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En la Europa medieval los túmulos y los monumentos megalíticos eran objeto de interés local, y en
ocasiones los clérigos hacían recopilaciones de los cuentos populares que a ellos se referían. Pocos de
estos monumentos escaparon al saqueo con el convencimiento de que contenían tesoros. Las
edificaciones antiguas también se violaban con el objetivo de obtener material de construcción, reliquias
sagradas y tesoros. Toda la información sobre tiempos pasados residía no ya en esos objetos, sino en
los conocimientos a través de la Biblia, de la tradición escrita grecolatina y en los registros históricos
que incorporaban tradiciones de épocas más oscuras. Esta visión cristiana sobre el pasado ha influido
en la interpretación de los datos arqueológicos hasta el presente, y podría resumirse en seis puntos:
1. Se creía que el mundo tenía un origen sobrenatural y relativamente reciente, y que no era probable
que durase más allá de unos pocos miles de años.
2. El mundo físico se hallaba en avanzado estado de degeneración y los cambios naturales eran signos
de la decadencia de la creación divina original. Esta degeneración apoyaba la idea de transitoriedad de
todas las cosas materiales.
3. La humanidad fue creada por Dios en el Edén, ubicado en el Próximo Oriente. Desde allí los
hombres se extendieron a otras partes del mundo. En una segunda diáspora se habría producido la
diferenciación de las lenguas. El centro de la historia del mundo permaneció, en consecuencia, en el
Próximo Oriente durante mucho tiempo, donde la Biblia registraba el desarrollo del judaísmo y desde
donde el cristianismo se difundió por Europa. Los investigadores trataron de vincular la Europa
occidental con la historia registrada en el Próximo Oriente y el mundo clásico, construyendo
caprichosas genealogías que identificaban a algunos personajes bíblicos o conocidos a través de otros
relatos históricos, como los fundadores de las naciones europeas o como sus primeros reyes.
4. Se consideraba como algo natural que el modelo establecido de conducta humana degenerase. La
Biblia afirmaba que Adán y sus descendientes habían sido granjeros y pastores, y que el trabajo del
hierro se había empezado a practicar en el Próximo Oriente sólo algunas generaciones más tarde. La
teoría de la degeneración se utilizaba también para dar razón de las primitivas tecnologías de los
cazadores-recolectores y de las tribus de agricultores cuando llegaron a las tierras europeas.
5. La historia del mundo se interpretaba como una sucesión de eventos únicos. El cristianismo alentó la
institución de un enfoque histórico de los asuntos humanos, ya que la historia del mundo se veía como
una serie de acontecimientos que poseían un significado cósmico. Éstos se interpretaban como el
resultado de intervenciones predeterminadas de Dios. Por tanto, no tenía ningún sentido pensar que el
cambio o el progreso fuese intrínseco a la historia humana o que los seres humanos fuesen capaces, sin
la ayuda de Dios, de conseguir ningún hecho de significación histórica.
6. Finalmente, los eruditos medievales eran todavía menos conscientes de los cambios históricos en la
cultura material que los griegos o los romanos. Por tanto, durante la Edad media el interés por los
restos materiales del pasado fue mucho más restringido que durante la época clásica, estando limitado a
la colección y conservación de reliquias sagradas. Esto no estimuló en absoluto el desarrollo de un
estudio sistemático de los restos materiales del pasado, pero la visión que de éste se tenía constituyó el
punto de partida conceptual a partir del cual se desarrollaría en Europa el estudio de la arqueología,
cuando las condiciones sociales cambiasen.
En el siglo XIV, los rápidos cambios sociales y económicos que marcaron el fin del feudalismo en el
norte de Italia, llevaron a los investigadores a intentar justificar las innovaciones políticas aduciendo que
tales hechos tenían sus precedentes en tiempos anteriores. Los intelectuales del Renacimiento
empezaron a tener en cuenta la literatura clásica que había sobrevivido con el objetivo de proveer de un
pasado glorioso a las emergentes ciudades-estado italianas y para justificar la creciente secularización de
la cultura italiana. En consecuencia, los textos históricos y literarios referidos a la antigüedad,
desconocidos o poco estudiados en la Europa occidental desde la caída del Imperio romano, se van
haciendo más familiares, y los investigadores van cayendo en la cuenta de que el pasado es algo muy
diferente del presente, de que cada época debe ser estudiada según sus propias premisas, y de que el
pasado no puede ser juzgado a partir de los modelos del presente.
El aprecio por la antigüedad no se reducía a la literatura, sino que rápidamente se extendió a las artes
y a la arquitectura. Pronto, los nobles y los ricos mercaderes rivalizarían entre ellos como
patrocinadores de las artes. Este desarrollo provocó enseguida que empezaran a considerarse
importantes no sólo la palabra escrita, sino también los objetos materiales supervivientes de aquel
pasado, como fuentes de información decisivas sobre las civilizaciones clásicas.
A finales del siglo XV, los papas, como Pablo II y Alejandro VI, los cardenales y miembros de la
nobleza italiana, se dedicaban a coleccionar y mostrar obras de arte antiguas, al mismo tiempo que
comenzaban a patrocinar la búsqueda y recuperación de tales objetos. En 1462, el papa Pío II promulgó
una ley de preservación de edificaciones antiguas en los estados papales y, en 1471, Sixto IV prohibió la
exportación de bloques de piedra o estatuas de sus dominios.
Las excavaciones que se iniciaron en Herculano y Pompeya en la primera mitad del siglo XVIII, las
llevaron a cabo buscadores de tesoros, aunque gradualmente se fue adquiriendo un interés por la
arquitectura doméstica romana junto al deseo de recuperar estatuas y otras obras de arte.
Poco a poco el interés por la época clásica se fue extendiendo por Europa; así, la Sociedad de
Diletantes de Londres llegó a patrocinar algunas excavaciones en la región del Egeo; los monumentos e
inscripciones de época romana que se localizaban en los países europeos fueron objeto de estudios, si
bien el precio que adquirían las obras de arte de calidad provocó que la arqueología clásica quedara
restringida a este tipo de materiales y a investigadores que pertenecieran a la nobleza o, que, en general,
pudieran permitirse el lujo del mecenazgo.
El nacimiento de la Historia del Arte como disciplina jugó un papel determinante en la Arqueología.
Los estudios de Johann Wilnckelmann (1717-1768) permitieron las primeras periodizaciones de los
estilos escultóricos de Grecia y Roma, así como los estudios que incluían sobre los efectos que distintos
factores como el clima, las condiciones sociales y la artesanía tuvieron sobre el arte antiguo, dieron pié
analíticas más profundas sobre la cultura clásica.
Respecto a la escritura cuneiforme, aún si bien conocida en Europa a principios del siglo XVII, el
primer intento por traducirla fue obra de Georg Grotenfend en 1802. Henry Rawlinson hacia la mitad
del siglo XIX fue quien tradujo el persa antiguo; en esa misma época se iniciaban las primeras
excavaciones en Irak, con Paul Emile Botta en Nínive y Khorsabad y las de Austen Layard en Nimrud
y Kuyunjik, que permitieron la recuperación de grandes cantidades de esculturas e inscripciones, que
despertaron gran interés al referirse a las primeras historia explicadas en la Biblia. Finalmente, como
sucedió para Egipto, se pudo esbozar una cronología para la civilización mesopotámica que permitió a
los eruditos estudiar los cambios producidos en los estilos artísticos y en la arquitectura monumental
desde los primeros estadios de la escritura.
Por su propia naturaleza, tanto la egiptología como la asiriología dependieron mucho más de la
arqueología que los estudios clásicos, ya que la gran mayoría de los textos que se conseguían debían ser
previamente desenterrados. Así que, mientras que la investigación sobre la historia del arte continuó
basándose en los registros escritos para la ordenación cronológica de sus datos, los problemas que
presentaba la aplicación de este método a períodos más antiguos con poca o nula escritura provocó que
creciese el número de arqueólogos que adquirieron conciencia de la importancia que revestían los
objetos recuperados mediante la arqueología para conocer los logros humanos. El desarrollo de la
arqueología clásica que se había iniciado en el Renacimiento incentivó los estudios arqueológicos
aplicados a tiempos prehistóricos.
Los siglos XVI y XVII marcaron el inicio de la exploración y la colonización de todo el mundo por
parte de los países de Europa Occidental, de modo que empezó a familiarizarse con los grupos de
cazadores-recolectores y las tribus de agricultores de otros continentes. Rente a un primer momento
donde, como consecuencia del desconocimiento de tecnologías como los metales se consideraba a estas
tribus como alejadas de la cuna de la humanidad, poco a poco surgió una visión alternativa que sirvió
para esbozar paralelos entre esos pueblos primitivos y los prehistóricos que habían habitado Europa.
El primer paso en este proceso se dio cuando los investigadores empezaron a considerar la idea de
que los instrumentos de piedra hallados en Europa se debían a manufactura humana y no a causas
naturales o sobrenaturales. En 1669, Nicolaus Steno estableció el inicio de la paleontología a través de
comparaciones con restos fósiles de conchas marinas; las comparaciones etnográficas sirvieron, al
mismo tiempo, para determinar el origen humano de los utensilios de piedra.; la posibilidad de que en
Europa hubieran existido en alguna ocasión grupos humanos que no conocía los metales fue sugerida
por primera vez en el siglo XVI por Pedro Mártir de Anglería, cuando relacionó los nativos de las
Indias Occidentales con las tradiciones clásicas de una Edad de Oro primigenia. Ya en el siglo XVIII,
tanto en Escandinavia como Gran Bretaña o Francia solía admitirse que los antiguos pobladores de
Europa utilizaban herramientas de piedra con anterioridad al conocimiento de la metalurgia de los
metales.
No obstante esta progresiva toma de conciencia de que los instrumentos de piedra se habrían usado
seguramente antes que los de metal no hacía todavía necesaria la adopción de una perspectiva
evolucionista. Ya que los de piedra seguían utilizándose durante las épocas en que se conocían y usaban
los metales. No sería sino hasta el siglo XIX cuando existiría una evidencia factual que permitiese un
enfoque evolucionista más plausible que las visiones degeneracionistas. Las fuertes sanciones religiosas
impuestas por los degeneracionistas hicieron que muchos anticuarios evitasen desafiar a la Iglesia.
Esta visión evolucionista no fue fruto solamente de la acumulación de evidencias arqueológicas, sino
que también influyó la transformación gradual que sufrió desde el siglo XVII el pensamiento en la
Europa septentrional, región que se configuraría rápidamente como el centro de la economía de un
nuevo mundo. En el siglo XVIII tuvo lugar una confrontación respecto a la superioridad de las culturas
clásicas respecto a la cultura de los tiempos modernos. Se intentaba demostrar que el talento humano
no estaba en absoluto en decadencia y que, por tanto, los europeos actuales estaban en condiciones de
producir obras que igualasen o sobrepasasen a las de los antiguos griegos o romanos.
La rápida evolución científica, tecnológica y cultural de Europa desde los tiempos de Galileo y
Newton hicieron tomar conciencia de los modos de vida de pueblos tecnológicamente menos
avanzados que habían sido descubiertos en muchos lugares del mundo y que empezaron a ser tomados
como los supervivientes de una condición humana primigenia, más que como productos de una
degeneración.
Las principales ideas de la Ilustración que se encuentran en la base del pensamiento evolucionista se
podrían resumir en:
1. Todos los grupos humanos poseían en esencia el mismo nivel y la misma clase de inteligencia, y que
compartían las mismas emociones básicas. Las diferencias culturales se explicaban generalmente en
término climáticos o de influencias medioambientales o como simples accidentes históricos. Esto se
conoce con el nombre de unidad psíquica.
El papel de la Ilustración debe analizarse desde la perspectiva del renovado interés por los enfoques
materialistas y evolucionistas del desarrollo cultural.
El estudio de las antigüedades prehistóricas también recibió el influjo del desarrollo general de la
metodología científica, la cual estaba íntimamente relacionada con la habilidad creciente de los europeos
para manipular tecnológicamente su entorno.
En 1660 se fundó la Royal Society of London, cuyos miembros, llevados por el interés hacia la
naturaleza de las cosas, elaboraron muchas descripciones detalladas y precisas de hallazgos
arqueológicos; identificaron los huesos de los yacimientos arqueológicos e intentaron dilucidar cómo se
confeccionaban y utilizaban los instrumentos. Como consecuencia, entre los siglos XVII y XVIII la
inquietud respecto a los túmulos prerromanos en Inglaterra se fue incrementando, realizándose
distintos estudios para determinar su antigüedad.
Los estudios de distintos tipos contribuyeron al avance de la investigación sobre los tiempos
prehistóricos y estimularon una más precisa observación y descripción de los artefactos y monumentos
antiguos, así como una aproximación mucho más disciplinada y esforzada, con el objetivo de datar, ya
fuese en términos relativos o absolutos.
La influencia creciente del pensamiento evolucionista-cultural durante el siglo XVIII produjo una
reacción conservadora que en aquel tiempo ejerció un mayor influjo incluso que el evolucionismo sobre
la investigación que realizaban los anticuarios. Este hecho relejaba un creciente tendencia hacia lo que
sería el romanticismo, en tanto que opositor al neoclasicismo francés. Los individuos inclinados hacia
este movimiento desarrollaron un gran interés por las ruinas de las abadías, por las tumbas y otros
símbolos de la muerte y de la decadencia del cuerpo. También se interesaban por las sociedades
“primitivas” o “naturales” y por el espíritu de las naciones europeas preservado en sus monumentos y
tradiciones, especialmente los de la época medieval, período ideal para la inspiración artística y literaria.
El Romanticismo parece haber sido el instrumento que estimuló un mayor interés por las excavaciones,
y especialmente por las de las tumbas, hecho que contribuyó al desarrollo del anticuarismo en la última
parte de este siglo.
Los anticuarios interesados en los restos prehistóricos confiaban tanto como los arqueólogos
clásicos en los registros escritos y en las tradiciones orales con la intención de hallar un contexto
histórico para sus hallazgos. Como resultado de esta dependencia de los textos escritos, a lo largo del
siglo XVIII y principios del XIX, los anticuarios generalmente se desesperaban por conocer más sobre
el período antes de que se dispusiera de tales registros
Con todo, la situación no era de estancamiento como normalmente se cree. Entre los siglos XV y
XVIII los anticuarios europeos habían aprendido a describir y clasificar monumentos y artefactos, a
excavar y registrar los hallazgos, y a usar varios métodos de datación, incluida la estratigrafía.
Parte del atractivo que ofrecía el trabajo de Thomsen era que aportaba un sostén independiente para
un enfoque evolucionista del primer desarrollo humano, enfoque que lentamente fue ganando
popularidad, sobre todo en Inglaterra, a medida que el temor a la Revolución Francesa y a Napoleón
fue decreciendo. Una de las grandes aportaciones de Thompsen fue que no se interesó de manera
exclusiva por los artefactos y su desarrollo a lo largo del tiempo sino también por los contextos en los
que éstos se hallaban, aspecto que podía revelar ciertos cambios en las costumbres funerarias o en
cualquier otra faceta de la vida prehistórica.
La arqueología escandinava fue una de las más influyentes de la época; junto a Thmpsen puede
nombrarse a Sven Nilsson (1787-1883), quien consideraba que el crecimiento poblacional había sido el
principal factor que obligó a los cazadores-recolectores escandinavos a convertirse primero en pastores
y después en agricultores. También podemos citar a Jens J.A. Worsaae (1821-1885), el primer
arqueólogo prehistoriador propiamente dicho, cuyas excavaciones con métodos estratigráficos
confirmaron la cronología de las tres edades de Thompsen, y llegó a plantear a través de estudios
realizados en Gran Bretaña e Irlanda que el esquema de las tres edades era aplicable a grandes regiones
de Europa. Worssaae es igualmente conocido por desarrollar las primeras investigaciones
interdisciplinares, ya que interpretó correctamente los hallazgos de acumulaciones de conchas próximos
a las costas como consecuencia de la actividad humana gracias a un trabajo conjunto con geólogos y
biólogos. La arqueología que de estaba desarrollando en Escandinavia proporcionó un modelo aplicable
en todo el mundo, extendiéndose rápidamente a Escocia (Daniel Wilson) o Suiza (Ferdinand Seller).
Como consecuencia de ello, la arqueología prehistórica se desarrolló como disciplina bien definida,
basándose en la capacidad de de construir cronología relativas a partir de los datos arqueológicos,
utilizando la seriación y la cronología. El desarrollo de la disciplina se ha venido relacionando con la
influencia ejercida por las ideas de la evolución geológica y biológica. Por primera vez el objetivo
consistía en extraer todo el conocimiento que la evidencia arqueológica permitiese sobre los modelos de
vida de cada período y sobre cómo esos modelos de vida de dada período y sobre cómo esos modelos
habían cambiado y se habían desarrollado e lo largo del tiempo. A pesar de todo, aún se atrevían los
arqueólogos a desafiar la cronología tradicional aceptada por la Biblia.
Frente a esta arqueología escandinava, Francia e Inglaterra desarrollaron estudios más específicos
sobre el Paleolítico y la antigüedad de la humanidad. Para ello fue necesario que en geología y
paleontología se desarrollaran perspectivas evolucionistas. Así como los principales avances
arqueológicos en el estudio de la antigüedad de la humanidad precedieron, aunque con poca distancia, a
las primeras manifestaciones del evolucionismo darviniano, la arqueología del Paleolítico pronto se vio
inmersa en las controversias que acompañaron el trabajo de Darwin y fue fuertemente influida por los
conceptos derivados de la evolución biológica.
Los problemas intelectuales del momento se hallan claramente ejemplificados en la obra de Jacques
Boucher de Perthes. En el valle del Somme, en Francia, inició estudios y excavaciones en las que
localizó hachas del Paleolítico Inferior asociadas a huesos de mamuts y rinocerontes extinguidos,
enterrados a una gran profundidad en las gravas estratificadas de las tarrezas del río.
Entre 1830 y 1833, el geólogo inglés Charles Lyell (1797-1875) presentó una gran cantidad de datos
en relación con que los cambios geológicos habían tenido lugar en el pasado como consecuencia de los
mismos agentes geológicos que actuaban durante largos períodos y aproximadamente con la misma
cadencia que lo siguen haciendo en la actualidad, lo que se denominaba la teoría uniformista de
geología.
A partir de 1850, Herbert Spencer lideró un enfoque evolucionista general para los problemas
filosóficos y científicos. Argumentaba que el desarrollo del sistema solar, de la vida animal y vegetal y de
la sociedad humana había empezado desde una homogeneidad uniforme y simple hasta llegar a
entidades crecientemente complejas y diferenciadas.
En 1859 se publicaba El origen de las especies de Charles Darwin, que suponía para la biología
evolucionista la asimilación de una serie de presupuestos que poco tiempo antes eran impensables. La
implicación obvia de que la humanidad había evolucionado a partir de un primate antropoide no sólo
convirtió el tema de la antigüedad de la especie humana en un tema candente que tenía que ser
empíricamente estudiado, sino que también significó una parte vital de una encendida controversia, más
general, sobre la teoría de la evolución biológica de Darwin. Así, la arqueología dedicada al Paleolítico
pronto se colocó cerca de la geología y de la paleontología en los debates sobre una materia que
provocaba un creciente interés público.
El nombre de arqueología paleolítica apareció por primera vez en 1865 cuando John Lubbock en su
libro Prehistoric times dividió la Edad de la Piedra en un primer Paleolítico o Arqueolítico y en uno
más reciente Neolítico. A partir de ese momento Francia tomó el liderazgo de los estudios sobre este
período. El primer investigador fue Edouard Lartet, quien a través de sus estudios en la Dordoña
realizaba una clasificación del período en base a restos de tipo paleontológico. Después surgieron
críticas a este sistema, como la de Gabriel de Mortillet quien consideraba que la subdivisión del
paleolítico tendría que basarse más correctamente en criterios culturales más que paleontológicos. No
obstante, el interés por las formas de vida de las sociedades prehistóricas eran mucho menor en la
escuela francesa que lo que observaba en la escandinava.
A partir de 1860 se produjo un resurgimiento de la historia teórica ya que los etnólogos intentaron a
través de la comparación de sociedades modernas que se hallaban en diferentes niveles de desarrollo,
averiguar los estadios a través de los cuales las sociedades europeas habían pasado en los tiempos
prehistóricos. Al contrario que las historia teóricas del siglo XVIII, estas formulaciones etnológicas eran
presentadas como teorías científicas más que como especulaciones filosóficas. La arqueología del
Paleolítico fue muy importante en términos científicos y arrastró un gran interés entre el público ya que
reveló la gran antigüedad de la humanidad y la evolución gradual de la civilización europea desde unos
comienzos muy primitivos. También estableció nuevos modelos para el análisis estratigráfico en
arqueología, ya que disfrutaba de un gran prestigio por sus relaciones con la geología y la paleontología
ciencias que estaban en la vanguardia de la creación de una nueva visión de la historia del mundo.
4. La síntesis imperial
Esto ocurrió porque el evolucionismo unilineal, fuese en la acepción racista de Lubbock o la más
antigua de tipo universalista liderada por Mortillet, adolecía de grandes debilidades como modelo de
acopio e interpretación de los datos arqueológicos. Estas debilidades eran especialmente evidentes en la
arqueología evolucionista que se había desarrollado en Francia y Gran Bretaña alrededor del estudio del
Paleolítico. Al argumentar que las culturas modernas se ordenaban desde la más simple a la más
compleja resumió la secuencia de la evolución de las sociedades europeas, y la evolución unilineal
negaba que pudiera aprenderse nada nuevo de los registros arqueológicos. El principal valor de la
arqueología eran las pruebas que podía aportar de que esa evolución había ocurrido en realidad, en
mayor o menor grado, en diferentes partes del mundo. Lubbock y otros arqueólogos afirmaban que la
evidencia etnográfica les proveía de un cambio fácil para obtener un conocimiento total de cómo los
pueblos habían vivido en los tiempos prehistóricos. Si los datos arqueológicos, bajo la forma de
artefactos que servían para el diagnóstico, podían revelar el nivel de desarrollo alcanzado por una
cultura determinada, los datos etnográficos referentes a las sociedades modernas que se hallaban en el
mismo nivel, aportaban todo lo que era necesario saber sobre la naturaleza de la vida asociada a aquella
cultura. Sólo los hallazgos arqueológicos más antiguos carecían de la correspondiente evidencia
etnográfica. En una fecha tan tardía como 1911, las culturas del Paleolítico Inferior y Medio se
equiparan con los pueblos de Tasmania y los aborígenes australianos. Estas analogías globalizadotas
alentaron una reactualización del anticuarismo, hasta el punto de que la arqueología volvió a su antigua
situación, cuando el pasado se ilustraba meramente por los artefactos, sin ninguna intención de
constituir un estudio sobre el comportamiento humano en la prehistoria. Dentro del contexto del
evolucionismo unilineal, la matriz para la comprensión de los datos arqueológicos era la documentación
histórica, como había sido antes de la obra de Thomsen o como seguía siendo en los estudios clásicos,
sino la etnografía.
Otro gran problema era que ninguno de los arqueólogos del evolucionismo unilineal consiguió idear
una metodología para hacer efectivas las comparaciones globalizadotas. No se llevó a cabo ningún
esfuerzo sistemático para correlacionar tipos específicos de instrumentos con culturas etnográficas de
manera que esos tipos pudiera, a su vez, utilizarse para trazar comparaciones controladas y detalladas
entre conjuntos etnográficos y arqueológicos. Los esfuerzos en este sentido habrían podido revelar en
mayor detalle alguno de los problemas del evolucionismo unilineal. Los arqueólogos eran conscientes
de las dificultades impuestas por las variaciones geográficas y ambientales, aunque nunca trataron este
tema de manera sistemática. Como resultado, las comparaciones entre los conjuntos arqueológicos y las
culturas etnográficas permanecieron a un nivel impresionista.
5. La arqueología histórico-cultural
A medida que los europeos occidentales dejaron de considerar la evolución cultural como un
proceso natural o necesariamente conveniente, se empezó a desarrollar una visión centrada en la
definición de las culturas arqueológicas y en el estudio de sus orígenes en términos de difusión y
migración. La arqueología europea se alineó muy de cerca con la historia y empezó a hacer incursiones
en el terreno del desarrollo de los pueblos específicos durante la prehistoria. Así, sus descubrimientos
empezaron a formar parte del esfuerzo por la autodeterminación, afirmación de su identidad y unidad
de las naciones en oposición a los conflictos de clase. Una arqueología de este tipo, obviamente había
de ejercer un gran atractivo en muchas partes del mundo. Los grupos étnicos y nacionales prosiguieron
en su deseo de conocer más sobre su prehistoria, conocimiento que podía desempeñar un papel muy
significativo en el fortalecimiento del orgullo y la solidaridad de grupo y en el estímulo del desarrollo
social y económico. Esto es particularmente importante para los pueblos cuyo pasado se había visto
violentado o denigrado por parte de un enfoque colonialista de la historia y de la arqueología. Aunque
los logros de la arqueología histórico-cultural pueden verse enriquecidos a través de técnicas para la
reconstrucción de las culturas prehistóricas y para la explicación del cambio cultural, desarrolladas fuera
del marco de este tipo de arqueología, sólo un enfoque que se centre en el conocimiento de la
prehistoria de los pueblos específicos puede cumplir las necesidades de las naciones en su fase
postcolonial. Por esta razón, la arqueología histórico-cultural todavía es socialmente atractiva en
muchos lugares del mundo.
En los Estados Unidos, el enfoque histórico-cultural se desarrolló como respuesta a una toma de
conciencia creciente sobre la complejidad del registro arqueológico. De todas maneras, en este caso, los
arqueólogos no se sentían en absoluto identificados con los pueblos que estudiaban. En Europa, los
arqueólogos todavía seguían sintiendo orgullo por los logros de sus ancestros. Con todo, a partir de
1880 se asistió a una pérdida de la fe en la creatividad humana, hecho que produjo una mayor confianza
en la difusión y en la migración para explicar los cambios del registro arqueológico. Por contraste, en
los Estados Unidos el reconocimiento creciente de todos aquéllos cambios en la prehistoria que no
podían ser explicados por la migración, llevó a una mayor confianza en la difusión. En este caso, el
difusionismo no representaba un pesimismo creciente acerca de la creatividad humana, sino una
aceptación limitada y algo forzada de la capacidad de los nativos americanos por el cambio.
6. La arqueología soviética
Los arqueólogos soviéticos empezaron a tener en cuenta los factores externos que desencadenan el
cambio en los sistemas sociales en el mismo momento en que los occidentales comenzaron a
interesarse por los factores internos. Las influencias económicas y políticas que las sociedades
adyacentes ejercen unas sobre otras suelen ser fácilmente analizadas a través del marco marxista
tradicional, si se hace un poco más grande la escala de la unidad que se estudia y, por tanto, si se trata
de las culturas que se interaccionan como partes de un sistema mundial. Con todo, los análisis
ecológicos y los estudios de la difusión cultural requieren la consideración de los factores externos que
hasta ahora han venido evitando los arqueólogos marxistas. Pero esto no constituye una ruptura con la
teoría marxista, sino un intento por elaborarla, de manera que contemple toda la complejidad del
registro arqueológico. Evitando el determinismo externo y poniendo de relieve la evolución socialmente
condicionada de las relaciones de producción como el principal factor que desencadena la evolución
cultural, la arqueología soviética conserva un carácter único al asignar el papel principal en la
explicación de la historia a la acción humana.
Las interpretaciones funcionalistas de los datos arqueológicos han sido durante largo tiempo
inherentes a los estudios de las relaciones entre las culturas y sus ambientes naturales y de la realización
y uso de los artefactos. Con todo, la proliferación y la sofisticación creciente de estas visiones, que
representaban una tendencia significativa en la antropología americana y británica, estimuló a los
arqueólogos a partir de 1930 a enfocar las culturas prehistóricas como formas de vida internamente
diferenciadas y hasta cierto punto, integradas. Esto, a su vez, hizo que se considerasen las causas
externas e internas del cambio. Al principio, el examen de las causas internas se dirigió sobre todo
hacia los factores ecológicos. Mientras que Taylor y de una manera todavía más explícita Clark hicieron
mucho por desarrollar el uso de los datos arqueológicos para la reconstrucción de los modelos de vida
prehistóricos, contribuyeron poco a la explicación de los cambios en el registro arqueológico. En
contraste, Childe, aunque desarrolló algunos modelos muy interesantes sobre el cambio social, falló en
indicar cómo podían ser aplicados en detalle estos modelos al estudio del registro arqueológico. La
arqueología de los asentamientos, por el contrario, estimuló los estudios relativamente holísticos tanto
de las culturas prehistóricas en puntos temporales específicos como de la manera en que éstas habían
cambiado. Este desarrollo de la preocupación por los cambios en las relaciones estructurales y
funcionales a lo largo del tiempo marcó el inicio de un estudio procesual, opuesto al sincrónicamente
funcional, de las culturas prehistóricas.
El desarrollo de los enfoques funcional y procesual de los datos arqueológicos representó una
sustitución del interés por la etnicidad, cada vez más estéril, de la arqueología histórico-cultural, a
cambio de una nueva preocupación por cómo operaban y cambiaban las culturas prehistóricas. El
desarrollo de la antropología social, que en su inicio no se preocupaba por explicar el cambio social
interno más de lo que se habían preocupado los enfoques difusionistas anteriores, alentó una
orientación funcionalista. Este interés creciente por el cambio estaba relacionado con el desarrollo
social que se produjo después de la Segunda Guerra Mundial.
Desde un punto de vista interno, la arqueología histórico-cultural fue un preludio lógico del estudio
sistemático de las culturas prehistóricas desde unas perspectivas procesual y funcional. El enfoque
histórico-cultural el marco básico de las distribuciones culturales en el tiempo y en el espacio y de las
relaciones interculturales, el cual estaba complementado por un énfasis funcionalista en el estudio
sistemático de las configuraciones internas de las culturas. Aún así, aunque inicialmente se construyeron
sobre las tradicionales cronologías histórico-culturales, los enfoques funcionalista y procesual pronto
generaron una serie de cuestiones que requirieron afinar esas cronologías y comprender la variación
espacial (especialmente la variación intra-site) en el registro arqueológico. Los arqueólogos
norteamericanos reforzaron y renovaron sus antiguos vínculos con la antropología en su búsqueda de
paralelos etnográficos y conceptos teóricos de los que poder servirse para la interpretación de los datos
desde un punto de vista funcional o procesual. Los arqueólogos europeos tendieron al escepticismo en
cuanto a las analogías ante la ausencia de cualquier conexión histórica directa entre las culturas
comparadas, considerando su trabajo como un enriquecimiento de su análisis continuado de los datos
arqueológicos.
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