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Juan Gustavo Cobo Borda Marta Traba: persona y obra I Era alegre, divertida, y siempre parecia una adolescente, no por la capul sino por el entusiasmo con que se metia en la vida. Habia nacido aqui, en Buenos Aires, y recuerdo muy bien la tarde en que le conté que me ha- bian designado agregado cultural en la Argentina. Dio grandes gritos de espanto y recordé horrorizada una ciudad sacudida por los descamisados de Perén y un metro que ya debja ser obsoleto en los afios 40. Universitaria 4vida que leia el libro de Rilke sobre Rodin y descu- bria el arte a través de los cursos de Jorge Romero Brest, en la revista que éste editaba en Buenos Aires a comienzos de la década del 50, Ver y esti- mar, es factible reconstruir sus inicios, en los cuales un lirismo desbor- dante contradecia, en apariencia, los rigores de la critica. No. Ella era una apasionada, y nunca dejo de serlo. Su pasion la guiaba, con certero instinto, y a ella habria de permanecer fiel, orientandola por medio mundo. Su formacién original es entonces argentina, con las varias limitacio- nes y algunas sdlidas virtudes que tal punto de partida implican. Rigurosa ensefanza universitaria, intelectualismo cosmopolita, pedanteria, dos idiomas por lo menos, ¢ indiscriminacién de provincianos ante los mila- gros, no siempre de buena ley, que Europa produce. Pero es indudable que los afios que Marta Traba pasé en la Argentina, coincidfan a juzgar jor revistas como Ver y estimar con una informacién més critica que eata, sincronizada en forma arménica con que lo que se producia en Paris, Londres 0 Roma. Marta Traba: persona y obra 319 Los argentinos, es bien sabido, siempre se han considerado de mejor familia que el resto de los latinoamericanos, pero su trauma consiste en que los europeos, en rec{proca compensacion, los han considerado a su vez como medio indigenas. Por aquel entonces, indigenasricos, es certo que bailaban el tango, tenian por lo menos dos cabezas de ganado por cada habitante, y vivian mas del lado de allé que en sus grandes estancias, buenas apenas para pasar vacaciones luego de intensas temporadas socia. les en el Viejo Mundo. Hoy todo eso no es mas que la amanerada nostal 320 Juan Gustavo Cobo Borda gia que exhalan algunas paginas de Manuel Mujica Lainez pero en aquel entonces la realidad parecfa estar de parte suya. La realidad, bien enten- dida, de la oligarquia, porque, por lo general, los emigrantes que afiora- ban su patria siendo mozos de restaurante o manejando un colectivo, o los gauchos solitarios devorados por la inmensidad de la pampa, estaban dedicados a otros asuntos. Sélo que Marta Traba provenia de esas capas medias, frutos de la inmigracion, si, que expandiendo el gran Buenos Aires comenzaban a tefiir, con su cardcter masivo, un nuevo pais: el pais de Peron. Ella, como lo dijo de si mismo Cortézar en su momento, también podia haberse ido a Paris porque los gritos, por los altoparlantes, de los cabecistas ne- gros, le impedia ofr a Bela Bartok. Era la suya una formacién estética, de buenas lecturas, con muscos un poco antafiones y rigidez un tanto ceremoniosa, dentro de la cual el compromiso sartreano o Ia conciencia de ser latinoamericanos eran nociones aun impensables. Al igual que Julio Cortazar, Marta Traba también comenz6 publicado, en los afios 50, un libro de poemas, Historia natural de la alegria, editado por Losa- da en la coleccién que dirigia un ilustre exiliado espaol, Rafael Alberti. Alli también apareceria, mas tarde, Los elementos del desastre, de Alva- ro Mutis. ¥ lo mismo que Cortazar, luego de la publicacién de su primer libro de sonetos, ella huyd a Paris, la patria, entonces, de todos los argentinos. Deberia aburrirle a ambos no solo la esterilidad de una bur- guesia satisfecha sin incomodarles, en palabras de Borges, “la mitologia grasa” de multitudes protetarias cobijadas por el ala tutelar de esa equi- voca “hada rubia”: Eva Peron. En palabras de Cortazar en un cuento de su libro Deshoras, 1983: “Esos tiempos: el peronismo ensordeciéndome a puro altoparlante en el centro, el gallego portero Ilegando a mi oficina con una foto de Evita y pidiéndome de manera nada amable que tuviera la amabilidad de fijarla en la pared (traia los cuatro chinches para que no hubiera pretextos)”’. En Paris continud resefiando libros y escribiendo crénicas de exposi- ciones, participo en una colonia de artistas, conocid a Alberto Zalamea y tuvo su primer hijo. Asi que cuando lego a Bogota, luego de un breve in? termedio bonaerense, revivio sus inicios tundando Prisma, una revista ins- pirada en Ver y estimar de la cual aparecieron doce numeros a lo largo de 1957 y en la cual Worringer y Wolffiin convivian con los primeros mura- les picassianos de Alejandro Obregon. Su fervor contagioso comenzaba a encauzarse en empresas culturales ala vez que la concentracion analiti- ca se dispersaba en necesarias y didacticas batallas. Sus cursos en las uni- versidades, sus columnas en La Nueva Prensa (a partir de ellas armarfa- mos, veinte afios después, Mirar en Bogota, en la Biblioteca Basica edita-

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