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los monopolios de las grandes compañías coloniales, Inglaterra quiso que se extendieran las
concesiones para todos sus grandes comerciantes, indiscriminadamente. En definitiva,
desde Londres se veía China como un área de futura expansión británica a partir de la
India; y a corto plazo como el más importante mercado para colocar no sólo la producción
de sus nuevas industrias mecanizadas, sino también —y a precios exorbitantes el opio de
India y Persia, cuyo consumo había sido prohibido en China en 1792. Se abrió así la fase de
las llamadas «Guerras del Opio», seguidas de toda clase de avatares, que duraron desde
1839 (comienzo de la primera) hasta prácticamente la proclamación de la República China,
en 1912, con el destronamiento del último emperador de la Dinastía Manchu.
Sin posibilidad material de convertir al «Celeste imperio» por su extensión y su población-
en una colonia, las grandes potencias europeas, la Rusia de los zares y Japón fueron
arrebatándole progresivos privilegios, tanto de carácter comercial como territorial. Así, en
1842 los británicos se instalaron en Hong Kong; en 1857 los rusos consiguieron los
territorios al norte del río Amur; entre 1894 y 1910 los japoneses se hicieron con Corea,
Formosa y las islas Riu Kiu; Francia, Alemania y Estados Unidos lograron importantes
concesiones comerciales, la célebre política de puerta abierta y de concesiones, que
convirtió toda China en un área de influencias económicas de los países industriales. Las
bases militares foráneas en diversos puertos (principalmente en Shanghai) eran la garantía
para el mantenimiento de tales privilegios.
Este largo proceso de despiece del Imperio, y de penetración sistemática, en el que
desempeñaron un importante papel los misioneros católicos y protestantes, culminó en
1900 con la guerra de los Bóxers, originada por grupos políticos de ese nombre (era
boxeadores), xenófobos, partidarios de la expulsión de todos los extranjeros. De modo que
tras la intervención militar conjunta de las grandes potencias, que llegaron a ocupar Pekín
durante algún tiempo, China quedó prácticamente convertida en un país semicolonial.
Ante esa situación, las fuerzas más jóvenes y progresivas presionaban en favor de una
modernización del país, única forma de desembarazarse algún día del intervencionismo de
fuera. Con una élite cultural educada en el extranjero, núcleos de obreros industriales en el
litoral cada vez más reivindicantes, el desmoronamiento general de la administración
imperial y el recurso sistemático a la fuerza militar por los generales para detentar su propio
dominio personal en las provincias, no es extraño que un día se produjese el derrocamiento
del Imperio y la proclamación de la República (1912). Sus dirigentes, y sobre todo el grupo
nacionalista del «Kuomintang» (KMT), formado alrededor de Sun Yat Sen, pretendían
hacer salir a China de su medievalismo económico y de su semicolonialismo político.
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de China (PCCh) con doce miembros, entre ellos Mao Tse Tung y Chu En Lai”. En lo
sucesivo, el PCCh habría de a ser el aglutinante político de las fuerzas campesinas y obreras.
La Historia de China a partir de este momento, y hasta 1949 -año de la proclamación de la
República Popular-, había de ser un continuo enfrentamiento entre el PCCh y el
Kuomintang, por mucho que en ocasiones se produjera la colaboración entre ambas
fuerzas frente a un enemigo común; los señores de la guerra y los imperialismos
extranjeros, en especial los japoneses. Pero en realidad, esos pactos, a partir de la muerte de
Sun Yat Sen en 1925, no tendrían sino un carácter transitorio, de aplazamiento hasta un
final e decantaría en favor del PCCh, por su más amplia base popular, su mejor
organización y su desarrollo de una teoría revolucionaria marxista, con importantes
innovaciones, fundamentalmente en la identificación del campesinado como principal
fuerza revolucionaria.
El primer enfrentamiento armado entre comunistas y nacionalistas se produjo el 12 de abril
de 1927, cuando el nuevo líder del Kuomintang Gel general Chang Kai Chek - decidió
exterminar a los militantes del PCCh en Shanghai. En realidad, fue un episodio más de la
serie de fricciones que se sucedían entre ambos partidos; así como el resultado de una larga
polémica dentro del propio PCCh sobre la oportunidad de seguir colaborando con los
nacionalistas que ya no seguían las máximas de Sun Yat Sen (independencia, nacionalismo y
democracia) y que se habían hundido en el despotismo y la corrupción.
Dentro del PCCh había dos corrientes bien diferenciadas. Una, apoyaba la línea soviética
de persistencia en la colaboración con el Kuomintang y de la futura revolución en el
proletariado urbano-industrial; la facción que así pensaba recibía el apoyo del Komintern y
estaba dirigida por Chen Tu Siu. La otra, encabezada por Mao Tse Tung, no tenía reparos
ante una ruptura con los nacionalistas, y veía la posibilidad inmediata de la Revolución con
base en las masas campesinas. Esta tendencia tuvo su primera expresión doctrinal en un
celebrado trabajo de Mao, Una investigación sobre el movimiento campesino en Hunan,
aparecido en marzo de 1928, donde se registraban las primeras experiencias de la lucha
directa contra los terratenientes, usureros y elementos nacionalistas corrompidos; con el
propósito firme de instaurar gobiernos locales tipo Soviet que llevaran a cabo la Reforma
Agraria.
Los partidarios de la guerra revolucionaria basada en los campesinos pronto fueron la
facción mayoritaria del PCCh, a cuya cabeza figuraron Mao Tse Tung, Chu En Lai, Chu
Té, Lin Piao, y otros dirigentes, los auténticos creadores del “Ejército de Liberación
Popular” (ELP), que en lo sucesivo habría de actuar conforme a un lema bien conocido,
que se convirtió en el aforismo de la moderna guerra de guerrillas: “Cuando el enemigo
avanza, nos retiramos; cuando se para, le acosamos; cuando se retira o se debilita,
atacamos.”
Una Guerra Civil altamente cruenta se desarrolló entre 1927 y 1934. Los nacionalistas, a lo
largo de cinco campañas, fueron limitando los reductos del ELP. En la fase final de ese
proceso, Chan Kai Chek recibió asistencia técnica del Ejército alemán, y en octubre de
1934, casi completamente derrotado, el ELP inició un repliegue general para resistir en un
nuevo baluarte. De esta forma dio comienzo “La Larga Marcha”, desde los antiguos
reductos comunistas de Jiangxi y Fujian (las provincias frente a Formosa) hacia la ciudad de
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Yenan, en la provincia de Shanxi, casi en los confines de la Mongolia interior. Una marcha
de más de 3.500 kilómetros y llena de dificultades. De manera que de los 90.000 soldados
que la iniciaron, tan sólo llegaron a Yenan 30.000.
En tan largo recorrido se confirmó el liderazgo de Mao Tse Tung, y se formó el
núcleo aguerrido de los dirigentes capaces, adoctrinados en el marxismo; y de
sembrar las semillas de la reforma agraria, de la Revolución y de la honestidad del
ELP; que sólo un decenio después habrían de fructificar para la definitiva conquista
de China por Mao Tse Tung.
Durante la guerra Chino-Japonesa, iniciada por la invasión de China en 1937, y
prolongada durante toda la SGM hasta 1945, los ejércitos del PCCh y del
Kuomintang volvieron a colaborar en las grandes líneas de acción frente al enemigo
común. Con la diferencia de que al final de la SGM, el ELP y el PCCh habían
multiplicado su fuerza y su prestigio por 100, mientras que el Kuomintang,
erosionado por la corrupción, el sentido autocrático y la falta de un ideal popular, se
encontraba en trance de desmoronamiento.
Tras varios intentos frustrados de creación de un gobierno nacional en el que entrasen los
dos grandes partidos, ya después de la SGM, en 1946 se reanudó la Guerra Civil, en la que
Chang Kai Chek recibió inicialmente in tensa ayuda militar de EE.UU. Pero los reveses
cada vez mayores de sus tropas hicieron que la Misión estadounidense presidida por el
general Marshall, decidiera en julio de 1946 la suspensión del apoyo norteamericano al
Kuomintang. Marshall, supo apreciar cabalmente en el campo nacionalista los fenómenos
generalizados de desconfianza, inflación, corrupción, fuga de capitales y moral de derrota.
El General estadounidense tomó la más sabia de las decisiones: no implicarse en lo que
habría sido una guerra imposible en China. Y en consecuencia, abandonó al corrupto
Chang, y desvió su atención a Europa (el Plan Marshall), para salvar allí la victoria de la
SGM, frente a las apetencias expansionistas de Stalin.
En el nuevo contexto, el desplome de los ejércitos nacionalistas no tardó en producirse
ante la presión creciente del ELP, armado en buena parte con los stocks y los arsenales que
los japoneses habían dejado en Manchuria en manos de los soviéticos, así como con las
propias armas norteamericanas arrebatadas al enemigo. El 1 de octubre de 1949, en Pekín,
Mao Tse Tung proclamaba la República Popular China en la histórica plaza de Tiananmen.
Salvo el Tíbet - que pasaría a control de Pekín en 1950, y Formosa (Taiwán), retenida por
Chang con el apoyo de EE.UU.-, toda la inmensidad de China quedaba unificada y en paz
tras más de un siglo de convulsiones y veintitrés años de guerra civil combinada con ocho
años de guerra con Japón. Tras veintinueve años, el PCCh, basándose en los campesinos y
en el ELP, llegaba al poder efectivo en 1949. Así se abrió una nueva y revolucionaria página
de la historia china.
Pero antes de entrar en el análisis de las grandes transformaciones operadas por la
Revolución China, debemos hacer un breve paréntesis sobre la estructura económica y
social de la China tradicional, y sobre la política de aislamiento preconizada por EE.UU.
contra la nueva China.
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1.3 La condición humana en la estructura económica anterior a la
Revolución de Mao
Según una estimación de las Naciones Unidas, en 1947 la renta per cápita de China era de
sólo unos 40 dólares por año, la mitad que en la India y muy por debajo de los 250 dólares
por año, la mitad que en la India y muy por debajo de los 250 dólares per cápita del
promedio mundial de entonces.
Un país rural en términos abrumadores, con muy escaso desarrollo de la industria y con
una masiva población agrícola esquilmada por los propietarios y los usureros. El tipo de
interés de los préstamos a que recurrían los campesinos se situaba normalmente al nivel del
35 o el 40 por 100, y los arrendamientos que habían de pagar a los propietarios alcanzaban
de un 50 a un 80 por 100 del valor efectivo de las cosechas. Ello tenía como consecuencia
una agricultura intensiva, casi de jardinería, pero con muy escasa inversión: medios muy
toscos de cultivo, carencia de fertilizantes químicos, labores poco profundas,
desconocimiento de la selección de semillas, etc. Por otra parte, la falta de una política
nacional de conservación de recursos hidráulicos contribuía a las enormes fluctuaciones en
las cosechas, determinadas unas veces por sequías pertinaces y otras por inundaciones
desastrosas.
La gravedad de esas fluctuaciones se veía acentuada por la falta de un verdadero sistema de
transportes a escala nacional y, debido a ello, a menudo se daba la circunstancia de una
aguda escasez de alimentos con hambres exterminadoras en unas regiones,
simultáneamente con situaciones de sobreabundancia y de precios envilecidos en otras no
muy distantes.
La situación de los obreros en las ciudades industriales, sobre todo del litoral, no era mucho
mejor. Todavía en los años treinta y cuarenta eran frecuentes las jornadas de trabajo de
doce o catorce horas. En las fábricas de Shanghai lo normal eran dos turnos de doce horas
cada uno. Las mujeres y los niños, que en conjunto suponían más del 50 por 100 de la
fuerza laboral en la industria, eran objeto de especial explotación, con salarios muy
inferiores a lo que en cualquier otro país podría haberse considerado el nivel de
subsistencia.
La carencia de seguridad social era absoluta; en la China Nacionalista ni siquiera llegó a
existir el seguro de accidentes de trabajo. Las condiciones de vivienda llegaban a límites
infrahumanos, y la educación era casi inexistente para el pueblo. Sólo un 10 por 100 de la
población sabía leer y escribir.
En definitiva, la China anterior a 1949 era un país de economía tradicional, explotado por
una clase mediocre de terratenientes y usureros locales, dominados a su vez por
concesionarios industriales y comerciantes en gran parte extranjeros. En los últimos
tiempos esta situación estaba protegida por el Kuomintang y, sobre todo, por la casta de
militares corrompidos que dominaba el partido que Sun Yat Sen había creado para
modernizar, independizar y democratizar China.
Sobre ese mosaico de problemas, ampliamente diferenciado según las regiones, había de
operar el PCCh en peores condiciones que los bolcheviques en la Rusia de 1917. La mayor
ventaja comparativa era la masiva adhesión del pueblo chino a la Revolución y a sus
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dirigentes, y la casi total identificación con su máximo líder, Mao Tse Tung, y el ELP, que
en su avance hacia el Sur había iniciado la entrega de las tierras a los campesinos,
consumando así la definitiva extinción de los terratenientes y los usureros como clase
explotadora más numerosa.
Pero frente a esta ventaja comparativa, no tardó en surgir otra de carácter negativo. La
situación de aislamiento internacional contra China, un elemento que pasamos a analizar, y
sin cuya debida comprensión no sería posible entender los sucesivos desarrollos de toda la
economía y la política de la República Popular China. Un aislamiento que, por otro lado,
hizo aún más difícil para los occidentales el conocimiento de lo que en verdad sucedía en
China, convertida en el más enigmático coloso, rodeado por una especie de “cordón
sanitario” internacional que, ciertamente, fue cediendo en su eficacia hasta desaparecer en
la década de 1970.
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2.1 Las grandes transformaciones de la Revolución
Como veremos, la escisión chino-soviética también pudo imputarse en buena parte al
propio desarrollo de la Revolución china, que finalmente pasamos a examinar en sus
grandes fases: la Reforma Agraria seguida de la colectivización y las comunas, el Primer
Plan Quinquenal, el “Gran Salto Adelante” y su relativo fracaso, el reajuste subsiguiente, la
«Revolución Cultural», y la nueva política de Den Liaoning.
2.1.1 La reforma agraria
El viejo propósito de Sun Yat Sen, expresado en uno de sus slogans preferidos, «la tierra
para los campesinos», no pudo ser llevado a la práctica en vida del fundador del
Kuomintang, y ni siquiera se aspiró a materializarlo por sus corrompidos sucesores. Fueron
los comunistas, según ya vimos, quienes pusieron en marcha la experiencia de la reforma
agraria durante la década de 1930 en las «zonas liberadas», coincidiendo con la guerra civil.
La reforma era la meta final de la inmensa mayoría del campesinado chino que para Mao
Tse Tung representaba el 70 por 100 en la ponderación de los factores decisivos para
realizar la Revolución.
Una vez configurada la República Popular poder por el PCCh, la reforma agraria se
generalizó a todo el país, y a fines de 1953 estaba prácticamente ultimada. El mecanismo
básico consistió en la confiscación de todas -o parte de sus tierras a los propietarios ricos y
medios, para su redistribución entre los campesinos pobres y los obreros agrícolas
asalariados. La reforma, que se hizo a título individual, significó la difusión máxima de la
propiedad privada y la supresión definitiva de la clase terrateniente, de los arrendamientos
onerosos, de los salarios miserables y del crédito usurario. En definitiva, la reforma supuso
la adhesión de la inmensa mayoría del pueblo chino -120 millones de títulos de propiedad y
unos 500 millones de beneficiarios, a la causa de la revolución. Los políticos chinos, por
primera vez en el siglo XX, no faltaban a sus promesas, hechas no en unas elecciones, sino
a lo largo de una dura guerra revolucionaria.
La reforma tuvo, pues, un tinte marcadamente individualista. No obstante, junto con la
entrega de los títulos de propiedad, se fomentaron una serie de fórmulas de cultivo en
común, como los “equipos de ayuda mutua” y las cooperativas de formación voluntaria.
De hecho, no se hacía sino reforzar entre los campesinos libres algo enteramente lógico en
zonas de minifundio. Formadas con 20 a 50 socios cada una, estas cooperativas voluntarias
ya ascendían a fines de 1956 a un total de dos millones, que agrupaban al 90 por 100 de las
explotaciones agrícolas.
La cooperativización (en cuyos resultados participaban los socios según la cuota de
capital-tierra aportada) constituyó una gran mejora. Permitió un aumento considerable de la
producción y de los rendimientos por trabajador, que habían caído inmediatamente
después de la reforma agraria, debido al fraccionamiento de la superficie rural en
explotaciones de muy reducida dimensión.
Sin embargo, desde el punto de vista de la construcción del socialismo y del comunismo,
las cooperativas tenían un inconveniente para los dirigentes chinos: perpetuaban la noción
de propiedad privada de la tierra. A ello se unía la aspiración de conseguir economías de
escala, merced a explotaciones de mayor extensión y plenamente integradas. Con esos dos
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propósitos, desde fines de 1956 y durante todo 1957, se pasó del estadio de las
“cooperativas elementales de producción”, o cooperativas voluntarias de las que antes
nos hemos ocupado, a las “cooperativas de producción avanzada”, que comprendían
cada una de 100 a 200 de las antiguas explotaciones familiares. De ese modo, a comienzos
de 1958 los 120 millones de explotaciones familiares se habían concentrado en sólo
700.000 cooperativas avanzadas. El paso fue simplemente técnico, de agregación para llegar
a grandes explotaciones. Seguía habiendo propiedad privada, aunque fuera dentro de un
marco cooperativo.
El siguiente paso había de ser la construcción de las “comunas”, figura en las cuales se
combinarían, según veremos, elementos estrictamente de política agraria con los de
organización industrial y administración en el plano regional. Todo dentro del movimiento
para pasar de forma acelerada al comunismo integral. Este invento fue conocido como el
“gran salto adelante», al que nos referiremos con más detalle.
Según parece, el movimiento hacia las comunas tuvo sus orígenes en una iniciativa
espontánea de asociación de una treintena de cooperativas avanzadas. La primera
experiencia se hizo en la provincia de Hunan en abril de 1958, y al tiempo que se iba a la
concentración de una gran superficie bajo una sola dirección, se suprimía por entero el
concepto de propiedad privada. Mao Tse Tung visitó estas primeras experiencias, dio su
aprobación y la formación generalizada de las comunas no se hizo esperar. De este modo, a
fines del mismo año 1958 las 700.000 cooperativas avanzadas se habían transformado en
unas 26.500 comunas; cada una de ellas agrupaba como promedio 4.750 de las antiguas
explotaciones familiares.
La explotación de cada comuna pasó a hacerse por medio de brigadas de trabajo (de 50 a
100 familias cada una, según las zonas), administradas por un Comité elegido, actuante
asimismo en otras áreas de problemas: industrias rurales, comunicaciones, conservación de
aguas, repoblación forestal (a la cual se dio un fuerte impulso), esparcimiento, cultura e
incluso defensa. Como ya se indicó, con la formación de las comunas todas las antiguas
formas de propiedad privada de los medios de la producción rural quedaron abolidas.
Este rápido esfuerzo de colectivización, por lo que parece, fue mucho más espontáneo y
racional que la experiencia soviética de los años finales de la década de 1920 y primeros de
la de 1930, a la que nos hemos referido en 21.3. Sin embargo, los resultados de la
formación de las comunas no fueron totalmente positivos. Coincidiendo con graves
dificultades climatológicas durante 1959, 1960 y 1961 (las eternas secuencias de sequías e
inundaciones) y con una intensa actividad fabril en las áreas rurales, la producción agrícola
cayó de forma muy sensible. La correspondiente revisión del movimiento de las comunas
se introdujo también con gran rapidez, una muestra más de la flexibilidad con que hasta
entonces iba operando el PCCh. Se autorizaron de nuevo algunas formas de propiedad
privada, en concreto hasta un 5 por 100 de la superficie de la comuna, para dedicarla a
cultivos hortofrutícolas; la cría de aves y cerdos, la artesanía doméstica y del los mercados
locales de productos provenientes de la producción privada también fueron autorizados.
Al propio tiempo, se redujo la dimensión media de las comunas, para poder administrarlas
mejor. Su número pasó a unas 76.000, frente a las 26.500 que eran a fines de 1958. La
mejora en la producción no se hizo esperar, y desde mediados de la década de 1960, China
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ya no se vio precisada de hacer las grandes compras de alimentos, especialmente cereales, a
las que sí hubo de recurrir en 1962 y 1963. A ello contribuyeron también otros dos
elementos importantes: las grandes obras de embalses, regadíos y drenajes, que
amortiguaron el «eterno» problema de las sequías y las inundaciones; y la mejora del
transporte interno, que permitió una mejor distribución de los productos a escala nacional.
Aparte de las comunas que, como hemos visto, eran de origen cooperativo, también
existían en China explotaciones estatales, cuyo objetivo era el cultivo extensivo en las
regiones fronterizas de Xinjiang, Mongolia Interior y del Nordeste (antigua Manchuria),
aunque también se crearon en otras áreas del resto del país.
Los efectivos humanos de esas explotaciones promovidas por el Estado fueron
inicialmente gran número de veteranos del ELP, así como muchos de los chinos regresados
del extranjero tras el triunfo de la Revolución. Hacia 1960, últimos datos disponibles en
Occidente, estos “sovjoses” chinos (2.490 en total) representaban una superficie
aproximada de 3,2 millones de Ha, empleaban 2,8 millones de obreros y unos 10.000
tractores, centrándose fundamentalmente en la producción de cereales y carne para el
abastecimiento de los grandes centros urbanos.
a) La recuperación (1949-1952)
El restaño de las profundas heridas económicas de la Guerra Civil se produjo con
asombrosa rapidez. La inflación fue controlada de inmediato con la reforma monetaria y el
control de precios y salarios, que fueron ligados a sendos índices. Paralelamente se dieron
los primeros pasos en el control socialista de la economía. Aparte de la reforma agraria se
nacionalizaron las principales industrias, la banca y todo el comercio al por mayor. Sin
embargo, subsistió en manos privadas -aunque con un fuerte control del Estado la mayor
parte de la pequeña y mediana industria.
b) El Primer Plan Quinquenal (1952-1957)
En 1953 fue aprobado el Primer Plan Quinquenal, y siguiendo el modelo soviético de
planificación, las decisiones se centralizaron en una Comisión Estatal de Planificación,
presidida por Li Fu Chun. El núcleo central de ese Primer Plan consistió en la construcción
de 694 importantes centros fabriles y mineros, de los cuales 156 habían de realizarse con
asistencia soviética. Los resultados, en términos generales, fueron excelentes: rápido
aumento de las producciones, según veremos más adelante, formación de gran número de
técnicos, implantación progresiva de una verdadera administración pública, información
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estadística, y mayor grado de aprovechamiento de la capacidad en las industrias ligeras y en
la artesanía; en las que se hicieron escasas inversiones, precisamente con el objetivo de
disminuir el fuerte potencial ocioso de mano de obra.
Sin duda, el problema más importante que pudo apreciarse en el incipiente proceso de
industrialización fue la aparición de algunos síntomas de - burocratismo, resultado casi
inevitable por la falta de crítica.
c) La fase de transición de «las cien flores» (1957)
Ante las incipientes muestras de rigidez y burocratismo, en marzo de 1957, Mao Tse Tung
planteó una política de liberalización para la crítica. Este fue el tema de un celebrado
discurso, en el que invitaba a que surgiesen por doquier las opiniones críticas, “como cien
flores”.
Las reacciones no tardaron en manifestarse. Un economista del PCCh, Ma Yin Chu,
asumió el papel de protagonista en las críticas frente a la política oficial de la Comisión
Estatal de Planificación y de su presidente Li Fu Chun, centrando sus objeciones
fundamentalmente en los siguientes puntos:
- Una planificación excesivamente centralizada, burocratizada, sin flexibilidad.
- El desconocimiento del óptimo de dimensión y localización para las plantas industriales
de las diversas ramas de la industria.
- La excesiva compartimentación o “departamentalismo” apreciable en la burocracia del
Estado; con sus secuelas de falta de coordinación.
- El movimiento excesivamente rápido y demasiado pronunciado de transferencia del
esfuerzo de industrialización del litoral al interior, con un derroche claro de recursos y de
efectivos humanos cualificados.
- La falta de uso de los precios como incentivos para conseguir mayores niveles de
productividad en la industria.
Estas críticas de Ma Yin Chu, y otras muchas que se suscitaron en torno a la política
seguida durante el Primer Plan Quinquenal no fueron bien acogidas oficialmente. Por el
contrario, provocaron una viva reacción maoísta o de réplica a las actitudes liberalizantes y
flexibilistas, a las que se calificó de “economicismo”. De hecho se estaba combatiendo no
ya la amenaza de una NEP, impensable en la China de 1957, sino del paso a China de las
incipientes tendencias a la liberalización económica.
De hecho, se inició así una clara separación de los puntos de vista soviéticos, que habría de
hacerse más ostensible en las sucesivas secuencias de la Revolución china. La apertura de
esa línea, integrada en la teoría de la continua contradicción preconizada por Mao, no
tardaría en traducirse en un nuevo autodesafío de China, en lo que se llamó “el gran salto
adelante”.
d) El Gran Salto Adelante (1960)
Con ocasión de prepararse el Segundo Plan Quinquenal (1958-1962), el Gobierno de la
República Popular China (RPC), suprimida la libertad de crítica y reinstaurada la expresión
unificada, se planteó la necesidad de forzar el crecimiento económico en un esfuerzo
masivo de colectivización de ele la agricultura y en el desarrollo industrial acelerado.
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Se trataba de industrializar no solamente a base de grandes inversiones y tecnología, en
buena parte soviética, sino utilizando también técnicas intermedias, recursos locales en
todo el país, incluso en las áreas rurales más remotas y con menos tradición industrial, y
haciendo uso de una nueva inversión masiva de “capital humano”. Sintéticamente, el
propósito del GSA consistía en sobrepasar los niveles de producción del Reino Unido –por
entonces todavía la tercera potencia económica mundial- para 1972.
EI GSA consiguió grandes éxitos inmediatos cuantitativos. Por ejemplo, la producción de
hierro y acero, el sector en que se puso más énfasis, se dobló en sólo un año. Lo mismo
sucedió en la minería del carbón, y también se consiguieron fuertes aumentos en otras
producciones. Pero la propia intensidad del esfuerzo, la falta de coordinación, las
catastróficas circunstancias meteorológicas de 1959 a 1960, la falta de claridad de la
Estadística, cada vez más utilizada con fines propagandísticos, y la retirada de la ayuda
soviética en julio de 1960, provocaron una súbita suspensión de los propósitos del GSA,
para pasar a una política de reajuste. Pero antes, debemos hacer algunas consideraciones
sobre por lo menos dos cuestiones que nos parecen importantes: ¿por qué se retiró la
ayuda soviética?, ¿fue el GSA un completo fracaso o tuvo aspectos positivos?
La contestación al primer interrogante no resulta fácil; no básicamente por las
circunstancias en que se produjo el inicio de lo que después sería clara escisión chino-
soviética, sino sobre todo por el cúmulo de ataques que los centros ideológicos y
propagandísticos de ambos países se propinaron mutuamente desde 1960 hasta ahora. En
esa polémica se mezclaron una muy estimable serie de argumentos y contraargumentos que
no aparecían en los primeros estadios.
Sintetizando, podríamos decir que tres por lo menos fueron las razones básicas de la
retirada de la ayuda soviética a China:
- China con su GSA, intentaba quemar etapas, pasando directamente al comunismo, sin
necesidad de un largo periodo transitorio como el que desde 1917 estaba realizando la
URSS. De hecho, esto venía a ser una crítica despiadada de la política soviética de
transformaciones internas progresivas, y de la lejanía aún grande de las metas programáticas
del comunismo.
- Por otra parte, 1960 fue el momento en que tras varios titubeos Nikita Kruchev planteó
en la URSS la política de la “coexistencia pacífica” con el capitalismo. Aparte de otros
posibles detalles, esta política equivalía de hecho a una cierta contemporización soviética-
norteamericana, en cuyo marco la conquista de Taiwán se posponía de manera indefinida y
se venía a aceptar, tácitamente, el aislamiento internacional de China. La agresividad de
China en los nuevos países de África también producía una profunda irritación en la URSS,
más preocupada por su desarrollo económico que por el apoyo a las revoluciones locales
derivables de movimientos guerrilleros en el Tercer Mundo. La tesis de la “coexistencia
pacífica” (URSS) y de la “revolución ininterrumpida” (China) chocaban abiertamente.
- Por último, la URSS se había comprometido en 1958a facilitar a China asistencia técnica
para que ésta construyese su propia bomba atómica. A última hora, tal vez la URSS pensó
que por muy socialista que fuese, no le convenía que su poderoso vecino tuviese tan
formidable arma.
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Estas tres posibles razones explicaban —pero no justificaban-- la retirada súbita de la ayuda
soviética, que ocasionó un golpe feroz a toda la economía china, pues, la construcción de
grandes obras, plantas industriales, centrales eléctricas, etc., quedó inevitablemente
interrumpida, en muchos casos incluso por años. Después, vinieron otros desarrollos en el
creciente antagonismo chino-soviético: la polémica sobre si el capitalismo era un “tigre de
papel”, las reivindicaciones territoriales chinas al Norte del Amur y en Asia Central
Soviética, la diferente actitud ante la guerra del Vietnam, ante la intervención militar rusa en
Checoslovaquia, etc.
Queda ahora la segunda de las dos cuestiones que más arriba nos planteábamos: ¿fue un
completo fracaso el GSA? Desde una óptica occidental muy simplista, así podría parecerlo.
Sin embargo, lo cierto es que con el GSA se consiguió un fortalecimiento de China: una
más clara comprensión de que todo el conjunto chino es una sola nación, y las grandes
migraciones interregionales desencadenadas en esta fase contribuyeron no poco a ello; la
idea de prestar servicio a la comunidad sin esperar un premio inmediato se extendió mucho
más de lo que podría pensarse.
No cabe duda, pues, que aunque no se cubrieron muchos de los objetivos, el GSA influyó
decisivamente en la consolidación del sistema socialista en China.
Con el primer año del GSA se puso término a un decenio de intenso crecimiento
económico en China, que fue seguido de las convulsiones de los años 1959-1960, hasta que
en la segunda mitad de 1960 se adoptó una línea más flexible en la política económica: se
redujeron las ambiciosas metas de crecimiento que se había demostrado eran excesivas, y se
limitó el alto grado de autarquía regional que se había generado con la fuerte dispersión de
pequeñas instalaciones industriales, muchas de ellas claramente antieconómicas. Así, se
volvió de nuevo a los proyectos de gran dimensión de ámbito nacional sobre la base de una
coordinación interregional.
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En pocos textos como en la entrevista que el estudioso de China Edgar Snow le hizo en
enero de 1965, puede apreciarse el estado de ánimo de Mao poco antes de esos
acontecimientos. En aquella ocasión se expresaba en términos de duda, y todavía sin una
previsión clara sobre el futuro. Vacilaba entre abandonar y retirarse, o seguir en la brecha.
“Los chinos que ahora tienen veinte años —dijo, según el citado testimonio de E. Snow—
no lucharon en la guerra, nunca vieron a un imperialista, ni conocieron el poder del
capitalismo... Hay dos posibilidades. Es posible que continúe desarrollándose la revolución
orientada hacia el comunismo, o bien la juventud podría negar la revolución y ofrecer un
lamentable espectáculo: concertar la paz con el imperialismo, promover el retorno de los
restos de la camarilla de Chang Kai Chek, y apoyar a la pequeña proporción de
contrarrevolucionarios que todavía viven en el país.”
La vacilación de Mao duró bien poco; la Revolución Cultural, de impregnación masiva de la
juventud en la ideología de Mao, llegó a todo el país. Ya en agosto de 1966 la balanza del
poder empezó a vencerse claramente a favor de Mao y la Revolución Cultural. El 8 de ese
mes, el Comité Central del PCCh aprobó una Resolución sobre la “Gran Revolución
Cultural” que en dieciséis puntos apoyaba incondicionalmente a Mao, exaltando su
pensamiento hasta casi la deificación. Que la polémica era sobre todo ideológica lo
demuestra el escaso contenido económico de “Los Dieciséis Puntos”, de lo cual da una
idea el número XIV --que reproducimos a continuación , el único en que se desarrollan
algunos aspectos económicos, y como se verá, muy generales.
“La gran revolución cultural proletaria procura capacitar al hombre para que revolucione su
propio pensamiento, permitiendo de ese modo la realización de tareas en todos los campos
con resultados mayores, más rápidos, mejores y más económicos. Si se moviliza por
completo a las masas y se crean formas organizativas satisfactorias, es posible garantizar
que la revolución cultural y la producción no se estorbarán mutuamente y que en todos los
casos se obtendrá un trabajo de elevada calidad. La gran revolución cultural proletaria es
una poderosa fuerza motivadora para el desarrollo de la productividad social de nuestro
país. Es erróneo oponer la gran revolución cultural al desarrollo de la producción.”
En octubre de 1968, dentro de un proceso de aparente desorden, pero con su propia lógica,
Liu Shao Ki fue depuesto de su cargo de Presidente de la RPC, y al año siguiente, en 1969,
con ocasión del IX Congreso del PCCh, Mao recuperaba el pleno control del Partido,
volviendo a ocupar la presidencia de la República.
La tesis final de Mao en el curso de la Revolución Cultural que ciertamente estuvo llena de
incidentes a veces pintorescos, y de excesos, era clara: “La marcha hacia el socialismo no es
irreversible. En una sociedad socialista mal dirigida puede asistirse a una vuelta atrás hacia
el capitalismo, a través del revisionismo. Es un peligro más insidioso que el de una acción
contrarrevolucionaria violenta, porque procede de una evolución pacífica que sustituye a la
revolución; desvía la dictadura del proletariado hacia el revisionismo, que se ve favorecido
por una degeneración de la dirección del Partido y del Estado. Esa situación ya se ha
producido en Yugoslavia; está en trance de repetirse en la Unión Soviética.”
El 25 de octubre de 1971 China Popular fue admitida como miembro de las Naciones
Unidas, en el lugar antes ocupado por China Nacionalista. Así, se consagró mundialmente
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como gran potencia, con su puesto en el Consejo de Seguridad junto a los otros cuatro
grandes: Estados Unidos, URSS, Reino Unido y Francia.
A partir de entonces -y con relaciones cada vez más normalizadas con EE.UU. tras el viaje
de Nixon a Pekín en 1972- China empezó a participar en todas las grandes reuniones
internacionales: la UNCTAD, la Conferencia sobre el Medio Humano, en Estocolmo
(1972); la de Población de Bucarest (1974), etc. En definitiva, la entrada de China en la
ONU contribuyó a disminuir la tensión mundial.
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Estado “protegerá los intereses y derechos del sector, mediante la ley, la supervisión y el
control”.
En la industria, como se puso de relieve en los planes quinquenales 6° y 7° (1981/1985 y
1986/1990), las prioridades se dirigieron a resolver los cuellos de botella más importantes:
en la energía, para poner fin a las severas penurias del suministro de electricidad; en el
transporte, para superar la situación de atraso en los ferrocarriles y atender los
impresionantes aumentos de las necesidades de pasajeros y carga; y en las
telecomunicaciones era preciso agilizar las interconexiones de la inmensa China en sus
relaciones internas y exteriores.
Pero el sector industrial se transformó, sobre todo, por un vasto proceso de desregulación,
que fue permitiendo a las empresas dedicar una parte de sus beneficios a atender el mejor
desarrollo de las inversiones, o a pagar pluses a sus trabajadores, vender en el mercado libre
por encima de una cierta cantidad oficialmente establecida; y retener parte de las divisas
obtenidas por exportación. Se introdujo, además, el derecho de despido de los obreros
ineficaces, y el acceso cada vez más libre al crédito bancario. Las nuevas fórmulas
establecieron la posibilidad de vender acciones a los propios obreros, a otros ciudadanos, o
incluso en la bolsa de valores.
Otro instrumento introducido para estimular la productividad industrial y el desarrollo de
toda clase de servicios, fueron las zonas económicas especiales (ZEE), de las cuales la
primera y más importante es la de Shenzhen; en la frontera misma con Hong Kong, que se
puso en marcha no sólo para aprovechar los excedentes de capital del todavía enclave
británico, sino para preparar psicológicamente el retorno a la soberanía china de ese
territorio (en 1997), y el del Macao portugués (en 1999).
En las ZEE, se impulsó la iniciativa extranjera, con toda clase de facilidades, para atraer a
suelo chino industrias de alta intensidad de capital, y tecnologías de punta; así como nuevas
formas de organización que luego pudiesen ser un modelo para el resto del país.
En definitiva, con las cuatro modernizaciones, China experimentó un importante progreso,
quebrantándose la fosilizada estructura económica anterior para agilizar la economía en la
dirección de un nuevo sistema que los propios chinos pasaron a denominar ambiguamente
mercantilsocialismo.
Todos los planteamientos hechos por Zhao Ziyang -sucesor aparente de Den Xiaoping -
con ocasión del XIII Congreso del PCCh (octubre de 1987), implicaron una buena dosis de
optimismo. Claro que también hubo escépticos sobre la continuidad sin sobresalto de la
experiencia; al no descartarse la posibilidad de una marcha atrás como consecuencia de un
principio de austeridad, de vuelta a las primeras esencias maoístas. “Sinceramente (dice el
autor de este libro) creo que esta eventualidad es cada vez más lejana. Frenado el paraíso
que se les prometió en los primeros tiempos revolucionarios, los chinos ya han probado el
fruto del árbol del capitalismo; y parece que no les ha disgustado. Un retorno a la
austeridad, al centralismo y a los planteamientos heroicos, parecen planteamientos
imposibles.”
Durante los años 1990 y 1991 -la crisis del Golfo favoreció a China al desviar la atención
mundial al Oriente Medio - las relaciones internacionales de Beijing fueron normalizándose,
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y el gobierno de Li Peng se planteó nuevas metas de crecimiento para frenar el descontento
de la población.
En este sentido, se abrieron nuevas zonas económicas especiales para la inversión según los
métodos capitalistas. Y se dieron facilidades para adoptar mecanismos más flexibles en el
propio interior del país, al objeto de impedir una dualización del sistema productivo chino.
Por lo demás, y al margen de la recesión de los países industriales del Norte durante los
años 1990/92, China continuó creciendo a ritmos inusitados.
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En definitiva, la aceptación por China de nuevas reglas y la prestación de más sólidas
garantías ha contribuido a que el capital foráneo crezca y al tiempo se diversifique. A tales
efectos será bueno precisar que una gran parte del capital extranjero de los últimos 20 años
ha procedido de Hong Kong y Taiwán (los chinos de ultramar). En un fenómeno
particularmente intenso en Hong Kong, que literalmente se vació de fábricas en su
territorio para irse al continente, a fin de polarizar en su propia demarcación como Región
de Régimen Administrativo Especial -desde la salida de los británicos en 1997- su actividad
en comercio internacional, finanzas, y nuevas tecnologías. .
Por lo demás, ha de señalarse también que los chinos de ultramar tienen las máximas
facilidades para desenvolverse en el continente, por razones de idioma, relaciones familiares
- la fidelidad entre parientes reviste en China la máxima importancia - y el mejor
conocimiento de la idiosincrasia local, en la que los foráneos tardan un tanto en entrar.
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en 1978 se inició el crecimiento acelerado. Los ríos y lagos están contaminados y sin vida
por la lluvia ácida; los residuos se acumulan, y las exigencias energéticas conducen a fuertes
emisiones de carbono. Todo eso y muchas más cosas necesitan de cambios, especialmente
de cara al Protocolo de Kioto-bis (o de Copenhague), cuando China, que ya es el primer
país industrial y también el máximo contaminador del planeta, tendrá que asumir sus
responsabilidades de disminuir sus emisiones.
No cabe dejar en el olvido la adopción de una política de derechos humanos con la revisión
de las leyes penales, para entre otras cosas, acabar un día con la pena de muerte, que
despiadadamente siega la vida de miles de chinos cada año, por delitos que en Europa
Occidental a veces no superan el nivel de meras infracciones administrativas.
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