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Lucas A. Gascón*
Resumen
La pretensión moderna de ser una época radicalmente diferente del pasado, a través de un
agudo sentido de contingencia y politicidad de los conceptos políticos (discontinuidad
histórica y conciencia de finitud), lleva aparejado el problema de su deslizamiento en el
nihilismo. En base a este propósito de irreductibilidad, aquí se coteja La legitimidad de
la Edad Moderna de H. Blumenberg, frente a la tradición "fenomenológico-
hermenéutica", aquí representada por R. Koselleck. En la primera sección del cuerpo del
trabajo, se aborda el problema desde un enfoque " teórico-histórico" (II), mientras que la
segunda sección trata el interrogante desde un punto de vista "ético-político" (III).
Abstract
Modern claim of being a completely different age with reference to the Past, due to an
acute sense of Contingency and Politicity of political concepts (such as Historical
Discontinuity and Awareness of Finiteness) is related to the problem of sliding towards
Nihilism. Based on that irreducibility, the aim of the present paper is to collate The
Legitimacy of Modern Age, by H. Blumenberg, represented here by R. Kosselleck. We
address the issue divided in two parts, according to two different approaches. First, we
*
UNAM, Programa de Becas Postdoctorales en la UNAM, Becario del Instituto de Investigaciones
Históricas 2016-2017.
present a “theorical-political” point of view (II); and second, we discuss the question from
an “ethical-political” angle (III).
I. Introducción.
Al menos desde las últimas décadas del siglo XIX y hasta nuestros días, un sentimiento
de “perplejidad” frente al devenir de los grandes “metarrelatos modernos se ha hecho
cada vez más evidente1. Experiencias como las guerras mundiales, el nazismo, la guerra
fría y, por cierto, el impacto ecológico del capitalismo, han posibilitado un intento de
salida de los fundamentos y continuidades modernos, en favor de apelaciones a la
historicidad, contingencia, facticidad y politicidad de todo proyecto político y
comprensión histórica2. El eurocentrismo, universalismo, esencialismo, anacronismo,
etc., presente en dichas continuidades y fundamentos, se resolvió en una “descarga de la
histórica”, frente a la cual se tornaría necesario asumir la historicidad mediante la
marcación de rupturas epocales y la indicación de la politicidad radical de los conceptos
sociales y políticos3 (discontinuidad histórica y conciencia de finitud). Tanto la
“begriffgeschichte” de R. Koselleck, como la “fenomenología de la historia” de H.
Blumenberg, constituyen intentos alternativos en este intento de “carga” de la historia. La
primera, constituye un intento matizado (en relación al existencialismo heideggeriano y
la teología política schmittiana, de los cuales abreva) de cuestionamiento frontal de la
modernidad. La segunda, constituye un intento de restituir a la modernidad, su “oficio
crítico permanente”, su gesto diferencial y específico.
1
J. Sauquillo, “Revolución y secularización”, en ISEGORÍA. Revista de filosofía moral y política, 39, 2008,
pp. 13-18, aquí pp. 13-14.
2
F. Schmieder, “Absolutismo de la realidad. Para una comprensión de la historia moderna en Hans
Blumenberg y Reinhart Koselleck”, en Oncina Coves, F. y P. García Pavón (eds.) Hans Blumenberg: historia
in/conceptual, antropología y modernidad, Valencia, Pre-Textos, 2015, pp. 101-120, aquí 103.
3
J.L. Villacañas Berlanga, “Modernidad, capitalismo e irreversibilidad”, en Conceptos históricos, 2, 3, 2016,
pp. 12-63.
dar cuenta de la contingencia y facticidad de los órdenes políticos, podría por el contrario
desembocar en situaciones de autoafirmación violenta o escenarios de fragmentación o
despolitización. Tanto la historia conceptual koselleckiana, como la fenomenología
histórica blumenberguiana, deben ser capaces de “cargar” con la historia sin deslizarse
hacia el nihilismo. Y en este intento de irreductibilidad al nihilismo, ambas deben evitar
el gesto en el que finalmente se resolvió la “filosofía de la historia”, a saber, “reinscribir”
la discontinuidad histórica y la conciencia de finitud en los fundamentos anteriormente
mencionados.
4
K. Löwith, El hombre en el centro de la historia, Barcelona, Herder, 1998, aquí p. 90.
sabiduría de las experiencias pasadas. El reclamo de la validez de la razón frente a las
ataduras del pasado, podría implicar el accionar violento de un “comienzo absoluto” que
corta de raíz la tradición. Aquí, la “autojustificación” de la razón frente a la historia
supondría, “en realidad”, la falta de justificación en sí misma. Como se verá a lo largo del
presente trabajo, este tipo de nihilismo implicaría una continuación, por otros medios, de
la “teología de la gracia”; en la que el sujeto moderno, a través de una “deificación”,
reemplazaría al dios absolutista de finales del medioevo. Por último, una tercera acepción
de nihilismo, vinculada a la noción de nihilismo “pasivo”, debe explicarse en este
momento. Esta acepción aludiría a una situación de fragmentación y atomismo, producto
de movimientos de “liberalización” de la sociedad. Sería un riesgo potencialmente
presente en la tradición de pensamiento liberal, en la cual los movimientos de crítica al
antiguo régimen o diferentes tipos de dictadura, conducirían a escenarios de
“despolitización” y “anemia participativa”; con los concomitantes procesos de
dominación que ello implica. Como puede notarse, tal acepción se encuentra fuertemente
presente en la tradición hegeliano-marxista y en la conservadora, aquí representada por
Schmitt, Brunner y Koselleck.
5
La edición de La legitimidad de la Edad Moderna [1966] aquí tratada, se titula: La legitimación de la Edad
Moderna (2008).
En tanto pretensión de marcación de la discontinuidad radical entre el mundo antiguo y
el moderno, la LEM [1966] puede ser abordada como una versión alternativa de “historia
conceptual”6. A pesar de ser una obra no dedicada a fuentes históricas típicas, sino a obras
filosóficas, la preocupación histórica por los umbrales de época sería uno de los motivos
centrales del trabajo7. El análisis de obras intelectuales en dicho trabajo, constituye otro
modo de investigación histórico-conceptual, ya que en este tipo de materiales se
condensarían, de una manera particularmente nítida, los umbrales conceptuales y cambios
de época8. Como se ha señalado, tanto la fenomenología de la historia blumenberguiana
como la begriffgeschichte, constituirían formas alternativas de ese común intento de
superar el continuismo filosófico-histórico presente en la tradición hegeliano-marxista9
10
.
6
J. C. Monod, La querella de la secularización. De Hegel a Blumenberg, Buenos Aires, Amorrortu, 2015,
pp. 354-356.
7
J.L. Villacañas Berlanga, op. cit., pp. 14-15.
8
Ibídem, p. 15.
9
Ibídem, pp. 17-18.
10
En el plano metateórico de las condiciones institucionales en los que se desarrollaron ambas
propuestas, la metaforología constituiría una “reflexión propia” de historia conceptual, en la que la
vinculación de Blumenberg respecto a este tipo de preocupación, puede al menos evidenciarse de dos
maneras: a través de su vinculación con Erich Rothacker y su proyecto histórico-conceptual en la
Academia de las Ciencias y laLiteratura de Maguncia (Blumenberg sustituiría a Rothacker en la presidencia
de la Comisión de Filosofía de dicha academia, de la cual dependía el Archivo para una histórica
conceptual); y mediante su vinculación al grupo Poética y Hermenéutica, en el cual se encontraba Joachim
Ritter y Reinhart Koselleck. F. Oncina Coves, “Historia In/conceptual y metaforología: método y
modernidad”, en Oncina Coves, F. y P. García Pavón (eds.) Hans Blumenberg: historia in/conceptual,
antropología y modernidad, Valencia, Pre-Textos, 2015, pp. 101-120, aquí p. 19.
11
En LEM, las referencias a estos autores pueden encontrarse en las siguientes páginas: Gadamer, 24-25;
la “historia efectual”, 250; Koselleck, 40-41 y 58; Schmitt, 93 y ss.; Husserl, 188 (nota al pie), 232 y 241;
Heidegger, 117-118, 188 (nota al pie) y 232; la “historia del ser”, 192-193.
la historia blumenberguiana debe probar, frente a la TFH, dos cosas: por un lado, que la
marcación de la discontinuidad histórica entre el viejo y el nuevo mundo, la “legitimidad”
propia de la modernidad, no recurre al relato filosófico-histórico del “advenimiento de
una razón triunfante en base a constantes antropológicas antes reprimidas12; por otro lado,
que dicho intento de marcación es irreductible al nihilismo. Es la problemática en torno a
este segundo punto, la que pasa a tratarse a continuación.
12
J.C. Monod, op. cit., 362; F. Schmieder, op. cit., p. 117.
13
R.Koselleck, “A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe”, en Lehmann, H. y M.
Richter (eds.) The Meaning of Historical Terms and Concepts. New Studies on Begriffgeschichte,
Waschington, German Historical Institute, 1996, pp. 59-70, aquí p. 62.
14
Ibídem.
constitucional de Otto Brunner. De hecho, en el pasaje en cuestión, Koselleck remite la
publicación a un escrito anterior, titulado “The History of Concepts and Constitutional
History: Some Problems”15. En el marco de un mismo programa de investigación -en el
que, en todo caso, Koselleck habría proseguido diferentes hipótesis de trabajo de su
colega y maestro, Otto Brunner-, aquél señala algunos riesgos en los que podría deslizarse
la begriffgeschichte si prosigue acríticamente por la senda metodológica brunneriana: la
marcación del umbral de “sattelzeit” a través del cual se explica la variación conceptual
y la inaplicabilidad de los contenidos semánticos modernos al mundo antiguo, podría
desdibujarse en el clásico procedimiento historicista de relativización contextual. Lo cual,
no sólo supondría el “enmudecimiento de la práctica historiográfica”, al reclamar un
acceso neutral a las fuentes premodernas -procedimiento que permitiría criticar la
proyección anacrónica de categorías del presente al mundo antiguo-, sino también
implicaría la postulación de contextos sincrónicos aislados e inmaculados (“ahistóricos”),
algo que iría en contra del propio reclamo de historicidad y contingencia de los propios
conceptos16. Una advertencia similar aplicaría para la “historiografía del discurso
político” o “escuela de Cambridge”, la cual enarbola la bandera de la contingencia de los
lenguajes políticos y su aplicabilidad a contextos sincrónicos determinados17.
15
R. Koselleck, “Begriffsgeschichtliche Probleme der Verfassungsgeschichtsschreibung” (The History of
Concepts and Constitutional History: Some Problems), in Der Staat. Zeitschrift für Staatslehre, Öffentliches
Recht und Verfassungsgeschichte, Beiheft, 6, 1983, pp. 7-46.
16
S. Chignola, “Historia de los conceptos e historiografía del discurso político”, en Res publica. Revista de
Filosofía Política, 1, 1998, pp. 7-33, aquí pp. 10, 15-16. Adicionalmente, véase: S. Chignola, “Diferencia y
Repetición. Otto Brunner, Reinhart Koselleck, la historia conceptual”, en Conceptos Históricos, 1, 1, 2015,
pp. 18-38.
17
S. Chignola, “Historia de los conceptos políticos e historiografía del discurso político”, op. cit., pp. 15 y
33.
18
J.L. Villacañas Berlanga, op. cit., p. 13.
Siguiendo la estela de Heidegger en Ser y Tiempo, Koselleck sostiene que las
transformaciones conceptuales, es decir, el lugar de la discontinuidad y la contingencia,
se realizan articulando horizontes de sentido repetitivos19. El posicionamiento
koselleckiano se alinearía con la noción de historicidad del “dasein” en la medida que el
arrojamiento en la historicidad y la facticidad no sólo posibilitaría la discontinuidad
conceptual de acuerdo a la relatividad situacional, sino también impelería al dasein a
generar horizontes o marcos de sentido (conceptos) para tratar de conjurar o aminorar
dicho arrojamiento. Es por ello que Koselleck se refiere a los conceptos como mallas de
sentido que permiten conjugar lo simultáneo y lo no simultaneo, lo contemporáneo y lo
no contemporáneo20. Cabe señalar que estas dimensiones temporales diacrónicas que
permiten las repeticiones, los estratos del tiempo, no implican continuidades históricas a
la manera de las operativas en el marco filosófico-histórico, sino horizontes de sentido
estrictamente históricos21. De esta manera, se deja traslucir también el influjo de la teoría
gadameriana sobre la de Koselleck. Las nociones de anticipación e ineludibilidad
lingüística, que dan lugar a la discontinuidad y contingencia, se conjugan con las nociones
de tradición y herencia como marcos de sentido trascendentemente históricos. Se trataría
de un tipo de continuidad no metafísica, platónica, filosofíco-histórica, sino una
estrictamente histórica rastreable en las fuentes concretas22 . Queda así brevemente
reseñada la “solución” fenomenológico-hermenéutica, principalmente a través de la
historia conceptual koselleckiana. Procédase, a continuación, a reseñar, la posición
schmittiana de la cual la begriffgeschichte también abreva.
19
N. Olsen, History in the plural: An Introduction to the work of Reinhart Koselleck, Nueva York, Berghahn
Books, pp. 64-65.
20
E. Palti, “Reinhart Koselleck, su concepto de concepto y su historia”, Inédito, 2007.
21
J. L. Villacañas Berlanga, “Historia de los conceptos y responsabilidad política: un ensayo de
contextualización”, Res publica. Revista de Filosofía Política, 1, 1998, pp. 141-174, aquí p. 148.
22
R. Koselleck, “A Response to Comments on the Geschichtliche Grundbegriffe”, op. cit., p. 64.
23
C. Schmitt, “Teología política II. La leyenda de la liquidación de toda teología política”, en Teología
Política, Madrid, Trotta, 2009, pp. 59-133, aquí pp. 123-133.
posición de Schmitt converge con la fenomenología de Heidegger, Husserl, etc. (tradición
de la que sí puede afirmarse que haya constituido la preocupación más profunda de la
fenomenología histórica blumenberguiana24. Por detrás de la corrección terminológica
schmittiana, referida a qué Blumenberg estaría más bien haciendo referencia a la
"legalidad" de la edad moderna y no a la "legitimidad" (ésta más bien aludiría a la
fundamentación de un orden por la sabiduría del pasado), se encuentra la acusación de
que la argumentación blumenberguiana implicaría un "autismo" "agresivo" que no
"necesitaría de justificación"25 Según Schmitt, la autojustificación de la época, que
desestimarían de un solo golpe la tradición, supondría una "tiranía de los valores", una
forma de violencia más intensa que aquella presuntamente rastreable en la teología
política; en realidad, una posición cuya acción es indiferente a toda justificación y
validez26. Según la posición de este artículo, esta otra forma de violencia abreviaría de la
"teología de la autojustificación" o de la "gracia". En los últimos pasajes del epílogo en
cuestión, Schmitt inscribe a Blumenberg dentro de las concepciones del "proceso-
progreso" propias de la era de las despolarizaciones y neutralizaciones. Es cierto que este
tipo de concepciones aludirían a otra forma de teología mundanizada, no ya la teología
de la gracia sino las escatologías secularizadas. No obstante, el resultado "nihilista"
denunciado por Schmitt estaría igualmente presente. Frente a la acusación
blumenberguiana de que la teología política operaría violentamente a través de la creatio
ex nihilo, Schmitt escribe: "El proceso-progreso no sólo se produce a sí mismo y al
Hombre Nuevo, sino que también produce las condiciones de posibilidad de sus propias
renovaciones; esto significa lo contrario de una creación desde la nada: la creación de la
nada como condición de posibilidad de la autocreación de una Nueva Mundanidad"27 28.
Se estaría en presencia, aquí, del mismo esquema de denuncia desplegado por Koselleck
24
J.L. Villacañas Berlanga, “Más allá de Schmitt: amigo/enemigo en Plessner y Blumenberg”, en Oncina
Coves, F. y P. García Pavón (eds.) Hans Blumenberg: historia in/conceptual, antropología y modernidad,
Valencia, Pre-Textos, 2015, pp. 49-85, aquí p. 66.
25
C. Schmitt, op. cit., p. 126.
26
Ibídem.
27
Ibídem, p. 132.
28
En tal sentido, se escribe: “¡Esta idea de una legitimidad que provendría del futuro, pintada por Schmitt
en términos casi expresionistas, le parece a este una suerte de conmoción violenta y aberrante, cuyo
disparador sería la voluntad de destruir toda herencia, toda filiación, para desembocar en la pura
agresividad de afirmación de sí a partir de la tabula rasa que aún habría que “des-tabulizar”! El deseo de
autofundación, característico de una modernidad que tiene su representante típico en Descartes, abriría
así el camino al nihilismo de la negación de lo dado, sea el que fuere, en correspondencia con el proyecto
técnico de dominación y control humano de toda realidad”. J.C. Monod, op. cit., p. 250.
en Critica y Crisis29: el derrumbamiento del antiguo mundo conduce a una situación de
indeterminación y nihilismo, la “crítica” conduce a la “crisis”.
A Carl Schmitt tiene que parecerle paradójico que la legitimidad de una época
consista en su discontinuidad respecto a su prehistoria, y esta paradoja no le permite
creer que podría debatirse algo distinto de la mera legalidad respecto a una razón
hipostasiada dotada de una serie de leyes positivas.
He aquí el núcleo de la diferencia: para el teórico del Estado que es Carl Schmitt la
secularización es una categoría de legitimidad. Es aquella la que abriría, para los
presentes amenazados pos su contingencia, la dimensión profunda de la historia.
Crearía una identidad histórica, y lo menos es que lo haga “con otros recursos”31
29
R. Koselleck, Crítica y crisis. Hacia una patogénesis del mundo burgués, Madrid, Trotta, 2007.
30
C. Schmitt, op. cit., pp. 123 y ss.
31
H. Blumenberg, op. cit., pp. 98-99.
32
Ibídem, p. 11.
histórica horizontal. En este sentido, lo relevante estribaría en que ninguna situación
particular, por más relativa y contingente que pretenda ser, puede cortar con los horizontes
de sentido que inevitablemente la permean: ningún “presente amenazado por su
contingencia” puede desprenderse de dicha dimensión histórica profunda. El reclamo de
contingencia radical de los conceptos, tanto para la TFH como para el teorema de la
secularización, implicaría un decaimiento en un punto de vista que paradójicamente se
descarga de la historia, en su intento de dar cuenta de situaciones aisladas.
33
H. Blumenberg, op. cit., pp. 183 y 185.
34
Ibídem, p. 185.
35
En otro pasaje, el autor escribe: “La pérdida del cosmos a finales de la Edad Media habría sido, más que
una crítica, una duda o sospecha; la prohibición por parte de Bacon y Descartes de hacer suposiciones de
índole teleológico-antropocéntrica representaba más un postulado de prudencia o la anticipación de una
desilusión que el desenraizamiento racional de una ilusión”. Ibídem, p. 214.
36
Ibídem, p. 183.
37
Ibídem, p. 183.
38
Ibídem, p. 212.
fenomenológico-hermenéutico, ¿cuál sería la explicación de Blumenberg para dar cuenta
de la discontinuidad histórica? ¿cómo se las arreglaría este pensador para incluir el punto
de vista fenomenológico-hermenéutico y a la vez dar cabida a la ruptura conceptual de la
modernidad? Junto a la tesis de la “reocupación funcional”, Blumenberg recurre a la idea
de la “intensificación”, “exacerbación”, “radicalización”. Esta interrogación conduce al
segundo plano de argumentación en el que Blumenberg trata la filosofía de Descarte, un
plano que pone en juego elementos de comprensión histórica allende la obra cartesiana.
39
La expresión “atalaya cartesiana” es tomada de F. Oncina Coves, op. cit., p. 20.
40
H. Blumenberg, op. cit., 184.
41
Ibídem, p. 185.
En repetidas ocasiones Blumenberg afirma que la obra de Descartes todavía se inscribía
en la “crisis de la certeza”, en el “sistema de inseguridad” del nominalismo medieval42.
En efecto, la hipótesis del “genius malignus” que postulaba la idea de una Dios que podía
engañar al hombre incluso en sus facultades primarias, había sido extraída del
nominalismo con su idea de “potencia absoluta”43. En la interpretación filosófico-
histórica blumenberguiana, la hipótesis del genio maligno nominalista a su vez se movía,
todavía, en el marco del “concepto tradicional de realidad” devenido del estoicismo, e
implicaba una repetición funcional del demiurgo del gnosticismo44. Lo que habría
realizado Descartes, entonces, sería una “exacerbación”, una “intensificación” del sistema
de inseguridad y desconfianza, hasta revelarlo en sus ridículas consecuencias:
Finalmente, cabría señalar otro modo de respuesta por parte de Blumenberg frente a la
Schmitt y la tradición fenomenológico-hermenéutica: una defensa que implicaría más
bien un ataque, una ofensiva como modo de defensa de la irreductibilidad de la propuesta
de Blumenberg al nihilismo de la teología de gracia. La defensa del autor consistiría en
42
Ibídem, p. 187.
43
Ibídem, pp. 187-188, 195.
44
Ibídem, p. 186.
45
Ibídem, p. 196.
46
En otro pasaje, el autor escribe:” …en el propio concepto de realidad se esconde algo diferente de la
filosofía moderna, que hace que Descartes aparezca, más que como el fundador de una nueva época,
como el pensador que habría llevado con toda claridad hasta sus absurdas consecuencias en concepto
medieval de realidad, quedando maduro, con ello, para su destrucción”. Ibídem, p. 187.
ubicar a la mencionada tradición, en el mismo lugar que este parecería confinar la
propuesta el autor. En un extenso párrafo, que vale la pena trascribir en su totalidad, el
autor describe:
La historia del ser excluye que pueda ser explicadas las signaturas de una época a partir de
la estructura dialógica de una razón no idéntica, ciertamente, con la historia ni tampoco
siempre espontáneamente activa en ella, pero si activable, por la penuria y necesidad, la
aporía y la sobretensión de la heteronomía. La Edad Moderna como episodio de la historia
del ser -y, más especialmente, del abandono del ser- tendría impresos en si misma los
estigmas de la dominación, de la servidumbre de la teoría respecto a la tecnicidad, de la
autoreproducción del hombre precisamente como respuesta a un reto, el que sea, que se le
ha dejado en herencia, sino como una de todas las perplejidades sin tregua en torno a aquél
ser oculto, retirado desde el tiempo de los presocráticos. Es verdad que en una
interpretación así no es acuñada la fisonomía de la época mediante la desfiguración que,
como una secularización de algo sustancialmente teológico, encubre su verdad; pero su
interpretación se convierte, ella misma, sin lugar a dudas, en la secularización de categorías
formadas en la teología de la gracia. No son los contenidos de la época los que se convierten
en una pseudomorfosis de su origen teológico, sino que la cualificación de su lugar en la
historia sólo es determinable como una pseudoteología. […] Realmente, el absolutismo del
ser no es más que una continuación del resultado medieval con otros medios47.
47
Ibídem, 193.
48
En nota al pie, Blumenberg explicita, sucintamente, las posiciones de Heidegger y Landgrebe respecto
a Descartes: “Esta presunta espontaneidad [la autojustificación racionalista cartesiana] es tomada al pie
de la letra cuando se le reprocha a Descartes que haya «confrontado al hombre consigo mismo y con su
propia fuerza racional, arrancándole los vínculos que le hacían descansar, en todas sus relaciones
espirituales, en un Ser más poderoso que él» (L. Landgrebe […]). O véase lo que dice M. Heidegger […]:
«la interpretación cartesiana del ser existente y de la verdad es lo que suministra los presupuestos para
la posibilidad de una teoría o metafísica del conocimiento […]. Con su interpretación del hombre como
posibilidades eluden la historicidad del ser, la primera por suponer una razón progresiva
que atraviesa las épocas históricas, y la segunda por postular una razón que aparece
verticalmente en ella olvidando su dependencia o correlacionalidad con la historia.
Ambas interpretaciones “olvidan” el anclaje existencial de “la razón”, contribuyendo a
“la ilusión de que es el hombre quien hace la historia”49. A través de estas comprensiones
se inauguraría, inadvertidamente, una época de “servidumbre de la teoría respecto a la
tecnicidad”, una nueva época de “dominio” y “sumisión”.
IV. Conclusión.
sujeto Descartes habría creado los presupuestos metafísicos necesarios para una futura antropología […].
Descartes sólo podría ser superado superando aquello que él mismo ha fundado». Ibídem, p. 188.
49
Ibídem.
La “crisis” de los fundamentos modernos no necesariamente se inscribe en un
movimiento de salida de la modernidad, ya sea que este se defina como “posmoderno” o
“reaccionario”50. El cuestionamiento de los fundamentos clásicos de la soberanía, así
como del marco filosófico-histórico, no necesariamente apela a una superación de la
modernidad, ni tampoco a un retorno a una época anterior. Por el contrario, puede
implicar un reclamo de restitución del gesto específicamente moderno. La genealogía de
la procedencia teológica de los “grandes metarrelatos” modernos, no se agotaría en una
recuperación del mundo cristiano, o en su delimitación en pos de un retorno al mundo
helénico, ni tampoco en una superación radical de la modernidad. Podría estar orientada
a la identificación de ciertas lógicas heredadas, impropias a la modernidad, como
causantes de diversas experiencias de dominación en la época. No obstante, la apelación
a ese gesto específicamente moderno, el intento incesante de su restitución, traería, por
otro lado, el riesgo de deslizamiento hacia una época “nihilista”. La fenomenología
histórica de la modernidad, propuesta por Blumenberg en LEM, intenta restituirle a la
época su “oficio crítico permanente, sin incurrir en el nihilismo.
Llegado a este punto, uno de los interrogantes más evidentes que el lector puede advertir
refiere a las razones de porqué tomar la propuesta blumenberguiana como una historia
conceptual, dado que los principales motivos de su teoría estribarían, por el contrario, en
una crítica a la begriffgeschichte. De hecho, uno de sus escritos lleva el sugerente título
“Aproximación a una teoría de la inconceptualidad”.51 Más allá de las razones
mencionadas en el primer apartado de este trabajo (referidas a que tal analogía está
fundamentada desde que la modernidad pretende ser un marco discursivo radicalmente
heterogéneo con el pasado), todo depende de lo que se entienda por “historia conceptual”.
Si este sintagma es tomado de manera restringida, e identificado con la begriffgeschichte,
podría dudarse de tal analogía. Pero si dicho título refiere a una preocupación radical por
historizar los conceptos con los que abordamos el pasado, La legitimidad de la Edad
Moderna sería otra versión de historia conceptual.
50
J.C. Monod, op. cit., pp. 302 y 351.
51
En H. Blumenberg, Naufragio con espectador. Madrid, Visor, 1995.
En efecto, para Blumenberg la historia conceptual koselleckiana sería insuficiente, ya que
la adscripción de esta a la tradición fenomenológica-hermenéutica la determinaría a
postular “continuidades” históricas (“estratos de tiempo”) en las que finalmente se
resolverían las transformaciones. Los conceptos constituirían continuidades históricas
que impedirían visualizar las proyecciones anacrónicas del presente. La pretensión de
“radicalizar” los alcances de la begriffgeschichte, constituiría uno de los principales
motivos de la obra blumenberguiana.
Es por eso que ella guarda ciertas afinidades con diferentes versiones contemporáneas de
historia conceptual (las cuales intentan ir más allá de la begriffgeschichte), como la
“historia conceptual de lo político” y la denominada “escuela de Padua”. Al menos para
la segunda, Koselleck no habría seguido cabalmente la máxima que él habría tomado de
Nietzsche, acerca de que “los conceptos no tienen historia”52. Trazar una historización
diacrónica de los conceptos, implicaría visualizar sus continuidades a lo largo del tiempo,
lo cual implicaría pasar por alto la conciencia de su anclaje presente inconmensurable con
el pasado. La noción de “función” de Blumenberg, parecería guardar cierta afinidad con
el método “genealógico-deconstructivo”, en particular en lo referente a la ponderación de
la dimensión sintáctica de los conceptos (principalmente por sobre la semántica). La idea
de que formas o palabras idénticas pueden contener conceptos radicalmente diferentes,
puede observarse en el siguiente pasaje blumenberguiano:
52
S. Chignola, “Historia de los conceptos, filosofía constitucional y filosofía política. Sobre el problema del
léxico político moderno”, Res publica. Revista de Filosofía Política, 2003, 11-12, pp. 27-67, aquí pp. 55-56.
53
H. Blumenberg, La legitimación de la Edad Moderna, op. cit., p. 70.
equivalencia en la función desempeñada, por un lado, por la escatología secularizada y,
por otro, por la filosofía revolucionaria, implicaría la postulación de una continuidad
sistemática a uno y otro lado del umbral, a saber, la permanencia del lugar de la
liberación54. En cualquier caso, la teoría blumenberguiana resulta muy valiosa no sólo por
sus pretensiones, sino por constituir un acercamiento, en un ámbito de discusión
característicamente alemán, al método deconstructivo-genealógico presente en otras
escuelas de historia conceptual.
En este sentido, una última reflexión cabría realizar respecto a las ventajas de la propuesta
blumenberguiana. Como se ha mencionado, resulta relevante rescatar el tono en cierta
medida escéptico del autor respecto a la modernidad. Claramente, su defensa de la época
demuestra una apertura considerable a una perspectiva del “conflicto”, por ejemplo, en
su conciencia de la “irreversibilidad” del avance de la técnica a partir del avance
científico. Su propuesta parecería diferenciarse de la teoría habermasiana, en la cual se
sostiene que los procesos de dominación modernos son más bien productos de una
“colonización sistémica” sobre el “mundo de la vida”, y no consecuencias inherentes a la
misma racionalidad moderna. La defensa por parte de Blumenberg de la racionalidad
moderna, implicaría al mismo tiempo la aceptación de las pérdidas de la época, la
presencia de escenarios nihilistas. Es decir, la recuperación moderna por parte del autor,
no se habilitaría en base al reclamo de una reconciliación de la razón consigo misma, sino
en una idea de emancipación que todavía vale la pena defender.
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J. C. Monod, op. cit., p. 293; H. Blumenberg, op. cit., p. 67.