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UNA CARTA DE TEGUCIGALPA

QUERIDA HENRIETTA, ya que tuviste la amabilidad de preguntarme por qué ya no


escribo, trataré de responderte lo mejor que pueda. En los viejos tiempos, mis
pensamientos destellaban como chispas diminutas en la semioscuridad de la
consciencia y los transcribía, y página tras página brillaban con una luz que llamaba
mía. Me sentaba a mi escritorio asombrado por lo que acababa de suceder. E incluso
cuando veía las luces apagarse y mis pensamientos se convertían en pequeñas
reliquias sin sentido en el crepúsculo de tanta promesa, seguía asombrado. Y cuando
desaparecían, como sucedía inevitablemente, estaba listo para comenzar de nuevo,
para sentarme en la oscuridad durante horas a esperar aunque fuese una sola chispa,
aunque supiera que casi no arrojaría ninguna luz. De lo que no me había dado cuenta
entonces, y ahora sé demasiado bien, es que las chispas llevan en su interior el deseo
de ser aliviadas de su carga de claridad. Y ésa es la razón por la que ya no escribo, y
por la que la oscuridad es mi libertad y mi felicidad.

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