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Capítulo 13

- ¿Recompensa? ¿Consideras una recompensa pasar por una repugnante parodia de


ceremonia?

Yulia sonrió irónicamente.


- Parodia o no, será un verdadero matrimonio y tú serás mi esposa... al menos por una
temporada.

- ¡Sapo engreído! - espetó Lena -. ¿De verdad crees que eso sería una recompensa? ¡Sería un
castigo! A diferencia de ti, aún siento cierto respeto por el sacramento del matrimonio. Para
mí, no es sólo algo que pueda utilizar. ¡Tú serías capaz de utilizar cualquier cosa y a cualquiera
para obtener lo que quieres!

Yulia se apartó bruscamente de ella, mirándola con desprecio.

- ¿Eso crees? - preguntó secamente -. Hace seis años pude contarle a tu padre la intimidad a la
que habíamos llegado tú y yo, ¡y estoy seguro de que él habría hecho cualquier cosa para evitar
que te casaras con Ivanov!

Lena apartó su furiosa mirada de ella. Nunca había pensado en aquella posibilidad.

- ¡Yo misma podría haber convencido a Ivanov de que no se casara contigo haciéndole ver la
humillación que habría supuesto para él que se supiera lo sucedido! - continuó Yulia con
amarga convicción -. Pero no lo hice. Me mantuve en silencio. Me retiré... dejé que tomaras tú
la decisión...

- ¡**** seas! - exclamó Lena -. No me dejaste tomar ninguna decisión. ¡Me trataste como a una
prostituta!
- Eso no es cierto.
- Sí lo es. ¡Y no te atrevas a olvidar la presión y el chantaje a que me sometiste previamente! -
argumentó La pelirroja con igual convicción -. Yo nunca lo he olvidado. No hiciste el más
mínimo esfuerzo por comprender cómo me sentía. Había traicionado a Dmitri. Le había hecho
algo imperdonable al hombre que creía amar. ¡Pero a ti no te importó nada cómo pudiera
sentirme!

La morena permaneció muy quieta, mirándola con ojos penetrantes.

- Has dicho... el hombre que creías amar. ¡De manera que finalmente lo admites! ¡Finalmente
admites que no lo amabas!

Lena se levantó y se apartó de ella, maldiciendo su impulsivo lengua.


Aferró con fuerza la barandilla del barco, hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

- Creía que lo amaba... después comprendí que no era así... al menos, no como debería haberlo
amado.

- ¡Después! - dijo Yulia despectivamente, añadiendo a continuación algo en griego que, por el
tono, pareció una maldición.

Angustiada, Lena cerró los ojos y respiró profundamente.

Al ver que no decía nada, Yulia añadió: - ¡Y no te traté como a una prostituta!

- ¡Hace diez días me llamaste precisamente eso por lo que hice aquel día! Y así fue como me
trataste - replicó Lena con firmeza -. Yo sólo tenía veinte años y ninguna experiencia con
alguien como tú. Fuiste tú la que se aprovechó, Yulia...

- Te deseaba - interrumpió la morena con aspereza.

- ¿Y eso lo justifica todo? ¿A pesar del precio que tuve que pagar? La lealtad es algo muy
importante para mí. Apenas pude vivir conmigo misma después... y todo por lo que para ti fue
una mera diversión. ¿Mereció la pena, Yulia? - preguntó Lena con voz temblorosa.

- No - murmuró ellaen tono repentinamente reservado - Mirando atrás, veo que no mereció la
pena.

Lena se volvió hacia ella involuntariamente. Su afilado perfil podría haber estado cincelado en
mármol. De pronto, quiso que le discutiera aquel punto, lo que era una locura. No debió
tocarla aquel día, pero ninguno de los dos fue capaz de controlarse. Ahora lo veía con claridad.
La morena se vio tan dominado por la pasión como ella.

Yulia condujo el yate al muelle. Lena no podía esperar a bajar. El introvertido estado de ánimo
de Yulia le resultaba insoportable. Se sentía apartada, como si no existiera.

Pasó largo rato preparándose para la cena, tomando un baño de una hora y dedicando a su
pelo mucho más tiempo del habitual. Eligió un vestido negro que iba a tono con su estado de
ánimo.

Oleg no estaba en el comedor cuando bajó.

- Está descansando en la cama - explicó Marika -. Hoy ha habido demasiada excitación.

Ivonne, brillante como una mariposa, rió irónicamente.

- ¿Excitación? ¿En esta roca olvidada de la mano de Dios? ¡Debes de estar bromeando!
- Es un momento difícil para todos nosotros - murmuró Marika.

- Oleg se está muriendo, pero yo también podría estar muerta - se quejó Ivonne con
amargura -. Odio este lugar.

- Nadie te obliga a quedarte - el redondeado rostro de Marika estaba rojo de rabia.

- Muchas gracias por el comentario - lanzando a Marika una mirada envenenada, Ivonne se
levantó de la mesa y salió del comedor.

- No debería haber dicho eso - susurró Marika, a punto de llorar.

Yulia dijo algo en griego y palmeó la mano de su hermana. Ella le apretó los dedos, agradecida.

- Voy a sentarme un momento con Oleg - dijo Yulia antes de que sirvieran el postre.

Antes de salir del comedor, miró un momento a Lena por encima del hombro.

La pelirroja salió a explorar después de la cena, vagando por habitaciones maravillosamente


amuebladas pero carentes de vida. Acabó localizando la biblioteca, donde seleccionó un libro
de Jane Austen que no leía hacía años. Pero la señorita Austen le falló por primera vez en
muchos años.

Lena no lograba concentrarse.


Dejó la novela a un lado y se levantó para salir a la terraza. Estaba paseando tranquilamente
cuando al pasar junto a una de las numerosas habitaciones que daban a la terraza oyó la voz de
Ivonne con total claridad.

- No puedes amarla, Yulia... ¡no puedes amarla! - decía en tono histérico -. ¡Y él no puede
obligarte a casarte con ella!

- ¡Contrólate! - ordenó Yulia en voz baja -. ¿Tienes idea de lo que te haría si supiera que estás
aquí conmigo?

- Me deseas a mí... ¡no a ella! - dijo Ivonne -. Te quiero... ¡sabes que te quiero! ¡Mira los riesgos
que he corrido!

Yulia dijo algo que pudo ser un juramento.

Lena se había quedado paralizada. Apenas podía respirar. Las cortinas se apartaron. Pudo
verlos. Yulia estaba de espaldas a ella. Ivonne se había arrojado en una silla para llorar
histéricamente.

- ¿Por qué no le dices que no quieres casarte con ella? - preguntó -. Tú eres la única de nosotras
capaz de enfrentarse a él. Te concederá lo que quieras.
- Dudo mucho que eso incluya a su esposa, repudiada o no - dijo La morena secamente.

- ¡No puedo esperar a que se muera! - gimió Ivonne -. ¡Que Dios me perdone!

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