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LA POTESTAD NULIFICANTE Y COSA JUZGADA (Aldo Zela

Villegas(*))
Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Miembro del Estudio Javier de
Belaunde Abogados. Director ejecutivo de la AEDP (Asociación de Estudios de Derecho
Privado).
SUMARIO: I. Introducción. II. La potestad nulificante del juzgador. III. La nulidad de
sentencia: la vía idónea. IV. Algunos casos típicos (e indeseables) de nulidad de sentencias.
V. Consideraciones finales.

MARCO NORMATIVO:

• Código Procesal Civil: arts. 122, 172, 176, 370 y 378.

I. INTRODUCCIÓN
Hace algunas semanas tuvo lugar un hecho sin precedentes en nuestro medio: cinco vocales de
la Corte Suprema fueron destituidos de sus cargos por el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM).
La razón de su destitución fue una sola: la afectación a la cosa juzgada. Según el CNM, dicha
infracción se produjo cuando los vocales supremos anularon su propia sentencia emitida casi seis
meses antes. Sin entrar a discutir el tema de fondo de dicho proceso (o del posterior procedimiento
disciplinario), creemos que es importante hacer algunas precisiones de carácter procesal que nos
permitan dilucidar los alcances de la potestad nulificante de la que gozan los juzgadores y cómo es
que esta se tiene que manifestar.
II. LA POTESTAD NULIFICANTE DEL JUZGADOR
Se suele manifestar que todo juzgador cuenta con facultades nulificantes; es decir, cuenta con el
poder para declarar nula toda actividad procesal que contravenga el ordenamiento jurídico. Dicha
potestad nulificante no solo puede ser ejercida a pedido de parte, sino incluso de oficio (de
conformidad con el último párrafo del artículo 176 del CPC, el cual establece literalmente lo siguiente:
“Los jueces solo declararán de oficio las nulidades insubsanables, mediante resolución motivada,
reponiendo el proceso al estado que corresponda”). Esto nos da una idea de lo amplia que puede
ser esta potestad del juzgador.
Resulta claro que esta facultad no puede ser interpretada de manera aislada, ni puede pensarse
que una nulidad puede ser decretada en todos los casos, por ello resulta importante preguntarse por
algunos límites de dicha facultad, pero sobre todo por la razonabilidad que se encuentra en la base
de esta figura.
Creemos firmemente que cualquier estudio sobre las nulidades procesales debe partir de un
hecho incontrovertible: toda nulidad procesal es absolutamente indeseable, pues implica que uno o
varios actos procesales han sido llevados a cabo en vano, teniéndose que volver a realizar aquella
actividad. No hacen falta una excesiva argumentación para comprender que declarar una nulidad
tiene un alto costo (no solo a las partes sino también social). Toda nulidad es pues un atentado
contra el principio de economía procesal. Es por ello que en nuestro CPC (en el título referido
precisamente a la nulidad procesal) está plagado de supuestos en que no es procedente la nulidad,
sino por el contrario contiene toda una gama de principios dispuestos a evitar que dicha nulidad sea
pronunciada (llámese principio de trascendencia, convalidación, subsanación, etc). Sin embargo,
esta es una finalidad que no muchas veces es tomada en cuenta por el juzgador y por las mismas
partes. Es así que a la menor afectación a la normativa procesal se solicita y se declara la nulidad
de un acto procesal, sin tomar en cuenta las consecuencias que esto acarrea, con mucha mayor
razón si se trata de la nulidad de la resolución judicial más importante: la sentencia.
III. LA NULIDAD DE SENTENCIA: LA VÍA IDÓNEA
En todo proceso civil puede expedirse hasta tres tipos de sentencias: la sentencia de primera
instancia, la llamada sentencia de vista (o de segunda instancia) y la sentencia casatoria. Cualquier
vicio o error que pudiera cometerse en cada una de ellas puede ser materia de una impugnación.
Así, la sentencia de primera instancia es susceptible de apelación, mientras que contra la sentencia
de vista puede interponerse una casación y, en principio, no cabe ningún medio impugnatorio contra
la sentencia casatoria (al menos no en el mismo proceso). Ahora bien, ¿además de los medios
impugnatorios señalados cabe un “recurso” de nulidad autónomo contra las sentencias? En otras
palabras, ¿puede solicitarse la nulidad de una sentencia si es que no está inmersa en una apelación
o una casación? La respuesta es negativa. Al menos en el caso de las sentencias de primera
instancia y de vista existe una norma expresa. En efecto, el artículo 176 del CPC señala
expresamente que “el pedido de nulidad se formula en la primera oportunidad que el perjudicado
tuviera para hacerlo, antes de la sentencia. Sentenciado el proceso en primera instancia, solo
puede ser alegada expresamente en el escrito sustentatorio del recurso de apelación”. Por su
parte, el artículo 378 señala: “Contra las sentencias de segunda instancia solo proceden el
pedido de aclaración o corrección y el recurso de casación, siempre que se cumplan los
requisitos de forma y fondo para su admisión” (el resaltado es nuestro).
Del tenor de las normas reseñadas no puede quedar ninguna duda que respecto de las sentencias
de primera instancia y de vista no cabe interponer una nulidad que no esté inmersa en la apelación
o en la casación. Así, en todos estos casos, será el superior jerárquico quien, de considerar fundada
una nulidad, devolverá los actuados al a quo para que este pueda emitir un nuevo pronunciamiento.
Nótese que en estos casos no le es permitido al juez declarar la nulidad de su propia sentencia, sino
que esta tiene que ser declarada por su superior.
Ahora bien, analizando el caso de los vocales supremos destituidos, ¿puede admitirse el pedido
de nulidad contra una sentencia casatoria? La defensa de uno de los vocales se sustentó en que no
existía norma que lo prohibiera, y eso es cierto. Sin embargo, si existe una norma que prohíbe pedir
la nulidad de la sentencia de primera instancia y la de vista, por tanto, ¿acaso hacia falta indicar
expresamente que tampoco cabe recurso alguno contra la sentencia casatoria? Creemos firmemente
que no. Si no se puede intentar la nulidad (desligada de la apelación o casación) de una sentencia
de rango inferior, con mayor razón no deberá proceder respecto de la sentencia de la máxima
instancia como es la Corte Suprema (utilizando un argumento claramente ab minoris ad maius: quien
no puede lo menos tampoco puede lo más).
En este sentido, no solo el juzgador no puede declarar la nulidad de sus propias sentencias, sino
que aceptar dicha posición sería aceptar que se puede dejar del lado a la seguridad jurídica como
principio del ordenamiento. Si es que se permiten este tipo de nulidades de sentencias consentidas
o ejecutoriadas simplemente ya no podría hablarse de cosa juzgada. Así, en el caso de los vocales
supremos destituidos, la nulidad de su propia sentencia se declaró casi seis meses después de haber
sido emitida; es decir, desde el punto de vista de los propios vocales pudieron haber transcurrido
años y aún ser posible la nulidad de la sentencia, lo cual no puede ser admisible.
IV. ALGUNOS CASOS TÍPICOS (E INDESEABLES) DE NULIDAD DE SENTENCIAS
Como se sabe, el juzgador que resuelve una impugnación de sentencia tiene tres alternativas
distintas: a) confirmar la resolución apelada, b) revocar la sentencia apelada cambiando su sentido,
o c) declarar nula la sentencia. De todas estas alternativas la menos deseable es la última.
A pesar de lo acotado no es difícil encontrar casos en que el juzgador de la apelación o casación
declara la nulidad de una sentencia no solo en una ocasión sino…¡en tres o hasta en cuatro
ocasiones consecutivas! De ahí que tenemos la firme creencia de que los aspectos más importante
del apartado correspondiente a la nulidad procesal del Código Procesal Civil sean, precisamente, los
principios que buscan evitar que esta sea declarada.
Como hemos visto, el juzgador no solo no puede declarar la nulidad de su propia sentencia que
ya ha quedado consentida o ejecutoriada, sino que incluso en aquellos casos en que la nulidad sea
debidamente solicitada (en los escritos de apelación o casación) debe realizar un pormenorizado
análisis de los principios procesales de oportunidad, trascendencia, convalidación y subsanación(1).
Quizás los casos más evidentes de vicios que no acarrean nulidad alguna (a pesar del texto
expresa de la ley) son los contenidos en los supuestos de hecho del artículo 122 del CPC, el cual
establece causales de nulidad sencillamente intrascendentes como no consignar el lugar y fecha en
que se expide la sentencia o la falta de la rúbrica del auxiliar jurisdiccional(2) (en tanto entran en
clara contradicción con el principio de trascendencia de la nulidad(3)).
Otro dos casos paradigmáticos: el primero es el caso en que el ad quem considera que no se
actuó una prueba imprescindible para la litis, y, el segundo, el caso en que se anula una sentencia
por indebida motivación(4).
El primer caso es bastante gráfico: el juez de la apelación considera que el a quo no ha solicitado
“de oficio” una prueba que consideran necesaria para la decisión del litigio. Creemos que esta no
deja de ser una argumentación “singular”. Esto no solo porque ya precluyó la etapa probatoria con
bastante anterioridad sino porque representa una violación del principio de autonomía de todo juez.
Efectivamente, el a quo debe desenvolverse con autonomía no solo respecto de las partes sino
también de su superior jerárquico. Si bien el juez de apelación puede revocar las resoluciones del a
quo, no puede, en cambio, hacerlo fuera del marco expreso de la ley, pues de otra manera se
entromete innecesariamente en sus funciones. En el caso bajo análisis resulta, al menos para
nosotros, evidente que el superior jerárquico no puede decirle al juez de la instancia qué medios
probatorios debe utilizar para crearle (al mismo juez de instancia) la convicción necesaria para admitir
o rechazar una pretensión. La convicción del juez ya se formó con las pruebas actuadas en el
proceso resultando superfluo que su superior jerárquico anule su sentencia por una supuesta
improbanza.
Un segundo caso se presenta cuando el ad quem considera que la sentencia venida en grado no
se ha pronunciado sobre alguno de los medios probatorios o sobre uno de los puntos controvertidos;
en otras palabras, carece de una motivación adecuada. Una vez más esta apreciación no puede ser
compartida. En primer lugar, debemos dejar en claro que la sentencia no tiene porque ser un “tratado
de derecho” sino más bien resolver específicamente aquellos puntos (controvertidos) que son el
“meollo del asunto”. A mayor abundamiento si es que el artículo 197 CPC menciona que si bien
deben valorarse los medios probatorios de manera conjunta, en la sentencia el juez solo debe
expresar las “valoraciones esenciales y determinantes” que sustentan su fallo. Si un juez no motiva
la valoración de un determinado medio probatorio debe entenderse que considera que este no es
relevante para su decisión de fondo. Y aun en los casos en que la motivación sea claramente
defectuosa el ad quem tiene a mano una herramienta eficaz: la llamada integración. Mediante esta
última el juez superior puede “integrar” (entiéndase subsanar) los defectos de sustentación
(específicamente la falta de motivación de “algún punto principal o accesorio) de la ratio decidendi
contenida en la sentencia (artículo 172 CPC). Lamentablemente, la norma procesal no ha sido
demasiado clara al respecto. De ahí que el artículo 370 CPC (aparentemente) especifica en qué
casos cabe la integración señalando que el juez de apelación “puede integrar la resolución apelada
en la parte decisoria, si la fundamentación aparece en la parte considerativa”.
Vayamos a un ejemplo: supongamos que en un proceso ejecutivo se tiene dos puntos
controvertidos: a) la determinación de la autenticidad de la rúbrica imputada al ejecutado contenida
en un título valor y b) la exigibilidad de dicho título. Supongamos también que la sentencia que
declara fundada la demanda solo se pronuncia sobre el segundo punto controvertido obviando toda
mención a la autenticidad de la rúbrica. De este modo, el ejecutado apela la sentencia solicitando la
nulidad de la misma por una afectación al debido proceso (falta de motivación). ¿Qué debe hacer el
ad quem en estos casos? En el ejemplo propuesto el ad quem tiene a la vista la pericia grafotécnica
realizada en su oportunidad que verifica que la rúbrica efectivamente pertenece al demandado.
¿Acaso debe anular la sentencia para que al a quo agregue un par de líneas a la misma? Creemos
que ello no es necesario, puesto que de los autos se desprende indubitablemente que la motivación
faltante no va a afectar el sentido del fallo(5). En conclusión, en estricta aplicación del principio de
trascendencia, si la integración no va a afectar de manera alguna el sentido del fallo de instancia (y
por tanto no puede decirse que se le modifica sino tan solo se confirma la recurrida), no se vería
afectado el derecho defensa del recurrente, ya que precisamente ha ejercido dicho derecho al
impugnar.
V. CONSIDERACIONES FINALES
Etimológicamente, la palabra “casación” deriva del francés “cassare” que significa “quebrar” o
“romper”. Así, la finalidad inicial de la casación era “anular” o “quebrar” la resolución impugnada,
devolviendo los actuados al juez de grado inmediatamente inferior para que expida una nueva
resolución. Como resulta obvio, y conforme lo hemos venido argumentando, hoy dichas nulidades
deben darse solo en casos extremos en que el vicio incurrido afecte gravemente el derecho de
defensa de una de las partes. Sin embargo, al parecer nuestra Corte Suprema se ha tomado muy
en serio el significado etimológico de la casación, pues resulta difícil encontrar una sentencia
casatoria en que (estimada la impugnación), en lugar de declarar la nulidad de la sentencia de vista
se pronuncie revocando la misma. El otro lado de la moneda la representa las impugnaciones
resueltas por el Tribunal Constitucional. Así, son realmente pocas las veces en que el ente
constitucional, al momento de resolver un proceso de amparo en última instancia, declara nula la
sentencia de vista, pronunciándose casi siempre sobre el fondo. ¿Se justifica esta diferenciación?
Creemos que no. El hecho de que el proceso de amparo proteja exclusivamente derechos
constitucionales no puede marcar una diferencia, pues en ambos casos lo que está en juego es
igualmente el derecho la tutela jurisdiccional efectiva y, especialmente el derecho a obtener una
sentencia en un plazo razonable.
NOTAS:
(1) Al respecto: ARRARTE ARINABARRETA, Ana María. Alcances sobre el tema de nulidad
procesal. En: “Ius et veritas”. Año VI. Nº 11. 1995. Págs. 130 y sgtes.
(2) Artículo 122 del CPC.- “Las resoluciones contienen:
1. La indicación del lugar y fecha en que se expiden;
(…)
7. La suscripción del juez y del auxiliar jurisdiccional respectivo.
La resolución que no cumpliera con los requisitos antes señalados será nula (…)”.
(3) Como se sabe, el artículo 171 del CPC establece que “puede declararse [la nulidad] cuando
el acto procesal careciera de los requisitos indispensables para la obtención de su finalidad”. En este
caso, es obvio que, a pesar de faltar la fecha de emisión de la sentencia o la rúbrica del secretario
judicial, la sentencia ha cumplido claramente su finalidad que es poner fin al conflicto de intereses.
(4) Algunas de estas consideraciones ya han sido expresadas en: ZELA VILLEGAS, Aldo. La
delimitación del objeto de la impugnación y la nulidad de sentencias. En: “Actualidad Jurídica” Nº
138. Mayo-2005. Págs. 75-78.
(5) Cabe señalar que, en esta sede, no pretendemos agotar toda implicancia de la relación
entre indebida motivación de sentencias y la nulidad (por exceder el tema de este informe) a la cual
nos abocaremos en otra ocasión.
Documento Actual: Actualizar
Actualidad Juridica -2011/ACTUALIDAD JURÍDICA/INDICE DE TOMOS/Tomo 146 - Enero 2006/DERECHO
APLICADO/ACTUALIDAD PROCESAL CIVIL Y DE ARBITRAJE/INFORME PRÁCTICO PROCESAL CIVIL Y DE
ARBITRAJE/LA POTESTAD NULIFICANTE Y COSA JUZGADA (Aldo Zela Villegas(*))

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