Heller, H. (1985). “Ciudadano y burgués”. En Escritos políticos (pp. 241-256).
Madrid: Alianza.
• La opinión pública, no solo alemana, coincide en que estamos asistiendo al fin de la
burguesía. “Tanto bolcheviques como fascistas anuncian en apocalípticas visiones que su reino se acerca y está ya sentenciada la muerte de todas las formas burguesas de existencia” (241). • A la disolución económica de posguerra se le suma la descomposición de las formas espirituales y políticas. “Por lo demás, el ciudadano alemán perteneciente a las clases poseyentes no tenía un universo propio de normas y formas políticas que perder. A diferencia de como ha sido el caso de las democracias occidentales, nunca ha gobernado políticamente en Alemania; no ha conquistado por su propio esfuerzo el Estado burgués de Derecho y la unidad nacional, sino que la revolución le ha obsequiado con ellos” (241-242). • “Hoy en día, no solamente están deshechos todos los partidos genuinamente burgueses de Alemania; el propio Estado de Derecho, tenido hasta ahora por la forma estatal específica de la burguesía, se halla en una paradójica situación: la inmensa mayoría de la burguesía propietaria reniega de él, siendo defendido únicamente por los trabajadores manuales encuadrados en la Socialdemocracia o en el partido del Centro” (242). • El que “la democracia alemana de la ilustración y la propiedad reniegue de sí misma; que la llene de entusiasmo unn ideal, por principio, enemigo de toda autonomía; que los jóvenes de la burguesía poseyente se burlen de todas las garantías estatales y sociales que amparan la propia responsabilidad en la vida del espíritu, como si de prejuicios burgueses superados se tratara y aclamen a caudillos que presentan a la razón como a la prostituta del diablo: todos esos síntomas demuestran paladinamente que la burguesía poseyente ha dejado en efecto de desempeñar su papel de liderazgo cultural” (242). • A fines de esclarecer qué es lo que se hunde cuando la burguesía toca su fin, conviene plantear algunas distinciones conceptuales: ciertos publicistas burgueses confunden, de modo imprudente y arriesgado, los conceptos ciudadano (Bürger), propietario y burgués (bourgeois). • Uno de los motivos de su confusión es que en la realidad coinciden parcialmente. “El ciudadano se caracteriza, en primer término, por su relación formal con el Estado y la sociedad; el burgués, por su relación material o de contenido. Llamamos ciudadano al hombre que respeta a las autoridades sociales y políticas y en todo momento se somete a las costumbres y al Derecho de su país. El concepto de ciudadano nada expresa acerca de los motivos de esa sujeción a la ley. Al contrario, esa adaptación del ciudadano puede estar fundada, tanto en un mezquino utilitarismo como en una desprendida magnanimidad, en convicciones religiosas como en un hábito de pereza mental, en la ofuscación primitiva como en el claro convencimiento de que esas virtudes ciudadanas son la premisa de una cultura humana más elevada” (243). • “El concepto de ciudadano es axiológicamente neutral y se solapa con el de burgués, que desde la Revolución francesa envuelve una connotación negativa. Burgués es el , gracias a su seguridad político-social, saturado ciudadano. Sin sentirse turbado por ninguna duda, por haberse desembarazado de todas las grandes interrogantes eternas y temporales, se siente en su condición personal y social beatíficamente sereno. (…) Cerrado le queda el acceso a los fundamentos y a los abismos de las esferas político-social, cultural, religiosa o erótica. La estrechez de su horizonte sentimental e intelectual, su carencia de fantasía, su miedo ante la aevntura, así como, y sobre todo, la flaqueza de sus pasiones, no le permiten tener ideal alguno que no sea la garantía social de la propia mezquina existencia. Lo característico en el burgués no es que respete las normas de la sociedad y del Estado, sino que las torne absolutas y ponga en ellas los fundamentos cultural-anímicos últimos. (…) Su optimismo, inmune al sentido de lo trágico, ve en ellos armonizaciones últimas de todos los conflictos imaginables. En el siglo diecinueve los artículos burgueses de fe se llaman economía, ciencia y técnica” (243). • Para escapar de la confusión conceptual, es necesario clarificar y distinguir la seguridad burguesa de la seguridad puramente ciudadana. “La aspiración del ciudadano a una seguridad de las relaciones sociales, concretamente de las económicas y políticas, que sea mensurable en el grado más alto posible, está tan justificada que merece señalarse como condición imprescindible de toda cultura europea en lo por venir. (…) Cualquier forma social o económica elevada se afirma sobre el cálculo científico y la dominación técnica de la naturaleza, así como sobre el perfeccionamiento organizativo de las relaciones sociales. Por ello es tan equivocado como peligroso el que nuestros románticos contrarrevolucionarios descalifiquen sin ambages la ciencia y la técnica como ideologías burguesas. La ciencia y la técnica nos han hecho posible una actitud más digna, por cuanto nos han liberado del temor a potencias demoníacas. Significaban y significan, para hombres innumerables, la liberación de una existencia apagada semejante a la del animal. Renunciar a ellas significaría tanto como retornar a la barbarie. Por cierto que una peculiaridad del burgués es ver en la economía, la ciencia y la técnica una racionalidad y una seguridad últimas, que ninguna de las tres puede ofrecernos. Mas para la seguridad ciudadana de la actualidad y para un futuro Estado europeo, forjado en la forma que fuere, el Derecho, la economía y la técnica racionales son instrumentos indispensables de cultura” (244). • “El que el ciudadano se prometa de la economía, el Estado y la Iglesia el aseguramiento de su salvación temporal y eterna, no hace de él en modo alguno un burgués. Solo merece llamarse burguesa la seguridad cuando de mera condición de vida se torna un fin en sí” (244). • “Apaciguar la conciencia [del burgués] con la certeza de la ciencia natural y darle de este modo un grado máximo de presunta seguridad es lo que promete al burgués la teoría racial del fascismo alemán. Esta teoría arranca de raíz la inquietud religiosa del Cristianismo, desde el instante mismo en que deja de ver en el sentimiento humano del pecado una voz venida de un mundo más alto; antes, al contrario, lo degrada a la condición de fenómeno científico-natural, resultado de la fusión corporal entre razas diferentes” (245). “[S]u objetivo es procurar frente a las inquietantes cuestiones últimas de la humanidad, un sentimiento de superioridad social y una seguridad biológica al burgués” (246). • “El burgués es el ciudadano despolitizado. Un universo de concepciones políticas apunta siempre, más allá de una mera existencia privada y de clase, a un todo político. Mas el ideal burgués del ‘Estado gendarme’ no significa otra cosa que la ausencia, en una existencia meramente privada, de toda perturbación. (…) [D]esde el momento en que renunció a toda representación política, se afanó en escapar de todos los riesgos que aquella llevaba consigo y atendió exclusivamente a asegurar su condición privada de poseyente y su situación económica de clase, cayó en la degradación típicamente burguesa” (246). • “Desde 1848, la clase poseyente de Alemania estaba completamente aburguesada. Había abandonado la dirección política al emperador y a sus funcionarios y solamente exigía seguridad para su actividad económica privada y para sus ratos de ocio más o menos según el caso, culturalmente sazonados. Hasta la guerra mundial les pareció que esa seguridad tenía su garantía en la forma política del Estado burgués de Derecho. (…) Pero la revolución de 1918 supuso una democratización tan profunda en el poder legislativo del Estado de Derecho que llegó a amenazar la seguridad económica de la clase poseyente. Ahora espera la seguridad de su condición patrimonial de la dictadura fascista que tanto más afín le resulta cuanto más se muestra como el antídoto de todos los peligros que acompañan siempre a la autonomía espiritual, moral o política” (246-247). • “Esa máscara, pretendidamente heroica, tiene además para la ideología justificadora de la dominación económica clasista significado especial: está destinada a presentar como algo inferior en valor, por cuanto antiheroico y burgués, el natural afán del ciudadano proletario por una seguridad y económica. (…) El burgués heroico considera el palacio de Rothschild como algo mucho más legítimo que los ‘palacios’ levantados por las cajas del seguro de enfermedad” (247). • “Para el burgués alemán o americano la garantía de la actual dominación de clase reside en la doctrina racista. Con una pretendida irrefutabilidad de verdad científica natural le asegura que la clase dominante es de valor superior y está destinada por la Naturaleza a ejercer el mando” (247). “Esas ideologías del enmascaramiento con presuntos móviles heroicos, que sin fundamento pretenden ampararse en Nietzsche y Bergson, en Sorel y Pareto, han contribuido no poco a la confusión de los conceptos de ciudadano y burgués” (248). • “Llamábamos ciudadano al hombre que se ordena a sí mismo a la esfera político-social de existencia. Nuestro respeto por la forma civil de vida se ha de medir por los motivos de esa inordinación. No deberemos negar nuestro reconocimiento a ese ciudadano que descubre en la costumbre y en el Derecho su relatividad social e históorica, sometiéndose sin embargo a ellos, gracias a su conciencia de lo que de demasiado humano, en el sentido nietzscheano, se entiende hay en toda vida colectiva” (248). • “El ciudadano encuentra su contirafigura dondequiera que el individuo egregio, lejos de doblegarse ante las convenciones, consciente o inconscientemente emplaza a la sociedad ante sus auténticos límites” (248). El individuo egregio no se distingue por no reconocer ley alguna sobre sí, sino que “lo que le distingue es la fuerza de su voluntad creadora, que impone como ley, no solamente a otros, sino ante todo a sí mismo. Los grandes espíritus tienen ciertamente otra conciencia que la masa, pero tienen conciencia y aun más, una conciencia tal que, ante la violación propia o ajena de la ley que ellos mismos se han dado, reaccionan más sensiblemente que el ciudadano medio” (248). “El revolucionario que es creativa en el reino del espíritu y del arte quebranta las viejas leyes solo porque necesita espacio para las nuevas normas a las que obsequia con su más estricto respecto. ‘Tomarse el derecho de aventurarse a nuevos valores es la libertad más terrible que un espíritu fértil y capaz de veneración pueda tomarse’. La infracción de la norma es para el disoluto un fin, para el hombre craedor solamente un medio. Esto vale tanto para el revolucionario del espíritu como para el de la política. • “El gran delincuente, el revolucionario creador, el santo apuntan a vías de superación del ciudadano, porque desprecian realmente toda seguridad civil. Sus opuestos que dicen relación al concepto de burgués aparecen de muy otra manera. No le cuadra el modelo estético del gran despreaciador de la ley, de ese demoníaco ángel de la fortaleza, sino el del delincuente corriente por pura flaqueza” (249-250). • “Tan poco como resulta posible hallar en cada descuidero la madera de un magno infractor de las leyes, sirve el ciudadano, tanto menos cuando de un burgués se trata, para revolucionario creador. En la esfera de lo político, tanto a la derecha como a la izquierda, está hoy en alza el “pathos” revolucionario, porque también la contrarrevolución se produce retóricamente como revolución. Ahora bien, solamente puede hablarse de esta última allí donde irrumpe con un peculiar “ethos” y una forma política propia de un nuevo principio de vida. La violencia no es sino el medio técnico de la revolución, el que esta emplea normalmente para abrirse paso, pero es algo que puede faltar y que en ningún caso es una nota esencial de aquella. Los protagonistas de la contrarrevolución fascista se sienten ahora obligados a renegar de su propio ‘ethos’ ciudadano (…) [y] como sustitutivo cuentan solo con una ética de la violencia, anticivil y estetizante, que hace del medio racional de la revolución su propio fin irracional. Por eso su pseudorrevolución se torna, de acuerdo con el rasgo que traza certeramente un escritor filofascista, ‘acción por la acción’, una forma de l’art por l’art en la esfera política” (250). • “Esta ética moral del héroe no solo ataca, como piensan los fascistas, las formas burguesas de vida, sino que hace desmoronarse los cimientos de la cultura ciudadana. Es una idea disparatada querer formar un pueblo de ‘condottieri’ o tan solo una élite” (251). • “Común a todos los matices de esa literatura es el combate al burgués, pero en realidad la estrategia va dirigida a dar el golpe de gracia al ciudadano” (252). • “El individuo auténticamente grande quebranta las antiguas tablas de valores para hacer lugar a otras nuevas. En él la violación del Derecho acontece a impulsos de una fuerza demoníaca. Por el contrario, ese hombre de letras irresponsable es anarquista y, además, únicamente por desidia y fatuidad” (252). • “Entre las pueriles ocurrencias de esa suerte de publicistas se cuenta la de que, en toda circunstancia y en su condición de ciudadano, el artista ha de ser un holgazán. (…) Para los hombres de letras de la preguerra el signo más infalible del genio antiburgués era el desorden en las relaciones civiles, como v. gr. vestir una chaqueta de terciopelo sin forma ya y prácticamente para tirar, tener deudas…” (253). • “De esta manera y en nombre de la libertad, el escritor liberal ha estado laborando para la anarquización de la burguesía. El autor fascista lleva adelante consecuentemente tal proceso, consumándolo en nombre de una ética heroica de la violencia. El escritor liberal adivina, en todo esquema de inordinación y de subordinación civil, una execrable urgencia de seguridad burguesa; defiende como un sagrado derecho del hombre toda volubilidad y desidia espiritual, moral y política. (…) El hombre de letras liberal y el fascista comparten la responsabilidad en el descrédito del orden civil del Estado y de la sociedad” (253-254). • “Para concluir, preciso es contraponer el concepto político del burgués y el del proletario. Hay una literatura romántica comunista y anarcosindicalista ansiosa de hacer del proletario un héroe que, despreciando soberanamente toda seguridad ciudadana, no se ejercita a lo largo de su vida sino en una revolución creadora y permanente. El proletario que se resiste a entregarse a tal ocupación, se granjea tanto del lado de agitadores comunistas como del de los fascistas, el grave reproche del aburguesamiento. (…) Hay que decir con toda claridad a esos románticos que el proletario socialista no solamente desprecia la seguridad del ciudadano, sino que la ansía y debe ansiarla para sí mismo. Pues, ¿a qué otra cosa puede aspirar el socialismo cuando combate la anarquía de la producción y en pro de una economía comunitaria planificada, sino a asegurar a los asalariados contra la arbitrariedad y los azares de una economía capitalista orientada al lucro? Si se entiende por ciudadano al hombre que se acomoda a las convenciones sociales, entonces no cabe duda de que las convenciones del socialismo postulan, en mucha mayor medida que el orden social de la burguesía poseyente, las virtudes cívicas. Mas se piensa con Sorel (…) entonces, se rehúsa la responsabilidad de las metas “burguesas” del socialismo y se siente tan solo la obligación a la transformación trágica de los trabajadores en héroes” (254). • La crítica de Sorel obedecía “a la preocupación de que pudiese prematuramente estancarse en una suerte de comodidad burguesa el combativo socialismo. (…) Con todo, el peligro de un aburguesamiento de los obreros me parece menor que la posibilidad de que una clase traabjadora, azuzada a luchas sangrientas por los predicadores de la violencia, desencadene primeramente el fascismo para, a renglón seguido y a lo largo de ulteriores acciones de fuerza sepultarse a sí misma bajo las ruinas de la cultura europea” (254-255). • “Ciertamente persiste el peligro de que, al proscribir tachándolos de burgueses todos los elementos formales del mundo civil, una corriente revolucionario-romántica destructora de la cultura, desgarre toda continuidad cultural” (255). • “Las conmociones de los tiempos presentes no se superarán haciendo paladines de la violencia heroica de la burguesía poseyente y de los proletarios, sino ordenando de tal manera el Estado y la sociedad que pueda emerger una incorporación abnegada a uno y otra de lo más profundo y enérgico que encierra la voluntad civil” (256).
Reseña de: Sobre la educación en un mundo líquido: conversaciones con Ricardo Mazzeo. Bauman, Zygmunt. María Emilia Di Piero Archivos de Ciencias de la Educación, Año 7, Nº 7, 4º Época, 2013. ISSN 2346-8866