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Mujer, sociedad y escritura

Globalmente, la literatura siempre ha estado atravesada por los distintos contextos en que se
ha generado, dejando entrever formas de pensar y de sentir de un/a autor/a respecto a determinado
tema, lugar y momento. Esas formas de pensar y de representar el pensamiento en las obras
literarias, muchas veces han sido analizadas y juzgadas mediante la “Crítica feminista”.
De este modo, adhiero a Antonia Cabanilles cuando critica desde el feminismo a la literatura
y enuncia que, muchas veces, “la mujer lectora es invitada a participar en una experiencia de la que
está excluida, se le pide que se identifique con una personalidad definida en oposición a ella. Se le
pide que se identifique contra sí misma, ya que la mayor parte de la literatura insiste en su
universalidad, al tiempo que define esa universalidad en términos específicamente masculinos.”
(“Teoría y crítica literaria”, pág. 81)
En consecuencia, estos términos masculinos que se han propagado en muchos de los
ámbitos de la sociedad como una forma de vida, se deben al patriarcado, definido como el “sistema
de dominación genérico en el cual las mujeres permanecen genéricamente bajo la autoridad a su vez
genérica de los varones” (Valcárcel, 1990: 61). Es decir que, en un gran porcentaje del globo
terrestre, el varón ha “dominado” a la mujer, limitándola y constriñéndola a vivir dentro de los
límites establecidos como correctos, durante muchísimos años.
Así, esta dominación se puede visualizar en múltiples obras, y un ejemplo claro puede ser
tomado del cuento “Warma Kuyai”, de José María Arguedas:
“El Kutu se echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo.
-¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina?
-¡Don Froylán la ha abusado, niño Ernesto!” (pág. 2)
Aquí, es evidente cómo el poder es ejercido, no sólo desde el género masculino hacia el
femenino como una imposición de fuerza biológica mayor hacia una menor, sino que además, desde
las diferencias de edades, algo que lamentablemente ocurre a diario en nuestra sociedad, y que la
literatura intenta poner de manifiesto para desnaturalizar el hecho.
Por otro lado, la escritora feminista Elaine Showalter hace hincapié en la “lectura
feminista”, cuya misión estriba en ofrecer “lecturas feministas de textos que examinan las imágenes
y estereotipos de la mujer en la literatura, las omisiones y falsos conceptos acerca de la mujer en la
crítica, y el lugar asignado a la mujer en los sistemas semióticos” (“La crítica feminista en el
desierto”, pág. 78).
De hecho, en el cuento anteriormente citado, se puede visualizar en repetidas ocasiones esta
estereotipación a la que hace referencia Showalter, como por ejemplo, en el siguiente diálogo:
“-¿Y por qué no matas a Don Froylán? Mátale con tu honda, Kutu, desde el frente del río,
como si fuera puma ladrón.
- ¡Sus hijitos, niño! ¡Son nueve! Pero cuando seas “abugau” ya estarán grandes.
- ¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!” (Arguedas, J., “Warma kuyai”, pág.
2)
Aquí, el niño Ernesto hace referencia a un estereotipo de la mujer; a la concepción de la idea
de que la mujer es el género débil y que, por lo tanto, es quien ha de sentir miedo. En cambio, el
hombre, por el simple hecho de constituir el género masculino, no tiene permitido sentirlo ni vacilar
ante la venganza. Esta idea es nuevamente mencionada en esta narración dos veces más, dejando
claro que es una forma de pensamiento que el autor quiere transmitir, ya sea inconscientemente o a
modo de crítica.
Consecuentemente, esta opresión al género femenino ha impactado de forma directa a la
literatura escrita por mujeres, ya que mediante el pensamiento patriarcal “lo femenino suele ser
considerado como creación particular, intimista y esquemática, más intuitiva que razonable, más
emotiva que intelectual” (Potok, M., “Escritoras españolas y el concepto de literatura femenina”,
pág.5).
Esta “emotividad” adjudicada al género femenino, también puede visualizarse en la obra de
Arguedas, cuando Ernesto dice: “La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos
luceros”, y más adelante continúa describiéndola como una criatura dulce, enunciando que canta, y
que “era bonita: su cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros quemaban; no era como las
otras cholas, sus pestañas eran largas, su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir.” (“Warma
kuyay”, pp. 1, 3). Es decir, la describe mencionando aquellos rasgos que se han instaurado en la
sociedad como femeninos, y cuando se hace referencia a ellos, se caracteriza en la literatura a la
mujer como un ser bello, emotivo y sentimental, puesto que los rasgos intelectuales o de fortaleza
son más usuales de encontrar asociados al género masculino.
A su vez, el lenguaje utilizado por mujeres en la literatura, es muchas veces visto en la
sociedad falocéntrica (que incluye mujeres) como “débil”, lo cual ha sido punto de crítica por parte
del feminismo radical, que ha enunciado que “las mujeres han sido sometidas a un lavado de
cerebro por este tipo de ideología patriarcal que produce los estereotipos del hombre fuerte y la
mujer débil” (Selden, R., “Crítica feminista”, pág. 155).
De esta forma, se puede ejemplificar lo anteriormente dicho mediante el cuento “Warma
Kuyay”, debido a que en él, el Kutu enuncia: “Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago
temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.” (pág. 1), poniendo de manifiesto
que es su “fortaleza” la que provoca que la niña se haya enamorado de él, lo cual muchas veces
resulta cierto, teniendo en cuenta el poder de persuasión y de dominación que ha llegado a tener este
tipo de razonamiento en las mujeres de nuestra sociedad.
Además, desde tiempos inmemorables en la literatura, se ha identificado “al autor como un
hombre que es primario y a la mujer como su creación pasiva, como un objeto secundario que
carece de autonomía (…) Resulta obvio que esta tradición excluye a la mujer de la creación de
cultura, al mismo tiempo que la reifica como un artefacto dentro de la cultura.” (Gubar, S. “La
página en blanco y los problemas de la creatividad femenina”, p. 181).
Esto, es visible en siguiente fragmento del cuento antes citado:
“-¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala!
- Cómo no, niño, para ti la voy a dejar, para ti solito (...)” (Arguedas, J., “Warma kuyay”,
pág. 3)
De este modo, se visualiza la cosificación de la mujer, donde un niño la reclama para sí
mismo, y el otro le asegura que se la entregará, igual que si fuera un objeto y excluyendo toda
posibilidad de tener en cuenta los deseos de Justina: de si quiere quedarse con uno, con otro, o sola,
teniendo en cuenta además que se trataba de una niña, y no de una mujer, por lo que su poder de
decisión será aún menor. Así, el hecho de haber considerado a la mujer como una “cosa”, ha
truncado sus libertades en muchos ámbitos, y como ya hemos visto, uno es la escritura.
En conclusión, mediante la literatura se ha condicionado muchas veces a la forma de lectura
y de abordaje de la misma, ya que a través de las obras que denotan haber tenido origen e influencia
de una sociedad patriarcal, los/as lectores/as han sido sometidos a realizar dichas lecturas
absorbiendo e incorporando las mismas formas de pensar que han plasmado diversos/as autores/as
de pensamiento falocéntrico, generando, a su vez, una reproducción de dicho sistema de
dominación social.
Bibliografía:
 Arguedas, J.M. Warma Kuyay.
 Cabanilles, A. Teoría literaria.
 Domínguez, P. Crítica literaria y políticas de género.
 Fariña Busto, M.J.; Suárez Briones, B. La crítica literarioa feminista, una apuesta por la
modernidad.
 Potok, M. Escritoras españolas y el concepto de literatura femenina.
 Selden, R. Crítica feminista.

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