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Titulo Ponencia: Desacuerdo, política y alteridad. Una reflexión sobre las tesis de
Rancière.
Autores: Gramajo, Martín (UNRC) (mng_yo@hotmail.com) y Gramajo, Darío
(UNRC) (dsgrama@hotmail.com)
Área temática a la que se presenta el resumen: 2. Área Teoría y Filosofía Política
Subárea temática: 6. Filosofía Política Contemporánea
2. Desarrollos recientes en la teoría política contemporánea
Resumen
Esta ponencia considera al tema de la alteridad como uno de los temas de
reflexión vigente en la actualidad de la filosofía política. Para ello se propone desde el
análisis de Jacques Rancière sobre el desacuerdo y la democracia construir un
andamiaje que nos permita pensar el concepto del otro. Arribando al concepto de la
alteridad que presume la obra de Rancière, proponemos hacer una lectura critica sobre
el mismo a partir de la propuesta de Levinas para pensar la misma situación.
Abstract
This paper considers the issue of otherness as a reflection of the issues currently
in force in political philosophy. We propose from the analysis of Jacques Rancière on
the disagreement and democracy to build a scaffolding that allows us to think the
concept of the other. Arriving to the concept of otherness which boasts the work of
Rancière, we propose to make a critical reading of the same from Levinas´ proposal to
think the same situation.
2
i. Introducción
1
Como muchos autores, preferimos traducir pólis por comunidad debido a la
carga semántica que “ciudad” (prov. del latín civitas) posee en la actualidad.
2
Liddel, H. George; Scott, R (1996), A greek-English Lexicon, Clarendon,
Oxford, p. 1434.
3
Los textos de Rancière que tomaremos como base de nuestro análisis son:
(2007a), El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires;
(2007b), El odio a la democracia, Amorrortu, Buenos Aires.
(2007c), En los bordes de los político, La Cebra, Buenos Aires
3
ii. El desacuerdo
4
Rancière, J. (2007a), El desacuerdo. Política y Filosofía, Nueva Visión, Buenos
Aires.
5
Op.cit. p. 11.
4
En el capítulo primero del libro El Desacuerdo, Rancière hace una relectura de
los textos de Aristóteles y afirma que en la época clásica la política nacía allí donde la
justicia, entendida como repartir a cada parte lo que le corresponde, comienza a
desequilibrarse. La sociedad estaba dividida en tres grandes grupos, la aristocracia, la
oligarquía y el pueblo. Cada grupo representaba para Aristóteles una determinada forma
de gobierno. Si la aristocracia se distinguía por ser el gobierno de los mejores, la
oligarquía lo hacía por ser la poseedora de los bienes económicos. Sin embargo, lo
propio del pueblo y del Régimen que este podía instaurar (democracia) era la libertad.
Al respecto y con gran agudeza, Rancière pone en evidencia que existe en esta
caracterización una incongruencia. Si bien esta era una forma normal de comprender y
describir la composición de la sociedad, existía aún una forma más primigenia que por
su misma condición estaba ya supuesta en esta: estamos hablando de la división entre
hombres libres y esclavos. Estos primeros eran aquellos que tenían derecho a participar
del gobierno de la pólis, a exigir el cumplimiento de sus derechos, a realizar toda
actividad que quisiera siempre y cuando estuviera en el marco de la ley. Lo interesante
de todo esto es lo siguiente: resulta evidente que los tres estratos sociales mencionados
en el primer momento responden a una subdivisión de uno de segmentos de la partición
primera, es decir de los hombres libres 6 . Ahora bien, la contradicción aparece en tanto y
en cuanto lo que es propio de los hombres libres resulta ser lo característico del pueblo
(la libertad). El démos en verdad, tiene como propiedad aquello que es común a todos
los ciudadanos por el simple hecho de no poseer nada (ni areté –virtud-, propia de la
aristocracia, ni dinero, propio de la oligarquía). Sin embargo, esta situación hostil para
con el pueblo es, según sostiene el autor, la puesta en escena del litigio:
6
Al respecto de la libertad, podemos agregar que incluso este atributo era
necesario para distinguir la que era una pólis de la que no. En la segunda nota en la
traducción del libro Política de Aristóteles, Manuel García Valdéz sostiene lo siguiente:
“La pólis era la forma perfecta de sociedad civil; sus rasgos esenciales eran: extensión
territorial reducida, de modo que sus habitantes se conocieran los unos a otros;
independencia económica (autarquía), es decir, que produjese lo suficiente para la
alimentación de su población; y, especialmente, independencia política (autonomía), es
decir no estar sometida a otra ciudad ni a otro poder extranjero”. Aristóteles (2003),
Política, traducción y notas: Manuel García Valdés (cedida por Editorial Gredos), RBA
Coleccionables, Barcelona, p. 3.
5
“La masa de los hombres sin propiedades se identifica con la
comunidad en nombre del daño (tort) que no dejan de hacerle aquellos
cuya cualidad o en cuya propiedad tienen por efecto natural empujarla
a la inexistencia de quienes no tienen “parte en nada”. Es en nombre
del daño (tort) que las otras partes le inflingen que el pueblo se
identifica con el todo de la comunidad” 7 .
7
Op.cit., pp. 22-23.
8
Op.cit., p. 21.
9
Op.cit., p. 23.
10
Op.cit., p. 17.
6
la comunidad, y los títulos para obtener esas partes y las axaí que dan
derecho a la comunidad”. 11
11
Op.cit., p. 18
12
Op.cit., pp. 25-26.
7
comprenderla y hay que comprender que hay que obedecerla. Y para
hacer esto es preciso ser igual a quien manda”13 .
13
Op.cit., p. 31.
14
Aristóteles (2003), Op.cit., p. 8.
15
Op.cit. p. 16.
16
Rancière (2007a), Op.Cit., p 39.
17
Op.cit., p. 42.
8
entonces se entiende en este reconocimiento de los oprimidos, que dejan de hacer ruidos
y sus palabras se hacen inteligibles para sus opresores, dejan de ser mortales para ser
hombres, “seres que inscriben en palabras un destino colectivo”18 .
18
Op.cit., p. 39.
19
Op.cit., p. 43.
20
Op.cit., p. 44.
21
Op.cit., p. 58.
22
Op.cit.,p. 8.
9
La diferencia en la concepción de lo justo, de lo útil, de la parte de las partes, es
propia de toda sociedad. Siempre, sobre un mismo concepto se pone en juego distintas
perspectivas que responden a distintos intereses, y aquella parte de la sociedad que
pueda ejercer su hegemonía en nombrar lo justo y lo injusto, lo útil y lo nocivo, es
quien instaurará el orden de lo policial. Sin embargo, la parte que se quedó sin parte, la
que fue acallada, queda excluida pero aún disputa y tiene en sí la posibilidad de
disputar esta significación. Cuando la disputa se hace efectiva estamos en presencia
como hemos visto de la política. No obstante, la irrupción de la política es un escándalo
que busca ser reordenada por todos los medios posibles. Justamente, sostiene Rancière,
el intento de establecer un (nuevo) orden es la tarea que lleva a cabo la Filosofía. Por
ello es que dice que, cuando esta aparece lo hace en pos de desterrar a la política de la
escena de lo social.
Para Rancière esta lógica propia de la política posee su correlato en uno de los
regimenes que más se han difundido en nuestra época y que acusa origen el la época
clásica: la democracia. Justamente este concepto es el que analizaremos a continuación.
Sin lugar a dudas este concepto está en boga. Todos tenemos noción de que ha
sido banderas incluso para llevar a cabo gestas atroces como la invasión de un país por
parte de otro, sólo para brindarles al pueblo oprimido el “beneficio” de la libertad, de la
autonomía. Muchos son los pensadores que han partido de sus preceptos para oponerse
totalmente a las expresiones totalitarias (o a lo que se suponen que lo sean), como
forma alternativa al imperio de la violencia. Por lo general (aunque no exclusivo), estos
discursos surgen de los grandes focos de poder, son palabras de los señores, que dirigen
su mirada crítica ante las praxis de los oprimidos.
Sin embargo, más allá del hado idílico que muchas veces acompañan estos
discursos, Rancière percibe una hipócrita contradicción: por un lado, nos encontramos
con la situación de que muchos pedidos sociales de ciertas minorías fueron acogidos en
el seno de la legislación, y por otro, que estos sucesos generan una reacción de odio,
justamente rechazo a aquello que dio la posibilidad que esos “excesos” fueran tenidos
10
en cuenta 23 . Y “casualmente”, muchos de quienes hacen este tipo de afirmación o
toman partido en estas reacciones son voces del establishment, quienes se postulan
garantes del republicanismo y la demcoracia.
Sin embargo, Rancière reconoce que la excusa dada por el filósofo griego es
insatisfactoria, que esconde en su seno una noción mucho más profunda, que su rechazo
a este sistema de gobierno no tiene que ver solamente por quienes lo llevarían a cabo,
sino porque, principalmente, este régimen de organización política pone en evidencia
la verdadera realidad de lo político –la cuenta errónea de la democracia: aquello que
analizamos en el apartado anterior acerca de la condición inherente de toda sociedad
basada en la lógica del desacuerdo 25 . Dice Rancière:
23
Rancière, J. (2007B) El odio a la democracia. Amorrortu editores, Buenos
Aires, p. 9-13.
24
Op.cit., p. 56.
25
Al respecto dice Rancière: “la divertida sociología (…) conjura el
presentimiento de un mal más profundo: el del que lo innombrable democracia sea, no
la forma de sociedad reacia al buen gobierno y acomodada para el malo, sino el
principio que instaura a la política fundando el “buen gobierno en la ausencia de
fundamento”. Op. cit., p.58-59.
26
Op. cit. p. 58.
11
La política entonces encuentra en la democracia su medio de expresión más
propio y el odio que esta produce tienen que ver con esta característica, con el
reconocimiento de que este régimen, por el mismo principio que lo estructura, a saber,
la libertad, pone en riesgo la irrupción de los que no tienen parte, de aquellos sin voces
que hemos mencionado. La vuelta y la paradoja que se instala en los grupos de poder
tiene que ver con esto: buscar la instauración de la democracia como sistema de
gobierno de tal manera que no sea democrático.
27
A este principio Rancière lo denomina arché, en relación a la doble
significación que el mismo posee, es decir como principio y como mando. Op. cit., p.
60.
12
confunda con la simple relación respecto del padre de la tribu o el
padre divino”28 .
28
Op.cit., p. 62.
29
Op.cit., pp. 62-63.
30
Op.cit., p. 72.
31
Op.cit., p. 74.
13
oligarquía 32 . En este sentido, Rancière sostiene que el sistema político democrático no
es más que un nuevo intento de la eterna oligarquía por mantener su poder y hacer que
los demás actores sociales lo reconozcan. La democracia como organización social, no
es más que un nuevo intento por borrar la verdadera Democracia, la esencia de lo
político. No es más que un sistema policial con vistas a normalizar y acallar a quienes
no son iguales. Esto, sostiene Rancière explica que los mismos “demócratas” y/o
también los “republicanos”, quienes instan con estructuras organizativas democráticas
sean los mismos que expresen el odio y el rechazo a los “excesos” que la libertad
democrática genera. De este modo puede comprenderse la dualidad propia de la
democracia, el doble discurso que en torno a ella se genera:
Sin embargo, siendo justos con sus palabras, aún reconociendo esta facultad
normativa del régimen democrático, Rancière afirma que éste se presenta mixturado.
Dicho de otro modo, a diferencia de las otras formas de organizació n política que se
conocen, la “ventaja” que la democracia posee es el hecho de que las presiones
producidas por las luchas democráticas de los “sin voz” tiene n mayor posibilidad de
impacto 34 . Sin embargo, esto no se debe a una bondad propia del sistema ni a un
reconocimiento de los opresores, sino que es fruto de las continuas luchas y
reivindicaciones de los grupos oprimidos: “La democracia es la comunidad de la
32
Op.cit., p. 76.
33
Op.cit., p. 103.
34
Op.cit., p. 104.
14
partición, en el doble sentido del término: perteneciente a un mismo mundo que sólo
puede declararse en la polémica, reunión que sólo puede hacerse en el combate”35 .
Este es sin duda el gran aporte que Rancière y autores afines hacen a la reflexión
de la problemática. En contra de cierta tendencia a concebir de manera simple la
institución de lo social, estos ponen en tela de juicio que la alteridad, lo otro, es parte
constitutiva de la misma, y que esta parte de los no tienen parte no son borrados de ella,
sino simplemente ocultados, sometidos. La alteridad entonces, no pasa a ser un
concepto menor, sino que un constituyente de lo social, tan indispensable como la
misma oligarquía. Y a su vez, por la misma lógica de la política, es algo siempre
presente y siempre en posible irrupción.
35
Rancière, J. ( 2007c), pp. 73-74
15
realidad. En este sentido, y teniendo en vista que lo que se disputa es algo importante,
estos actores entran en conflicto, se convierten en adversarios.
En este punto vale hacer una aclaración. Por lo general toda adversidad supone
un acto de violencia. Esto sobre todo es sugerido por el modo en que los oprimidos
“piden” ser reconocidos como parte del todo, y por lo tanto, herederos por igual de los
bienes de la comunidad: el grupo produce una irrupción en la escena de lo social. El
término supone que algo o alguien generan una entrada a un lugar ocupado, por lo que
para entrar necesita hacer un corrimiento de lo que ya estaba para darle lugar. Esta
cesión en el reparto de lo sensible en ningún caso es voluntaria.
Ahora, si bien es posible que hacer esta lectura aún queda un punto insoslayable
al cual no podemos dejar de hacer referencia. Catalogar a los oprimidos como
“violentos” es una necedad al lector atento, una mirada segmentada de la realidad. La
irrupción de este grupo social sólo es entendible como respuesta a una violencia
primera. Los sin voz no son generadores de la violencia sino que son quienes en
principio la padecen. La estructura social ordenada a partir de los intereses de la
oligarquía es el acto de violencia fundacional, es el acto que, sin fundamento, determina
a gran parte de la comunidad a no tener parte en ella.
16
tercer lugar, instituye a la primera persona, el “yo” o el “nosotros” del
interlocutor, como representante de una comunidad”36 .
36
Rancière, J. (2007a), Op.cit., p. 67.
17
queda fuera de sus límites algo. Más allá de sus límites, se supone, no existe nada pues
el régimen todo lo abarca y controla. Esta es la idea de nominarlos sin voz. Si el logos
es lo propio del hombre, y los oprimidos no lo poseen, es porque ellos no son ellos sino
que son un objeto que me pertenece. El temor que produce la irrupción de los otros,
también es por el hecho ser de un reconocimiento de no estar solos, de que frente al
nosotros existe un ello que pone en tela de juicio mi dominio. Sin lugar a dudas cuando
el nosotros oligárquico llega a reconocer el ello de los desposeídos es el momento que
Rancière entiende que comienza la política. Cuando se da ese reconocimiento es porque
ya ellos no sólo hacen ruidos sino que son capaces de generar demandas y hacerse
entender.
Esta situación desde la perspectiva del nosotros de los sin voz parece tener una
breve distinción. En principio, porque el reconocimiento del nosotros colectivo parece
no ser inmediato, sino que tarda en construirse. El último párrafo citado de Rancière
parece sugerirlo. El Yo oprimido al principio no reconoce su situación. Sólo lo hace
cuando este puede reconocer en otros tú la misma situación. El obrero explotado se
reconoce como tal en conjunto con otro obrero. Y sólo si estos Yo-Tu se convierten en
nosotros pueden tener la fuerza de reconocerse como seres parlantes y buscar irrumpir
para reclamar por su derecho a la igualdad. Siguiendo el ejemplo antes mencionado,
solo el obrero puede hacer oír su voz si se conforma en un movimiento, en un nosotros.
La instauración de este nosotros hace identificar las demandas y señala al opresor, al
otro totalmente otro. Hacía él va dirigidos todas sus voces para que sus palabras se
vuelvan inteligibles.
Aún queda una cuestión más a tratar: el movimiento que produce la política y la
relación entre los dos sectores. Como hemos dicho con anterioridad, cuando los sin voz
logran hacerse oír, cuando la política genera el escándalo, cuando afloran los principios
de la democracia, los desposeídos irrumpen la estructura policial para reclamar su
parte, lo cual puede tener dos corolarios: o es negada esta alteridad (por violencia o por
la Filosofía diría Rancière), o esta entrada produce tal cambio que trastoca todo
estructura social existente teniendo por correlato la creación de un nuevo orden (y por
lo tanto con nuevos excluidos). Ahora bien, si analizáramos este proceso con las
categorías que venimos trabajando, tendríamos que afirmar que desde lo policial, el ello
reconocido pasa a ser parte de un nosotros. Más allá de lo trágico que suena esto en
tanto y en cuanto no hay una posible solución “feliz” que incluya a todos los miembros
18
de la comunidad lo interesante que desde la lógica que presenta Rancière, una vez más
nos encontramos con el mismo modo de proceder, es decir lo otro se concibe como
totalmente otro (negación), o es asumido por el nosotros (nueva institución de los
social). Justamente esta es la imagen más nítida que se nos puede presentar en torno a la
alteridad: lo otro no se concibe como otro en la medida de que nunca se establece la
relación Yo-Tu que la alteridad supone, sino que siempre es negada ya sea tanto en la
destrucción del otro, como en la subsunción de lo alter en el nosotros.
La consecuencia que vemos que trae este tipo de pensar si no es matizado están
a la vista: sería imposible pensar una política de la diferencia donde se busca reconocer
los derechos de todos los sectores sociales, pero a su vez que estos puedan mantener su
identidad. Por ello vemos necesario que al magistral diagnóstico de Rancière, hacerle
una pequeña modificación que en este momento sólo nos es posible apenas esbozar.
v. La ética y la alteridad
Creemos que uno de los autores que pueden salir en nuestro auxilio para
comprender de una forma más cabal el problema de la alteridad es Emmanuel Levinas.
Sin embargo, en principio, para poder avanzar en la reflexión sobre el otro, el filósofo
lituano propone primero comprender la misma experiencia del Yo, de lo que el llama el
Mismo.
19
una realidad que es otra, soy a pesar de esta dependencia, o gracias a
ella, libre” 37 .
Para Levinas, aún dependiendo del mundo, el hombre habita el suelo con toda
potencialidad, todo está a su disposición, y este poder sobre las cosas, esta capacidad de
suspender la alteridad de las cosas es la modalidad del Mismo 38 . Las cosas que toma no
son algo que están fuera de él, sino por el mismo hecho de su poder, están forman parte
de sí, una totalidad.
Por lo tanto, la pregunta que supone esta afirmación es cómo se logra justificar
este tipo de relación. Levinas, una vez establecida la diferencia entre el vínculo que se
da entre el Yo y un objeto y el Yo con otro Yo, observa que el lazo de este ultimo
binomio se da en el lenguaje. Así lo explica:
37
Levinas, E. (2006), Totalidad e infinito, 7ª ed., Ed. Sigueme, Salamanca, p.
61.
38
Op.cit., p. 61.
39
Op.cit., pp. 48-49.
40
Op.cit., p. 63.
20
“Pero yo, que no pertenezco a un concepto común con el
extranjero, soy como él, sin género. Somos el Mismo y el Otro. La
conjunción ´y` no indica aquí ni adición ni poder de un término sobre
otro. Trataremos de mostrar que la relación del Mismo y del Otro (…)
es el lenguaje (…). La relación del Mismo y del Otro –o metafísica-
funciona originalmente como discurso, en el que el Mismo, resumido en
su ipseidad de «yo» -de ente particular único y autóctono- sale de sí” 41 .
No es nuestra voluntad profundizar en esta ponencia mucho más las tesis del
autor lituano : nuestra intención primera era analizar un problema, el problema de la
alteridad, en un autor importante de la filosofía política como es J. Rancière. Ahora
bien, si nuestro análisis es válido, Levinas viene a hacernos una advertencia, una ayuda
metódica. El filósofo lituano nos sugiere que para tratar efectivamente la alteridad del
modo que nos interesa, es decir, que nos permita comprender, analizar y potenciar los
distintos emergentes sociales de una comunidad política, no podemos comprenderlo
desde una perspectiva de la totalidad: esto, tarde o temprano, como bien lo ha
demostrado, tiene como correlato el imperio de la guerra y la dominación.
41
Op.cit., p. 63.
21
de cómo concebir una sociedad más inclusiva que no remita a la subsunción de las
identidades, sino en la cual exista un ligare entre los distintos actores sociales. Esto
tiene correlato en lo que la comunidad vive cotidianamente. Si bien los grupos sociales
desprotegidos buscan ser reconocidos en su capacidad de producir logos, esto implica
que su búsqueda es manifestar la igualdad potencial con su Otro, pero manteniendo su
propia identidad constitutiva en la geografía del espacio común alcanzado.
42
Levinas, E. (2002), De otro modo que ser, o más allá de la esencia, Editorial
Nacional, Madrid, pp. 53-54.
22
Bibliografía
Aristóteles (2003), Política, traducción y notas: Manuel García Valdés (cedida por
Editorial Gredos), RBA Coleccionables, Barcelona.
Levinas, E. (2002), De otro modo que ser, o más allá de la esencia, Editorial Nacional,
Madrid
23