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LITERARIO?
Jean-Marie Schaeffer
.5
■18022 )
f
Director de colección: José Manuel Cuesta Abad
Maqueta de portada: Sergio Ramírez
Diseño interior y cubierta: RAG
Titulo original:
Quest-ce q iin n gen re littéraire?
Sector Foresta, 1
28760 - Tres Cantos
Madrid - España
www.akal.com
ISBN-10: 84-460-1327-4
ISBN-13: 978-84-460-1327-3
Depósito legal: M. 14.732-2006
Impreso en Cofás, S. A.
Móstoles (Madrid)
sean Quattrococodrilo
Jean-Marie Schaeffer
Traducción
Juan Bravo Castillo y Nicolás Campos Plaza
sean Quattrococodrilo
i
Resumen histórico de algunos problemas teóricos
1 Como nos recuerda Kate HAMBURGER (Logique des genres littéraires , París, Éd. du
Seuil, 1986, p. 33), y posteriormente Gérard GENETTE (prefacio a Hamburger, op. cit.,
p. 7), file sin duda HEGEL (Esthétique, trad. al francés de Jankélévitch, III, 2.a parte, Pa
rís, Aubier, p. 7) el primero que insistió en la dificultad de delimitación de la literatura
con respecto a las prácticas verbales no literarias; volveré a ello más adelante.
RESUMEN HISTÓRICO DE ALGUNOS P R * n A 9 M 3 t < 9 S ° c o d r i l 9
tros; es lo que hace Cleofón -poeta que la Retórica, III, 1408a 15 pre
senta como creador de dramas próximos a la comedia-; c) representa in.
dividuos que son peores que nosotros; es lo que hacen Hegemón de Ta-
sos (autor, se supone, de parodias dramáticas) y Nicócares (autor de una
Deiliada, parodia burlesca de la litada), y más generalmente los poetas
cómicos. Conviene observar que esta tripartición no la mantendrá Aris
tóteles, el cual hará desaparecer la categoría media, dejándonos la dico
tomía ya clásica. En cuanto a la distinción de las modalidades, también
es dual, dado que Aristóteles distingue entre lo narrativo y lo dramático,
quedando lo primero ilustrado por la epopeya, y lo segundo por la tra
gedia y la comedia.
Gracias a la dicotomía de los objetos combinada con la de los modos,
obtenemos un cuadro de doble entrada que delimita cuatro casillas, tal
como Gérard Genette mostró en la «Introducción al architexto»5:
modo
objeto dramático narrativo
tringido: «Desde el momento en que se admite que los géneros son ins
tituciones, hay que abandonar toda esperanza de definirlos, si no es de
manera parcial y para determinados contextos específicos»7. Sin embar
go, no por ello se pone en tela de juicio el valor del modelo, ya que éste
delimita un conjunto de posibles que no encuentran necesariamente cla
ses textuales reales donde plasmarse.
Todo esto no significa que los nombres de los géneros sean arbitra
rios, ni que no existan nunca criterios constantes (transhistóricos, al me
nos por lo que a nosotros nos es dado juzgar) que permitan reagrupar
textos bajo un nombre idéntico. Es ésta una cuestión a la que tendremos
ocasión de volver, puesto que permanece vinculada al problema central
del funcionamiento y de la función de los términos que identifican los
géneros. Tampoco hemos querido, evidentemente, dar por sentado que
el modelo estructural no plantee problemas específicos. Por el momen
to, únicamente pretendíamos mostrar que el análisis estructural de Aris
tóteles permite describir los géneros literarios, sin para ello seguir vincu
lado necesariamente a postulados esencialistas.
No obstante, resulta innegable que la Poética pone asimismo en prác
tica tal procedimiento esencialista de paradigma biológico. Bajo forma
de declaración de intenciones lo hemos encontrado ya en la frase de aper
tura que me permito citar una vez más. «Hablemos de la poética en sí y
de sus especies, de la potencia propia de cada una.» El esencialismo resi
de aquí en la sustancialización implícita de los géneros, en tanto que es
tán dotados de una finalidad propia y, por consiguiente, a fortiori, de
una identidad sustancial. Un segundo pasaje, aún más revelador, lo ha
llamos en el capítulo IV, 49a 13-15: «luego la tragedia fue tomando
cuerpo, al desarrollar sus cultivadores todo lo que de ella iba aparecien
do; y, después de sufrir muchos cambios, la tragedia se detuvo, una vez
que alcanzó su propia naturaleza». Es evidente que aquí el término tra
gedia no es el nombre colectivo de una clase de textos, sino el de una sus
tancia dotada de un desarrollo interno: un objeto casi biológico.
El paradigma biológico interviene, por lo demás, a dos niveles. Pri
mero es aplicado a la obra individual. Para dar cuenta de la perfección y
de la unidad del poema, Aristóteles alude constantemente a la unidad or
gánica. Así, «...para que un ser sea bello, ya se trate de un ser vivo, o de
cualquier otra cosa compuesta de partes, no sólo debe tener orden en és
tas, sino también una magnitud que no puede ser cualquiera» (cap. VII,
50b 34). De igual modo, por lo que respecta a las epopeyas: «...para que,
como un ser vivo único y entero, produzca el placer que le es propio»
(cap. XXIII, 59a 17-21). Se conoce la fortuna histórica de este paradig
ma organicista, que es de hecho una de las metáforas centrales de la es-
8 Física, II, 193a 28. Cito los textos de la Física y de la M etafísica según la tra
ducción castellana que de ellos hace Francisco de P. Samaranch, Aristóteles, Obras,
Aguilar, Madrid, 1964. [N. del T.]
9 M etafísica, XIII, 3, 1070a 5, Gredos, Madrid, 19 7 0 (trad. cast. de V. García
Yebra). Véase también la Física, II, 1, 192b 18.
16 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
EL INTERREGNO
/ / v
trágico cóm ico satírico
/ /. \.
narrativo sentencioso didáctico
/. lírico
heroico
,1.
Este sistema en forma de árbol lo volveremos a encontrar con ciertas
modificaciones, concretamente la omisión del género mixto, en Proclo
(siglo v) y en Jean de Garlande (finales del siglo XI y principios del X Il),
pero será claramente minoritario, por más que los textos sean transmiti
dos, no sólo en la Antigüedad sino también en la Edad Media.
Conviene dejar aparte determinadas tentativas clasificatorias del Re
nacimiento, concretamente el sistema de Castelvetro, tal como lo expo
ne en su Poética d'A ristotele vulgarizzata e sposta (1570). Se trata aquí no
de un sistema en árbol, sino de una combinatoria analítica, de un ver
dadero «cálculo de los géneros» (según la expresión de Fran^ois Lecler-
cle1112), desarrollando aritméticamente todas las combinaciones posibles
incluidas virtualmente en la distinción establecida por Aristóteles entre
los objetos, los medios y el modo. Castelvetro distingue tres categorías
desde el punto de vista del objeto: superioridad, igualdad, inferioridad.
Contrariamente a Aristóteles, conservará la categoría media. Desde el
punto de vista de los medios, distingue cinco posibilidades: la utilización
del ritmo solo, el ritmo combinado con la armonía, la palabra sola, el
ritmo, la armonía y la palabra empleadas conjuntamente y, por fin, el rit
mo, la armonía y la palabra empleados sucesivamente. En cuanto a los
modos, volviendo a Platón, distingue tres: el narrativo, el mixto y el nu
mérico. Es a partir de tales categorías como va a desarrollar los posibles
genéricos. Cuando se limita a una determinación única, se llega a once
géneros: tres según la materia, cinco según los medios y tres según el
modo. Acto seguido se pasa a las combinaciones binarias: objeto x me
dio ( 3 x 5 = 15), objeto x modo ( 3 x 3 = 9), medio x modo ( 3 x 3 =
15), lo que da 39 géneros. Se concluye finalmente con las combinacio
nes ternarias, objeto x medio x instrumento, lo que da 3 x 5 x 3 = 45
géneros. Sumándolo todo, Castelvetro obtiene un total de noventa y cin
co géneros o, más bien, de noventa y cinco posibilidades abstractas, ya
que, posteriormente, añade: «Semejante número me permito ponerlo en
duda, puesto que no me parece cierto que cada especie de modo pase por
cada especie de medio, o que pase por cada especie de materia»13. En un
segundo estadio se tratará, pues, de ver a cuáles de entre estas combina
ciones aritméticas posibles corresponden determinados géneros literarios
empíricos. De ese modo constata que la combinación de la palabra sola
con el modo no da lugar más que a un único género, la epopeya, que co
rresponde a la combinación de la palabra con el modo mixto. Y esto por
dos razones: por un lado, el único género que sólo recurre a la palabra es
la epopeya; por otro, la epopeya obedece al modo mixto. Las demás po
sibilidades de combinación entre la palabra sola y el modo son, por tan
to, casillas vacías. Francois Leclercle demostró, por lo demás, que Cas-
telvetro amalgama las categorías del medio y del modo: a cada categoría
del medio hace corresponder un solo modo. De ahí que las combinacio
nes del medio con el modo queden reducidas a cinco clases efectiva
mente existentes en vez de las quince posibles; de parecida manera, las
combinaciones del objeto con el medio y el modo se reducen a quince
en vez de a cuarenta y cinco. No tenemos la intención de entrar a dis
cutir el sistema de Castelvetro, y si lo hacemos es únicamente para hacer
notar dos cosas. Por una parte, sobrepasa el ámbito poético propiamen
te dicho, puesto que el género determinado por el ritmo solo es la dan
za, lo mismo que el ritmo y la armonía dan lugar a la música. Por otra
parte, y eso es lo más importante, el doble proceder de Castelvetro, cálcu
lo abstracto por un lado, puesta en correspondencia de las posibilidades
calculadas con los géneros instituidos por otra, muestra palpablemente,
inclusive el hecho de sus casillas vacías, el estatus radicalmente distinto
de las intersecciones definidas estructuralmente y de los géneros litera
rios instituidos que vienen, o no, a alojarse en tales espacios. Castelvetro
puede que sea un clasificador loco, pero permanece fiel al proceder es
tructural de Aristóteles.
b) La enumeración empírica. Muy extendida durante la Antigüedad,
la volveremos a encontrar una vez más en el Renacimiento y en la Edad
Clásica. Contrariamente al sistema en árbol o a la combinatoria, que pre
suponen una toma de conciencia mínima del estatus de las categorías ge
néricas, la enumeración empírica se contenta con aceptar esas categorías
como datos evidentes, poniéndolas en relación con los géneros instituidos:
de ahí, por ejemplo, la ausencia de todo cuestionamiento concerniente a
un eventual principio de clasificación. A lo sumo podemos advertir que,
a partir del Renacimiento, es decir, a partir del redescubrimiento de Aris
tóteles, se establece la distinción entre los grandes géneros que son la epo
peya y la tragedia (a los que se puede añadir la comedia) y los géneros me
nores, o sea, todos aquellos de los que Aristóteles no ofrece análisis alguno
D el NORMATIV1SMO AL ESENCIALISMO
cuando cuenta lo que es, tiene por argumento una acción que, por todas
las circunstancias que la acompañan, presenta innumerables ramificacio
nes por medio de las cuales se encuentra en contacto con el mundo total
de una nación y de una época. Es, pues, el conjunto de la concepción del
mundo y de la vida de una nación lo que, presentado bajo forma objeti
va de acontecimientos reales, constituye el contenido y determina la for
ma de la épica propiamente dicha [...] Es en tanto que totalidad original
como el poema épico constituye la Saga, el Libro, la Biblia de un pueblo,
y toda nación grande e importante posee libros de ese estilo, que son ab
solutamente los primeros de cuantos le pertenecen y en los que se halla
plasmado su espíritu original»22. El hecho principal que se desprende de
esta definición podría ser ilustrado de manera más detallada por los aná
lisis que Hegel consagra al estado general del mundo épico o incluso a la
acción épica: la determinación de esencia de la poesía épica es de hecho
un análisis hermenéutico de las epopeyas homéricas (de la Ilíada más que
de la Odisea). De donde se deriva, evidentemente, una marginalización
de hecho de todas las tradiciones narrativas no reductibles a ese modelo:
teogonias, cosmogonías, literatura didáctica, epopeyas extraeuropeas, sin
hablar del inmenso ámbito de la literatura novelesca.
Desgraciadamente, Hegel no se limita a marginalizar estas formas, sino
que incluso se cree obligado a legitimar su modo de proceder: «Por lo que
concierne a nuestro tema actual, la poesía épica, podemos decir más o
menos lo mismo que hemos dicho a propósito de la escultura. El modo
de realización de este arte se ramifica en toda clase de géneros y de sub
géneros y varía de un pueblo a otro y de una época a otra, pero es entre
los griegos donde lo encontramos bajo su forma más acabada, que es la
de la poesía épica propiamente dicha, y en su realización más conforme a
las exigencias del arte»23. Dicho de otro modo: la esencia de la poesía épi
ca (episcbe Poesie) es la epopeya propiamente dicha (eigen dich e Epopoe),
cuya esencia es la epopeya clásica (es decir, homérica). Si Hegel se siente
autorizado a decir que los cantos homéricos nos hacen descubrir «lo que
constituye el verdadero carácter fundamental de la epopeya propiamente
dicha», y que, por consiguiente, permiten extraer sus «determinaciones
esenciales»24, es porque difícilmente podría haber otra verdadera epopeya
que no fuera la clásica y porque la esencia de la poesía épica es la epope
ya propiamente dicha. Lo dicho para la epopeya vale también para todas
las distinciones genéricas y, más ampliamente, para todas las distinciones
categoriales (sean éstas inherentes a la poesía o conciernan simplemente a la
subdivisión del arte como organismo global en artes individuales): «... la fi-
losofía no debe tener en cuenta más que las posibles distinciones concep
tuales a fin de desarrollar y de comprender los verdaderos géneros con
formes a tales distinciones», y para nada necesita los «géneros bastardos»
(.Zwitterarten25), que escapan a las determinaciones conceptuales. Es evi
dente que si no tiene por qué tener en cuenta tales géneros bastardos, es
porque carecen de realidad verdadera y no existen más que en el ámbito
de la apariencia empírica y contingente.
Lo que acabamos de ver a propósito de la epopeya podría asimismo
deducirse de su concepción de la poesía dramática, por más que aquí ad
mita al menos tres modelos: el de la tragedia griega, el del drama sha-
kesperiano y el de la comedia de Aristófanes. Aquí también permanece
constante la confusión entre determinación modal, determinación ana
lítica y determinación de esencia. Por el contrario, el procedimiento apare
ce mucho menos marcado en el caso de la poesía lírica, categoría que es
un auténtico cajón de sastre y por medio de la cual Hegel encuentra muy
deprisa la manera de proceder que había sido la puesta en práctica por
los estudiosos de la poética prerrománticos con respecto a los géneros
menores: la enumeración pura y simple de los géneros históricamente
transmitidos. No intenta, por lo demás, instituir de manera consecuen
te el ideal histórico de un paradigma lírico, y los ejemplos que analiza
provienen indistintamente de la poesía antigua, de la poesía oriental
(Hafiz) y de la poesía romántica, con una neta predominancia cuantita
tiva de esta última (Schiller y Goethe). Trata de justificar esta ausencia
de paradigma genérico por el hecho de que la poesía lírica, en cuanto
que ésta tiene por objeto la expresión de la subjetividad, es necesaria
mente una forma intrínsecamente inestable.
En la medida en que el esencialismo hegeliano es historicista, su distin
ción entre formas esenciales y géneros bastardos volvemos a encontrarla,
asimismo, en el ámbito de sus concepciones acerca de la historicidad. A lo
largo de la Estética distingue entre dos formas de historicidad. Está, prime
ro, la historicidad contingente, empírica, que obedece a la simple cronolo
gía: todos los acontecimientos vienen a ser lo mismo y la única relación per
tinente es la de la sucesión temporal. Ésta se opone a la historicidad, que es
algo específico del desarrollo progresivo de las determinaciones del Espíri
tu: obedece a la necesidad del concepto, y la cronología siempre expresa allí
relaciones conceptuales. Gracias a dicha distinción, todo lo que no es con
forme a las determinaciones conceptuales queda al mismo tiempo despro
visto de toda historicidad de esencia, y forma parte de las escorias empíri
cas. Esto permite a Hegel no tener en cuenta determinados elementos
rebeldes cuando define la esencia, de los géneros, al tiempo que le ponen al
abrigo de la acusación de haberlos ignorado pura y simplemente.
poesía dramática
Goethe como paradigma). El drama moderno lleva a cabo así «la media
ción más profunda entre las concepciones trágica y cómica», ya que re
sulta «no de la yuxtaposición o de la inversión de los contrarios, sino de
la acción conmovedora, neutralizante que ejercen el uno sobre el otro»26.
Dicho de otro modo, bajo el esquema sincrónico tragedia-comedia-dra
ma se esboza un esquema diacrónico y dialéctico:
Quedan dos puntos sobre los que querría añadir algo. El primero
concierne a la relación entre sistema e historia en el ámbito de las deter
minaciones genéricas: si toda distinción conceptual es de orden «proce-
sual», es decir, histórico, ¿no debería acaso corresponder la distinción en
tre la épica, la lírica o el drama a tres momentos históricos diferentes? De
hecho, Hegel esboza tal evolución: de ese modo, jamás pone en duda el
carácter originario de la poesía épica, que precede a los otros dos géne
ros. De la misma manera vincula la poesía dramática a una organización
social compleja, en la que ve no solamente una síntesis conceptual de los
otros momentos de la poesía, sino también su desenlace evolutivo. Este
esquema, no obstante, se ve una y otra vez puesto en tela de juicio. Nos
enteramos así de que la poesía lírica se supone que existe en todas las
épocas y bajo todos los cielos. Y, sobre todo, de que esa evolución que va
de la épica al drama pasando por la lírica no es global, sino que concier
ne únicamente a una época histórica dada, la de la poesía griega. El
desarrollo glo b a l de la poesía, por su parte, obedece a la tríada de lo sim
bólico, lo clásico y lo romántico, lo cual no quiere decir, empero, que no
haya evolución en el interior de cada genero, al contrario: hemos visto
que ésta existe, de manera muy nítida en el caso de la epopeya y de la
poesía dramática, y de manera más errática, bien es verdad, en el caso de
la poesía lírica. Dicho de otro modo, en el ámbito de los géneros litera
rios, el esencialismo hegeliano es bicéfalo: tendenciosamente sincrónico
en lo que concierne a las relaciones entre los tres géneros, deviene dia
crónico en lo que concierne a la evolución intragenérica.
Pero, por los demás, la definición diacrónica y la definición sincróni
ca son solidarias entre sí: la definición de las esencias genéricas, es decir,
Lu c h a d e g é n e r o s
i.
sean Quattrococodrilo
RESUMEN HISTÓRICO DE ALGUNOS PROBLEMAS TEÓRICOS 35
36 Ibid., p. 16.
37 «La doctrine évolutive...», cit., p. 30.
38 Véase L ’E volution d esgen res..., cit., p. 12.
39 Ibid., p. 21.
40 «La doctrine évolutive...», 6.a serie, cit., p. 19.
41 Véase ibid., pp. 19-20.
36 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
gen la evolución interna de cada género, existe una ley general que rija las
relaciones de los géneros entre sí. Bien es verdad que él piensa que tal ley
existe y que se identifica con la ley fundamental de la evolución literaria,
aquí concretamente la ley de selección natural, es decir, de la «concu
rrencia vital» y de la «persistencia del más apto»: «... si la aparición de cier
tas especies, en un punto dado del espacio y del tiempo, tiene como efec
to provocar la desaparición de otras; o incluso, si es cierto que en ningún
caso la lucha por la vida es más dura que entre especies vecinas, ¿no hay
acaso múltiples ejemplos para recordarnos que no ocurren las cosas de
distinta manera en la historia de la literatura y del arte?»42. Tal es el teo
rema que guiará todos sus análisis históricos, y concretamente los de su
M anuel de l'histoire d e la littérature frangaise: la cronología debe ceder su
puesto a la genealogía, es decir, a la historia del engendramiento progre
sivo de los géneros a través de su lucha incesante entre ellos. De idéntica
manera, el método evolutivo no podría contentarse con una simple clasi
ficación enumerativa de los géneros. Ciertamente, Brunetiére no oculta
sus elogios para con dicha clasificación: «...el fin natural de toda ciencia
en el mundo es clasificar, en un orden cada vez más parecido al orden
mismo de la naturaleza, los objetos que constituyen la materia de sus in
vestigaciones»43. Pero, inmediatamente, añade que semejante clasifica
ción no podría ser sistemática (como la de Linneo): una clasificación ge
nérica puramente enumerativa o sistemática no podría ser sino artificial y
arbitraria, en la medida en que omite que los géneros, que son organis
mos vivos, no existen sino en el tiempo y, más específicamente, en la lu
cha vital cuyo campo de batalla es el tiempo. Lo que se hace preciso es,
pues, una gen ealogía de los géneros, «si los géneros no se definen, como
las especies en la naturaleza, más que por la lucha que sostienen entre sí
en todo momento, ¿qué es la tragicomedia, por ejemplo, sino la vacila
ción del drama entre la novela y la tragedia? ¿ Y cómo lo veremos si se
paramos el estudio de la novela del de la tragedia?»44. La teoría evolutiva
revolucionaría, por consiguiente, los métodos de la historia literaria: «Des
de el punto de vista descriptivo, analítico, o, perdóneseme el atrevimien
to, simplemente enumerativo y estadístico, reemplazará lo que se deno
mina el punto de vista genealógico. Existe una filiación de las obras; y, en
todo momento, en literatura como en arte, lo que más pesa sobre el pre
sente es el pasado. Pero, cual es el caso en la naturaleza, cabría pensar que
lo similar engendra siempre lo similar, cuando la verdad es que no es así,
y la evolución sigue su curso; del mismo modo, desde el momento en que
no creemos sino imitar o reproducir el pasado, un sordo movimiento
terario, la tesis según la cual los géneros literarios son especies biológicas
dotadas de una individualidad y de una definición específicas es perfec
tamente superflua. En la medida en que sostiene que el factor funda
mental de la evolución literaria es la influencia que las obras ejercen so
bre las obras y que la diversificación de las obras literarias, así como sus
similitudes, se explican por el hecho de que los escritores aspiran o bien
a imitar a sus predecesores, o bien a distinguirse de ellos, dispone de dos
factores que podrían perfectamente bastar para explicar la evolución lite
raria. En consecuencia no vemos lo que aporta el postulado según el cual
los géneros son individuos a la vez biológicos y abstractos. Y aún hay más:
lejos de ser capaces de explicar la lucha entre los individuos (los escrito
res), los géneros así concebidos únicamente pueden ser explicados a par
tir de dicha lucha. De ese modo, el pretendido principio explicativo (la
lucha entre los géneros) es, de hecho, el fenómeno pendiente de explicar.
Por lo demás, difícilmente se entiende por qué habría de ser, por princi
pio, más virulenta la lucha entre autores que practican géneros diferentes
que la que se da entre autores que practican el mismo género: sería igual
mente razonable (o poco razonable) sostener la tesis inversa. Añadamos
finalmente que la tesis de una lucha permanente entre géneros es menos
evidente de lo que parece, tanto más cuanto que Brunetiére explica su di
ferencia, entre otras cosas, por la diversidad de sus objetivos («No vamos
al teatro con la misma intención que al sermón»54): ahora bien, ¿por qué
actividades que tienen objetivos distintos tendrían, por naturaleza, ten
dencia a entregarse a una lucha sin cuartel?
De hecho, la premisa teórica fundamental de Brunetiére, a saber, la
idea según la cual toda la evolución de la literatura es explicable en tér
minos de lucha vital entre géneros (cualquiera que sea el estatus que con
cedamos a ese término, es decir, incluso si lo reducimos, contra Brune
tiére, a un simple nombre general que abarque una clase de textos), es
ciertamente falsa, al menos como tesis general. Allí donde parece par
cialmente plausible es cuando se supone que explica las relaciones que
existen entre géneros próximos entre sí. Así, partiendo de lo que él lla
ma la decadencia del lirismo en la primera mitad del siglo XVII, acaba di
ciendo: «La transformación o la decadencia del lirismo en los primeros
años del siglo XVII, es el precio que hemos pagado por el progreso y el
triunfo de la poesía dramática y del arte oratorio. [...] Del mismo modo
que, en la naturaleza, dos especies emparentadas no podrían crecer y
prosperar juntas en el mismo cantón, sino que, antes bien, todo lo que
una de ellas logre ganar en el combate de la vida, necesariamente ha de
perderlo la otra; así, en una época dada de la historia de una literatura,
jamás se ha visto que hubiera sitio para todos los géneros a la vez, hasta
58 L ’E volution des gen tes, cit., p. 9. Precisemos, no obstante, que una veintena de
páginas más lejos expresa, por el contrario, sus dudas respecto a la posibilidad de que
la crítica pueda llegar a convertirse en una ciencia, aunque añadiendo acto seguido
que, por lo menos, es capaz de poseer «métodos» (supuestamente científicos sin
duda) (p. 29). En «La critique scientifique», que data más o menos de la misma épo
ca, todavía es más categórico: «en modo alguno se logrará nunca que la crítica o la
historia se tornen científicas» (op. cit., p. 320). Hay que reconocer, con todo, que
este tipo de declaraciones está en contradicción flagrante con su proyecto de una crí
tica científica inspirada en el darwinismo.
59 Etudes critiques..., 6.a serie, cit., p. 34.
60 Ibid., p. 31.
RESUMEN HISTÓRICO DE ALGUNOS P R O B ? fiM Í ■ Q y S B £ § C 0 G 0 C y*^0
61 Ib id.
62 Études critiques..., 5.a serie, cit., p. 38.
63 L'Évolution des gentes, cit., p. 13.
42 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
61 Ib id.
62 Études critiques..., 5.a serie, cit., p. 38.
63 L'Évolution d esgen res, cit., p. 13.
44 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
y único para toda la clase (tal es el caso de las clases constituidas e iden
tificadas retrospectivamente, por ejemplo: el género novela didáctica) o,
más frecuentemente, individual y, por consiguiente, múltiple (tal es el
caso, de manera ejemplar, de la denominación novela, que es, ante todo,
un elemento para textual, es decir, un acto de bautismo siempre ligado a
una obra individual). Entre estos dos extremos, cabe toda clase de situa
ciones intermedias. Tomemos, por ejemplo, el término cuento. En la
Edad Media se aplica a toda clase de relatos o anécdotas, y es en este sen
tido cómo en le Román d e la Rose se habla de los cuentos del rey Arturo.
En la época clásica, el término se diferencia según varias acepciones más
o menos bien delimitadas: designa, según los contextos, un relato diver
tido, un relato ficticio (a veces con un cierto matiz peyorativo) o un re
lato maravilloso (Perrault). En el siglo XIX, en Flaubert o en Maupassant,
por ejemplo, funcionará como alternativa al término n ou velle* y llegará
a designar cualquier tipo de relato más bien breve. Littré, por su parte,
lo define como un término genérico que se aplica a todas las narraciones
ficticias, desde las más cortas a las más largas. Tales derivas afectan a una
gran parte de los nombres de géneros reutilizados en distintas épocas: sa
bemos, por ejemplo, que en la Edad Media el término com edia no de
signaba necesariamente un poema dramático, sino que podía aplicarse a
cualquier obra ficticia con final feliz (de ahí el título de la obra de Dan
te: La D ivina Comedid). Pero semejantes derivas por medio de las cuales
un término viene a superponerse, según las épocas, a conjuntos de tex
tos perfectamente diferentes, no son sino la forma más vistosa de un ras
go que es común a muchos nombres genéricos, y que volveremos a en
contrar en breve, a saber, el hecho de que no se refieran sino raramente
a un conjunto de características o de propiedades textuales recurrentes:
a la deriva externa corresponde, pues, una deriva interna. Ante tal situa
ción, urge, naturalmente, hacerse la pregunta de si es posible reconstruir
una teoría de los géneros, por poco coherente que sea, a partir de ese
patchw ork lexicológico.
Grande es, no obstante, la tentación de cortar el nudo gordiano deci
diendo que la teoría de los géneros en modo alguno necesita de los nom
bres genéricos y de su confusión: ¿no es acaso el objetivo de la teoría eman
ciparse de las clasificaciones «precientíficas»? Esta solución radical es sin
duda posible. Sin embargo, en la medida en que los nombres genéricos
tradicionales son la única realidad tangible a partir de la cual pasamos a
postular la existencia de las clases genéricas, dicha solución corre el riesgo
de no enseñarnos nada de... los géneros. Podemos también proponer una
4 Para una defensa matizada de la distinción entre géneros teóricos y géneros his
tóricos, véase Christine BROOKE-ROSE, A R hetoric o ft h e Unreal. Studies in Narrati-
ve a n d Structure, especially o ft h e Fantastic, Cambridge, Cambridge University Press,
19 8 1 , pp. 55-71.
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA ID F .N T lS© 90lSH *.flttrO C O C O <2lfÍIO
8 E. D. Hirsch, op. cit., p. 101 (nota) y añade: «Un género verbal no posee vo
luntad o entelequia propia [...] La finalidad de un género es, ni más ni menos, la fi
nalidad comunicacional que persigue un locutor particular».
9 Véase Northrop F r y e , A natomie d e la critique, París, Gallimard, 1969, p. 301
[ed. cast.: A natomía d e la crítica, Caracas, Monte Ávila, 1991].
sean Quattrococodrilo
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD GENÉRICA 53
los nombres de géneros no debe ser, pues, subestimada, aunque sólo fue
ra porque permite comprender ciertas identificaciones genéricas que
pueden parecemos aberrantes desde el punto de vista de una clasifica
ción retrospectiva. No obstante, la pasaremos por alto aquí puesto que
apenas interviene en el problema de los referentes de los nombres de gé
neros: cualquiera que sea la función comunicacional última de los nom
bres genéricos, siempre tienen la pretensión de identificar textos con un
nombre colectivo.
En una palabra, en vista de que no son los diversos estatus comuni-
cacionales de los nombres genéricos lo que aquí nos interesa, sino úni
camente la naturaleza de su(s) referente(s), hemos adoptado como regla
única reunir un corpus de términos lo bastante diversificado como para
que resulte razonable esperar e identificar su lógica referencial. Concre
tamente, además de los términos de uso corriente, y que habitualmente
encontramos en los diccionarios de lengua, nos remitiremos a una lista
de nombres genéricos que hemos tomado de los índices de cinco estu
dios literarios bastante diferentes en cuanto su origen, su objetivo y sus
fines, que puedan valer como muestra significativa del abanico de nom
bres genéricos utilizados aquí o allá13.
16 La distinción del acto discursivo en cinco niveles, tal como la adaptamos aquí a
nuestras necesidades, no es evidentemente la única posible, y sin duda se podría adap
tar de la misma forma el modelo de Bühler o el de Jakobson. No seremos tampoco los
primeros en proponer tal enfoque multiaspectual. Todorov, por ejemplo (op. cit .,
pp. 24-25), distingue ya el nivel verbal (comprendido aquí el enunciativo), del nivel
sintáctico y del nivel semántico. Wolfgang RAIBLE, en «Was sind Gattungen? Eine
Antwort aus semiotischer und textlinguistischer Sicht», Poética XII (1980), pp. 320-
349, insiste, sobre todo, en la importancia de la situación comunicacional en la de
terminación de los géneros y destaca la pluralidad de los niveles que pueden arrogarse
los nombres genéricos. Marie-Laure R y a n , por su parte, en un enfoque que se inspi
ra en la gramática transformacional, establece un distinción entre reglas pragmáticas,
reglas semánticas y reglas de superficie, es decir, fonológicas, lexicológicas, sintácticas,
etc., («Towards a Competence Theory o f Genre», Poetics 8 [1979], pp. 307-337). Pero
creo que el punto crucial radica en la distinción entre el mensaje efectuado y el acto
comunicacional que se le presupone; que yo sepa, todavía no se ha prestado la aten
ción que merece a esta distinción, cuyas consecuencias son sin duda importantes.
58 ¡•QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
E l acto comunicacional
1. El nivel de enunciación
23 Op. cit., p. 3 0 1.
24 Véase Frédéric DELOFFRE, Le Vers fu n gá is, París, Sedes, 19 7 3 , p. 70.
25 Proyectos de prefacio a las Chansons des rúes et des bois, en Victor H u g o , Poé-
sie, t. II, París, Seuil, col. «L'Intégrale», 1972, p. 2 4 1.
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTI § S § B ^ W Í r o c o c o ^ i l o
28 Véase Gérard G e n e t t e , Figures III, París, Seuil, 1972, p. 185 [ed. cast.: Fi
guras. III , Barcelona, Lumen, 1989].
29 Aristóteles tiene en cuenta esta distinción en un primer momento -puesto
que distingue, en el interior del campo de la m imesis, las imitaciones por medio de
la palabra sola, de aquellas otras que combinan palabra y ritmo, respectivamente pa
labra, ritmo y m elodía- aunque sea para neutralizarla después.
30 Lo cual explica acaso por qué Frye habla de «modos de presentación» (op. cit.,
p. 300), más que de modalidades de enunciación, a riesgo, bien es verdad, de no
prestar la suficiente atención a la esp ecificid ad m im ética de la narración. Por el con
trario, las dicotomías empleadas en Francia y Alemania inducen a veces a una su
bestimación de la esp ecificid a d sem iótica del teatro, al que se tiene tendencia a redu
cir al texto dramático.
sean Quattrococodrilo
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD GENÉRICA 65
Si tomamos R icardo III com o texto literario más que como texto tea
tral, se refiere a acontecim ientos externos: la historia real o imaginaria de
un rey inglés, situado tem poral y espacialmente en su reinado histórico.
D e igual m odo, la representación efectiva de R icardo III s e refiere al mis
m o tipo de historia, el m ism o m om ento y al m ismo lugar [...]. Por el
contrario, cuando se lee el texto com o teatro, tiene lugar un proceso di
ferente, puesto que com o tram a de signos se refiere específicamente a
otra trama de signos, a saber, la representación, y no a determinados
acontecimientos externos [...]. La transición de un referente a otro, y,
por consiguiente, del texto a la representación, implica un proceso trans-
form acional más que interpretativo31.
Pero existen casos límite. Así, Acto sin palabras de Beckett, que cons
ta únicamente de didascalias, apenas puede ser leído como anotación
gráfica de una realización (a menos que sea transmodalizado, es decir, leí
do como relato); ello se debe a que esta obra, si bien pertenece al ámbi
to del teatro, no corresponde en modo alguno al de la poesía dram ática
puesto que es puramente mímica.
Conviene advertir que, incluso cuando nos limitamos al nivel lin
güístico, la oposición aristotélica de las dos modalidades de enunciación
no siempre es superponible a la de los dos nombres genéricos de poesía
narrativa y poesía dram ática y que, a veces, la tripartición platónica pa
rece más adaptada. Sabemos que en literatura oral existen obras literarias
en las cuales el ejecutante pasa continuamente de la narración a la re
presentación mimética y al revés. El caso «normal» es aquel en que el eje
cutante, cuando refiere diálogos entre personajes, se pone a imitar sus
voces y sus gestos. Sin embargo, Ruth Finnegan refiere el ejemplo de
un poema épico de las islas Fiyi en el cual el fenómeno es más comple
jo: tan pronto el ejecutante narra las acciones del héroe en tercera per
sona, tan pronto se identifica con él y las narra en primera persona, pro
duciéndose el tránsito de una actitud a otra de manera brutal. Es
importante observar que las enunciaciones en primera persona no que
dan intercaladas en el relato, es decir, no son referidas por el narrador,
sino que se sitúan al mismo nivel que los pasajes narrativos: hay una cla
ra alternancia entre narrador y héroe que se relevan como enunciadores
2. El nivel de destino
35 Las Epístolas de Horacio, al menos en parte, señalan nada menos que los pro
cedimientos de m imesis formal (según la expresión de Michal Gtowínski), es decir,
que su utilización de la forma epistolar es puramente lúdica: de esta manera, la car
ta 20 es una carta ficticia, puesto que Horacio finge dirigirse a su propio libro. Las
cartas didácticas, forma de exposición filosófica para los epicúreos, demuestran la
misma m im esis formal.
36 Jean ROUSSET, «Le journal intime, texte sans destinataire?», Poétique 56 (1983),
pp. 435-443.
70 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
Orto Rank leer su diario); los diarios conyugales (cada uno destinaba su
diario al otro), y por último, los diarios publicados en vida del autor o
postumos, pero con su autorización. En el caso del diario íntimo, la dis
tinción entre destinatario y receptor efectivo es tan operativa como en el
caso de las cartas. Claro está, cada una de estas diferentes constelaciones
de destino puede a su vez ser imitada por el diario ficticio o la novela-
diario. Imitada, pero también complicada a voluntad, como lo demues
tra La confesión im púdica de Junichiro Tanizaki, magistral escenificación
de los tesoros de la perversión que puede encerrar la práctica del diario
íntimo en el marco conyugal, desde el momento en que el autodestino
es algo simulado y no es más que una trampa que se tiende al otro, que
se convierte en el destinatario efectivo pero que debe ignorarse como tal
para poder manipularlo a voluntad. El diario se convierte entonces en
una guerra hipócrita que libran ambos en una especie de subasta de ar
timañas, en la que cada uno modaliza su texto para manipular al recep
tor en una espiral sin fin según el siguiente principio: él me lee, ella me
lee; ella sabe que la leo, él sabe que lo leo; ella sabe que yo sé que sabe
que yo la leo... y así a d in fm itum 37.
c) El destinatario del acto discursivo puede ser un destinatario real
(un lector determinado o indeterminado) o un destinatario ficticio. En
ese caso, como en el caso del emisor, se puede decir sin duda que el des
tinatario último de toda obra es un destinatario real, pero otras muchas
obras ficticias insertan un destinatario ficticio entre el emisor y el desti
natario real. Ciertos géneros narrativos ficticios van también ligados a
destinatarios ficticios, es decir que las obras en cuestión re-presentan el
polo comunicacional del destinatario en el universo ficticio: ese es el caso
de la novela por carta, cuyos destinatarios representados no son más que
los destinatarios ficticios de las cartas, ya que el destinatario real de la
obra es evidentemente el lector. Cuando existe una introducción edito
rial o un relato-marco que se dirige al lector real, la situación es más
compleja. Así, en Werther, el editor indeterminado se dirige al lector real
que se convierte en destinatario del relato, es decir, de la historia de
Werther contada por el editor a través de su propia narración y con la
ayuda de las cartas; no es menos cierto que el lector, representado como
destinatario en la narración, es el destinatario no de las cartas de Wer
ther, sino únicamente del acto de testimonio global del editor. Además,
este lector, si no es un destinatario ficticio (como lo es Lotte), está sin
embargo sometido a una ficcionalización, puesto que la situación de co
municación en la que se ve inmerso es ficticia; el lector en tanto que des
tinatario ficcionalizado del editor (ficticio) debe distinguirse de ese mis
mo lector en tanto que destinatario efectivo de la novela de Goethe.
3. El nivel de la función
Como todos los actos intencionales, los actos discursivos son gene
ralmente actos funcionales, finalizados. Incluso hablar para no decir
nada cumple una función. No es pues extraño que el polo de la función
intervenga en la determinación de los nombres genéricos, teniendo en
cuenta las diversas modalidades.
a) Un buen número de nombres genéricos aparece ligado a actos ilo-
cutivos específicos. Sabemos que este último término designa actitudes38
Los tres primeros niveles que acabamos de ver están ligados al estatus
pragmático del acto discursivo y, en la medida en que una obra literaria,
cualquiera que sea su estatus, se sitúe en un espacio comunicacional, la
denotación de cualquier nombre de género debe también abarcar unos
rasgos que posean estos tres niveles, aunque sea, como sucede a menudo,
bajo la forma de presuposiciones implícitas: si el término relato se refiere
explícitamente a una determinación del marco comunicacional, el térmi
no novela sólo lo hace implícitamente. Teniendo en cuenta que la deno
tación lingüística es arbitraria, el mismo término puede, por tanto, según
el contexto, poseer denotaciones diferentes. Eso mismo es válido para las
presuposiciones implícitas: de este modo, por regla general, el término co
media, cuya denotación explícita es de orden semántico, denota implíci
tamente una obra dramática; pero ya hemos dicho que en la Edad Me
dia, por el contrario, este término se aplicaba a obras cuya modalidad de
enunciación era narrativa. Sin embargo, cualquiera que sea la variabilidad
histórica de los términos, cualquiera que sea su trayectoria a través de las
migraciones translingüísticas, lo que importa es que los nombres de gé
neros están necesariamente ligados a determinaciones del acto comunica
cional, y esto es así, sencillamente, porque un acto discursivo sólo es real
en tanto en cuanto es un acto comunicacional.
El saber en qué medida las diferenciaciones del acto comunicacional
imponen realizaciones sintácticas y semánticas específicas no admite una
única respuesta. En el caso de textos escritos, por tanto descontextuali-
zables, las diferenciaciones comunicativas sólo pueden, evidentemente,
ser identificadas a través de rasgos textuales y de índices paratextuales.
Existen rasgos textuales de la ficción (por ejemplo, la descripción direc
ta de los pensamientos y estado psicológico de un tercero43) e índices pa
ratextuales (por ejemplo, cuando el título de la obra va seguido de la in
dicación genérica novela). Cuando no aparecen, el estatus intencional de
un texto corre el riesgo de quedar parcialmente indeterminado: es el caso
del Lazarillo d e Tormes que a veces ha sido clasificado por una auténtica
obra autobiográfica debido al hecho de carecer de un marcador textual
o ín dice paratextual que permita identificar su estatus. En cuanto a que
si, mas allá de los rasgos textuales que permiten identificar el estatus co-
municacional de un texto, los nombres de género provistos de especifi
cidades pragmáticas imponen limitaciones sintácticas y semánticas al
mensaje, es una pregunta que no tiene una respuesta sencilla. Una carta,
por ejemplo, que es un género que no admite dudas por su especificidad,
puede estar escrita en verso o en prosa, pudiendo tratar de los temas más
diversos sin que por eso deje de ser una carta; sin embargo, su estatus
pragmático le impondrá también ciertas marcas sintácticas: dirección,
fórmulas de introducción y de conclusión, etc. Del mismo modo, las
funciones ilocutivas imponen ciertas restricciones a la realidad sintáctica
y semántica correspondiente. Es cierto que Searle distingue entre actitud
discursiva y contenido proposicional (por tanto, a escala semántica), ad
mitiendo que el mismo contenido proposicional puede estar al servicio
de actitudes ilocutivas diferentes. Sin embargo, las funciones ilocutivas
determinan también campos semánticos (es decir, léxico), y excluyen
otros: así, el canto fúnebre, caracterizado por una función ilocutiva es
pecífica (el emisor quiere expresar su pena), predetermina un campo se
mántico y léxico específico, excluyendo a propósito de su vocabulario
cualquier término despreciativo hacia el muerto. La importancia de los
rasgos textuales e índices es, evidentemente, fundamental, puesto que
son ellos los que permiten la identificación del tipo de mensaje concre
to: «...el emisor sabe que su tipo de mensaje [type o fm ea m n g ] debe fun
darse en un tipo de mensaje específico, ya que sólo a través de estas mar
cas de uso, tales como el campo léxico, las estructuras sintácticas, las
invariantes de tipo formulario, etc., el destinatario puede presentir el
tipo de mensaje pretendido por el locutor»44.
Volveremos a tratar posteriormente el tema de las relaciones entre los
rasgos textuales de la intencionalidad comunicativa y las determinacio
nes propiamente sintácticas de la obra, pero en primer lugar es preciso
presentar brevemente estos dos niveles.
La mayoría de las teorías genéricas dan cuenta de los niveles sintácti
co y semántico de los nombres de géneros, especialmente al reinterpretar
los nombres ligados a determinaciones del acto común icacional hasta re
ducirlos a estos dos niveles: así Hegel, partiendo de la oposición de tra
gedia y de epopeya según las modalidades de enunciación, intenta redu
cirlos a una distinción exclusivamente temática45. Acabamos de ver que
4. El nivel semántico
res formales (a propósito de la distinción entre prosa y poesía épica, por tanto, en
tre obras escritas para ser leídas y obras escritas para ser declamadas, y añade: «La
distinción mas importante va ligada al hecho de que la poesía épica es episódica,
mientras que la prosa es continua») y sobre todo semánticos (de ahí, la distinción
entre confesión, anatomía, narración y novela descansa sobre dos dicotomías se
mánticas: introversión os. extraversión, intelectual os. personal). Por otra parte, su
teoría de los modos (mito, romance, mimesis, ironía), que es también una teoría ge
nérica (aunque Frye sólo utiliza este término para la teoría de las formas de presen
tación), es exclusivamente semántica.
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD
sean Quattrococodrilo
[DAD GENERICA 77
46 DANTE, Gtuvres com pletes , trad. francesa de André Pézard, París, Gallimard,
col. Bibl. De la Pléiade, p. 796 [ed. cast.: Obras com pletas d e D ante Alighieri, M a
drid, BAC], Que esta dedicatoria pertenezca o no a Dante poco importa aquí. Véa
se también el número especial de la revista G enre IX, 4 (1976), «Versions o f Medie
val Comedy».
47 Gerard Genette se lamenta con razón de la confusión terminológica que hace que
en Francia el término «modo» se refiera a los modos de enunciación, mientras que en
los países de influencia anglosajona (por ejemplo en Scholes, Frye o Fowler) se refiera
a un tipo ideal de orden semántico («Introduction á l’architexte», cit., p. 147).
48 Para un estudio más detallado de la especificidad de los nombres genéricos,
en lo que a los «modos» se refiere, véase Alastair Fowler, op. cit., pp. 10 7 -110 .
78 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
5. El nivel sintáctico
50 Franqois CHENG, L 'écritu rep oétiq u e chinoise, París, Seuil, 1997, pp. 52-68.
51 Con dos excepciones: La m orale que le prison n ier f i t de Jehan Régnier y La ba-
lade des proverbes de Villon, que están compuestas de cuatro estrofas y un envío (sa
bemos que Villon compuso también baladas dobles, compuestas de seis estrofas).
L
80 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
52 Op. cit., p. 3 19 .
sean Quattrococodrilo
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD GENÉRICA 81
Los rasgos que van seguidos de un asterisco sólo son parcialmente re
feribles en el acto discursivo tal como nosotros los concebimos. Hemos
visto, por ejemplo, que la dicotomía entre lo figurado y lo literal posee
dos modalidades, ya que puede ser realizada semánticamente o existir
únicamente como regla de lectura o, lo que es lo mismo, como finalidad
funcional; en cuanto a la oposición de las modalidades de enunciación,
trasciende a veces a la realidad del acto discursivo, ya que puede referir
se al menos parcialmente a la oposición más general entre contar de pa
labra y representar.
Entre los nombres de géneros mencionados, algunos se refieren a de
terminaciones que son irreductibles a los cinco niveles del acto verbal que
acabamos de enumerar. Como hemos indicado anteriormente, el modelo
de comunicación del que nos hemos servido no tiene en cuenta ni el con
texto, ni el espacio el tiempo; ahora bien, existe multitud de nombres de
géneros que se forman con la ayuda de determinantes de lugar o de tiem
po. Así, términos como tragedia isabelina, tragedia clásica, soneto barroco,
etc., definen tradiciones en el tiempo, es decir, se refieren a géneros histó
ricos en el sentido más estricto del término. Su lógica aparente es simple:
parecen limitarse a aislar una parte temporalmente determinada en un cor-
pus textual más amplio; sin embargo, esta simplicidad es engañosa, por
que los nombres así modificados no tienen el mismo estatus: es evidente,
por ejemplo, que la modificación temporal de un nombre que se refiera a
una forma fija, como soneto, no tiene la misma significación genérica que
sean Quattrococodrilo
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD GENERICA 83
«texto» o incluso uno o varios niveles invariantes de este texto, van ligados,
no todos, a los aspectos más diversos del hecho discursivo.
Pero volvamos por última vez a nuestro esquema. Como ya hemos po
dido comprobar, no todos los nombres se refieren a un único nivel del acto
discursivo, sino que la mayoría lo hacen a varios factores a la vez; pero eso
no significa que no puedan existir nombres de géneros que no se refieran
explícitamente a un único factor o, al menos, a un único nivel. Evidente
mente, lo primero que nos viene a la cabeza son las formas fijas de deter
minaciones puramente sintácticas. Así, el haiku japonés parece obedecer ex
clusivamente a reglas silábicas: un poema de diecisiete sílabas divididas en
tres grupos de cinco, siete y cinco sílabas. Del mismo modo, el lu-shih está
sometido a reglas que obedecen a dos factores de nivel sintáctico: a un fac
tor métrico (dos cuartetos formados de dos dísticos penta- o heptasílabos)
y -como ya hemos visto- a un factor gramatical (paralelismo de los versos
del segundo y tercer dístico; la inversión de los paradigmas gramaticales en
tre los dos versos del primer y del cuarto dístico). Sin embargo, incluso en
el caso de las formas fijas, es raro que las reglas sean puramente sintácticas:
el efecto modalizador de las obras ya existentes en una forma fija tiene ten
dencia a incluir poco a poco otros niveles en la norma genérica, sobre todo
a nivel semántico. No sé si esto sucede también en el haiku y en el lu-shih.
Por el contrario, en el caso del soneto está claro: aunque sus reglas origina
rias hayan sido puramente métricas (octava y sextilla, distribuidas respecti
vamente en dos cuartetos y dos tercetos; y eventualmente unas reglas en lo
que concierne a la rima), se le han añadido progresivamente ciertas reglas
semánticas. En lo que respecta a Francia, Boileau, por ejemplo, propone
que los dos tercetos se distingan «por el sentido» (A rtpoétique, canto II), y
Thédore de Banville exige una organización semántica dicotómica: eleva
ción de la tensión semántica en los trece primeros versos, y resolución de
esta tensión en el último verso que debe acabar en un remate. Seguramen
te la cuestión este mal planteada, porque si hay algo innegable, eso es la va
riabilidad contextual de la significación de los términos genéricos, es decir,
la posibilidad de que un mismo nombre pueda referirse, según su utiliza
ción, a un número más o menos elevado de factores. Así, en un buen nú
mero de utilizaciones, términos como relato o drama se refieren a condi
cionamientos que conciernen únicamente a la enunciación; por el contrario,
en contextos específicos (por ejemplo, en la portada de una novela france
sa contemporánea), relato puede oponerse a novela, es decir, a una de las va
riantes según la acepción modal. Del mismo modo, en los siglos XVIII y XIX,
el término drama dejó de designar el teatro como tal y se opuso a tragedia
y comedia, dos de sus antiguos subgéneros54.
M
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTI g ® 0 E W r o c o c o , 3 l il0
Por otra parte, la función unívoca que hasta ahora he dado por supues
ta a los nombres de géneros, la de ser términos puramente clasificatorios,
no tiene en cuenta su complejidad pragmática. Los nombres de géneros es
tablecidos poseen las funciones más diversas, ya que son el producto de cir
cunstancias e intenciones totalmente dispares: tratarlos únicamente como
nombres de clases que obedecen a una función común, la de clasificarlos,
sería dar una imagen demasiado simple de su estatus comunicacional. La
nominación genérica posee únicamente un carácter autorreferencial, en el
sentido de que implica un componente de decisión: cuando Hopkins, en
sus curtal sonnets, reemplaza los dos cuartetos por dos tercetos, infringien
do la regla, aparentemente inmutable, de los catorce versos, continúa iden
tificando sus obras con el nombre de soneto, transformando, al mismo
tiempo, la «definición» de soneto o, al menos, haciéndola menos opresiva:
la regla de los dos cuartetos se convierte en facultativa. Por tanto, las defi
niciones genéricas y los criterios que de ellas se desprenden son, en algunos
casos, estrategias de decisión y no procedimientos descriptivos.
La diversidad funcional de las denominaciones genéricas aparece so
bre todo a partir del momento en el que existe una diferencia entre las
identificaciones genéricas que hace el propio escritor y las que se deben
a los críticos, teóricos y más ampliamente al uso lingüístico anónimo.
Por decirlo de otra forma: los móviles de identificaciones genéricas «au
tóctonas» están lejos de ser reducibles a las identificaciones «exógenas»:
clasificatorias o prescriptivas (o las dos a la vez) en el segundo caso, obe
decen a menudo a estrategias más complejas en el caso de un «bautismo»
del autor. Formando generalmente parte del aparato paratextual59 (títu
lo, prólogo, advertencia al lector, etc.), su función es esencialmente prag
mática: regla de lectura, pero también, sobre todo en épocas en las que
las teorías exógenas tienen una fuerte influencia sobre la institución lite
raria, una tentativa de legitimación de la práctica literaria del escritor.
Todos los escritores no comparten necesariamente la flema de Plinio el
Joven en su carta a Paternus: «Pienso llamar endecasílabos a esas bagate
las que he escrito, no refiriéndome a otra cosa que al metro escogido. Tú
puedes llamarlos epigramas, idilios, églogas, o (como lo hace mucha gen
te) poem as [poematia], o como más te guste: yo sólo los llamaré endeca
sílabos»60. Especialmente en la época del clasicismo francés, como ya he
comentado, la elección de una denominación genérica no era una deci
sión inocente: la «ascensión» del M ió C id del estatus de tragicom edia al
de tragedia era una cuestión de pulso entre un autor y una institución,
más que el resultado de un estudio progresivo de criterios de análisis y
61 Respecto a este tema, véase Philippe L e jeu n e , M oi aussi, París, Seuil, 19 86,
pp. 37-72.
sean Quattrococodrilo
111
Identidad genérica e historia de los textos
L a o b r a d e P ierre M e n a r d
I
acciones, testigo del pasado, ejemplo y conocimiento del presente, ad
vertencia del futuro”. Escrita en el siglo XVII, redactada por el «genio ig
norante» Cervantes, esta enumeración es un puro elogio retórico de la
historia. Menard escribe lo mismo pero con un sentido distinto: “...la his
toria, madre de la verdad, émula del tiempo, sedimento de las acciones,
testigo del pasado, ejemplo y conocimiento del presente, advertencia del
futuro”. La historia es madre de la verdad; la idea es excitante. El Me
nard contemporáneo de William James no define a la historia como una
búsqueda de la realidad, sino como su origen. La verdad histórica, en su
opinión, no es lo que ha pasado. Los términos del final -ejemplo y co
nocimiento del presente, advertencia del futuro- son descaradamente
pragmáticos. El contraste entre ambos estilos es igualmente vivo. El es
tilo arcaizante de Menard -teniendo en cuenta que es extranjero- peca
de afectación. No ocurre lo mismo con su predecesor, que maneja con
habilidad el español corriente de su época»3.
Resumiendo el argumento de Borges, podemos decir que aunque el
texto de Menard sea sintácticamente idéntico al de Cervantes, se distin
gue de este último en dos puntos:
a) El estilo de Menard, autor de principios del siglo XIX, es arcaico -lo
cual revela el origen extranjero del autor que, al haber aprendido la len
gua española en la escuela, conoce mejor el castellano «clásico» que el
castellano que se habla actualmente—mientras que Cervantes utiliza el
español corriente de su época, el del siglo XVII.
b) Los componentes temáticos y la funcionalidad hermenéutica han
cambiado. Respecto a los componentes temáticos, Cervantes opone la
realidad provincial de su época a los ideales caballerescos, Menard escri
be una ficción histórica que se desarrolla en la España de la batalla de Le-
panto y de Lope de Vega. En cuanto a la funcionalidad hermenéutica, el
cambio del contexto histórico de génesis remite el mismo enunciado a
dos campos hermenéuticos diferentes, puesto que la misma aserción so
bre la historia sólo es para Cervantes una fórmula retórica tradicional,
mientras que para Menard expresa la posición de la filosofía pragmática
de William James.
Me permitiré completar el análisis de Borges, añadiendo una tercera
diferencia:
c) El relato de Cervantes es una antinovela o una parodia de las nove
las de caballería; el libro de Menard sería más bien una novela histórica,
o una novela psicológica (el relato de un delirio), o una novela metafísica
(pensemos en la lectura «existencialista» del Q uijote por Unamuno), o un
pastiche del género de parodia practicada por Cervantes y otros más, o,
lo que es más probable, todo esto al mismo tiempo. Por supuesto que las
3 Ibid., pp. 6 7 , 7 1 -7 2 .
IDENTIDAD GENÉRICA E HISTORIA DE g ^ l ^ a t t r o c o c o ^ r i l o
han sido escritas por dos agentes diferentes (Cervantes y Menard), afir
mando al mismo tiempo que estas dos obras comparten todos los rasgos
textuales que permiten identificarlas y que a un cierto nivel son también,
paradójicamente, dos ejemplares de un mismo texto. En la realidad lite
raria efectiva la paradoja se deshace para dejar sitio a dos problemas rea
les, ligados entre sí, pero, sin embargo, distintos: la reactualización re
ceptiva de un mismo texto en épocas diferentes y la utilización también
en diferentes épocas de ciertos rasgos textuales ligados a géneros especí
ficos en el interior de los textos que, si exceptuamos estos rasgos, no son
idénticos.
end, es decir, finales cerrados. Van Gorp insiste en el hecho de que la pre
ferencia por los finales cerrados parece ir unida en gran medida a la in
fluencia de una norma estética del clasicismo francés, la que exigía para
cualquier historia una «conclusión», es decir, un cierre, bien sea una catás
trofe final, una salida airosa o un final feliz. Observamos, pues, que estas
«bellas infieles» afectaban a la misma esencia genérica de la novela picares
ca española, sustituyéndola por un nuevo tipo genérico, a medio camino
entre el relato picaresco y el relato galante, cuyo prototipo será Gil Blas y
que conseguirá un éxito extraordinario en el siglo XVIII, especialmente en
Inglaterra (es el caso de Smollett, el traductor de Lesage). Por otro lado,
Molho6 hace notar que, cuando Gil Blas fue traducido al español, también
se produjeron cambios en sentido inverso en el modelo de la novela pica
resca galante para acercarla al modelo de la novela picaresca «pura»; la ma
dre de Gil Blas pasa de este modo del estatus de «burguesa» al de campesi
na, y el final feliz será reemplazado por un final de desengaño, ya que el
héroe galante se convierte en un solitario ermitaño7.
Sin embargo, para nuestros propósitos, el fenómeno no reside tanto
en este cambio sino más bien en el hecho de que, introduciendo deter
minaciones genéricas inéditas, a menudo en oposición abierta a ciertas
determinaciones del texto fuente, Lesage y los demás traductores-adap
tadores han transform ado a l mismo tiem po la p ertin en cia gen érica d e los
rasgos q ue han mantenido-, así ha sucedido con el tema «servidor de mu
chos señores», que si en la novela picaresca española va íntimamente li
gado a una visión estática del universo y funciona como una enciclope
dia social de tipos humanos (la naturaleza humana es igual en todas
partes), se convierte en un factor dinámico en Lesage, en el escalón de
una ascensión social, es decir, que está más próximo a lo genérico de la
novela de aprendizaje que la novela picaresca española.
tal era figurativa (el arte del ornamento geométrico no era considerado como
una variante de la pintura sino como un género específico). Esta dinámica
retroactiva juega también su papel en el campo de la literatura en lo que con
cierne a ciertos predicados genéricos. Es innegable, por ejemplo, que noso
tros situamos las epopeyas boméricas de una manera totalmente distinta en
el tablero genérico a como lo hacían los griegos de la época arcaica, sobre
todo porque, entre tanto, se desarrolló el relato histórico propiamente dicho
que, compartiendo el tema con la epopeya (el pasado), va a contrapié del
punto de vista del estatus epistémico de sus aserciones: nosotros calificamos
el universo temático de la epopeya de legendario y mítico, caracterización
que no formaba parte de los rasgos genéricamente pertinentes en la época de
los aedos griegos. Pero Danto se equivoca, pensamos, al reducir este enri
quecimiento retroactivo a la génesis de nuevos pares de oposiciones debidas a
la introducción de nuevos predicados. Existen fenómenos de desplazamien
to más sutiles que las simples oposiciones frontales. Porque, antes del desa
rrollo de la literatura narrativa, antes también de que la conciencia literaria
occidental hubiera tomado la verdadera medida a las tradiciones épicas no
griegas (epopeyas nórdicas y germánicas, canciones de gesta, epopeyas orales
de los Balcanes, tradiciones épicas extraeuropeas, etc.), la Ilíada y la Odisea
ya eran consideradas como dos partes de una misma epopeya genéricamen
te unitaria. Pero, una vez recontextualizados respecto a la literatura narrativa
por un lado, a las tradiciones épicas no griegas por otra, ambos poemas - y
eso a pesar de su forma exterior- empezaron a divergir genéricamente. De
este modo, la Odisea se aproximó en enorme medida a la literatura narrati
va, haciéndose genéricamente pertinente con unos rasgos que antiguamente
eran inactivos y considerados como algo singular de la Odisea: aventuras in
dividuales, tema de la búsqueda y del retorno, historia de amor conyugal y
filial, etc. En cuanto a la Ilíada se refiere, ésta ha visto acentuarse sus rasgos
épicos: Joyce, explotando en Ulises el parentesco entre la Odisea y el univer
so narrativo, ha explicado por qué eligió la figura de Ulises como modelo
para Leopold Bloom indicando que, de todos los grandes personajes míticos
de la tradición literaria occidental (Cristo, Fausto, Hamlet, etc.), sólo Ulises
era un «carácter completo», es decir, un hombre complejo (bueno y malo se
gún las circunstancias y según el punto de vista), contradictorio (a veces va
leroso, a veces cobarde), un buen hombre al fin y al cabo, «el primer gentle-
man de Europa»11. En todo caso, vemos que la recontextualización de la
Odisea por la tradición narrativa no ha conseguido la identificación del poe
ma de Homero con uno de los dos términos de oposición así creados, sino
con su desplazamiento en un espacio, lejos de reforzar la oposición, la hace
más relativa.1
11 Véase Richard Ellmann,/ ííot« Joyce, Oxford, Oxford University Press, 1959,
p. 4 4 9 [ed. cast.: Jam es Joyce, Barcelona, Anagrama, 2002].
100 ¡QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
12 Véase «Du texte au genre» (1982), recogido en Tbéorie desgenres, cit., pp. 179-205.
102 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
régimen autorial
régimen clasificatorio
Q„- ►C ►C
rí A n
régimen autorial
L a ejemplificación
L a modulación genérica
les9, dos textos que compartan los mismos segmentos textuales supra-
frásticos de alguna importancia. Pero incluso teniendo en cuenta unos
criterios de identidad textual menos severos que la estricta identidad sin
táctica y semántica, es decir, incluso situándonos al nivel, por ejemplo,
de los procedimientos literarios, la ejemplificación no deja de ser un caso
límite ideal. Si analizamos, por ejemplo, la utilización del término trage
dia sin tener en cuenta su contexto histórico específico (en la Grecia an
tigua, por ejemplo, o en la época isabelina, o en el teatro clásico francés),
constatamos que ha sido tematizado esencialmente a escala de los rasgos
sintácticos y semánticos de las obras: la naturaleza de la acción de los
personajes, la dinámica secuencial de la representación, yendo de la ex
posición a la catástrofe final, la importancia concedida a la representa
ción de acontecimientos (en la tragedia isabelina) o su substitución por
la narración de sucesos (en el teatro clásico francés), la presencia o au
sencia de un coro, la existencia o inexistencia de una subdivisión en ac
tos, el número de actos, el empleo de prosa o verso (o incluso la mezcla
de ambos), el tipo de verso utilizado, y así suma y sigue. Refiriéndonos
a estos rasgos textuales específicos, el término está fatalmente sometido
a diferenciaciones internas, es decir, a un contexto histórico: de ahí la ne
cesidad de distinguir entre tragedia griega, tragedia romana, tragedia isa
belina, tragedia clásica francesa, etc.; o más aún, en el dominio interno de
una esfera lingüística y cultural -por ejemplo en Inglaterra—, entre tra
ged ia isabelina, tragedia ja cob ea y tragedia d e la Restauración. Por tanto,
este movimiento de diferenciación interna no tiene, una vez iniciado,
casi ningún punto de apoyo. Así, pasaremos, por ejemplo, de la contex-
tualización histórica a la contextualización autorial. Lo mismo construi
remos la tragedia d e M arlowe o la tragedia d e Shakespeare. Por supuesto,
podremos intentar oponerlas contrastivamente: héroes sobrehumanos en
Marlowe (Tamerlán, Fausto), o héroes débiles por deficiencias caracte-
riológicas en Shakespeare (Hamlet, Otelo, Lear, Macbeth). Pero esta
oposición contrastiva es inestable: Fausto, aun siendo sobrehumano, se
encamina hacia su perdición a causa de un defecto de carácter (el orgu
llo). Por el contrario, Lear, que cae en la adversidad a causa de un defec
to del carácter, se transforma al final de la obra en una figura de mártir
cartas y contiene, casi al final, partes del diario de Alissa. Lo que hay que
hacer en ambos casos es bastante complejo. En La Puerta estrecha, por
ejemplo, los tres actos comunicacionales, relato, diario y cartas, no se si
túan al mismo nivel, puesto que la inserción del diario y de las cartas tie
ne su justificación en el relato, de manera que estas dos ejemplificaciones
genéricas son reproducidas, citadas o representadas en el interior de este
acto comunicacional envolvente que es el relato. Sin embargo, la autono
mía genérica de las cartas y del diario no se queda mermada, y no se mez
clan con el relato: cada determinación conserva su propia identidad y su
estatus global. Una carta es siempre una carta aunque la reproduzca un
narrador, pues está situada en el marco de un relato que la engloba, y al
contrario, una carta puede perfectamente contener un relato: siempre
será una carta, lo mismo que el relato continuará siendo un relato. Por
tanto, un acto comunicacional puede englobar otros actos comunicacio
nales o ser englobado por éstos sin que esta jerarquía merme la lógica de
la ejemplificación genérica global propia de cada uno de ellos. Incluso
cuando un acto comunicacional se realiza fragmentariamente, este frag
mento remite al acto en sí mismo: así, en La Puerta estrecha, la mayoría
de las cartas sólo están reproducidas parcialmente y, sin embargo, en to
das las ocasiones, el segmento textual en cuestión es una ejemplificación
del acto comunicacional epistolar en sí. Podemos, pues, representar los ac
tos comunicacionales como un conjunto de paréntesis que contienen seg
mentos textuales que, cualquiera que sea su función sintáctica, pueden ser
considerados como otras tantas ejemplificaciones de actos globales, bien
se presenten de una manera lineal o encadenados entre s í1. En el caso de
los dos relatos de Gide, la representación exhaustiva de los distintos actos
representados sería larga y costosa dada su integración parcialmente ato
mizada en el relato envolvente. Una representación gráfica parcial (prin
cipio y fin) de La Puerta estrecha tendría más o menos este aspecto:
Rf c r D i 78
7 Cuando E. D. Hirsch define el género intrínseco como «el sentido del mensa
je global \that sense o f the w hole ] por el que un intérprete puede comprender co
rrectamente cualquier parte» (op. cit., p. 86), esta definición conviene perfectamen
te a las determinaciones del nivel comunicacional; por el contrario, nos parece
demasiado fuerte para las determinaciones semánticas y sintácticas.
8 R = relato; C = carta; D = diario; cada acto abarca los segmentos textuales que
rige, comprendidos entre paréntesis. La paginación corresponde a André GlDE, Ro-
mans, Récits e t Soties Oeuvres lyriques, París, Gallimard, 1958.
114 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
casi sobrehumano. Pero tampoco existe ninguna razón que nos fuerce a
detenernos en la obra global de un autor: es posible establecer diferen
cias en el interior de una contextualización autorial para encontrarse fi
nalmente con las obras individuales (por ejemplo, Otelo = tragedia d e los
celos; H amlet = tragedia d e la indecisión, etc.). A partir de ahí, podrá rei
niciarse un nuevo movimiento en sentido inverso: podremos partir de
una obra individual —por ejemplo, M acbeth—para abstraer un modelo
genérico titulado tragedia d e la am bición y, a continuación, enriquecer y
variar este modelo con obras de otros autores isabelinos (podremos aña
dir Tamerlán el Grande de Marlowe), o postisabelinos. Cualquiera que
sea el camino elegido, el fenómeno es siempre el mismo: los términos ge
néricos que se refieren a rasgos textuales son merecedores de una lógica
de diferenciación interna, en el sentido de que el texto individual no
ejemplifica simplemente unas propiedades fijadas por el nombre de gé
nero, sino que modula su comprensión, es decir, instituye y modifica las
propiedades pertinentes. Pasamos así de la identificación genérica para
digmática a la identificación genérica moduladora.
En el régimen de la modulación genérica, las determinaciones no son de
orden global sino parcial, es decir, que no determinan la obra con respecto a
la actitud pragmática o discursiva que insta, pero explican ciertos segmentos
sintácticos o semánticos. Estas determinaciones no podrían justificar la tota
lidad de la cadena sintáctico-semántica (aunque puedan justificar exhausti
vamente tal o cual aspecto de esta cadena, como por ejemplo el número de
sílabas de un poema), porque un nombre de género con tal fuerza determi
nante se identificaría sencillamente a un texto concreto y a las copias fieles
de este texto (o al menos a las copias ligadas al mismo contexto).
Sin embargo, antes de continuar con el análisis de las diferentes caracte
rísticas que van ligadas al régimen de la modulación genérica, conviene pre
guntarnos si es verdaderamente lícito reagrupar todos los nombres que se re
fieren a la realización textual bajo el régimen de la genericidad moduladora.
Existe al menos un tipo de fenómenos genéricos que parece recalcitrante: es
el de las formas fijas y, con más precisión, el de los nombres de géneros que
se refieren a rasgos de nivel sintáctico o semántico ligados a reglas explícitas
y que parecen dar lugar a fenómenos de estricta recurrencia. Tomemos el
caso del soneto: ¿no obedece a una determinación global (las reglas del so
neto, se podría decir, prescriben su figura formal global: número de versos,
organización de estrofas, rimas, etc.), contrastiva (desde el punto de vista de
la especificidad del género, un soneto de Petrarca y un soneto de Shakespeare
son intercambiables y opuestos igualmente a cualquier otra forma poética) y
recurrente (las reglas del soneto se aplican en todos los sonetos)? Entonces,
¿el soneto no obedece al régimen de la ejemplificación?
A primera vista la objeción me parece válida, pero no resiste a un aná
lisis más detallado. En primer lugar, si la lógica genérica del soneto era pu
ramente paradigmática, las diferencias eventuales entre los poemas que lie-
REGIMENES Y LÓGICAS GENERICAS
sean Quattrococodrilo
115
10 Hasta más o menos el año 1300, la octava estaba subdividida en cuatro dísticos
(identificables en los manuscritos por su inicial mayúscula), pero no es hasta Petrarca
cuando la subdivisión de la octava en dos cuartetos le gana el pulso a la subdivisión en
dísticos. Véase E. H. WlLKINS, «L’invenzione del sonetto», en R. Cremante y M. Paz-
zaglia (eds.), La m étrica, Bolonia, Sociéta Editrice II Mulino, 1972, p. 281.
11 Véase también A. Fowler, op. cit., p. 134.
12 Véase A . K . NORDO, «The Submerged Sonnet as Lyric Moment in Miltonian
Epic», GenreYK. 1 (1976), pp. 2 1-3 5 .
116 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
13 Esta información está recogida de Héléne Na 'ÍS, «La notion de genre en poé-
sie a u XVIIe siécle: étude lexicologique et sémantique», en Guy Demerson (ed.), La
Notion d e gen re a la Renaissance, Ginebra, ed. Slatkine, 1984, pp. 10 3 -12 7 .
118 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
15 La distinción entre los índices textuales que permiten reconocer un género y los
rasgos textuales que modulan una característica genérica no es fácil de hacer. Sabe
mos que muchos géneros han ido ligados a ciertos tipos de nombres de personajes:
Ayax es un nombre heroico, utilizable en una tragedia o una epopeya, pero no en una
comedia; por el contrario, Tityre, perfectamente adaptado a la poesía pastoril, nun
ca habría sido aceptado como nombre de personaje trágico. ¿Hay que considerar en
tonces estos nombres como índices, permitiendo al lector identificar el género al que
pertenece el texto? En el caso de elementos paratextuales ligados a especificidades ge
néricas (por ejemplo, ciertos títulos) nos encontramos ante simples índices de identi
ficación, pero desde el momento en que se plantea la cuestión respecto a los elemen
tos intratextuales, la decisión es más difícil, y a veces imposible.
16 Raymonde Debray GENETTE, «Réalisme et symbolisme dans Un cceur simple»,
M étam orphoses du récit, París, Seuil, 1988, pp. 15 1 -19 9 .
120 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
17 Ibid., p . 18 7 .
REGIMENES Y LÓGICAS GENERICAS
sean Quattrococodrilo
121
modulación
regla prescriptiva enumerativa reguladora violación
por aplicación
modulación
clase analógica estadística que tipifica - variación
por semejanza
Una doble línea separa la clase analógica de los otros tres referentes de
la genericidad para señalar que se trata de un hecho puramente lectorial,
mientras que las tres primeras corresponden a una genericidad autorial.
124 ¿QUÉ ES UN GÉNERO LITERARIO?
dependencia contextual - -/ + + -
distinción entre
genericidades — -/ + + —
autoriales y lectoriales