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¿QUE ES LA

HISTORIA?
ERICH KAHLER
e n ___________ BREVIARIOS
Traducción de
JUAN ALMELA
¿Qué es la historia?
por

E R IC H K A H L E R

F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M IC A
MEXICO
L ’allure principale entraine avec elle tous les
accidents particuliers. (La corriente principal
tle los acontecimientos arrastra consigo tocios los
acontecimientos especiales.)

M ontesquieu
Grandeur et décadence des Romains

Or, ce temps véritable est, par nature, un con-


tinu. II est aussi perpétuel changement. De
l’antithése de ces detix attributs viennent les
grands problémes de la recherche historique.
L’incompréhension du présent nait fatalement
de l’ignorance du passé. Alais il n'est peut-étre
pas moins vaiti de s’épuiser á coniprendre le
passé, si l’on ne sait ríen du présent... Car
le frémissement de vie humaine, qu’il faudra
tout un dur effort d’imagination pour restituer
aux vieux textes, est ici directement perceptible
a nos sens.

(Ahora bien, este tiempo verdadero es, por na­


turaleza, un continuo. Es también cambio per­
petuo. Los grandes problemas de la investiga­
ción histórica provienen de la antítesis entre
estos dos atributos.
La incapacidad de comprender el presente nace
fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero
tal vez no sea menos vano empeñarse en com­
prender el pasado si no se sabe nada del pre­
sente. .. Pues la vibración de vida humana, que
con grandísimo esfuerzo de imaginación habrá
que devolver a los viejos textos, es aquí direc­
tamente perceptible a los sentidos.)

M ari : B loch
Apologie pour l’Histoire
I

E L S IG N IF IC A D O D E L S IG N IF IC A D O
1

E ste ensayo fue concebido como una defensa de la his­


toria. Se necesita una disculpa, ya que la historia o,
más precisamente, el uso del punto de vista histórico
para aclarar problemas y fenómenos, está muy desacre­
ditado. El movimiento de los Grandes Libros * no es
el único que exhibe una fundamental aversión hacia el
enfoque histórico y evolucionista. El positivismo, el exis-
lencialismo, la escuela estadounidense de antropología
puramente descriptiva, el nuevo criticismo y. especial­
mente en Europa, un modo de pensamiento derivado
de Nietzsche —lodos ellos rechazan el punto de vista his­
tórico. De hecho, como se verá después, toda una ac­
titud de la época ha encontrado expresión en esta ten­
dencia antihistórica.
Semejante actitud general no es rosa de trascendencia
puramente académica; sus efectos llegan al meollo mis­
mo de nuestra condición cultural. Para entender esto
no tenemos más que comparar los periodos en los cua­
les la gente creía firmemente en que la historia tenía
un sentido —la Edad Media y el periodo de la Ilustra­
ción— con nuestra propia época, ahora que tal creencia
está profundamente trastornada. Si bien los seres hu­
manos de aquellos periodos no eran de modo innato
mejores que los de hoy. y ciertamente su condición ma­
terial era infinitamente peor, su fe en la historia como
camino hacia la salvación, o como vía ascendente del
progreso humano, les ofrecía un marco espiritual defi­
nido (pie guiaba y guardaba las mentes de la época.
Daba al hombre apoyo y orientación en la vida, le
otorgaba seguridad intelectual y una responsabilidad no
menos protectora ante el futuro de su especie. Evitaba

* Patrocinado por la Enciclopedia Británica. [T.j


>3
i, El. S I G . X I I U . MH) DEL S I C S I F I C A D O
que el individuo cayese en ese estado de total “tiesto-
bijamiento” —por usar una expresión de Rail Jaspers-
tpie ha hecho posibles los horrores peculiares de nues­
tra época, intelectualmente sancionados y preparados
por una ingeniería tecnológica.
No podemos revivir el espíritu de la Edad Media,
tampoco recuperar el ingenuo optimismo de la Ilustra­
ción: ni podemos retornar a sus conceptos de la his­
toria. No hay regreso a ninguna etapa anterior. Las
condiciones cambian y nuevas ideas y proyectos tienen
que derivar de nuevas situaciones. El significado de la
historia se ha vuelto controvertible, así que tenemos
que ponerlo en tela de juicio. Y al hacerlo debemos
tener en cuenta todas las experiencias, materiales e in
telectuales, que hemos sufrido hasta este mismísimo día.
Tengo que empezar aclarando una confusión común
de la que es víctima hasta una mente tan sutil como
la de R. G. Collingwood. En su Idea de la historia es­
cribe: “¿Me parece que todo historiador estará de acuer­
do en que la historia es un tipo de investigación o
inquisición.” 1
La historia —replicaría yo— no es de ninguna ma
ñera idéntica a la historiografía o investigación histó­
rica; de otra manera estos términos, establecidos desde
hace mucho, no tendrían sentido alguno. El hecho de
que términos tales existan, de que podamos concebir
un “estudio de la historia”, es prueba suficiente de que
la historia ha de entenderse como el acontecimiento mis­
mo, no como la descripción o investigación de él. De
seguro que los conceptos y representaciones de la his­
toria se funden con la historia misma; ellos por su parte
se vuelven acometimientos que influyen sobre la his­
toria, que engendran historia nueva. Pero sólo en esta

i Idea de la historia (2? edición, F.C.E., México, 19O5) ,


p. 20.
YA. SYGNYYWLVDO \)YA. SYYi'SYYYCAYYO i-,
capacidad activa y activadora constituye historia la his­
toriografía, y no como una función separada, teórica.
La historia es atontecer, un tipo particular de acon­
tecer, y el torbellino que genera. Donde no hay aconte­
cer no hay historia. La pura eternidad —si es que por
ventura puede imaginarse—, la permanencia por siem­
pre estable desprovista de todo cambio, y esto quiere
decir el vacío como tal, el absoluto nirvana, no tiene-
historia. Y lo opuesto, es decir el puro acontecer, una
mezcolanza completamente caótica, casual, calidoscó­
pica de acontecimientos —por lo demás inimaginable
también, pues todo suceso tiene algún vínculo con
otros—, tampoco constituye historia. Para volverse his­
toria los acontecimientos deben ante todo estar relacio­
nados entre sí, formar una cadena, un continuo flujo.
La continuidad, la coherencia es el requisito previo
elemental de la historia —y lio sólo de la historia sino
hasta del más sencillo relato o “ historia”.*
No hay acontecimiento aislado. Todo acontecimien­
to está ligado a otros, los que lo generaron y los que
él produce. Mas la conexión de acontecimientos no
constituye en sí misma una “ historia”, y no digamos
historia. Para formar una “historia” la conexión de los
acontecimientos debe tener algún sustrato, o foco, algo V
con lo que esté relacionada, alguien a quien acontezca. -
Este algo o alguien a lo que o a quien corresponde una
conexión de acontecimientos es lo que concede a la
pura conexión de acontecimientos una coherencia ac­
tual, específica, cjue la convierte en “historia”. Pero
semejante coherencia específica no se da por sí misma,
es dada por una mente que perciba y que comprenda.
Es creada como un concepto, es decir como un signifi­
cado. Así, para constituir así sea una sencilla “historia”
* En esta sección hemos traducido por “ historia” el
término inglés story, y por historia —sin entrecomillar-—
la palabra liistory. [T.]
ií¡ E L S IG N I F I C A D O D E L S IG N I F I C A D O
se necesitan por lo menos tres factores: conexión de
acontecimientos, relación de esta conexión con algo o
alguien, que dé a los acontecimientos su coherencia
especifica, y finalmente una mente comprensiva que per­
ciba tal coherencia y cree el concepto que significa un
significado. I.o que me propongo demostrar a conti­
nuación es que tanto poner en tela de juicio como per­
seguir un significado de la historia son peticiones de
principio. No hay “ historia”, no hay historia sin signi­
ficado.
Significado quiere decir coherencia, orden, unidad
de diversos aconteceres y fenómenos, tal como los per­
cibe una mente que comprende. Cuando decimos que
algo tiene un significado queremos indicar que forma
parte de algo mayor o superior a ello mismo, que es
un eslabón, o una función dentro de un todo compren­
sivo, que apunta a algo que está más allá. O que este
algo representa en sí mismo un todo consistente, un
orden coherente en el que las partes están relacionadas
entre sí y con el todo. Semejante totalidad coordinada,
tal como la ve la mente, semejante elucidación de un
grupo de fenómenos como un orden coherente eleva di­
chos fenómenos desde el nivel del mero ser —de la per­
ceptibilidad puramente sensorial, incoherentemente fác-
tica— hasta el nivel de la comprensibilidad clara; con
lo cual queda establecido el orden, la existencia de or­
den en el mundo, y otra vez significado es sinónimo
de apuntar a algo que está más allá.
Cuando decimos que un acto o un acontecimiento es
significativo entendemos que sirve a algún propósito o
explica algún otro fenómeno; que algo se hace para algo
o para alguien, que apunta por ejemplo a hacer dinero
—por cierto la más baja clase de significado— o a ob­
tener posición e influencia; que se hace por el bienestar
de nuestra familia, por alguien a quien amamos, por
nuestra comunidad, por la humanidad, por Dios. Cuan-
F.L S I G N I F I C A D O D E L S IG N I F I C A D O '7
tío derlas personalidades —Lincoln, Einstein, Gandhi,
por ejemplo— portan mayor significado para nosotros,
quiere decir no sólo que estos hombres han dedicado
sus vidas al bien común sino que, por lo constante de
su empeño, por la subordinación de cada detalle a una
idea dominante o a un puñado congruente de ideas,
han mostrado la vida misma como un todo coherente,1
como una idea que es válida también para otras vidas,
que han simbolizado la vida del hombre, la han con­
vertido en signo, la han hecho “significativa”.
El significado, pues, es una indicación de algo que
está más allá de la mera existencia, sea un fin y u^a
meta o la noción de forma. De ahí que puedan distin­
guirse dos modos de significación: significación como
propósito o meta y significación como forma. Toda ac­
ción, intención, persecución o búsqueda lleva significado
como propósito, toda obra de arte es significado como
forma.
De todo esto se sigue que algo tiene significado sólo
fiara algttien, sólo para la mente humana que lo com­
prende -\y, comprendiéndolo, de hecho lo crea; aquel
que capta un significado por vez primera crea algo nue­
vo; por su mero acto de comprender cambia el cuadro |
de su mundo y —como dicho cuadro envuelve un cam-1
bio reflexivo en su alrededor— cambia su mundo mis­
mo, la realidad de su mundo. Y así precisamente nació
la historia.3
- “Comprender” no está, en nuestro contexto, limitado
a la comprensión racional; designa algo más general, de
lo cual la comprensión racional no es más que una etapa
avanzada. La comprensión, en el sentido que se le da aquí,
tiene sus raíces en el sentido radical de la palabra: cualquier
abarcar y conectar diversos datos en un acto mental, que
revela alguna conexión latente entre esos datos.
3 Para la mayoría de la gente el significado es clara­
mente idéntico con el propósito: los ideales también son
propósitos. Y para quienquiera que sólo vea significado en
20 E L S IG N I F I C A D O D E L S IG N I F I C A D O
Fste acontecimiento se haría significativo sólo si exa­
mináramos lo que está antes y después de él, la rela­
ción del descuidado con su mujer, la vida del muerto,
los sentimientos irracionales de culpa, la posibilidad
de efectos psíquicos profundos en todos los supervivien­
tes. Lo que para las cuatro personas seguirla siendo
accidental se elevaría de esta manera a un nivel supe­
rior a las personas envueltas, y percibiríamos el miste­
rioso nexo de destinos, parte de una trama universal de
destino en la que todos nos movemos sin saberlo. Si
un autor contemplase el acontecimiento desde este pun­
to más alto, podría convertirlo en una “historia” dándole
un significado o con sólo buscar un significado.
Hay por cierto un autor que ha hecho precisamente
esto: Thornton Wilder en su novela T he Bridge of San
Luis Rey. La primera parte de ésta, titulada “Acaso un
accidente”, empieza describiendo un incidente: “A me­
diodía del viernes 20 de julio de 1714 se desplomó el
mejor puente del Perú y precipitó a cinco viajeros al
abismo.” El fatal accidente es presenciado por un fraile,
el hermano Junípero, que un momento antes de que
ocurriera se detuvo a la entrada del puente para enju­
garse la frente y contemplar con satisfacción el progreso
favorable de su labor misionera. Thornton Wilder le
hace plantear la gran pregunta: ¿por qué le pasó esto
a estos cinco? Y las biografías de los cinco, que el her­
mano Junípero indaga, revelan que todos —cada uno a
su manera— habían llegado simultáneamente al final
de sus vidas interiores precisamente antes del accidente.
Por supuesto que semejante ajuste es cosa extrema, pero
muestra de la manera más neta cómo un mero incidente
se vuelve una "historia” —simplemente buscando un
significado. Bien puede ser que todos nosotros estemos
sin saberlo atrapados en una coherencia vasta y diná­
micamente coordinada en cierto modo, lo mismo que la
célula no tiene noción del organismo al cual pertenece.
E L S I G N I F I C A D O D E L S IG N I F I C A D O ai
Sea como fuere, la ausencia de significado, lo sin sen­
tido, empieza dondequiera falla nuestra facultad de com­
prensión, en los límites ineluctables de nuestra capaci­
dad; dondequiera nos quedamos ciegos y nos hacemos un
lío, donde se extingue nuestro poder vital. A la inversa,
cuantas veces tratamos de apresar una coherencia en un
segmento, cuantas veces concebimos un significado, tiene
efectos vitales; ejerce una especie de magia, la magia
inherente a la vida misma.
Como una coherencia significativa requiere una men­
te consciente que la conciba, la historia sólo puede pro­
ducirse y desenvolverse en conexión cotí la consciencia.
Conforme el hombre nota mejor la coherencia de lo
que hace y lo que le ocurre, cu análoga medida le atri­
buye significado y lo cont iene en historia. De esta ma­
nera crea historia, no sólo teóricamente, tomo concepto,
sino actualmente, como realidad. Pues no bien se forma
un concepto, empieza a influir sobre el mundo real, y
a cambiarlo. Se funde con la realidad, se vuelve parte
de ella. 1.a gente gradualmente va actuando teniendo
en cuenta el nuevo concepto. Éste se mantiene efecti­
vo y a partir de la realidad conceptualmente cambiada
va surgiendo una comprensión de la coherencia cada vez
más complicada, o sea más y más consciencia que, a su
vez, sigue transformando la realidad. Así la historia pa­
rece ser un proceso siempre en aumento de intercreación
entre la comprensión consciente y la realidad material.
De ala que el mundo vegetal y animal carezca de Jris-
toria, aparte de la que el hombre, al ensancharse el al­
cance de su comprensión, le ha concedido, lil animal no
tiene historia porque carece de memoria consciente, de
consciencia establecida de sí. En el animal la memoria
es meramente latente, o sea que es despenada casual­
mente, por estímulos externos y sus asociaciones: nunca
ha alcanzado una continuidad estable, activada, no ha
llegado a constituir esc continuo intento de emoción,
22 EL S IG N I F I C A D O D E L S IG N I F I C A D O
pensamiento y acción que constituye la identidad per­
sonal. Semejante captación de coherencia interna, de
identidad personal, es un concepto primitivo, rudimenta­
rio, y sin él no es posible ningún concepto de cualquier
identidad comunal y colectiva —requisito previo de la
historia.
O sea que la historia empieza en el hombre. Mas, ya
entre los hombres, ¿la persona privada media tiene his­
toria? No la llamaríamos así: diríamos “carrera” o cosa
por el estilo. Aun la biografía se la concedemos sólo a
personalidades selectas de significación general, a perso­
nalidades “históricas” cuyas vidas portan un significado
para su pueblo, o para la humanidad. O cuando habla­
mos de la “historia de un caso”, esto implica que cierta
cadena de acontecimientos personales importa para cues­
tiones médicas o sociológicas de interés general, humano.
La historial de acuerdo con esto, empieza en la esfera
de lo supraindividual o, mejor, lo supraprivado; en el
nivel de los grupos, de las instituciones, de los pueblos.
Y cuando tomamos el término historia en su sentido ín­
tegro, cuando lo usamos sin especificación, lo que tene­
mos en mientes es la historia de la humanidad.
Así el mero fluir de acontecimientos, conforme se
vuelve más preñado de significado, más se vuelve histo­
ria. O, por mirar lo mismo por el revés: la historia se
desenvuelve con el ensanchamiento y ahondamiento del
significado de los acontecimientos, es decir con la expan­
sión de la consciencia, de la facultad de concebir la co­
herencia, de concebir la identidad comunal y colectiva.
El significado, la coherencia concebida, vincula cierto
número de acontecimientos conectados casualmente, floja­
mente. y constituye una "historia” . El significado, como
concepto de una vida personal coherente, convierte una
serie de datos en biografía. El significado, sea como
propósito o como forma orgánica, articula una multitud
de aparentemente fcitiles luchas por el poder, intencio­
E L S I G N I F I C A D O D E L S IG N I F I C A D O 23
nes, logros y fracasos, dando la historia específica de
un pueblo, o la historia del hombre. Así que negar que
la historia tenga sentido es negar que la historia exista.
En realidad toda la cuestión del “significado de la
historia” ha surgido de un concepto popular equivoca­
do del término historia. Esta expresión ha acabado por
designar el complejo del pasado conocido del hombre,
en tanto que —como hemos visto y seguiremos viéndo­
la historia en su sentido propio no está en modo alguno
restringida al pasado, o siquiera caracterizada por él. No
es un mero complejo de acontecimientos establecidos,
ningún museo de objetos muertos. La historia es una
cosa viva, está con nosotros y en nosotros en cada mo­
mento de nuestras vidas. No sólo la persona informada
sino todo el mundo, en todo lo que hace, se está mo­
viendo constantemente en la historia. En su vida inte­
rior la historia se mueve de manera arquetípica. En su
vida exterior política, económica, tecnológica, cuando
vota, firma un contrato, guía un automóvil, mira la tele­
visión, está continuamente manipulando conceptos e
instituciones arraigados en la historia. Para actuar y pla­
near necesita el sólido fundamento de la memoria sedi­
mentaria formada durante su vida, es decir su identidad
personal, pero más allá sería incapaz de seguir su vida
cotidiana en la sociedad moderna sin el trasfondo de una
memoria comunal, sin el sentido de su identidad nacio­
nal o humana, que es historia.
II
LA H IS T O R IA D E LA H IS T O R IA
1

N uestro análisis de térm inos ha m o strado que la histo­


ria presupone un concepto de id e n tid a d comunal, de
nacionalidad o h u m a n id a d . Y este concepto de id e n ti­
dad hace a I'nnhir inim ag in ab le q u e la historia no sea
más que u na masa confusa, caótica, d e acontecimientos,
de conflictos, ascensos y desplomes vestidos p o r los seres
humanos con sus sueños e ilusiones. La iden tid ad im ­
plica co n tin u id ad , coherencia, forma.
Pero, p o r m o r de la confirmación, empleemos un e n ­
foque diferente. T ra te m o s de e n te n d e r el fenóm eno de
la historia en térm inos de sí mismo, como historia ilr la
historia. Veamos cómo la historia - su concepto y ac­
tualidad— se ha d esenvuelto y cómo ahora ha empezado
a decaer.
El d esan olio del concepto de historia refleja el des­
envolvimiento de la consciencia h u m a n a , de la conscien­
cia de sí en el hom bre. U n n iñ o p arte del nivel an i­
mal. Carece de id e n tid a d establecida, de coherencia de
existencia personal. Lo m im o q u e un anim al, vise en
un p e rp e tu o presente. De ahí q u e n o tenga sentido del
cambio. De hecho se niega a acep tar el cambio q u e es
en teram ente p e r t u r b a d o r v ro m p e su m u n d o . I.os niños
necesitan regularidad, u n f u n d a m e n to de existencia só­
lido, estable, p ro p o rcio n ad o p o r sus hogares y padres.
Por supuesto son curiosos, ex tr e m a d a m e n te curiosos, en
su im pulso de apoderarse de cosas, elementos de su imm
do, y descubrir g ra d u a lm e n te relaciones. Pero esta a p ro ­
piación tiene q u e realizarse con base en la completa
norm alidad. Sólo a pasos m en u d o s y ligeras variaciones
acaban p o r a p r e n d e r el a c o n tec im ien to , la realidad del
cambio. Y sólo p or la experiencia del cambio adquieren
la distancia con respecto a su p ro p io ser que es necesa­
ria para la formación del yo.
-7
■ jS LA H I S T O R I A l)F. I A H I S T O R I A
La infancia tlel hombre como género exhibe gran
semejanza con la infancia del individuo. Esto lo pode­
mos deducir de los relatos de numerosos exploradores
del siglo pasado, que tenían una visión de la s ida de
los aborígenes más lozana y menos dogmática que la
de los antropólogos actuales —no sólo porque tropeza­
ban aún con poblaciones nativas intactas o al menos
mucho menos expuestas a influencias, explotaciones y
cuestionarios, sino porque los exploradores mismos no
iban guiados en su enfoque por categorías sociológicas
y psicológicas modernas. En la antropología moderna
surge un problema análogo al de la física: el fenómeno
observado es modificado por el acto mismo de la obser­
vación.
Ciertos rasgos comunes a tribus aborígenes, niños v
animales sugieren que también el hombre en sus prime­
ras etapas vivió en un mundo inmutable. En el estado
de “ participación” —tan admirablemente descrito y nu­
tridamente documentado potf Luden Lévy-BruhlJ— algu­
nas de esas tribus aborígenes se sienten vivir en él mismo
nivel que las fuerzas demonizadas de la naturaleza, las
tribus animales y vegetales, y en permanente contacto e
intercambio con ellas. De haber alguna, es escasa la di­
ferenciación entre el velar y el soñar, entre especie e
individuo, entre pasado y presente, entre existencias hu­
mana y animal: y entre las diversas formas de existencia
se realizan fáciles transformaciones, idas y venidas. El
cambio, como intercambio constante, es omnipresente
i Luden Lévy-Bruhl, Les fonctions mentales dans les so­
lióles inférieures (París, 1910): La mentalité primitive (Pa­
rís, 1921); l.’áme primitive (3» ed., París, 1927); y lo más im­
portante: Les carnets de Luden I.évy Uruhl (París, 1949). Para
la comparación con el niño, ver Jean Piaget, La construction
ilu réel chez l’enfant vol. 1 (París, s. f.); vol. 11 (París, 1937);
I.a représentation du monde chez l’enfant (nueva cd., París,
1917); l.e développement de la notion du temps chez l’enfant
(París, 1946).
L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A - ’ I)

y perpetuo, equivale a la permanencia. El presente coin­


cide con la eternidad. Sólo cuando las fuerzas demonia­
cas son eliminadas y consolidades en forma de deidades
puede registrarse el contraste entre cambio y perma­
nencia.
I.a probabilidad de que un estado de participación
general como el que se ha encontrado entre las tribus
aborígenes corresponda al estado del hombre prehistó­
rico es incrementada por el hecho de que sus huellas
llegan muy atrás en los mitos, cultos y representaciones
de los pueblos históricos.. ■ nítr.c. aun en las edades
liisrqj jf :,I„S más .lenrpiarui.s. u n -sólo, se. tamau como rela­
tos,, da.Ja.. aut^ mihl-ld con
la realidad presente, siuucn aaciido.LhxLmiS. en~h* vidas
'Donde el mito está vivo, la gente vive sus
mitos en perpetua imitación de pautas inmemoriales.
Los antepasados son identificados con los sucesores, se
funden el pasado y el presente, el tiempo se contrae en
el momento permanente. ;T liornas Mana usa como ejem­
plo de semejante vida imitativa, de tal' “moverse por el
rastro de otro”, su maestro de José, Eleazar: “Pues en
él se anula el tiempo, y todos los Eleazares del pasado
se reúnen para dar forma al Eleazar del presente, de
modo que habla en la primera persona de aquel Eleazar
que fue siervo de Abram, aunque estaba lejos de ser
el mismo hombre.” -
Hay, ni que decir tiene, una forma rudimentaria de
identidad comunal en las tribus aborígenes. Pero seme­
jante sentimiento de identidad genérica no va mucho
más allá de la cohesión física de una especie animal. No
ha alcanzado una etapa claramente conceptual. En la
sitia abo)igen, tonto en la mítica, concepto y actualidad
son uno.
Entre las grandes culturas de nuestro planeta, nues-
- Freml and the Futura en liuuys of Three Dacades
Nueva York, )<||7), p. ¡ 22.
1 A H I S T O R I A DE I.A H I S T O R I A
ira civilización occidental es la única que ha producido
historia propiamente elidía, historia explícita y distinta­
mente humana. Las culturas del Lejano Oriente no pii/
dieron llegar a esto porepte hasta tiempos muy recientes
han estado “detenidas" —por usar la expresión de Toytí-
j^ce— en una etapá religiosa, es decir en un estado* éh el
que la vida esta saturada ele un absoluto inmóvil qye
les ha impedido realizar cambios fundamentales.
2

^pNTRO de la civilización occidental, el primer pueblo


para el que el fenómeno del cambio fue una experien­
cia decisiva, sumamente inquietante, fue el de los grie?
Aun sus dioses olímpicos muestran, por sus inte
Cantes antagonismos, intrigas, escapadas terrestres, una
inconsistencia y vulnerabilidad particulares. Los dilemas
patéticos derivados de la dirección ambigua o hasta con­
tradictoria de las potencias divinas se refleja en la tra­
gedia griega. Contra esta dudosa estabilidad se alzó la
filosofía griega, cuyo tema dominante podría ser inter­
pretado como un intento de reconciliar la realidad del
cambio con la permanencia, indispensable, a pesar de
todo, de una sustancia y un orden cósmicos. El esfuerzo
sostenido hacia la resolución de este cisma condujo al
desarrollo de técnicas de pensamiento lógico, y a fin de
cuentas a la perfección de la mente que reflexiona acer­
ca de sí misma, el ego genérico del hombre. Pero los
griegos, aun al tener por primera vez. conciencia del cam­
bio, no podían despojarlo —paradójicamente— de un
elemento de permanencia. Seguía siendo un engaño de
los sentidos. Por eso el pensamiento griego, diametral­
mente al contrario de la ciencia positivista moderna, no
confiaba en última instancia en los sentidos. El cambio
era concebido romo un vaivén ondulatorio en la super­
ficie de la estabilidad, una alternación perpetua de siem­
pre las mismas fases, situaciones y procesos. Conservaba
el carácter de regularidad y perpetuidad.
Meráclilo lut quien por primera vez dio sorprenden­
te expresión a la experiencia del cambio. “No es posible
bañarse dos veces en los mismos ríos, pues aguas nuevas
fluyen siempre sobre ti’’.1 Pero esta sentencia no revela
más que parte de su punto de vista. Hay que comple-
l Burnet, .(? ed., frags. 41, 42.
I A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A
mentarla con otras palabras: "Nos bañamos y no nos
bañamos en los mismos ríos; somos y no somos.” 2 De
hecho, Heráclifo parece haber visto el cosmos como una
coincidenlia oppositorum, como una sustancia fundamen
tal difundida en variedad, cambio y lucha, para reunir­
se siempre en el único elemento que fundnmentalmen
te es: “se esparce y se reúne: avanza y se retira” 3 y “los
hombres no saben cómo lo que difiere está de acuerdo
tonsigo mismo. Es un coajuste (harmonía) de tensiones
opuestas. . . ” 4
Estos dichos expresan por primera vez una verdad
profunda, acaso última, que en cierto modo sigue sien­
do tan válida ahora como cuando fue pronunciada. Y
no obstante tenemos que considerar cuándo y dónfe se
pronuncia una palabraj Es enteramente diferente si una
cosa se dijo en el siglo vi a. c. o en el xx d. c.; todo el
aspecto del enunciado se modifica. De hecho esto es
precisamente lo que significan esas palabras de Herácli-
to. Lo dicho por Heráclito demuestra que aun este pen­
sador, el más revolucionario de los presocráticos, es in­
capaz de concebir el cambio fundamental —el cambio
como un proceso único que había que experimentar an­
tes de que semejantes dichos pudieran adquirir su cabal
impulso. Para Heráclito el cambio, el movimiento, la
discordia, aunque claramente realizados, eran uniformes
en sí mismos, por decirlo así, significaban emergencia,
retorno y reemergencia de tosas desde y hacia la misma
sustancia ígnea subyacente. El movimiento estaba im­
pregnado aún de inmutabilidad sustancial.5
En el otro extremo de la vida helénica, al final del
alio periodo de Grecia, hallamos a Aristóteles compilan-
2 Ibid., Iiaj. Si.
3 ib iil., frag. .jo.
4 Ib id ., frag. jf,; cf. ta m b ié n fia g s. 20, 43, <)G, 120.
5 < f. R ai l R c in lia rd t, P n rm e n id es a n d d ie C e s c b ie lite der
g iiV tliisclu 11 1‘ h ilo s o p h ie (lío n ii, k j i IÍ), pp . 206 s.
L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A 33
do todo el pensamiento griego. Él, junto con Espeusipo,
cabeza de la Academia, más antigua, es el auténtico ini­
ciador de la idea de evolución, que en realidad es el
meollo mismo de su metafísica. Para Platón todas las
entidades empíricas, y así el ser humano, seguían siendo
proyecciones del reino imperecedero de las Ideas abso­
lutas, de las que lo que llamamos realidad se conside­
raba como una mera réplica parecida a una sombra. Aris­
tóteles supuso que el ser orgánico en su desenvolvimiento
lleva consigo su Idea, la incorpora, la consuma en el
despliegue de su vida. La Idea, para Aristóteles, es la
potencia motriz misma, y al mismo tiempo la meta y
el fin, el principio formador —Ja entelequia— del ser en
desarrollo. Así la Idea, encarnada en la movilidad de la
vida, es dinamizada en el concepto de Aristóteles, y así
es la vida misma. Pero de todas maneras la Idea de Aris­
tóteles pertenece a una esfera eterna de divinidad, des­
ciende desde este reino de lo absoluto: el contacto de
lo divino pone en movimiento la vida. Aristóteles con­
sideraba los diferentes niveles de la naturaleza orgánica,
el vegetal, el animal y el humano, como etapas sucesivas
de la evolución, mas sólo en un sentido teórico, cuasi
estático; es decir, tomó una etapa como premisa esencial
d la otra, pero no supuso una real transformación de la
u a en la otra. El todo, lo divino, es anterior a las
p_.-tes, y todo ser orgánico es creado separadamente por
un nuevo toque de lo divino. De acuerdo con Aristó
teles la humanidad no tiene principio ni fin, pero a
causa de catástrofes recurrentes toda la civilización es
aniquilada periódicamente y tiene que ser creada de
nuevo.
Así que hasta este complicado concepto de evolución
permanecía suspendido en lo absoluto. No era descrip­
ción de un acontecimiento singular: era el principio de
un proceso por siempre recurrente. Es claro que para
Aristóteles la ondulación indiferenciada de la corriente
L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A
clcl ser de Herácliio se ha ampliado hasta volverse ma
reas articuladas, dilatadas, pero el destino de la huma­
nidad sigue apareciendo como un movimiento ondula
torio en la superficie de la eternidad.
Esto no podía ser de otro modo, pues los griegos, al
menos mientras fueron genuinamente helénicos, no po­
dían llegar a una concepción duradera de la humanidad
como tal y su destino, es decir la historia como tal. Ver­
dad es que en el periodo de las guerras del Pelopone-
so, en el clímax y punto de inflexión de la historia
griega, dos solistas, en virtud de su hincapié en la ley
natural, opuesta a la institucional (physis frente a
nomos) , llegaron a suponer la igualdad fundamental
de los hombres, y que los estudios fisiológicos atribuidos
a Hipócrates —probablemente discípulo de los sofistas
Pródico V Gorgias— paraban en la conclusión de que
las variedades étnicas se debían a diferencias climáticas.
Pero semejantes puntos de vista no echaron raíces en la
mentalidad griega. De ahí que los atenienses, iniciadores
mismos de la democracia, no pensaran en tocar siquiera
la institución de la esclaviud, y sus mentes más señeras,
Sócrates, Platón, Aristóteles,B y los poetas trágicos, no se
ocuparon del asunto. La razón parece ser que los grie­
gos, hasta muy tarde, no recibieron el golpe de los acon­
tecimientos del mundo, en el sentido amplio de la ex­
presión. Tenían un enemigo jurado, los persas, que no
compartían su sistema de valores y que, con el resto
del mundo, eran considerados como un orden inferior de
seres humanos, como brutos, “bárbaros” —que original­
mente quería decir "tartamudos”—, que emitían incom­
prensibles sonidos elementales, como pájaros, como pe­
rros. El hombre en su cabal estatura, libre, culto, el
hombre que razonaba, seguía identificándose con el hom­
bre helénico.
0 Aunque nacido en Estagira, colonia griega en la costa
del Fgeo, se instruyó en Atenas.
I A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A 35
De modo que lo que experimentaban directamente
eran nada más sus negocios domésticos, que sólo en las
guerras e interferencias persas y en la conquista romana
final fueron afectados por intrusiones extrañas. F.stos
acontecimientos domésticos, sin embargo, los experimen­
taban con una agudeza de percepción sin precedentes.
El encuentro con las hordas y déspotas persas reforzaban
su sentido de la identidad helénica, panhelénica, y los
hacía conscientes de su situación cambiante. Inaugu­
raron la historiografía política, considerada como histo­
riografía de hechos, en contraste con la mitografía y la
cosmogonía.
De manera característica, la palabra griega historia
quería decir “ indagación física”. Los viejos viajeros jo-
nios —especialmente Hccateo (hacia 500 a. c .), el pri­
mero que enfocó la tierra habitada como su campo espe­
cial de estudio, y, algo después, Herodoto, “el padre de
la historia”— aún combinaban geografía y etnografía
con relatos de acontecimientos en tierras extranjeras.
Este significado original de historia apunta a un género
de historiografía que los eruditos modernos se inclinan a
llamar científica, particularmente en relación con Tuci-
dides (siglo v a. c.) , en cuya obra la historiografía griegt
alcanzó plena madurez. Lo que la hace parecer científica
es, aparte de su intento (no siempre merecedor de
confianza) de apegarse a los hechos, precisamente su pos­
tulación subyacente de un orden de cosas estable, absolu­
to. natural, de una recurrencia de acontecimientos regular
y predecible. También Tucídides creía epte el acontecer
humano se repetía siempre: y convencido como estaba
de la fundamental estabilidad de las condiciones huma­
nas, se empeñó en derivar de la historia vínculos siempre
válidos de causa y efecto, y principios generales de la
conducta humana. Pero este cuasi científico punto de
vista griego de la historia, manifiesto también en la Poli-
tira de Aristóteles, no era en modo alguno el mismo
3r> I-A H I S T O R I A DE, I A H I S T O R I A
de nuestra moderna “ciencia histórica” que se desen­
volvió bajo el dominio de las ciencias naturales. Los
griegos aún no buscaban el conocimiento por el conoci­
miento mismo, ni tampoco ante tocio por las ventajas
tecnológicas y económicas. No se preocupaban por esa
acumulación de hechos, sin meta lija, que practican nues­
tras ciencias históricas y sociales, ni por ese pragmatis­
mo teórico —coleccionar datos para uso futuro—, en el
cual los datos, aun cuando se necesitaran, serían difíci­
les de extraer del interminable archivo de material in­
coherente. La indagación histórica griega era pragmática
en un sentido absolutamente distinto del nuestro: los
griegos querían saber a fin de obtener una orientación
en su mundo, a fin de vivir como era debido: el cono­
cimiento estaba estrechamente vinculado a la acción, era
de hecho parte de la acción. Y vivir y actuar como
era debido no se identificaba necesariamente con ac­
tuar con éxito. Significa actuar y vivir de acuerdo con
el orden cósmico. La investigación, tanto empírica como
especulativa, era por lo tanto esencialmente búsqueda
del sentido del orden cósmico, el sentido no como pro­
pósito y fin —pues dentro de la eterna recurrencia de
acontecimientos no era concebible ningún propósito o
meta de la vida humana—, sino el sentido como forma
establecida. Desde el pensamiento presocrático al estoi­
co, la búsqueda de sentido en el orden cósmico, que
tenía que seguir la conducta humana, fue el primordial
motivo de indagación.
La historia era para Herodoljp —como para Tucídi-
des— una experiencia viva y personal. El choque crítico
de las guerras con los persas le parecía manifestar una
oposición fundamental y perenne entre los mundos he­
lénico y bárbaro, y en su obra surgió una primera vis­
lumbre de coherencia más amplia de la forma de itine­
rario abigarrado (Periégésis) característica de los viaje­
ros de aquel tiempo. Tucídides había sido comandante
I A H I S T O R I A DE I.A H I S T O R I A 37
naval en las guerras (leí Peloponeso y la experiencia de
esta disputa intet helénica por la hegemonía —para el al­
cance ele su visión algo así como una primera guerra
mundial— lo empujó a registrar semejantes aconteci­
mientos, de los que intentó extraer una lección de con­
ducta para futuras conflagraciones.
La discrepancia entre la determinación supranatural
de la vida humana y los empeños humanos de autoafir-
mación ocupa cada vez más el foco de la poesía trágica,
la filosofía v la historiografía griegas. La consecuencia
es más paradójica para los historiadores que ¡rara los
poetas trágicos. La iteración cíclica parece inevitable:
de hecho se origina en una culpa de la existencia hu­
mana. que se autoperpetúa y cpie dehe redimirse conti­
nuamente por mediación de N'émesis.7 (Lo que más
importa a Herodoto en el cambio terrenal son las velei­
dades de la fortuna, el ascenso y la caída de los pode­
rosos.) Pero en tanto que la tragedia exhibe la futilidad
de la revuelta humana contra la voluntad de los dioses
v las fuerzas del destino, los historiadores tratan de de­
ducir reglas de conducta de un curso de acontece-res en
apariencia ineluctable.
Las mismas peculiaridades griegas se notan en Poli-
bioj el tercero de los iniciadores griegos de la historio­
grafía: sólo que el tema de su narración histórica tiene
mayor alcance y lo conduce un paso más adelante que
sus predecesores. Vivió en un momento decisivo v fue
testigo de la última crisis de su pueblo, la conquista
de Grecia por los romanos y el comienzo riel dominio
mundial de Roma. Participó también en el aconteci­
miento: como estadista y estratega (hippurchos) se es­
forzó por asegurar la independencia de la confederación
aquea y guardar contra las intrusiones de la influencia
romana. Llegó a Roma como rehén y quedó impresio­
nado tan hondamente por el vigor y la eficiencia de las
7 Cf. también la segunda Oda Olímpica de Píndaro.
I.A HIVI O R I A HE I.A HIS 1O R I A
instituciones rom anas q u e cambió de b a n d o sin dejar
de tra b a ja r en la misma causa. C o m o amigo y consejero
•acompañó a Escipión E m iliano en la tercera g uerra pú­
nica. y luego de la conquista ro m an a de G orinto sirvió
de m ed iado r entre su Grecia nativa y R o m a, evitando
las destrucciones v p ro c u ra n d o reconciliar a sus compa­
triotas con la inevitable supremacía rom an a. Partí él la
caída de Helias se fun d e al glorioso ascenso dy Roma,
en el cual parecían convergir los aconte cim ientos por
doquier, lista fue la experiencia decisiva de su vida:
decidió asentarla en su obra histórica y lo co n d u jo más
allá de todas ltts anteriores concepciones de la historia.
Antes —escribe— los hechos del m u n d o eran, p o r decir­
lo así, dispersos, ya q u e n o se m a n t e n ía n juntos por
n in g u n a u n id a d de iniciativa, resultados o localidad:
pero desde esta fecha [la O lim p ia d a 140, o sea 220-21 fi
a. c.j la historia se ha vuelto u n to do orgánico \sñma-
toeide, parecida a u n cuerpo]: y los negocios de Italia y
Libia se han trenzado con los de Grecia y Asia, y todos
conducen a u n fin.’*s R econoció tam bién con claridad
el reino rom ano, aun en aquella etapa tem p ran a, como el
prim er auténtico d o m in io m u n d ia l: “C u án sorprendente
y g rand e es el espectáculo q u e presenta el period o cpic
cuento con tr a ta r es cosa q u e destacará con m ay or cla­
ridad si. . . com param os con el d o m in io ro m a n o los más
famosos im perios del pasado. . . Los persas d u r a n t e cier­
to periodo poseyeron gran p o d er y dom inio, pero cuan­
tas veces se av en tu raro n a pasar los limites del Asia no
sc’ilo pusieron en peligro la seguridad de este im perio sino
su propia ex is te n c ia ... El do m in io maceclonio en Euro­
pa sello se extendía de la región adriática al D anubio, lo
cual habría q ue considerar como u n a porción bien in­
significante del co ntin en te: d erro can do al im perio persa
alcanzaron la supremacía en Asia tam bién. Pero aunque
su im perio se consideraba ahora, geográfica y política-
s Libro i, 3.
I.A H I S T O R I A DE I.A H IS T O R IA 3<)
mente, el mayor que hubiese existido nunca, siguieron
dejando fuera de él la mayor parte del mundo habita­
do. .. Pero los romanos no han sometido a su poder
partes, sino casi la totalidad del mundo.” 9
La vasta confluencia y concentración de acontecimien­
tos que presenció condujo a un concepto histórico am­
pliado de cuya novedad él mismo tenía orgullosamenle
conciencia: “Pues lo que da a mi obra su calidad pecu­
liar y lo que es más notable en la presente edad es esto.
La fortuna (tyché) ha guiado casi todos los asuntos del
mundo en una dirección, los ha forzado a inclinarse
hacia un único fin; parecidamente un historiador ten­
dría que poner ante sus lectores, como un panorama
sinóptico (hipo miau synopsin) , las operaciones por las
cuales ha cumplido su propósito general. De hecho, esto
fue lo que ante todo me invitó y me estimuló para em­
prender mi tarea. . . Así, observo que en tanto que varios
autores modernos se ocupan de guerras particulares y de
ciertos asuntos a ellas vinculados, ninguno, que yo sepa,
ha intentado jamás indagar críticamente cuándo y cómo
se originó el esquema comprensivo de sucesos y como se
dirigió a su fin. Consideré por tanto muy necesario no
dejar de lado o permitir que caiga en el olvido esta fae­
na de la fortuna —la más excelente y benéfica—, . . No
podemos confiar en percibir esto a través de las historias
que tratan de asuntos particulares, como tampoco ad­
quirir de golpe noción de la forma del mundo entero,
de su disposición y orden, visitando por turno las
ciudades más famosas o, más bien, contemplando los
respectivos planos de ellas.. . En verdad aquel que su­
pone que estudiando historias aisladas puede adquirir
una idea bastante justa de la historia como un todo se
parece mucho, en mi opinión, al que después de haber
contemplado los miembros dispersos de un animal otro­
ra viviente y bello se figura que es como si hubiera sido
9 Ibid., libro i, 2.
r> I \ HIS I ORI A 1)1 I A I 11S 1 O R I A
testigo ocular de tal criatura con todos sus movimientot
y su gracia. Mas si alguien pudiese reconstituir en un
momento la criatura, devolviéndole su forma y la her­
mosura de la vida [literalmente: del alma, tés psyrhft
euprepcia ], y se la mostrara entonces al mismo indivi­
duo. creo ente reconocería en seguida que en un prin­
cipio estalla muy lejos de la verdad v más bien tomo
uno que soñara.” 111
En estas sentencias, reflejo de la época, que recelan
el poderoso efecto de la experiencia, Polibio tropieza
ton una verdad esencial epie es tan aplicable el día dt
hoy como lo era en sus tiempos, ifca i’ti quien primero
capta el carácter orgánico. 1» totalidad dinám ica’ del
proceso histórico. Es considerado —y de hedió se con
sideraba él mismo— como el inaugurador de la historia
universal,'"católica”, una histori/i k o i n k a t l w l i k Visto
con la debida perspectiva parecería que esto es conce­
derle acaso algo de más, va epte su tema no es el hom­
bre romo tal, no el mundo humano como entidad supra
particular, sino aún, más epie nada, la comunidad
específica del dominio mundial romano en ti cpic veía
la culminación de toda la historia anterior. Ha llegado,
sin embargo, al más amplio concepto de coherencia his­
tórica alcan/ahle- en su tiempo y lugar, y la avasalladora
experiencia ele la expansión romana agitó en él una
primera noción, penumbrosa, ele la unicidad del aconte­
cer histórico, pese a c]tic no pudiera liberarse del punto
de vista cíclico tradicional.
Este, pues, fue el límite más adelantado que alcanzó
la idea ele la historia griega, v romana también: la no­
ción del presente como fin ele todo acontecer previo. Los
griegos introduje-ion la histoiia —concepto y realización—
a modo de desenvolvimiento coherente de una comuni­
dad étnica: pero era historia sólo en un sentido restrin­
gido. concerniente al destino ele un pueblo c-spe-e ífico. No
m Ib id ., lib ro i, p
I III VI O R I \ d i : I ,\ J I Í S I O R I A D
concebían la historia integral, es decir, la historia como
un flujo único y singular de acontecimientos, que no
retornara jamás, que pasase a través y más allá de los
pueblos individuales, la historia como carrera de la hu­
manidad propiamente dicha. 11 cambio y la transfor­
mación se veían como un ciclo periódico que refleja
rítmicamente el orden c ircular del cosmos, "una imagen
dinámica de la eternidad. . . imagen a la epte hemos
dado el nombre de tiempo".11 K1 presente aparecía
como una etapa de decade ncia luego de una edad ele oro
mítica, o —así en l’olibio— tomo una consumación y
convergencia de anteriores acontecimientos. Así, los grie­
gos han expresado a la perfección el sentido de la historia
como forma. i>a manee a de ver engendró una corriente
prjücipal de pensamiento histórico —teotías que o bien
siguen el camino de la antigua tradición o retom an a
ella como reacción contra desenvolvimientos modernos,
cnmjlando al mismo tiem po a la ciencia moderna: de
O ííymr.s. Ibn-K.lialdun, M aquiavelo, Viro, a Nietrsrhe,
Brqyjss Adams, Spengler, T ovnbee v Sorokin.
Pero hasta esta primera concepción de una identi­
dad comunal coherente era ella misma parte de la his­
toria humana, puesto que era un progreso decisivo \
singular. Y este progreso ocurrió por estrecha interac­
ción de concepto \ realidad. La experiencia de los acon­
tecimientos leales v la participación en ellos, tal como
lo hemos observado en Herodoto. Tticídides y l’olibio,
generó sus conceptos, cada ve/ más articulados, ele una
identidad étnica coherente y. a su ve/, estos conceptos,
ai desembocar en la realidad, animaron y ensancharon
el censo de ios acontecimientos. La gente empezó a ac­
tuar con una nueva nm.se iene ia ele su identidad (Otmiii.il.
D P la tó n , l i n u o -\~ ( f t a t o h i é n t é ,, , - l o s olije-
los móviles ele la p r n r p r i ó n s c n ó l il c | no son m ás q u e lu m i a s
del tie m p o (¡ite im ita a !.. e n m e l a d en m o v i m i e n t o i m u l a r
(tilico."
s
I a n o c i ó n de hombre como tal, ionio entidad histórid
supractnica. v de la historia como un avance único, co
Itérente, del desenvolvimiento humano, se originó entn
los judíos. Pueden considerarse verdadera encarnación
de la experiencia esencialmente histórica. Todo comien­
za con la emigración de su ancestro patriarcal y conti-
núa con un éxodo al salir del cautiverio: en su periodo
temprano sufrieron una subyugación tras otra y se vie­
ron directamente envueltos en los ascensos y derrumbo
de las grandes potencias de la Antigüedad, Asiria, los
ncobabilonios, los persas, la época helenística de Ale­
jandro v los SeléiK idas, y Roma. Sobrevivieron a todas,
más allá de su propio establecimiento físico, político,
convirtiéndose en una comunidad espiritualmentc glo­
bal. acompañando o compartiendo los destinos de los
pueblos del mundo en todas las edades hasta el día ele
hov. Sobrevivieron en parte por la transferencia de su
propia experiencia particular de sufrimiento a la huma­
nidad histórica: no sufrieron solos: se vieron forzados a
ser testigos del sufrimiento de otros y a participar en él.
De ahí que apreciaran el cambio en una forma mucho
más profunda que los griegos —el cambio rozaba el meo­
llo de la existencia. De la experiencia inmediata de la
variedad de pueblos y de épocas, y de los vínculos exis­
te lites entre ellos todos, surgió la noción del hombre
como entidad suprema, y del destino del hombre como
un acontecimiento comprensiso v único.
11 mundo ele los griegos, como hemos visto, estaba
disidido en dos esletas, coordinadas y con todo distintas,
el trino humano del cambio, la vai labilidad, la agitac ión
mortal, \ el trino de la permanencia divina o cósmica
—ninguno de ellos creado, sino míticamente surgidos,
estables ambos, asi lucra sedo merced ,i la recurrencia
I A H I S T O R I A DI'. I A HIS T O RIA 43
eterna. El problema de justificar la existencia humana
—tan inconstante— era el de ajustar la existencia mortal
a la eterna.
La vida judía había sido inestable desde el principio,
estaba edificada sobre arenas mo\edi/as. (ionio lo expíe
só Charles Pegue: "Las casas más confortables, las me­
jores, hechas de piedras grandes como los pilares del
templo, lo más real de la real propiedad. . . nunca signifi­
cará más para e llos cjuc una tienda en el desierto."1 T u ­
vieron orígenes beduinos, empeñados en establecerse,
echar raíces y expandirse, como hicieron otios pueblos.
Pero aquélla siguió siendo su forma de vida durante mi
lenios —vagabundeo, emigración e inmigración, exilio y
diáspora, ;i¡umt.viilo siempre a una Tierra de Promisión
última. Empieza con Abraham. el extranjero de Tr,
empieza a cobrar forma durante el cautiverio en Egipto
y durante el gran éxodo, y durante la cautividad en
Babilonia se completa y se sublima.
La proyección v complemento de esta clase de exis­
tencia fue su concepto de lo divino: un Iáios increado,
sin genealogía ni parentela míticas, no con residencia sino
omnipresente, s in forma ni nombre perceptible, pero
con un impulso \ una voluntad fuertemente aprehendi­
dos —de hecho impulso v voluntad puros, moviéndose
libremente como el viento. Es un Dios, supremo, epte
no deja sitio para otios. sin componendas con otros, y
por todas estas cualidades predestinado a la espiritua­
lidad cabal, un s/iiiiliis gema ó v potencial s¡)irittis gene­
ra liumani. un Dios dinámico, cpie aguijonea y guía al
pueblo, y así lo crea - y así, en rctroproveición. un crea
dor de las cosas todas.
El universo es una “creación" hecha por Dios v com­
prendida en í l . El hombre es creado: todo tiene su
peculiar punto de partirla. I.a vida en la tierra se cen­
tra en la persona humana, tal como surgió del acto de
1 Xotre jt ’UM'wc. X I. r j (I’aiís.
L A H IS T O R IA DE L A H IS T O R IA

la persona divina: a ^ ferp n ria dpi hffiphjrf


hombre judío no intenta aproximarse^áí ófaen ’divíoS
fue formado originalmente por Dios a su imagen y has!,
se ha vuelto más parecido aún, se ha vuelto libre er
virtud de la Caída; la culpa existencial estable del set
mortal, singular, tal como la sentían los griegos, es dina
mirada y dramatizada por la historia de la Caída, que
i i Itera el auténtico destino histórico del hombre. Pues
la Caída representa un arlo definido, estableciendo esta
culpa existencial como ejercicio del libre albedrío hu­
mano, como un pecado que el hombre tiene que ex­
piar, que puede expiar mediante la acción, por un
esfuerzo constante, de hecho, durante toda la vida y
durante las generaciones judías. El cosmos griego es im­
personal, y el hombre es constitucionalmente, irrevoca­
blemente, culpable. Puede esforzarse por vivir de acuer­
do con este orden cósmico —de ahí su búsqueda de la
naturaleza de este orden. Pero al ejercer su voluntad se
enreda más y más en la maraña del destino. Su culpa,
inseparable de su mortalidad, y que por lo tanto se per­
petúa a sí misma, viene inevitablemente seguida de
N emesis. No hay instancia ante la cual sea inequívoca­
mente' responsable, nadie a quien pueda hacer responsa­
ble de su predicamento; nada más su propia naturaleza
mortal cuya incongruencia con respecto al orden cósmico
causa toda adversidad. No hay mandamientos que obe­
decer; Ja naturaleza deI cosmos debe ser comprendida
y scguidn.
Para los judíos el orden del m undo y de la vida hu­
mana ha sido establecido por Dios de mui ver por todas
y mientras que el creador debe conservarse más allá de
toda duda o tacita, su creación está perpetuamente en
tela de juicio. Existe un Señor de todas las cosas con
quien puede discutirse, a quien se hace responsable de
la responsabilidad que ha impuesto al ser humano.
Como lo defectuoso de la creación y la defección del
l.A HISTORIA DE LA VUSTOREA AT>
hombre estriban en la integridad del creador, el hom­
bre, a fin de salvar esta imagen de perfección ha de
cargar sobre sí mismo, sobre su pecaminoso libre albe­
drío todo el fracaso y sufrimiento que tiene que pade­
cer. De aquí la relación dialéctica del hombre judío con
su Dios, con el cual ha establecido una alianza, con quien
querella pero a quien a fin de cuentas justifica con su
propia culpa. La culpa del hombre está implícita en
su libertad, ha establecido su libertad. La culpa existen-
cial griega se transforma en culpa representada volun­
tariamente, eU»pM>Ue«ia cósmico Ir» pasado a ser pro
Irlema moral.- En consecuencia el hombre tiene una tarca
concreta de expiación: precisam ente corno pecó volun­
tariamente, tiene del mismo modo que rectificar lo erra­
do de sus maneras, tiene que esforzarse, libre e inten­
cionalmente, por restaurar el orden que era intención
de Dios y que él, hombre, ha violado intencionalmente:
tiene que cumplir con su paite para realizar el Reino
de Dios en la Tierra, que es la real Tierra de Prolog
sión. Pero semejante logro ordenado no es mera restau­
ración, como pasaba con la eterna recurrencia griega; el
empeño del hom bre lo convierte en un acontecimiento
nuevo y único. Se establece una meta para la humani­
dad; se crea un futuro, el futuro, como factor decisivo
en el destino del hombre. La historia adquiere sentido
como propósito. La unicidad del proceso, la integración
del pasado no sólo en el presente sino en un futuro, ini­
cia la historia verdadera.
Pero aparte de esta integración temporal, el desen­
volvimiento del judaismo demuestra en escala aeran da­
ifa otra p ropiedad de la historia verdadera: la interne
cíón de concepto y realidad. E l éxod o d e E gipto, h
experiencia de la migración, de no tener hogar, y la vida
en estado de promesa, la subordinación a una meta }
la disciplina de una meta —de ahí las Tablas de la L e y -
han creado el cabal monoteísmo judío, el concepto de
1« L A H I S T O R I A I)E L A H I S T O R I A
no meramente uno sino del único, omnipresente Dios,
de Dios, el guía, el jefe, el creador; y el relato bíblico de
la migración muestra cómo este concepto, a su ve.',
creó el pueblo y su sentido de identidad tribal. La
experiencia de sucesivos cautiverios y sujeciones sublimó
y espiritualizó gradualmente el concepto, y llevó a una
clara consciencia de la identidad de la humanidad pro­
piamente dicha que los judíos se sentían elegidos —ben­
decidos y condenados— para mantener viva a costa de su
propio peligro.
La consciencia de la identidad del hombre está estre­
chamente conectada —incluso implicada— con la noción
de “pueblo elegido” .V Más .explícitamente que la histo­
ria ele la creación, el relato de la Torre de Babel
(Gen. xi, 1-8) deja claro que Dios es originalmente el
Dios de todos los hombres; “ Era la tierra toda dé una
sola lengua y de unas mismas palabras. . . Se han pro­
puesto esto y nada les impedirá llevarlo a cabo.” El
arrogante proyecto de la torre, “cuya cúspide toque a
los cielos” es una reafirmación exaltada de la libertad
humana, una segunda Caída, por así decirlo, y Dios, (pie
"confundió la lengua de la tierra toda y. . . los dispersó
por la haz de toda la tierra” actúa en forma equivalente
a una segunda expulsión. Esta creación explícita de la
diversidad del género humano confirma su original uni­
dad. Y tal acontece con la acción complementaria de
Dios, su alianza con Abraham y más tarde con Jacob
—que se convierte en Israel, y lo engendra—, y el que
Dios lo prefiera al primogénito Esaú, lo cual dio origen
a la noción del “ pueblo elegido” (y como veremos des­
pués al concepto cristiano de la predestinación). Esta
preferencia de Israel se vincula a una misión, un adies­
tramiento, por así decirlo, para la salvación de los
paganos, es, de Abraham en adelante, por todas las ge
iteraciones bíblicas, una bendición marcada con la pre-
I.A H I S T O R I A 1)K I.A H I S T O R I A
dicción de sufrim iento v desolac ión.'- T a n t o la dispersión
del género h u m a n o c omo la misión del "p u eb lo elegido"
significan la inclusión de todos los pueblos del m u n d o
en un único sistema de valores, en contraste con el sen­
timiento cpie tenía el griego de ser Iu n d a m e n ta lm e n te
ajeno a los bárbaros. H ay muchos testimonios su ple­
mentarios de esta te m p r a n a apreciación de la identidad
humana: así los m a n d am ien to s de a m o r fraternal hacia
el extranjero, refiriéndose a la pasada experiencia de
los judíos de ser “e x t r a n j e r o s . . . en la tierra de Egip­
to” (Lev. xtx, 3 4); o la a d m o n ició n del Señor, por boca
de Amos (hacia 760 a. e.) : "H ijo s de Israel, a i o sois
para m í . . . como hijos de etiopes? ;N o hice yo subir de
la tierra de Egipto a los hijos de Israel, y a los filisteos
de Caftor, y a los árameos de Q u ir?”32

2Gen. xv. ia; Deuc. xxvia. ay. 28 -2 .;;. ¿7 . 64-


6C; xxix, a j aá, : así saaesivamenie hasta isa. x u x -u v .
3 Am os, ■ ■ 7.
4

D el judaísmo —dentro del judaismo, mejor dicho— sur­


gió el cristianismo. Evolucionó con el concepto judío
de identidad humana. Paso a paso, impulsada por ex­
periencias deplorables, la intención judía no dejó (le
ensancharse, de la liberación tribal a la salvación hu­
mana: la Tierra de Promisión pasó de ser un Canaán
local al Reino de Dios en la Tierra; el jefe político
ungido por Dios (Mashiach, Mesías) se volvió juez
último y príncipe de la paz,1 y “servidor de Dios” ; la
distinción entre castigo y premio se confundió, el su­
frimiento se transformó en excelencia, el rebajamiento
era elevación.2 El Dios de la Venganza y la Retribu­
ción3 se sublimó dando el Dios de la Justicia 4 y por
último el Dios de la Misericordia y de la Paz.5 En
este proceso convergen las tres tendencias judías gene­
radoras de historia: eA^mtormrrsIfio, el y la
escatologia.®
Dos desenvolvimientos tuvieron importancia decisiva
en la catolización de la tendencia histórica: el tránsito
del mesianismo a la cristologia y la gradual elucida­
ción del camino de la salvación.
El cautiverio y la migración de los judíos .había
1 Isa. xi, 1-9.
2 Isa. XI.II, 1-7; xlix, 3, 6-10; l, 4-6; luí. 3-5, 7-11; i.v, 5.
3 Éxodo, xx, 5, 21, 23-26; D eut. xix. 21.
4 F.zeq. xviit.
5 Oseas 11, 15, 18-19; vi, 6; xi, 8-9; Miq. vi, 8; Jonás rv,
2, 10-11.
6 Esta evolución, como toda evolución, de hecho, no
es cronológicam ente rectilínea; hasta los últim os -profetas
y Jesús prevalece de m odo v ariab le pero creciente. Tene­
mos q u e tom ar en cuenta tam bién q u e el A ntiguo Testa­
m ento es u n com puesto de escritos m ezclados correspon­
dientes a diferentes periodos.
48
I A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A ID
transformado la espera —frecuente entre los antiguos
pueblos orientales— de un gobernante benévolo que
restauraría el orden y el bienestar, como el “rey pas­
tor” egipcio, en la noción de un guía ungido que lle­
varía a la Tierra de Promisión; tribulaciones posteriores
hicieron de este Mesías el liberador último, y juez, del
pueblo harto oprimido. Desde el gobierno de los Se-
léucidas en el segundo siglo a. c. la tensión escatoló-
gica fue en aumento, con las crecientes calamidades,
hasta alcanzar un auténtico paroxismo: se creía que
el Reino de Dios estaba muy cerca.
Ya en el "Detitero-Isaías” (siglo viii a. c.) y en el
llamado “Trito-Isaías” (hacia 450 a. c.) el día de la
Salvación había sido considerado como la creación de
un “nuevo cielo” y “ una nueva tierra” : “Pasarán los
cielos como humo, se envejecerá como un vestido la
tierra y morirán como las moscas sus habitantes. Pero
mi salvación durará por la eternidad, y mi justicia no
tendrá f i n . . . No temas las afrentas de los hombres,
no te asusten sus u ltra je s...7 Volverán los rescatados
de Yavé, volverán a Sión con cantos de triunfo. . . Se
apoderarán de ellos el gozo y la alegría, huirán el llan­
to y la tristeza. . . Yo tomaré de tu mano la copa em­
briagadora, el cáliz, de mi ira, y no lo beberás ya más.
Y lo pondré en la mano de los tiranos, en la mano
de tus opresores, en la mano de los que te decían:
Encórvate para que pasemos por encima de ti, cuando
pisaban tu dorso como se pisa la tierra, como camino
de los que pasan.” 8
En las condiciones apocalípticas, bajo el dominio de
Heredes Idumeo y de los procuradores romanos, el ad­
venimiento del Reino de Dios parecía inminente: Je­
sús llevó al clímax la profecía tradicional; no sólo fue
heraldo del Juicio Final sino que él mismo adoptó el
7 Isa. li, 6-7.
8 Isa. li , 11, 22-23.
r((> I.A H I S T O R I A DF. I A H I S T O R I A
napel del Mesías tan esperado. Una comunidad judía
—aun Ja extrema vanguardia, o sea Jesús y sus discí­
pulos originales— podía llegar sólo hasta aquí. (Más
tarde, en condiciones congojosas surgieron quienes pre­
tendían el papel de Mesías) .9 Hasta la promesa de la
resurrección de los justos había corrido desde mucho
tiempo atrás entre los profetas y en los apocalipsis.
Pero la deificación de Jesús, que significaba la huma­
nización de Dios, era inaceptable para los judíos; ha­
bría destrozado su concepto de Dios.
No obstante, este comienzo radicalmente nuevo -el
Helenístico Pablo que rompía la antigua Alianza, la
creencia en la encarnación filial de Dios. Jesús, y en
su Segundo Advenimiento, como ya sustanciada por
una resurrección efectuada, es decir, el pasado como
garantía del futuro— incrementó el hincapié en el fu­
turo e hizo más concreto el proceso histórico.

Ir! segundo desenvolvimiento que reforzó la consciencia


histórica fue la elaboración creciente de las etapas y
periodos del camino del hombre hacia la salvación.
£1 punto de vista griego de los acontecimientos huma­
nos que establecía el sentido romo forma constituía,
como hemos visto, una dinamización de la eternidad
mediante la suposición de una recurrencia cíclica de
los acontecimientos. La noción judía y cristiana de la
vía del homore a la salvación creaba el sentido romo
propósito c iniciaba la unicidad del cambio, es decir la
real historia del hombre. Pero de una manera peculiar
la visión cíclica c.uuribuvó a la mayor elaboración
de la nueva visión; en el judaismo helenístico la teo­
ría de los ciclos aparece incorporada al mensaje ele
salvación merced a una periodización de su progresión.
UAAfkwiodieidad cíclica surge de dos fuentes, una
9 David Alroy en el xi. Rcubeni en el xvi, Sabbatai
7-cwi en el x \ n v Jacob Frunk en el xvm.
LA H I S T O R I A DI7. I A H I S I O R I A
(Mímica y otra míticamente humana; ambas probable­
mente de antiguo origen oriental. La primera alcan/.i
su forma definitiva en la representación estoica del
"año cósmico " o "año grande", que constituía una re-1
cutrencia periódica de la misma constelación astronó-'
mica (apokatástasis) y la correspondiente recreación
(palingenesia), y la repetición de todo acontecimiento i
individual. Este año (sísmico, siguiendo la revolución
(periodos) de los planetas, por analogía con los equi­
noccios vernal y autumnal, es dividido ett dos estado
nes, invierno y verano, cada una de las cuales culmina en
una-catástrofe terrena, un dilm'io (kntnklxsmós) in­
venta! v tina conflagración (rhpyrfisis) estival. De cada
una de estas catástrofes vuelve a levantarse el mundo
con todos sus aconteceres. Esta teoría estoica de los
eones, anticipada por Aristóteles (según Censorino) y
por una referencia del Timen platónico,10 y aun an­
tes por Heráclito 11 y los pitagóricos, se remonta, con
totla probabilidad, a los sacerdotes'lrrbitonios, que fueron
de los primeros que observaron y computaron la periodi­
cidad de los movimientos celestes, y que los vincularon
astrológicamente con los sucesos humanos. I,a periodi­
cidad cíclica de los acontecimientos del mundo y la
teoría entera de la eterna recurrencia parece haber
brotado de estas observaciones babilonias.1- I,a inclu­
sión de las dos estaciones equinocciales ((invirtió la bi­
partición original en nuestras cuatro estaciones comunes.
La otra antigua periodi/ación que nos ha llegado
en l¿j±U**bn jos v los (lias de Hesiodo (siglo vm a. c.) v
el Avesla zoroástrico parece una aplicación de los pe­
riodos celestiales a las etapas humanas. Las cuatro edu­

jo Timeo 22(i.
11 Cf. KarI Reinhardt, Parmenides and die Geschichle
der g riech isclicn P liilo s o p h ie (Bonn. ■ ■ )■ (>) . pp. 211(15.
12 Cf. B crn h ard Sticker, Weltzeitallei and astronomisehe
Perioden, Sacculum , ív 3, pp. 2 ]1-tj.
-2 I \ H I S T O R I A DK I \ H I S T O R I \
(les humanas de Hesiodo están, como es bien sabido,
representadas por sucesivas generaciones caracterizad*
por metales. Su antropología mítica continúa su m
gonía en línea descendente, desde una edad de qio
paradisíaca, a una de plata y otra de bronce, hasta Ilegal
a la de-hieno durante la cual vivía el poeta \ que, por
guerras intestinas y corrupción general se ha hundido
en miseria irremediable.
Esta antropogenia parece rellejar una experiencia
común entre los pueblos primitivos: la caída desde una
mítico estado de armonía de la tribu —de hecho, de la
vida— a uno de discordia, ruptura de la paz. o sea
individuación incipiente. El mito de Hesiodo acera
del humano descenso desde una edad de oro de gentil
mortalidad —“como irse a dormir"—, edad “exenta de
esfuerzo y durezas” , a una edad de violencia y congoja,
corresponde al mito bíblico de la expulsión del hom­
bre del Paraíso para caer en la mortalidad y el afán.
Para los griegos esta noción de la decadenc ia era un
tanto aliviada por la creencia en una recurrenc ia cíclica.
I.os judíos, cuya carrera terrena empezó efectivamente
en la miseria, introdujeron con sus profecías un des­
plazamiento de hincapié del descenso al ascenso. Per­
sistían aún huellas del punto de vista cíclico en la es­
pera de un retorno al estado paradisiaco original,13
pero el lapso prolongado de sucesivas visitaciones con­
virtió este retorno en suceso único, tanto más singular
cuanto que había que traerlo merced a los esfuerzos
conscientes de los rectos.
En el Libro de Daniel, judeo-helenístico (siglo n
a. c .), el más antiguo apocalipsis que sobrevive, la visión
cíclica se vuelve instrumento del mensaje del adveni­
miento del Salvador mediante la periodización de la
13 M ¡Cj. IV, 3-4; Ezeq. xxxiv. 25-31: Oseas 11. 18; Isa. 1
4; xi, 6-8. Sem ejante identificación del estado final con el
Edén original con tin ú a en los apocalipsis jud ío s posteriores.
I.A H I S T O R I A IlE LA H I S T O R I A 53
decadencia. Las c u n tió edades míticas son m etafórica­
mente identificadas con las cuatro potencias históricas
que sucesivamente subyu g a ro n a los judíos. El libro
nos ofrece dos variantes de esta com binación, u n a en
el segundo capítulo, o tra en el séptim o y el octavo; la
primera escrita p ro b a b le m e n te antes y la segunda des­
pués del rein ad o del seléucida A ntioco Epifanes, o d u ­
rante él .14 Arnicas son profecías a posteriori y se fu n ­
den a la escatologíu de la época.
El segundo c a p ítu lo relata u n su eñ o del rey babilo­
nio N abucodonosor, y su interp re tació n p or Daniel. El
rey había visto u n a im agen: "L a cabeza de la estatua
era de oro p uro ; su pecho v sus brazos, de plata; su
vientre y sus caderas, d e bronce; sus piernas, de hierro,
y sus pies, p arte de hierro, p a rte d e barro . . . hasta q u e
una piedra d espren did a, n o lanzada por m ano, hirió
a la estatua e n los p ie s tic h ie rro y barro, destrozándola.
Entonces el hierro, el barro, el bronce, la plata y el
oro se desm enu zaro n ju n t a m e n t e y. . . se los llevó el
viento, sin epie de ellos q u e d a ra traza alguna, mientras
que la piedra <¡uc liahia h e rid o a la estatua se hizo
una gran m o n ta ñ a , q u e llenó toda la tie rra . ” 15
En la in terp re tació n de D aniel, las edades d e c lin a n ­
tes del h o m bre se veían como cuad ro sincrónico de cu a­
tro graneles reinos d e g e n e ra n d o desde la cabeza d e oro.
que era el rey babilonio, iiasta el últim o rein o —evi­
dentemente el helenístico, d iv id id o —, cuyo sustento ele
hierro estaba mezclado con barro: "es epte este reino
será en parte fuerte y en parte f r á g i l . . . En tiem po ele
esos reyes, el Dios ele los cielos suscitará un reino que

14 Cf. H. L o u is (-i n s b erg , Sluilita ¡n Daniel ( I e \ t s a n d


Stuclies of t h e J e w ish T lic o lo g ic a l S e m i n a n in Am erica,
vol. xiv, N u e v a York. i u | S g aceiea d e los apocalipsis en
general: F. C. B u r k u t ]< ri.i/i and Christinn Apocalypst>
(Londres, icji .j ).
15 Dalí. II, ga -v,
54 I A H I S T O R I A 1)K LA H I S T O R I A
no será destruido ja m á s...; destruirá y desmenuzad
toiios esos reinos, mas él permanecerá por siempre'
Esto parece indicar que con la caída del cuarto rei
todo el edificio de la tradición pagana se desploma!
y el reino de Dios aparecería.
Los capítulos séptimo y octavo del libro describan
sueño del propio Daniel, que le mostraba la serie
los cuatro reinos bajo la forma de “cuatro grandes h
tias” que salieron del mar, “diferentes una de otn
Los dos últimos reinos son representados como un c
ñero con dos cuernos, explícitamente identificados coi
los reyes de Media y Persia, y un macho cabrío con ¡
gran cuerno, que “acometía, rompiéndole ambos cud
nos” al carnero, y que representaba al “rey de Grecií,
es decir Alejandro. Y “el macho cabrío llegó a ser m
potente, pero cuando lo fue, se le rompió el gran cuí
no, y en su lugar le salieron cuatro cuernos, uno a cai
uno de los vientos del cielo” —son los reinos de 14
diadocos helenísticos. “Del uno de ellos salió un cuera
pequeño, que creció mucho hacia el mediodía... q
grandccióse hasta llegar al ejériito de los cielos... aui
contra el príncipe del ejército se irguió, y le quitó í
sacrificio perpetuo, y destruyó su santuario... Al fim
de su dominación... levantaráse un re y ... contrae
Príncipe de los príncipes, ¡tero será destruido sin qu
intervenga mano alguna.” 17 Este "rey imprudente i
intrigante" es evidentemente Antioco Epifanes.
En estas visiones, pues, vemos la teoría mítica griegi
de las cuatro edades descendentes del hombre adaptad
a la experiencia histórica concreta del pueblo judío, ]
vinculada al ascenso escatológico. Además, en aquelll
época existía en el Cercano Oriente una pauta tradicio
nal de periodización histórica que el Libro de Daniel
puede haber combinado con la teoría mítica griega,
1 o Dan. u, 42-44.
17 Dan. vio, 5-11, 20-21, 23-25.
LA H I S T O R I A D E L A H D L O R I A
En la Persia Aqueménida se había utilizado uu registro
de las tres grandes monarquías —la asiria, la meda y la
persa— para glorificación de la dinastía conquistadora.18
Los judíos no recordaban sucesivas conquistas, única­
mente subyugaciones y opresiones consecutivas. Así el
Libro de Daniel arranca del reino neobabilonio (cal­
deo), que había acabado con el reino de Judea y des­
truido Jerusalén —el recuerdo predominante de esta
destrucción y del cautiverio de Babilonia parece haber
ocultado en su sombra la anterior opresión de Asiria
sobre Israel. Pero la inserción, carente de justificación
crortolégraf, d e m edí» cu Jbs visiones estatológicas
es probablemente debida a la influencia de la tradición
persa, que debe de haber estado muy difundida en
aquel tiempo.
Después de la desintegración del cuarto reino, el
greco-macedonio de Alejandro, se esperaba la llegada
de un quinto reino, apreciado de diferente manera por
los distintos pueblos. Las tribus del reino seléucida,
dolidas por la supremacía griega, confiaban en que sur­
giera un régimen nativo independiente. L.os autores
romanos, después de Ja derrota del sirio Antioco 111
por Escipión (Asiático) en la batalla de Magnesia (190
a. c.), empezaron a ensalzar el surgimiento de un do­
minio universal romano perdurable. Sólo los judíos
esperaban el reino de Dios.

18 Cf. G insberg, loe. c i t . ; \ Joseph W and su a in , “The


Tlieorv of the Fon: Monarrhies", Clnssicol P l i i l o l o (Oiira-
go), xxxv. nV i (enero <¡v ig.jo), pp. i ai.
5

E l j u d a i s m o ha permanecido suspendido en un estado


de espera, un estado de espera perpetuamente momen­
tánea del acontecimiento último. No podía ser de otra
manera, ya que nunca se consiguió concebir su reali­
zación palpable, al insistir como se hacía en la absoluta I
pureza del Señor y su reino. Lo imperfecto de la na­
turaleza humana se había impuesto a las mentes hasta
tal punto que no osaban imaginar seres humanos ca­
paces de satisfacer las exigencias de rectitud completa
—ni siquiera sus hombres más santos, Moisés, Aarón,
los profetas: no podían verlos sin mácula, y lo mismo
les pasó con Jesús. De ahí que hubiese que aplazar
indefinidamente el advenimiento del Mesías, por ne­
cesidad. Una de las paradojas del judaismo es que pre­
cisamente este pueblo que insistía tercamente en la ma­
terialización del Reino de Dios aquí en la tierra dis­
cutiera cualquier encarnación divina por su extrema
sublimación de Dios.
Mientras que el misionarismo, el mesianismo y la
escatología judíos creaban la historia como proceso úni­
co y generalmente humano, el establecimiento cristiano
de Jesús, no sólo como “Cristo” —“ ungido”— sino como
divino redentor de todo el género humano, lo crista­
lizó en un acontecimiento, que era por cierto el acon­
tecimiento por excelencia. El pueblo elegido —repre­
sentado por el siervo de Dios, que Dios dio como “luz
de las gentes. . . menospreciado y abominado de las
gentes. . . esclavizado por los tiranos” , que dijo “ He
dado mis espaldas a los que me herían. . . Y no escondí
mi rostro ante las injurias y los esputos"—1 era el ante­
cedente y prefiguración del Salvador personificado que
concentraba en su sacrificio instantáneamente mnnifies-
t Isa . x i .i x , 7
<>- ; l . f>.

r>r>
I \ 1IIS I O R ¡ .\ 1) 1. I A MIS 1 O R I A
to la prolongada cualidad de víctima de Israel. La
era un proceso, la Pasión de Jesús
éHB&fSMyrntacirnirrifb.
De hecho, dejando de lado su significación religiosa
y reveladora, y considerándola simplemente como un fe­
nómeno histórico, es difícil no reconocerla como un
acontecimiento epoeal, un suceso puesto en su momento
decisivamente apropiado, su verdadero knirós, prepara­
do como estada no sola m ente por el climax ilc una vie­
jísima espera judía sino por todas las múltiples tenden­
cias convergentes de la época, espirituales y actuales:
la mezcla helenística de pueblos e ideas estimulaba la
imaginación popular, frenética ya. e incrementaba la tra­
dición escatológica judía con toda suerte de materiales
mitológicos y especulativos. Los misterios sincretistas,
celebraciones dinámicas de muerte y resurrección de dei­
dades crónicas, empezaron por doquier a tener ventaja
sobre los viejos ritos estáticos. La deificación de los
emperadores romanos —meros individuos, sin ascenden­
cia mítica o siquiera nativa— redujo la distancia entre
las esferas terrestre y divina. La filosofía estoica, de
mentalidad universal, producto ella misma de la mezcla
helenística, creó un clima general que favorecía actitu­
des y valores próximos a los del cristianismo original:
compostura c imperturbabilidad (ataraxia), concepto
neumático de la deidad,2 incrementado sentimiento de
culpa, cosmopolitismo e igualdad humana, amor a los
semejantes, hasta el punto de auxiliar a los enemigos
(opem farra et 'mm inimicis) a1 Para el estoico Orisipo,
el destino y el predicamento coinciden con la divina

2 El mundo entero y multiforme se veía corno brotado


<lel ¡menina (aliento vital y espíritu creador) y como en
camino de vuelta a él, al pneuma de la deidad, en recu­
rrencia circular: se trataba, de '.echo, de estas divinas
sístoles y diástoles.
•1 Séneca, D e o l i o , r, 4.
1 \ 111X I O R I V 1) K 1 \ MIS I O R I A

providencia: h a rm n n m h ic se convierte en prónoin. Poi


último, logrado el Im perio Rom ano m undial, ofreció
la extensión territorial consolidada necesaria para que
el cristianismo difundiera su mensaje con eficiencia. El
poeta latino Prudencio (siglo iv d. c.) llegó a procla­
mar que Dios había em pujado a los romanos a conquis­
tar el mundo a fin de preparar el camino para la re­
ligión cristiana universal.1
Ninguno ele estos agentes originalm ente indepen­
dientes hubiera producido, por sí mismo, el tiraje de­
cisivo hacia la unicidad y ascenso de la historia humana,
conceptual tanto como actual, al prolongarse v rami­
ficarse durante dos milenios. La tradición judía fun­
dadora, incluyendo a Jesús mismo, no habría penetrado
muy adentro, más allá de la valla celosamente guar­
dada de su ley. La deificación de los emperadores ro­
manos había sido un suceso repetido pero aislado, sin
trascendencia honda o duradera alguna para la exis­
tencia humana. Tam poco líi muerte v resurrección d(
las di id,ules (71 Jf/ü mínenos lldlclllfilicói tra/a cil W)
principio ni!ípuii;i im plicación de compromiso para los
participantes humanos, a quienes sólo coiicemínj] (ft
l/D m illó n 3 fl!tfagó 0 l;i ''participación" primitiva. Otro
autor latino, converso cristiano, Minucio Félix (siglo ni
el. c .) , hacía irrisión de la recurrente futilidad cíe aque­
llas celebraciones: "No dejan de perder cada año lo
que han encontrado, y de encontrar lo que perdieron.
,No es ridículo adorar aquello por lo que se llora, v
llorar por lo que se adora?” •'
S'o/amente la convergencia y la interacción simultá­
neas de estos agentes, y su fusión transformadora por
Pablo, ha convertido la acción y pasión de Jesús en un
único, decisivo acontecimiento, punto de viraje autén-4 5

4 Contra Sxminachum.
5 Octavias.
I A H I S T O R I A I)K I A HIS T O RIA r,9
tico cíe la historia humana.6 La confluencia cíe agen­
tes condición;mies p ro d u cto res del suceso decisivo. IV
nómeno cíe importancia ejemplar para comprender el
funcionamiento y el sentido de la historia, no se ha
considerado lo suficiente en su significación estricta­
mente histórica en virtud de la habitual interferencia
de la preocupación teológica. En la ceguera ante este
fenómeno histórico concurren, de manera no poco es
traña, el pagano ro m a n o y el teólogo protestante mo­
derno. Escribe Celso, platónico latino de la segunda
centuria d. c:.: “Judíos y cristianos me parecen una mu
chedumbre de hormigas o de murciélagos saliendo de
sus guaridas, o ranas sentadas junto a un estanque, o
gusanos que se reúnen en el extremo de un estercolero
y se dicen: A nosotros D ios nos revela todo'. S o se
cuida del resto del mundo. Somos los únicos con los
que conversa... Como resulta que algunos ele entre
nosotros han pecado. Dios mismo vendrá, o enviará a su
hijo, para abrasar a estos p eca d o res r hacernos rom
partirh ud;i eterm. "7 Fj )mt (jw m rnrmo
no convertido, en el segundó siglo de ., trufe m mo­
vimiento subversivo molesto como un a su m o local ri-

0 El Islam derivó de la tradición juclcn-cristiana \ la


adaptó a las form as tribales árabes; irrad ió en p a rticu la r
por el O riente, donde com pitió con las civilizaciones h i n d ú
v sino-japonesa, m ucho m ás antiguas. La G u erra Santa
_ li h a d — de M ahom a, que inició el m ovim iento expansio-
nista islámico, fue al p rin cip io u n equivalente ele la lucha
judía contra l o s residuos paganos v m á s tárele l l e g ó a ser
un atrevido m ovim iento c ontra la expansión m isionera cris­
tiana. El Islam no h a avanzado p e rd u ra b lem e n te más allá
de su órbita o rien tal y africana, ni h a p ro d u c id o una ci­
vilización que supere a la occidental. Somos testigos, por
el contrario, d e u n a c u ltu ra islám ica q u e , con U n í a s l a s
demás del m undo, se vuelve m ás v m ás occidcntalizada,
inevitablem ente y, en m uchos respectos, deplorablem ente.
7 Orígenes. Contra C e l s n m , iv, 23.
(¡o L A HIS T O R IA L)T. I.A T U S A O R I A
si ble. Pero el moderno teólogo Oscar Cullmann, que
describe la significación cpocal del cristianismo para la
concepción del tiempo histórico con extraordinaria da-
ridad, confirma, de hecho, la opinión de Celso atri­
buyendo el viraje decisivo exclusivamente a la revelación
cristiana: ‘‘La insistencia en la historia de un pueblo
pequeño —declara—, la combinación de su historia ex­
terna con hechos que, históricamente considerados, vale
más denominar ‘faits divers’ [hechos sueltos diversos]...
y especialmente la explicación del todo desde ese pun­
to medio, la obra de Jesús de Nazaree, que tomada en
sí misma pertenece nada más a los 'faits divers’ de la
historia del Imperio Romano —todas estas cosas tienen
que hacer que la historia, al ‘historiador puro’, le parez­
ca una compilación completamente arbitraria, que re­
chazará por no ser norma válida aplicable al enjuicia­
miento de todo el alcance de la historia... adquiere
sentido sólo cuando esta acción histórica central de
Jesús de Nazaret es reconocida como revelación divim
absoluta a los hombres. Sin esta f e . . . dicha historia
debe en realidad parecer carente de sentido.” 8
En verdad, sin embargo, considerando la totalidad
de los desenvolvimientos antes y después del ascenso
del cristianismo con fundamentos puramente históricos,
creo que se nos considerará justificados si reconoce­
mos este acontecimiento como un punto de inflexión
que fija en el tiempo terrenal la creación judía del
concepto y realidad de la unicidad del acontecer hu­
mano, es decir de la historia. La evolución del mesia-
nismo y la escatología judíos, de la dinninización y
carácter de este mundo de los cultos, de la Stoa hele­
nística y del Imperio Romano, son gemimos procesos
históricos que convergieron en el suceso cristiano, y no
necesitamos revelación para ver en este acontecimiento
8 Oscar C ullm ann. C .h r is t and T im e (Filadelfia, 1950)
pp. 22 s.
L A H I S T O R I A J)F. I.A H I S T O R I A 61
un resultado c om p reh en siv o y al m ism o tiem p o u n co­
mienzo. En el pasado, presente y fu tu ro están clara­
mente diferenciados y, n o obstante, conectados v italm en ­
te. La nueva fe p ro d u c e u n a p ri m e ra clara consciencia
de lo nuevo, de la to ta l n o ve d a d q u e es la esencia de
la unicidad. H a em erg ido u n n u ev o m u n d o , n o u n a
renovación del mism o, como en los eones recurrentes.
Se proclamó el su rg im ien to d e u n a “n uev a c ria tu r a ” ,9
y el ser h u m a n o apareció cam b iad o y p o r consiguiente
cambiable. Los Padres de la Iglesia fuero n los p rim e ­
ro»*-que rechazaron v io le n ta m e n te el p u n t o de vista
flttico.
E9' nueva cronología in iciad a p o r el a b ad ro m an o
OftWfsio el P e q u e ñ o en 525 d. c., q u e tom aba como p u n ­
to arranqnp u n aco ntecim ien to n o m ítico y ap ro x i­
madamente d e te r m in a b le —a saber, el nacim ien to de
Jwwmsto— no es más q u e u n a expresión de este giro
[««lamen tal. Ni q u e d ecir tiene q u e esta fecha se
volvió un “p u n t o cen tral te m p o ra l” 10 sólo cuando, en
el siglo xvin, se estableció la costum bre de n o sólo con ­
tar del nacim iento de Cristo en adelante, sino tam bién
hacia atrás. P ero es im p o r t a n te n o ta r q u e este sistema
de cronología h a sobrevivido a todos los recuentos a n ­
teriores y posteriores, desde el Seléucida y el de Diocle-
ciano hasta el fascista, y q u e se está convirtiendo, hoy
día, en la era presente, del to d o secular, acep tad a g ra­
dualmente por tod o el globo.

9 II Cor. v, 17.
19 C ullm ann, o p . c it ., p. 18.
6

H asta o s le pum o liem os con tem plad o lo s antecede»


tos c o n d i c i ó n , i d o r e s y la g é n e s i s d e la h i s t o r i a , proceso
g r a d u a l e n e l cpie a p e n a s os p o s i b l e s e p a r a r las etapai
c o n c e p t u a l e s d o las r e a l e s : proced ían p o r l o q u e liara»
liam os una in teracción en cadena.
Ahora seguirem os la s consecuencias del estableci­
m ien to de la e xisten cia histórica del hom bre: el pro­
ce so d e ser u la r iz a c ió n q u e e n v u e l v e u n a c r e c i e n t e dino-
m iz a r ió n de la e x i s t e n c i a d e l h o m b r e y d e su mundo.
li n todos los p e r i o d o s q u e p reced ieron al aconteci­
m i e n t o c r i s t i a n o , y m u v p a r t i c u l a r m e n t e e n la era cris­
tiana. el m ás hondo cu id ad o del hom bre era su reía-
i ión con una e s fe r a de p e r m a n e n c ia , una e s fe r a más
a llá de la m u ta b ilid a d hum ana y d e l en ga ñ o d e los
s e n tid o s . Y sin em b a rg o e n e l a c o n te c im ie n to cristiano
m ism o s e s e n t ó e l f u n d a m e n t o p a r a la p le n a em ancipa­
c ió n d e la e sfer a s e c u la r , e s d e c i r pa ra c o n s u m a r la his-
to r iz a c ió n .
h.l c ris tia n is m o o rig in a l r eía a ú n la \ ida del hom­
bre d e a c u e rd o io n la tra d ic ió n esc ato ló g ic a ju d ía, es
d e c ir , to rn o u n m o v im ie n to v ita l q u e b a h ía d e santifi­
carse v c o n su m a rs e a q u í a b a jo , e n u n R e in o d e Dios
en el q u e c i c l o y tie rra se h a ce n u n o . I.os d isi ¡pules
d e Jesús h a b ía n creí id o e n ¡a ir a ilii ió n ju d ia y en el
clim a a p o c a líp tic o : e s p e ra b a n un .Segundo \< 1\ c n i m ien­
to de C risto en el f u tu r o m u s ( e n a n o . H a sta los pri
n ieto s a u to re s c ris tia n o s c re ía n q u e e l I m p e lió R om ano
sería la m o n a rq u ía d i a r i a v fin a l a n te s d e l a d v e n im ie n ­
to d e l te rrib le Ju icio F in a l, y en su e x tre m a d a a p re n ­
sió n h asta ro g a b a n p o r la p re se rv a c ió n d e R o m a .1
1 Cf. H. H. Rowli’v. D a r ia s th e M id e and th c F ia n
W o r ld K m p ir e s ¡u lite l'u n l; u\ D a n ie l (C anliff.
PP- 7:1
I A H IST O R IA m I \ HISTORIA "1
Para los fieles en este p e rio d o í n t ic o , pues, el as­
censo al reino de Dios o cu rría e n e l t i e m p o , en un
tiempo terrestre, d e u n solo nivel: n o h ab ía desviación
hacia un más allá trascendente. La ete r n id a d no era
una segunda esfera su perior, d e existencia intem poral,
era sencillamente “ tie m p o in f in ito ”. B ajo la tensión
constante de exp eriencias a b ru m ad o ras, los cristianos
se movían in g e n u a m e n te en la c o rrien te d e los aco n te­
cimientos y basta el m o m e n to n o ten ía n consciencia de
ciertas discrepancias esenciales latentes en las e n s e ñ a n ­
zas de P a b lo . El h o m b r e cjue más tard e se vio obligado
a enfrentarse a estas in co m p atib ilid ad es y a sacar las
inevitables conclusiones fue Agustín.
En l;i lifrTTtrrfrr n fox K om arinx dice P ililo : " ,( ) ig­
noráis ijuc cuantos hem os sido bautizados en Cristo
Jesús fuimos bautizados p ara p articip ar en su m uerte?. . .
Porcjue si hemos sido in jertad os en Él p o r la semejanza
de su muerte, ta m b ié n lo seremos p o r la de su resurrec­
ción. I’ues sabemos cjue nu estro h o m b r e \ic jo ha sido
crucificado paia (¡ue fuera destru ido el cuerpo del p e­
cado y ya no sircamos al pecado. En efecto, el cpie
muere queda absuelto ele su pecado. .Si hemos m u erto
con Cristo, tam b ié n vivirem o s con É l . . . ” - Y en la
Epístola a los Cu lose uses: "Si fuisteis, pues, resucitados
con Cristo, buscad las cosas de arriba, d o n d e está ( listo
sentado a Ja diestra d e Dios: p en sad en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Estáis in tu ito s v vuestra
vida está escondida con Cristo en D i o s . . . Mortificad
vuestros m iem bro s terrenos.
De a q u í arranca esa división decisiva de las e s l e í a s
física y espiritual q u e siguió creciendo más taid e basta
el punto de la com pleta secularización de la cicla h u ­
mana en la tierra, y. así. de la historia. En el p eregri­
nar ju dío ilacia el R ein o de Dios, p o r in fin ita m e n te que
- Rom ., w , ■; s'
06 J A H I S T O R I A DE I.A H I S T O R I A
esta forma la inversión cristológica de la relación del
hombre con Dios llevó inevitablemente a la doctrina
del pecado original, a la justificación del hombre por la
gracia y la fe y por último a la doctrina de la predes­
tinación. Esta doctrina, consecuencia directa de la
creencia en la justificación del hombre por la grácil,
se remonta a la noción judía del "pueblo elegido". Pa­
b lo, en e l ca p ítu lo rx a lo s Romanos, se refiere explí­
citamente a la elección de Jacob por Dios y al rechazo
fie Esaú: “Es que no todos los nacidos de Israel son
Israel, ni todos los descendientes de Abraham son hijos
de Abraham, sino que ‘por Isaac será tu descendencia’.
Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino
los hijos de lapromesa son tmúp?^po/ ÓtMWkJMy,
según lo que está escrito: 'Am é a Jacob más que a
E s a ú ...’ pues a Moisés le dijo: ‘Tendré misericordia
de quien tenga misericordia y tendré compasión de
quien tenga compasión', no es del que quiere ni del que
corre, sino de Dios, que tiene m isericordia... Así
que tiene misericordia de quien quiere y a quien quiere
le endurece.” 6 “Pero si por gracia, ya no es por las
obras, que entonces la gracia ya no sería gracia.” 7
AI contemplar este proceso desde ios orígenes ju­
díos, reconocemos la completa congruencia y la impor­
tancia deI cambio de hincapié en la relación entre el
hombre y Dios: la redención vicaria de Jesucristo sig­
nifica que al ser humano se le dispensa del deber de
laborar por el Reino de Dios en la tierra. De esto se
sigue la justificación po*- la fe nada más, y la doctrina
del pecado original con la promesa de la salvación nada
más por la gracia —una gracia arbitraria, selectiva— y el
repudio de la vida de la carne. Esto inevitablemente
conduce a la secularización de la vida humana.
Aún mayor influencia en esta dirección tiene otra
o Rom . ¡x, 6-8, u , 15-16, 18.
7 Rom . xi, 6.
L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A 67
consecuencia de la d o ctrin a cristiana: la relación de los
fieles con la c o m u n id a d terrena. D esde Pablo, la c o m u ­
nidad de Cristo h a sido u n a co m u n id a d p u ra m e n te
universal en la q u e todos son “hijos d e Dios p o r la fe
en Cristo Jesús. . . N o h ay ya ju d ío o griego, no hay
siervo o libre, n o hay varón o hem bra, p o r q u e todos
sois uno en Cristo Jesús. Y si todos sois de Cristo,
luego sois descendencia de A b ra h a m , herederos según
la promesa.” 8 Ya en el A n tig u o T e s ta m e n to se había
mostrado p reten sió n de universalidad, y la misión judía
había sido co n stitu ir u n a luz p a ra los gentiles. Pero
aquí por vez p rim era , p o r o b ra d e Pablo, se cortan
todas las raíces terrestres del h o m b re. Q u ien cree en

toda condición terrenos. P or vivir en Cristo, “sontos


ciudadanos del cielo, d e d o n d e esperamos al Salvador
v Señor Jesucristo”.!) N i q u e decir tiene q u e el hom
bre sigue envuelto en circunstancias terrenas, es griego
o romano, h o m b r e lib re o esclavo, y ciu d a d a n o del I m ­
perio. Pero es u n estado transitorio. Lo q u e acontece
durante este lapso es de escasa im p o rta n c ia y la s u m i­
sión a la a u to r id a d m u n d a n a l , el “d a r al César lo q u e
es del César” es u n recurso de la indiferencia. N u n ca
debemos olvidar q u e se prescribió como u n m o d o de
pasar un breve in terv alo h asta el día de la liberación,
no como u n a co ndición estable, según lo instituyó L u ­
lero. Esto se m anifiesta n o sólo p o r los c o n tin u o s c ó m p u ­
tos de la real fecha d el ad v e n im ie n to de Cristo, sino
por el com pleto desinterés hacia los asuntos rom anos
que los cristianos e xh ibían . La E pístola a D io g n eto ,
documento apologético del siglo 11 d. describe su c o n ­
dición y conducta: “Viven todos en sus países natales,
pero como ex tran jero s (pároihoi) . T o d o lo sufren to m o
extraños ( x é n o t) . T o d a tierra e x tr a n je r a es su patria,
8 Gal. m , 26, 28-29.
t' FU. iií , 20.
(¡H L A H I S T O R I A DE LA H I S T O R I A
y toda patria es tierra extrañ a... Viven en la carne,
mas no según la carne. Pasan la vida en la tierra, pero
son ciudadanos del cielo.” 10 Pero ;por qué, entones
—les echaban en cara los romanos—, se siguen multi­
plicando en la tierra, engendran y educan hijos y ¡t
ocupan de cosas de la vida? ¿Por qué no se marchan
todos al desierto?11
Hacer semejante cosa habría estado en conflicto con
la misión cristiana que, a fin de salvar almas huma­
nas ‘‘para la vida eterna”, pedía la cristianización del
Imperio. Cuando esto se realizó bajo Constantino, se
vio como una confirmación providencial del mensaje
divino. La creencia romana en la sempiternidad e in­
destructibilidad de su Imperio —el imperecedero quinto
imperio del mundo— había dejado su impronta, en
forma modificada, en los apologistas cristianos: para ellos
Roma era la monarquía final antes del advenimiento
divino, cuya fecha precisa se discutía temerosamente.
De ahí que la cristianización del Imperio pudiese in­
terpretarse como una etapa de transición hacia el Reino
por venir. Los cristianos confiaban aún con establecerse
por un tiempo en esta etapa preparatoria. Los teólo­
gos, Agustín entre ellos, rogaban por la preservación
de Roma y el retraso del terrible día de las cuentas.
Algunos hasta querían ver en el Imperio una aproxi­
mación al milenio e ideaban lo que pudiera conside­
rarse una “idea cristiana del progreso” rudimentaria.
La fundaban en el hecho de que Jesucristo había na­
cido al fundarse el Imperio Romano y establecerse la
P a x R o m a n a de Augusto. Escribe Eusebio de Cesárea
(260?-340? d .c.): “ No ha sido por el mérito humano por
lo que en ningún otro tiempo más que desde Cristo
han estado la mayoría de las naciones bajo el único
10 A D i o g n é t e , éditio n critiq u e, tratl. y cora, de Henri
M arrou (París, 195«), pp- 62 ss.
11 Celso, citado por Orígenes, C o n t r a C e l s u m , vm, 55.
I A H I S T O R I A DE LA H I S I O R I A «>>J
gobierno de los romanos; pues en el periodo de su ma­
ravillosa residencia erure los hombres coincidió con el
periodo en que los romanos alcanzaron el apogeo bajo
Augusto, que fue el primer monarca que gobernó sobre
casi todas las naciones." 12 “ Dos grandes potencias
surgieron como de una corriente y trajeron paz a todos
y a todos unieron en un estado de amistad." 1:1 “Aunque
el objetivo del Imperio Romano de unir todas las na­
ciones en un todo armonioso se lia alcanzado ya en alto
grado, está destinado a ser alcanzado aún más perfecta­
mente, hasta la conquista final de los confines del
mundo habitable. . .” 11 Así, Dios —afirma Ensebio exal­
tando a Constantino— “concede ya aquí y ahora las pri­
micias como prenda de futuras recompensas y asegura
así en cierta forma esperanzas inmortales a mortales
ojos”.16 De estos puntos de vista, y de otros parecidos,
Prudencio podía concluir que “ para Cristo, que. . . no
tardará en venir, está abierto el camino que la concor­
dia universal de nuestra paz bajo el dominio romano ha
preparado".16
Pero sólo unos siete años más tarde esta declaración
fue violentamente refutada cuando, en -110 d. c., el visi­
godo Alarico, un bárbaro pagano, conquistó Roma, proe­
za que nadie había logrado antes. Igualmente sin pre­
cedentes fue la perplejidad de la comunidad cristiana: en
ningún momento había estado antes el cristianismo ame-
12 D em o n stratio E v a n g é lica , 3, 7, 139, citado p o r T heodo-
re E. Mommsen en St. A u g u s tin e an d th e C h ristia n ¡d ea of
Progress. T h e lia c k g r o u n d o f th e C ity o f G o d , 'Jo u rn a l
nf tbe History of Ideas” , vol. x ii , n? 3, p. 3G0.
13 T lieo p lia n ia , 3, 2. citado p o r M om m sen, op. cit., pp.
361 s.
14 E lo gio d e C o n sta n tin o , iC, (i. citado p o r M om m sen, op.
cit., pp. 362 5 .
15 Vida d e C o n s ta n tin o . i. 3. 3. citado p o r M ommsen,
op. cit., p. 360.
16 Contra S y m m a c h u n i, ir.
I \ 111.'. I O R I A 1) 1. I \ l l l ' . l OKI \
na/ado <lc v m ujan tc m anera. Je ró n im o , Padre de I)
iglesia, expresó la congoja general: "E l m u n d o entere
lia perecido en u na c iu d a d .”
En algunos respectos la situación es comparable!
la del año 58(i a. c:., después de la concpiista de J e n »
lén p o r los babilonios. P o r segunda ve/ la caída de un
estado terreno hicráiico ha establecido u n a conuinichd
espirituai. En Jeiusalén la destrucción de un reino te»
crático causó la espiritualización d e u n a trib u orientada
hacia la h u m a n id a d : la c o m u n id a d I lú ta m e de la diáv
pora judía. En R o m a el desplom e de u n imperio hie-
rático su praétn ico dio nacim ien to a la com u nidad espi-
litual de la Iglesia Católica.
/

El h o m b r e que rescató a la c o m u n id a d cristiana del es­


tado de confusión v angustia, su segundo fun d ad or, des­
pués de Pablo, fue /l^ u s lin . Su agonía, su aprem io por
salvar su propia fe y la de su c o m u n id ad e m p u ja ro n m
mente celosa y p e n e t r a n t e a las h o n d u ra s de la situación
cristiana y le hicieion p o n e r al d esn u d o las paradojas
latentes de la d o c tr in a p a u lin a . Ras coucfusiones ineluc­
tables a las tpic fue c o n d u cid o im p licab an una tran s­
formación dec isiva de la doctrina, una estainli/ac ión de
la grieta ominosa e n tr e cu e ip o v espíritu, en tre un curso
divino de Jos aco n te c im ie n to 1: \ u n o secular.
Además, en este viraje de la Insten ia h u m a n a vemos
cómo una experiencia vital, u n a experiencia p e r t u r b a ­
dora, trem enda en verdad, p ro d u jo u n concepto epte su­
cesivamente se in co rp oró a la actua lidad y la cambió
profundamente.
La in qu ietud en las m en tes cristianas después «je la
caída tic R o m a am en a zaba con escindir la co m u n id ad
en una m u ltitu d tic o p in io nes v sectas encontradas. H a ­
bía muchos epte creían c¡uc h abía em pezado el fin del
mundo v el Día del fuicio. Oíros, enam orado s ele ia
idea de m i progreso cristiano g radual, l>u.xat>an a tien­
tas un sentido al re p e n t in o acontecim iento. 1í las varia­
das herejías lieicni/antes —e n tr e e lla s las epte, bajo la
influencia de Orígenes, m a n t e n ía n con rop aje cristiano
la teoría cíclica p a g a n a — h allaro n fáciles escapatorias.
Agustín. en su C uidad de Dios, q u e inic ¡alíñeme era
un tratado apologético, como el testo de ia lite ta tu ra
patrística, discutió tales o piniones. Su arg u m e n to p r i n ­
cipal tiene decisiva im p o rta n c ia para c-1 fu tu ro desenvol­
vimiento de la d o ctrina cristiana: de hecho sentó los
fundamentos p ara ia estructura ciei inundo medieval.
Acabó io n tocias la s especulaciones a prouosito ctcl fui
7- L A H I S T O R I A 1)E L A H I S T O R I A
del mundo y del advenimiento del Reino de Dios, es
peculaciones en que habían caído hasta entonces todo»
los teólogos, hasta su propio discípulo, Orosio. Agustín
demostró que aquello de que la caída de Roma anunria'
ría el comienzo del Día del Juicio era una suposición
harto discutible; había indicaciones de lo contrario, por
ejemplo el hecho extraño de que los bárbaros perdona­
sen a los santuarios cristianos. Que Roma hubiese de
considerarse la última monarquía antes del milenio es
cosa que declaró inconocible. En todas las conjetura!
que podían ser desmentidas por los hechos adivinó una
amenaza para la fe. Por eso las rechazó categóricamente
señalando a Hechos i, 7: “No os toca a vosotros conocer
los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en
virtud de su poder soberano.” Con esta prohibición
general de demorarse en fechas y circunstancias, el Se­
gundo Advenimiento resultó indefinidamente aplazado,
perdió la sustancia concreta que aún conservaba en la
espera judía, infinita aunque momentánea, del Reino
de Dios en la tierra. Pues entre tanto había aparecido
la hendidura entre una esfera puramente terrena y otra
puramente espiritual, el apartamiento del hombre de sti
sustento terrestre hacia las "cosas de arriba”. Más y
más se había disminuido la vida en la tierra, que se ha­
bía vuelto un cascarón vacío del más allá. Esta- w tHcal
espiritualización, Aestemporalizactón de la -vida ' cristia­
na, fue el logro decisivo de Agustín. Aparte de ser el I
legado de su platonismo y resultado de su fiera supre-I
sión de sus vigorosos impulsos y emociones, ofrecía en
efecto la única manera concebible de rescatar la fe cris­
tiana de la incertidumbre relativa a un milenio previ­
sible.
Tal espiritualización de ¡a vida cristiana le hizo más
fácil invalidar la idea cristiana del progreso. Jamás se
ha alcanzado un estado terreno de paz: “Aún hay gue­
rras, guerras por la supremacía entre naciones, guerras
I,A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A 73
entre sectas, guerras entre judíos, paganos, cristianos,
heréticos, y todas estas guerras se van haciendo más
¡recuentes.’’ 1 “¿ N o es verdad —p re g u n ta — que desde Ja
venida de Cristo el estado de los asuntos humanos ha
sido peor que el de antes, y que los asuntos humanos
fueron otrora mucho más afortunados que ahora?” 2 No
sólo había fracasado la paz en la tierra sino que —y ésta
es la consolación q u e él ofrecía— n i siquiera im po rta b a
que se hubiese o no alcanzado. La sola paz que importa
—sostuvo— es aquella que, con la gracia de Dios, el hom
bre halla en sí mismo, por la fe y la completa rendición
de su voluntad. “ Cuando el hombre aprende que en sí
mismo es nada y que no halla auxilio en sí mismo, sus
armas se hacen pedazos, terminan las guerras en él.”
Aquí es perceptible otro cambio, que sigue inevitable­
mente al primero: e l tránsito de la salvación g en era l a
la individual.
Todo progreso m aterial es, pues, para Agustín un
engaño y termina en el desencanto. C on la misma vehe­
mencia y fuerza persuasiva, sin embargo, se vuelve con­
tra la antigua teoría cíclica. No debo dudar —dice— de
"que el hombre no ha existido nunca antes y d e q u e
ha sido o rig in a lm en te creado en determinado tiempo”,'*
ni de que Dios, “ aunque en sí mismo eterno y sin prin­
cipio, hizo que los tiempos tuviesen un comienzo defini­
do: y al hombre, al que nunca hizo antes, lo hizo dentro
1 C o m e n ta r io s o b r e e l S a lm o gs. citado por I beodo re E.
Mommsen en S t. A u g u s tin e and th e C b r istia n Id ea o f Pro-
¿ress. T h e I la c k g r o u n d o f th e C ity o f G od, "Journal oí Ih c
Historv of Id eas”, rol. xu, n-' g, p. p /ij.
- C o m e n t a r i o s o b r e e l S a l m o i j ñ , citado p o r M ommsen,
op. til., pp. ss.
3 C o m e n t a r i o s o b r e e l Salm o /y, citado p o r M om m sen, op.
a !., p. 364.
4 De chálate Del, x ii , 16 (de acuerdo con la disposición
de los capítulos en el texto de la edición del C o r p u s C h r i s -
tianorum, 19.55).
71 L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A
del tiempo".5 "De una vez por tocias murió Cristo por
nuestros pecados; peto, resucitado de entre los muertos,
no morirá más. .. y nosotros, después de la resurrección,
estaremos junto al Señor por siempre.” i: “ ¿Dónde están
los fieles —pregunta— que pudieran tolerar oír que lue­
go de llegados, después de una cicla de tantas y tan ex­
tremas calamidades (si vida puede llamarse a lo que en
verdad es muerte, tan poderosa que el amor de ella nos
hace temer esa muerte que de ella nos ¡ibera). . . . a la
vista de Dios, y. . . habiendo entrado en la bienaventu­
ranza. . . , participando de su inmortalidad inmutable...,
debiesen en cierto momento abaldonarla por fuerza,., y
ser expulsados de la eternidad, verdad y felicidad hacia
la mortalidad infernal, la necedad vergonzosa y la mise­
ria abominable, donde Dios es abandonado y odiada la
verdad.. . . y que semejante cosa hubiese ocurrido y
fuese a ocurrir una y otra vez interminablemente#..?” 7
Pero “si el tilma, una vez liberada como nunca lo fue
antes, no retornará más a la miseria, entonces algo ocu­
rre que nunca tintes aconteció.. . se lia realizado la
bienaventuranza eterna, que nunca acaba” .8
Así, para Agustín también la historia del hombre es
un curso único de acontecer, que se inicia con la géne­
sis, sigue con la caída y co n clu ye cu la salvación, tin
curso de acontecer cuyo punto esencial es el acto ele sa­
crificio clel Salvador. Del .interior ascenso, sin embar­
go, nada queda en su doctrina. Como el Reino de Dios
palpable retrocedió entre las neblinas de un futuro im­
ponderable, la redención simultánea de toda la humani­
dad sé disolvió en una multitud de salvaciones aisla­
das, personales, en la cual la predestinación individual
comenzó a adquirir un papel de predominio.
5 ¡Uní., xn, ly.
« lbid., xn, i |.
7 lbid., xu, 2i.
8 lbid.
I.A H I S T O R I A D E I . A H I S T O R I A

En el C ristianism o original, el bautism o era en sí


mismo equivalente a la absolución y la saltación, y fue
un agente considerable en la p ro p ag ació n del Cristia­
nismo. La do ctrin a de la p redestin ación de Agustín, sin
embargo, llegó m u ch o m ás h o n d o en la naturaleza y el
destino humanos, más allá del electo com ún del bautis­
mo. Para él, la raza h u m a n a , o rig in a lm e n te homogénea,
tal como A dán la personificaba, se separó desde C aín
y Abel en dos lineas opuestas de descendencia, e x p o ­
niendo y p ro p a g a n d o la doble naturaleza del hom bre, su
inclinación hacia el bien o el mal. lia d a el espíritu o la
carne, hacia la v o lu n ta d de devoción o la de autoafirma-
ción destructora, hacia el a m o r y la paz o h a d a el odio.
Esta división, q u e en ú ltim a instancia deriva del antiguo
dualismo persa y q u e prefigura el m o d e rn o dualism o

y demonios: 9 la apostasía de ios ángeles malos precedió


a la caída del hom bre.
Pero este curso de p e n sa m ie n to tiene consecuencias
de alcance m ayo r a ú n . im p e r a una división, en vir­
tud de la p red estin ació n inicial, d e n tr o de la co m u n id ad
cristiana misma, a u n e n tr e cristianos bautizados. Los
hijos de Caín y los hijos de .Abel se distin gu en consti­
tucionalmente p o r el am o r al mal y el am o r til bien. De
acuerdo con esto, la co m u n id a d divina, la ('Avilas l)ei, y
la comunidad terrena, la (Avilas I n ic u a , están mezcladas
una con otra (perplex/ic, corpora per mixta) . La c o m u ­
nidad terrenal no es idéntica a un sitio concreto, no es
terrena por musa de la localidad colectiva sino merced
a la pioclividad individual. N o hay q u e confundirla,
•pues, con el Im p e rio R o m a n o , p ag an o o cristiano. U n a
persona no pertenece a ella p o r ser m iem b ro de u n g r u ­
po o un p u e b lo d e Ja fierra, sino p o r su inclinación per­
sonal hacia las cosas de la carne. É tienn e Gilson ha
9 Agustín, I)e Genesi ad lilterum, xi (Migue y j . col. ,(3 7 ).
L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A
traducido hermosamente lo de C mitas terrena por cite
des fils de la terre, comunidad de los hijos de la tierra.10
De modo correspondiente, la Civitas D ei no equivale
sencillamente al cielo, puesto que incluye los ángeles
malos, que se cuentan esencialmente entre los “hijos de
la tierra” . Para Agustín las dos comunidades tienen así
un sentido harto místico. No obstante, la Civitas terrena
es aquella en que los sucesos terrenales, materiales, pue­
den percibirse visualmente, a través de los sentidos -de
acuerdo con el texto bíblico al que se refiere Agustín:
“que Caín fundó una ciudad, pero Abel, por ser extra­
ño, no”.11 En contraste, la invisible y eterna Ciudad de
Dios se considera la única comunidad genuina, la única
que con verdad puede llamarse tal, puesto que en ella
reinan la justicia, la paz y el amor. Todo esto implica
destemporalización y deshistorización. Llegada su muerte
individual, el santo predestinado entra en el más allá
de la eterna bienaventuranza, en el que de hecho residid
ya aquí abajo, como “ extraño” en la tierra; el seguidor
de la carne predestinado pasa a la perdición eterna.
Así, en su esfuerzo por rescatar la fe cristiana y la
unidad cristiana, Agustín se ve empujado a ahondar
cada vez más en los problemas de la situación cristiana.
Su intelecto ardiente, emocionalmente cargado, lo im-
pulsaba a sacar a plena luz las paradojas intrínsecas de
la doctrina paulina, a llevarlas aún más lejos inclusive.
Recordemos que estos problemas derivan en último
término de la inversión cristiana de la relación del hom­
bre con Dios: Dios, con su gracia, envió a su hijo con
forma humana para que redimiese a todos los hombres,
mediante su sacrificio propio vicario, de los vínculos del
pecado y las penalidades recibidas por violar las leyes
de Dios. De esta manera Dios ha liberado al hombre de
10 Étiennc Gilson, Les métamorphoses de la Cité de Din
(Lovaina-París, 1952), p. 55.
11 De Civitate Dei, xv, 1.
LA H IST O R IA DE LA H IST O R IA 77
la obligación activa de contribuir al advenimiento de su
reino. Lo que salva al hombre es la je sola, la fe en la
misericordia de Dios, y la confirmación de su fe en el acto
mágico v sacramental del bautism o, qu e desde tiem pos
de los judíos ha sido una ceremonia para limpiar de la
impureza pagana. La redención por el bautismo impli­
caba que antes de este acto iodos los seres humanos es­
taban contaminados por el pecado, pues de otro modo
la gracia dispensada por Dios y el sacrificio de Cristo
carecerían de sentido para los justos. Esto requería su­
poner una pecaminosidad original, genéticamente here­
dadaA2 Ahora bien, de acuerdo con Pablo el creyente
era bautizado en la muerte de Cristo y renacía en él
como hombre nuevo; de ahí en adelante estaba muerto
para la vida terrena y de un modo oculto vivía con Cris­
to, arriba. Esta introducción paulina del bautismo como
el acto efectivo de salvación acarrea una incompatibili­
dad doctrinal básica: era una anticipación individual del
omnímodo Reino de Dios que, sin embargo, seguía es­
perándose para el futuro próximo. Disminuía asimismo
la significación del Juicio Final, ya que la misericordia
de Dios, representada en el sacrificio de Cristo y afir­
mada en el acto de fe, ya habría de antemano absuelto
al fiel de sus pecados. De hecho el hincapié de Pablo
en la gracia ocultaba desde el principio, como hemos
visto por su referencia a la selección de Jacob por Dios,
los gérmenes de la doctrina de la predestinación, y está
en conflicto con la salvación de todos por el sacrificio
de Cristo.
Estas paradojas inherentes a la doctrina paulina fue­
ron muy agudizadas por Agustín. Al remontarse más12

12 Agustín considera que todo ser humano está entrega­


do al pecado no sólo en general, en virtud de la caída de
Adán y la trasmisión hereditaria de la concupiscencia, sino
también individualmente, por haber sido concebido en e!
pecado.
1 \ HI S TORI A 1)1 LA H I S T O R I A
allá del bautismo y exiender la selección de Dios mí
atrás de Jacob y Esaú, hasta Abel y Caín, y de hedió
hasta el origen del hombre, insistió de sobra en el poda
pero al mismo tiempo restringió el electo de la grada
de Dios. Convirtió la Gracia omnipotente en una fuera
cuasi-impersonal de la que Jesucristo era instrumento
más bien que un dispensador amante. Devaluó ron ello
el acto decisivo y la posición dominante de Jesucristo.
La doctrina de la predestinación original no era nada
compatible con la doctrina del pecado original y déla
redención de toda la humanidad por el sacrificio dt
Cristo: contradecía el efec to redentor del bautismo como
acto de fe. Agustín, por último, redujo ¡a comunidad
cristiana real a la Ciudad de Dios enteramente espiri­
tual. que separó estrictamente de la vida de la carne.
De estas dificultades surgió, como única transacción
posible, la institución de la Iglesia Católica romo instan­
cia mediadora espacial v temporalmente, como un susti­
tuto terrestre de la Ciudad de Dios v teali/acióii inde­
finidamente provisional def Reino cíe Dios, que no había
aparecido. La Ciudad de Dios, representada por la Igle­
sia, sustituía al Reino de Dios. Rajo Ja influencia de
Agustín fue reinando la noción de que con el poder
creciente de la Iglesia el Reino de Dios había de hecho
empezado.1'* La intercesión de la Iglesia exaltada con
sus servicios sacramentales y su poder mágico de abso­
lución hizo posible reintroducir, con múltiples maticei
casuísticos, cierta influencia del mérito personal sobre
la salvación. Como nadie sabía si estaba predestinado
para la salvación, la gente buscaba refugio en los efectos
objetivos de los actos sacramentales v en los oficios me­
diadores de la Iglesia que se había adueñado de la ad­
ministración de la amante misericordia de Cristo.
Como, desde el punto de vista de Agustín, la volun-
*■ * (-f. I'.rnst Ifernhcim, Mátele Iterhch e Zeitanschauungfíl
(Tubinga, icjiH), p. (iy v.
LA HISTORIA DE LA HISTORIA 7<¡
tad del hombre está sujeta a la divina gracia, que obra
mediante la predestinación v los artos sacramentales,
puesto que el hombre está privado de toda participación
activa o aun especulativa en el advenimiento del Reino
de Dios, impedido como está en su fe y su impotente
incertidumbre —pues hasta la vida santa de los justos se
ha vuelto una mera función de la fe, un embotamiento
de la vida real—, la carrera del hombre se ha vuelto otra
vez un camino circular, aunque, por cierto, un camino
circular único. El hombre, constitucioualmente peca­
minoso por la caída de .Adán, genéticamente dividido,
merced a la predestinación original, entre Abel v Caín,
entre seres humanos providencialmente sal va bles y
condenables, retorna individualmente —si a ello está pre­
destinado— a la bienaventuranza celestial para la que
originalmente fue creado. 'J odo el proceso de la con­
ciencia que se desenvuelve y <iel empeño consciente hacia
la perfección mundana, el proceso que iniciara la histo­
ria humana, es eliminado en ¡a doctrina de Agustín. Lo
que quedó en ella de esta consciencia madurada fue el
ascenso gradual del hombre “de lo temporal a una cap­
tación de lo eterno, y de lo visible a lo invisible”.54
A esta tendencia de Agustín a devaluar la historia
la reforzó su preocupación por la n a t u r a l r ~ .i t d e l t i e m p o .
que había surgido a consecuencia de la fundamental
división entre las esferas corporal y espiritual. Como
para él el camino de la salvación ya no pasa por los
acontecimientos terrenales sino que va a un nivel espi­
ritual —o, en efecto, no sigue curso alguno, por estar pre­
destinado desde el principio—, Agustín tenía que llegar
a un concepto del tiempo exactamente opuesto al del
cristianismo origina!, concepto harto problemático cuyas
incongruencias jamás consiguió vencer. Para los prime­
ros cristianos la historia de la salvación seguía identi­
ficándose ingenuamente con el proceso de la historia
34 De Chítate Dei\ x, i,¡.
So LA H I S T O R I A DE I.A H I S T O R I A
humana propiamente dicha. Se movía “ en el tiempo”,
hacia el Reino de Dios en la tierra esperado concreta­
mente, y la “eternidad” divina no era más que el tiempo
infinito, en el que estaba incrustado el tiempo medible
del hombre./ Cierto es que “lo alto” , la “vida oculta" ¡n
Christo lo introdujo Pablo, pero esta vicia oculta de los
fieles era entonces una contemporización mientras, en
breve tiempo, el Reino de Dios se materializaba, con
lo que se esperaba que cielo y tierra se fundirían. Con
Agustín el hincapié se desplazó radicalmente hacia la
esfera espiritual, con lo cual la apariencia entera de las
relaciones se invirtió y la naturaleza del tiempo pasó a
ser un problema insoluble. Ahora el tiempo era el opues­
to terrestre a la eternidad puramente espiritual —es de­
cir, la intemporalidad— en que reside Dios. El tiempo
se volvió una cosa, algo abstracto y material, igual a
otras cosas, todas las cuales había creado Dios. Y este
carácter "material” del tiempo era responsable de la
perplejidad en que Agustín se debatía: “ ¿Cómo podrían
pasar innumerables edades —escribe— que tú (Dios Om­
nipotente, Creador de todo y . .. Hacedor del cielo y la
tierra) no hubieses hecho, tú que eres autor y creador
de todas las edades? O ¿qué tiempos serían ésos, que
no fueron hechos por tí? O ¿cómo podrían concluir, si
nunca fueron?” 13 Suponer que Dios era el creador del
tiempo hallaba particulares dificultades al tropezar con
una pregunta que en aquel tiempo se planteaba con
frecuencia: ¿Qué hacía Dios, cuál era su condición antes
de empezar a crear? “ Viendo, pues, que eres el Crea­
dor de todos los tiempos, si algún tiempo pasó antes de
que hicieras cielo y tierra, ¿por qué, pues, se dice que
demoraste tu obra? Pues el tiempo mismo hiciste, y no
podía pasar tiempo alguno antes de que hubieses hecho
los tiempos. Pero si antes del cielo y la tierra no había
tiempo ¿por qué, pues, se pregunta qué hiciste? Pues no
is C o n f e s i o n e s , xi, ij.
I.A H I S T O R I A 1)E L A H I S T O R I A Si
había por no haber tiempo. Ni precedes en
entonces ,
el tiempo a los tiempos; de otro modo no precederías a
todos los tiempos. Pero precedes a todos los tiempos
pasados, con la alta ventaja de una eternidad siempre
presente; y vas más allá de todos los tiempos por venir
porque han de venir, y cuando vengan serán pasados; en
tanto que tú sigues siendo el mismo. . . Tus años no
vienen ni van, mientras que nuestros años van y vienen,
para que en su orden puedan todos venir. Tus años
están todos a la vez, porque están... pero estos años tu­
yos serán todos nuestros, cuando todo el tiempo cese
de ser.” lc ‘‘En ningún tiempo, por lo tanto, ‘no habías
hecho’ ninguna cosa: pues el tiempo mismo fue obra
tuya, y no hay tiempos coeternos contigo, pues tú perma­
neces el mismo: mas si perdurasen, de cierto no serían
tiempos. Porque el tiempo ¿qué es? ¿Quién puede ex
plicar tal cosa con sencilez. y brevedad?” La conclusión
de todo esto es la completa futilidad, de hecho la no
entidad del tiempo: “Esos dos tiempos.. . , pasado y por­
venir, ¿cómo son, viendo que el pasado ya no es ahora
y que el porvenir no es aún? Y por lo que hace al pre­
sente, si hubiese de estar presente siempre y nunca pasar
a tiempos pasados, no sería, por cierto, tiempo sino eter­
nidad. Entonces, si el tiempo presente, para ser tiempo,
sólo viene a la existencia porque pasa a tiempo pasado,
¿cómo podemos decir también que es aquello cuya causa
de ser es que no será: que no podemos, en verdad, afir­
mar que el tiempo es más que porque tiende a no ser?
(d u e ergo illa té m p o r a , p r a c te r itu m et fu tu r u m , (¡n o -
m odo s n n t, q u a n d o et p r a c te r itu m ia r n non est e t fu ta
ru m n o n d u m e st? p r a e s e n s a u te m s i s e m p e r e sse t p r a e s e n s .
n ec in p r a e t e r i l u m tr a n s ir e t, n o n ta m esset tem p u s, sed

a e t e r n it a s , s i e r g o p r a e s e n s , u t t e m p u s s it, id e o fit, q u ia
in p r a e t e r i t u m tr a n s it, q u o m o d o e t h o c e s s e d i c i m u s , c u i 10

10 Confesiones, xi, 13.


S2 ! A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A
musa, ut sit, illa est, qitia non erit, ut scilicet vori ven
dicamus tempus esse, nisi quia tendit non esse?)” 17
En De Civitatc De i dice Agustín que . .donde no
hay criatura cuyos cambios y movimientos constituyan
el tiempo, nc- puede haber tiempo ninguno. . . El tiem­
po, sin embargo, por consistir como consiste en cambio,
no puede existir al tiempo qué la inmutable eterni­
dad.” is
A propósito de esto, Agustín se enreda en dificulta­
des insolubles cuando llega al estado temporal especial
de los ángeles, que desempeñan un papel prominente
en su sistema. (La rebelión de algunos de los ángeles
se suponía que había causado la creación del hombre: se
creía que, de los humanos, los elegidos era con los que
contaba Dios para remplazar los apóstatas angélicos en
la compañía espiritual divina.) Como Dios —arguye-
siempre ha sido el Señor, debe haber tenido siempre
súbditos que él creara a partir de la nada y que no pue­
den ser coeternos con él. Tales súbditos fueron, antes
de la creación del hombre, los ángeles que. aunque crea­
dos por él, siempre han existido con él. Asi, “aunque
la inmortalidad de los ángeles no acontece en el tiem­
po, ni ha pasado en el tiempo ni es cosa que ocurrirá
en el futuro, sus movimientos [por ejemplo la rebelión
de algunos de ellos] pasan no obstante de pasado a fu­
turo y así no pueden ser coeternos con su creador, de
quien no puede decirse que en su existencia hubo algo
que ya no es o que no es aún”.10 De esta manera Agustín
se vio forzado a suponer grados de eternidad, iniciando
la distinción posterior, más importante, entre tres esfe­
ras temporales: la eternidad divina (aeternilns) , el tiem­
po humano (tempus), y entre medias el aevum. dimen­
sión de los seres del todo espirituales que fueron creados
17 C o n fesio n es, xi, 14.
18 De C iv ita te D e i, xil, 16.
19 I b id .
I A H I S T O R I A 1)!. LA H I S T O R I A f*3
pero son inmortales, "eviternos”. Agustín mismo, sin
embargo, admitió francamente que cómo puede ser que
Dios fuese antes de sus creaciones mas nunca sin ellas
es una posibilidad que “está más allá de las capacidades
de mi entendimiento”.
El tiempo, pues, la esfera de la vida humana, es te­
rreno y fútil, es esencialmente no ser. En esta opinión
podemos hallar rastros del helenismo y el platonismo
originales de Agustín. Entre los griegos, sin embargo, el
lapso terrenal cíclicamente recurrente del hombre había
sido una réplica de la inmutabilidad divina o cósmica.
Para Agustín, el tiempo único del hombre en la tierra
se ha hecho enteramente sin valor y caótico: “ Por lo
que hace al tiempo de los mortales —escribe—, que dura
unos pocos días y termina, qué importa bajo qué norma
viva un hombre destinado para la muerte.. . Qué dife­
rencia puede representar para la felicidad y la buena
conducta, en que consiste la verdadera nobleza del hom­
bre, el que algunos hayan conquistado y otros fueran
derrotados, es cosa que no puedo ver, por no hablar de
tal orgullo oí ¡oso por ia humana gloria. . L>n
O sea que lo ocurrido en la tierra, lugar de la Chitas
terrena, no tiene importancia para Agustín. I.o que le
importa es sólo la Chitas D e i, y esta comunidad tient­
en efecto una evolución que, sin embargo, consiste nada
más en el proceso de la creación de Dios. Esta vía de
evolución de la Chitas De,i ya no se divide tradicional­
mente, en vista de su naturaleza puramente espiritual,
en la serie de las cuatro o cinco monarquías terrenales,
sino, de acuerdo con una costumbre más reciente, en
siete periodos que representan los siete días de la crea­
ción, con lo cual los cambios terrenales no son más que
un reflejo o acompañamiento del relato bíblico. El pri­
mer día dura de Adán al Diluvio, el segundo del Diluvio
a Abraham (midiendo ambos no en términos de tiempo
20 De Civitatc Dei, v, 17.
s¡ /.a hi s i o r i a di : j a ui s j o r j a
sino de genera;iones: cada uno comprendía diez). Si­
guen tres periodos o días de Dios de catorce generacio­
nes cada uno: de Abraham a David, de David al Cauti­
verio de Babilonia, v de ahí al nacimiento de Cristo. El
sexto periodo es el del propio Agustín, y sus generacio­
nes no deben ni pueden medirse. Y por último, el sép­
timo día descansará Dios. "Este séptimo día. . . será
nucsiro Sábado, tuvo fin no será el atardecer sino el Día
del Señor. . .” 21 En él se cierra el círculo orgánico. Algo
acomete que jamás ha acontecido: empieza la bienaven­
turanza eterna, sin fin. Pero lo que aquí parece ser
nuevo consiste solamente, como se dijo ya. en la cons-
ricncia. recién adquirida por el hombre, del estado mise­
rable de la mortalidad, una consciencia del lodo inacti­
va, improductiva. "Por lo que concierne al disfrute de
la presente bienaventuranza, el primer hombre en el Pa­
raíso era más dichoso que ningún hombre justo en este
estado de flaqueza mortal. Pero en lo referente a Ja es­
peranza de futura bienaventuranza, quienquiera que pa­
dezca cualesquiera dolores lis íe o s , así sean los peores, con
sólo tener la seguridad - n o fundada en mera suposición
sino confirmada por auténtica certidumbre— de que al
fin estará libre de todo malestar y en compañía de án­
geles disfrutará por siempre de la presencia del Dios
supremo, este hombre, digo, tiene mejor fortuna que
aquel hombre prístino, que aun en la gran felicidad del
Paraíso seguía con la incertidumbre de su Caída.” -2
Pero -quién podía, aquí abajo, tener absoluta certeza
acerca de su bienaventuranza futura? Hasta los fieles
“que pueden estar seguros de la recompensa de su fir­
meza. no Jo están en modo alguno de su perseveran­
cia. Pues -quién pudiera saber que persevarará en su
conducta recta hasta el final, a menos de que se lo ase­
gure. mediante alguna revelación, aquel que. en su jui-
-i D e C iv ila te D e i, x.xn. 30.
— D e C iv ila te D e i, xi, 12.
I.A H I S T O R I A DE I A HIS T O R IA «5
ció justo y oculto, aunque sin engañar a nadie, no a
todos informa?": 23 la perseverancia misma del hombre
está ordenada de antemano. Así una i n c e r t i d u m b r e es
balanceada por otra. Sólo la final bienaventuranza en
el más allá supera a la prístina bienaventuranza del Pa­
raíso, por la certidumbre, la consciencia de la eternidad.
El propio Agustín parece haber sentido lo precario
de esta ventaja de una bienaventuranza sobre otra, per­
plejidad que vuelve muy dudoso el designio entero de
Dios para e l destino h u m a n o , i n c l u y e n d o e l s a c r i f i c i o
de Cristo, flaco dos intentos ineficaces para excogitar
alguna ventaja de l a bienaventuranza final comparada
con la inicial. Ambos intentos luchan contra las mis­
mas incompatibilidades inherentes a la doctrina de la
gracia y la predestinación. "El cuerpo animal que, de
acuerdo con el apóstol, recibió Adán, no fue creado
de modo tal que bajo ningunas circunstancias pudiese
morir, sino para que no muriese s i n o hubiera p e c a d o . . .
Aquellos hombres, sin embargo, que son elegidos por la
gracia de Dios para contarse entre los compañeros de los
ángeles benditos que viten por siempre en la vida bien­
aventurada, poseen cuerpos espirituales de tal género
que no pueden ya ni pecar ni morir.” 24 En su segundo
intento, el sofisma desesperado de su razonamiento re­
corre a un truco lingüístico: “el primer libre albedrío
que recibió el hombre cuando fue creado íntegro p o d í a
n o p e c a r , pero t a m b i é n p e c a r ; este último [libre albe­
drío], sin embargo, será más poderoso, ya que n o p o d r á
p e c a r [esto también, claro es, por don de Dios, no por
virtud de su naturaleza]... Así como la inmortalidad
original, que Adán perdió por su pecado, consistía en p o ­
d e r n o m o r i r , mientras que la inmortalidad última con­
sistirá en n o p o d e r m o r i r , así el primer libre albedrío
era tal que p o d i o n o pecar, v el último será tal que n o
23 I b i d .
2-1 D e C i v i t n t e D e i , xxti, 30.
S(> I.A lil.VÍ O R I A D E I.A H I S T O R I A
podrá p e c a r ( s ic u t p r im a im m o r ta lita s f u i l . . . p o s s e non
m o r í , n o x / is s im a e r i l n o n p o s s e m o r í ; ita p r i m u m lib e r u m
u r b itr iu r n p o sse n o n p e c c a r e , n o v is s im u m non p o s s e p ee-
c a r e ) ."
Es b i e n difícil c o m p r e n d e r c ó m o Dios p u d o inicial*
m e n t e c o n c e d e r al ser h u m a n o —en A d á n — lib r e albe­
d r í o p a r a p e c a r o n o y lu e g o o torgar. a los elegidos ia
b i e n a v e n t u r a n z a ú ltim a , p o r p u r a gra cia. P e r o suponer
q u e Dios d a r ía al fin al h o m b r e u n " l i b r e a l b e d r í o " in c a ­
p a z . p o r d i v in a gracia, d e p e ca r, es u n a b s u r d o retorci­
do. D o n d e n o hay elección, n o h a y l ib r e a lb e d r ío .
El A n t i g u o T e s t a m e n t o r e l a t a u n a c o n t e c e r q u e . en
su sim p li c id a d m ítica, significa u n a v e r d a d p r o f u n d a y
c o n sisten te : el h o m b r e está d o t a d o i n i c i a l m e n t e de la
capac id a d ele d e so b e d e c e r , de pecar, o sea d e elegir.
I.a a f ir m a c i ó n del l ib r e a l b e d r í o p o r el h o m b r e es el
f u n d a m e n t o d e su real h u m a n i d a d : i m p lic a consciencia
—v e n c o n se c u e n c ia s u f r i m ie n t o , d o l o r e s y v e r g ü e n z a —
p e r o t a m b i é n la a s p i r a c ió n a l a se m e j a n z a d e Dios v la
c r e a tiv id a d d e Dios. L a ira d e D ios a n t e la a rro g a n c ia
d e la consc iencia es m i t i g a d a e n su a naliza con los fieles
v su o r d e n d e e x p i a r esta a r r o g a n c i a c u m p l i e n d o v lle­
v a n d o a la p e r fe c c ió n la p o t e n c i a l h u m a n i d a d v pa rec ido
con Dios m e d i a n t e la s a n t if i c a c ió n d e la v id a v la p r e ­
p a r a c ió n c o n sc ie n te p a r a el R e i n o d e Dios e n la tierra.
Este c o n c e p to b íb lic o o ri g in a l , g e n e r a d o p o r las e x p e ­
r ienc ia s del p u e b l o d e Israel, se ña la , c o m o liem os visto. la
p r i m e r a re aliz a ción de u n d e s t in o ú n i c o d e la h u m a n i ­
d a d c o m o u n todo, es d e c i r ele la historia.
I.a m eta de mi e x p o sic ió n ha sido, hasta a h o r a , mos­
t r a r ia “ i n te r a c c ió n en c a d e n a " , sin so lu c ió n d e c o n ti ­
n u i d a d . de a c o n t e c i m i e n to s y c o n c e p to s , q u e c o n d u c e
d e la insten ¡a b íblic a o r i g in a l y su e n tr e g a del h o m b r e
a la tierra hasta los a r g u m e n t o s e x t r e m a d a m e n t e r e b u s ­
cados d e A gustín, con su p a r a l iz a c i ó n d e la v o l u n t a d
I h id .
L A H I S T O R I A DE I.A H I S T O R I A S7
humana, su reducción de la consciencia humana, su in­
validación de la vida y los aconleceres terrenales —y por
tanto de la historia— y su separación rotunda de lo espi­
ritual y lo terrestre. Intelectuaímente compleja y retor­
cida como es, la doctrina de Agustín tuvo una influencia
ilimitable y muy auténtica sobre el fundamento y la for­
mación de la vida medieval. Agustín instituyó la Iglesia
como un sustituto mediador terrestre de la Ciudad de
Dios, la estableció como potencia teocrática con preten­
siones de supremacía sobre los poderes seculares, y con
ello inauguró la competencia milenaria entre Regmun
y Sacerdotium. Mediante su interpretación de Lucas xiv,
23, —el llamado Coge intrare—, ayudó a hacer la Iglesia
cada vez más militante, y de este modo contribuyó a las
Cruzadas y su vástago, la Inquisición. Y mucho más allá
de los siglos medievales, la influencia de su doctrina de
la predestinación llegó con vigor renovado a las refor­
mas anticlericales de Lutero y (advino y a los efectos
inconmensurables del puritanismo.
Aparte de esta influencia sobre el verdadero curso
de los acontecimientos, Agustín ocupa ciertamente un
puesto especial en la formación del pensamiento his­
tórico. Ni que decir tiene que no fue lo que se conside­
ró durante mucho tiempo, el que inauguró la “ filosofía
de la historia”. Lo que le importaba no era la historia
sino la operación cíe la creación de Dios. De hecho in­
validó el medio mismo de la historia, que es el tiem­
po. No obstante, objetivamente, involuntariamente, fue
el primero en establecer un andamiaje intelectual para
la contemplación del destino del hombre. Y su división
de la eternidad y el tiempo, sus luchas indecisas con el
problema del tiempo y las controversias que despertó,
de hecho su tajante separación de espíritu y cuerpo,
dieron el impulso decisivo a la emancipación final dei
proceso de la historia. Puede contemplársele como el
iniciador de la secularización del hombre.
8

L a historia —de hecho la vida entera— avanza en olea­


das. Las olas se adelantan hasta a l c a n z a r s u máximo
volumen y luego retroceden para avanzar después aún
más, rcculent pour mieux saüter. Pero aun al retroce­
der, las ganancias no se aniquilan. Todo aquello que
haya empezado a existir no puede ya desvanecerse por
completo; puede ser oscurecido, suprimido, empujado
hacia el fondo durante un tiempo, puede fundirse a
otros movimientos, pero eventualmente reaparecerá con
nuevo aspecto y fuerza redoblada.
Así durante la Edad Media la Iglesia, firmemente
establecida con ayuda de Agustín como transición a la
Ciudad de Dios y como potencia mediadora y auxilia­
dora, destinada a guiar la conducta del hombre, hizo
que la vida en la tierra fuese provisionalmente posible
y absolvióle en grados siempre proliferantes; de hecho
la Iglesia, como fuerza organizadora, estimuló la vida
terrena en muchas formas. La vida en la tierra siguió
adelante, y con ella disputas, conflictos, transacciones.
Pero por debajo, merced al monasticismo y a los santos
individuales, la mortificación de la carne y la vida ocul­
ta en lo alto continuaron; y aún, en situaciones de tribu­
lación excesiva, brotaba otra vez el sentimiento de la
inminencia del Día del Juicio y del Milenio, y la espera,
aunque casi siempre dormida, persistió durante largo
tiempo. En cualquier caso, la vida siguió estrictamente
determinada por el papel estable de absolutos religiosos.
No obstante, la grieta entre espíritu y cuerpo, una
vez establecida, promovería el ascendiente de cuidados
materiales urgentes. La conmoción de los desenvolvi­
mientos mundanos independientes —la emancipación
de la historia secular, real y conceptual— se hizo sen­
tir con intensidad cada vez mayor.
88
L A H I S T O R I A DE L A H I S T O R I A S<J
Con Agustín y su invalidación del tiempo, la his­
toria humana pareció detenida V, por algún tiempo, en
la auténtica “ Edad Oscura” (los siglos vn y v m ), apa­
reció realmente como Agustín Ja había pintado: una
confusión caótica de acontecimientos, un subir y bajar
sin sentido de fútiles poderes. Pero poco después em­
pezó a adquirir forma definida y a avanzar hacia la
emancipación secular. Otra vez hallamos una conjun­
ción múltiple e interacción en cadena de agentes espi­
rituales y materiales, obrando a favor de este creciente
predominio del tiempo humano, es decir de la historia
secular.
Empezó con la creciente cristianización de las tribus
germánicas y la simultánea conquista de la parte terres­
tre del Imperio Romano por los bárbaros. Al princi­
pio, los emperadores germánicos siguieron —y tenían
que seguir— la guía organizadora del residuo ecle­
siástico del Imperio. Pero los inevitables antagonismos
consecuencia de estos sucesos interconectados tuvieron
resultados paradójicos, la competencia entre el domi­
nio secular y el espiritual empujó al último hacia una
autoafirmación cada vez más material. La Curia, el
sacerdolimn mismo, se entregó en creciente medida a
cuestiones políticas y cayó en aspiraciones mundanas y
complacencias ostentosas. Y en el encuentro militante
con los infieles, en e l que se combinaban intenciones
misioneras y expansionistas, los conflictos mismos en­
gendraban contactos e influencias contrarias.
El papa León III hizo a Carlomagno Emperador I
Romano, la cristianización causó las guerras contra los |
sarracenos españoles y de Ja Italia meridional, preludio
y acompañamiento de las Cruzadas. Aquí la corriente
paralela de historia humana, la islámica, interviene como
contrapunto y estímulo para el movimiento principal,
occidental, único que a fin de cuentas conduciría a la
más última etapa —científica, industrial y tecnológica—
Erich Kahler

E n e sta o b r a , E r ic h K a h le r se e n f r e n t a a l p r o ­
b le m a d e la n a t u r a le z a d e la h is to r ia . E n l e n ­
g u a je c la r o y a c c e s ib le o f r e c e , a n t e t o d o , u n a n á ­
lisis d e la n o c ió n d e s ig n if ic a d o , p r e lim in a r in d is ­
p e n s a b le p a r a la in v e s t ig a c ió n e m p r e n d id a . E n la
s e g u n d a p a r te p a sa r e v ista a la s d iv e r s a s c o n c e p ­
c io n e s d e la h is to r ia q u e h a n t e n id o lo s p u e b lo s y
los p e n s a d o r e s , d e s d e lo s g r ie g o s h a s ta la é p o c a
a c tu a l. F in a lm e n t e s o n a b o r d a d o s e l p r o b le m a
b á s ic o d e l s ig n if ic a d o d e la h is to r ia y la c r ític a d e
las o p in io n e s c o n t e m p o r á n e a s s o b r e e l p a r tic u la r .
P o r la o r ig in a lid a d d e lo s p u n t o s d e v ista q u e
e x p o n e , la r iq u e z a d e d a t o s q u e in c lu y e y la p r o ­
fu n d id a d d e l p r o b le m a q u e r e s u e lv e , la p r e s e n te
o b r a v i e n e a l l e n a r u n s e n s i b l e v a c í o e n la
b ib lio g r a fía d e le n g u a c a s t e lla n a y e s tá lla m a d a a
d e sp e r ta r el in te r é s n o s ó lo d e l e s p e c ia lis t a sin o
d e l p ú b lic o e n g e n e r a l.

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