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Podemos afirmar que a partir de 1959 la construcción del así llamado Hombre Nuevo

(Guevara 1965) constituyó un problema central para el nuevo gobierno, no sólo por la
razón más evidente de que en todo régimen político la gubernamentalidad está ligada a
la fabricación de una subjetividad específica (Foucault 1999; 2007), sino sobre todo por
el acento que la revolución cubana puso en las condiciones subjetivas y morales como
variable decisiva en la lucha insurreccional. Atendiendo a esta consigna, el modelo del
Hombre Nuevo cuyos rasgos el Che Guevara describiera en El socialismo y el hombre
en Cuba (1965), no sólo se impuso como ideal normativo en esferas tan diversas como
la educación (Kapcia 2005), el trabajo (Bunck 1994; Perez Stable 1993) y un campo
intelectual compelido a organizar su producción en función de la exigencia de
compromiso (Gilman 2003; Quintero Herencia 2002; Serra 2007; Rodríguez 1996;
Sorensen 2007), sino que ese ideal también reguló los modos de representar las
diferencias sexo-genéricas y los atributos a ellas asociadas (Guerra 2010, 2012;
Hamilton 2012 ). Si se reconstruye su genealogía, el Hombre Nuevo guevariano
reactualiza, en una nueva versión, figuras morales ya existentes dentro de las narrativas
en torno a la identidad de la nación cubana, cuyos orígenes se remontarían, primero, a la
etapa de la guerra de independencia contra España, y, posteriormente, a las luchas por la
liberación del dominio neocolonial de Estados Unidos (Bejel 2001). En la dignidad del
“hombre natural” del que hablaba José Martí, en su rebeldía ante las vejaciones
coloniales, pueden reconocerse tempranamente los rasgos que caracterizarían luego al
revolucionario: el heroísmo, la disposición al sacrificio y a la acción, pero, sobre todo,
su virilidad incuestionable. Como subraya James Buckwalter-Arias, “el hombre natural
de Martí y el Hombre Nuevo de Guevara son, desde luego, hombres; y es en gran
medida para contrarrestar los estereotipos misóginos de la colonia –pasiva y entregada,
abastecedora y abnegada– que se propone un arquetipo de incuestionable hombría”
(2003: 703).

En esa cartografía revolucionaria que definió las identidades genéricas según el binomio
masculino/femenino, la identidad de la “nueva mujer” fue ambigua: si por un lado
después de 1959 se hablaba de su emancipación y era interpelada en tanto combatiente y
trabajadora en supuestas condiciones de igualdad con los hombres, por el otro se le
siguió asignando una función doméstica y reproductiva dentro de un modelo tradicional
y patriarcal de familia y de Estado, que permaneció incuestionado incluso por la propia
Federación de Mujeres Cubanas (Hamilton 2012). En términos generales, puede
sostenerse que las mujeres quedaron subsumidas a un proyecto de nación definido desde
el discurso del gobierno revolucionario, dentro del cual cualquier tipo de reivindicación
específica –en términos de género o raza- tuvo escasas posibilidades de ser apoyado en
tanto el nuevo orden social que se había impuesto tras la derrota del antiguo régimen
era, por definición, universal e igualitario (López Cabrales 2012: 23).

Esta misma ambigüedad se proyecta también en la esfera de la cultura: si por un lado la


Campaña de Alfabetización democratiza y expande espectacularmente el acceso a la
educación básica, por otro el lugar que efectivamente ocuparon las mujeres como
productoras dentro del campo literario cubano queda de manifiesto cuando se calculan
la cantidad de libros publicados por éstas durante los primeros veinticuatro años
posteriores a 1959, cantidad que, según Luisa Campuzano, se reduce a “doce novelas
escritas por mujeres frente a más de ciento setenta escritas por hombres” (López
Cabrales 2012: 33).

PONER MIRTA YAÑEZ

En este marco, consideramos indispensable dedicar esta nueva fase de nuestro proyecto
de investigación a explorar las complejas relaciones entre revolución y subjetividad
femenina que caracterizaron el período, contribuyendo así a subsanar la notable
ausencia de trabajos acerca de la literatura cubana escrita por mujeres durante estos años
(Campuzano 1988, Casal 1987, Davies 1997).

Las siguientes preguntas, por lo tanto, definirán los ejes que conducirán nuestra
pesquisa: ¿Qué configuraciones de la subjetividad construyen los textos escritos por
mujeres, y hasta qué punto suscriben/ se inscriben en el relato revolucionario? ¿Qué
actos de ruptura efectúan con respecto a las prescripciones identitarias propias del
discurso de las instituciones estatales?¿De qué manera esas emergencias subjetivas
hacen posible una reescritura de la historia nacional?

El corpus que proponemos está constituido por textos correspondientes a dos escritoras,
cuyos proyectos literarios se colocan de modo muy distinto en este cruce entre
subjetividad y revolución.

La primera de ella es Fina García Marruz, esposa del prestigioso escritor cubano Cintio
Vitier y único miembro femenino del grupo Orígenes, formación intelectual liderada por
José Lezama Lima, que publicara la revista del mismo nombre. De García Marruz
hemos seleccionado su extenso poemario Visitaciones (1970), dado que entendemos que
en esos versos es posible escuchar una voz femenina para la cual la idea de “patria”
evoca el destino épico del guerrero y el panteón de los padres fundadores –es el caso de
sus poemas dedicados al Che, a Camilo Cienfuegos, a Martí– pero al mismo tiempo
reenvía a la memoria íntima de la infancia, la casa familiar y la celebración de lo
cotidiano. En este sentido y pese a la adhesión explícita de esta autora a la revolución,
nos interesa trabajar las tensiones permanentes que los poemas de Marruz establecen
tanto con la ideología patriarcal del nuevo régimen político como con la exaltación de lo
heroico en el discurso de los líderes, en detrimento de los seres comunes cuya existencia
queda, así, excluida de la historia. En un contexto signado por la demanda de total
entrega a la causa colectiva y, como contracara, por una valoración negativa del mundo
doméstico cuyo mantenimiento siguió siendo privativo de las mujeres, la atención a lo
ordinario que profesa Marruz requiere ser leída como un ejercicio de reivindicación de
esa esfera tradicionalmente asociada al sujeto femenino y otros sujetos subalternos
(esclavos, indios), en la que también, propone la autora, ocurriría lo político.

Imágenes de la nueva mujer

La inscripción de la mujer en el relato revolucionario se inicia con la lucha contra la


dictadura de Fulgencio Batista, en donde se destacan participando tanto en la resistencia
urbana ( Haydee Santamaría, Vilma Espín) como en el combate en las sierras (Celia
Sánchez, Vilma Espín). Posteriormente, tras el triunfo, éstas se destacan en puestos
clave de la construcción institucional del nuevo gobierno. Haydeé Santamaría es
nombrada directora de Casa de las Américas, Vilma Espín será la presidenta de la
Federación de Mujeres Cubanas, creada en 1960, y Celia Sánchez será Secretaria de la
Presidencia y del Consejo de Ministros. Sin embargo, hay coincidencia en afirmar que
el énfasis en la idea de igualdad social fue un obstáculo para que pudieran formularse
demandas en torno a diferencias específicas, como por ejemplo, las reivindicaciones de
género (Michelle chase Revolution in the revolution 132) o la identidad étnica. En este
sentido, la entrada de las mujeres a la vida pública cubana estuvo ligada, sobre todo, a la
sanción de leyes y la construcción de instituciones que garantizaban su acceso
igualitario al trabajo y la educación: así, por ejemplo, la construcción de guarderías, la
licencia por maternidad, la promulgación del Código de Familia , la eliminación de la
prostitución, la creación de condiciones vinculadas a la salud reproductiva, el ingreso en
instituciones de educación superior. Un año después de la revolución de 1959, se constituyó la
Federación de Mujeres Cubanas para para dirigirse a los asuntos de las mujeres. Ayudó a establecer
guarderías, pago por maternidad, cuidado de salud gratuito, y extendió oportunidades de educación e hizo
posible que la mujer entrara en cada área de la fuerza de trabajo del país.

En 1975, la federación fue instrumental en darle forma al Código de la Familia. Este código, hizo que
fuese una obligación legal que el hombre compartiera las tareas domésticas y las responsabilidades de la
crianza de los hijos. Ha habido discusiones en todo el país sobre el Código de la Familia, a través del
congreso, material de educación y los medios masivos.

Esa interpelación de la mujer produjo una nueva regulación entre el adentro y el afuera,
la casa y el espacio público, entre lo que las mujeres podían y no podían hacer, entre lo
que debían y no debían hacer. La revolución requería de la fuerza de trabajo de las
mujeres, y fue fundamental sacarlas de la casa para realizar las múltiples tareas que
demandaban las circunstancias: en las brigadas de construcción, en las cosechas,
marchas, etc. Este acceso igualitario al mundo de la producción implicaba liberar a la
mujer de su lugar de dependencia mantenida y garantizar su derecho a ser proveedora de
ingresos. Pero también estaba en juego la politización de un sujeto social que
tradicionalmente estaba confinado a la esfera doméstica, por fuera de los circuitos de
participación pública. Por otro lado, la persistencia de códigos sexistas hizo que la
mujer tuviera doble jornada, lo cual fue señalado como explotación en la esfera
doméstica. Las tareas domésticas pasaron a ser, simplemente, un trabajo.
social conventions that had hitherto restricted women’s lives in each context: universal
access to education, the Family Code, universal access to contraception and abortion, a state
infrastructure of childcare facilties, the promotion of breastfeeding, the elimination in
Nicaragua of the ‘family wage’, the elimination of widescale prostitution, and the loosening
of bureaucracy and laws for divorce and separation, reflected the new role of women as
actors in the public sphere, and as workers. However, other radical social changes were
achieved almost accidentally: one of the most influential phenomena in occasioning rapid
social change in Cuba was the Literacy Campaign, which mobilized a predominantly
female, urban and middle-class sector of young women (some as young as 13) to travel to
under-developed rural areas of the island as literacy teachers. The Cuban cultural and
political leadership soon recognized the effectiveness of processes of consciousness-
building or concientización through action, and the experience was central to the self-
construction of many young women.

Sumado a estos factores, debemos consignar el hecho de que durante el período que
estamos estudiando y debido al particular ajuste entre compromiso político y literatura
que se registra en estos años, la producción literaria se caracterizó por un tono
fuertemente “antiintimista y anticotidianista” (Betancourt 2005), lo que explicaría que
géneros asociados tradicionalmente al despliegue de la subjetividad –y en particular la
subjetividad femenina- como lo son el testimonio, el diario o las memorias, pese a su
proliferación durante el período, no sirvieran para dar acceso a la experiencia de
aquellos sujetos marginados de la esfera pública, sino que se volcaran principalmente a
documentar la experiencia militar de la lucha insurreccional a fines de aportar material
para la elaboración de una historia oficial. De hecho, la escritura testimonial de mujeres
tuvo que ver, precisamente, con una lucha: la lucha contra la ignorancia emprendida
durante la Campaña de alfabetización.

Si tuviéramos que ejemplificar lo que decimos con un texto paradigmático,


señalaríamos sin dudas el testimonio de Daura Olema, Maestra Voluntaria. Se trata de
un texto recoge una experiencia que fue paradigmática: la de una joven de clase media
que voluntariamente decide salir de la casa, tomar distancia de su clase social y su
círculo de amistades, franqueando los límites de la ciudad, para llegar a la sierra como
maestra alfabetizadora, experimentando allí las duras condiciones de vida de los
campesinos. El texto recibe el premio casa de las américas

Sin embargo, hubo otras escrituras que recogieron otra experiencia de la subjetividad
femenina, que no fueron reconocidas sino uy recientemente. Campuzano dice que no
sabemos nada de las mujeres como productoras. MMIRTA YAÑEZ Y LA
ESCRITURA FEMENINA

En este marco, proponemos leer a Fina García Marruz.

Hipótesis:

1- El estado, que tanto hizo para sacar a las mujeres de sus casas, no hizo nada para
valorarlas. Al discurso antiintmista y antiburgues GM le opone un discurso que
valora el interior, lo cotidiano y lo deméstico. Inauguración de otra moral del
sacrificio, no vinculada a la guerra. Ver teresa y teresita.
2- lo entrañable. Lo entrañable acerca lo lejano, lo grave, lo vuelve familiar. Si la
escritura femenina de la revolución busca mostrar su participacióoon en el proceso por
la vía de mostrar el compromiso, la ruptura de las normas de la familia tradicional, GM
domestica los héroes. Ver poema sobre el Che.

Dado que la Revolución hizo a


todos iguales por ley, se pensó que cualquier intento de tratar los problemas
particulares de las minorías –fueran éstas de género, orientación sexual,
diferencias étnicas o religiosas– iba a reforzar la discriminación o
subordinación.
Por ejemplo, es difícil estudiar el fenómeno del racismo desde la Revolución,
por
la falta de estadísticas públicas sobre la cantidad de blancos y negros en
cualquier
área de la vida social. La igualdad fue simplemente asumida o legislada, lo cual
hizo «superflua» toda diferenciación. La falta de ésta impidió un análisis social
real
de estos problemas e hizo casi imposible el diálogo sobre los problemas de las
minorías. (PARADOJAS DE LA MUJER CUBANA)

Scholars have given justifiable attention to the antecedents of the Cuban


revolution as a culmination of a historical process with roots in the
nineteenth century. Writing about the larger meaning of the Cuban revolutionary
tradition, historian Louis A. Pérez, Jr. observed that “the power
of the past [gives] purpose to the present.”18 This statement serves as a
guide to understanding much about contemporary Cuba. The experiences
of the wars for independence from Spain in the nineteenth century and
the repeated mobilizations against the United States in the twentieth century
broadly inform the project of revolution after 1959.
Among the pre-revolutionary ideals that influenced the revolution was
the belief in an integrated social order based on virtue, personal transformation,
and sacrifice for nation (patria).19 During the nineteenth century,
a particular ethos of moralism developed and served as the cultural
matrix from which Cuban identity was formed.20 Philosopher Félix Varela—
whose early nineteenth century writings have been described as the
“bible of Cuban identity”—preached an “emancipatory moralism” and
insisted that morality in Cuba would be measured by willingness to be
“useful to the fatherland.”21 Sixty years later, José Martí addressed the
moral meanings of national independence, calling for a fundamental ethical
change and transformation of Cuban political culture. “It is to the
substance of these matters that we are going, rather than to the forms,”
said Marti. “It is a case of changing a nation’s soul, [its] entire way of
thinking and acting, and not just [its] external clothes.”22 Martí’s invocation
of a “moral republic” emanated from what has been described as a
“missionary impulse” of historic dimensions that emphasized social jus-

tice and redemption for the benefit of all Cubans.23 The ideal of a moral
republic, based on an ethic of honor, dignity, and decorum, seized hold
of the Cuban imagination. This ideal endured as a sentiment to which
subsequent generations subscribed, and it shaped the discursive framework
in which Cuban political culture developed.24
With the triumph of the revolution, Cubans moved purposefully to establish
a society in accordance with nineteenth century ideals of selfsacrifice,
collective duty, and civic participation. Indeed, Cuban scholars
have described the revolution as the “resurrection of political and moral
charisma” and an “ethical regeneration” derived from a “pre-existing
moralistic movement that denounced and fought against selfish interests.”
25 Such idealism is the lens through which historic cultural concepts
of social duty and moral responsibility have provided the normative context
of political change.
All political systems are shaped, to varying degrees, by historicallydetermined
ethical paradigms. In the United States, early foundational
concerns focused on conceptions of republicanism and the proposition of
civic virtue as individual initiative over State intervention. Patriotism is
celebrated as freedom of the individual. In contrast, the Cuban revolution
drew upon a tradition of civic virtue as a collective effort to achieve collective
redemption in which the State intervened as a matter of moral
duty to guarantee social justice.26 The revolution’s commitment to fulfilling
basic needs, for example, drew explicitly upon notions of moralism
as inspiration for the radical transformation of society.27 Fidel Castro
made frequent references to the virtues of personal sacrifice for the benefit
of the collective good in order to encourage Cubans to undertake volunteer
work, routinely offering reminders that personal worth is derived
from service, not self-interest.28 His exhortations resonated precisely because
they drew upon a legacy derived from the nineteenth-century liberation
project. Appeals not only to Marxism but to morality with antecedents
in the nineteenth century must be understood as motivating the
shaping of contemporary Cuba, and, as demonstrated below, appeals to
morality permeate Cuban approaches to ordinary crime.29
B. Moralism Actualized: Participation as Moral Social Conduct
Cuban traditions of moralism are more than a theoretical construct;
moralism must function to achieve a purpose. Values are practiced as
part of daily life in the form of citizen participation and social organization.
Participatory mechanisms are the means by which Cubans exercise
their “place-bound source of self-identification” (that is, consciousness
of being Cuban, or, conciencia) and transact the moral paradigm to advance
the ideals of the revolution.30 Programs to build housing, schools,
and medical facilities, improve transportation, and develop agriculture
require volunteers working in mass organizations.31
That most Cubans have been involved in some sort of campaign to implement
Cuban-style socioeconomic development suggests that means
have served as ends, and that the realization of the goals of any particular
campaign acted to expand citizen participation in the revolution

Podemos afirmar que a partir de 1959 la construcción del así llamado Hombre Nuevo
(Guevara 1965) constituyó un problema central para el nuevo gobierno, no sólo por la
razón más evidente de que en todo régimen político la gubernamentalidad está ligada a
la fabricación de una subjetividad específica (Foucault 1999; 2007), sino sobre todo por
el acento que la revolución cubana puso en las condiciones subjetivas y morales como
variable decisiva en la lucha insurreccional. Atendiendo a esta consigna, el modelo del
Hombre Nuevo cuyos rasgos el Che Guevara describiera en El socialismo y el hombre
en Cuba (1965), no sólo se impuso como ideal normativo en esferas tan diversas como
la educación (Kapcia 2005), el trabajo (Bunck 1994; Perez Stable 1993) y un campo
intelectual compelido a organizar su producción en función de la exigencia de
compromiso (Gilman 2003; Quintero Herencia 2002; Serra 2007; Rodríguez 1996;
Sorensen 2007), sino que ese ideal también reguló los modos de representar las
diferencias sexo-genéricas y los atributos a ellas asociadas (Guerra 2010, 2012;
Hamilton 2012 ). Si se reconstruye su genealogía, el Hombre Nuevo guevariano
reactualiza, en una nueva versión, figuras morales ya existentes dentro de las narrativas
en torno a la identidad de la nación cubana, cuyos orígenes se remontarían, primero, a la
etapa de la guerra de independencia contra España, y, posteriormente, a las luchas por la
liberación del dominio neocolonial de Estados Unidos (Bejel 2001). En la dignidad del
“hombre natural” del que hablaba José Martí, en su rebeldía ante las vejaciones
coloniales, pueden reconocerse tempranamente los rasgos que caracterizarían luego al
revolucionario: el heroísmo, la disposición al sacrificio y a la acción, pero, sobre todo,
su virilidad incuestionable. Como subraya James Buckwalter-Arias, “el hombre natural
de Martí y el Hombre Nuevo de Guevara son, desde luego, hombres; y es en gran
medida para contrarrestar los estereotipos misóginos de la colonia –pasiva y entregada,
abastecedora y abnegada– que se propone un arquetipo de incuestionable hombría”
(2003: 703).

En esa cartografía revolucionaria que definió las identidades genéricas según el binomio
masculino/femenino, la identidad de la “nueva mujer” fue ambigua: si por un lado
después de 1959 se hablaba de su emancipación y era interpelada en tanto combatiente y
trabajadora en supuestas condiciones de igualdad con los hombres, por el otro se le
siguió asignando una función doméstica y reproductiva dentro de un modelo tradicional
y patriarcal de familia y de Estado, que permaneció incuestionado incluso por la propia
Federación de Mujeres Cubanas (Hamilton 2012). En términos generales, puede
sostenerse que las mujeres quedaron subsumidas a un proyecto de nación definido desde
el discurso del gobierno revolucionario, dentro del cual cualquier tipo de reivindicación
específica –en términos de género o raza- tuvo escasas posibilidades de ser apoyado en
tanto el nuevo orden social que se había impuesto tras la derrota del antiguo régimen
era, por definición, universal e igualitario (López Cabrales 2012: 23).

Esta misma ambigüedad se proyecta también en la esfera de la cultura: si por un lado la


Campaña de Alfabetización democratiza y expande espectacularmente el acceso a la
educación básica, por otro el lugar que efectivamente ocuparon las mujeres como
productoras dentro del campo literario cubano queda de manifiesto cuando se calculan
la cantidad de libros publicados por éstas durante los primeros veinticuatro años
posteriores a 1959, cantidad que, según Luisa Campuzano, se reduce a “doce novelas
escritas por mujeres frente a más de ciento setenta escritas por hombres” (López
Cabrales 2012: 33).

PONER MIRTA YAÑEZ

En este marco, consideramos indispensable dedicar esta nueva fase de nuestro proyecto
de investigación a explorar las complejas relaciones entre revolución y subjetividad
femenina que caracterizaron el período, contribuyendo así a subsanar la notable
ausencia de trabajos acerca de la literatura cubana escrita por mujeres durante estos años
(Campuzano 1988, Casal 1987, Davies 1997).

Las siguientes preguntas, por lo tanto, definirán los ejes que conducirán nuestra
pesquisa: ¿Qué configuraciones de la subjetividad construyen los textos escritos por
mujeres, y hasta qué punto suscriben/ se inscriben en el relato revolucionario? ¿Qué
actos de ruptura efectúan con respecto a las prescripciones identitarias propias del
discurso de las instituciones estatales?¿De qué manera esas emergencias subjetivas
hacen posible una reescritura de la historia nacional?

El corpus que proponemos está constituido por textos correspondientes a dos escritoras,
cuyos proyectos literarios se colocan de modo muy distinto en este cruce entre
subjetividad y revolución.

La primera de ella es Fina García Marruz, esposa del prestigioso escritor cubano Cintio
Vitier y único miembro femenino del grupo Orígenes, formación intelectual liderada por
José Lezama Lima, que publicara la revista del mismo nombre. De García Marruz
hemos seleccionado su extenso poemario Visitaciones (1970), dado que entendemos que
en esos versos es posible escuchar una voz femenina para la cual la idea de “patria”
evoca el destino épico del guerrero y el panteón de los padres fundadores –es el caso de
sus poemas dedicados al Che, a Camilo Cienfuegos, a Martí– pero al mismo tiempo
reenvía a la memoria íntima de la infancia, la casa familiar y la celebración de lo
cotidiano. En este sentido y pese a la adhesión explícita de esta autora a la revolución,
nos interesa trabajar las tensiones permanentes que los poemas de Marruz establecen
tanto con la ideología patriarcal del nuevo régimen político como con la exaltación de lo
heroico en el discurso de los líderes, en detrimento de los seres comunes cuya existencia
queda, así, excluida de la historia. En un contexto signado por la demanda de total
entrega a la causa colectiva y, como contracara, por una valoración negativa del mundo
doméstico cuyo mantenimiento siguió siendo privativo de las mujeres, la atención a lo
ordinario que profesa Marruz requiere ser leída como un ejercicio de reivindicación de
esa esfera tradicionalmente asociada al sujeto femenino y otros sujetos subalternos
(esclavos, indios), en la que también, propone la autora, ocurriría lo político.

Imágenes de la nueva mujer

La inscripción de la mujer en el relato revolucionario se inicia con la lucha contra la


dictadura de Fulgencio Batista, en donde se destacan participando tanto en la resistencia
urbana ( Haydee Santamaría, Vilma Espín) como en el combate en las sierras (Celia
Sánchez, Vilma Espín). Posteriormente, tras el triunfo, éstas se destacan en puestos
clave de la construcción institucional del nuevo gobierno. Haydeé Santamaría es
nombrada directora de Casa de las Américas, Vilma Espín será la presidenta de la
Federación de Mujeres Cubanas, creada en 1960, y Celia Sánchez será Secretaria de la
Presidencia y del Consejo de Ministros. Sin embargo, hay coincidencia en afirmar que
el énfasis en la idea de igualdad social fue un obstáculo para que pudieran formularse
demandas en torno a diferencias específicas, como por ejemplo, las reivindicaciones de
género (Michelle chase Revolution in the revolution 132) o la identidad étnica. En este
sentido, la entrada de las mujeres a la vida pública cubana estuvo ligada, sobre todo, a la
sanción de leyes y la construcción de instituciones que garantizaban su acceso
igualitario al trabajo y la educación: así, por ejemplo, la construcción de guarderías, la
licencia por maternidad, la promulgación del Código de Familia , la eliminación de la
prostitución, la creación de condiciones vinculadas a la salud reproductiva, el ingreso en
instituciones de educación superior. Un año después de la revolución de 1959, se constituyó la
Federación de Mujeres Cubanas para para dirigirse a los asuntos de las mujeres. Ayudó a establecer
guarderías, pago por maternidad, cuidado de salud gratuito, y extendió oportunidades de educación e hizo
posible que la mujer entrara en cada área de la fuerza de trabajo del país.

En 1975, la federación fue instrumental en darle forma al Código de la Familia. Este código, hizo que
fuese una obligación legal que el hombre compartiera las tareas domésticas y las responsabilidades de la
crianza de los hijos. Ha habido discusiones en todo el país sobre el Código de la Familia, a través del
congreso, material de educación y los medios masivos.

Esa interpelación de la mujer produjo una nueva regulación entre el adentro y el afuera,
la casa y el espacio público, entre lo que las mujeres podían y no podían hacer, entre lo
que debían y no debían hacer. La revolución requería de la fuerza de trabajo de las
mujeres, y fue fundamental sacarlas de la casa para realizar las múltiples tareas que
demandaban las circunstancias: en las brigadas de construcción, en las cosechas,
marchas, etc. Este acceso igualitario al mundo de la producción implicaba liberar a la
mujer de su lugar de dependencia mantenida y garantizar su derecho a ser proveedora de
ingresos. Pero también estaba en juego la politización de un sujeto social que
tradicionalmente estaba confinado a la esfera doméstica, por fuera de los circuitos de
participación pública. Por otro lado, la persistencia de códigos sexistas hizo que la
mujer tuviera doble jornada, lo cual fue señalado como explotación en la esfera
doméstica. Las tareas domésticas pasaron a ser, simplemente, un trabajo.
social conventions that had hitherto restricted women’s lives in each context: universal
access to education, the Family Code, universal access to contraception and abortion, a state
infrastructure of childcare facilties, the promotion of breastfeeding, the elimination in
Nicaragua of the ‘family wage’, the elimination of widescale prostitution, and the loosening
of bureaucracy and laws for divorce and separation, reflected the new role of women as
actors in the public sphere, and as workers. However, other radical social changes were
achieved almost accidentally: one of the most influential phenomena in occasioning rapid
social change in Cuba was the Literacy Campaign, which mobilized a predominantly
female, urban and middle-class sector of young women (some as young as 13) to travel to
under-developed rural areas of the island as literacy teachers. The Cuban cultural and
political leadership soon recognized the effectiveness of processes of consciousness-
building or concientización through action, and the experience was central to the self-
construction of many young women.

Sumado a estos factores, debemos consignar el hecho de que durante el período que
estamos estudiando y debido al particular ajuste entre compromiso político y literatura
que se registra en estos años, la producción literaria se caracterizó por un tono
fuertemente “antiintimista y anticotidianista” (Betancourt 2005), lo que explicaría que
géneros asociados tradicionalmente al despliegue de la subjetividad –y en particular la
subjetividad femenina- como lo son el testimonio, el diario o las memorias, pese a su
proliferación durante el período, no sirvieran para dar acceso a la experiencia de
aquellos sujetos marginados de la esfera pública, sino que se volcaran principalmente a
documentar la experiencia militar de la lucha insurreccional a fines de aportar material
para la elaboración de una historia oficial de la revolución. De hecho, la escritura
testimonial de mujeres tuvo que ver, precisamente, con una lucha: la lucha contra la
ignorancia emprendida durante la Campaña de alfabetización.

Si tuviéramos que ejemplificar lo que decimos con un texto paradigmático,


señalaríamos sin dudas el testimonio de Daura Olema, Maestra Voluntaria, texto que
recibe el premio Casa de las Américas en el año 1962. Se trata de un texto recoge una
experiencia que fue paradigmática: la de una joven de clase media que voluntariamente
decide salir de la casa, tomar distancia de su clase social y su círculo de amistades,
franqueando los límites de la ciudad, para llegar a la sierra como maestra alfabetizadora,
experimentando allí las duras condiciones de vida de los campesinos. El

Sin embargo, hubo otras escrituras que recogieron otra experiencia de la subjetividad
femenina, que no fueron reconocidas sino uy recientemente. Campuzano dice que no
sabemos nada de las mujeres como productoras. MMIRTA YAÑEZ Y LA
ESCRITURA FEMENINA

En este marco, proponemos leer a Fina García Marruz.

Hipótesis:

2- El estado, que tanto hizo para sacar a las mujeres de sus casas, no hizo nada para
valorarlas. Al discurso antiintmista y antiburgues GM le opone un discurso que
valora el interior, lo cotidiano y lo deméstico. Inauguración de otra moral del
sacrificio, no vinculada a la guerra. Ver teresa y teresita.

2- lo entrañable. Lo entrañable acerca lo lejano, lo grave, lo vuelve familiar. Si la


escritura femenina de la revolución busca mostrar su participacióoon en el proceso por
la vía de mostrar el compromiso, la ruptura de las normas de la familia tradicional, GM
domestica los héroes. Ver poema sobre el Che.
Dado que la Revolución hizo a
todos iguales por ley, se pensó que cualquier intento de tratar los problemas
particulares de las minorías –fueran éstas de género, orientación sexual,
diferencias étnicas o religiosas– iba a reforzar la discriminación o
subordinación.
Por ejemplo, es difícil estudiar el fenómeno del racismo desde la Revolución,
por
la falta de estadísticas públicas sobre la cantidad de blancos y negros en
cualquier
área de la vida social. La igualdad fue simplemente asumida o legislada, lo cual
hizo «superflua» toda diferenciación. La falta de ésta impidió un análisis social
real
de estos problemas e hizo casi imposible el diálogo sobre los problemas de las
minorías. (PARADOJAS DE LA MUJER CUBANA)

Scholars have given justifiable attention to the antecedents of the Cuban


revolution as a culmination of a historical process with roots in the
nineteenth century. Writing about the larger meaning of the Cuban revolutionary
tradition, historian Louis A. Pérez, Jr. observed that “the power
of the past [gives] purpose to the present.”18 This statement serves as a
guide to understanding much about contemporary Cuba. The experiences
of the wars for independence from Spain in the nineteenth century and
the repeated mobilizations against the United States in the twentieth century
broadly inform the project of revolution after 1959.
Among the pre-revolutionary ideals that influenced the revolution was
the belief in an integrated social order based on virtue, personal transformation,
and sacrifice for nation (patria).19 During the nineteenth century,
a particular ethos of moralism developed and served as the cultural
matrix from which Cuban identity was formed.20 Philosopher Félix Varela—
whose early nineteenth century writings have been described as the
“bible of Cuban identity”—preached an “emancipatory moralism” and
insisted that morality in Cuba would be measured by willingness to be
“useful to the fatherland.”21 Sixty years later, José Martí addressed the
moral meanings of national independence, calling for a fundamental ethical
change and transformation of Cuban political culture. “It is to the
substance of these matters that we are going, rather than to the forms,”
said Marti. “It is a case of changing a nation’s soul, [its] entire way of
thinking and acting, and not just [its] external clothes.”22 Martí’s invocation
of a “moral republic” emanated from what has been described as a
“missionary impulse” of historic dimensions that emphasized social jus-

tice and redemption for the benefit of all Cubans.23 The ideal of a moral
republic, based on an ethic of honor, dignity, and decorum, seized hold
of the Cuban imagination. This ideal endured as a sentiment to which
subsequent generations subscribed, and it shaped the discursive framework
in which Cuban political culture developed.24
With the triumph of the revolution, Cubans moved purposefully to establish
a society in accordance with nineteenth century ideals of selfsacrifice,
collective duty, and civic participation. Indeed, Cuban scholars
have described the revolution as the “resurrection of political and moral
charisma” and an “ethical regeneration” derived from a “pre-existing
moralistic movement that denounced and fought against selfish interests.”
25 Such idealism is the lens through which historic cultural concepts
of social duty and moral responsibility have provided the normative context
of political change.
All political systems are shaped, to varying degrees, by historicallydetermined
ethical paradigms. In the United States, early foundational
concerns focused on conceptions of republicanism and the proposition of
civic virtue as individual initiative over State intervention. Patriotism is
celebrated as freedom of the individual. In contrast, the Cuban revolution
drew upon a tradition of civic virtue as a collective effort to achieve collective
redemption in which the State intervened as a matter of moral
duty to guarantee social justice.26 The revolution’s commitment to fulfilling
basic needs, for example, drew explicitly upon notions of moralism
as inspiration for the radical transformation of society.27 Fidel Castro
made frequent references to the virtues of personal sacrifice for the benefit
of the collective good in order to encourage Cubans to undertake volunteer
work, routinely offering reminders that personal worth is derived
from service, not self-interest.28 His exhortations resonated precisely because
they drew upon a legacy derived from the nineteenth-century liberation
project. Appeals not only to Marxism but to morality with antecedents
in the nineteenth century must be understood as motivating the
shaping of contemporary Cuba, and, as demonstrated below, appeals to
morality permeate Cuban approaches to ordinary crime.29
B. Moralism Actualized: Participation as Moral Social Conduct
Cuban traditions of moralism are more than a theoretical construct;
moralism must function to achieve a purpose. Values are practiced as
part of daily life in the form of citizen participation and social organization.
Participatory mechanisms are the means by which Cubans exercise
their “place-bound source of self-identification” (that is, consciousness
of being Cuban, or, conciencia) and transact the moral paradigm to advance
the ideals of the revolution.30 Programs to build housing, schools,
and medical facilities, improve transportation, and develop agriculture
require volunteers working in mass organizations.31
That most Cubans have been involved in some sort of campaign to implement
Cuban-style socioeconomic development suggests that means
have served as ends, and that the realization of the goals of any particular
campaign acted to expand citizen participation in the revolution

NOTAS SOBRE LA HOSPITALIDAD (DERRIDA)

Ella es la que está siempre lejos (cómo volver), está siempre fuera de casa, siempre extranjera
y hablando una lengua que no le alcanza.

Qué tipo de comunidad puede fundar?


F572 F649 Adriana Stavsky
Cuestión del derecho a mentir, a guardar secreto o silencio contra la obligación de decir la
verdad como fundadora del lazo social

La lengua como hogar y como patria


La ponencia tiene como objetivo examinar el modo en que el cubano Antón Arrufat
(1935) da cuenta de la compleja relación entre tiempo, revolución y subjetividad en su
primera novela, Mi antagonista (1963). Frente a una concepción dominante de la
revolución como nuevo comienzo de la historia, este texto de Arrufat intenta sacar a luz
los desacoples temporales que problematizan la posibilidad misma de la novedad y de la
identidad propia, al poner en evidencia la imposibilidad de liquidar el pasado con el solo
recurso de la voluntad. Según mi lectura de la novela, esto es así porque pese a que ciertos
factores materiales pueden haberse transformado radicalmente, otras condiciones
igualmente objetivas, tales como los relatos en los que estamos inscriptos y que nos
constituyen, persisten. No somos de arcilla maleable, como proclamaba Guevara, sino
portadores de una máscara que ha sido usada ya por otros, con la que actuamos un guión
escrito por otros.
Sin embargo, la herencia del pasado no se impone como un destino: Mi antagonista
propone que recibir una herencia es reinterpretarla, transformando, por ese mismo acto,
tanto aquello que se reinterpreta como la identidad misma del heredero en tanto éste está
ya inscripto o previsto en ese legado.

Simposio elegido: Poéticas del Caribe


Simposio alternativo: Revolución e Imaginarios Centroamericanos

Categoría: Expositora de Argentina

Dirección electrónica: congresocaribe2018@gmail.com

Enviar una FICHA DE INSCRIPCIÓN a congresocaribe2018@gmail.com con los


siguientes datos:
1. Datos personales (nombre y apellido, dirección postal y correo electrónico).
2. Datos profesionales (grado académico y pertenencia institucional/Universidad).
3. Título de la ponencia y un resumen de 300 palabras.
4. Defina el simposio en el cual participa y expone su ponencia:
Simposio elegido:
Simposio alternativo:
5. Estipule la categoría en la cual se inscribe: a) Expositores de Argentina/ b) Expositores
residentes en América Latina/ c) Expositores residentes en otros países/ d) Asistentes
profesores y graduados/ e) Asistentes estudiantes

Datos personales:
Nombre: Laura Maccioni
Domicilio: Río Cuarto 476.
Correo: maccionilau@gmail.com

Datos profesionales:

Phd. In Spanish Literature.


Investigadora Adjunta

Pertenencia institucional: CIECS (Conicet/UNC)

Título de la ponencia: Terminar, comenzar, repetir, heredar: reescritura y


subjetividad en Mi antagonista (1963)

Resumen:
La ponencia tiene como objetivo examinar el modo en que el cubano Antón Arrufat
(1935) da cuenta de la compleja relación entre tiempo, revolución y subjetividad en su
primera novela, Mi antagonista (1963). Frente a una concepción dominante de la
revolución como nuevo comienzo de la historia, este texto de Arrufat intenta sacar a luz
los desacoples temporales que problematizan la idea misma de novedad y de identidad
propia, al poner en evidencia la imposibilidad de liquidar el pasado con el solo recurso de
la voluntad. Según mi lectura de la novela, esto es así porque pese a que ciertos factores
materiales pueden haberse transformado radicalmente, otras condiciones igualmente
objetivas, tales como los relatos en los que estamos inscriptos y que nos constituyen,
persisten. No somos de arcilla maleable, como proclamaba Guevara, sino portadores de
una máscara que ha sido usada ya por otros, con la que actuamos un guión escrito por
otros.
Sin embargo, la herencia del pasado no se impone como un destino: Mi antagonista
propone que recibir una herencia es reescribirla, transformando, por ese mismo acto, tanto
aquello que se reinterpreta como la identidad misma del heredero en tanto éste está ya
inscripto o previsto en ese legado.

Simposio elegido: Poéticas del Caribe


Simposio alternativo: Revolución e Imaginarios Centroamericanos

Categoría: Expositora de Argentina

5353769

77010
Visitaciones
García Marruz, Fina, 1923-
BOOK/TEXT | UNEAC [i.e. Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba | 1970
Available at SASB M2 - General Research Room 315 (JFD 72-8746)

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315 8746 AVAILABLE LIBRARY

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Title Visitaciones.

Author García Marruz, Fina, 1923-

[La Habana] UNEAC [i.e. Unión Nacional de Escritores y Artistas de


Imprint Cuba, 1970]

Description 407 p. 21 cm.

Series Ediciones Unión. Contemporáneos.

Note Poems and prose.

LCCN 70288996

Research Call
Number JFD 72-8746

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