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BLOQUE 3 – CLASE 11

DERECHO PROCESAL PENAL

Luego de haber estudiado los principales conceptos del Derecho Penal Parte General, y de
algunos delitos determinados en la parte del Derecho Penal Especial -relativos o vinculados
a la actividad de los cursantes-, en esta unidad se verá el Derecho Procesal Penal, en dos
clases.
En esta clase, la anteúltima de esta materia, se explicará en qué consiste el Derecho
Procesal Penal y cuáles son las principales garantías que lo regulan.

1. FUNDAMENTOS
Hemos visto que el principio de legalidad propio de un Estado de derecho exige que las
leyes prevean las conductas que son consideradas delitos, como también las penas, es
decir, las consecuencias jurídicas que debe soportar el responsable.
La comisión de un hecho punible es lo que legitima el ejercicio de la pretensión punitiva
estatal. Pero esa potestad que tiene el Estado de imponer una sanción al delincuente debe
ejercerla mediante la realización previa de un proceso, en el cual se juzgue el comportamiento
del presunto responsable.
El principio nulla poena sine culpa, (que viéramos al comienzo) en cuya virtud nadie puede
ser castigado si no es culpable, determina que en todos los casos será necesario verificar
la culpabilidad del imputado mediante la sustanciación del juicio penal.
Mientras que la ley penal (derecho de fondo, ley sustantiva, o léase Código o leyes
penales), establece las conductas delictivas y las penas aplicables a quien las realice, la
ley procesal (adjetiva o de forma, o léase Código de procedimiento) proporciona las reglas
a través de las cuales debe ser investigado el delito y atribuida la responsabilidad del
agente.
El Derecho procesal penal es entonces instrumento del Derecho penal de fondo, ya que
prepara y organiza el escenario que éste precisa para ser efectivo. Sin Derecho procesal
penal no puede formalizarse el Derecho penal: sólo a través de la sentencia que se dicta
luego del proceso vuelve a ser restablecido el orden social alterado por un delito, mediante
la imposición de un a pena o una medida de seguridad.
Según sean las estructuras del Estado, cambian tanto su organización judicial como el
sistema procesal. Así, mientras en un Estado de derecho la justicia se organiza en forma
independiente del poder político, en un estado totalitario la administración de justicia se
encuentra confundida con los otros poderes gubernamentales (Ejecutivo y Legislativo). Un
Estado democrático prevé un procedimiento en el que las diversas funciones (acusación,
defensa y decisión) se encuentran adecuadamente garantizadas, mientras en los sistemas
autoritarios se concretan en el juez las funciones del proceso.
En consecuencia, el fundamento del Derecho procesal penal es el deber del Estado de
garantizar la realización de justicia a los ciudadanos, lo que se corresponde a la idea del
Estado de derecho. La administración de justicia logra la más acabada materialización del
ideal de justicia en la sentencia, pues permite obtener un efecto positivo en la vida social,
que se había visto alterada por la comisión del delito.

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2. CONCEPTO

El Derecho procesal penal es el conjunto de normas jurídicas que regulan la actividad


jurisdiccional del Estado, disciplinando los actos constitutivos del procedimiento necesario
para decidir si debe imponerse una sanción. El comportamiento de quienes intervienen en
el proceso es regulado aun contra su voluntad.
Así entendido, el derecho procesal penal permite la realización del derecho penal de
fondo, ya que sus normas comienzan a aplicarse cuando se plantea un conflicto entre la
sociedad y un individuo sospechoso de haber cometido un hecho punible. El procedimiento
penal es el escenario que necesita el derecho penal para poder ser efectivo: sin proceso no
podrían lograrse los fines de la pena.
En consecuencia, las disposiciones propias del Derecho procesal penal regulan el único
modo posible de proceder ante el Poder judicial con el objeto de obtener una sentencia
que restablezca el orden jurídico alterado.

2.1. Principios o garantías constitucionales.


El proceso penal es una investigación institucionalizada, regida por las reglas de
procedimiento que aseguran tanto el objeto como la forma cómo se llevará a cabo. Las
partes no pueden convenir libremente ni lo que van a investigar, ni la forma de hacerlo.
Así, por ejemplo, el orden jurídico establece que lo que se ha de investigar es un delito,
el tiempo que debe transcurrir para que se termine el trámite, la forma como se obliga
a las partes a participar, y que la decisión expresada en la sentencia se ejecuta.
Dado que la constitución nacional es la base fundamental de todo el derecho, a ella
deben ajustarse todas las normas de naturaleza procesal. Consiguientemente, los
principios constitucionales actúan como reguladores de la actividad procesal,
garantizando tanto el interés colectivo como el individual.
A pesar de que en materia procesal las provincias no han delegado al Estado federal la
potestad de legislar, reservándose por lo tanto el derecho de asegurar su
administración de justicia, dictando y aplicando la ley procesal, todo el ordenamiento
legal que ellas establecen debe respetar la Constitución Nacional.
Desde entonces el proceso penal se ha estructurado sobre la base de procurar un
cuidadoso equilibrio entre el interés por averiguar la verdad, y la necesidad de
garantizar los derechos de las partes en general, y del acusado en particular. La teoría
del proceso es consiguientemente “formal” en el sentido de que las reglas establecidas
son obligatorias. Así, el orden jurídico prevé normas de procedimiento, vincula al juez a
su cumplimiento y lo controla, sancionando su inobservancia mediante la nulidad de
las actuaciones realizadas al margen de las reglas previstas.

a.- Igualdad ante la ley.


El art. 16 de la const. Nacional establece que “todos los habitantes son iguales ante
la ley”. En su proyección al derecho procesal penal, el principio se traduce en que
todas las personas, en igualdad de circunstancias, han de tener la posibilidad de
actuar o ser juzgadas ante los mismos jueces, con iguales formalidades, facultades,
poderes y exención de la tasa judicial a quienes obtienen carta de pobreza, o en la

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oportunidad de proveer a la defensa oficial a aquellos sujetos que carecen de medios
para contratar un defensor particular.
b.- Supresión de fueros y privilegios.
Estrechamente relacionado al principio de igualdad ante la ley, el mismo art. 16
prevé que en “la Nación Argentina no hay prerrogativas de sangre ni de nacimiento;
ni hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza”.
Como consecuencia de ello, nadie puede invocar privilegios ni prerrogativas para ser
juzgado, lo que trae aparejado que todo ciudadano debe ser enjuiciado por los jueces
comunes a todos, de acuerdo al sistema judicial establecido.

c.- Juicio previo (legalidad procesal).


El art. 18 de la const. Nacional establece que ningún habitante podrá ser penado sin
juicio fundado en ley anterior al hecho del proceso.
Lo que este principio procura es impedir que alguien sea sancionado sin que antes
se le haya formulado un juicio regulado por una ley previa al hecho por el que se lo
juzga.
A su vez, es necesario que nadie sea condenado sin que previamente se le formule
el correspondiente juicio para acreditar su culpabilidad (nulla poena sine iuditio).
Consiguientemente, se puede sostener que el poder punitivo del Estado se encuentra
condicionado por la actividad jurisdiccional previa a la sentencia.

d.- Defensa en juicio.


Como consecuencia directa del anterior, nuestra Constitución Nacional prevé en el
mismo art. 18 la inviolabilidad de la defensa en juicio de la persona y de sus
derechos. El proceso penal, además de ser limitador del poder punitivo estatal, sirve
de suficiente garantía a todos los particulares que intervengan en él, sea en calidad
de acusadores como de acusados.
El principio de inviolabilidad de la defensa en juicio resulta vulnerado cuando se
impide a las partes ser oídas en el proceso, o se les niega algún derecho procesal.
Así, por ejemplo, el de producir las pruebas que han ofrecido con la finalidad de
acreditar el derecho que invocan.

e.- Juez natural.


Debe entenderse como juez natural al impone la const. nacional para que intervenga
en el proceso. Así, el art. 18 impide que el acusado por la comisión de un hecho
punible, sea “sacado de sus jueces naturales designados por la ley, antes del hecho
de la causa”.
Lo prohibido es entonces sustraer al acusado de su juez legal y someterlo a
tribunales de excepción. También, instaurar un tribunal ex post facto, es decir,
establecido con posterioridad a la comisión del hecho que origina el proceso.
Por el contrario, este principio no es lesionado cuando a lo largo del juicio se producen
cambios en la composición del tribunal, dado que la existencia del juez natural no
requiere identidad física entre el magistrado que intervino al comienzo del proceso, y
el que lo prosiguió o culminó. Tampoco cuando una ley posterior establece un cambio de
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competencia, salvo que ello empeore la situación del imputado –art. 2 del Código Penal-
.
f.- Ne bis in idem.
Se concreta en la máxima de que ninguna persona puede ser perseguida
procesalmente más de una vez por el mismo delito. Es decir lo que se prohíbe es la
múltiple persecución penal en forma simultánea (dos o más procesos a la vez) o
consecutiva (iniciar un nuevo proceso luego de la conclusión de otro), a la misma
persona por el mismo hecho delictivo.
El principio no está reconocido expresamente en la Constitución Nacional, sino que surge
implícitamente del art. 33. No obstante, a partir del año 1994, con la incorporación de los
Tratados internacionales, éstos sí lo hacen.

g.- Principio de inocencia.


Tampoco el principio de inocencia se encuentra consagrado expresamente en
nuestra Constitución Nacional, aún cuando se lo pueda deducir del principio de
legalidad procesal previsto en la primera parte del art. 18 ya visto.
El estado jurídico de inocencia puede ser destruido sólo luego de un proceso y
mediante una sentencia condenatoria firme. Sin embargo ello no impide que durante
el proceso puedan tomarse medidas cautelares contra los derechos del imputado,
propiedad y aún su libertad, cuando la ley así lo autorice.

h.- Arresto por autoridad competente.


El art. 18 de la Const. Nacional dispone que nadie puede ser “arrestado sino en
virtud de orden escrita de autoridad competente”.
Por autoridad competente debe entenderse aquella a la que la propia const. ha
encomendado la función de administrar justicia. De esa manera se garantiza la
libertad de las personas frente a la pretensión punitiva del Estado.
El requisito de que toda detención debe estar precedida por orden de autoridad
competente reconoce una excepción en los supuestos en que el arresto se produce
por haber sido hallado el sujeto in fraganti en la comisión de un ilícito. De esta
excepción surge la facultad de aprehender a una persona sin orden judicial.

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