transnacionales incluye varios millones de mujeres no
es muy importante en números relativos. La gran mayoría de mujeres a nivel
mundial trabaja en la agricultura y otros procesos productivos que, como en el
caso del sector informal, funcionan bajo condiciones aún más precarias que
las del empleo multinacional, el cual se considera privilegiado en muchos pai-
ses. Un estudio publicado por la OIT en 1985 estimó que el empleo directo de
mujeres por el capital multinacional representaba algo menos del 1 % de la
fuerza laboral femenina en los países del Tercer Mundo." No obstante a esta
cifra —que en la actualidad es muy probable sea mäs elevada— debe añadirse el
empleo indirecto que proviene del efecto multiplicador de la actividad econó-
mica de las empresas transnacionales y sobre el que no existen estimaciones
fiables. La importancia de esta actividad va en aumento no sólo por su ten-
dencia creciente sino por el dinamismo y peso ejercido sobre el resto de la
economía. Para las mujeres el nuevo orden económico mundial llega en el
momento de un aumento sin precedentes en la tasa de actividad femenina
prácticamente en todos los países. En la muestra ilustrativa de países incluida
en el Cuadro 3 y refiriéndose al periodo 1979-89 todos los países registraron
tul aumento de la tasa oficial de actividad femenina. Sólo Camerún y Jamaica
registraron una disminución aunque en ambos casos también disminuyó la ta-
sa masculina, un reflejo de la crisis económica en ambos paises. Las tasas
oficiales de actividad femenina serían aún más altas si las mujeres tuvieran
42. Ejemplos típicos se detallan en 13cnería y Roldán, ibid., y en Cynthia Truclovc, tWomen's
Informal-Sector Factory Work and ihr Social Reproduction of Coffee Farm Labor in Colombia»,
co Kathryn Ward (ed.), Women Workers und Global Restructurmg, ILR Press, Cornell University,
l990, pp. 48-63.
43. Centro de Compañías Transnacionalcs de la ONU/Oficina Internacional dcl Trabajo, «Wo-
meo Workas in Multinational Enterprises in Dcveloping Countrics», Ginebra, 1985.
44. Cabe tener en cuenta que la tasa de actividad femenina está subestimada en la mayoría de los
países debido a que el trabajo dc las mujeres con frecuencia se concentra cn áreas tales como la
agricultura de subsistencia o la economía sumergida —no incluidas o subestimadas en las estadísti-
cas oficiales. Para más detalle, clase mi artículo «Tire Mcasurcmcnt of Women's Economic Acti-
vitics: Asscssing ihr Thcorctical und Practical Work of Two Decades», preparado para la reunión
de UNRISD sobre Indicadores Sociales del Desarrollo, Rabat, 8-11 de abril, 1991

129
CUADRO 3

POBLACIÓN ECONÓMICAMENTE ACTIVA: TASA DE ACTIVIDAD (%).


MUESTRA DE PAISES, 1979-1989
1979 1989
País Mujer. Hombres Total Mujeres Hombres Total

Alemania 31.6 57.5 44.0 37.0 60.7 48.4


Algeria 1.8 42.2 21.7 (1976) 4.4 42.4 23.6
Brasil 21.4 53.9 37.5 27.9 56.3 41.9
Camerún 36.3 57.5 46.6 29.6 47.4 38.5
Chile 13.3 46.4 29.5 (1976) 22.2 510 36.8
Chipre 24.4 60.5 42.3 (1976) 35.2 59.9 47.5
Colombia 15.4 46.0 30.3 34.1 54.4 43.7
Egipto 5.3 20.6 28.4 13.5 49.3 31.6
España 20.8 51.9 36.0 37.3 51.8 44.3
EE.UU. 37.5 57.1 47.0 44.7 57.4 50.9
Francia 30.3 54.0 41.9 37.3 51.8 44.3
Hong Kong 32.8 57.2 45.4 (1976) 37.1 61.6 49.7
Indonesia 22.0 46.0 33.9 (1976) 34.3 50.6 42.5
Irlanda 20.6 53.1 37.0 22.6 51.1 37.0
Jamaica 40.6 48.3 44.4 31.0 44.1 37. 5
Japón 36.4 60.2 48.1 40.5 61.7 50.9
Mesico 14.0 42.4 28.3 23.1 53.7 38.4
Singapur 28.8 56.1 42.6 37.8 59.6 48.6
FUENTE: Anuario de Estadistica, del trabajo, 1976, 1975,1989-90. Oficina Internacional del Tra-
bajo, Ginebra.

igual acceso que los hombres a actividades económicas. Tal como indican los
gráficos I y ll que incluyen las proyecciones de estas tasas para el ano 2000.
la diferencia sería importante tanto para los países industrializados como para
los países en desarrollo pero especialmente para los últimos. En todo caso no
hay duda de que estamos presenciando un cambio profundo en la participa-
ción de la mujer en el mercado de trabajo y en la vida social tanto a nivel na-
cional cono internacional.

3. Conclusión: problemas, dilemas y aún pocas soluciones

Como era de esperar los efectos de la producción transnacional sobre la situa-


ción de las mujeres han sido cuestión de debate. ¿Hasta qué punto podría afir-
marse que la nueva preferencia por la fuerza laboral femenina es un he-
cho positivo? ¿Cómo evaluar este cambio? ¿Es posible que el nuevo empleo
represente una fuente de emancipación y de autonomía frente a las distintas

130
GRÁFICO'

PORCENTAJES DE POBLACIÓN FEMENINA ECONÓMICAMENTE


ACTIVA PARA PAÍSES INDUSTRIALIZADOS

a5 .s
10.8 41.4 41.1 11.1
38,7

1985 1975 1980 1985 2000 1 • 2000 II **

• Asumiendo la continuación de las tendencias actuales entre los años 1985 y 2000.
•• Si hombres y mujeres tienen igual acceso a la actividad económica para cl año 2025.

GRÁFICO 11

PORCENTAJES DE POBLACIÓN FEMENINA ECONÓMICAMENTE


ACTIVA PARA PAÍSES EN DESARROLLO

41.4

33.6 34.8 35 34.7 33.7

1950 1975 1980 1985 2000 I • 2000 II

• Asumiendo la continuación de las tendencias actuales entre los años 1985 y 2000.
Si hombres y mujeres tienen igual acceso a la actividad económica para el año 2025.

131
instituciones patriarcales propias de cada país o, por el contrario, una fuente
de explotación y discriminación?

En realidad estas preguntas no son distintas de las que se pueden dirigir a


cualquier tipo de trabajo de la mujer. Sin embargo en este caso el debate ha
sido intensificado por los problemas asociados con la inversión multinacional.
Los estudios iniciales sobre el empleo de mujeres en la zona fronteriza entre
México y los EE.UU. y en las zonas francas de los países del sureste asiático
tendieron a subrayar los aspectos negativos. La discusión se centró no sólo en
las condiciones laborales analizadas en la sección anterior —salarios muy ba-
jos, inestabilidad laboral, etc.— sino también en otros efectos de la penetración
rápida de empresas multinacionales. Por ejemplo la alta tecnología y organi-
zación de la producción moderna de estas empresas a menudo se ha implanta-
do en zonas semi-industrializadas y utilizando una fuerza laboral de origen
rural. Para muchas de estas mujeres esto ha representado un cambio radical en
sus vidas: a) el paso de instituciones patriarcales a nivel familiar a otras a ni-
vel del trabajo; b) la obtención de una cierta autonomía económica y emanci-
pación social aún cuando estuviera subordinada al núcleo familiar; c) la incor-
poración en procesos de trabajo altamente competitivos y con una intensa pre-
sión productiva no sólo sin experiencia previa sino representando un enorme
contraste con su cultura rural; d) la introducción a unas pautas de consumo
nuevas, incluyendo productos «modernos>, a los que antes no tenían acceso;
e) la entrada en nuevos espacios sociales en los que no siempre se hallan bien
recibidas.'
Estos cambios son en sí contradictorios, con elementos positivos y negativos,
y por lo tanto difíciles de evaluar. En un artículo inicial sobre este tema Elson
y Pearson introdujeron unos conceptos útiles (aunque difíciles de poner en
práctica de forma rigurosa) para su evaluación. Su método sugería una clasifi-
cación de estos cambios de acuerdo con sus posibles efectos: a) una tendencia
a la descomposición de formas de subordinación de género ya existentes lo
cual representaría un efecto positivo, b) una intensificación de estas formas,

45. La literatura que trata de estos temas es numerosa. A titulo ilustrativo cabe destacar algunos
estudios: María Patricia Fernández-Kelly, For We Are Sold: 1 and My People. Women in MexicoS
Frontier, Albany: SUNY Press, 1983 y «Mcxican Bordar Industrializaban, Female Labor Force
Participaban and Migration», en M.P. FemándezKelly y I. Nash (cds), Wortren. bien anal the Inter.
national Division of Labor, Albany: SUNY Press, 1983, pp. 205-223; Nocleen licyzern «From Ru-
ral Subsistence to an Industrial Peripheral Work Force: An Examination of Fernale Malaysian Mi-
grants and Capital Accumulation in Singapore v , en L. Bailaría (cd.), Women und Development
The Sexual Division of Labor in Rural Sociaies, Pracger, 1982; Nocleen licyzer (cd.), Daughters
irr induscry. Asian und Pacific Development Centre, 1988; Aiwa Ong, Spirits of Resistance and
Capitana Discipline. Factory Women in Malaysia, Albany: SDNY Press, 1987; varios de los ar-
ticulas incluidos en V. Ruiz y S. Tiano, Women in the U.S.-Mexico Bordar, op. cit.; Kathryn Ward
(cd,). Women Workers anal Global Restructuring, op. cit.

132
representado el efecto contrario, y c) una tendencia a la recomposición de for-
mas nuevas, un efecto también negativo.' La importancia de este esfuerzo es
que reconocía los posibles efectos contradictorios del empleo multinacional
para las mujeres y por lo tanto la necesidad de comparar los resultados positi-
vos (como el aumento del nivel de vida y la posibilidad de emanciparse de re-
laciones patriarcales a nivel familiar) con los negativos (como la inmersión en
procesos de producción opresivos y explotativos).
No obstante muchos de los estudios iniciales sobre el empleo de mujeres por
el capital multinacional tendieron a subrayar los elementos negativos. El de-
bate se intensificó con escritos como los de Linda Lim cuya critica inicial de
las multinacionales se transformó más tarde en una defensa. Para resumir, sus
principales argumentos señalaban que estas empresas: a) no crean diferencias
entre hombres y mujeres sino que utilizan las creencias y prácticas discrimi-
natorias ya existentes en las culturas locales; b) en realidad contribuyen al de-
bilitamiento de estas creencias y prácticas a través de la creación de empleo
para mujeres; c) para muchas mujeres el trabajo en el sector de exportación
ofrece una remuneración mayor que la de otros sectores y muchas de ellas
prefieren trabajar en este sector; d) aunque la jornada de trabajo sea más larga
que en los paises industrializados las horas trabajadas son inferiores a las de
otras alternativas (trabajo doméstico, agricultura, pequeña industria); e) los
procesos de industrialización para la exportación han logrado incrementar el
nivel de salarios, especialmente en zonas donde la penetración multinacional
ha sido establecida a lo largo de un periodo de tiempo.'
Estos argumentos añadieron complejidad a la crítica inicial algo simplista del
empleo de mujeres por parte del capital multinacional. Sin embargo es impor-
tante señalar que el análisis de Lim empíricamente estaba basado sobre la ex-
periencia de los países del sureste asiático cuyo rápido desarrollo ha contri-
buido al aumento de salarios y del nivel de vida en general y en algunos mo-
mentos incluso ha generado una escasez de mano de obra. Lo contrarío ha
sucedido en otros países cuya desarrollo lento y problemas relacionados con
la crisis económica han hecho que el empleo multinacional continuara bajo
condiciones mucho mas precarias que en los paises del sureste asiático. Este

46. Diane Elson and Ruth Pearson, dile Laical Phase of the Intemationalization of Capital and
its Implications Sor Women M ihr Third World», co Kate Young et al (cds.), op. cit.

47. Estos argumentos de Um sc hallan principalmente en los siguientes artículos: «Capitalism,


Imperialism and Patriarchr Thc Dilemma of Third World Warnen W'orkers in Multinational Fac-
(mica», en J. Rauh y M.P. Fernindez-KcIly, op.cit, pp. 71-91; «Export-Orientcd Industriali2ation
und Asían Labor», ponencia preparada para la Confercnce on Origina and Consequences of Natio-
nal Development Strategies, Dukc U n iversi ty, 1986; y «Poverty, Ideology sed Women Export
Factory Workers in Asia», en H. Afshar and D. Agarwal (cds.), N'ornen. Poverty and ldeology,
Macmillan, 1989.

133
es el caso por ejemplo de México, las Filipinas y las islas del Caribe entre
otros. Por otra parte muchos de los argumentos de Lim son de fecha anterior a
la segunda etapa de transferencia de capital precisamente de los países del su-
reste asiático hacia los de salarios más bajos, lo cual ha puesto de manifiesto
la inestabilidad de la producción transnacional. Una evaluación de este proce-
so por lo tanto debe tener en cuenta el momento y las distintas condiciones de
cada país.
Mas allá de este debate quizá es mas impo rt ante señalar que se trata dc
ejemplo ilustrativo del funcionamiento del nuevo modelo neoliberal. La ca-
rencia de regulaciones que establezcan condiciones para la inversión transna-
cional pone a las economías locales en una situación precaria frente a las de-
cisiones tomadas a nivel mundial. También pone en evidencia la asimetría
existente entre el factor capital, que se beneficia de esta carencia de regula-
ción, y el factor trabajo que queda muy debilitado. Asi podría argumentarse
que los procesos de desindustrialización que tienen lugar en muchas regiones
del globo proceden de decisiones en las que la población afectada no toma
parte y por lo tanto son eminentemente poco democráticas. No es sorprenden-
te que esta situación esté llevando a esfuerzos nuevos por parte de sindicatos
y otras instituciones y grupos sociales a fin de también transnacionalizar sus
actividades y responder a los problemas creados por el nuevo modelo neolibe-
ral. Sin embargo en la actualidad esta tarea se presenta difícil, especialmente
dada la desigualdad en el control y distribución de los recursos necesarios. Pa-
ra las mujeres, cuya importante y creciente participación en la actividad eco-
nómica transnacional ha aumentado su visiblidad, el reto es que esta visibili-
dad se transforme en una mayor influencia social y política. No se trata sola-
mente de luchar por la igualdad de género sino de entender y ejercer
influencia sobre la dinámica de estos procesos.

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SAL DE CASA
Glenerio de Dome,

Empeeet10,7
46CO2 • VALENCLA

Ter 352 76 98

137
UNA
PALABRA
OTRA
\
Mirada prohibida, sonido segado
ASSIA DJEBAR

El 25 de junio de 1832, Delacroix desembarca en Argel para hacer una breve


escala. Acaba de pasar un mes en Marruecos, inmerso en un universo de ex-
tremada riqueza visual (esplendor de los trajes, brillantez de los ejercicios
ecuestres árabes, fastos de una corte real, pintoresquismo de las bodas judías
o de los músicos callejeros, nobleza de los felinos reales: leones, tigres, etc.).

Este Oriente* tan cercano se le ofrece al pintor, contemporáneo suyo, en una


novedad total y excesiva. Un Oriente tal y como él lo había soñado para la
Muerte de Sardanápalo —pero limpio, aquí, de cualquier idea de pecado. Un
Oriente que —por añadidura, y sólo en Marruecos— escapa a la autoridad del
Turco aborrecido desde las Escenas de las masacres de Sió.

Marruecos revela así ser el lugar de encuentro entre el sueño y el ideal estéti-
co encarnado, el lugar de una revolución visual. Delacroix puede escribir
acertadamente algo más adelante: «Los hombres y las cosas se me aparecen
bajo una luz nueva desde mi viaje».

En Argel Delacroix no se queda mas que tres días. Esta breve estadía en una
capital recientemente conquistada le orienta, gracias a un afortunado cúmulo
de circunstancias, hacia un mundo al que había permanecido ajeno en su viaje
marroquí. Por primera vez, penetra en uil universo reservado: el de las muje-
res argelinas.

El mundo que ha descubierto en Marruecos, y plasmado en sus bosquejos, es


esencialmente masculino y guerrero: en una palabra, viril. Se ha ofrecido ante
sus ojos el espectáculo permanente de una exterioridad que es toda fastos, mi-
dos, algaradas y movimientos rápidos. Pero al pasar de Marruecos a Argelia,

139
Delacroix cruza al mismo tiempo una frontera sutil que va a invertir todos los
signos, y que está en el origen de lo que la posteridad retendrá de este «viaje a
Oriente».

La aventura es conocida: el ingeniero jefe del puerto de Argel, señor Poirel,


pintor aficionado, tiene a sus órdenes a un shaush, antiguo capitán de una bar-
ca corsaria —un «rais» de antes de 1830—, quien —después de largas discusio-
nes— accede a dejar penetrar a Delacroix en su propia casa.
Un amigo del amigo, Cournault, nos transmite los detalles de la intrusión. La
casa se hallaba en la calle Duquesne. Delacroix, acompañado por el marido y
sin duda por poirei, atraviesa ,,un pasillo oscuro» al final del cual se abre,
inesperado y bañado por una luz casi irreal, el harén propiamente dicho. Allí
le están esperando mujeres y niños «en medio de un montón de seda y oro».
La esposa del antiguo rais, joven y guapa, está sentada delante de un narguile.
Delacroix, le cuenta Poircl a Cournault que lo escribe para nosotros, «se ha-
llaba como embriagado por el espectáculo que tenía ante sus ojos».
Tras entablar una conversación por intermedio del marido que hace las veces
de interprete, quiere saberlo todo de «esta vida nueva y misteriosa para él».
Sobre los múltiples bosquejos que traza —diversas actitudes de las mujeres
sentadas— inscribe lo que le parece más importante para no olvidarlo: la exac-
titud de los colores («negro con líneas de oro, violeta lacado, rojo de Indias
oscuro», etc...) con los detalles de los trajes, relación múltiple y extraña que le
desconcierta los ojos.

En esas breves anotaciones gráficas ode escritura, hay una como febrilidad
de la mano, una ebriedad de la mirada: instante fugaz de una revelación eva-
nescente que se sitúa en esa movediza frontera donde colindan sueño> reali-
dad. Cournault anota: »esa fiebre que apenas conseguían calmar los sorbetes y
la fruta».

La visión, completamente nueva, ha sido percibida como imagen pura. Y co-


mo si este resplandor demasiado nuevo fuese a enturbiar su propia realidad,
Delacroix se obliga a anotar en sus bosquejos los nombres y apellidos de las
mujeres. Acuarelas blasonadas con los nombres de Bayah, Muni y Zora ben
Soltán, Zora y Kaduya Tarboriyí. Cuerpos dibujados que salen del anonimato
del exotismo.

Esa abundancia de colores raros, esos nombres de sonoridades nuevas, ¿son lo


que turba y exalta al pintor? ¿Son lo que le hace escribir: «¡Qué hermoso!
¡Como en tiempos de Hornero!»?

140
Ahí, en esa visita de pocas horas a unas mujeres recluidas, ¿qué choque, o al
menos que vaga turbación ha sufrido el pintor? Ese núcleo de harén entrea-
bierto, ¿es de verdad como él lo ve?

Delacroix se lleva objetos de ese lugar que ha atravesado: babuchas, un chal,


una camisa, unas bragas. No son triviales trofeos de turista, sino pruebas tan-
gibles de una experiencia única, fugaz. Huellas oníricas.

Siente la necesidad de tocar su sueño, de prolongarle la vida más allá del re-
cuerdo, de completar los bosquejos y dibujos que contienen sus cuadernos. En
ello se da cl equivalente a una compulsión fetichista agravada por la certi-
dumbre de la unicidad irrevocable de ese momento vivido, que ya nunca vol-
verá a repetirse.

Vuelto a París, el pintor trabajara durante dos años en la imagen de su recuer-


do que —aunque lo documenta y apuntala con objetos locales— se bambolea
con una sorda e informulada incertidumbre. De ello extrae una obra maestra
que no deja de obligarnos a interrogamos.

«Mujeres de Argel en su habitación»: tres mujeres, dos de ellas sentadas de-


lante de un narguile. La tercera, en primer plano, está medio tumabada, aco-
dada sobre cojines. Una sirvienta, casi totalmente de espaldas, levanta un bra-
zo como si estuviera apartando la pesada colgadura que oculta este universo
cerrado; personaje casi accesorio, se limita a bordear el tornasol de colores
que aureola a las otras tres mujeres. Todo el sentido del cuadro se dirime en la
relación que las tres mantienen con su cuerpo, así como con el lugar de su en-
cierro. Prisioneras resignadas en un ámbito cerrado que ilumina una especie
de luz onírica venida de ninguna parte —luz de invernadero o de acuario—, el
genio de Delacroix nos las ofrece a la vez presentes y lejanas, enigmáticas en
grado extremo.

Quince años después de esos días en Argel, Delacroix rememora, vuelve a


trabajar el mismo tema y presenta en el Salón de 1849 una segunda versión de
las «Mujeres de Argel».

1,-a composición es casi idéntica, pero algunos cambios, por recurrencia, ha-
cen que se muestre mejor el sentido latente del cuadro.

En este segundo lienzo en el que los rasgos de los personajes son menos pre-
cisos, los elementos del decorado menos rebuscados, el ángulo de visión se ha
ampliado. Ese efecto de encuadre tiene un resultado triple: aleja de nosotros a
las tres mujeres, que se hunden más profundamente en su retiro; descubre y

141
desnuda completamente una de las paredes de la habitación, haciéndola pesar
más gravemente sobre la soledad de las mujeres; por último, acentúa el carác-
ter irreal de la luz. Ésta hace aparecer mejor lo que la sombra encubre como
una amenaza invisible, omnipresente, a través de la sirvienta ya casi indistin-
guible pero que sigue allí, atenta.

Mujeres siempre a la espera. Menos sultanas, de repente, que prisioneras. Sin


ningún vinculo con nosotros, los espectadores. No se abandonan ni se rehúsan
a la mirada. Extranjeras, pero terriblemente presentes en esa atmósfera vicia-
da del enclaustramiento.

Ehe Faure cuenta que cuando el anciano Renoir evocaba esta luz de las «Mu-
jeres de Argel» no podía impedir que le corrieran gruesos lagrimones por las
mejillas.

¿Deberíamos nosotras y nosotros llorar como el anciano Renoir, pero por


otras razones que las artísticas? Evocar, un siglo y medio después, a las Baya,
Zora, Mutti y Kaduya. Aquellas mujeres, a las que Delacroix —quizá a pesar
de sí mismo `— supo mirar como nadie había mirado antes que él, no han deja-
do desde entonces de decirnos algo insoportable y actualmente presente.

El cuadro de Delacroix se percibe como una aproximación a un Oriente en fe-


menino —la primera, sin duda, en la pintura europea, acostumbrada a tratar li-
terariamente el tema de la odalisca o a evocar solamente crueldad y desnudez
en el serrallo.

Ese sueño lejano y próximo en los ojos perdidos de las tres argelinas: si inten-
tamos aprehender su naturaleza —nostalgia o vaga ternura— es para soñar a
nuestra vez la sensualidad, partiendo de su manifiesta ausencia. Como si de-
trás de esos cuerpos y antes de que la sirvienta vuelva a dejar caer el cortinaje
se extendiese un universo donde ellas vivirían continuamente antes de sentar-
se ante nosotros, nosotros que miramos.

Pues de eso se trata: las estamos mirando. En la realidad, esa mirada nos está
prohibida. Si el cuadro de Delacroix fascina inconscientemente no es, de he-

1. El talento innovador del Delacroix pintor se opone al tradicionalismo del hombre Delacrois.
Cf. su imagen de la mujer muy conservadora cuando, tras su visita a Argel, anota en su diario a
propósito del harén: «¡Qué hermoso! ¡Como en tiempos de flamero! La mujer en el gineceo ocu-
pándose de los niños, hilando lana o bordando tejidos maravillosos. ¡Es la mujer tal y como yo la
entiendo!»

142
cho, por ese Oriente superficial que propone, en una penumbra de lujo y de si-
lencio, sino porque al ponernos ante esas mujeres en situación de mirar nos
recuerda que de ordinario no tenemos derecho a hacerlo. El cuadro mismo es
una mirada robada.

Y me digo que Delacroix, más de quince años después, recordó sobre todo
aquel «pasillo obscuro>, al final del cual se hallan, en un espacio sin salida,
hieráticas, las prisioneras del secreto. Aquellas cuyo lejano drama no se adivi-
na sino a través de esta inesperada rendija en que se convierte la pintura.

Esas mujeres, ¿no nos miran porque están soñando, o porque, encerradas sin
solución, no pueden siquiera entrevernos? Nada se adivina del alma de estas
dolientes sentadas, como ahogadas en lo que les rodea. Permenecen ausentes
a sí mismas, a sus cuerpos, a su sensualidad, a su felicidad.

Entre ellas y nosotros, espectadores, ha habido el segundo del desvelamiento,


el paso que ha franqueado el vestíbulo de la intimidad, el roce sorprendido del
ladrón, del espía, del mirón. Sólo dos años antes, el pintor francés habría
arriesgado su vida con este cuadro...

Flota, por tanto, entre estas mujeres de Argel y nosotros, la prohibición. Neu-
tra, anónima, omnipresente.

Durante largo tiempo se creyó que aquella mirada era robada, por ser la mira-
da del extranjero, de fuera del harén y de la ciudad.

Desde hace pocos decenios —a medida que va triunfando aquí y allá cada na-
cionalismo— hemos podido darnos cuenta de que en el interior de ese Oriente
entregado a sí mismo, la imagen de la mujer no se percibe de otra manera: por
el padre, por el esposo, y —más confusamente— por el hermano y el hijo.

En principio, sólo estos pueden mirar a la mujer. A los demás hombres de la


tribu (y lodo primo que haya compartido los juegos infantiles se convierte en
un mirón-ladrón potencial), la mujer les muestra —en un primer período de
atenuación del rigor en el vestir— no su cuerpo entero, pero sial menos el ros-
tro y las manos.

Resulta que el segundo momento de esta atenuación del rigor depende para-

143
dójicamente del velo.' Envolviendo totalmente el cuerpo y los miembros, el
velo permite a quien lo viste y circula afuera cubierta por el ser a su vez posi-
ble ladrona en el espacio masculino. Ella aparece allí sobre todo como silueta
fugitiva, tuerta al mirar sólo con un ojo. La generosidad del «liberalismo» le
restituye, en ciertos casos y lugares, su otro ojo al mismo tiempo que la inte-
gridad de su mirada: los dos ojos, gracias al velo pequeño, se abren ahora de
par en par hacia el exterior.

De manera que otro ojo está ahora ahí: la mirada femenina. Pero este ojo libe-
rado, que podría llegar a ser signo de una conquista hacia la luz de los otros,
fuera del confinamiento, resulta que a su vez es percibido como una amenaza:
y el círculo vicioso vuelve a cerrarse.

Ayer, el amo hacía sentir su autoridad en los lugares femeninos por medio de
la soledad de su propia mirada, aniquilando a las de los otros. Pero el ojo fe-
menino, cuando se desplaza, resulta que es temido —parece— por los hombres
inmovilizados en los cafés moros de las medinas de hoy, mientras el fantasma
blanco pasa irreal pero enigmático.

En esas miradas lícitas (es decir, las del padre, el hermano, el hijo o el esposo)
que se alzan sobre el ojo y el cuerpo femenino —pues el ojo de quien domina
busca primero el otro ojo, el del dominado, antes de tomar posesión del cuer-
po—, se corre un riesgo tanto más imprevisible cuanto fortuitas pueden ser sus
causas.

Basta con una nadería —un desahogo brusco, un movimiento inopinado, desa-
costumbrado, un espacio desgarrado por una cortina que se levanta descu-

2 . Las mujeres con velo son, de entrada, las que pueden circular libremente, más afortunadas por
tanto que las enteramente recluidas -estas últimas, en general, esposas de los más ricos. Según la
tradición coránica, el marido no puede impedir que su mujer vaya a /os baños -hammam- al
menos una vez a la semana. Pero, zy cuando esto bastante rico como para construir su propio
hamrnam?
En mi ciudad natal, celos años treinta, las mujeres iban veladas a los baños; pero iban de noche,
La mujer con velo que circula de día por las calles dc la ciudad es por tanto, cn una primera etapa,
una mujer «evolucionada».
Pero al significar cl velo una opresión del cuerpo, hay muchachas conocidas mías que, en el nv,
mento de su adolescencia, rechazaban el principio de circular veladas. Tenían entonces que per-
manecer enclaustradas detrás de ventanas y barrotes, sin vcr el espacio exterior masque de lejos-.
Medida de compromiso entre las nuevas burguesías: hacer circular siempre que sca posible a las
mujeres en automóviles individuales (que ellas mismas conducen), para abrigar así el cuerpo (la
chapa desempeña entonces cl papel del ancestral tejido) y circular «expuestas» lo menos posible,

144
briendo un rincón secreto para que los otros ojos del cuerpo (pechos, sexo
y ombligo) corran a su vez el riesgo de ser expuestos desnudos. Entonces se
acabó todo para los hombres, guardianes vulnerables: para ellos es la noche,
la desgracia, el deshonor.

Mirada prohibida: porque ciertamente está prohibido mirare! cuerpo hembra


encarcelado entre paredes desde los diez años hasta los cuarenta o cuarenta y
cinco, y en el mejor de los casos encerrado entre velos. Pero también peligro
de la mirada femenina que, liberada para la circulación eitel exterior, amena-
za en cada momento con desnudar las otras miradas del cuerpo móvil. Como
si de repente el cuerpo entero se pusiese a mirar, a «desafiar», traduce el hom-
bre... Una mujer —en movimiento, y por tanto «desnuda»— que mira, ¿no es
ademas una amenaza nueva contra su exclusividad escópica, esa prerrogativa
del macho?

Así pues, la evolución más visible de las mujeres atabes —al menos en las ciu-
dades— ha sido quitarse el velo. Muchas mujeres, a menudo después de toda
una adolescencia o juventud enclaustradas, han vivido concretamente la expe-
riencia del desvelamiento.

El cuerpo avanza fuera de casa y por primera vez se lo siente «expuesto» a to-
das las miradas: el caminar se torna rígido, el paso rápido, contraída la expre-
sión de la mirada.

El árabe dialectal transcribe la experiencia de manera significativa: «ya no


salgoprosegida» (es decir velada, recubierta), dirá la mujer que se libera de la
tela; salgo «desvestida, o incluso desnuda». El velo que sustraía a las miradas
se siente de hecho como un «vestido en sí»; no llevarlo es quedar completa-
mente expuesta.

En cuanto al hombre que accede a compartir la evolución mas tímida, más


lenta posible de sus hermanas o de su mujer, queda condenado a vivir sumido

3. La tradición conserva una historia dc amor entre cl profeta Mahoma y Saincb, la más bella dc
sus mujeres. Historia nacida de una simple mirada.
Saineb estaba casada con Said, hijo adoptivo del profeta. Un día, este tenia que hablar con Said, y
se aproximó a su tienda. Por estar Said ausente, le respondió Saineb. Ella se hallaba oculta tras
una colgadura, pero «un soplo dc viento levantó la cortina» y la joven, vestida dc andar Por casa,
apareció ante Mahoma que se retiró muy turbado.
Después, Said devolvió su libertad a Saineb. Pero Mahoma tendrá que esperar la intervención de
n versiculo del Corán que legitima la unión con una cx-esposa dc un hijo adoptivo. Entonces se
casará con Saineb que será, frente a Aicha (y a menudo contra ella), la esposa favorita. (Cf. el Ma-
'loma de Gaudefroy-Demonbynes.)

10.
145
en malestar e inquietud. Imagina que apenas el ojo, y a continuación el cuer-
po, se libre del velo pequeño y después de todo el velo, la mujer no puede si-
no pasar a la situación de riesgo fatal y desvelar el otro ojo, el ojo-sexo. A mi-
tad de camino en este deslizamiento sólo se entrevé la parada de la «danza del
vientre», la que hace gesticular en los cabarés al otro ojo-ombligo.
Así que el cuerpo de la mujer, en cuanto ella sale de la espera sentada en un
interior cerrado, entraña peligro por naturaleza. ¿Se mueve en un espacio
abierto? De repente no se percibe más que esta multiplicidad divagante de
ojos en él y sobre él.
Alrededor de esta deriva femenina cristaliza la obsesión paranoica del hombre
desposeído. (Después de todo, el único hombre de Argel que en 1832 permite
al pintor extranjero penetrar en mi harén es justamente el antiguo corsario de
poca monta vencido, y tras ello «shaush» que obedece a un funcionario
francés.)

En Argelia, precisamente, cuando en 1830 comienza la intrusión extran-


jera —mantenida a toda costa en el umbral de los serrallos empobrecidos—, al
cerco progresivo del espacio exterior corresponde paralelamente una congela-
ción cada vez más sorda de la comunicación interior: entre las distintas gene
raciones, y todavía más entre los sexos.

Esas mujeres de Argel, las que permanecen inmóviles desde 1832 en el lienzo
de Delacroix: si ayer era posible encontrar en su fijeza la expresión nostálgica
de la felicidad o la de la dulzura de la sumisión, hoy, por el contrario, lo que
nos golpea en lo más sensible es su desesperada amargura.

Al final de los combates heroicos, la mujer miraba, la mujer gritaba: mirada.


testigo durante toda la batalla, que prolongaba el ulular para dar ánimos al
guerrero (grito alargado que perfora el horizonte como un infinito gorgoteo
del vientre, una llamada del sexo en vuelo total).

Pero los combates, a lo largo de todo el siglo XIX, y cada vez mas al sur de
las tierras argelinas, se perdieron uno tras otro. Los héroes muerden el polvo
interminablemente. En ese gesto, las miradas y voces de las mujeres conti-
núan percibiéndose a distancia, más allá de la frontera que debería ser la de la
muerte, cuando no de la victoria.

Pero para los de la edad de la sumisión, señores feudales o proletarios, hijos o


amantes, la escena permanece, las espectadoras no se han movido y se han
puesto a soñar esa mirada con un temor retrospectivo.

146
Así, mientras que en el exterior una sociedad entera se compartimenta en dua-
lidad de vencedores y vencidos, autóctonos e invasores, en el harén, reducido
a chabola o cueva, el diálogo se obtura casi definitivamente. ¡Si se pudiera
cercar ese único cuerpo espectador que queda, encerrarlo aún mas para olvi-
dar la derrota...! Pero cualquier movimiento capaz de suscitar la furia de los
antepasados se coagula irremediablemente, redoblando la inmovilidad que
aprisiona a la mujer.
* a •

En la cultura oral argelina, principalmente en las ciudades pequeñas totalmen-


te ocupadas, se desarrolla en el poema, en el canto y hasta en las figuras de la
danza lenta o nerviosa el tema casi único de la herida, que sustituye a la im-
previsibilidad vivaz de la expresión del deseo irónico.

Que el primer encuentro entre los sexos sólo sea posible a través del rito del
matrimonio y sus ceremonias ilumina la naturaleza de una obsesión que mar-
ca profundamente nuestro ser social y cultural. Una llaga viva se inscribe en
el cuerpo de la mujer por el rodeo de asumir una virginidad a la que se desflo-
ra con rabia, cuyo martirio consagra trivialmente el matrimonio. La noche de
bodas se convierte esencialmente en noche de sangre. No del conocimiento o
—con más razón todavía— del placer, sino atoche de la sangre que es también
noche de la mirada y del silencio. De ahí el coro agudísimo de los largos gri-
tos emitidos por las otras mujeres (sororidad espasmódica que intenta levantar
el vuelo en la noche ciega), de ahí también el estrépito de la pólvora para me-
jor envolver aquel silencio.'

Ahora bien, esta mirada del sexo ensangrentado remite a la primera mirada, la
de la madre al final del parto. Su imagen se alza entonces, ambivalente y des-
consolada, totalmente velada y al mismo tiempo ofrecida en desnudez, pier-
nas sanguinolentas entre los sobresaltos del dolor.

El Corán dice, y se ha repetido a menudo: «El Paraíso se halla a los pies de


las madres». Si el cristianismo es adoración de la madre-virgen, el Islam, más
brutalmente, entiende por «madre» —antes incluso que la fuente de la ternura—
la mujer sin goce. Con la oscura esperanza de que el ojo-sexo que ha parido
deje de ser amenazador por ello. Sólo la madre puede entonces mirar.

4. Cf. la canción nupcial del oeste dc Argelia.


«¡Oh muchachas, os ruego
Que me dejéis dormir con vosotrasl
¡Cada noche haré explo t ara una
Con la pistola y el fusil!...»

147
II

En tiempos del emir Abdelkader, tribus nómadas que le son fieles —los Arbaa
y los Haraselias— sufren en 1839 el asedio del enemigo tradicional Teyini en
el fortín «Ksar el Hayran». El cuarto día del asedio, cuando los asaltantes ya
están escalando los muros, una joven de los Haraselias llamada Mesauda («la
feliz»), al ver que los suyos se van a dar por vencidos, exclama:

«¿Adónde corréis de esa manera? ¡Por este lado es donde están los
enemigos! ¿Tiene una muchacha que enseñar cómo deben comportarse
los hombres? ¡Pues miradlo!»

Sube a las murallas, se desliza al exterior, se enfrenta a los enemigos. Al ex


ponerse así voluntariamente, declama al mismo tiempo:

«¡Dónde están los hombres de mi tribu?


¿Dónde están mis hermanos?
¿Dónde los que me cantaban canciones de amor?»

En esto los Haraselias se lanzan a socorrerla, y según la tradición lo haces


profiriendo este grito de guerra y de amor:

«¡Se feliz, aquí están tus hermanos, aquí tus amantes...!»

Electrizados por el llamamiento de la joven, lograron rechazar al enemigo.

Aclaman triunfalmente a Mesauda y, desde entonces, en las tribus del sur ar-
gelino se canta la «Canción de Mesauda», que narra los hechos y acaba preci-
samente con esta exaltación del sacrificio heroico:

«¡Mesauda, serás siempre unas tenazas sacamuelas!»

Numerosos episodios, en la historia de las resistencias argelinas del siglo pa-


sado, muestran efectivamente a mujeres guerreras, fuera de su papel tradicio-
nal de espectadoras. Su mirada temible espoleaba el valor, pero de repente, en
el mismo instante en que despunta la desesperación última, su presencia en el
movimiento hirviente del combate resulta decisiva.

Otros relatos sobre el heroísmo femenino ilustran la tradición de la reina-ma-


dre feudal (inteligencia, sentido de la organización y valentía «viril»), a ejem-
plo de la lejana Kahina berebere.

148
Me parece que la historia de Mesauda, más modesta, presenta un aspecto mas
nuevo: variante, es verdad, del heroísmo y la solidaridad tribal, pero sobre lo-
do correspondencia entre un cuerpo en peligro (en el movimiento totalmente
improvisado) y una voz que llama, desafía y lastima. Y, al fi nal, cura el riesgo
de cobardía y permite hallar la salida victoriosa.

«¡Sé feliz, aquí están tus hermanos, aquí tus amantes!» Esos hermanos-aman-
tes, ¿se espantan de ver el cuerpo totalmente expuesto, o les «electriza» más
la voz femenina que corre? Ese sonido surgido por fin de las entrañas, que ro-
za la sangre de la muerte y la del amor. Y es la revelación: «¡Se feliz!» Sólo
la canción de Mesauda consagra esa felicidad de la mujer, totalmente en la
movilidad a la vez improvisada y peligrosa, creadora en suma.

Pocas Mcsaudas, ay, en nuestro pasado mas cercano de resistencia anticolo-


nial. Antes de la guerra de liberación, la búsqueda de la identidad nacional,
cuando incluía la participación femenina, solía —incluso en el caso de las fi-
guras de guerreras excepcionales y reconocidas— ignorar el cuerpo y transfi-
gurar a estas mujeres como «madres». Mas cuando, a lo largo de los siete
años de guerra nacional, se exalta el tema de la heroína, es precisamente en
torno al cuerpo de las muchachas a quienes llamo «portadoras de fuego», a las
que el enemigo encarcela. Con los harenes transformados durante algún tiem-
po en cárceles «Barbarroja», las Mesauda de la «batalla de Argel» se llama-
ron Yamila.

Desde aquella llamada de Mesauda y aquella respuesta de los «hermanos-


amantes», después de aquella carrera hacia adelante del orgullo femenino li-
berado, ¡qué tenemos en cuanto «dicho» de nuestras mujeres, en cuanto pala-
bra femenina?

El cuadro de Delacroix muestra a dos de las mujeres como sorprendidas en


medio de una conversación, pero su silencio no acaba de llegarnos. Palabra
detenida de las que bajan la mirada o miran al vacío para comunicar. Como si
se tratase de un secreto de cuya elucidación cuida la sirvienta, de quien no sa-
bemos muy bien si es espía o cómplice.

Desde la infancia, se enseña a la niña «el culto al silencio que es uno de los
mayores poderes de la sociedad arabe».5 Lo que un general francés «amigo de

5. Cf. La lemme arabe del general Damas, escrito poco antes de la muerte del autor ce 1871,
publicado en 1912.

149
los árabes» llama «poder», nosotras lo sentimos como una segunda mutila-
ción.
Incluso el sí que debe seguir a la «fatiha» de la boda y que el padre ha de pe-
dir a su hija —el Corán se lo impone— es sofocado ingeniosamente en casi to-
das partes (en el área musulmana). El hecho de que la joven no pueda ser vis-
ta descubierta antes de dar su asentimiento (o su no asentimiento) la obliga a
pasar por la mediación de un representante masculino que habla «en su lu-
gar». Terrible sustitución de una palabra por otra, la cual, además, abre el ca-
mino a la práctica ilegal del matrimonio forzado. Palabra desflorada, violenta-
da antes de que intervenga la otra desfloración, la otra violencia.

Por otra parte, incluso sin «ualí», se acuerda que la mujer puede expresar ese
«sí» que se espera directamente de ella —a causa de su «pudor» delante de su
padre y del hombre de leyes— por medio del silencio o por las lágrimas. Cierto
es que en la antigua Persia se describe una práctica todavía más característi-
ca:6 para la consagración del matrimonio, el varón hace oír con claridad su
acuerdo; en cambio la novia se halla situada en una habitación contigua, en
medio de otras mujeres, cerca de la puerta que tapa una cortina. Para que se
oiga este «sí» necesario, las mujeres golpean la cabeza de la novia contra la
puerta, arrancándole un suspiro.

Así, la única palabra que puede pronunciar la mujer, ese «sí» de sumisión, lo
exhala penosamente —so capa del decoro— bajo el efecto de un dolor físico o
mediante la ambigüedad de silenciosas lágrimas.

Se cuenta que en 1911 las mujeres (madres y hermanas) de diversas campiñas


argelinas erraban alrededor de los campamentos donde estaban encerrados los
'reclutas llamados «indígenas», para llorar y desgarrarse el rostro. La imagen
- de la mujer desconsolada, que se lacera las mejillas hasta la histeria, se con-
vierte para los etnólogos de entonces en la única imagen «en movimiento»:
nada ya de guerreras ni de poetisas heroicas. Cuando no se trata de mujeres
invisibles y mudas, si siguen formando bloque con su tribu, no pueden apare-
cer más que como furias impotentes. Silencio, incluso, sobre las bailarinas-
prostitutas de los Uled-Nails, con los cuerpos cubiertos hasta los pies, con el
rostro de ídolo cargado de joyas, que se mueven al único sonido rítmico de las
ajorcas de los tobillos.

De 1900 a 1954, por consiguiente, cierre en Argelia de una sociedad indígena


cada vez más desposeída, en su espacio vital y hasta en sus estructuras triba-

6. a. 1'. Raphaal Dumans, Elai de la Persa en 1660, París, 11390.

150
les. La mirada orientalizante —con sus intérpretes militares primero y sus fotó-
grafos y cineastas después— gira en torno a esta sociedad cerrada, subrayando
todavía más su «misterio femenino», para ocultar así la hostilidad de toda una
comunidad argelina en peligro.
Esto no quita que durante la primera mitad del siglo XX el estrechamiento es-
pacial haya originado un estrechamiento de las relaciones familiares: entre
primos, entre hermanos, etc. Y en las relaciones hermanos-hermanas, éstas úl-
timas fueron muy a menudo —siempre gracias al «sí-silencio de las lágri-
mas»— desheredadas en beneficio de los varones de la familia: otra forma de
este inmemorial abuso de confianza, de esta enajenación de los bienes y de
los cuerpos.
Doblemente aprisionada, por tanto, en una inmensa prisión, la mujer ya no
tiene derecho más que a un espacio que mengua como piel de zapa. Sólo la
relación madre-hijo se reforzó más, hasta bloquear todas las demás circulacio-
nes. Como si el arraigo cada vez más difícil para estos neoproletarios sin tie-
rras y muy pronto sin cultura volviese a pasar por el cordón umbilical.
Pero más allá del estrechamiento en el interior de las familias, que sólo bene-
ficia a los varones, está la conexión con las raíces orales de la historia.
Sonidos de la madre, mujer sin cuerpo y sin voz individual, que reencuentra
el timbre de la voz colectiva y oscura, necesariamente asexuada. Pues en el
torbellino de la derrota que desembocó en una inmovilidad trágica, los mode-
los para volver a tomar aliento y oxigenarse se buscan en otros lugares que
en esa especie de inmenso vientre nutricio donde la cohorte de las madres y
las abuelas, en la sombra de los patios y las chabolas, ha conservado la me-
moria afectiva_
Ecos de las batallas perdidas en el siglo pasado, detalles de colores dignos
justamente de un Delacroix afloran en las recitadoras analfabetas: las voces
susurrantes de estas mujeres olvidadas han creado frescos irremplazables,
trenzando así nuestro sentido de la historia.
Por eso mismo, la presencia agrandada de la madre (mujer sin cuerpo, o por el
contrario, de cuerpos multiplicados) resulta ser el nudo más sólido de una in-
comunicabilidad casi total entre los sexos. Pero al mismo tiempo, en el ámbi-
to de la palabra, la mujer parece haber monopolizado de hecho la única expre-
sión auténtica de una identidad cultural, limitada ciertamente al terruño, a la

7. «En otros lugares»,para la génesis del nacionalismo político, es tanto la inmigración obrera a
Europa en los años veinte, como cl movimiento de ideas nuevas del Oriente árabe donde se for-
man numerosos letrados arab6fonos y musulmanes (movimientos del PPA y de los «ulemas»).

151
aldea, al santo popular local, algunas veces al «clan», pero en todo caso con-
creta y ardiente de afectividad.

Como si la madre, retrocediendo mas acá de la procreación, nos ocultase su


cuerpo, para volver como voz de antepasada indefinida, corazón intemporal
donde vuelve a decirse la historia. Pero una historia de la que se ha expulsado
la imagen arquetípica del cuerpo femenino.

Flota, punteado, un dibujo vacilante, restos de una cultura de mujeres que se


asfixia lentamente: canciones de las muchachas en las terrazas,' coplas de
amor de las mujeres de Tlemcen,9 magníficos trenos fúnebres de las de La-
guat, toda una literatura que se vuelve —ay— cada vez mas lejana, para
acabar pareciéndose a esos uadis sin desembocadura, que se pierden entre las
arenas...

Lamento del folclore de las cantantes judías y árabes de las bodas argelinas;
poco a poco esta dulzura anticuada, esta nostalgia amorosa, apenas alusiva, se
transmite de las mujeres a las adolescentes, futuras sacrificadas, como si el
canto se cerrase sobre sí mismo.

Nosotras, niñas de los patios donde nuestras madres se nos aparecen todavía
jóvenes, serenas, adornadas con joyas que no las aplastan —todavía no—, que
las engalanan a menudo con una vanidad inofensiva, nosotras, en el rumor
lánguido de las voces femeninas perdidas, percibimos todavía el calor anti-
guo.., pero casi nunca el acurrucamiento. Ahora bien, estos islotes de paz, este
entreacto conservado por nuestra memoria, ¿no tiene un poco de la autonomía
vegetal de las argelinas del lienzo de Delacroix, mundo de mujeres completa-
mente separado?

Mundo del que se aleja el mozo al ir creciendo, pero del que se aleja también
la moza que hoy se emancipa. Sobre todo para ella, el alejamiento equivale a
desplazar el lugar de su mutismo: trueca el gineceo y la antigua comunidad
por un cara a cara a menudo falaz con el hombre.

8. Las «canciones de terraza» son las del juego dc la Bokola, en el que las jóvenes intercambian
coplas rimadas, a modo de signos de presagios.
9. Se trata de los haufts, tipo de poesía popular femenina y cantada. Aben laldún menciona ya
este genero tradicional al que flama «mawaliya».
El mismo tipo de literatura femenina se encuentra en otros lugares que relucen, pero siempre en
pueblos del norte de Argelia.

152
Así, este mundo de mujeres, cuando deja de susurrar murmullos de ternura
cómplice, de quejas perdidas, en una palabra, de un romanticismo de sortile-
gio desvanecido, ese mundo se transforma anida y bruscamente en el del au-
tismo.

De repente la realidad presente se desvela sin maquillajes, sin nostalgia del


pasado: el sonido está verdaderamente segado.

III

Cuando apenas había empezado la guerra de liberación en Argelia, Picasso vi-


vió —desde diciembre de 1954 hasta febrero de 1955— cotidianamente en el
mundo de las «Mujeres de Argel» de Delacroix. Se enfrenta a él y construye
alrededor de las tres mujeres, y con ellas, un universo completamente trans-
formado: quince lienzos y dos litografías con el mismo título.

Me conmueve pensar que el español genial preside así un cambio de época.

A la entrada de nuestra «noche colonial», el pintor francés nos entregaba su


visión que —según admira Baudelaire— «exhala no se qué elevado perfume de
lugar de perdición que nos guía con bastante rapidez hacia los limbos inson-
dados de la tristeza». Ese perfume de lugar de perdición venía de muy lejos, y
se concentrará todavía más.

Picasso invierte la maldición, hace estallar la desgracia, inscribe en líneas


osadas una felicidad totalmente nueva. Presciencia que debería guiarnos en
nuestra vida cotidiana.

n,A Picasso siempre le gustó liberar a las beldades del harén», observa Pierre
Dais. Liberación gloriosa del espacio, despertar de los cuerpos en la danza, el
derroche, el movimiento gratuito. Pero también preservación de una de las
mujeres que permanece hermética, olímpica, inmensa de repente. Como si se
propusiera la enseñanza, aquí, de un vínculo todavía por encontrar entre la se-
renidad antigua y engalanada (la mujer, antes inmovilizada en su tristeza hu-
raña, en adelante esta inmóvil, pero como una roca de poderío interior) y el
estallido improvisado en un espacio abierto.

Pues ya no hay harén, la puerta está abierta de par en par y por ella entra una
luz resplandeciente; ya ni siquiera hay sirvienta espía, sino simplemente otra
mujer, traviesa y danzarina. Por último, las heroínas —con excepción de la rei-

153
na, cuyos pechos sin embargo resplandecen— están completamente desnudas,
como si Picasso reencontrase la verdad del lenguaje común que, en árabe, de-
signa a las <«desveladas, como «desnudadas». Como si hiciese de esta desnu-
dez no sólo el signo de una «emancipación», sino más bien el de un renaci-
miento de las mujeres a su cuerpo.

Dos años despues de esta intuición apareció el linaje de las portadoras de


bombas, en «la batalla de Argel». ¿Son sólo las hermanas-compañeras de los
héroes nacionalistas? Por cierto que »o, pues se diría que estos últimos, aisla-
dos, fuera del clan, habían hecho un largo recorrido —de los años veinte hasta
casi los sesenta— para reencontrar a sus «hermanas-amantes», y esto último a
la sombra de las prisiones y de las torturas de los legionarios.

Como si hubiera hecho falla la guillotina y los primeros ejecutados al frío del
alba para que las muchachas temblasen por sus hermanos de sangre, y lo dije-
sen.' El acompañamiento ancestral había sido, hasta entonces, el ulular del
triunfo y de la muerte.

Se trata de preguntar si las portadoras de bombas, al salir del harén, eligieron


por pura casualidad su modo de expresión mas directo: sus cuerpos expuestos
fuera y ellas mismas atacando a otros cuerpos. De hecho, sacaron estas bom-
bas como si sacasen sus propios pechos, y las granadas estallaron contra ellas,
pegadas a sus cuerpos.

Algunas de ellas se han encontrado con los sexos electrocutados, despelleja-


dos por la tortura.

Si la violación como hecho y «tradición» de guerra es en sí misma horrible-


mente trivial desde que existen las guerras, llegó a ser —cuando nuestras heroí-
nas se convirtieron en víctimas expiatorias— motivo de trastornos dolorosos,
vividos como traumatismos por la colectividad argelina. Su denuncia pública
por medio de periódicos y salas de audiencia contribuyó ciertamente a ampli-
ficar su escandalosa resonancia: las palabras que lo nombraban crearon alre-
dedor de la violación una unanimidad explícitamente reprobadora. Caía una
barrera de palabras, era transgredida, se desgarraba un velo ante una realidad
amenazada, pero cuya represión era demasiado fuerte para no retornar. Este
retorno anegó una solidaridad en la desgracia que durante un momento había
sido eficaz. Vuelve a caer el espeso manto de los temas tabús sobre lo que las
palabras habían desvelado durante una guerra, se invierte el sentido de una re-

10. Cf. ames de 1962: Zoca Drif, La mor( de mes liares.

154
velación. Retorna entonces el pesado silencio que acaba con el momentáneo
restablecimiento del sonido. El sonido esta de nuevo segado. Como si los pa-
dres, hermanos o primos dijesen: «¡Ya hemos pagado bastante por este desve-
lamiento de palabras!» Olvidando, sin duda, que muchas mujeres han inscrito
en su carne maltratada ese decir, penalizado sin embargo por un silencio que
se extiende en torno suyo.

El sonido segado de nuevo, la mirada de nuevo prohibida reconstruyen las ba-


rreras ancestrales. «Un perfume de lugar de perdición», decía Baudelaire. Ya
no hay serrallo. Pero la «estructura del serrallo»" intenta imponer sus leyes en
las nuevas tierras de nadie: ley de la invisibilidad, ley del silencio.

Para intentar restaurar la conversación entre mujeres—la misma que Delacroix


congelaba en su lienzo—, no veo más que los retazos de murmullos antiguos.
No tengo esperanza más que en la puerta abierta a plena luz, la que después
impuso Picasso: una liberación concreta y cotidiana de las mujeres.

Febrero de 1979.

(Postfacio de/libro Femmes d'Alger dans leur apparte-


ment (nouvelles), Des Femmes, París 1980. Traducción
de Jorge Riechmann).

11. Lo structure du sérail de Alain Grostichard, 1979.

155
MARÍA-MI LAG ROS
RIVERA GARRETAS
TEXTOS Y ESPACIOS
DE MUJERES
EUROPA, SIGLO IV-XV
Apuntes sobre la historia
de las mujeres'
GIUL1A ADINOLFI

Estudiar críticamente la propia historia quiere decir reflexionar sobre la pro-


pia tradición, medirse con ella, salir de la falsa alternativa de rechazo global o
de la aceptación entusiasta que desgarra actualmente al feminismo. Estudiar
la propia historia significa trabajar para superar el antagonismo entre cultura
masculina y cultura femenina y recomponer la unidad rota por la secular esci-
sión.

Paralelo con la clase obrera [sic] la conciencia de la propia historia ha sido un


momento muy importante de la formación de la conciencia de clase del prole-
tariado. La fuerza que ha representado para el proletariado la memoria de su
pasado, de sus luchas, de sus victorias e incluso de sus derrotas.

El proletariado industrial ha sido la prima [sic] clase oprimida que no sólo ha


vivido, sino ha conocido su propia tradición, su propia historia. No sólo: el

1. Este texto inédito forma parte de un grupo de cinco borradores de Giulia Adinolll relativos a
la historia dc las mujeres. Desconozco el motivo y la finalidad de estos escritos, pero el contenido
los pone en relación, por una parte, con el estudio sobre María de Cazalla y, por otra, con los tex-
tos publicados cotos números 1 y 2 dc la revista mientras tanto. Este hecho, junto con otros deta-
lles, sitúa su redacción en cl año 1929 y, probablemente, cn el último trimestre de dicho año.
Sc trata de un escrito salpicado de correcciones y reordenaciones, lo que dificulta su transcripción.
El redactado inicial, en bolígrafo negro, fue corregido por lo menos dos veces, la primera en tinta
negra y la segunda a lápiz. Puesto que aquí se pretende daca conocer uno de los textos inéditos de
Giulia sobre la historia dc las mujeres, no he incorporado la reconstrucción del proceso dc redac-
ción por considerar que dificultaría notablemente su lectura. La transcripción que se ofrece sigue,
pues, la versión más definitiva del texto, es decir, incorpora las correcciones sucesivas del mismo,
señalando las interrupciones y, en su caso, las anotaciones al margen que pueden sugerir otras di-
mensiones de la reflexión de Giulia en el momento de escribirlo. Sr encontrarán también en cl
texto formas de expresión y redacción que proceden del italiano —lengua materna de Giulia—, que
he mantenido y señalado en los casos que son una incorrección en lengua castellana. El título, la
transcripción y presentación es responsabilidad de E.Grau.

157
proletariado se ha reconocido, ha reivindicado como próximas todas las opre-
siones anteriores, sobre lodo aquellas directamente ligadas a la explotación
del trabajo. Recordar la función que ha tenido en la formación obrera la figura
de Espartaco o la fuerza que ha adquirido para la clase la memoria del prime-
ro de mayo de 2

También las mujeres necesitan recordar sus conquistas: también ellas pueden
sacar fuerza de la memoria de su represión.

La condición femenina ha sido objeto de una atención en que han dominado


fundamentalmente planteamientos existenciales, sociológicos, antropológicos,
que tienden a poner en evidencia los rasgos constantes de esta condición su-
balterna. Sin desconocer las importantes aportaciones que desde estos enfo-
ques se han hecho al análisis de la condición femenina. Se trata de una consi-
deración .estática y fijista que no puede sino caer implícita o explícitamente en
la metafísica o la metahistoria. Y sobre todo que no puede en realidad ofrecer
al movimiento femenino una perspectiva válida, que no sea una eterna, inaca-
bable lucha de sexos, el matriarcado en lugar del patriarcado.

Se trata de salir de estos planteamientos abstractos, estáticos y estudiar la di-


námica histórica de la constante opresión de la mujer.'

Visto en su dinámica histórica no se pierde sino que al contrario se subraya la


especificidad de la opresión femenina.

Ejemplo de la inquisición'

El feminismo entendido como conciencia generalizada de la discriminación


de la mujer nace en un determinado momento histórico y en relación a varios
hechos cronológicamente coincidentes o próximos de los cuales los más im-
portantes son:

a) — la industrialización que ha igualado ante la máquina la fuerza física de


la mujer a la del hombre.

— el nacimliento] del proletariado y de su lucha social.

2. Aquí el texto queda interrumpido.


3. Al lado de este pequeño párrafo hay un asterisco acompañado de la palabra: n ampliar.
4. A continuación y a lápiz se añadieron los siguientes fragmentos entre lineas: «tiene especial
interés estudiar los momentos co que emerge la conciencia.; «La mujer y la vida cotidiana, la fa-
milia, las costumbres Pero cuando emerge la conciencia es cuando se pueden..

158
ti) Los cambios demográficos sobre todo en relación con la natalidad. El au-
mento de las posibilidades de supervivencia de los niños, la disminución de la
mortalidad por parto y puerperio de las mujeres ha liberado a las mujeres de
la necesidad de una gestación constante a lo largo de su vida.

c) el cambio de la función económica de la familia que ha dejado de ser una


célula productiva de bienes para transformarse fundamentalmlente] en una
unidad de consumo.

Consecuencias para las mujeres

Se trata de un fenómeno relativamente reciente, de una historia muy próxima


a nuestros días. A pesar de ello, antes de que se dieran condiciones estructura-
les de cambio que provocaran la agudización y la generalización de la con-
ciencia de la discriminación femenina se han dado a lo largo de la historia
momentos en los cuales por influencia de otras circunstancias esta conciencia
ha emergido en forma frecuentem.lentel individual pero también colectiva,
aunque siempre limitada. Limitada a grupos mas o menos pequeños y limita-
da porque ha sido sistemáticamente atacada y vencida. Uno de estos momen-
tos son los años en que vivió María de Cazalla que representaron una crisis
generalizada y profunda de la conciencia religiosa pero no sólo de ella. Otro
momento por ej.[emplo] fue el que ha sido definido como de la crisis de la
conciencia europea por antonomasia, los años que preceden inmediata-
mente al siglo XVIII y este mismo siglo, que vieron la refundamentación
de la familia sobre bases nuevas, sentimentales, individualistas, burguesas en
suma.

Estos momentos en que de forma directa o más frecuentemente indirecta


emerge una nueva conciencia femenina, esta prehistoria del movimiento tiene
que ser objeto de reflexión critica, tiene que ser estudiado en sus dimensiones
históricas concretas, analizando cuáles fueron las fuerzas reales que empuja-
ron a algunas mujeres en la afirmación o la reivindicación de su presen-
cia activa y cuáles las fuerzas que implacablemente aplastaron los intentos de
liberación, empujando a las mujeres al terreno de siempre, agostando su po-
tencialidad de cambio.

Este estudio es en primer lugar necesario al movimiento femenino para que


como ya hemos dicho, se adueñe de su tradición, que no está hecha de un va-
cío total, ni de una serie de figuras aisladas, sino, como todo presente y pasa-
do humano de tensiones entre fuerzas contrapuestas, cuya resultante ha sido a
menudo desfavorable a la mujer.

159
Para que aprenda que como ayer también hoy su lucha está condiciona-
da por fuerzas históricas concretas que la empujan y la arrastran y fuerzas que
la frenan.'

Este estudio no es sólo útil y necesario para las mujeres sino en general para
todos. Los momentos en que emerge la conciencia femenina de su discrimina-
ción coinciden siempre con crisis generales: es natural que así sea. La mujer
queda afectada por cambios sociales e ideológicos siempre más amplios y ge-
nerales. Considerar la reacción femenina da (pues) la posibilidad de una vi-
sión global del fenómeno, que frecuentemlente] la historiografía ha tratado
de forma parcial si no ha visto en ella la importancia de la presencia femeni-
na. Un caso ejemplar también en este sentido es el movimiento religioso que
agita las conciencias europeas en general, y también las españolas en el
siglo XVI.

Este moVimiento ha sido estudiado como un episodio dramático de la historia


de las ideas y de la sensibilidad religiosa. Y lo fue. Pero evidentemente fue
mucho más que esto. La coincidencia del movimiento de la Reforma y de la
difusión de la imprenta bastaría ya a [sic] determinar una crisis que conmueve
uno de los fundamentos de la sociedad existente, haciendo de masas de fieles
sujetos activos de la experiencia religiosa, introduciendo en el mundo de la
palabra escrita a masas que hasta entonces la ignoraban. Si se considera que la
palabra escrita es la que separa la prehistoria de la historia, se puede entender
mejor lo que representó, por lo menos potencialmlente] este paso.

Se trata de una coincidencia explosiva, que no sólo destruirá la monolítica


unidad de la Iglesia de occidente, estallará efectivamente en los movimientos
subversivos de los anabaptistas en la lucha de los campesinos y moverá tam-
bién a grupos de mujeres que intentaron salir de la absoluta pasividad en que
las instituciones las querían: analfabeta[s] como los campesinos, a ellas era
negada, no sólo la palabra escrita sino la palabra dicha por ellas. Las mujeres
eran [ajcalladas.

5. En lodo cl margen dc la página del cuaderno original hay una nota a lápiz que dice
lo siguiente: «esto es un punto decisivo 1. Si uno dc los problemas fundamentales del fe-
minismo es la incertidumbre sobre cuáles son los motores dc la generalización de la conciencia y
la lucha, sic (?),

160
DOCUMENTOS

INTERVENCIÓN DE VANDANA SHIVA


EN LA IV FERIA DEL LIBRO FEMINISTA
(BARCELONA, JUNIO 1990)

El desarrollo ha sido visto tradicio- la tierra, aquellos cuyos ancestros y


nalmente como lo opuesto a la gue- futuras generaciones tuvieron y tie-
rra, como lo que curaría los males de nen derecho a esa tierra. Los otros
la guerra. Por el contrario, yo siento eliminan la Naturaleza y su riqueza,
que no es más que una extensión de como un obstáculo al desarrollo. Ha
ella. Su impacto sobre las personas habido debates sobre el uso de tecno-
es como el de la guerra. Cuando em- logías de guerra en tiempos de paz,
pieza a ser una amenza a la vida de acerca de su conversión. Estos se
las personas, la destrucción de la ba- centran en un problema básico: si la
se de su supervivencia, el sobrevivir violencia de la tecnología esta sólo
al desarrollo empieza a ser parte del en su uso, o si es inherente a la esen-
movimiento por la paz. cia misma de las tecnologías de gue-
rra, tanto material como intelectual-
Estas no son metáforas que salen de mente. La guerra es como el desarro-
los libros y documentos de los inves- llo en su tercer nivel, militariza
tigadores por la paz. La metáfora del nuestras mentes. Las verdaderas me-
desarrollo como guerra es una metá- táforas a través las cuales pensamos
fora que sale de las luchas de los ciu- cómo «mejorar» la Naturaleza, cómo
dadanos de a pie, allí donde la des- «mejorar» el suelo deficiente, cómo
trucción es sentida y articulada. El «mejorar» culturas deficientes como
desarrollo es también como la guerra la mía, son metáforas bélicas y vio-
en los instrumentos que utiliza. Son lentas.
verdaderos instrumentos dc guerra
porque, allí donde uno vaya del Ter- Esto es extremadamente vívido en un
cer Mundo, las dos vías que primero caso: en la creación y uso de tóxicos.
se necesitan para despejar el camino Antes de la guerra no existían los
al desarrollo son las balas y los producctos tóxicos como parle esen-
«bulldozers». cial de nuestras vidas. El nacimiento
de la industria de los pesticidas está
Unos eliminan a las personas que en el inicio de la industria de guerra.
obstruyen el desarrollo, quienes es- Y como Rachel Carsons ha señalado
tan ahí, quienes se ganan la vida con en Silent Spring, por primera vez en

161
la historia de la humanidad, todo ser que la Naturaleza nunca consideró
humano está expuesto al contacto de necesario diseñar lo equivalente a
productos peligrosos desde el mo- una máquina difusora o el veneno
mento de su concepción hasta su pulverizado para el control de los in-
muerte. sectos y los hongos. Él vino, por su-
puesto, equipado con algunos pro-
Todo esto se produce por la apari- ductos químicos para eliminar la ig-
ción y crecimiento de una industria norancia de los campesinos indios
para la producción de sustancias quí- que no los tenían, pero tuvo la sensi-
micas sintéticas con propiedades in- bilidad de reconocer que no había
secticidas. Esta industria es hija de la plagas en los campos que él fue a
segunda guerra mundial. Dentro del mejorar y, desconcertado por la si-
proceso de desarrollo de agentes para tuación, decidió que no podía hacer
la guerra química, algunos de los nada mejor que convertir a las plagas
productos químicos creados en el la- y a los campesinos en sus maestros.
boratorio se encontraron letales para
los insectos. El descubrimiento no
La enseñanza de la agricultura no si-
fue casual. Los insectos son amplia- gue esta tendencia. Un libro de texto
mente utilizados para probar produc- utilizado en las Universidades Indias
tos químicos como agentes de para el control de las plagas dice así
muerte para el hombre, lo mismo en su primer párrafo: «la guerra con-
ocurre con los experimentos con ani- tra las plagas es una guerra continua
males.
que el hombre debe sostener para
El origen de esta guerra contra el conseguir sobrevivir. Las plagas son
hambre en la cual estas armas vene- nuestros mayores competidores en la
nosas eran esenciales está, por su- tierra, y durante siglos y siglos de
puesto, extremadamente enraizado existencia han mantenido nuestro nú-
en el sistema militar. Pero también mero bajo, y en ocaciones nos han
esta enraizado en la foma que los amenazado con la extinción(...). A
científicos piensan acerca de lo que través de las épocas el hombre ha vi-
es la Naturaleza. En 1905 fue envia- vido en un indefenso nivel de subsis-
do para mejorar la agricultura India tencia por causa del ataque de las
el agricultor imperial, el que estaba plagas y las enfermedades que traen.
en lo más alto del sistema agrícola Las historias bélicas describen algu-
imperial. Su nombre era Howard. nas de las batallas que hemos com-
Tras treinta años en la India, Howard batido, la continua guerra de guerri-
escribió lo que se llamó el Testamen- llas, el tipo de enemigos a los cuales
to Agrícola, que después, actualmen- nos enfrentamos, algunas de sus ma-
te, es la fuente de todas las formas niobras para sobrevivir, las armas
sostenibles de agricultura orgánica que tenernos a nuestra disposición,
alternativa del mundo. Y en su Tes- desde las primitivas de la época del
tamento Agrícola Howard escribió arco y la flecha hasta las armas sofis-

162
licadas del presente para el control ¿Cuáles son las cosas que tienen que
de las plagas, incluyendo una mirada ser «protegidas»? El Norte tiene que
hacia el futuro de algunas armas se- estar «protegido» de un Sur empo-
cretas vaporizadoras que estan en la brecido. La India ha sido reciente-
fase de pruebas, los avances que se mente amenazada con el embargo
han hecho, y alguna de las devasta- llamado «Super 301», básicamente
ciones que son concomitantes con la para señalarnos que abramos las
guerra». puertas a la inversión y a la protec-
Probablemente recordaréis que en ción directa de las corporaciones
1984 más de 2.000 personas murie- trasnacionales. En la nueva reestruc-
ron, y aún están muriendo muchas turación global que se esta creando,
más en la India, por el desastre de la ahora es ilegal para los países como
planta de la Union Carbide, la planta Brasil o la India tener leyes que pro-
pesticida, en Bhopal. Recientemente tejan a nuestro pueblo.
me encontré con un anuncio de la
Union Carbide de 1961. Decía: «la No se cuántas de vosotras habéis se-
ciencia ayuda a construir una nueva guido todo el problema de la «guerra
India: un porvenir a manos llenas». de las semillas». Todo el conflicto
La imagen mostraba una mano ver- gira en torno a las diversidades gené-
tiendo un liquido rojo de un mainz. ticas de este mundo, que son la base
¿Cuál es la metáfora? ¿Cuál es la para la vida del Sur, y que para el
realidad? Norte, en este momento, son material
industrial no manufacturado para la
Cuando la actividad en tiempo de revolución biótica. Nosotros habla-
paz, cuando la reproducción misma mos de proteger la vida allí donde
de la vida empieza a estar basada en está. El Norte habla de proteger los
el pensamiento militar, en las herra- derechos de propiedad intelectual y
mientas militarizadas, nombres que garantizar la protección de las paten-
supuestamente deben estar asociados tes, lo cual no es mas que otra mane-
con la vida y su mantenimiento ad- ra de decir que se da protección a los
quieren significados dramáticos. Los saqueadores.
últimos acontecimientos en la India
consisten, básicamente, en poner el La manera en que las semillas han si-
país en venta al capital transnacional. do tratadas, la manera en que el plas-
Y las dos palabras que nosotros ma germinal ha sido tratado, la ma-
enunciamos tradicionalmente en co- nera en que la diversidad ha sido tra-
nexión con ecología y paz, «protec- tada, no es diferente a la manera en
ción» y «armonía», ya no están dis- que nuestros cuerpos han sido trata-
ponibles para la paz y la ecología. dos. En cada caso de invasión apro-
Sólo están disponibles para la des- piadora, es del invadido que el inva-
trucción, para las rapiñas y los bene- sor debe ser «protegido». El invasor
ficios económicos. debe ser «protegido», no el invadido.

163
Hay un libro de Singer y Wells, New libre cambio a venido a significar el
Ways of Making Babies (La nuevas robo de sus dereschos a todos los de-
maneras de hacer bebés). En él Peter más: naturaleza, mujer, Tercer Mun-
Singer, que escribió un clásico sobre do. Las reestructuraciones mas re-
la liberación animal pero olvidó los cientes que se están llevando a cabo
derechos de la mujer, habla de cómo a través del GATT (el Convenio Ge-
los expertos y la pareja adoptante de- neral sobre Aranceles y Comercio)
ben ser protegidos de los impulsos de tienen una agradable palabra para
la madre natural. La madre real, la destruir la armonía restante en el
madre biológica cuyo cuerpo trae el mundo. Se llama «armonización».
bebé al mundo, es la criminal de La armonización de la que el GATT
la misma manera que, dentro de los habla respecto a las leyes sobre el
sistemas comerciales internacionales, medio ambiente es: «¡cómo las
nosotros somos los criminales de podemos llevar al mínimo común de-
quienes las transnacionales deben ser nominador?», de manera que las
«protegidas». Un libro llamado If multinacionales puedan invertir li-
Mother Counted (si la mujer conta- bremente por todas partes, totalmen-
ra), en referencia a Singer y Wells te liberadas de la clase de protección
dice: «es el consumidor, generalmen- que la naturaleza necesita, que la
te el padre, el que necesita protec- gente necesita alrededor de todo el
ción, no la madre bológica». Hay un mundo.
miedo paranoico a las mujeres que
reclaman su poder reproductivo. La Justo antes de venir hacia acá vi un
justificación de todo esto viene del pedazo de papel que una amiga me
hecho de que en cierto modo el rol dio en México hace cinco años. Me
de la mujer dentro de la reproduc- había olvidado de él. Lo había deja-
ción no tiene valor, tal como la pro- do a un lado y ya estaba algo marrón,
ducción ecológica del Tercer Mundo pero había una frase muy bonita que
y la permanencia de la diversidad a ella había plasmado en su papel. Su
través de los tiempos, el mantenimi- nombre era Karen Leeman, y la frase
neto de las selvas tropicales lluvio- es: «limpia bien el vaso; es el espa-
sas, el mantenimiento de la variedad cio de dentro lo que lo hace útil.
de las especies, todo esto no tiene va- Construye puertas y ventanas para la
lor. Nuestra labor, la labor de la na- habitación; son los agujeros los que
turaleza, no tiene valor. El valor sólo la hacen útiles. De esta manera el
se adquiere cuando la mano blanca provecho viene de lo que está ahí; lo
de la corporación que sostenía el que no esta ahí es inútil».
matraz toca la vida y la destruye.
Os daré muy rápido un ejemplo de
En estrecha relación con la pérdida cómo la violencia, la destrucción
de significados presente está la pér- ecológica y la paz se encuentran uni-
dida del significado de la libertad. El das. En la región de donde vengo he-

164
mos estado luchando para proteger Y ¿cuál es el poder que conduce al
nuestras montañas contra la minería hombre a destruir aquello sin lo cual
de la piedra caliza. Si nos lo pudiéra- no puede vivir? Yo quisiera terminar
mos imaginar en este recinto, la cali- con una cita de Rape of the Wild de
za son los pilares, pero nosotros lu- Andrea Collard. Ella dice que es pre-
chamos por el espacio de dentro, cisamente la incapacidad de ser una
porque el espacio interior es el que parte del proceso natural, la sensa-
almacena el agua que sostiene la ción de pérdida, la sensación de im-
montaña, que regenera la vida. El es- potencia lo que es la base de todo el
pacio interior es valioso sólo donde poder destructivo: el poder, la nece-
está. No puede ser transportado, no sidad de destruir la vida y formas
puede ser removido, no puede ser ex- creadas. Y la metáfora de esto es la
traído. Tan sólo puede ser invadido. caza, la metáfora es la guerra. Es un
Y es la invasión de todos los espa- ejercicio del poder sobre el que se
cios interiores, dentro de nuestros siente vencido, fragmentado y asus-
cuerpos y los cuerpos de la naturale- tado, y esto explica la urgencia pa-
za, lo que ha producido todas las ac- tética de matar cualquier cosa lo
ciones de la mente patriarcal hacia la suficientemente audaz como para es-
acción de destrucción. tar viva.

[Traducción: A. V. Sánchez.]

IV International IV Fi, i Internacional


Feminist Bookfalr 411bre Feminista

IV Folre Inlernationale IVFee Internacional


Livre Feministe e Libro Feminista

165
The Women's Review poder y libertad
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ALTERNATIVAS DE SOCIEDAD COMO RESPUESTA
A LA CRISIS ECOLÓGICA
Congreso internacional en Estrasburgo
(21, 22 y 23 de noviembre de 1991)

El congreso internacional Alternad- gara; el Comité Soviético por la Paz,


ves of society as a response to the etc, etc. Otras personas provenían de
ecological crisis and other global los movimientos ecologista, pacifis-
problems facing mankind, una inicia- ta, feminista y de solidaridad Norte-
tiva para emprender un nuevo diálo- Sur: una notable y enriquecedora
go Este-Oeste, así como Norte-Sur, promiscuidad, como se ve. Por parte
en la cambiada y cambiante Europa hispánica acudimos al congreso Joan
del final de siglo, fue convocado por Boades (Els Verds de Mallorca, y
algunos/as diputados verdes alema- Centro de Investigación por la Paz
nes en el Parlamento Europeo (Birgit de Madrid), Joan Martínez Alier (Els
Cramon-Daiber, Claudia Roth y Wil- Verds de Cataluña, y revista Ecolo-
fried Telkämper) y por Frieder Otto gía política), Katja Cócera (Izquier-
Wolf, redactor del manifiesto ecoso- da Unida), Víctor Ríos (Iniciativa
cialista Por una alternativa verde en per Catalunya), Luis Mendiguren
Europa (cf. mieniras tanto 41). En la (Revoltadzquiertla Alternativa),
muy rellana ciudad de Estrasburgo Francesc Hernández y Salus Herrero
nos dimos cita más de sesenta perso- (Unitat del Poble Valencia), Jorge
nas, activas en un amplio espectro de Riechmann (revistas mientras tanto
organizaciones políticas y movi- y En pie de paz).
mientos sociales. Entre las primeras
cabe señalar a Die Grünen y Les Sería imposible reproducir en pocas
Verts (partidos verdes alemán y fran- páginas los numerosos temas de de-
cés respectivamente); el Green Party bate y las plurales posiciones ex-
y el Socialist Movement británicos; puestas; Inc limitaré a ofrecer al-
VEGA (Verrs pour une gauche alter- gunas muestras. La gravedad de la
native) de Bélgica; la Liga de los situación presente, tanto en lo refe-
Partidos Verdes soviética; la Liga rente a los problemas globales como
Comunista (Hibana) del Japón; la en lo que hace al amenazador ascen-
Alianza de Izquierdas finlandesa; so de movimientos racistas y proto-
AGENOR; Rifondazione Comunista fascistas en Europa, teñía todos los
de Italia; el partido nacionalista galés puntos de vista. Las vías para superar
Plaid Cymru; el Círculo Verde de los desencuentros entre la izquierda
Praga; la Izquierda Alternativa hún- occidental anticapitalista y los jóve-

167
nes revolucionarios europeo-orienta- Europa, llamó a la tarea de conflic-
les con sus sinceras preferencias éti- tualizar las elecciones de futuro, or-
cas por el mercado irrestricto preocu- ganizando a la sociedad civil para
paban a muchos, y en especial a ello, y explorando las estrategias de
Hilary Wainwright del Social ist Mo- desobediencia civil con la máxima
remen! británico. ¿Son los dos pi- profundidad. Vadim Damier, anar-
lares de una transformación alternati- quista ruso, abogó por una perspecti-
va el ingreso mínimo universal ga- va consejista verde: una «economía
rantizado y los impuestos verdes, de autogestión ecológica como alter-
como pensaba Jan Otto Anderson de nativa al mercado y a la planifica-
la Alianza de Izquierdas finlandesa? ción central». El regionalista de iz-
Para Jakob von Uexküll, cofundador quierdas galés Peter Keelan señaló la
del Premio Nobel Alternativo Tire necesidad de situar los movimientos
Right Livelihood Award, que se dolió nacionalista/ autonomistas/ regiona-
del fracaso de los partidos verdes eu- listas/ descentralistas en el contexto
ropeos en la segunda mitad de los de una ecología cultural, para favore-
ochenta (diciendo que se habían ena- cer su inflexión emancipatoria; y la
jenado el apoyo de la juventud y de necesidad de una reflexión renovada
muchos sectores de izquierda; adujo sobre la «geografía de la democra-
un sondeo reciente según el cual sólo cia», prefiriendo hablar de «deseen-
el 6% de quienes votaban por prime- tralismo» (o movimientos pro-des-
ra vez en Suecia en las últimas elec- centralización) en lugar de «naciona-
ciones parlamentarias lo hicieron por lismo». Willi Brüggen y Andreas
los verdes, pero el 47% por la dere- Schulze, verdes alemanes, argumen-
cha o la extrema derecha), la causa taron la necesidad de un proyecto de
medioambiental es la única causa redistribución social y ecológica co-
mayoritaria de la izquierda no tecito- mo condición previa para la reestruc-
cratica. Abogó, en otro orden de co- turación ecológica de la sociedad in-
sas, por una estrategia de desarrollo dustrial («un New Deal ecológico
autocentrado, que es también la pre- desde abajo»). Al ecologista suizo
ferida por los activistas de base del Martin Stohler le preocupaba que
Sur, afianzándola con un impuesto nuestras exigencias de democracia
unitario sobre todas las importacio- directa puedan quedar en meras de-
nes y todos los cambios de moneda. claraciones ideológicas vacías de
Frédéric Brun, verde francés, consi- contenido, si no avanzamos propues-
dera que la dinámica verde es la úni- tas concretas y respuestas creíbles a
ca capaz de vertebrar una fuerza los problemas concretos. El científi-
emancipatoria a la altura de los tiem- co soviético Vladimir Kollontai (nie-
pos; en su país, las últimas encuestas to de la Alejandra del mismo apelli-
conceden a Les Verts mas del 15% do, bolchevique de tan feliz recuer-
de intención de voto. Isabelle Sten- do), con la sabiduría y la cautela del
gers, coautora del manifiesto ecoso- gato emancipatorio escaldado, recor-
cialista Por una alternativa verde en daba que en un sentido importante el

168
mundo sigue dividido en tres (prime- cionales dos veces al año, y al menos
ro, segundo y tercer mundos), con cada dos meses edita un boletín in-
problemáticas que ofrecen diferen- formativo de gran calidad llamado
cias significativas en las tres zonas, y Opposition papers, que va ya por su
que las cuestiones de la producción tercera entrega. Los interesados en
no pueden obviarse —como tienden a sumarse a la red o recibir más infor-
veces a hacer ciertos alternativos del mación han de dirigirse a Joost La-
mundo rico— si pensamos en el Se- gendijk o John Lamben en la direc-
gundo y en el Tercer Mundo. ción de AGENOR antes citada.

Ofrezco a continuación una selec- Más de 70 organizaciones ecologis-


ción de las iniciativas internacionales tas de Europa oriental y occidental
más interesantes que se dieron a co- impulsan desde marzo de 1990 una
nocer en la conferencia, y después la iniciativa llamada Ecological Bricks
traducción de unas Tesis sobre un for Our Common House of Europe
desarrollo alternativo en Europa (Ladrillos ecológicos para nuestra
aprobadas por los asistentes como casa común europea), que se propo-
documento de la conferencia. ne fomentar y coordinar la protec-
JORGE RIECHMANN ción de áreas de interés ecológico en
todo el continente. La dirección de
contacto es la del coordinador Hanns
Iniciativas internacionales Langer: P.O.B. I (WWF Austria), A-
1160 Viena, tel. 0043(1)453855-0,
En los años setenta y ochenta, el gru- fax 0043(1)453855-29. También:
po radicado en Bruselas AGENOR Global Challenges Network, Lind-
(rue de Toulouse 22, 1040 Bruxelles; wurmstr. 8, D-8000 München
tel. 3222304777; fax 3222305957) (tel. 0049(89)7253037, fax
organizó encuentros sobre cuestiones 0049(89)7250676).
políticas clave entre gentes prove-
nientes de diferentes tradiciones po- Una de las más interesantes redes in-
líticas (socialistas y socialdemócratas ternacionales de ONGs y grupos eco-
de izquierda, comunistas, verdes). En logistas y de solidaridad Norte-Sur
una reunión celebrada en mayo de es la Alliance of Northern People for
1990 en Bruselas, se acordó la for- Ecology and Development (Alianza
mación de una red verdirroja interna- de gentes septentrionales en pro de la
cional «de individuos políticamente ecología y el desarrollo). Están tra-
activos y preocupados por ir prepa- bajando activamente, desde una pers-
rando la lucha sobre las políticas e pectiva muy crítica, de cara a la con-
instituciones a nivel europeo», en la ferencia mundial UNCED (United
perspectiva de una Europa que avan- Nations Conference on Ecology ami
za hacia el federalismo. Esta prome- Development) de Río de Janeiro en
tedora red (agenorlDialogue Net- junio de 1992. En muchos países el
work) organizará encuentros intenta- movimiento ecologista está elaboran-

169
do contrainformes a los informes ofi- que de ningún modo puede decirse
ciales que los gobiernos de todos los que contribuya al calentamiento glo-
estados del planeta llevaran a Río de bal. De hecho, están subsidiando a la
Janeiro (el del gobierno español está gente que sí contribuye. Además,
ya listo, aunque apenas ha recibido mucha de aquella gente se encontra-
publicidad). La dirección de contacto ría entre las primeras víctimas del
de esta alianza es: ANPED, Peter cambio climático perjudicial. Toda
Wahl, c/o WEED-Service Center, esta gente vive en el llamado 'Tercer
Siegfried Leopold-Str. 53, D-5300 Mundo'. La Third World Climate
Bonn; tel. 0049(228)470806, Conference permitirá que se oigan
fax 0049(228)473682. las voces de estas gentes y sus exi-
gencias de justicia y supervivencia».
Merecen máxima atención las inves-
tigaciones de la feminista alemana La gente interesada en intercambiar
Carola Möller (colaboradora de la re- experiencias y/o formar una red in-
v ist a Beiträge zur feministischen ternacional sobre residuos tóxicos
Theorie und Praxis) sobre estructura (tráfico, incineración, gestión, etc)
social, división sexual del trabajo y puede entrar en contacto con Martin
una posible superación feminista de Stohler (Fatiostr.8, CH-4056 Basel,
ésta, así como su énfasis en los enfo- tel. 061/3210558), activista suizo en
ques-multidimensionales (el movi- la Aktion Selbschutz (Acción de Au-
miento de mujeres habría de superar toprotección) de Basilea.
la fase de las exigencias aisladas pa-
ra pasar a formular propuestas com-
plejas que abarquen varios niveles,
propuestas de sociedad). Carola Mü- Tesis sobre un desarrollo alternativo
ller, Herwarthstr. 22, D-5000 Köln 1. en Europa
(texto aprobado por los participantes
La no gubernamental Third World como documento del congreso)
Climate Conference (Conferencia del
Tercer Mundo sobre el Clima, y al (0) Los cambios fundamentales que
mismo tiempo Tercera Conferencia están teniendo lugar actualmente en
Mundial sobre el Clima; la segunda Europa central y oriental constituyen
se celebró e» Ginebra en 1990) se el mayor desafío con que se han en-
celebrará en Londres, del 13 al 16 de frentado nuestras sociedades durante
abril de 1992, organizada por el Glo- este siglo, tanto en sus formas occi-
bal Commons Institute (42 Windsor dentales como orientales. Parece, de
Road, London NW2 5DS, tel. y fax momento, que el capitalismo ha ga-
44(0)814510778); el coordinador es nado una batalla importante —pero
Anandi Sharan. Como indican los hemos de preguntarnos si realmente
documentos preparatorios, «el con- ha ganado la guerra, como dicen
sumo de energía de la mayoría de la pensar muchos de sus reprentantes
gente hoy viva es todavía tan bajo intelectuales. Las sociedades del

170
Oeste han estado desarrollándose du- proyecto de política alternativa que
rante bastante tiempo en un marco de sea viable políticamente a nivel de
«competencia entre sistemas» con lo Europa e»tera? La tarea de recons-
que se llamó «mundo socialista». El truir Europa central y oriental,
final de este sistema mundial antagó- ¿arrinconará las otras urgentísimas
nico plantea cierto número de cues- tareas contenidas en los desafíos glo-
tiones nuevas que tendremos que dis- bales que encara la humanidad? Las
cutir urgentemente: confrontaciones venideras sobre es-
trategias «post-stalinistas», ¿debilita-
¿Cuáles serán los efectos del final de rán, o incluso anularán, el impacto
esta competencia? ¿Intentará el «sis- de las demandas ecológicas y de
tema occidental» prolongar esa lógi- emancipación social en las socieda-
ca de poder y hegemonía que ha im- des europeas?
puesto siempre en sus relaciones con
el Tercer Mundo, reduciendo a Euro- (1) El final del llamado «socialismo
pa oriental a una posición subalterna real» en Europa central y oriental,
—un «Segundo Mundo» dependien- que ha abierto camino a las deman-
te— después de haber perdido esta su das de democracia y libertad indivi-
capacidad de competir? Esto es, ¿se- dual, al mismo tiempo ha derribado
guirá una estrategia de fronteras ce- las puertas que cerraban el paso a las
rradas, exclusión social y política, pesadillas de las agresiones étnicas y
campanas chovinistas, y el recorte de nacional-chovinistas —como han
los derechos democráticos en las so- mostrado los acontecimientos recien-
ciedades occidentales, como «políti- tes en Yugoslavia, Georgia y otros
ca de poder» apta para manejar sus lugares—, pesadillas que se diría ha-
relaciones con una Europa central y bían permanecido como congeladas
oriental debilitada? No obstante, in- por la represión estatal precedente.
cluso si tuviesen la tendencia espon- Ello ha demostrado una vez más, de
tánea y el deseo político de actuar manera dramática, que tanto la de-
así, ¿serán capaces de hacerlo? ¿Es-
mocracia como la libertad individual
tarán las sociedades occidentales lo son valores débiles, en sí mismos in-
suficientemente unidas en tonto a esa
suficientes para la construcción de
especie de proyecto neocolottial? La una llueva comunidad social y cultu-
magnitud de tal tarea, ¿no hará que ral. En la oscuridad del post-stalinis-
al menos algunos de los dirigentes mo los pueblos de Europa central y
políticos occidentales adopten una oriental no solamente vencieron a un
lógica algo mas cooperativa? ¿No sistema de poder y represión políti-
habrá oposición y movimientos en co-social, sino que también perdie-
contra de una estrategia política tan ron —en el mismo proceso— algo muy
irresponsable en las sociedades occi- fundamental: cualquier esperanza en
dentales? una sociedad mejor que las actual-
Por otra parte, ¿qué significa este mente existentes, cualquier esperan-
gran desafío para la tarea de idear un za de extender las capacidades crea-

171
uvas de la humanidad a las estructu- ría de las sociedades post-stalinistas
ras sociales que troquelan sus modos —las reivindicaciones de democracia,
de vida. La caída del «socialismo re- derechos humanos individuales, au-
almente existente» ha encontrado todeterminación nacional y funciona-
profundos ecos también en las socie- miento sin perturbaciones de los me-
dades occidentales: la idea misma de canismos de mercado— puede que
una alternativa a la «sociedad bur- sean irremplazables. Pero no son su-
guesa moderna», basada en el capita- ficientes—debido a su énfasis proce-
lismo, en parte se ha desacreditado y dimental— para esbozar un modelo de
en parte se ha vuelto mucho más di- sociedad substancialmente nuevo, un
fícil de concebir. Aquellas fuerzas modelo capaz de encontrar una res-
convencidas de la necesidad de asu- puesta humanamente satisfactoria a
mir las tradiciones de la lucha histó- los principales problemas globales
rica por la emancipación social no que afronta la humanidad, con cre-
sólo tendrán que afrontar una reali- ciente urgencia: la construcción de
dad profundamente transformada, un modo de reproducción ecológica-
después de que la «competición entre mente sostenible, que permita que la
sistemas» haya dejado de ser un fac- humanidad haga las paces con las
tor eficiente en el sistema político- generaciones humanas futuras y con
económico mundial. También ten- las especies no humanas; el surgi-
drän que repensar sus propias miento de un orden económico, polí-
tradiciones de conceptos, teorías y tico y cultural internacional que sea
acciones críticas, sus aproximaciones justo y consensuado, libre de los pe-
a los valores humanos básicos, el ligros de la guerra, la dependencia y
significado y el impacto posible de el empobrecimiento; la reformula-
los movimientos sociales y de la po- ción igualitaria de las relaciones en-
lítica institucional. tre los géneros y entre generaciones,
como condición previa a una forma
Al acopiar la necesaria fuerza, vo- consensual de control poblacional
luntad e inteligencia para asumir esta «desde abajo»; el desarrollo de una
tarea, con intención de volver a com- cultura de aceptación mutua, en la
binar una perspectiva de emancipa-
que el derecho a ser diferente se
ción social con las exigencias de so- acepte como un derecho humano bá-
lución de los persistentes problemas sico, con independencia del color de
globales de la humanidad, tendremos la piel, los orígenes étnicos y cultura-
que hacer frente a la realidad históri-
ca de una manera radicalmente nue- les o la orientación sexual, y en la
va, reconstruyendo tanto nuestras es- que la necesidad de identificarse con
una comunidad especifica situada en
trategias políticas como nuestros el tiempo y en el espacio deje de ser
enfoques teóricos desde sus mismos
puntos de partida. un motivo para la exclusión y la dis-
criminación de otros.
(2) Los principios políticos que han (3) Pese a todas las tendencias re-
avanzado a primer plano en la mayo- cientes hacia prácticas autoritarias,

172
que implican una amenaza real tanto transición hacia un modo de repro-
en el Este como en el Oeste, hemos ducción diferente.
de defender la tesis de que no habrá
ningún movimiento hacia una socie- Las tendencias actuales hacia una
dad alternativa libre de la fuerte im- desregulacitán global no son parte en
pronta de los nuevos temas y prácti- modo alguno de ninguna solución
cas desarrolladas por los nuevos previsible a la presente crisis de
movimientos sociales de los anos civilización. Por el contrario, consti-
ochenta, que representaron una cons- tuyen un elemento central del proble-
ciencia creciente de estas tareas: el ma mismo. Los peligros —dominan-
movimiento ecologista, el movi- tes en la actualidad— de recaer en un
miento feminista, el movimiento por periodo de desestabilización neolibe-
la paz, el movimiento por los dere- ral, políticas autoritarias de »ley y
chos ciudadanos, el movimiento de orden», etnocentrismo nacional-cho-
solidaridad internacional, y los movi- vinista o intentos de restablecer las
mientos de solidaridad activa contra estructuras de poder tecnocrático que
el racismo y el exclusivismo nacio- han empezado a ceder (como el com-
nal-chovinista. plejo militar-industrial) no podrán
ser contrarrestadas con eficacia por
ningún enfoque político menos exi-
Alternativas económicas, demandas
gente que la creación de alternativas
ecológicas y exigencias de emanci-
políticas muy abarcantes y suscepti-
pación social tendrán que ser combi-
nadas según un nuevo modelo de bles de ser aplicadas aquí y ahora.
alianzas desde abajo, en el cual la
autoactivación y las contrapropuestas (5) La necesaria transición pluridi-
habrán de desarrollar un nuevo tipo
mensional hacia una sociedad alter-
de equilibrio. nativa ya no puede ser la tarea de un
agente central como «sujeto de la
historia». Ni tampoco puede ser el
(4) Ya no existirá sólo un problema resultado del trabajo consciente de
central —una especie de «interruptor ninguna alianza organizada de tales
patentado»— al abordar el cual se sujetos. Necesariamente será el efec-
abordasen en cierto sentido todos los to combinado de cambios estructura-
demás. Ha pasado el tiempo de la les emergentes y de estrategias com-
contradicción principal y las contra- petidoras —o incluso contrarias— de
dicciones secundarias. Y sin embar- distintos agentes sociales, como «su-
go, la transición a una sociedad alter- jetos dentro de la historia». Ello no
nativa será algo más que uno de esos excluye, sino que más bien implica
cambios periódicos en el «modelo de la articulación consciente de posibles
desarrollo» predominante, implicará alianzas y proyectos políticos comu-
cambios estructurales en todas las di- nes a medio plazo, aunque con una
mensiones relevantes de la sociedad, consciencia acrecentada de lo limita-
lo que equivaldrá en conjunto a una do de sus posibilidades.

173
Ni un solo interés temático, ni un la responsabilidad de tomarlas de
solo tipo de (auto)organización cons- una manera sostenible— a las manos
tituirán una base suficiente para re- de los seres humanos afectados efec-
alizar la transcición hacia un tipo al- tivamente, y como una condición pa-
ternativo de desarrollo, hacia una ra transferir mucho poder del que ac-
sociedad alternativa. Los movimien- tualmente ostentan las «naciones
tos sociales de base, las organizacio- estado» territoriales a las comunida-
nes para la defensa de los grupos de des regionales, sociales y culturales
interés estructuralmente débiles (sin- que se solapan en sus territorios.
dicatos, asociaciones de consumido-
res, etc), las iniciativas culturales y Tendrá que desarrollarse un nuevo
las organizaciones políticas tendrán internacionalismo, diferente de las
que combinar sus efectos para lograr tradicionales formas de «universalis-
algo que tenga la envergadura sufi- mo» eurocéntrico y paternalista —sin
ciente, para trabajar en los problemas renunciar a la idea elemental de que
y tareas actuales de la humanidad. un conjunto básico de valores uni-
versales será elemento necesario de
(6) Cualquier posible transición ha- un orden mundial sostenible que sea
cia semejante sociedad alternativa alcalizado como resultado común de
será efecto de una configuración de un debate de iguales entre todas las
desarrollos no simultáneos y desi- culturas humanas.
guales en diferentes dimensiones del
proceso histórico de vida de las so-
ciedades humanas. Cada comunidad (7) Como no hay un «cansino real»
nacional o étnica, en principio, ten- para la transición a un modo de re-
drá que determinar por sí misma el producción alternativo, el «derecho a
«modo» y «ritmo» específicos para la diferencia» tendrá que prevalecer
aportar sus contribuciones al proceso tanto entre culturas como entre indi-
general. viduos, bajo las condiciones efecti-
vas dc salvaguardia de los derechos
Ello no excluye cooperación interna- humanos, respeto a los procedimien-
cional ni solidaridad, tanto en el ni- tos democráticos, actuación dentro
vel gubernamental como en el nivel de un tipo controlable de racionali-
de las organizaciones autónomas de dad económica y un orden mundial
base; por el contrario, lo hace especi- pacífico e igualitario; y sin que se re-
ficamente posible y necesario: como produzcan estructuras discriminato-
una condición para devolver el poder rias en las relaciones entre géneros y
de tomar las decisiones centrales —y entre generaciones.

174
POESÍA
PRACTICABLE

TERESA AGUSTÍN

MARIE

Canta la alondra y una dama vestida de blanco se aproxima a la ventana, ob-


serva la tiniebla temblorosa que envuelve la canción del pájaro del alba. Cien-
tos de mujeres la imitan. Abrazadas a sus cuerpos embellecen al escuchar la
melodía que es aviso del amanecer.

Hay un misterio sin nombre al rayar el alba, y ellas saben que es peligroso
que el enamorado llegue hasta sus aposentos en ese instante donde los límites
son tan sutiles. Recuerdan a los poetas. En sus oídos suenan historias que yo,
Marie, les he contado. También ellas tienen miedo. Ahora saben nombrar es-
pacios donde se juega con el ruiseñor y el azor. Han aprendido a decir la pala-
bra olvidada y por ella regalan gavilanes y perros bracos para demostrar su
amor. El desconocido amor que les separa de todas las cámaras habituales. El
aventurero amor que las hace esposas de héroes y amantes de sus sobrinos.
Desean y tiemblan.

Hace tan sólo unos años todas eran niñas que ocupaban sus puestos en las
ventanas, soñando con tener largos y rizados cabellos, duros y esbeltos pe-
chos. Siguen siendo niñas pero lloran ya como mujeres.

Pasean los salones con ricos y atrevidos vestidos. Presiden torneos y bailes.
Dejan que los poetas describan los cuerpos que la iglesia esconde. «Cuerpos
impuros y sin esencia.» Todo en ellos se asemeja a la lepra cuando los nom-
bra la iglesia. El cura repite desde el púlpito la enseñanza del filósofo. «No
existe peor regresión masculina que la de encarnarse en el cuerpo de una mu-
jer.» Las niñas sueñan. Las mujeres lloran.

Mueven sus cuerpos, todo lo aprenden en la intimidad de sus refugios, utili-


zando sus ojos que deben permanecer siempre despiertos. Sonríen y se llenan
de color su mejillas. Las enseñan a mentir mientras aprietan los dientes con
impotencia. El traje las hiere pero en el fondo de sus corazones están alegres

175
por haber abandonado la túnica sin forma que las ocultaba. Se mueven con di-
ficultad en las salas que antes visitaban cuando estaban vacías. Finalmente co-
rren hacia las habitaciones de siempre, y perdidas se entregan a un mar que
desborda sus ojos. Saben que sólo el instante del alba, el cruce de los vuelos,
las protege.

Ni el honor, ni la lealtad, ni la amistad les corresponden. Pueden correr y ju-


gar pero eso no las libera de una verdad espantosa. Contrato sin amor y adul-
terio. Cuando ellas lo cometen sólo los bandoleros o la muerte las esperan en
los caminos. Esta libertad que les hace fuertes también las debilita.

Mujeres en los salones y en los torneos moviendo sus manos, vigilando la


danza de sus ojos. Hacen guiños, desean y se enamoran siguiendo el consejo
de alguna lectura. Escuchan un lais, donde viven las hadas y los caballeros, y
lloran. Todo las conduce irremediablemente al matrimonio. Y allí, una vez
más, sólo-el héroe las manda.

1/4,3.•

ii• t /;"21
Centre d'Investigació
Histórica de la Dona
C/. de Brusi, 61
08006 BARCELONA

176
ALIENOR

No está fría la escarcha esta mañana. Hundir puedo mis pies en la oscura tie-
rra, y clavar mis ojos en la sábana pálida que transforma un vivo en un muer-
to. Es al rey, mi amado, a quien debo matar ante su indiferencia. Ese hombre
que duerme ahora abrazado al cuerpo de una rosa del mundo, la favorita. Ese
rey que mañana pretenderá invadir mis aposentos.

Es noche oscura cuando escribo esta carta, intentando no perderme en ese di-
fícil trazo que suspende un pensamiento de un deseo de mujer. Una palabra
mancha el escrito: odio. Odio porque aún le amo.

La vida sensible se agolpa entre mis dedos que a veces intentan encerrar el
viento. Mi puño golpea la mesa igual que castigaría su hermosa y joven cabe-
za. Guardo mi grito para este espacio silencioso, que nadie habrá de encontrar
jamás. El que nunca me amó querrá algún día no haber deseado una rosa del
mundo, esa otra pobre muchacha para el capricho de su rey.

Montaría mi caballo y le dejaría recorrer las tierras que aplauden a mi paso,


abandonando al padre de mis hijos, perdido en los ojos de otras mujeres. Pala-
bras, palabras que huyen cuando quiero arañar su belleza. Venganza. Ahora
oscurecere tu rostro y Alienor, el águila de Merlín, luchará contra ti sin atribu-
tos de mujer, pero sí con armas de reina. Plantagenet encerrado en tu nuevo y
secreto refugio, tan conocido ya por todos, has firmado tu miseria.

Debería convocarse una nueva corte de amor. Podríamos así, mis damas y yo,
danzar con la justicia que nos está negada, porque ¿quién podría condenar a
su propio rey, si ni la reina puede hacerlo? Mujeres a las que sólo se les per-
mite jugar con la ley, no hay peor adulterio que el nuestro. No existen para
nosotras el derecho ni la razón. Prohibidos quedan en este castillo murmura-
ciones y simulacros.

Mi querida Marie, que cantas el amor dulce ante las barbaries. Mi sabia amiga
Hildergarda, fortaleza de la luna, a quien no dejan de escupir flechas. Sólo yo-

177
soleas recibiréis mi llanto y mi impotencia de mujer. Ante vosotras lloro por
el amor que voy a condenar, lágrimas de mujer que no son lagrimas de reina.
A vosotras os digo que volveré mis hijos contra él, y firme mantendré la son-
risa y también la dignidad que corresponden a una gran reina. Mi senor le lla-
maré, mientras llega su muerte y Ricardo, mi hijo amado, será el nuevo rey.
Lo juro.

•`•-e-tb.

178
CORREO DE LOS LECTORES

UN ERROR LAMENTABLE

Acabo de leer en el nY 46 de la revis- todas las semanas en la Casa Verda


ta el artículo sobre la ILP antinu- (sede de Acció Ecologista-Agró) lle-
clear, firmado por unas cuantas per- vando el peso de la coordinación. Yo
sonas. En el veo vertidas algunas personalmente dediqué bastantes es-
afirmaciones que me gustaría pediros fuerzos a que todo eso tirara hacia
que me explicaseis (...) Soy José adelante (...) Els Verds de Valencia
Merlo Lillo, miembro de «Els sacamos mas de una mesa a la calle
Verds» de Valencia, y encabecé la para recoger firmas, y también lo
lista en las pasadas elecciones muni- hicimos en la universidad. Yo perso-
cipales (...) La puntualización que nalmente estuve en otras varias
desearía hace referencia a esta última mesas que organizó Acció Ecolo-
situación. Se menciona, a pié de pá- gista-Agró en los días de Fallas, re-
gina, en relación con la referencia cogiendo firmas en la calle, Soy
que se hace de la participación de asimismo miembro de Acció Ecolo-
Los Verdes en la campaña, «la cues- gista-Agró.
tión anecdótica del candidato verde
a la alcaldía de Valencia que puso Cuando se aproximó la campaña
todas las trabas posibles para que la electoral, y citando se manifestaron
campaña no funcionase, cuando ha- algunos intentos de monopolizar el
bía sido apoyada por la mayoría del tema por parte de alguna organiza-
movimiento ecologista», etc... ción política grande, evidentemente
nuestros esfuerzos como grupo deca-
Bueno, no sé si habrá sido un error yeron un poco y la cantidad de fir-
mecanográfico, o los autores del artí- mas que recogimos no fue muy
culo se habían confundido de ciudad, elevada. Pero si lo hicimos, y fue
o es que la fuente de información es acorde a los esfuerzos que podíamos
bastante desdichada, porque no me dedicar en esos momentos. No obs-
lo acabo de explicar. «Els Verds del tante, mi esfuerzo personal no creo
País Valencia» fueron de los prime- que pueda ser puesto en duda por na-
ros grupos de Los Verdes en apoyar die. Por todo ello, y sin entrar a de-
la campaña, bastante antes de que lo batir el tratamiento que los autores
hicieran ¡U, o el MC y la LCR. Va- del artículo otorgan a los Verdes (del
rios miembros de Els Verds de Va- cual habría mucho que hablar y al
lencia participaron dia a dia en la co- cual ya nos vamos acostumbrando a
misión permanente que se reunía oir desde algunos sectores), quisiera

139
preguntaros, por favor: ¿están los ar- Bueno amigos, es una necesidad per-
ticulistas hablando de mi persona? sonal que me aclaréis todos estos in-
¿Ha sido un error de la persona o de terrogantes. (...) Un abrazo (José Me-
Ja ciudad? (...) ro, Valencia, 27/121 91).

UNA RECTIFICACION IMPRESCINDIBLE

Lamentamos profundamente el error solutamente convencidas de la nece-


que cometimos en la nota a pie de sidad de superar estos enfrentamien-
página de nuestro articulo sobre la tos inútiles que sólo contribuyen a
campaña Vivir sin nucleares a la que aumentar el derroche de energías.•
te refieres. Evidentemente el comen- Cuando recogíamos firmas en las
tario se refería a otra persona, tam- mesas bastantes personas nos pedían
bién candidata en una lista verde. información sobre los verdes y las
Cuando redactamos aquella nota listas verdes que se presentaban a las
eran aún muy recientes las diversas próximas elecciones municipales.
zancadillas recibidas tanto en Cata- Para ellas era obvio que una cosa y
lunya como en el País Valencia y otra eran esfuerzos de una misma
otros lugares y, puesto que no aho- causa. Ganaríamos mucho si todos y
rramos críticas muy concretas y todas supiéramos vernos mutuamen-
transparentes dirigidas a otras fuer- te con el mismo sentido común, for-
zas políticas en relación a aquella mando parle de un mismo movi-
campaña, tampoco quisimos pasarlas m lento verde más allá de las
por alto en este caso. Pero tienes toda apuestas y las prioridades de cada
la razón, no sólo en quejarte por cual en cada sitio. Perdona pues
nuestro lamentable error sobre el en- nuestra metedura de pata, y recibe
cabezamiento de listas, sino también nuestro más cordial saludo (Anna
en la necesidad de no imputar a todo Bosch, Josep Esquerrà, Oriol Leira,
un colectivo actitudes puramente Montse Pi, Flector Silveira, Joa-
personales. Todas las personas fir- quim Sopena y Enric Tello, 27/1 192).
mantes de aquel artículo estamos ab-

• Byron Kenard los ha satirizado muy bien en «Diez formas de hacer fracasar un movimiento
ciudadano». Integral, 64, febrero de 1985, pp. 21-23.

180
EL EXTREMISTA
DISCRETO

SI ERES VASCO, NUNCA DEJES ATÚN FRESCO EN EL COCHE

Oclosilabos para un atropello, dedicados a


los turistas vascos y al saxofonista sevillano
a quienes la expopolicía detuvo, retuvo y
metió en el tubo a resultas dc una fragante
confusión.

Dice la Constitución
que si hay flagrante delito
puede entrar la policía
en tu casa y en tu piso.

La flagrancia de un delito
—dice el Código Penal-
hayla cuando se perpetra
algún acto criminal.

Mas es otra la doctrina


que la ley Corcuera plasma:
para ésta, el conocimiento
fundado, si es de la pasma,
es ya flagrante delito.
Atate los machos, chico.

Los mas sabios y taimados


filósofos de la ciencia
dicen que el conocimiento
fundado se fundamenta
sobre la propia experiencia.
Y ésta última nos entra
a través de los sentidos:
vista, gusto, tacto, olfato,
muchísmo olfato, oído.

181
En la universal Sevilla
demostró la policía
al sentido del olfato
dar máxima primacía.

El olfato del sabueso


es quien funda la experiencia
y en tal sazón la flagrancia
del delito se evidencia.
Con ello la policía
la flagrancia del delito
en fragancia convertía.

Moraleja: si eres vasco


de problemas poco amigo,
nunca dejes atún fresco
por la noche en tu vehículo.
Lávate bien los sobacos
y emplea desodorante
para no ofender al fino
olfato de los sabuesos:
o incurrirás por descuido
en un delito fragante.

El sospechoso de guardia

182
mientras tanto - Apartado de Correos 30.059- Barcelona
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de Ahorros de Cataluña. Agencia Sarria. Calle 13enedicto
Mateo, núm. 49. 08034 Barcelona.

D Domiciliación bancaria:
lbta. o cc. n.°
dirección
, agencia
entidad

G Giro postal a la cuenta corriente postal 11.° 02985518, (Al


usar esta forma de pago, cl suscriptor debe enviar por carta a
la secretaría de mientras tanto el resguardo de giro junto con
su nombre. No podemos cobrar los giros que se CIIVÍCII al
Apartado de Correos, por lo que todos deben dirigirse a la
cuenta corriente postal antes citada.)

ORDEN DE PAGO
Sr. director del Banco o Caja
Direcciem
Sírvase atender hasta nuevo aviso, y con cargo a mi cuenta, los recibos que
le sean presentados por la revista mientras tanto.
Titular de la cuenta
Dirección
Número de la cuenta
Atentamente,
(firma)
_perw• —1•11W '1~1r-fflie

A lo mejor todavía nos rebelaremos un poco contra la convención de que la


pérdida del amor no hay que tomársela por lo trágico. Un hombre como usted
ya ha superado eso. Tiene una explicación para lodo y se niega a sufrir. Noso-
tras, lamentablemente, sólo podemos estar ligadas al mundo a través del
amor. Por ahora. Todavía tendremos que sufrir un poco más. Pero estamos
dispuestas a aprender. No terna —también nuestras penas acabarán marchitán-
dose. La contradicción en la que hemos caído ya nos hace palidecer un poco.
Pero somos comprensivas. Ya estamos empezando a ceder posiciones en no-
sotras mismas, voluntariamente. No se preocupe: muy pronto ya nadie le con-
tará sus penas. Muy pronto no nos unirá más que la ceguera de nuestras al-
mas, más que esta calle en la que sólo nos encontraremos casualmente por las
tardes después del pecado. Pueslo que todos nosotros conoceremos el pecado
del desamor nadie se acordará de él. Y llamaremos a eso felicidad.

CHRISTA WOLF, Bajo los tilos, 1969

Enero-febrero 1992

48
Auedrta4 Zi.t7 treaux AM;euttal teuttr WAtterubt

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