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SÍNTESIS
Autor: Pietro Ubaldi
(Tradutor: Manuel Emygdio da Silva)
ÍNDICE
Presentación 15
I- Ciencia y Razón 21
II- Intuición 24
III- Las Pruebas 26
IV- Conciencia y Mediumnidad 29
V- Necesidad de una Revelación 31
VI- Monismo 33
VII- Aspecto Estático, Dinámico y Mecánico del Universo 36
VIII.- La Ley
IX- La Gran Ecuación de la Substancia 48
X- Estudio de la Fase “Materia” (). – La Desintegración Atómica 43
XI- Unidad de Principio en el Funcionamiento del Universo 45
XII- Constitución de la Materia. – Unidad Múltiple 47
XIII- Nacimiento y Muerte de la Materia. Concentración Dinámica y Disgregación Atómica 49
XIV- Del Éter a los Cuerpos Radioactivos 51
XV- La Evolución de la Materia por Individualidades Químicas. ( El Hidrógeno y las Nebulosas 52
XVI- La Serie de las Individuaciones Químicas de “H” a “U” por Peso Atómico e Isovalencias Periódicas
XVII- La Estequiogénesis y las Especies Químicas Ignoradas. 57
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XVIII- El Éter, la Radioactividad x la Disgregación de la Materia (( ( () 59
XIX- Las Formas Evolutivas Físicas, Dinámicas y Psíquicas 62
XX- La Filosofía de la Ciencia 64
XXI- La Ley del Devenir 66
XXII- Aspecto Mecánico del Universo. Fenomenogenia 68
XXIII- Fórmula de la Progresión Evolutiva. – Análisis de la Progresión en sus Períodos 71
XXIV- Derivación de la Espiral por Curvatura del Sistema 74
XXV- Síntesis Lineal y Síntesis por Superficie 75
XXVI- Estudio de la Trayectoria Típica de los Movimientos Fenoménicos 78
XXVII.- Síntesis Cíclica. – Ley de las Unidades Colectivas y Ley de los Ciclos Múltiples 83
XXVIII- El Proceso Genético del Cosmos 86
XXIX.- El Universo como Organismo, Movimiento, Principio . 88
XXX- Palingenesia 95
XXXI- Significado Teleológico del Tratado. – Investigación por Intuición 96
XXXII- Génesis del Universo Estelar. – Las Nebulosas – Astroquímica y Espectroscopia 99
XXXIII- Límites Espaciales y Límites Evolutivos del Universo 103
XXXIV- Cuarta Dimensión y Relatividad 105
XXXV- La Evolución de las Dimensiones y la Ley de los Límites Dimensiónales 107
XXXVI- Génesis del Espacio y del Tiempo 109
XXXVII- Conciencia y Super Conciencia. – Sucesión de los Sistemas Tridimensionales 110
XXXVIII- Génesis de la Gravitación 114
XXXIX- Principio de Trinidad y de Dualidad 118
XL- Aspectos Menores de la Ley 124
XLI- Intermezzo 129
XLII- Nuestra Meta. – La Nueva Ley 131
XLIII- Las Nuevas Vías de la Ciencia 134
XLIV- Superaciones Biológicas 137
XLV- El Génesis 140
XLVI.- Estudio de la Fase : Energía 142
XLVII- La Degradación de la Energía 147
XLVIII- Serie Evolutiva de las Especies Dinámicas 149
XLIX- De la Materia a la Vida 154
L- En las Fuentes de la Vida 157
LI- Concepto Substancial de los Fenómenos Biológicos 159
LII- Desarrollo del Principio Cinético de la Substancia 161
LIII- Génesis de los Movimientos Vortiginosos 163
LIV- La Teoría Cinética de la Génesis de la Vida y los Pesos Atómicos 167
LV- Teoría de los Movimientos Vortiginosos 169
LVI- Paralelos en Química Orgánica 172
LVII- Movimientos Vortiginosos y Caracteres Biológicos 175
LVIII- La Electricidad Globular y la Vida 179
LIX- Teleología de los Fenómenos Biológicos 187
LX- La Ley Biológica de la Renovación 192
LXI- Evolución de las Leyes de la Vida 196
LXII- Los Orígenes del Psiquismo 200
LXIII- Concepto de Creación 202
LXIV- Técnica Evolutiva del Psiquismo y Génesis del Espíritu 205
LXV- Instinto y Conciencia. – Técnica de los Automatismos 208
LXVI- Hacia las Supremas Ascensiones Biológicas 212
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LXVII- La Oración del Viandante 217
LXVIII- La Gran Sinfonía de la Vida 219
LXIX- La Sabiduría del Psiquismo 224
LXX- Las Bases Psíquicas del Fenómeno Biológico 229
LXXI- El Factor Psíquico en Terapéutica 232
LXXII- La Función Biológica de lo Patológico 235
LXXIII- Fisiología de lo Supernormal. – Herencia Fisiológica y Herencia Psíquica 237
LXXIV- El Ciclo de la Vida y de la Muerte y su Evolución 241
LXXV- El Hombre 246
LXXVI- Cálculo de Responsabilidades 251
LXXVII- Destino. – El Derecho de Castigar 254
LXXVIII- Las Vías de la Evolución Humana 257
LXXIX.-La Ley del Trabajo 261
LXXX.-El Problema de la Renuncia 264
LXXXI-La Función del Dolor 268
LXXXII.-La Evolución del Amor 274
LXXXIII.-El Superhombre 277
LXXXIV-Genio y Neurosis 280
LXXXV-Psiquismo y Degradación Biológica 285
LXXXVI.-Conclusiones. – Equilibrios y Virtudes Sociales 289
LXXXVII.-La Divina Providencia ............................... 293
LXXXVIII.-Fuerza y Justicia. – La Génesis del Derecho 296
LXXXIX.-Evolución del Egoísmo 301
XC-La Guerra. – La Ética Internacional 304
XCI-La Ley Social del Evangelio 311
XCIL-El Problema Económico 313
XCIII-La Distribución de la Riqueza 317
XCIV-De la Fase Hedonista a la Fase Colaboracionista 321
XCV-La Evolución de la Lucha 324
XCVI-Concepción Biológica del Poder 326
XCVII-El Estado y su Evolución 331
XCVIII-El Estado y sus Funciones 336
XCIX- El Jefe 341
C-El Arte 345
Despedida ......................................................... 349
PRESENTACIÓN
¿Qué hice yo desde el momento en que leí por primera vez “La Gran Síntesis”
y tuve el privilegio infinito de conocer personalmente al Dr. Pietro Ubaldi (1955)? ...
Colocarme a su lado hasta el final de mi vida, y, como el más humilde obrero,
colaborar en la divulgación por toda la Tierra de su Obra, para que esta inmensa
revelación pueda salvar nuestro pobre mundo... Y movido por esta pasión sin límites,
imprimí una nueva edición en castellano (Montevideo 1965) que me proporcionó una
amistad profunda en Maracaibo (Venezuela) con el Sr. Ramón Álvarez Rubio, fundador
del Núcleo de Divulgación Espiritual, propulsor de esta nueva edición en castellano.
La Gran Síntesis ofrece solución plausible a todos los problemas del universo,
desde la estructura del átomo y la composición química de la vida, hasta los métodos
de ascensión mística; desde la Relatividad y la génesis del Cosmos, hasta las más
nuevas cuestiones religiosas, sociales y los misterios de la psiquis humana... La nota
clave del libro es la ascensión espiritual.
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La Gran Síntesis encamina a la ciencia hacia su espiritualización, a fin de
otorgar al hombre una concepción de Dios, despojada de antropomorfismo y
capacitarlo para escuchar su Voz que perennemente resuena en las enseñanzas de
Aquel que será por siempre – El Camino, La Verdad y La Vida..
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La Gran Síntesis es un sistema de filosofía científica y tiene, también, un
contenido ético. Es una obra benéfica a larga escala, ecuaciona y resuelve la tarea de
iluminar las conciencias en un momento histórico decisivo de gran maduración en
todos los campos. Tiene, pues, un alcance también social y se injerta como fuerza viva
en la renovación espiritual para la cual el mundo se prepara laboriosamente. Quien
lea esta obra, en esa profundidad, oirá resonar allí las grandes corrientes de
pensamiento, las titánicas fuerzas cósmicas de lo imponderable que circunda al mundo.
Todos nosotros tenemos el vago sueño de encontrar un LIBRO que sea para
nosotros como una casa definitiva, la casa de los sueños que buscamos. Un libro en el
cual moremos, o pasemos a morar... Pues creo que encontré MI LIBRO. Él se llama La
Gran Síntesis de Pietro Ubaldi. Tenemos que leerlo y releerlo. ¡Cuando lo leo, me
siento vagar en el alto mar de ese libro, atontado, deslumbrado, maravillado!
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SU VOZ
I - CIENCIA Y RAZÓN
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El pensamiento humano avanza. Todo siglo, todo pueblo, sigue un concepto, de
acuerdo con un desenvolvimiento obediente a ciertas leyes que soportáis. La idea
nueva, en cualquier campo, viene siempre de lo Alto y es intuida por el genio. Vosotros,
sin embargo, la captáis, la observáis, la descomponéis, la vivís, y pasa a vuestra vida y a
vuestras leyes. Así, la idea desciende y, cuando se ha fijado en la materia, ha agotado su
ciclo, habéis utilizado todo su zumo y la arrojáis a un lado para absorber en vuestra
alma individual y colectiva un nuevo soplo divino.
Vuestro siglo ha tenido y desarrollado una idea enteramente suya, que las
centurias precedentes no veían, consagradas a recibir y desarrollar otras. Vuestra idea ha
sido la ciencia, con la que habéis creído descubrir lo absoluto, cuando en realidad
también ella es una idea relativa que, agotado su ciclo, pasa; y vengo a hablaros
precisamente porque ya está pasando ese ciclo.
Vuestra ciencia se ha lanzado a un callejón sin salida, donde vuestra mente no
tiene porvenir. ¿Qué os ha dado el último siglo? Máquinas como jamás las tuvo el
mundo (pero que, sin embargo, siguen siendo máquinas), y en compensación ha secado
vuestra alma. Esta ciencia pasó como huracán destructor de toda fe y os ha impuesto,
con la máscara del escepticismo, un rostro sin alma. Sonreís despreocupados, pero
vuestro espíritu desfallece de tedio y lanza gritos desgarradores. Vuestra ciencia es
también una especie de desesperación metódica, fatal, sin esperanza. ¿Ha resuelto el
problema del dolor? ¿Qué empleo hace de los medios poderosos que le dieron los
secretos arrancados a la naturaleza? El saber y la fuerza en vuestras manos se
transforman siempre en medios de destrucción.
¿Y para qué sirve entonces el saber, si en lugar de impulsaros hacia lo Alto,
haciéndoos mejores, es para vosotros instrumento de perdición? ¡No me os echéis a reír,
escépticos, que creéis haberlo resuelto todo sofocando el grito de vuestra alma que
quiere ascender! El dolor os sigue y os encontrará por doquiera; sois niños que creéis
eludir el peligro escondiendo la cabeza y cerrando los ojos, mas existe una Ley,
invisible para vosotros pero más fuerte que las rocas, más poderosa que el huracán, y
que avanza inexorable, moviéndolo todo, animándolo todo; y esta Ley es Dios. Está
dentro de “Vosotros”; vuestra vida es una manifestación suya; según la, justicia,
esparcirá sobre vosotros la alegría y el dolor, conforme lo hayáis merecido. He aquí la
síntesis que vuestra ciencia, perdida en el infinito pormenor del análisis, no podrá
reconstruir nunca. He aquí la visión unitaria, la concepción apocalíptica a que quiero
llevaros.
Para hacerme comprender, es preciso que os hable según vuestra mentalidad,
que me ponga en el momento psicológico que vuestro siglo vive. Es necesario que parta
precisamente de los postulados de esa ciencia vuestra, para darle hoy una orientación
por entero distinta. Vuestro sistema de investigación objetiva, sobre la base de
observación y de experimento, no puede llevaros más allá de resultados determinados.
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Todo medio es capaz de dar cierto rendimiento y no más, y la razón es un medio. El
análisis no podría dar la gran síntesis (que es la gran aspiración que se estremece en el
fondo de todas las almas), sino a través de un tiempo infinito, del que vosotros no
disponéis. Vuestra ciencia corre, pues, el riesgo de no concluir nunca, y el
“ignorabimus” quiere decir: fracaso. La misión de la ciencia no puede ser sólo la de
multiplicar vuestras comodidades; no destrocéis, no sofoquéis la luz de vuestro espíritu,
que es la única alegría y centella de la vida, hasta el punto de hacer de la ciencia, nacida
de vuestro intelecto, una fábrica de comodidades. Esto es la prostitución del espíritu, la
venta vergonzosa de vosotros mismos a la materia.
La ciencia por la ciencia misma nada vale; vale tan sólo como medio de
ascensión de la vida. Vuestra ciencia adolece de un pecado de origen: está dirigida
únicamente a la conquista del bienestar material; la ciencia verdadera debe tener el solo
objetivo de hacer mejores a los hombres. He ahí el nuevo rumbo que es menester tomar,
y no es otra mi ciencia (1).
***
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Las verdades filosóficas fundamentales, tan discutidas durante milenios, serán
racionalmente resueltas con la sola razón, porque vuestra inteligencia ha progresado; lo
que antes, para otras fuerzas intelectivas, debía ser forzosamente dogma y misterio de
fe, será cuestión de puro raciocinio, será demostrable y, por lo tanto, verdad obligatoria
para todo ser pensante.
***
¿No sabéis que todos los descubrimientos humanos han nacido de la
profundidad del espíritu que ha rozado el más allá? ¿De dónde provienen la chispa del
genio, la creación del arte y la luz que guía a los conductores de pueblos, sino de ese
mundo de que os hablo? Las grandes ideas que mueven y hacen avanzar al mundo, ¿las
encontráis quizá en el ambiente de vuestras luchas cotidianas, o en el de los fenómenos
que la ciencia observa? Y entonces, ¿de dónde vienen?
No podéis negar el progreso; incluso el materialismo, que os ha vuelto
escépticos, ha debido pronunciar la palabra: Evolución. Vosotros mismos que negáis,
sois todo un anhelo, un frenesí de ascensión, y no podéis negar que el intelecto progresa
y que existen hombres más adelantados que otros. Por lo tanto, no puede ser imposible,
para la razón ni para la ciencia, admitir que algunos entre vosotros alcancen, por
evolución, tal sensibilidad nerviosa como para recoger lo que no lográis percibir: las
ondas psíquicas que nosotros transmitimos en cuanto Espíritus. Son ellos los médiums
espirituales, verdaderos instrumentos receptores de corrientes y conceptos que podemos
transmitir; es este el más alto grado de la mediumnidad (en algunos casos por entero
consciente), y cuando pueden establecerse relaciones de sintonía, nos servimos de ellas
para el alto fin de transmitiros nuestro pensamiento.
Muchos médiums oyen con un nuevo sentido, el oído psíquico, no ya acústico;
nos oyen con su cerebro. Sintonía quiere decir capacidad de resonancia;
espiritualmente, sintonía se llama simpatía, es decir, capacidad de sentir al unísono.
Tanto acústica como eléctrica o espiritualmente, el principio vibratorio de repercusión
es el mismo, porque la Ley es una, en todos los campos (1).
Aquel que no oye, niega, naturalmente; pero no podrá, no tendrá el derecho de
negar que otro pueda oír y que oiga. El que niega pide la prueba, y está dispuesto a
otorgar el propio asentimiento sólo después de haber palpado aquellos hechos
determinados que son necesarios para conmover su tipo de mentalidad. Pero ¿no habéis
pensado nunca en la relatividad de vuestra psicología, debida-al diverso grado de
evolución de cada cual? ¿No habéis pensado nunca que lo que llega a una mentalidad
deja a otra indiferente, y que cada una exige “su” prueba? ¡Qué inmenso número de
pruebas habría que dar para que cada cual se sienta tocado en su propia y especial
sensibilidad! A cada uno, un hecho que se injertara en su vida, en su concepción de
vida, en la orientación dada a la totalidad de sus actos. Y tampoco el razonamiento sirve
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para todos, puesto que las demostraciones se convierten a menudo en discusiones que,
lejos de convencer, se tornan desahogo agresivo, ejemplo de lucha que exaspera los
ánimos.
Quedará el prodigio. Pero las Leyes de Dios son inmutables, porque son
perfectas, y lo que es perfecto no puede corregirse ni alterarse. Creed: está sólo en
vuestra psicología, ordenada en violaciones, aquel bajo pensamiento de que una
violación es prueba de fuerza. Esto puede haber sido así en vuestro pretérito de hombres
salvajes, formados de lucha y rebelión; para nosotros, en cambio, el poder radica en el
orden, en el equilibrio, en la coordinación de las fuerzas, y no en la rebelión, el
desorden, ni el caos.
Y un milagro ¿os persuadirá? Los ha hecho Cristo ¿y los habéis creído? El
milagro es siempre un hecho externo a vosotros, que podéis negar cuando así os
convenga, porque perturba vuestros intereses.
Conclusión: o tenéis pureza de alma y sinceridad de intenciones, y entonces
sentiréis en mis palabras la verdad sin pruebas exteriores (he aquí la intuición), por su
tono y contenido; o bien sois de mala fe, os acercáis con doble propósito, para demoler
o especular, porque, toda discusión aparte, tenéis ya el preconcepto de vuestro interés o
goce, y entonces estáis armados para rechazar cualquier prueba. El hecho no es exterior,
apreciable con los sentidos, y por lo tanto siempre discutible para el que quiera negarlo,
sino que es un hecho íntimo, intrínseco.
La verdadera prueba es una sola. Es la mano de Dios que llega a vuestras casas;
el dolor que, al superar las humanas barreras, os toca y os conmueve; es la crisis del
espíritu, la madurez del destino, la tonante voz del misterio que os sorprende en un
recodo de la vida y os dice: ¡Basta! ¡He aquí el camino! Esta prueba la sentís; os
perturba, os abruma y asusta, pero es irresistible, de modo que os cambia y persuade.
Entonces vosotros, burlones negadores, os arrodilláis, tembláis y lloráis. El gran
momento ha llegado. Dios os tocó. ¡He ahí la prueba!
Vuestra vida está llena de esas fuerzas ignoradas en acción. Son las más
poderosas, aquellas de las cuales dependen tanto vuestros asuntos como el destino de
los pueblos. ¿Cuántas hay prontas a moverse, en el mañana ignorado, incluso contra ti,
que estás leyendo? Los inconscientes encogen sus hombros despectivamente cuando se
trata del futuro; sólo los valerosos se atreven a mirarlo de frente, ya sea él bueno o
malo. Hablo de tu destino, hombre, de tu victoria y de tus dolores venideros, no sólo en
ese remoto porvenir del que no te preocupas, sino de tu futuro inmediato. Mis palabras
te darán un nuevo y más profundo sentido de la vida y del destino, de tu vida y de tu
destino.
He hablado ya al mundo y a los pueblos acerca de sus grandes problemas
colectivos. Ahora te hablo a ti, en el silencio de tu recogimiento. Mis palabras son
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buenas y sabias, y tratan de hacer de ti un ser mejor, para ti mismo, tu familia y tu
patria.
Tenéis medios para comunicaros con seres más importantes, que no son los que
llamáis habitantes de Marte; pero se trata de medios de orden psíquico, no ya de
instrumentos mecánicos; medios psíquicos que la ciencia (la cual indaga de fuera hacia
adentro) y vuestra evolución (que se expande de dentro hacia afuera) llevarán a la luz.
Se puede denominar conciencia latente, a una conciencia vuestra más honda que la
normal y atribuirle la causa de muchos fenómenos inexplicables para vosotros. El
sistema de investigación positiva, haciéndoos ver más profundamente en las leyes de la
naturaleza, os ha hecho descubrir el modo de transformar las ondas eléctricas, dándoos
un primer término de comparación sensible de aquella materialización de medios que
adoptamos nosotros. Estáis un tanto aproximados y podéis en la actualidad, también
científicamente, comprender mejor.
Seguidme procediendo desde fuera -donde estáis vosotros, con vuestras
sensaciones y vuestra psiquis- hacia dentro, donde estoy yo como Entidad y como
pensamiento. En el mundo de la materia tenemos primera los fenómenos, luego vuestra
percepción sensorial y, finalmente a través de vuestro sistema nervioso que converge
en el cerebro vuestra síntesis psíquica: la conciencia. Hasta aquí obráis como
investigación científica y como experiencia cotidiana. Vuestro materialismo no se ha
equivocado al ver en esta conciencia un alma hija de la vida física y destinada a morir
con ella. Pero ésta no es más que una psiquis de superficie, resultado del ambiente y de
la experiencia, antepuesta a la satisfacción de vuestras necesidades inmediatas y cuya
misión se reduce a guiaros en la lucha por la vida. Tal instrumentó, como ya os dije, no
puede sobrepasar esa misión y, lanzado en el gran mar del conocimiento, se pierde; es la
razón y el buen sentido, la inteligencia del hombre normal, la cual no va más allá de las
necesidades de la vida terrestre.
Si descendemos más profundamente, hallamos la conciencia latente; está, ante
la conciencia exterior y clara, como las ondas eléctricas ante las acústicas. A dicha
conciencia más profunda, pertenece aquella intuición que constituye el medio perceptivo
al cual he dicho que es necesario que lleguéis, para que vuestro conocimiento avance.
La conciencia latente, es vuestra verdadera alma eterna, la que preexiste al
nacimiento y sobrevive a la muerte corpórea. Cuando la ciencia, avanzando, llegue
hasta ella, la inmortalidad del espíritu será demostrada. Pero hoy no sois conscientes de
esa profundidad, ni sensibles a aquél nivel; y al no tener en vosotros mismos ninguna
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sensación, negáis. Vuestra ciencia corre tras vuestras sensaciones, sin sospechar que
éstas pueden superarse, y queda circunscrita a ellas, como en una cárcel. Aquella parte
de vosotros mismos se encuentra sumergida en tinieblas; al menos, lo está para la gran
mayoría de los hombres, que por eso niegan y, siendo mayoría, hacen e imponen la ley,
relegando a un campo común de expulsados de la normalidad y nivelando en dolorosa
condena tanto lo subnormal, vale decir, lo patológico o no evolucionado, como lo
supranormal, que es el elemento ultra evolucionado del mañana. En este campo ha
pecado mucho el materialismo. Sólo algunos seres excepcionales, anticipos de la
evolución, son conscientes en la conciencia interior. Ellos oyen y dicen cosas
maravillosas, pero vosotros no los comprendéis sino tardíamente, tras haberlos
martirizado. No obstante, es este el estado normal del superhombre del porvenir.
He aludido a esa conciencia interior porque ella constituye la base de la más
alta forma de vuestra mediumnidad, inspiradora, activa y consciente, que es,
precisamente, manifestación de la personalidad humana cuando alcanza por evolución
esos estados profundos de conciencia que pueden llamarse intuición.
Vuestra conciencia humana, es el órgano exterior mediante el cual vuestra alma
verdadera, eterna y profunda, se pone en contacto con la realidad externa del mundo de
la materia. Por su intermedio experimenta ella todas las incidencias de la vida, atesora
experiencias, asimila su destilado zumo, y se apropia de las cualidades y aptitudes que
serán después los instintos y las ideas innatas del porvenir. Es así como la esencia
destilada de la vida desciende a lo profundo, a lo íntimo del ser, fijándose en la eterni-
dad, como cualidad imperecedera, y nada, nada de cuanto vivís, lucháis y sufrís, se
pierde en su substancia. Veis que cada uno de vuestros actos tiende, con la repetición, a
fijarse en vosotros, transformándose en aquellos automatismos que son los hábitos, es
decir, una vestimenta, un ropaje, que se sobrepone a la personalidad. Este descenso de
las experiencias de la vida, se estratifica así, en torno al núcleo central del yo, que se
agranda en un proceso de expansión continua; de tal modo la realidad exterior (tanto
más relativa e inconsistente, cuanto más exterior) sobrevive a la caducidad a que la
condena el constante transformismo que la acosa, y transmite a lo eterno aquello que
vale y produce su existencia. De forma que nada muere en el torbellino inmenso de la
totalidad de las cosas, y todo acto de vuestra vida reviste valor eterno.
Quien llega a ser consciente, también en la conciencia latente, vuelve a
encontrar su Yo eterno y en la vasta urdimbre de las alternativas humanas, puede hallar
el hilo conductor a lo largo del cual lógicamente, según una ley de justicia y
equilibrio se desarrolla el propio destino. Él vive entonces su más grande vida de la
eternidad, y ha vencido con ello ala muerte. Se comunica entonces libremente sobre la
Tierra por un proceso de sintonización que implica afinidad con las corrientes de
pensamiento que existen allende las dimensiones de espacio y tiempo. Ya señalé, en
otra parte, la técnica de esta comunicación conceptual o mediumnidad inspiradora.
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Os he trazado así el cuadro de la técnica de vuestra ascensión espiritual, efecto
y objetivo de vuestra vida. En mis palabras veréis siempre aletear esta gran idea de la
evolución, pero no ya en el limitado concepto materialista de evolución de las formas
orgánicas, sino en el mucho más amplio de la evolución de las formas espirituales, de
ascensión de almas. Tal es el principio central del universo, la gran fuerza motriz de su
funcionamiento orgánico; el universo infinito palpita de vida que, al reconquistar su
conciencia, retorna a Dios. Este es el gran cuadro que os mostraré; es la visión que,
partiendo de vuestros conocimientos científicos, os indicaré. Y recordadlo: si mi
demostración se inicia con una disquisición para uso de los escépticos, es un rayo de luz
que arrojo sobre el mundo, una inmensa sinfonía que en alabanza de Dios, entono.
VI. MONISMO
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Llegados a este punto podemos establecer en líneas generales los conceptos
fundamentales que analíticamente desarrollaremos luego.
No os digo: observemos los fenómenos y deduzcamos sus consecuencias,
busquemos el principio. Sino que os digo: este es el cuadro del universo; observad y
veréis que los fenómenos en él entran y le corresponden todos. El universo es unidad
que comprende todo cuanto existe. Dicha unidad puede considerarse bajo tres aspectos:
estático, dinámico y mecánico.
En su aspecto estático, la Unidad-Todo se considera abstractamente seccionada
en un momento de su eterno devenir, para que vuestra atención pueda observar
particularmente su estructura más que el movimiento. Como estructura, el universo es
un organismo, vale expresar, un todo compuesto de partes, no ya reunidas al azar sino
con orden, proporción recíproca y aunque momentánea y excepcionalmente pueda
ocurrir lo contrario siempre correspondientes entre sí, como es necesario en un
organismo en que las partes, al funcionar, deben coordinarse para un fin único.
En su aspecto dinámico, la Unidad-Todo se considera en lo que ella es
verdaderamente: un eterno devenir. El universo es un continuo movimiento.
Movimiento significa trayectoria. Trayectoria significa un término por alcanzarse. En la
realidad, el aspecto dinámico está fusionado con el estático, que hemos aislado para
facilitar las observaciones. El movimiento es orgánico, es un funcionamiento de partes
coordinadas. Así, el concepto de simple movimiento se define y completa en un devenir
más complejo, que no constituye ya sólo movimiento físico sino además transformismo
fenoménico, y el concepto de trayectoria se complica en el más amplio de progresión
hacia una meta.
El aspecto mecánico no es más que el concepto del movimiento abstractamente
aislado para poder hacer mejor el análisis y captar el principio, definir la ley, a través
del estudio de la trayectoria-tipo de los movimientos fenoménicos. Es el estudio de la
Ley, en cuanto forma y norma del devenir.
Resumiendo:
El aspecto estático nos muestra él universo en su estructura y forma; el
dinámico, en su movimiento y devenir, y el mecánico en su principio y en su ley. Pero
ellos no son más que aspectos, puntos de-vista diversos del mismo fenómeno; coexisten
y los reencontramos siempre conectados, por doquiera.
Del examen de estos tres aspectos surge la idea gigantesca que domi-
na el universo todo. Sea que lo observemos como organismo, como devenir o como ley,
llegamos al mismo concepto por tres caminos diversos que se suman y refuerzan la
conclusión. Arribamos así al principio único, a la idea central que gobierna el universo.
Ese principio, esa idea, es orden. ¡Imaginad contra qué obstáculo tremendo chocaría, si
el orden no reinase soberano, un funcionamiento tan complejo como es el de lo creado,
un transformismo que jamás se detiene! Sólo semejante principio puede estabilizar un
33
movimiento de tal amplitud. Todo fenómeno, en cualquier campo, tiene una trayectoria
propia de desarrollo, que no puede cambiar, porque es su ley coordinada con la Ley
mayor; posee su voluntad de existir, en una forma que lo individualiza, y de moverse
para alcanzar una meta precisa, que es su razón de ser; es lanzado con una velocidad y
una masa suyas, que lo distinguen inconfundiblemente entre todos los fenómenos.
¿Cómo podría moverse todo sin precipitarse en un cataclismo universal inmediato, si
cada trayectoria no estuviese ya inviolablemente trazada? Y vosotros no podéis menos
que encontrar este principio de una Ley soberana, dondequiera, en todo momento.
Vuestra existencia individual, vuestra historia de pueblos, vuestra vida social, tienen sus
leyes. Vuestras estadísticas, por el principio de los grandes números, las captan y
pueden deciros cuántos nacimientos, o muertes, o delitos habrá, aproximadamente, en
los años siguientes. Pero también el campo moral y espiritual tiene sus leyes, y si su
complejidad os hace perder su rastro, la Ley subsiste no obstante en aquel campo,
matemáticamente exacta. No hablo de los fenómenos biológicos o astronómicos, físicos
ni químicos. Si podéis moveros, obrar y obtener algún resultado; es porque todo, junto a
vosotros, se mueve en el orden, según una Ley; y en ella confiáis constantemente,
porque sólo ella os da la garantía de la continuidad de los efectos y reacciones. Ley no
inexorable, no insensible, pero sí compleja, extraordinariamente compleja en toda la red
de sus repercusiones; una Ley elástica, adaptable, compensadora, hecha de una latitud
tan vasta que comprende en su ámbito las posibilidades todas. Pero Ley; siempre Ley,
exacta en las consecuencias de todo acto, férrea en las conclusiones y sanciones,
poderosa, inmensa, matemáticamente precisa en su funcionamiento.
Ella es orden más amplio y poderoso que el desorden, al que por lo tanto,
abarca y guía hacia sus metas; es equilibrio más vasto que el desequilibrio, al que
comprende y limita en un ámbito no superable. Equilibrio y orden son también el Bien
y la Alegría. En todos los campos la Ley es una. Y la Alegría es más fuerte que el dolor,
el cual se convierte en instrumento de felicidad, y el Bien es más poderoso que el mal,
al que ese bien limita y constriñe a sus fines. Si existen el desorden, el mal y el dolor,
existen, de consiguiente, sólo como reacción, excepción, condición; como
contraimpulsos encerrados dentro de límites invisibles pero determinantes e inviolables.
Esta es la verdad, aunque resulte difícil trazarla en modo asequible para vuestra razón,
que observa la materia, la cual, por estar a la distancia máxima del centro de la Causa
Primera, es lo más inadecuado que haya para revelaros aquella causa y, aún conteniendo
todo el principio, lo oculta más secretamente en su profundidad.
No confundáis el orden y la presencia de la Ley con un automatismo mecánico
y un fatalismo absurdo. Os he dicho que el orden no es rígido, sin que posee espacios de
elasticidad, tiene subdivisiones de desorden, de ¡in perfección, se complica en
reacciones, pero permanece siendo orden y Ley al mismo tiempo, en lo Absoluto. Un
ejemplo: frente a la voluntad de la Ley tenéis la voluntad de vuestro libre albedrío, mas
34
se trata de una volunta menor, marginada, circunscrita por aquella voluntad mayor;
podéis agitaros a vuestro placer, pero dentro de un recinto, y no más allá.
Este movimiento se os permite porque es necesario que, en determinado ámbito
que os compete, seáis libres y responsables y podáis, en libertad y con responsabilidad,
conquistar vuestra felicidad. He resuelto, así de paso, el conflicto para vosotros
insoluble, entre determinismo y libre albedrío. Estos conceptos nos llevarán
posteriormente a la concepción de una exacta moral científica.
VIII. LA LEY
La Ley. He aquí la idea central del universo, el divino soplo que lo anima, lo
rige y mueve, tal como vuestra alma, pequeña centella de aquella gran luz, rige vuestro
cuerpo. El universo de materia estelar que véis, es como la corteza, manifestación
exterior, el cuerpo de aquel principio que está en lo íntimo, en el centro.
Vuestra ciencia, que observa y experimenta, se halla en la superficie y trata de
encontrar aquel principio a través de sus manifestaciones. Las pocas verdades
particulares que posee son meramente fragmentos mal ajustados de la Gran Ley. La
ciencia observa, supone un principio secundario, hace de él una hipótesis, trabaja con
ella esperando una confirmación de la experiencia; construye una teoría sobre la base de
aquél. No ha visto entonces más que una última pequeña ramificación del concepto
central; y laboriosamente, porque éste se rodeará de misterio mientras el hombre no sea
menos malvado, menos propenso a hacer mal uso del saber, y más digno de contemplar
la faz de las cosas santas. Os hablo de cosas eternas; por eso, que no os asombre este
lenguaje para vosotros anticientífico, ubicado fuera de la psicología que vuestro actual
momento histórico os proporciona. La mía no es, como la vuestra, una ciencia agnóstica
e impotente para concluir, ni es tampoco la ciencia de un día. Recordad que la
verdadera ciencia toca el misterio y sumerge en él sus brazos, sagrado misterio, santo y
divino; que la verdadera ciencia es religión y plegaria, y no puede ser verdadera si no es
además fe de apóstol y heroísmo de mártir.
La Ley es Dios. Él es la gran alma que está en el centro del universo, no centro
espacial, sino de irradiación y atracción. Desde este centro irradia Él y atrae, siéndolo todo:
el principio y sus manifestaciones. He aquí cómo puede cosa para vosotros inconcebible
ser realmente omnipresente.
Es necesario esclarecer este concepto. Ha llegado el momento de volver a tomar
la idea de la cual partimos, los tres aspectos del universo, para profundizarla.
A esos tres aspectos responden tres modos de ser del universo.
La estructura o forma, el movimiento o devenir, el principio o ley, pueden
también llamarse:
35
Materia Energía Espíritu
Estos tres modos de ser están ligados por relaciones de derivación recíproca. Para
hacer más simple la exposición, reduciremos dichos conceptos a símbolos. La idea pura, el
primer modo de ser del universo, que llamaremos espíritu, pensamiento, ley, y que
representaremos con la letra , se condensa, se materializa vistiéndose con la forma de
voluntad, concentrándose en energía, exteriorizándose en el movimiento: segundo modo de ser,
que representaremos con la letra . En un tercer tiempo pasamos (por una más profunda
materialización, condensación o exteriorización) al modo de ser que llamamos materia, acción,
forma, el mundo de vuestra realidad exterior, y que representaremos con la letra .
El universo resulta constituido por una gran oleada que desde , el espíritu
(pensamiento puro, la Ley, que es Dios), va hacia un continuo devenir, que es movimiento
formado de energía y voluntad (), para alcanzar el último término , la materia, la forma.
Dando a la figura el significado de “va hacia” podremos decir: .
El espíritu, , es el principio, el punto de partida de esta oleada; , la materia, es
el punto de llegada. Pero comprenderéis que cualquier movimiento, si se extendiera
constantemente en una sola dirección, desplazaría todo el universo con acumulaciones
(en sentido lato, no ya sólo espacial) de un lado y vacíos del otro, proporcionados y
definitivos. Es necesario, en consecuencia, para que el equilibrio se mantenga, que la
gran oleada de ida sea compensada por otra oleada equivalente de retorno. Esto es
también lógico y se efectúa en virtud de una ley complementaria según la cual cada
unidad es mitad de una unidad más completa. El movimiento que hay en el universo no
36
es nunca un desplazamiento unilateral, efectivo y definitivo, sino la mitad de un ciclo
que retorna al punto de partida tras haber recorrido un devenir dado, una vibración de
ida y vuelta, completa en su contraparte inversa y complementaria.
A este movimiento descéntrico que hemos visto, expansión y extrinsecación,
, sigue, pues, un movimiento concéntrico inverso: . Existe, por
consiguiente, el movimiento inverso, mediante el cual la materia se desmaterializa, se
disgrega, se expande en forma de energía, que es voluntad, movimiento y devenir, y
que, a través de las experiencias de infinitas vidas, reconstruye la conciencia o espíritu.
Aquí el punto de partida es , la materia, y el punto de llegada es , el espíritu. De este
modo, la espiral que antes se había abierto se cierra ahora; la pulsación de retorno
completa el ciclo iniciado por la pulsación de ida.
Este es el concepto central del funcionamiento orgánico del universo. La
primera oleada se refiere ala creación, al origen de la materia, la condensación de las
nebulosas, la formación de los sistemas planetarios, de vuestro sol, de vuestro planeta,
hasta la condensación máxima. La segunda oleada, la de retorno, es la que os interesa y
la que ahora vivís, aquella que se refiere a la evolución de la materia hasta las formas
orgánicas, el origen de la vida y, con la vida, la conquista de una conciencia cada vez
más amplia, hasta la visión de lo Absoluto. Es la fase de retorno de la materia que, a
través de la acción, la lucha y el dolor, reencuentra el espíritu y retorna a la idea pura,
despojándose poco a poco de todos los moldes de la forma.
Estos simples tópicos aluden ya a la solución de muchos problemas científicos,
como el de la constitución de la materia, de la posibilidad de llegar a ella como un
inmenso depósito de energía, por medio de su disgregación, que no sería otra cosa que
. La energía atómica que buscáis, existe y la encontraréis(1).
Por otra parte, estas indicaciones proyectan la solución de numerosos y
complejos problemas morales. Frente al gran camino que seguís, escrita está la palabra
evolución, y la ciencia no ha podido dejar de verla, pero la ha visto únicamente en las
formas orgánicas y no en toda su inmensa vastedad. Vuestro ciclo podría definirse como
un fisio-dínamo-psiquismo; su fórmula es .
37
involución; la condensación de las nebulosas y la disgregación atómica han nacido y
muerto en una dirección, muerto y nacido en otra. Nada se crea, ni nada se destruye,
sino que todo se transforma. El principio es igual al fin.
Queriendo expresar esta coexistencia, podremos reunir las fórmulas de los dos
movimientos, semiciclos complementarios, en una fórmula única que expresa el ciclo
completo:
( )
43
Representan la misma ley de atracción que vincula a las cosa seres y rige como
organismo, en una red de continuas relaciones e intercambios, tanto el mundo de la
materia como el de la conciencia.
De modo que muchas nebulosas, que véis aparecer en los espacios sin un
precedente visible, nacen por condensación de energía, la que, después del inmenso
dispersarse y difundirse debido a la irradiación continua de sus centros, se centraliza
siguiendo corrientes que guían su eterno circular en determinados puntos del universo.
Allí, obedeciendo al impulso que le Impone la gran ley de equilibrio, ella se acantona,
se acumula, retorna, se repliega en sí misma, compensando y equilibrando el agotado
ciclo inverso de la difusión que la había guiado, de cosa en cosa, para animarlo y
moverlo todo en el universo; de todas partes del universo transportan siempre las
corrientes nueva energía, el movimiento se torna cada vez más intenso, se cierra el
vórtice en sí, convirtiéndose el torbellino en verdadero núcleo de atracción dinámica.
Cuando no puede soportar ya en su ámbito todo el ímpetu de la energía acumulada,
sobreviene un momento de máxima saturación dinámica, instante crítico en que la
velocidad se vuelve masa, estabilizándose en los infinitos sistemas planetarios íntimos
de donde primero nacerá el núcleo, después el átomo, la molécula y el cristal, el mineral
y las masas solares, planetarias, siderales. De la inmensa tempestad nació la materia.
Dios ha creado.
Véis que, en la realidad, ninguna de las tres formas , , , consigue aislarse
por completo, y cada una lleva siempre huellas de sus fases precedentes. De manera que
el pensamiento se apoya en un soporte nervioso-cerebral y la materia contiene y nos da
siempre la idea que la anima. La energía, que ya sea en la fase de ida como en la de
retorno, es siempre el rasgo de unión entre y , asume todas las formas; tanto, que en
vuestro bajo mundo no puede el pensamiento existir sin el apoyo de la energía, y ésta
invade la materia toda, agitándola en infinitas formas, pero principalmente, en la
fundamental, madre de todas las otras, de energía gravídica, o gravitación universal.
47
El Éter, que para vosotros es más una hipótesis que un cuerpo bien estudiado,
escapa a vuestras clasificaciones, porque lo queréis reconducir a las formas conocidas
de materia, en tanto que constituye una forma de transición entre materia y energía. El
Éter, pues, forma de transición entre y , es a su vez el padre del Hidrógeno. Y es, por
otra parte, el hijo de las formas dinámicas puras, calor, luz, electricidad, gravitación, a
que la materia volverá por disgregación y radioactividad. Las nebulosas se condensan
desde la fase Éter, a través de las fases gas, líquido, sólido, y entre los sólidos están los
cuerpos de peso atómico máximo, los más radioactivos, los más viejos, como dije,
aquellos que por disgregación atómica regresan a la fase .
48
molecular de los cuerpos es determinado también, en química, en función del peso del
átomo de Hidrógeno.
¿Qué significa esta constante referencia al Hidrógeno como a una unidad de
medida de la materia, éste su peso atómico mínimo, éste su negati-
vismo inflexible? Tales hechos convergen todos. hacia el mismo concepto de que H es
la materia en su más simple expresión, es su forma primitiva y originaria, de la cual
todas las otras se derivan poco a poco, por evolución.
Al mismo concepto podemos llegar a través de la observación de las nebulosas.
Los espacios estelares, lo he dicho ya, os ofrecen en todo momento toda la serie de los
estados sucesivos que la materia atraviesa desde sus formas más simples hasta las más
complejas. Y es posible conocer con exactitud la composición química de los cuerpos
celestes por medio del análisis espectral. El espectroscopio os dice que las nebulosas y
las estrellas que emiten luz blanca, vale significar, cuerpos celestes más luminosos, más
cálidos y más jóvenes, se hallan compuestos de pocos y simples elementos químicos.
Su espectro, mayormente extenso en el ultravioleta, es decir más cálido, muy a menudo
indica exclusivamente la presencia de Hidrógeno, y siempre elementos de peso atómico
bajo. Dichos cuerpos son muy luminosos, de luz blanca, incandescentes, desprovistos
de condensaciones sólidas. Allí se os presenta la materia en sus formas dinámicas pri-
mordiales, todavía próximas a , y se encamina hacia las formas propiamente físicas,
que la caracterizan en su fase de . Por el contrario, las estrellas más avanzadas en edad
presentan emanaciones dinámicas más débiles y son rojas y amarillas, como vuestro
sol; menos cálidas, no tan luminosas, ni tan jóvenes, integradas de elementos químicos
más complejos, de peso atómico mayor.
Si el análisis espectral de los cuerpos celestes os indica, pues, que luz y calor
(determinados por la extensión del ultravioleta) están en razón inversa de los pesos
atómicos y de la complejidad de los elementos químicos componentes; si, en otros
términos, los estados dinámicos se encuentran en razón inversa del peso atómico,
medida del estado físico, ello significa inversión de estados dinámicos en estados
físicos, vale decir, que la materia es inversión de energía, y viceversa. Tal inversión
representa el paso de lo indistinto a lo distinto, de lo simple a lo complejo; dicho de otro
modo, os encontráis frente a una verdadera y propia evolución. Este aumento
progresivo del peso atómico, paralelo a la desaparición de las formas dinámicas, a la
formación de las especies químicas y a su diferenciación, responde al concepto de
condensación, de substancia-movimiento, de masa-velocidad, ya expuesto. Es fácil
comprender cómo, desde las formas primordiales, prevalentemente dinámicas hasta las
más densas concentraciones de materia, según las observáis estabilizadas en vuestro
sistema solar, viejo ya como materia, en el cual la fase ha vivido y existe ahora en el
estado de que va hacia , no se puede pasar más que por evolución.
49
El movimiento de esta evolución se os presenta fijado en formas bien definidas. Si es
la continuidad un nuevo aspecto de la Ley (y no me cansaré de hacéroslo notar en toda
ocasión), dicha continuidad tiene treguas y vértices, en los cuales el transformismo ha creado
individuaciones claramente delineadas. Y la tendencia del transformismo fenoménico, al
proceder por individuaciones, constituye otra característica fundamental de la Ley. Así,
los cuerpos químicos poseen una individualidad, propia de cada uno, estrictamente
definida. Un artículo de la Ley expresa: “En la constitución de un cuerpo químico bien
definido, los componentes entran siempre en relación bien determinada y constante”.
Este artículo nos dice que los cuerpos químicos tienen una constitución
individual bien determinada, y que se da por elementos constitutivos que están en
relación constante entre sí. Esto podría llamarse la ley de las especies químicas. Sin tal
individualidad, que nos permite aislar, clasificar y reconocer los cuerpos, la química
moderna entera no existiría. Se puede hablar, en el mundo de la materia, de individuos
químicos, así como en Zoología o Botánica, de individuos orgánicos, como en el mundo
humano, del “Yo” y de conciencia. En sus varios aspectos de y, p, a, la substancia CO
sigue siempre la misma ley. Tenemos, pues, también en el mundo químico, algo así
como una personalidad que es voluntad incoercible de existir en una forma suya y es
además reacción contra todo agente externo que quiera alterarla.
La química especifica exactamente el modo de comportarse de estos individuos
químicos. Otro artículo de la Ley dice:
“Cuando dos cuerpos, al combinarse entre sí, pueden dar origen a más de un
compuesto, las varias combinaciones son tales que, premaneciendo constante la
cantidad de uno de los componentes, las cantidades del otro varían según relaciones
bien definidas, vale expresar, que esas cantidades son todas múltiplos exactos del
mismo número”.
Y otro dice: “Todos los cuerpos simples, en sus reacciones, combinaciones y
sustituciones recíprocas, actúan según relaciones de peso representadas por números
bien determinados y constantes para cada cuerpo o por múltiplos exactos de ellos”.
De manera que la química puede individualizar con exactitud los cuerpos,
fijando su peso atómico y la fórmula de su valencia, definiendo las reacciones propias
de cada uno y estableciendo el equivalente eléctrico (+ o –), y, mediante el análisis
espectral, el equivalente luz, o en otros términos el equivalente dinámico de los cuerpos.
Así, la química, con la llamada teoría atómica, con la teoría de la valencia, está en
condiciones de definir con exactitud matemática las relaciones existentes entre
individuo e individuo.
50
XVI. LA SERIE DE LAS INDIVIDUACIONES QUIMICAS DE “H” A “U” POR
PESO ATÓMICO E ISOVALENCIAS PERIÓDICAS
52
53
tidas en un nivel atómico diferente. Los volúmenes atómicos aumentan y disminuyen en
correspondencia con las series marcadas en la escala. Las series dobles son
determinadas, precisamente, por el aumento y el decrecimiento de los volúmenes
atómicos, hecho que se verifica con regularidad. La representación gráfica que
anexamos aquí os expresará mejor todavía estos conceptos. Tomando por base los pesos
atómicos y por altura los volúmenes atómicos, podéis construir una línea que para los
elementos cuyo volumen atómico ignoráis, completado por analogía a lo largo de toda
la línea presenta siete cuencas con los máximos o vértices relativos. El volumen
atómico sigue, por lo tanto, la marcha de la escala de los pesos atómicos. Aumenta y
disminuye en correspondencia con los varios septenarios de elementos, o sea, en cada
octava. Comprende incluso dos octavas, una ascendente y otra descendente. La octava
descendente la integran cuerpos dúctiles; la ascendente, cuerpos frágiles. En los vértices
están los cuerpos fácilmente fusionables o gases, y viceversa en los mínimos. Las
octavas descendentes son electropositivas, y las ascendentes, electronegativas. Igual
podréis decir de otras varias cualidades, como son la conductividad, compresibilidad y
dureza. La clasificación en serie se da por el comportamiento de tales octavas.
He aquí trazado así un sistema estequiogenético, o árbol genealógico de las
especies químicas, divisibles en VII series desde S1 a S7, que son los siete períodos de
formación o condensación sucesiva de la materia; y divisibles en VII grupos,
verdaderas familias naturales de cuerpos semejantes según las respectivas isovalencias.
61
filosofía no se abstrae en construcciones ideológicas, antes bien, permanece adherida a
los hechos sobre lo: cuales se basa.
Vosotros multiplicáis vuestros recursos y la potencia de vuestros me dios de
investigación, pero el punto de partida es sensorial. Así percibís la materia como solidez
y no como velocidad. Se os vuelve difícil, y solamente por vías indirectas llegáis a
imaginaros, cómo la masa de un cuerpo es una función de su velocidad, y cómo una
transmisión de una nueva energía significa para él un peso mayor; de qué manera la
velocidad modifica las leyes de la atracción (giroscopio); cómo la continuidad de la
materia se debe a la velocidad de desplazamiento de las unidades electrónicas, que la
componen, tanto que, sin esa velocidad, dado su volumen mínimo frente al espacio en
que circulan, vuestra mirada pasaría al través sin nada percibir; cómo su solidez, base
de vuestras sensaciones, es debida a la velocidad de rotación de los electrones, que le
confieren casi una omnipresencia espacial contemporánea; velocidad sin la cual toda la
inmensa mole del universo físico se reduciría en un instante a lo que verdaderamente es:
un poco de polvo de niebla impalpable. He aquí la gran realidad de la materia que la
ciencia debería indicaros: la energía.
Dado el método sobre el cual se basa vuestra ciencia, ésta es inadecuada para
descubrir los íntimos lazos que unen las cosas y revelan su esencia. Habéis
comprendido, por ejemplo, el fenómeno que os muestra la transformación, afirmada por
mí, de en , y el retorno de la fase materia a la fase energía, advertida también en la
radioactividad de vuestro planeta, es decir, el fenómeno por el cual el sol inunda,de
energía, a sus propias expensas, (consumiéndose en peso y volumen), a la familia de los
planetas y al espacio, y ello, hasta el agotamiento de su ser. Pero la ciencia se detiene
aquí y mira aquel sol que hoy es vuestro vivir, y que vagará dentro de millares de
siglos, exhausto de toda luz y vida, extinguido, frío y muerto como un enigma. Yo, en
cambio, os digo: ha obedecido a la ley universal de amor, que impone el dar gratuito y
que, en cualquier nivel, hace hermanos a todos los seres, del universo. Así, por ejemplo,
intentáis la desintegración atómica tratando de demoler el inviolado edificio atómico;
intentáis penetrar, atravesando la zona electrónica de alto potencial dinámico, hasta el
núcleo, bombardeando el sistema con emanaciones-proyectiles a alta velocidad; pero no
véis que la esencia del fenómeno de la transmutación de los átomos reside en la ley de
la unidad de la materia. Habéis notado que la materia sideral nace y muere, aparece y
desaparece, se volatiliza en radiaciones en una parte, y reaparece como materia en otra,
pero no habéis relacionado ambos fenómenos ni señalado el rasgo que los aúna y la
común línea cíclica de su desarrollo. Os revelo yo, pues, los ligámenes que unen los
fenómenos aparentemente más dispares. Mi sistema no ignora como ocurre con
vuestras intuiciones filosóficas la ciencia, sino que la toma como base, la completa,
elevándola al grado de concepción sintética, le otorga dignidad de filosofía y religión,
porque en el pormenor infinito de la fenomenología vuelve a encontrar el principio
62
unitario que, dándoos la razón de las cosas y respondiendo a los últimos “por qué”, es
capaz de guiaros en el camino de vuestras vidas y de proporcionar una meta a vuestras
acciones.
( )
El aspecto mecánico se refiere a la esencia del devenir de las formas del ser, y
su expresión es una línea: la espiral.
63
Habréis notado que, como las formas o fases de , la Substancia, son tres:
materia , energía , espíritu , así también son tres sus aspectos; es decir, que pueden
considerarse: 1) como formas; 2) como fases; 3) como principio o ley. Estos tres
aspectos son las tres dimensiones de la trinidad de la substancia; unidad trina, de tres
dimensiones. En otros términos, que el universo no constituye sólo una gran
organización de unidades, y el funcionamiento de un gran organismo de seres, sino que
es además el devenir, el transformismo evolutivo, de este organismo y de sus unidades;
es, en suma, el principio, la Ley que rige dicho transformismo.
Nos ocupará ahora el estudio de este principio. Una Ley perfecta y ma-
temáticamente exacta guía el eterno devenir del ser; el transformismo evolutivo
universal obedece a un principio único. Os expondré este principio, que, idéntico y
constante, volveréis a encontrar en la infinita multiplicidad de las formas y os trazaré la
línea de su devenir, la trayectoria de la evolución; una línea absolutamente típica, que
puede llamarse la matriz del transformismo universal, una trayectoria que la totalidad
de los fenómenos, aún los más dispares, siguen en su proceso de desarrollo. Principio
absoluto, trayectoria inviolable. Todo fenómeno tiene una ley y esta ley es un ciclo.
Cada fenómeno existe en cuanto se mueve, desde un punto de partida hasta un punto de
llegada; existir significa moverse según esta línea de desarrollo, que es la trayectoria del
ser.
64
Fig.l Diagrama de la progresión evolutiva, en su más simple expresión rectilínea.
Algunas definiciones:
Por evolución entiendo la transformación de la substancia de la fase a la fase
, a et ultra, como veremos, y la transformación que sufren las formas individuales
atravesando esas fases.
Por tiempo entiendo aquí el ritmo, la medida del transformismo fenoménico,
vale expresar, un tiempo más vasto y universal que el tiempo en sentido restringido, que
constituye la, medida de vuestro universo físico y dinámico y que ya al nivel ,
desaparece; un tiempo que es en todas partes un fenómeno, y que subsiste en todos los
niveles posibles del ser; como paso que señala el camino del eterno devenir del Todo.
Por fenómeno entiendo una de las infinitas formas individuadas de la
substancia, su devenir y la ley de su devenir; por ejemplo: un tipo de cuerpo químico,
de energía, de conciencia, en sus tres aspectos: estático, dinámico y mecánico.
Fenómeno es la palabra más amplia, porque comprende todo lo que es; que en cuanto es
se transforma, y se transforma conforme a una ley. En mi concepto, ser no significa
nunca estados, sino eterno devenir.
La fig.l representa la expresión más simple de la marcha del fenómeno en el tiempo, o
sea, de la cantidad de su progresión evolutiva en relación con la velocidad de esta progresión.
Ésta y las expresiones que seguirán revisten un significado universal. Es menester, por
consiguiente, para pasar al caso especial, tener en cuenta los grados de evolución particulares de
la individuación fenoménica examinada y de su particular velocidad de progresión. Tomando
en cuenta esto, la línea resulta aplicable a todo fenómeno, y las trayectorias que señalaremos lo
son también. Además, para simplificar y ganar en evidencia, tome ahora un tipo de fenómeno
65
particular, que examinaré; es el más vasto que conocéis, el máximo, que comprende a todos los
menores: la transformación de la substancia en sus fases , , . Lo hago con el fin de
proporcionaros una idea más exacta del proceso genético del cosmos.
La fig.2 expresa un concepto más complejo.
Hemos dicho que en el eterno respirar de la fase evolutiva es compensada por
una fase involutiva equivalente y que vuestro actual camino ascensional era
precedido por un camino inverso de descenso . Así, para que la expresión
sea completa, la línea ya trazada OX debe ser precedida por una línea opuesta que,
desde la misma altura a, vuelve a bajar a O. Pero, cuando os expuse la gran ecuación de
la substancia.y su aspecto dinámico: ..., dije sumariamente que el
devenir volvía sobre sí mismo, porque entonces el definir más precisamente habría
suscitado dudas y complicaciones que podemos resolver sólo ahora, cuando
observamos particularmente el aspecto mecánico del fenómeno.
Comprended que lo absoluto no puede ser sino un infinito en todas direcciones;
que no pueden existir límites más que en vuestro relativo; que si debemos poner límites
a lo absoluto, éstos no serán nunca determinados por él, sino sólo por la insuficiencia de
vuestro órgano de juicio, la razón; que el universo no ya sólo se extenderá al infinito en
todas las direcciones posibles espaciales, temporales y conceptuales , sino que en
cierto punto se velará a vuestra vista insuficiente y ha de desvanecerse para vosotros en
lo inconcebible. Las fases , , , no pueden agotar las posibilidades todas
del ser. Ellas son , vuestro universo, vuestro concebible; pero además hay otras fases y
otros universos; contiguos, comunicantes, mas que para vosotros constituyen la nada,
porque están más allá de vuestras capacidades intelectivas. Dichas fases se extenderán
por encima de , en progresión ascendente, hacia un infinito positivo, y por debajo de ,
en progresión descendente, hacia un infinito de signo opuesto.
66
Fig.2 Análisis de 1a progresión en sus fases evolutivas e involutivas.
67
XXIII. FÓRMULA DE LA PROGRESIÓN EVOLUTIVA. ANÁLISIS DE LA
PROGRESIÓN EN SUS PERÍODOS
se transforma en la siguiénte:
68
en que el ciclo del universo , determinado por no está ya
cerrado en sí mismo, sino que se abre invirtiendo el camino en y
desarrollando de este modo los universos contiguos: 2, 3, etc.
La fórmula del ciclo abierto, extendida también al negativo, se determina por la
siguiente progresión:
en que expresa, en la serie infinita, una unidad colectiva mayor que o sea, un
organismo de universos.
70
XXIV. DERIVACIÓN DE LA ESPIRAL POR CURVATURA DEL SISTEMA
círculo. La medida del tiempo la darán los grados. Todo el sistema de la fig.2 se hace de
tal suerte girar en rededor de un centro. La más simple expresión del concepto de
evolución, proporcionada por la recta ascendente OX del diagrama de la fig.l, la da
ahora el abrirse de la espiral. A1 concepto de la ascensión lineal lo substituye el de
desarrollo cíclico; en el detalle se tiene la misma quebrada, cuyos vértices salientes son
los máximos en la progresión de las creaciones sucesivas. La línea general del
fenómeno (OX) adquiere así el desarrollo de espiral, que es la línea de la génesis
planetaria, del vórtice sideral de las nebulosas, la espiral, que en la fig.4 habremos de
ver abrirse y cerrarse también en su interior, porque expresáremos la quebrada con
71
curvas y veremos de tal manera alejarse y acercarse al centro a lo largo de la
coordenada radio, siguiendo la curva del tiempo, las grandes pulsaciones evolutivas e
involutivas según las cuales todo el sistema progresa. La espiral constituye aquí una
expresión más intuitiva que la recta, por cuanto, siendo ella un derivado de la
circunferencia, expresa con mayor evidencia la marcha cíclica del fenómeno y la
trayectoria típica de su devenir, determinado por desarrollos y retornos periódicos.
72
Fig.4 – Desarollo de la trayectoria típica de los movimientos fenoménicos en la
evolución del Cosmos.
Pero éste no parte ya de -y, sino de un grado más sito, -x; recorre otras tres fases
ascendentes, que esta vez son: -x, , , toca el vértice b, para volver a descender desde
a , donde inicia, enderezando de nuevo su camino, un tercer período. Se ha recorrido
así el trayecto -x , que constituye la segunda parte de la fórmula de , y
corresponde a la creación b. El fenómeno continúa desarrollándose, obediente a una ley
de progresión constante. Las letras, pues, vértices y períodos de las espirales de la fig.4,
corresponden a las de la quebrada de las figs.2 y 3. Como aquí la trayectoria continúa
73
ascendiendo y descendiendo en la quebrada, en el diagrama 4 sigue abriéndose y
cerrándose en la espiral. A las creaciones a, b, c, d, que culminan, en la quebrada, en los
vértices a, b, c, d, corresponden en el desenvolverse y replegarse de la espiral los
máximos progresivos a, b, c, d, etc., y se desarrolla toda la fórmula de .
El diagrama de la fig.4 expresa el fenómeno no sólo en su síntesis lineal sino
también en su síntesis por superficie, la cual es todavía más evidente. Las tres fases
circularen -y, -x, , representan en sentido espacial la amplitud de las tres fases cubiertas
por el desarrollo de la creación a. Ésta produce como resultado máximo la fase y, vale
expresar, la materia, vuestro mundo físico, y el resultado final del recorrido de todo
período es la cobertura de una fase circular mayor, que servirá luego de base a nuevos
impulsos hacia ocupaciones de áreas mayores.
Alejémonos ahora del detalle del fenómeno para examinarlo cada vez más en su
aspecto de conjunto y captarlo según líneas progresivamente más generales. La ley de
desarrollo de la trayectoria-tipo de los movimientos fenoménicos se expresa por esta
espiral sujeta a un ritmo de pulsaciones que se invierten continuamente, se abren y se
cierran, se desenvuelven y se envuelven. Es como un respirar íntimo. Y el resultado
final de cate constante volver sobre sí lo constituye una progresión constante. Tal es el
producto último de este profundo trabajo íntimo de todo el sistema. La constante
progresión de la evolución es así, en su aparente simplicidad, el resultado de una
compleja y profunda elaboración. De este modoso cubren sucesivamente las varias
fases: en cada creación surge el universo físico, después el dinámico, más tarde, el
psíquico, y más allá; y el producto último de toda creación permanece, se sumé a los
precedentes, totalizándose una cobertura cada vez mayor de la superficie, dada por los
haces circulares concéntricos, y todo el sistema se dilata lentamente.
Henos aquí, pues, en una más vasta síntesis del fenómeno, la síntesis cíclica,
expresada por una espiral que se desarrolla con progresión constante. La expansión del
sistema no se determina solamente por su dilatación en superficie, sino por la línea
según la cual este dilatarse ocurre. Así como conjugando loa vértices a, b, c, d, etc., de
la quebrada del diagrama de la fig.3, se obtiene, como expresión sintética, una espiral
(en la que se vuelve a encontrar la línea OX de la fig.l), conjugando los
correspondientes máximos sucesivo de apertura a, b, c, d, e, f, g, etc., en el diagrama de
la fig.4, obtenemos igualmente una espiral de apertura constante. Es posible establecer,
de este modo, en dicha espiral una línea mayor del fenómeno, en la cual es descuidado
el detalle de los retornos y se tiene en cuenta sólo la progresión final. He aquí una
expresión más alta de la Ley. Hemos trazado,
pues, la espiral mencionada, que es la trayectoria típica de los movimientos
fenoménicos. Simplemente alejando la mirada de la fig.4 veremos esta línea mayor más
visible por la superposición de tos tres recorridos de que resulta formada. Porque toda
fase, para ser superada de manera definitiva y fijada establemente en el sistema, debe
74
recorrerse tres veces en dirección progresiva de evolución: la primera vez como
producto máximo del ciclo, luego, en su carácter de producto medio, y por último como
producto mínimo, o sea, punto de partida o fase inicial del proceso evolutivo. Como
bien se ve, el sistema es trino en su concepto del mismo modo que en su desarrollo.
Asumiendo como línea única del fenómeno esta espiral mayor, su expresión más
sintética, veremos cómo el resultado final de su desarrollo es el recorrido de la abscisa
vertical que-indica la evolución y cómo la línea -z, -y, -x, , , , +x, +y, +z, +n, no es
más que la trayectoria que resume todo el complejo movimiento del que resulta el
abrirse de la espiral. Veremos cómo esta trayectoria, síntesis todavía mayor que resume
todas las precedentes, determinada por la continuación de tantos trazos contiguos que
representan las sucesivas fases de evolución, es ella misma una espiral, expresión de un
fenómeno aún más vasto, y ello sin fin, jamás. Construiremos así otro diagrama que nos
dará la mayor expresión posible, por síntesis cíclica de la fenomenogenia universal.
Habremos observado entonces en su aspecto mecánico el universo, y os habré expuesto
la Gran Ley que lo rige.
78
En el campo de las conciencias colectivas encontráis en la ley cíclica la razón
del desarrollarse y decaer periódico de las civilizaciones. También aquí tenemos el
mismo fenómeno. Toda civilización alcanza, después de una juventud conquistadora y
expansionista, un máximo de madurez que no puede sobrepasar. Aquella fatalidad que
parece recaer sobre los pueblos y que en un momento dado dice “¡basta!” no es otra
cosa sino la expresión de la ley de los ciclos. Toda civilización es un producto espiritual
colectivo, la creación de un tipo de alma más vasta que la individual, y se deriva de un
germen que la contenía ya potencialmente toda y que la llevará hasta un máximo,
allende el cual no hay expansión y la madurez no puede convertirse más que en
putrefacción de decadencia. Como todos los fenómenos, también éste se agota y se
cansa, envejece, decae y muere. Para avanzar aún es menester recorrer el ritmo
involutivo a fin de comenzar otra vez desde el principio, partiendo de un nuevo germen
que sintetiza el máximo antes alcanzado, un nuevo ciclo de civilización que podrá tocar,
a su vez, un máximo todavía más elevado, y así sucesivamente. Todo el sistema de los
ciclos de civilización avanza así lentamente, por máximos sucesivos, alternados por
florecimientos, decadencias y muertes, renacimientos y reiniciaciones. En esa marcha
cíclica del fenómeno encontraréis la razón del ascenso continuo de las clases más bajas
de la sociedad. El desarrollo de la línea de la evolución es el que hace avanzar siempre
a los estratos inferiores de los pueblos. Sin este concepto, no podréis explicaros cómo
constituyen una reserva inagotable de valores ignotos, de la cual suele nacer todo. El
pueblo es la simiente de las sociedades futuras; las aristocracias de todo género
constituyen sus centinelas avanzados, la flor que, verificado su desarrollo, debe re-
plegarse y morir. Las clases sociales inferiores no tienen otra aspiración que la de
elevarse, alcanzar el nivel de las más altas, para imitar, a su vez, los vicios y errores de
éstas, que antes, sin embargo, condenaban, y caer al cabo en la misma detestada senda
de cansancio y de ignominia, apenas superada la madurez del ciclo. Así, por turnos y en
ciclos, subiendo y descendiendo, como vencedores o vencidos, todos viven la misma
ley: individuos, familias, clases sociales, pueblos, la humanidad. Pero en cada turno el
ciclo se torna progresivamente más vasto, el organismo se hace cada vez más complejo.
La historia os muestra que la primera y más simple de las emersiones progresivas la dan
los ciclos individuales; luego, los familiares; ulteriormente, el ciclo abarca clases
sociales enteras; después, pueblos y naciones, y por último, como ahora, la humanidad
toda. El ciclo se vuelve cada vez mayor, las grandes masas se funden en él, hasta el
advenimiento de este vuestro tiempo presente, en que la humanidad se convierte en un
solo pueblo y ha llegado la hora de reiniciar el ciclo más amplio de una civilización
nueva.
Así en , , , dondequiera, se verifica el principio de la ley que os he descrito.
La espiral se abre y se cierra, siguiendo períodos inversos de expansión y contracción,
regresa siempre sobre el camino recorrido, para tomar a través de esta concentración de
79
fuerzas, el impulso preciso para una expansión mayor. Todo es cíclico, va y viene,
progresa y retrocede, pero retrocede sólo para progresar mayormente. Y se repite y
resume y reposa, y esto no es más que una recuperación de fuerzas, un descansar para
proceder cada vez más alto. Tal es la evolución, en su mecanismo íntimo, la evolución
que resume el más profundo significado del universo. La verdad de mis palabras está
escrita en vuestro más potente instinto y aspiración, que consiste en subir, sin medida,
subir eternamente.
80
Fig.5 – Síntesis cíclica
línea que también aquí será una curva que forma parte del trazado de una espiral
todavía más amplia e igualmente en progresión, y de apertura constante. El recorrido de
la espiral mayor resume en sí todo el movimiento progresivo de la menor, que por su
parte constituye el producto sintético del movimiento de otra espiral menor que ella, y
así sucesivamente, de modo que el trazado mayor resume y es determinado por todos los
desarrollos menores. Lo pequeño se organiza en lo grande, y lo grande es construido por
81
lo pequeño. La serie de las espirales es, naturalmente, ilimitada, y todo movimiento
resulta descomponible y multiplicable hasta lo infinito, propiedad ésta, de la totalidad de
los fenómenos, aún permaneciendo idéntico su principio. He aquí la síntesis máxima de
los movimientos fenoménicos. El proceso avanza mediante un movimiento intestino de
íntima autoelaboración, que conjuga y une en un todo indisoluble y compacto lo infinito
negativo con lo infinito positivo. Un mecanismo de exactitud matemática rige, con la
sencillez de un principio único y llegando a una complejidad que os aturde, la creación
toda. Todo se compenetra, coexiste; todo, en cualquier instante, se equilibra; todo, desde
el fenómeno mínimo hasta la creación de universos, encuentra en cada punto su justa
expresión.
A la serie de las unidades colectivas, (por medio de la cual las unidades menores se
organizan en unidades mayores, y la tendencia a la diferenciación que la evolución trae se
balancea en reorganizaciones más vastas, de modo que la autoelaboración no disgrega y
pulveriza, sino que antes bien, solidifica la composición del cosmos), corresponde la serie de
los ciclos múltiples. Toda individuación constituye un ciclo: si todo lo que existe, es indi-
viduación en su aspecto estático, es un ciclo en su aspecto dinámico del devenir. En la infinita
variedad del caso particular, todo vuelve a encontrar su unidad, el principio único que hermana
a la totalidad de los seres del universo. Así como toda individualidad mayor representa el
producto orgánico de las individuaciones menores, no de otro modo, el desarrollo de todo ciclo
mayor es determinado por el de los ciclos menores. La evolución del conjunto no puede
obtenerse de otra forma que mediante la evolución de las partes componentes; íntimo y
profundo proceso de maduración. Y en todo nivel, a cualquier distancia, el mismo principio,
idéntica construcción orgánica, idéntico proceso evolutivo, idéntica conexión funcional. Y
como no existe allí individuación máxima o mínima, tampoco hay ciclo máximo o mínimo, y
ello sin fin, jamás. El sistema se prolonga, multiplicándose y subdividiéndose al infinito. La
constitución íntima del ser, la ley de su devenir es independiente de la fase de evolución e
idéntica en el microcosmos tanto como en el macrocosmos.
La ley de las unidades colectivas puede transportarse así de su aspecto estático
a su aspecto dinámico. Ésta dice: “Toda individualidad resulta compuesta de
individualidades menores, que son agregados de individualidades menores todavía, en
el infinito negativo, y es a su vez el elemento constitutivo de individualidades mayores,
que lo son de otras mayores, en el infinito positivo”. Todo organismo está compuesto
por organismos menores y es componente de organismos mayores. La ley repetida en su
aspecto dinámico, en la ley de los ciclos múltiples, expresa: “Todo ciclo resulta
determinado por el desarrollo de ciclos menores, que son la resultante del desarrollo de
ciclos todavía menores, en el infinito negativo, y es a su vez el determinante del
desarrollo de ciclos mayores, que lo son, a su vez, de ciclos todavía mayores, en el
infinito positivo”. Toda individualidad, como todo ciclo, son determinados y definidos
por la unidad que les precede, y forman y definen la unidad superior. La organización,
82
el desarrollo y el equilibrio mayor están constituidos por la organización, el desarrollo y
el equilibrio menor. Todo movimiento construye el siguiente, así como es construido
por el precedente. Todo ser se equilibra en un punto de la serie, en la jerarquía de las
esferas, que no tiene límites. Desde el átomo a la molécula, al cristal, la célula, la planta, al
animal, a su instinto, al hombre, a su conciencia individual y colectiva, intuición, raza, a la
humanidad, planeta, sistema solar, a los sistemas estelares, sistemas de universos, y antes y más
allá de estos elementos concebibles para vosotros, antes y más allá de las fases , , . He aquí
a qué proceso de íntima autoelaboración es debida la evolución. Ninguna fuerza obra,
interviene desde lo externo, sino que todo reside en el fenómeno y avanza todo por
síntesis progresiva. Progreso y decadencia cósmicos resultan de la evolución y del
agotamiento atómico. Los extremos se tocan. El gran respiro del universo es
determinado por el respiro del átomo.
Ilustremos ahora todo esto con ejemplos. Como hemos hecho antes acerca del
concepto del retorno cíclico, que vuelve a llevar a la espiral por su camino, hagámoslo
ahora con respecto al desarrollo de la espiral mayor, producido por el desarrollo de la
espiral menor. Notemos que, si la línea de la creación no es la recta, sino la espiral, se
debe al hecho de que ella sea la línea de menor resistencia y rendimiento mayor.
Tratándose de realizar un complejo trabajo de destrucción y reconstrucción, la espiral es
la línea más breve, en el sentido de que responde más inmediatamente a la ley del míni -
mo medio, mediante la cual, con el mínimo de trabajo se obtendrá el máximo efecto. En
el universo estelar, donde todo cae por atracción, ello se verifica siempre por curvas.
También en el nivel físico véis que la línea del mínimo medio ley universal no es la
recta sino la curva, la cual responde a un equilibrio más complejo y constituye la vía
más breve, en el sentido más completo que no sea el espacial en que vosotros os aisláis
y limitáis vuestra concepción de la recta. A1 nivel físico véis, en los movimientos es-
telares y planetarios, la coordinación de los ciclos menores en mayores, expresión
visible del principio de los ciclos múltiples. Pero asimismo volvemos a encontrarlo,
junto al otro del retorno cíclico, también en los fenómenos próximos a vosotros. Ved el
círculo por el cual pasan las aguas del estado de lluvia al de río, de mar y, por
evaporación, tornan al de nubes y lluvia: un eterno ciclo, idéntico, pero que en cada
rotación cambia un poco, madurando un ciclo mayor, el de la dispersión de las aguas
por absorción en la Tierra y difusión en los espacios, el ciclo que va hacia la muerte
lenta del planeta. El ciclo regresa sobre sí mismo, mas siempre con un pequeño
desplazamiento progresivo de todo el sistema. Observad en vuestro mundo químico,
83
cómo los elementos constituyentes de vuestro organismo son integrados en círculo
desde la tierra, por nutrición, y vuelven a la tierra con la muerte; siempre el mismo
material e idéntico ciclo que se desplaza con lentitud a lo largo de la trayectoria del
ciclo mayor, en la transformación de la especie. Mirad en el ciclo de vuestro recambio
orgánico y la larga cadena de ciclos de que es función. Vuestro cuerpo constituye una
corriente de substancias que tomáis de otros seres plasmófagos (animales), los que a su
vez las han tomado de seres plasmódomos (las plantas), las cuales, en fin, operan la
síntesis orgánica de las substancias proteicas, desde el mundo de la química inorgánica
de la tierra y dinámica de las radiaciones solares. Vuestro pensamiento no es sino un
ciclo más alto que toma alimento de esa cadena, puesto que no podría subsistir en el
cerebro sin la reparación física y dinámica. Vuestro funcionamiento psíquico está, pues,
en relación con los procesos químicos de vuestro organismo, con los de los animales de
que os nutrís, con los de las plantas de que éstos se nutren, con los procesos químicos
de la materia misma, de los cuales los procesos de síntesis vitales de las plantas no son
más que una consecuencia. Los ciclos deben funcionar todos inexorablemente, y basta
que uno de ellos se detenga y toda la cadena se detiene y se quiebra. Todo el ciclo de la
energía mecánica y psíquica que se desarrolla en el organismo humano, se halla en
estrecha relación con el ciclo de la energía química de los elementos que, por
reducciones, hidrólisis, oxidaciones, síntesis y procesos afines, son admitidos en
círculo. Cuando la molécula de un cuerpo químico es llevada, por asimilación, a formar
parte del organismo protoplasmático de la célula, el ciclo del fenómeno atómico entra, a través
del ciclo del fenómeno molecular de que es parte, en el ciclo mayor del fenómeno celular. En el
mundo de las substancias proteicas, la química del mundo inorgánico acelera su ritmo, se
dinamiza adquiriendo en velocidad lo que pierde como estabilidad de combinación; la
individuación fenoménica no asume ya el aspecto estático sino que es, como veremos mejor
después, una corriente en que una nueva química inestable, delicadísima, de ciclo
continuamente abierto se descompone y recompone en el metabolismo celular, base del
recambio. Ello, en sus dos momentos: anabólico de la asimilación, y catabólico de la
desasimilación, toca los vértices de la fase , entrando en la fase , puesto que implica y
significa una pequeña conciencia celular que preside las funciones de selección, bases del
recambio, y en la corriente de éste mantiene la individuación del fenómeno. La realidad os
muestra esta íntima transformación del ser de la fase a y a , y cómo se produce
esto por ciclos contiguos y comunicantes. La asimilación constituye algo más que una
simple filtración osmótica; es el puente de paso de un ciclo a otro, en que la estructura
íntima del fenómeno experimenta una mutación. ¡A través de cuán compleja cadena de
ciclos debe pasar la materia, en su íntima estructura atómica, para poder llegar a
producir efectos de orden orgánico y psíquico! ¡De qué número de movimientos
cíclicos es resultante el fenómeno de la conciencia humana! Estos ejemplos os muestran
84
cómo existe, en la realidad, el concepto de la formación progresiva de la trayectoria de
los ciclos mayores, a través del desarrollo de la trayectoria de los ciclos menores.
XXX. PALINGENESIA
¿En qué se convierte, dentro de este sistema, vuestro concepto ate la Divinidad?
Comprended que Dios no puede ser algo más y externo, distinto de la creación, que sólo
el hombre que está en lo relativo puede agregar a sí, o llegar a ser más allá de sí, no
Dios que es lo Absoluto. Vuestra concepción de un Dios que crea fuera y más allá de sí,
agregando a sí, es absurda concepción antropomórfica, es querer reducir lo absoluto a lo
relativo. En lo absoluto no puede haber creación; sólo en lo relativo se puede nacer y
de venir. Lo absoluto simplemente “es”. No circunscribáis la Divinidad a los limites de
vuestra razón; no os erijáis en jueces y en medida del Todo; no proyectéis en el infinito
las pequeñas imágenes de vuestro finito; no pongáis límites a lo Absoluto. Dios es, en
su esencia, allende el universo de vuestra conciencia, más allá de los límites de vuestro
91
concebible. Es irreverencia disminuir este concepto para querer comprenderlo.
Erigiéndoos en medida de las cosas ponéis en lo sobrenatural y en lo milagroso todo
hecho nuevo para vuestras sensaciones, que sale de vuestro cognoscible conocido. Pero
la naturaleza es expresión divina y no puede haber un quid por encima de ella, un
agregado, una excepción, una corrección a la Ley. Sobrenatural y milagroso son
conceptos absurdos frente a lo Absoluto, aceptables tan sólo en vuestro relativo, y aptos
para expresar vuestra admiración ante lo nuevo para vosotros, y no otra cosa. Éstos
contienen la idea de límite y de su superación; conceptos inaplicables a la Divinidad.
Ésta es superior a todo prodigio y lo excluye como excepción, como retorno sobre lo ya
hecho, retoque o arrepentimiento, y sobre todo como voluntad de desorden en el
equilibrio de la Ley deseada. Limitad a vosotros estos conceptos y no os hagáis el
centro del universo. Guardad para vosotros los conceptos de tiempo y espacio, cantidad
y medida, movimiento y perfectibilidad; no midáis la Divinidad como os medís a
vosotros mismos; no intentéis definirla, y mucho menos con lo que es propio para
definiros a vosotros, por multiplicación y expansión de vuestro mundo concebible. Y si
queréis sumar al infinito vuestros superlativos, decid al infinito: esto no es todavía Dios.
Que sea Dios para vosotros una dirección, una aspiración y una tendencia; que sea una
meta. Si Dios está en lo infinito, para vosotros inconcebible en su esencia, vuestro finito
allí se acerca por aproximaciones conceptuales progresivas. Véis cómo sobre la Tierra
cada cual adora la representación máxima de la Divinidad que sabe hacerse, y cómo en
el tiempo esa aproximación se dilata. Del politeísmo al monoteísmo y al monismo,
comprobáis el progreso de vuestra concepción, la cual se relaciona con la fuerza
intelectiva que poseéis y progresa con ésta. La luz aparece más intensa a medida que la
mirada se torna más aguda. El misterio subsiste, pero impulsado siempre hacia límites
más distantes. Por mucho que se dilate el horizonte, habrá siempre un horizonte más
lejano e ignorado por alcanzar. En mi comprobación de vuestra relatividad progresiva,
yo no destruyo el misterio, pero sí lo encuadro en el Todo, le doy la justificación
racional, hago de él un misterio relativo, determinado sólo por la limitación de vuestras
capacidades intelectivas, que retroceden de continuo frente a la luz en función del
camino de las verdades progresivas; un misterio encerrado dentro de límites que la
evolución supera cada día. Si la Divinidad es un principio que va más allá de vuestros
límites conceptuales, es allí donde os espera, aguardando para revelarse, vuestra
maduración. Y hoy, que finalmente vuestra mente se hace adulta, no es ya lícito, como
en el pasado, “reducir” aquel concepto a proporciones antropomórficas. Hoy he
llevado a vuestro relativo una nueva, una mayor aproximación; he proyectado en
vuestras mentes la más grande imagen que las humanidades futuras tendrán de Dios.
Este es un más alto canto a su gloria. No sé trata de irreligiosidad, sino que, en la
mayor exaltación de Dios, es religiosidad más profunda. No busquéis a Dios
únicamente fuera de vosotros; concretándolo en las imágenes y expresiones de la
92
materia, antes bien, “sentidlo” sobre todo en su forma de mayor potencia, dentro de
vosotros, en la idea abstracta, tendiendo los brazos al universo del espíritu, que os
espera.
Reemprended conmigo, bajo mi dirección, vuestro viaje más que dantesco por
el universo. Largo es el camino, el panorama es amplio y vuestro pensamiento corre el
riesgo de extraviarse. Queríais pruebas, demostraciones, y las tendréis aquí hasta la
saciedad. Seguidme todavía y mi argumentación cerrada, la correspondencia
maravillosa de toda la fenomenología existente, el principio único que os he expuesto,
os llevarán a lo último, cuando arribemos a las conclusiones de orden social y moral,
frente a este dilema: o admitir todo el sistema, o nada. Si el sistema responde a la
verdad para tantos fenómenos conocidos, debe responder igualmente a los fenómenos
que ignoráis u os son incontrolables; admitir y seguir los principios de una moral
superior, parte integrante del sistema, no será ya cuestión de fe, sino de inteligencia.
Después de esto, todo hombre dotado de inteligencia tendrá el deber de la
honestidad y la justicia. Frente a la demostración evidente que plantea la cuestión moral
sobre la base del dilema: comprender o no comprender, no son ya lícitas las dudas ni las
fugas, y el malvado no podrá ser otra cosa que inconsciente o de mala fe. No será ya
discutible una ciencia de la vida, basada en una concepción teleológica que responde a los
hechos, que está en relación armónica con el desenvolvimiento de los fenómenos todos; no
ya construcciones del todo aisladas del resto del mundo fenoménico, indemostrables, a
menudo nota disonante en el gran concierto del universo; no ya, como en tantas filosofías,
una idea particular elevada a sistema. Sino, por el contrario, un verdadero edificio que se
apoya sobre fundamentos tan vastos cuanto el infinito lo es; el hombre visto en relación con
las leyes de la vida y éstas en relación con las leyes del Todo. Completado el tratado no será
ya lícito al hombre, racionalmente, encerrarse en su egoísmo indiferente o agresivo, si todo
es organismo, y tampoco puede la colectividad ser, por consiguiente, más que un organismo.
También en su forma, esta teleología que estoy desarrollando, responde a ese principio
orgánico y monístico del universo. Véis lo poco que destruyo y cómo, en cambio, cada
palabra posee su función constructiva; observáis lo poco que niego frente a lo que afirmo.
Evito la agresión y la destrucción; esquivo vuestras inútiles divisiones, como materialismo y
espiritualismo, positivismo e idealismo, ciencia y fe. Divergencias transitorias que os han
atormentado en los últimos decenios, pero necesarias para prepararon a la maduración
93
actual, que es el momento de la fusión y de la comprensión entre una ciencia que se ha
vuelto menos dogmática y soberbia, más sabia en su atenuada prisa de conclusiones y
deducciones, y una fe más iluminada y consciente. Yo soy la una y la otra, mi mirada es
bastante amplia para comprender a un mismo tiempo ambos extremos, el principio de la
materia y el principio del espíritu. Tal apologética mía de la obra divina constituye un nuevo
don que os llega de lo Alto. Y una demostración que os presume conscientes, adultos y
maduros, aumentará, como nunca, vuestra responsabilidad moral si queréis insistir todavía
sobre los viejos caminos de la ignorancia y de la ferocidad. ¡Lo sé! El misoneísmo atávico
de vuestra orientación psicológica es una inmensa mole, una masa negativa y pasiva, que
con su inercia me resiste. Y cualquier mente humana se quebraría sin removerla, contra esa
inmensa muralla. Pero mi pensamiento es fulgor y sacudirá las mentes. Si poseéis toda la
resistencia de la materia inerte, yo poseo toda la potencia del pensamiento dinámico que
relampagueando desciende de lo Alto. Vuestra psicología es un fenómeno lanzado, con su
velocidad y su masa, a lo largo de una trayectoria propia, que resiste a toda desviación. Pero
yo represento un principio superior a ese fenómeno e intervengo en el momento en que,
dada su maduración, impone la Ley un cambio de ruta. El momento ha llegado y vosotros
subiréis.
Comprendéis cada vez mejor que el centro de este pensamiento, que va
desenvolviéndose, no está ni puede estar en vuestro mundo, que una síntesis tan amplia,
poderosa y exhaustiva jamás fue dicha sobre la Tierra. Toda esta masa conceptual que
tenéis ante los ojos se mueve en el infinito, su punto de partida, y desde éste desciende
hasta vuestro concebible. Ésta, para quien la busca, es la prueba íntima, presente en toda
página, del origen trascendente del escrito, prueba real, inherente al tratado y que lo
sigue, prueba más sólida que aquellas exteriores que buscáis en las cualidades del
instrumento y en las modalidades de transmisión y recepción. El ángulo visual y la
amplia perspectiva de esta síntesis está absolutamente por encima de todas las síntesis
humanas que poseéis. No obstante, realizo yo un continuo trabajo de adaptación para
reducir al vuestro estos conceptos, propios de más altos planos. Sin este trabajo, el
tratado debería desenvolverse en gran parte fuera de vuestro concebible, refiriéndose a
realidades superiores para vosotros inimaginables.
Este tratado satisface plenamente la necesidad de vuestra ciencia actual, que es
la de reducir la inmensa variedad de los fenómenos a un principio único. Habréis
observado cómo todas mis argumentaciones convergen hacia este monismo sintético,
que es la búsqueda y la necesidad de vuestro intelecto. Mi afirmación dice: unidad de
principio en todo el universo, unidad en la complejidad orgánica, unidad en el
transformismo evolutivo. En su grandiosa simplicidad, tal idea constituye la más
poderosa afirmación de vuestro siglo. Tremendamente dinámica y fecunda, basta ella
sola para crear una civilización nueva. El concepto de Ley, que cada una de mis
palabras os reclama, significa orden, equilibrio y afirmación; ahuyenta todos los nihi-
94
lismos, pesimismos y ateísmos, así como la idea de la ceguera del azar, de la atrocidad
del dolor, del desorden y la injusticia en la creación. Os hace mejores y os transforma
en ciudadanos de un mundo mayor, conscientes de las leyes que lo guían. Pero tal
síntesis no podían alcanzarla mentes sumergidas en lo relativo, sino que era accesible
sólo desde un punto de vista que, estando fuera de la humanidad, pudiese, en una visión
de conjunto, contemplarla toda; esto es, no podía llegar a vosotros, sino proveniente de
un plano mental superior. Las páginas que siguen justificarán estas afirmaciones,
dándoos nuevas aproximaciones de lo súper concebible que os domina.
Habéis puesto vuestros puntos fijos sobre la Tierra, mientras que éstos están en
el cielo. Los hechos de los cuales partís, el método de la observación, el instrumento de
la razón, os encierran en un círculo que no tiene posibilidad de salida. No habéis
discutido nunca ni tampoco pensado que se debía superar vuestro instrumento, y tal es
lo primero que hay que hacer. Yo quiebro la cadena y salgo del cerco en que estaban
confinadas vuestra ciencia y vuestras filosofías. Era preciso romper una vez el anillo:
análisis y síntesis, síntesis y análisis, y hallar un punto de partida fuera de vuestra re-
latividad. Un sistema filosófico y científico puede ser una concatenación y una
construcción perfecta desde el punto de vista lógico y matemático. Pero el punto fijo, la
base de la cual partís reside siempre en lo relativo; de este modo son tantas y diversas
vuestras construcciones y todas prontas a desmoronarse apenas aquel punto se desplace.
A menudo os aisláis en una unilateralidad de concepción, elevándoos vosotros mismos a
sistema. Con frecuencia sabéis, por el poder de la mente, pero oprimido sigue el corazón.
Y ¿para qué sirve el saber, si no sabéis amar? Separáis investigación y pasión; mas el
hombre es síntesis formada de luz y calor. Por otra parte, ¿cómo habéis podido creer
posible alcanzar solos, a fuerza de análisis y de hipótesis, tocando los fenómenos con
vuestros limitados sentidos, algo que superase una síntesis parcial, la síntesis máxima?
¿Qué tenéis ante los ojos? Y ¿cómo puede estar todo el mundo fenoménico en vuestro
pequeño mundo terrestre? Yo, en cambio, resuelvo la cuestión cambiando de sistema;
derribo el método inductivo para substituirlo por el método intuitivo (1). Pero no por ello
dejo de dirigirme ni de permanecer apegado a la realidad, verdadera base de toda
filosofía. Os digo: las realidades más potentes están dentro de vosotros. Mirad al
mundo, no ya con los ojos del cuerpo, sino antes bien con los del alma. Los métodos de
que tanto se ocupan algunas filosofías, los métodos clásicos de indagación, que os
parecen indestructibles, han dado ya todo su rendimiento y constituyen medios
superados, que no os harán progresar un solo paso más.
95
XXXII. GÉNESIS DEL UNIVERSO ESTELAR. LAS NEBULOSAS
ASTROQUÍMICA Y ESPECTROSCOPIA
96
traslación solar hace desenlvolver la elipsis planetaria no ya en un plano, sino
espiralmente, según la dirección del desplazamiento solar.
Pero observemos un poco de cerca un fenómeno mucho más vasto, vale decir;
la construcción de vuestro universo estelar. Os lo he señalado a propósito del desarrollo
del torbellino de las nebulosas. Aquella simple referencia merece un examen más
profundo, ahora que hemos completado el estudio de la espiral. Vuestro universo estelar
es determinado por la Vía Láctea, que constituye la expresión precisa, en el plano físico,
del principio de la espiral. Muchas dudas os han atormentado y otras tantas hipótesis habéis
lanzado para explicaron la construcción y el origen de esta faja estelar que envuelve en
ambos hemisferios vuestra visual celeste. No hago hipótesis, poro os comunico, tal como yo
lo veo, el estado de los hechos, que en parte os diré cómo pueden controlarse.
Por la ley de las unidades colectivas, la materia se os presenta en masas geológicas
y siderales. Todo vuestro universo físico lo determina la Vía Láctea, un sistema completo y
limitado, a cuyo diámetro podéis asignarle el valor de cerca de medio millón de años-luz. El
sol, junto con la cohorte de sus planetas, está situado en dicho sistema. La Vía Láctea
constituye, precisamente, un torbellino sideral en evolución.
Demostremos esta afirmación. El gran torbellino de la Vía Láctea es
determinado, en su devenir, por la ley de los ciclos múltiples, por torbellinos siderales
menores, visibles y que os son conocidos, en los cuales podéis volver a encontrar el
caso mayor. Los telescopios os ponen ante los ojos varias nebulosas en la constelación
de la Ballena, de Andrómeda, la nebulosa en espiral en la constelación de los Perros,
nebulosa regular, en la cual la línea de la espiral es claramente visible. El torbellino
estelar está a veces, como en este caso, orientado de modo que se presenta de frente, y
en otras ocasiones oblicuamente, apareciéndosenos como un óvalo aplastado, en pers-
pectiva, según ocurre en la nebulosa de Andrómeda, y también de perfil, en su espesor.
En este caso adquiere el aspecto de la sección de un lente, y las espiras,
superponiéndose, se ocultan a la mirada. Vuestro sistema solar fue una nebulosa, ahora
llegada a su madurez, y los planetas, cuya verdadera órbita es una espiral de
desplazamientos mínimos, volverían a caer sobre el sol si no se disgregaran por
radioactividad. La Vía Láctea no constituye sino una inmensa nebulosa espiraloidal en
vías de maduración. Vuestro sistema solar, al igual que las nebulosas citadas, forman
parte de ella. En el ámbito de la espiral mayor se desarrollan las espirales siderales
menores. Podéis representaros la Vía Láctea como un inmenso torbellino semejante,
aunque mayor, al de la nebulosa de la constelación de los Perros. El sistema solar está
inmerso en el espesor del torbellino, que se os aparece, por lo tanto, visible solamente
en su sección, pero como sección envuelve a los dos hemisferios, y por eso todo
alrededor se os presenta como una estela.
He aquí los hechos que os demuestran esta afirmación. Es en el plano ecuatorial de
la Vía Láctea donde se amontonan las masas estelares, al paso que en los polos se halla la
97
materia en estado de rarefacción; las estrellas se multiplican a medida que os aproximáis a la
Vía Láctea. El sistema solar está situado más bien hacia el centro de la espiral, centro que le
queda de lado sobre el plano de aplastamiento y desarrollo del torbellino. La diversa
distribución, en vuestro cielo, de las masas siderales, la determina precisamente la visión
que obtenéis, ya sea en la mayor sección horizontal, o bien en la sección menor en dirección
vertical, del esferoide achatado que representa el volumen del sistema espiraloidal galáctico.
Pero hay hechos más convincentes. La espectroscopia os permite establecer una
especie de astroquímica que os informa acerca de la composición de las diversas
estrellas. Con el análisis de las radiaciones estelares, os permite establecer, además, su
temperatura, porque a medida que aumenta ésta véis aparecer los varios colores del
espectro, del rojo al violeta, siendo éste el último en aparecer. El ultravioleta revela las
temperaturas mayores; cuanto más se extiende el espectro en esta zona, más caliente es
la estrella observada. El espectro os revela asociadas, por consiguiente, la constitución
química y la temperatura. Sobre la base de estos criterios resulta posible una
clasificación de las estrellas en tipos y también su graduación de acuerdo con el grado
de condensación y, en consecuencia, la edad en el proceso evolutivo. Una primera serie
de estrellas se compone de gases incandescentes, como son el hidrógeno, el helio y el
nebulio (desconocido para vosotros). De este último están formadas las estrellas más
calientes. La materia se encuentra en estado gaseoso, la masa estelar es una nebulosa en
su comienzo. Estas son las estrellas más jóvenes, de color prevalentemente
azul, representativas de la fase inicial de la evolución sideral del torbellino galáctico.
Tales estrellas se encuentran situadas todas en las proximidades inmediatas de la Vía
Láctea. La graduación continúa y comprende estrellas de helio, siempre calientes y
Jóvenes, siempre próximas a la Vía Láctea; después las de hidrógeno, en las cuales H
se acentúa y el helio tiende a desaparecer. Aunque se hallan en las cercanías de la Vía
Láctea, comienzan a diseminarse en el cielo. Menos jóvenes, más avanzadas en la
evolución que las precedentes en el camino de la condensación, emanan luz blanca. A
dicha serie de estrellas blancas (a la que pertenece Sirio), sigue la serie de estrellas de
luz amarilla, en las que siempre los metales y á altísimas temperaturas, pero inferiores
a las anteriores substituyen a los gases. Están difundidas todavía con más uniformidad
en el firmamento, y en proceso de solidificación.
Entre éstas está vuestro sol. Se encuentra éste entre las estrellas que envejecen,
a quienes la muerte por extinción espera. Sus manchas os la anuncian, y se harán cada
vez más extensas y más estables hasta el fin. La última serie es la de las estrellas rojas,
de temperatura que toca a un enfriamiento avanzado, y donde los gases han
desaparecido para dejar su puesto a los metales, las estrellas más viejas, distribuidas
casi uniformemente en el espacio. Empero, hay otros hechos por examinar, que se
desarrollan paralelamente a los cuatro ya observados, los cuales son: constitución quí-
mica, temperatura, condensación, edad. Las estrellas se alejan de la Vía Láctea a
98
medida que envejecen. Bastaría esto para demostrar que en la Vía Láctea reside el
centro genético del sistema, pues es justamente en ella donde volvéis a encontrar las
estrellas en sus primeras fases de evolución, en tanto que las rojas, las más viejas, las
halláis lejos de las regiones más jóvenes de la Vía Láctea. Se da, en otros términos, un
proceso paralelo de maduración de la materia y de alejamiento del centro: pues los
cambios químicos, el enfriamiento, condensación, envejecimiento, significan evolución,
y esta evolución responde a un proceso de apertura del sistema desde el centro a la
periferia. Añadamos otro hecho: las velocidades siderales, a partir de una velocidad
nula en las nebulosas irregulares, aumentan gradualmente en las estrellas de helio, de
hidrógeno, en las amarillas, en las rojas, en las planetarias; lo cual os dice que las
estrellas, durante el proceso de su evolución, señalado por el tiempo, se proyectan desde
un centro hacia la periferia. Agregad a todo ello el ejemplo del tipo de desarrollo en
espiral, visible en las nebulosas menores, que reproducen en dimensiones más reducidas
el sistema mayor, y tendréis un cúmulo de hechos que convergen hacia el mismo
principio, el cual he afirmado que constituye la base de la construcción orgánica de
vuestro universo estelar.
101
XXXIV. CUARTA DIMENSIÓN Y RELATIVIDAD
Mi tarea consiste ahora en extender estos principios, que ya poseéis, a todos los
campos y en ahondar su significado. Una primera extensión del concepto de relatividad,
la da la ley de relatividad que abraza todos los fenómenos, tanto como paró atacar
vuestras percepciones y todo vuestro mundo concebible. No percibís ni concebís la
esencia, sino los cambios de las cosas; la base es el contraste, condición indispensable.
Así, no advertís un movimiento en que os movéis a igual velocidad (por ejemplo, el de
la Tierra) sino sólo diferencias; no echáis de ver, en modo alguno, que corréis con
cuanto os circunda en la superficie de la Tierra, a la velocidad de casi medio kilómetro
por segundo, lo que equivale a unos 1.800 kilómetros por hora. De manera que dos
fuerzas constantemente equilibradas sobre la misma masa son como inexistentes p1ra
vosotros. La estática, el equilibrio, no os da percepción; ésta os la da sólo el cambio. Es
en dicha ley de relatividad donde reside la ley de vuestra fase de conciencia, la razón
del hecho de que vuestra ciencia sea exclusivamente como os dije ciencia de
relaciones, de naturaleza por entero diversa de la mía, que, procedente de un plano
superior, es ciencia de substancia. Extendí el concepto de la relatividad también a la
103
psicología y a la filosofía que os habla de verdades progresivas. Como el concepto
evolucionista que Darwin vio sólo en las especies orgánicas, así también el de
relatividad que limitó Einstein a algunos elementos matemáticos, es completado en una
teoría de relatividad universal, que se extiende al universo todo. Ello representa una
conquista filosófica y científica, una concepción más honda, una más vasta
comprensión, una armonía y belleza superiores. Otra extensión del concepto de
relatividad podemos realizarla en profundidad, y es aquella que nos conducirá a
conceptos nuevos; no ya solamente al de la relatividad de las unidades de medida de
vuestro universo, sino además al mucho más amplio y profundo de la evolución de sus
dimensiones .
Si me preguntáis dónde acaba el espacio, os responderé: en un punto en que
“donde” se convierte en “cuando”, esto es, en que la dimensión espacio, propia de y, se
transforma en la dimensión tiempo, propia de . Cuando la materia químicamente
envejecida, enfriada, solidificada, alcanza la periferia del torbellino sideral, se disgrega por
radioactividad, transformándose en energía; entonces pierde la substancia su dimensión
espacial y vuelve al centro como corriente dinámica y con dimensión temporal. En la
periferia, la materia no constituye ya materia, sino energía; y, como la Substancia ha
cambiado de forma desplazando su ser de una fase a otra, así cambia su dimensión, que no
es ya espacio sino tiempo. Expliquemos este concepto de dimensión y de su evolución.
Vuestro concepto de un espacio y un tiempo absolutos, universales, siempre
iguales a sí mismos, responde a una orientación vuestra puramente metafísica, que
matemáticos y físicos han introducido de manera inconsciente en sus ecuaciones. Este
punto de partida por entero arbitrario os ha llevado a conclusiones erróneas, os ha
puesto ante fenómenos que se pierden en un enigma, frente a contradicciones sin vía de
salida, a conflictos incurables; y el misterio por doquiera os circunda. En la realidad no
encontráis según ya os dije más que un tiempo y un espacio relativos, cuyo valor no
sobrepasa el sistema a que se refieren. Pero hay más. No constituyen otra cosa que
medidas de transición, en continua transformación evolutiva.
Esforzaos en seguirme. Si vuestro universo es finito como torbellino sideral, el
sistema de los universos y el sistema de sistemas de universos es infinito. Si el espacio
constituye un infinito, en cuanto espacio no tiene límites; no obstante, los tiene en
realidad, pero no los hallaréis en el espacio en dirección espacial, sino en dirección
evolutiva. De tal concepto, a que ya me he referido, llegamos ahora a esta concepción
novísima: que los únicos limites del espacio son hiperespaciales, vale expresar, están en
el sentido del desarrollo de la progresión evolutiva y precisamente en la dimensión
sucesiva. O, mejor dicho: si buscáis un límite del espacio, lo encontraréis tan sólo en las
dimensiones que le siguen y que le preceden. Precisemos más aún.
Todo universo posee una unidad propia de medida o de dimensión. Así como, por
evolución, se pasa de una fase a otra, conforme observamos, y en la transmutación de las
104
formas de la Substancia, los universos aparecen y desaparecen, del mismo modo por
evolución se pasa de una dimensión a otra, y aparecen y desaparecen las unidades de medida
de lo relativo. Todo cuanto es relativo, incluso la dimensión que constituye su medida, ha de
nacer y morir como él. De esta manera, las dimensiones evolucionan con los universos,
siguiendo las fases que estudiamos. Del concepto de dimensión relativa pasamos, pues, al de
dimensión progresiva. El paso de fase significa por lo tanto, también un paso de dimensión.
Del espacio al tiempo se pasa por evolución, la cual es paralela a la que lleva la fase a la .
Hay, por consiguiente, una ley, que llamaremos la “ley de los limites
dimensionales”, y que podemos enunciar así: “Los límites de una dimensión son
determinados por los límites de la fase de que aquélla es unidad de medida, y se
encuentran en el punto donde por evolución, se pasa de una fase a otra, esto es, donde
ocurre la transformación de una fase y de su dimensión, en la fase y en la dimensión
sucesivas”.
Podéis comprender ahora qué es y cómo se produce la génesis del espacio y del
tiempo, lo mismo que su fin, y os resulta posible daros la explicación científica de las
palabras del Apocalipsis: “Entonces el Ángel juró por Aquel que vive por los siglos de
los siglos, que no habría de allí en adelante más tiempo” (Apocalipsis, X, 6). Todo
cuanto ha nacido debe morir, todo lo que tuvo principio debe tener fin. Así como todo,
al evolucionar, deja los despojos de la vieja forma, abandona asimismo, para asumir
otra más elevada y más apta, la vieja dimensión que ya no le corresponde. Y de la
manera que las fases evolutivas son infinitas; infinitas son también las respectivas
dimensiones. He aquí como nuestra mirada puede superar el tiempo y el espacio, los
cuales no son otra cosa que dos dimensiones contiguas entre las infinitas sucesivas. De
éstas, trazaremos las más próximas a vuestro mundo concebible, que responden a las
varias fases de evolución; a fin de llegar a esta conclusión que os anticipo: que también
el devenir de las dimensiones es cíclico y sigue la ley de desarrollo expresada por la
trayectoria típica de los movimientos fenoménicos y la ley de las unidades colectivas, a
saber, que toda dimensión constituye un período que se reagrupa en períodos mayores
trifásicos, los cuales a su vez se reagrupan en períodos todavía mayores, hasta lo
infinito. La dimensión infinita que comprende todas las menores es, precisamente, la
evolución. Como toda fase posee su dimensión, así el infinito la tiene, y la dimensión
del infinito es la evolución. He aquí superado el límite, y también en esta dirección
hemos hallado el infinito.
Analicemos ahora las dimensiones contiguas a espacio y tiempo y sus
propiedades y génesis. Cuando habláis de espacio de tres dimensiones, corroboráis estas
105
afirmaciones, en cuanto que expresáis las tres manifestaciones dimensionales sucesivas
del espacio que, como véis, es unidad trifásica. Volvamos a ver el diagrama de la fig.2.
La fase , materia, representa la dimensión espacio completa. He aquí su-génesis
progresiva. En la fase -z tenemos la dimensión espacial nada: el punto. Ello no quiere
decir que el universo -z sea puntiforme, sino que en aquella fase el espacio no existía
más que en germen, en espera de desarrollo (torbellino cerrado), y que existía, en,
cambio, una dimensión diversa, fuera de vuestro mundo concebible. En -y aparece la
primera manifestación de la dimensión espacio, esto es, la linea, la que llamáis su
primera dimensión. Es la primera y más simple forma del espacio al aparecer. La
segunda manifestación más completa aparece en la fase siguiente -x, y se revela como
superficie, la que denomináis segunda dimensión. La tercera y última manifestación que
completa la dimensión espacial, aparece en , en la materia, y se revela como volumen,
tercera dimensión del espacio. Ahora comprendéis cómo ha nacido el espacio y por qué
la materia tiene por dimensión un espacio de tres dimensiones, determinado por tres
momentos sucesivos. Halláis asimismo este principio general “que la manifestación de
una dimensión es progresiva y acontece por tres grados contiguos". La enunciación de
tal principio os demuestra el absurdo de la búsqueda de una continuación
cuatridimensional en un sistema de tres dimensiones. La continuación os impone salir
de él.
Continuemos la progresión. El desenvolvimiento de la fase y ha desarrollado la
dimensión volumen, dándoos el espacio completo. Del diagrama de la fig.2 véis cómo
toda creación crea una fase nueva y de qué modo, en el caso particular, la creación b
crea a , la energía, derivada por radioactividad de , la fase materia. La maduración
estequiogenética había dejado a inmóvil. En la creación b, la energía nace por primera
vez. En términos bíblicos decís: Dios creó el movimiento, dio impulso al universo. El
volumen se movió. Una nueva manifestación dimensional aparece; se agrega algo al
espacio, una superelevación dimensional (la cuarta dimensión que buscáis), pero en un
sistema diverso, la trinidad siguiente. Esta nueva dimensión, primera de la serie
sucesiva, es el tiempo. La unidad máxima de la dimensión precedente es tomada, en el
paso a la siguiente, por un movimiento nuevo y más intenso, pero siempre en
direcciones nuevas y diversas, propia cada una de un sistema (espacial, conceptual,
etc.), en un aceleramiento de ritmo en el cual consiste, precisamente, la evolución.
Ahora comprendéis cómo ha nacido el tiempo y que éste debe completarse en otras dos
manifestaciones sucesivas, puesto que constituye la primera manifestación efe una
nueva unidad de tres dimensiones.
106
XXXVII. CONCIENCIA Y SUPERCONCIENCIA. SUCESIÓN DE LOS
SISTEMAS TRIDIMENSIONALES
107
espacial, pero frente al sistema sucesivo es una no-dimensión, el punto), en el campo de
las fuerzas adquiere la dimensión lineal en el campo de la vida alcanza la dimensión
superficie, y en el campo ya absolutamente abstracto del espíritu puro adquiere la dimensión
volumen. Los límites de vuestro concebible me impiden avanzar a los sistemas sucesivos,
cada vez más espirituales y rarefactos, que se prolongan hasta lo infinito. Expliquemos, en
cambio, las características de la segunda dimensión conciencia en relación con las de la
tercera, la superconciencia.
De la manera que la superficie absorbe la línea, así también absorbe la
conciencia el tiempo y lo domina; en tanto que las fuerzas poseen tiempo, el pensamiento lo
supera. En el paso de la fase a la fase , la dimensión tiempo tiende a desvanecerse,
aunque subsistiendo, pero en tal aceleramiento de ritmo (onda), que os parece que casi
desaparece en la nueva dimensión. En efecto, cuanto más baja y material es la conciencia,
tanto más lenta es y más se asemeja a ; cuanto más concreto es el pensamiento tanto más
denso es el ritmo y más lenta la onda. El pensamiento implica tiempo sólo en tanto y en la
medida en que es todavía energía; cuanto más cerebral, racional, analítico es, tanto menos
es abstracto, intuitivo, sintético. En este segundo sistema tridimensional asistís a una
continua aceleración de ritmo, y en tal aceleración el tiempo es gradualmente reabsorbido.
La superconciencia domina y absorbe a su vez a la conciencia, como el volumen a la
superficie. Os explico: la conciencia humana, derivada por evolución desde a través
de la profunda elaboración de la vida, no es lineal, vale decir limitada a sí misma o a un
fenómeno, sino que puede salir y moverse sobre todas las líneas de la superficie, en
cualquier dirección, abarcando como conciencia muchísimos fenómenos. Es, pues, por
completo hiperespacial. Pero constituye siempre dimensión de superficie, a la que se
halla inexorablemente ligada, mientras no evolucione. Ello significa que está ligada a lo
relativo, que no puede moverse sino en lo finito, que no sabe concebir más que por
análisis, esto es, mediante la observación y el experimento, tal como es vuestra ciencia.
Domina la totalidad de las líneas del devenir fenoménico, mas la superficie constituye
toda su vida y no puede salir de ella. ¿Os habéis preguntado el porqué de esta vuestra
insuperable relatividad, de estos límites que constriñen vuestro mundo concebible, de
esta vuestra incapacidad de visión directa de la esencia de las cosas? He aquí la
respuesta, con expresión geométrica. Nuestra conciencia es segunda dimensión de
superficie, y, en cuanto superficie, constituye una permanente impotencia frente al
volumen, la dimensión superior. Para alcanzar el volumen es menester que la superficie
se mueva en una nueva dirección; para alcanzar la superconciencia se hace preciso
multiplicar la conciencia por un nuevo movimiento. De manera que sólo por
multiplicación de análisis podéis aproximaros a la síntesis. La superconciencia es
dimensión conceptual volumétrica, que se obtiene elevando una perpendicular sobre el
plano de la superficie de la conciencia, conquistando así un punto de vista fuera del
plano, el único punto que puede dominarlo todo. De esta suerte, sólo la superconciencia
108
supera los límites de vuestro concebible, domina lo relativo en la visión directa de lo
absoluto, domina lo finito moviéndose en lo infinito, no concibe ya por análisis sino por
síntesis. Existen conceptos que escapan a vuestra conciencia y que no resulta posible
alcanzar más que a este nivel. Solamente así se pasa de lo relativo a lo absoluto, de lo finito
a lo infinito. Ello no significa una sucesión o suma de relativos, sino algo cualitativamente
diverso: distinción de cualidad, de naturaleza, no de cantidad, de medida. Tal es el
verdadero infinito, muy diferente de lo que harto a menudo llamáis tal, y que es simple-
mente un indefinido o un inconmensurable. La superconciencia se mueve en una esfera
más alta de la conciencia humana, en contacto directo con los principios que habéis
buscado laboriosamente, intentando alcanzarlos mediante síntesis parciales, y que no
sentiréis directamente más que por vuestra evolución. Diferencia substancial, como
véis. No se trata de sumar hechos, observaciones y descubrimientos; de multiplicar las
conquistas de vuestra ciencia; se trata de cambiaros vosotros mismos. No ya el lento e
imperfecto mecanismo de la razón, sino intuición rápida y profunda. No más
proyección de la conciencia hacia el exterior por medios sensoriales, que no tocan otra
cosa que la superficie de las cosas, sino expansión en toda otra dirección, hacia el
interior, percepción anímica directa, contacto inmediato con la esencia de las cosas. He
aquí la mayor conciencia que os espera. Es aquella conciencia que en principio
llamamos latente y que se dilata de manera continua, acrecentándose con los productos
de vuestra conciencia. La superconciencia reside en vosotros en el estado de germen
que aguarda el desarrollo para revelarse. Ahora comprendéis qué valor dar a las
palabras razón, análisis, ciencia, que os parecen todo. Para progresar todavía debéis
salir del plano de vuestra conciencia, al que os adherís penosamente, y conquistar un
punto fuera de él. Las intuiciones del genio, las creaciones morales del santo, no
constituyen sino perpendiculares elevadas sobre el plano por superconciencias en
anticipo. De ahí que os dijera yo que la intuición es la nueva forma de investigación de
la ciencia del porvenir; sólo ella puede daros no ya ciencia sino sabiduría. Esto os
explica el inexorable relativismo de vuestros conocimientos, vuestra limitación y
relatividad de síntesis, la esclavitud del análisis, una impotencia apriorística para
alcanzar lo absoluto. La superficie no os dará nunca, aunque se la recorra en todos los
sentidos, la síntesis volumétrica. Razón e intuición, análisis y síntesis, relativo y
absoluto, finito e infinito son dimensiones diversas, determinadas por planos diferentes.
Absoluto e infinito residen en vosotros en estado de germen, tiemblan en la profundidad
de vuestro “yo” como un presentimiento; no más. Allí está la mayor aproximación
conceptual que os espera de la Divinidad. Yo estoy en este plano más alto de conciencia
volumétrica, donde todo el tiempo se domina, y también el futuro, porque se está fuera
y por encima de vuestro tiempo; donde la concepción es visión global instantánea de
cuanto vosotros concebís sucesivamente; donde yo tengo por visión directa la síntesis
que os comunico ahora. De estos planos más elevados las revelaciones descienden,
109
comunicadas a vosotros, mediante sintonización de ondas psíquicas, por seres de otras
esferas, conciencias inmateriales, no perceptibles para vuestros sentidos, individuales
con respecto a vuestra razón.
Así se suceden las tres dimensiones de , , x. Como materia os ha dado el
espacio, tenemos:
1ero) El tiempo, esto es, ritmo, onda, unidad de medida y dimensión de energía.
2ndo) La conciencia, es a saber, percepción externa, razón, análisis, finito,
relativo, dimensión de , la fase vida que culmina en el psiquismo
humano.
3ero) La superconciencia, vale decir percepción interna, intuición, síntesis,
infinito, absoluto, dimensión de +x, la fase suprahumana(1).
Así se suceden por trinidades sucesivas y contiguas las dimensiones sucesivas,
sobre la escala progresiva de la evolución, desde el punto a la línea, a la superficie, al
volumen, al tiempo, a la conciencia, a la superconciencia, en continua dilatación de
principio. Todo evoluciona y, con los universos también sus dimensiones. Ahora podéis
comprender cómo la apertura de una espiral mayor, determinada por la apertura de una
menor (ver el diagrama de la fig.5) no se produce en sentido espacial, porque la
dimensión cambia a cada apertura de ciclo, sino en el sentido de la evolución, que es
-como decíamos- la dimensión del infinito. El infinito: y el infinito ( y ) que
en el diagrama se dan con expresión espacial, tienen así, en la realidad muy distinto
valor. Las dimensiones aparecen y desaparecen al progresar. De modo que morirá con
la materia el espacio, con la energía el tiempo, con la conciencia la relatividad, y la
Substancia resurgirá en formas y dimensiones más altas, asumiendo siempre nuevas
direcciones. Como toda dimensión es relativa y se halla en evolución, es segunda de
una precedente, primera frente a la que le sigue, y tenéis constantemente una pequeña
escala más alta que ascender, una fase superior que aguarda. En todo salto hacia
adelante se conquista el dominio de la propia dimensión, que antes no era accesible de
otra manera que sucesivamente; el campo de acción y de visión se dilata, desde lo alto
se domina lo bajo. Tornamos a encontrar otra vez el principio de la trinidad por
doquiera; en las tres fases de vuestro universo: materia (), energía (), espíritu (); en
sus tres aspectos: estático, dinámico, conceptual (o mecánico); en los dos sistemas de
dimensiones observados: línea, superficie, volumen (espacio) y tiempo, conciencia
(relativo), superconciencia (absoluto).
118
estructura de la ley de equilibrio, por la que el mal se alterna con el bien, el dolor con la
alegría, la pobreza con la riqueza, y suben y bajan hombres y civilizaciones, condi-
cionándose todo mutuamente. Escuchad esta íntima música del universo, observad la
constante polarización que dirige al ser y lo orienta a guisa de aguja imantada; este
intercambio perpetuo resuena de armonías, como universal cántico. Mirad: la materia
derivada por involución de la forma dinámica originaria, alcanza a través de estados de
condensación sucesiva, gaseosos, líquidos y sólidos, un máximo de concentración y de
inercia en un mínimo de volumen. La energía que renace en ella va hacia un máximo de
expansión y actividad; el difundirse y el moverse constituyen, en efecto, las primeras
características de la energía. Así, pues, materia y energía invierten sus signos. Ved aún:
las plantas descomponen el anhídrido carbónico compuesto por el animal, asimilan sus
productos de desecho, y viceversa ocurre con el oxígeno. Los órganos vegetales son una
inversión de los órganos animales y cumplen una respiración inversa. De este principio
de equilibrio nacen las maravillosas figuras simétricas de los copos de nieve, como
asimismo las de las flores de los campos; nacen las simetrías de las formas de los
cristales, de las formas de vida, de los cuerpos planetarios estelares, y las de sus elipses.
Por idéntica ley, es la muerte condición de renacimiento, y el nacimiento, condición de
muerte, y no existe fragua más fecunda de vidas que esa muerte, de cuyas ruinas nunca
termina la vida de resurgir, más bella cada vez. El principio condiciona el fin, pero el
fin genera el principio. He aquí el límite de lo finito, de lo relativo de que estáis hechos,
obligado a girar siempre sobre sí, a nacer y morir; obligado para existir a seguir
hasta lo infinito en un movimiento que jamás tiene reposo. El universo es una
inextinguible voluntad de amar y crear, de afirmar, en lucha con un principio opuesto de
inercia, formado de odio y destrucción, de negación. El primero es positivo y activo, y
negativo y rebelde, el segundo. Dios y demonio constituyen los dos signos y , del
dualismo. Es lucha pero también equilibrio, antagonismo pero creación, porque del
choque y contraste nacen una creación, un amor y una afirmación cada vez más vastos.
El bien se sirve del mal para progresar, comprende el mal y lo constriñe a sus fines. Reside
en el bien el porvenir de la evolución, y el mal significa lo opuesto, sobre lo que se apoya
para ascender. La inestabilidad de las cosas no es ya una condena sino, más bien, una escala
de progreso. No huyáis, en el Nirvana, al movimiento, sino que lanzaos al remolino para
que os lleve éste cada vez más alto. Cristo os ha enseñado a vencer la muerte y superar
el dolor, transformándolo en instrumento de ascensión. Luchad con valor, sabed sufrir y
vencer, y cada minuto os llevará más arriba, hacia Dios.
119
Por estos principios de trinidad y dualidad es el universo un trinomio y un
binomio al mismo tiempo, los cuales, como vimos, vuelven a encontrar unidad en el
monismo de sus equivalencias. El Todo constituye, a la vez: unidad, dualidad, trinidad.
Junto a estos aspectos principales de la Ley, existen otros menores, en los cuales
la unidad todavía se subdivide y se distingue. Las caras del poliedro son infinitas y la
Ley es, en verdad, inagotable. Pensad por cuál código debe ser guiado el
funcionamiento de tan vasto universo, tan complejo y con tanta perfección regulado.
Vimos el principio de las unidades colectivas, al cual corresponde, en el aspecto
dinámico el de los ciclos múltiples, y, en el aspecto conceptual, el de las leyes
múltiples: organismo de formas, organismo de fuerzas, organismo de leyes. También en
su aspecto conceptual constituye el universo un organismo. Y la Ley que, como vimos,
se descompone en principios menores, se recompone aquí en principios mayores.
Principio de divisibilidad y de recomposición que tornáis a hallar evidente en la
posibilidad universal de análisis y síntesis, desde la química a la filosofía. Principio de
reunificación, en que el principio de la subdivisión se equilibra.
Un principio que guía la forma en la ascensión evolutiva, opuesto al de las
unidades colectivas y de recomposición, es el de la diferenciación, mediante el cual la
evolución se verifica por paso de lo indistinto a lo distinto, de lo genérico a lo
específico, a lo particular; de lo homogéneo a lo diferenciado. Tal tendencia a la
multiplicación de los tipos, a la subdivisión de la unidad, encuentra su contra-impulso
compensador, con el cual se reconstruye el equilibrio, en la tendencia ala reorganización
y reunificación determinada por el principio de las unidades colectivas, reorganización
que implica una continua progresión en complejidad. Estas leyes son fuerzas tendencias
que constituyen como un instinto, una necesidad de devenir y de ser, según aquel
principio dado. Se aparean a menudo por contrarios, balanceándose así en perfecto
equilibrio.
Otro principio que la ley de evolución implica es el de la relatividad; puesto que
tan sólo lo que es relativo puede evolucionar: la evolución no es posible sino en un
mundo sucesivo finito, progresivamente perfectible,
como es el vuestro.
El principio del mínimo medio regula la economía de la evolución, evitando el
derroche inútil de fuerzas.
El principio de causalidad garantiza el concatenamiento en el desarrollo fenoménico;
derivando el efecto de la causa (antecedente y consecuente), liga en estrecha conexión los
momentos sucesivos del devenir. Es esta ley la que marca el ritmo de vuestro destino.
Paralelo al principio de causalidad hallamos el de acción y reacción. Observad
este dualismo activo-reactivo en los fenómenos sociales, que no progresan rectilíneos,
sino que lo hacen por una vía tortuosa de impulsos y contra-impulsos, que os recuerda
el curso de los ríos. En efecto, avanzan como una corriente oscilante entre las dos
120
márgenes del bien y del mal; toda posición, toda conquista, toda afirmación se lleva
hasta las últimas consecuencias, hasta el abuso; en total inconsciencia, no sabe el
hombre detenerse más que donde la ley de reacción alza un dique. Pero también la
reacción llega luego hasta el abuso, hasta donde la misma ley eleva un nuevo contra-
dique, rechazando el impulso. El hombre, por completo ignorante y pasivo frente a la
Ley, es del todo incompetente para guiarse por sí solo. ¿Creéis que son los gobiernos,
los parlamentos, quienes guían a los pueblos? No. Aquéllos no constituyen sino un
exponente. Y la historia incluso en períodos de anarquía va hacia adelante por sí
misma, con sabiduría, guiada por las fuerzas ocultas que la Ley contiene. El hombre es
siempre “obligado”, para su salvación, a un ritmo que no sabiendo comprenderlo
lama fatalidad. Tal es, por ejemplo, la historia de Francia desde Luis XIV hasta la
Revolución, y hasta Napoleón. No se corrige el abuso con otra cosa que no sea el abuso.
Decís que la riqueza significa un robo, pero sólo para robarla, sois virtuosos únicamente
para perseguir a los demás en nombre de la virtud. Así tornáis a caer siempre bajo el peso de
las consecuencias de vuestras acciones y jamás rompéis el ciclo de los errores. Así, de abuso
en abuso, se mueve la corriente, y ningún hombre hay sin culpa, y allí donde cree dominar y
vencer no es más que un autómata en el seno de la Ley, que a cada paso le dice: ¡basta! Este
es el peligro que amenaza a vuestra civilización mecánica. ¡Ay de vosotros si abusáis de
vuestra nueva potencia, abandonándoos a los instintos de tiempos pasados! Si, disponiendo de
tales medios de destrucción, no renováis toda vuestra psicología, estáis perdidos.
A menudo, en el organismo de las leyes algunas se tocan, se completan, se
continúan mutuamente. De tal manera, del principio de causalidad se pasa al de
continuidad, por lo cual la derivación consecuente se encuentra todavía más
estrechamente ligada a su causa por continuidad: “natura non facit saltus”.
Contiguo es el principio de analogía o de afinidad, que ya hemos advertido y
aplicado en la estequiogénesis, y mediante el cual, así como todos los principios se
asemejan sobre el fondo común del monismo o unidad de principio universal, del
mismo modo las cosas tienen caracteres en común que permiten la reagrupación en
unidades colectivas. Sólo entre afines son posibles contactos, intercambios y fusión, y
en este caso responde la afinidad al principio del mínimo medio. Véis un ejemplo de
ello en la formación de vuestro pensamiento. El desarrollo conceptual de menor
resistencia es el que procede por conexión de ideas. El pensamiento constituye
vibración y se transmite por onda, la cual excita únicamente las vibraciones de las
ondas afines. Lo que despierta una idea en vuestra conciencia o memoria es, pre-
cisamente, la presencia de la onda de la idea afín. Cuando no lográis recordar la idea se
halla latente, en potencia en vuestra conciencia; es simple capacidad, aptitud para
responder, como un instrumento musical que nadie toca; en ese estado, la idea se
encuentra en reposo, no vibra, vosotros no la sentís, está fuera de aquel estado de
vibración que llamáis conciencia. Una vibración afín, por el tipo y la longitud de onda,
121
la despierta espontáneamente, en tanto que una idea diversa y lejana, aún cuando sea
lógica y sistemáticamente vecina, no podrá nunca resucitarla.
El principio de orden general se distingue, con el principio de dualidad,
convirtiéndose en ley de simetría, ley de compensación, ley de reciprocidad; y en el
movimiento se convierte en ritmo, por el cual el universo funciona todo por ritmos,
desde los fenómenos astronómicos, hasta los psíquicos, de los fenómenos químicos a
los sociales. Rítmico es el devenir, periódico el transformismo en todos los campos y la
evolución que distingue las formas es diferenciación también de ritmos. El principio de
orden es principio de equilibrio. Véis, pues, cómo en el universo no sólo se halla todo
en su puesto, sino además que espontáneamente se equilibra. Observad cómo en un
mundo tan complejo existe un puesto para vuestra tarea, proporcionado a las fuerzas de
que disponéis. El azar no puede producir semejantes equilibrios. Y es esta proporción (que,
si no os garantiza el ocio, garantiza la vida), que si os impone un esfuerzo adecuado, os
asegura lo indispensable. Y las posiciones bellas o feas que ocupáis no son eternas, pero
también la duración del esfuerzo o del reposo es medida y proporcionada. En estas leyes
encontraréis la razón de tantos fenómenos que de cerca os tocan.
Otros principios, como el de la indestructibilidad de la Substancia y del
transformismo universal, están implícitamente contenidos en la ley de evolución o
constituyen una consecuencia inmediata de ella; ya hemos hablado del asunto. Como
también lo están, el principio de autoelaboración, el principio del desarrollo cíclico, el
principio de la exteriorización de lo latente, según la mecánica de la semilla y el fruto, el
principio de inercia, que garantiza su estabilidad (el misoneísmo del fenómeno, resistencia
de la trayectoria a toda desviación), el principio de finalidad que establece su meta.
Otros representan aspectos secundarios de la Gran Ley, y cada palabra con que
la hemos descrito puede constituir un principio particular de la misma. El principio
único se pulveriza en el detalle, en las condiciones de actuación más diversas, en la totalidad
de las combinaciones posibles. Se podría agregar de este modo un principio de adaptación y
de elasticidad, por medio del cual sabe el principio modelarse en infinitos matices, en el
caso particular; y un principio de difusión y de repercusión, por el que toda vibración, así
como todo cambio, encuentran un oído que escucha, un eco que repite, una respuesta
que la completa. De tal manera hasta lo infinito, la serie de los principios no es otra
cosa que la descripción de los momentos infinitos y aspectos del universo; tales
principios surgirán espontáneamente a la luz en el seno de aquella descripción, a
medida que continuemos.
El objeto de esta exposición de principios no reside solamente en describir.
Posee un significado más hondo: el de trazaros las leyes de los fenómenos. Fijado su
principio, establecido que en tantos casos responde a la realidad, no sólo se puede
extender por la ley de analogía a la totalidad de los fenómenos, sino que, cuando de un
fenómeno no es visible más que un trozo de su devenir, podéis completarlo, definirlo y
122
describirlo, incluso allí donde escapa a la observación directa. Con la individuación y
agrupación de los fenómenos por leyes y principios os será harto más fácil seguirlos en
toda su extensión y escalar lo ignoto. Así, por ejemplo, si el principio de dualidad os
dice que toda unidad es una pareja de dos partes inversas y complementarias, podéis
fácilmente deducir de ello si encontráis por doquiera ese principio que vuestro
mundo visible, sensorial, puede ser completado en su segunda mitad por un mundo
inverso invisible, aun cuando escape éste a vuestros sentidos. Y si el principio de
indestructibilidad de la Substancia y del transformismo universal os afirma que, si nada
se crea y nada se destruye en sentido absoluto, todo se transforma en sentido relativo,
ello quiere significar que creación es condición de destrucción, y destrucción es
condición de creación; que en el binomio, los dos momentos son inseparables, que ninguno de
ellos puede aislarse de su inverso, que lo completa. De lo cual se derivan, con férrea
concatenación lógica, estas consecuencias: que si lo que nace debe morir, lo que muere debe
renacer; que es absurda como en todas partes una creación “ex novo”; incluso en la génesis
de la personalidad humana, pues tal hecho destruiría todo el ritmo símil que comprobáis en los
demás fenómenos; que, si todo es un ciclo de vida y muerte en la totalidad de los fenómenos,
sin que confundan éstos la línea del propio devenir ni pierdan la propia individualidad, es
absurdo suponer que el fenómeno máximo de vuestro mundo, el de la personalidad humana,
deba constituir excepción en tal orden y confundirse y desaparecer, sólo porque se os escapa en
lo invisible, o bien deba tomar una dirección que no sea la del retorno cíclico, base de la
evolución. No importa si no tocáis directamente con la mano; os imponen estas conclusiones la
ley de equilibrio, el principio de dualidad, el principio de indestructibilidad y transformismo, el
principio de analogía, todos ellos combinados, y que podéis objetivamente controlar que
existen como leyes de los fenómenos. Las otras leyes concurren y convalidan, completando el
concepto. Ellas constituyen un organismo, de forma que tocar una equivale a tocarlas todas,
más o menos, y a todas las encontráis conectadas, por doquiera. Así, la ley de la causalidad se
manifiesta en este caso regulando los efectos de vuestras acciones y concatenándolas todas en
aquella línea progresiva bien definida de transformismo, que llamáis vuestro destino. Esta ley
proporciona el efecto a la causa, excluyendo posibilidades de derivación de lo que es
eterno, de una cantidad temporal. Y se encuentra implicada para vosotros, en ella, la ley
de continuidad, que combinada con la precedente os dice que es absurda la aparición
brusca de un fenómeno, sin una larga maduración, no importa si subterránea e invisible.
Un organismo de leyes tan complejo, como el que os he descrito, lleva inmediatamente
al absurdo eliminándola por imposibilidad lógica toda violación de los principios.
No hay allí puesto para el desorden, fuera del particular que como desorden aparente es
condición de un orden mayor. En la gran máquina del universo nada puede escapar a los
principios que regulan su perfecto funcionamiento. Claro que a vosotros sumergidos
en el mundo de los efectos, en el contacto inmediato con lo relativo y lo particular el
universo puede pareceros un nudo caótico e inextrincable. Sin embargo, véis que todo
123
sobrevive entre tanta destrucción, que, no obstante tal cantidad de movimientos en toda
dirección, y la distinción del principio único en tantos momentos diversos, el ritmo se
reconstruye perfecto gracias a los tres grandes principios de unidad, orden, equilibrio.
Os he mostrado los caminos de la síntesis, y cuanto más subáis hacia lo Alto, tanto más
evidente sentiréis el monismo en el Todo y, en el proceso genético, la estructura de un
concepto, y el universo entero armonizarse en el concierto inmenso de la totalidad de
las criaturas, de todas las actividades, de los principios todos. No os aisléis en vuestro
pequeño yo, en aquel separatismo que os limita y aprisiona. Comprended esta unidad,
arrojaos en ella, fundios en la misma y os volveréis inmensos. Por sobre el estridor del
contraste y la lucha, oiréis a un inmenso ritmo majestuoso cantar. Así como la fuerza de
gravitación liga de modo indisoluble las unidades físicas que en el espacio giran, así
también la unidad de concepto directivo une a todos los fenómenos en una solidaridad
indisoluble, hace hermanos entre sí a todos los seres. Este universo tan inestable y, a
despecho de ello, siempre equilibrado, tan diferenciado en el particular y, sin embargo,
tan compacto en el conjunto, tan rígido en sus principios y, no obstante, elástico, de tal
modo resistente a cualquier desviación, pero sensibilísimo, es una gran armonía y una
sinfonía inmensa, donde miríadas de notas diversas, desde el rugido del trueno hasta los
cataclismos estelares, del torbellino atómico al canto de la vida y del alma, armonizan
en un solo himno que dice: “Dios”.
XLI. INTERMEZZO
124
vosotros ocultáis, porque, en lo hondo de la risa de los que gozan, oigo el estertor de la
desesperación.
¡Alma, alma, divina centella que ninguna locura vuestra podrá jamás matar,
pronta a resurgir, y cada vez más bella, de todo dolor! Potencia que jamás se sacia de
ser y de crear, sólo tú vives verdaderamente. Ninguna conquista del pensamiento,
ninguna afirmación humana sabe extinguir jamás tu sed de infinito. Vuestra ciencia, con
demasiada. Frecuencia pura presunción de palabras eruditas, vuestra civilización, por
entero exterior y mecánica, han olvidado esto que constituye el centro de la vida, la
causa primera de los fenómenos que os son más próximos e intrínsecos. El alma tiene
sus necesidades y sus derechos; no se puede matar, no se puede aturdir para hacerla
callar. ¿No escucháis, acaso, su desesperado grito, que entre vuestros asuntos
individuales y sociales se eleva? Su vida abandonada pesa sobre vuestro destino y lo
trastoca. Vuestra alma sufre y no sabéis siquiera tornar a encontrarla; ciertos abismos os
espantan y las aguas se cierran tranquilas, con aparente sonrisa, sobre el tremendo
báratro. ¿Qué habrá allá abajo, en el misterio de las causas profundas que quisierais
ignorar y alejar de la conciencia? Algo palpita y tiembla en la tiniebla profunda. Toda
alma esconde en sí secreta sombra adonde no se atreve a mirar, pero que jamás sabrá
cómo ocultarla ante sí misma; una sombra siempre pronta a resurgir, no bien una hora
de paz disminuye la tensión de la carrera loca con que desearíais distraeros. No se sacia
el alma arrullando al cuerpo con comodidades superfluas y costosas, acariciando los
ojos con un centellar todo exterior. En la satisfacción de los sentidos, algo igualmente
sufre en lo íntimo y agoniza en una angustia profunda. Un vacío queda dentro de voso-
tros, donde una voz solitaria, perdida y desconsolada, se eleva inquieta para preguntar:
¿Y después?
Entonces os hablo yo. Hablo en tono de pasión, para las almas prontas y
ardientes; en tono de sabiduría, para quien esté más apto a responder a las vibraciones
intelectivas. Hablo a todos, pues quiero conmoveros y uniros en una fe más alta y en
una verdad más profunda Y aquí, donde me dirijo a la mente, llamo a reunión a todos: a
químicos y filósofos; a teólogos y médicos; astrónomos y matemáticos; juristas y
sociólogos; economistas y pensadores; en suma, a los sabios en todo campo de lo
cognoscible humano, y hablo a cada cual en su lenguaje; llamo a reunión a las mentes
más selectas, las que guían el pensamiento humano, para que comprendan esta Síntesis
y sepan, finalmente, alcanzar en ella un pensamiento unitario, que todo lo resuelva y
que lo diga todo, a la mente así como al corazón, para los supremos fines de la vida.
La presente pausa tiene por objeto deciros que en el fondo de este árido tratado
científico arde una inmensa pasión de bien, y que esta pasión constituye la chispa que
anima a toda esta ciencia que os expongo. Quien no sienta tal chispa, que por vías
directas se comunica de alma a alma, aquel que eche sobre este escrito una ojeada
simplemente curiosa o sólo ávida de saber, no quedará nutrido.
125
La pluma que escribe, y que mi pensamiento acucia, desearía precipitarse hacia
las conclusiones. Pero la vía debe recorrerse en su totalidad; el edificio vasto es y el
trabajo debe ser ejecutado completo, para que la construcción resulte sólida y pueda
resistir a los golpes del tiempo y de los escépticos. A esta pausa que os concedo dejo la
alegría de las anticipaciones, el presentimiento de las conclusiones y el reposo de la
visión de conjunto. El tratado mismo se valoriza así, se enciende una luz más alta que la
pura erudición o los fines utilitarios, se ilumina con un significado que la ciencia no
muy a menudo tiene. Sólo con tal nobleza de metas y pureza de intenciones se tiene el
derecho de mirar de frente a los más grandes misterios del ser; se tiene derecho de
afrontar los problemas que tocan a la vida y a la muerte.
128
He aquí la que pido al alma del mundo. Su alma colectiva, una y libre, como
sólo un alma puede elegir, y de su elección dependerá el porvenir. Un incendio debe
arder, tal, que disuelva todo el hielo de odio y egoísmo que os divide, que os lleva a la
indigencia y os atormenta. El mundo, de un hemisferio a otro, me escucha, y mi voz llama a
reunir a todos los hombresde buena voluntad. El nuevo reino, es el esperado Reino de
Dios, vale significar, una inmensa construcción que ha de llegar, en el corazón de los
hombres antes que en las formas humanas; creación principalmente interior, que se
opera tornándoos mejores. Si no comprendéis, la marcha del progreso del mundo se
detendrá por milenios.
He querido efectuar en medio del camino esta pausa, este cambio de argumento
y de estilo; tras el frío análisis científico, este estallido de pasión, para que yo sea
comprendido y “sentido” por todos. He querido esta pausa para que este tratado,
complejo para los simples y superfluo para los puros de espíritu que han comprendido
ya, recuerde a la ciencia que no ha nacido sólo para dar soberbia muestra de sí, sino que
le cabe, más bien, la responsabilidad moral de la guía de las conciencias; para que
recuerde a la ciencia que es tocada por mí y superada por un fin harto más elevado que
el del conocimiento o el de la utilidad que la mueve. Un fin que la ciencia ha ignorado
con excesiva frecuencia: la ascensión del hombre hacia más altos destinos.
Claro que resulta un lenguaje muy extraño en vuestro tiempo, según vuestra
actual psicología, para vosotros, hombres de razón y de ciencia, éste que unifica la
totalidad de los problemas los del saber y los de la bondad y pone juntos y fusiona
ciencia y Evangelio, más allá de vuestras distinciones, en una misma Síntesis. Pero
todos vuestros sistemas racionales y científicos son hijos de vuestra psicología de hoy, y
la cual no es la de ayer ni la de mañana; vuestros métodos y puntos fijos conceptuales
pasarán, como pasaron otros, y todo será superado. El tiempo os cambia, hijos del
tiempo, y os impulsa cada vez más hacia lo Alto. Así como las formas de lucha
evolucionan y evolucionan también las formas del dolor, de esa manera evolucionan el
pensamiento y sus formas, pues que continua es la creación y el dinamismo divino está
siempre presente.
Y a aquellos que, en el campo de toda religión, escrutan para hallar aquí el error
y condenar, les digo yo que pongan con sinceridad su alma ante Dios y escuchen la
íntima voz que dice: esta palabra es verdadera. ¿Dónde está, os pregunto, dónde está
sobre la Tierra la fuerza que verdaderamente os conmueva y os arranque del continuo
cálculo de todos los intereses humanos? Y ¿quién hace, sobre la Tierra, un esfuerzo
enérgico, heroico y decisivo para la salvación de los valores morales?
129
Y a la ciencia que aguza el oído al escuchar resueltos, con su misma palabra,
problemas tan inusitados para ella, le digo: ha llegado la hora de cambiar de camino.
Porque es vano, es locura acumular millones de hechos sin jamás concluir. Urge la
síntesis y la ciencia calla; mira sus columnas de hechos, columnas de un templo
inmenso lleno de silencio, y calla. Le ata sus alas al suelo el apriorismo sensorial, que
limita los caminos de la indagación, el apriorismo de la duda que, si bien tiende a la
objetividad, cierra en cambio al espíritu las vías rápidas de la intuición y de la fe. Mente
y corazón exigen una respuesta; y los efectos últimos que tocáis con vuestros sentidos
no pueden daros otra cosa que los últimos reflejos de este incendio que invade el
infinito. No se da una respuesta sólo acumulando hechos; el principio vital que anima a
un árbol no se encontrará nunca observando y enumerando sus hojas, pues constituye
algo íntimo, profundo, inmensamente superior y esencialmente distinto de toda
apariencia sensoria. Así, en zoología y botánica anatomizáis cadáveres; y ¿qué pueden
deciros ya las formas de la vida cuando las habéis matado, expulsando de ellas aquel
principio substancial que las plasma y rige, que todo lo resume y determina, el único
capaz de expresar el significado del fenómeno?
Si es cierto que hay en la ciencia una impotencia apriorística para concluir y
los hechos lo han demostrado , por otra parte el interés y la ambición que son con
harta frecuencia el único y secreto móvil de todo trabajo cierran al alma los caminos
de la comprensión, alzando una barrera entre el “Yo” y el fenómeno. La actitud
psicológica del observador se torna, de este modo, en fuerza negativa y destructora.
¿Cómo podéis esperar que se os abran las puertas del misterio si vosotros mismos os
atrincheráis allí, en posición de desconfianza, si partís de la negación, si es así
contaminada la primera vibración originaria, según la cual toman dirección todas las
formas de vuestro pensamiento? Habéis de comprender que la duda, el agnosticismo,
constituyen una actitud psicológica negativa, disgregadora del fenómeno, y que es,
precisamente, esta posición la que os cierra los caminos que conducen a su comprensión.
Los fenómenos más sutiles y elevados se desvanecen así de manera automática al acercaros
vosotros a ellos, por lo que el ingreso de la ciencia en los más altos campos le está vedado.
Es necesario la presencia de un factor que la ciencia ignora a proposito: el factor espiritual y
moral. Él constituye la condición fundamental de sintonización y potencia de vuestra
psiquis, que es el instrumento de investigación. El porvenir de la ciencia reside en el mundo
más sutil de lo imponderable. Y si no lleváis vosotros a la investigación científica aquel
estado de ánimo que nace sólo de una grande, pura y desinteresada pasión, no avanzaréis un
paso. Tal actitud de vuestro “yo” es fundamental, porque es ley que, donde faltan sinceridad
de entendimiento e impulso de fe, las puertas del conocimiento se cierran. El misterio tiene
sus defensas y sus resistencias, y sólo un estado de vibración intensa puede tener la fuerza
para superarlas. La verdad no responde sino al llamado desesperado de una gran alma que
invoca la luz para el bien. Para quien mira ávido y curioso, su mirada se embota, y las
130
puertas del conocimiento permanecen cerradas. La Ley, más sabia que vosotros, no admite
en el templo a los inexpertos e inmaduros; el conocimiento, arma potentísima, no se
concede sino a quien sabe hacer buen uso de él. En la Ley, ningún desorden es lícito y
los inferiores no son admitidos para llevar confusión con su inconsciencia más allá de
su campo. Es ley que todo progreso sea merecido, vale decir, que a cada conquista
responda un valor substancial. La verdadera ciencia no constituye un hecho exterior,
donable a todos, accesible para toda inteligencia, sino que es la última fase de una
íntima y profunda maduración del ser. En la conquista del conocimiento, como en todas
las maduraciones biológicas, no hay posibilidad de acortamientos, sino que es menester
desarrollar la trayectoria entera del fenómeno. Debéis admitir que el universo existe
perfecto y tal funciona desde hace tiempo, independientemente de vuestro
conocimiento, que nada crea y nada desplaza a no ser vuestra posición.
Por otra parte, no podéis, ciertamente, presumir que el presente de vuestra
ciencia contenga la totalidad del saber posible. La experiencia del pasado os enseña que
todo puede cambiar por completo, con resultados inesperados, en cualquier momento. Y
por experiencia sabéis que las revoluciones en el campo del saber son normales en
ciertos instantes. ¿Y no es lógico y conforme con vuestras teorías materialistas
evolucionistas que la naturaleza, llegada a una maduración nueva, lance, toda extendida
hacia el futuro anticipo de las formas evolutivas en espera y en embrión , un tipo de
hombre nuevo, que pueda concebirlo todo de manera distinta? ¿No es lógicamente
posible que toda la técnica mental humana pueda así cambiar, tornando normal la
excepción de hoy, esto es, la intuición del genio, la inspiración del artista, la
superhumanidad del santo? Las fases evolutivas próximas a vosotros tocan, después de
la orgánica, la fase psíquica. Como véis, las nuevas concepciones de esta Síntesis,
incluso para la mentalidad de los escépticos, de los materialistas, se presentan con todos
los caracteres de la racionalidad y deberán ser reconocidas como aceptables, al menos
como hipótesis de trabajo. Y esto, también, en las últimas conclusiones de que os he
hablado. No sólo no se contradicen aquí los principios y postulados demostrados por los
hechos y aceptados por la ciencia, sino que son fusionados orgánicamente en una
unidad universal. La ciencia se combate aquí, y es corregida y elevada, con sus mismos
métodos, con su propio lenguaje. El escéptico halla en el tratado, no meramente los
caracteres de la posibilidad, sino los de la más grande logicidad. La razón queda saciada
en el seno de este organismo, que armónicamente, da razón de todo. Esta Síntesis puede
elevarse a teoría, por cuanto constituye el único sistema que de todos los fenómenos,
hasta de los experimentalmente incontrolables para vosotros, da una explicación
completa y profunda. No importa si lo que os digo no se ajusta a vuestras categorías
mentales, si no responde a aquel encasillamiento de conceptos que es hábito de vuestra
forma psíquica. La limitación de vuestra razón y la ceguera de vuestros sentidos os
llevan, naturalmente, a negar cuanto escapa a ellos; pero no importa. Son formas
131
relativas, que ya superaréis. Frente a la inmensa verdad, más que medios, constituyen
una prisión que os encierra y os limita. Pero pronto se liberará vuestro ser y la ciencia,
lo quiera o no, ha de superar su actual posición.
133
El hombre rehará el gran descubrimiento de que un pensamiento supremo
desciende de lo Alto. Y en la investigación fenoménica, la ciencia, consternada, verá
entrar este imponderable y nuevo elemento, relegado antes a lo hipotético y absurdo, o
sea, la bondad y la rectitud, los valores morales que constituyen la pureza y potencia del
instrumento psíquico, que comunica por sintonía y afinidad. Así como en el templo la
música de los sonidos, saturando el ambiente de armonías acústicas, prepara al alma
para la comunión espiritual de la oración, no de otro modo la armonía de los senti-
mientos y conceptos, atrayendo más vastas armonías, preparará al espíritu para las más
altas comprensiones. La inspiración creadora substituirá, como medio normal, a la lenta
investigación racional. Y la ciencia verá su racionalidad limitada a la función de un
medio menor, ya insuficiente ante los nuevos y formidables problemas que sólo la
visión directa puede afrontar y resolver. Y los componentes de la superhumanidad que
va del hombre de ciencia al artista, del mártir al héroe, del genio al santo hasta ahora
incomprendidos en su función biológica de seres anclados a un más alto nivel que la
normalidad mediocre se darán la mano en el mismo trabajo, realizado bajo mil
aspectos y afrontado por otros tantos lados, en la tarea de iluminar y guiar al mundo. Y
el superhombre, ciudadano del tan esperado Reino de Dios, normalizará su función
colectiva, dejando a la razón de los menores, de los atrasados, de los últimos en llegar
en el camino evolutivo, la tarea mecánica del análisis de las grandes visiones intuitivas,
para fijarlas y demostrarlas a las normalidades miopes. La maduración de esta
superhumanidad será la mayor creación biológica de vuestra evolución, que representa
el paso a una ley de vida superior, aquella que va de la fuerza a la justicia, de la
violencia a la bondad, de la ignorancia a la conciencia, del destructor egoísmo al amor
constructivo del Evangelio. Es esta la superación de la fase animal y humana, la más
alta vivida en vuestro planeta, donde culmina el esfuerzo preparado durante millones de
milenios, en que la evolución ascendente de la materia a la energía, a la vida, al espíritu,
toca las más elevadas cimas, desde las cuales os lanzaréis al encuentro de lo infinito.
XLV. EL GÉNESIS
134
Después dijo Dios: Produzcan las aguas los reptiles animales
y vivientes, y los pájaros sobre la tierra y por lo ancho del cielo.
Y creó Dios los grandes peces y todos los animales vivientes...
producidos por las aguas según su especie...
Y dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...
Y Dios creó al hombre a su semejanza...
...formó al hombre del polvo de la tierra y te inspiró en la
cara el soplo de la vida; y el hombre fue hecho alma viviente.
Tales fueron los orígenes del cielo y de la tierra...”
(Pentateuco: El Génesis, cap.I).
138
En el principio había el movimiento, y éste se concentró en la materia; de la
materia nació la energía; de la energía emergerá el espíritu.
El movimiento concéntrico del sistema planetario atómico contiene, en germen,
la génesis y el desarrollo de las formas de . Así como la química orgánica se diferencia
de la inorgánica por sus fórmulas abiertas comunicantes en equilibrio inestable (efecto y
no causa de la vida), así también se pasa de la forma materia a la forma energía por la
expansión del sistema cinético cerrado de , en el abierto de . Pues la substancia de la
evolución es la extrinsecación de un movimiento que por involución se centraliza y por
evolución se expande, alcanzando, a través de las dos fases de este respiro suyo, una
manifestación cada vez mayor.
En consecuencia, se debe relacionar dos hechos: el movimiento circular íntimo
en el sistema atómico de (materia), y el movimiento ondulatorio propio de (energía).
Para comprender el punto de paso de a , es menester reducir las dos fases a su común
denominador o unidad de medida, el movimiento, cuya forma es lo que individualiza
diversamente la substancia en sus varios estados. He aquí los dos términos a conjugar,
vistos en su esencia. Por una parte, el sistema atómico. Hemos visto que él se halla
compuesto de uno o más electrones que giran en torno a un núcleo central, y que lo que
determina la individuación atómica es el número de electrones que giran alrededor del
núcleo (en un espacio inmenso, en relación con su volumen). El sistema atómico es de
naturaleza esférica. Si la rotación estuviese en un plano, no se tendría el volumen. Por
otra parte, tenemos la característica fundamental propia de todas las formas de energía,
la de que se transmiten por ondas esféricas. Hemos notado ya, en la génesis de la
gravitación, el principio de la transmisión esférica de la onda, demostrado por el decre-
cimiento de la acción en razón del cuadrado de la distancia. Esta ley no constituye sino
una consecuencia de las propiedades geométricas de los cuerpos esféricos, y la
determina el hecho de que las superficies de esferas concéntricas son proporcionales al
cuadrado de sus radios. De consiguiente, siempre que encontréis esta ley de los
cuadrados de la distancia podéis pensar con seguridad que se trata de transmisión por
ondas esféricas. Esto es controlable fácilmente con cualquier fuente de luz y de sonido.
Como véis, la naturaleza circular de tos dos movimientos es constante, propia de la
unidad atómica tanto como de la transmisión dinámica.
Pero precisemos todavía mejor. El movimiento rotatorio del sistema atómico no
es simplemente circular, él es, más exactamente, espiraloidal. Vimos, en el estudio de la
trayectoria típica de los movimientos fenoménicos (figs. 4 y 5), que ésta es la línea de
su devenir. Toda la evolución contiene este principio de dilatación, de desarrollo, de
paso de un estado de latencia al de actividad, de fase potencial que alcanza la fase
cinética: es ésta una tendencia constante en el universo, y en el presente caso significa
transformación del movimiento de rotación en movimiento de traslación.
139
Por tanto, la primera afirmación que os explica la génesis íntima de , es que el
sistema atómico es de naturaleza espiraloidal (la espiral, entendida como sección de
una esfera en proceso de dilatación). Dada esta su forma e íntima estructura, el átomo
constituye el centro normal de emanaciones dinámicas, el germen natural (lo que es la
semilla en la vida, y por idéntico principio de expansión) de las formas de energía.
Segunda afirmación, más compleja: os he dicho que el núcleo, centro de la
rotación electrónica, no es el último término. Añado ahora que es un sistema planetario
de igual naturaleza y forma que el atómico, dentro de éste hasta lo infinito, compuesto y
a la vez factible de descomposición en sistemas menores e internos semejantes.
Además, agrego que el núcleo constituye la semilla o germen de la materia. De las 92
especies de átomos, el de hidrógeno es el más simple. Químicamente indescompuesto,
está constituido por un núcleo y un solo electrón que a su alrededor gira. Quitad aquel
único electrón al núcleo y tendréis entonces el éter, la substancia madre del hidrógeno.
El éter, por consecuencia, se halla compuesto sólo de núcleos, sin electrones, y el paso
del éter a H y, sucesivamente, a todos los cuerpos de la serie estequiogenética, se
verifica mediante la abertura progresiva del sistema espiraloidal. En principio, en el
paso de éter a H se tiene la abertura del sistema del núcleo con emisión de un solo
electrón; luego de dos, de tres, hasta 92. Como el sol en el sistema solar, el núcleo es el
padre prolífico de todos sus satélites, en que se da y multiplica por un principio general que
volvéis a encontrar en la reproducción por escisión, en virtud de la cual todo organismo, sea
núcleo o átomo, cuando se ha acrecentado y enriquecido demasiado en su desarrollo por
evolución, se escinde en dos. Así también la materia prolífica. Las combinaciones químicas,
pues, que realizáis no constituyen otra cosa que combinaciones de sistemas, de trayectorias,
de movimientos planetarios. Una molécula es, por tanto, una verdadera familia de
individuos atómicos estrechados por relaciones de acción y reacción, por vínculos más o
menos estables, que pueden romperse y renovarse diversamente. Y sabéis con cuán
rigurosa exactitud estas combinaciones, estos parentescos se unen. Una ley férrea y
exacta rige de manera permanente el equilibrio de las relaciones, que habéis expresado
en las fórmulas químicas. Pero la verdadera base de la teoría atómica, cuya esencia no
os ha sido demostrada todavía, es la que acabo de deciros, o sea, la de los sistemas
planetarios atómicos que, reuniéndose en las moléculas de los cuerpos, combinan sus
movimientos con toda la cohorte de sus satélites. Véis que la verdadera química, se basa
toda sobre la arquitectura íntima del átomo y de ésta deduce las propiedades de los
cuerpos; es, en el fondo, geometría, aritmética y mecánica astronómica, y puede
reducirse a un cálculo de fuerzas. No ha de maravillar, pues, que de tal materia, hecha
toda de movimiento y de energía, pueda nacer luego, espontáneamente, .
Del mismo modo que la involución constituye concentración, así la evolución
es el proceso inverso, de expansión. Llegada la materia a su última forma, última en la
serie estequiogenética (el Uranio, con un sistema planetario de 92 electrones), la
140
materia decís se disgrega por radioactividad. Al orden de formación sucesiva de los
elementos vemos que corresponde el aumento de peso atómico. Dicho aumento, que
llega aquí a su máximo, es determinado por el paso de la energía desde su forma
potencial como está en el núcleo a su forma cinética, como en los diversos sistemas
atómicos, cada vez más complejos. (La emisión de cada nuevo electrón desde el núcleo
implica siempre el agregado de una nueva órbita, y éstas, a medida que nos acercamos a la
periferia, se tornan cada vez más veloces). Como observáis, el peso atómico es más que un
simple índice del grado de condensación, mas se conecta con la ley según la cual la masa de
un cuerpo es función de su velocidad, y con el hecho de que solidez y constitución de la ma-
teria son toda una función de la velocidad que anima sus partes componentes.
Habéis notado ya que la disgregación por radioactividad es desintegración
atómica, vale significar un nuevo desplazamiento de equilibrio en el edificio atómico,
por lo cual parten de éste emanaciones de carácter dinámico. Llegado a tal punto de su
evolución, el sistema máximo de q no hace sino continuar su movimiento de naturaleza
espiraloidal en la dirección expansional seguida siempre, que tornamos a hallar en todas
partes, desde el sistema espiraloidal galáctico hasta la trayectoria típica de los
movimientos fenoménicos. Esto es, a saber, la espiral continua, abriéndose hasta el
punto que los electrones no vuelven ya agitar en torno al núcleo, sino, a la manera de
cometas y no ya de satélites, se lanzan-a los espacios con trayectorias independientes.
Llegados a la máxima órbita periférica, donde es asimismo máxima la velocidad de
traslación, se rompe allí el equilibrio atracción-repulsión, hasta entonces estable, y los
electrones, no pudiendo ya mantenerse en la órbita precedente, se proyectan como
bólidos fuera del sistema, a merced de impulsos dirigidos hacia nuevos equilibrios.
Prácticamente, todo electrón circula a velocidad angular uniforme en su órbita, que
puede asumirse como circular, siendo la apertura espiraloidal con desplazamientos
mínimos. En el ámbito de las fuerzas de la astronomía atómica, para toda órbita existe
equilibrio entre la atracción del electrón hacia el núcleo y la fuerza centrífuga debida a
la masa del electrón y a su rotación, que tiende a lanzarlo a la periferia. Comprendéis
que basta que la velocidad de rotación de las partículas periféricas se torne tal que el
impulso centrífugo supere a la fuerza de atracción que las mantiene en su órbita, para
que huyan tangencialmente al espacio. Cuando digo electrón, no quiero significar
materia, en vuestro concepto sensorial, sino que entiendo otro torbellino dinámico (cuya
masa la determina la íntima velocidad del sistema), que toma características de materia
sólo en cuanto es un todo vibrante por íntima velocidad, en su sistema circular cerrado.
Llegada al último grupo de la serie estequiogenética, el de los cuerpos radioactivos,
inicia de esta manera su transformación en , por expulsión progresiva de electrones
(cometas). Corresponde ahora, lógicamente, una pérdida de masa. En otros términos,
las cualidades radioactivas se hacen cada vez más evidentes, con tendencia
progresivamente más acentuada a la disgregación espontánea y a la formación de
141
individuaciones químicas cada vez más inestables, cuyo sistema de fuerzas se desplaza,
asimismo, cada vez más rápidamente en busca de nuevos equilibrios. Os he expuesto
así la íntima estructura del fenómeno, el porqué de la aparición de la radioactividad en
el extremo límite de la serie estequiogenética, y las razones de la inestabilidad de los
cuerpos radioactivos y de la disgregación de la materia. Recordad que en este momento
decisivo el universo, así como cambia de fase de a , también cambia de dimensión,
como vimos, de espacio a tiempo; es decir, que la tercera dimensión espacial del
volumen se completa en la nueva dimensión temporal, característica unidad de medida
de la nueva forma de movimiento, no ya circular, sino ondulatorio.
144
formas de , la vida y la conciencia. Si las primeras formas dinámicas son las más rápidas y
potentes, las últimas, por su parte, son las más sutiles y evolucionadas.
Si observáis la frecuencia progresiva (por segundo) de las vibraciones de un
cuerpo es el espacio, comprobaréis la aparición de las varias formas de energía. El
fenómeno no es nuevo para vosotros sino como comprobación pura. Partiendo, por la
facilidad de la observación, del estado de quietud (que para nosotros, en cambio, es el
punto de llegada), véis que al nivel de 32 vibraciones por segundo se manifiesta la
forma que llamáis sonido. El mismo oído logra, en las notas más bajas, percibir el ritmo
vibratorio lento y profundo. Sucesivamente, la frecuencia progresiva se desarrolla por
octavas, principio que encontramos ya en la serie estequiogenética y que volvemos a
hallar en la luz y luego en los sistemas cristalinos y en la zoología. Hacia las 10.000
vibraciones por segundo los sonidos, hechos agudísimos, pierden todo carácter musical.
Más allá de las 32.000 vibraciones, vuestro poder de percepción auditiva cesa, de forma
que no os dan las vibraciones ninguna sensación. Desde aquella frecuencia al billón de
vibraciones, nada hay para vuestros sentidos. En torno al billón tenéis la zona de las ondas
eléctricas (Hertzianas). Solamente a este nivel entramos en el campo de las verdaderas
formas dinámicas, cuya onda se propaga por el éter. Las ondas acústicas no constituyen sino
la última degradación, donde la energía se extingue en la densa atmósfera.
A la zona de las ondas eléctricas sucede, desde los 34 billones hasta los 35
trillones, otra zona también ignorada por vuestros sentidos e instrumentos. Sigue luego
la región que va de los 400 a los 750 trillones de vibraciones por segundo, en que
aparece la lux, desde la roja a la violeta, en todos los colores del espectro solar; y más
exactamente: Rojo (rayo menos refrangible), media de 450 trillones de vibraciones por
segundo; Anaranjado, 500; Amarillo, 540; Verde, 580; Azul, 620; Índigo, 660; Violeta (el
más refrangible), 700. He ahí las siete notas de esta nueva octava óptica, y cuando vuestra
vista percibe vuestra música de colores no puede superar una octava de vibraciones.
Allende esa octava, otras “notas”, invisibles para vosotros, existen: los rayos
infrarrojos, “notas” demasiado graves para la retina, y las radiaciones ultravioletas,
“notas” en exceso agudas, regiones dinámicas limítrofes con el espectro visible;
sensibles, las primeras, tan sólo como radiaciones caloríficas (obscuras); las segundas
por su acción química y actínica (fotografiables, pero obscuras para la vista). Sólo un
breve trazo inexplorado, y más allá de las notas más bajas del infrarrojo, vea ahí las no-
tas más agudas de las radiaciones electromagnéticas hertzianas. Si continuáis por el
lado opuesto más allá del ultravioleta el examen del espectro químico (varias veces
más extenso que el espectro visible), atravesáis una región ignorada para vuestros
sentidos y llegáis, sobre los 228 cuadrillones, a una zona que alcanza los 2 quintillones de
vibraciones por segundo. Esta es la región de la radioactividad, ya que los rayos (, , )
producidos por la desintegración atómica radioactiva (electrones negativos lanzados a alta
velocidad) son análogos a los producidos por descargas eléctricas en los tubos al vacío de
145
Crookes (Rayos X o Röntgen). Si seguís todavía, hallaréis las emanaciones dinámicas de
orden gravídico. Aquí, la serie evolutiva de las especies dinámicas vuelve a conectarse con
la de las especies químicas, de las cuales es la continuación.
Comprendemos ahora el significado de estos hechos. La serie presenta
evidentes lagunas para vuestra observación. Pero, yo os he indicado la marcha general
del fenómeno y el principio que lo rige; podéis, pues, siguiendo su ley, definirla a priori
en las fases ignoradas, por analogía con las fases conocidas, como os dije respecto de
los elementos químicos ignorados de la serie estequiogenética.
El vínculo entre esta última y la serie dinámica está, precisamente, en la fase de
las ondas gravídicas, y lo hemos visto ya. Hemos observado, también, la región
contigua de las emanaciones radioactivas. La escala evolutiva de las formas dinámicas
asciende, efectivamente, desde estas fases de máxima frecuencia hacia las de menor
frecuencia, en orden inverso del seguido más arriba para simplificar la exposición. En
otros términos, la evolución dinámica implica un proceso de degradación de la
energía, hasta que ésta se extingue (sólo como manifestación dinámica) en vibraciones
cada vez más lentas y en un medio cada vez más denso (no ya éter, sino atmósfera,
líquidos o sólidos). Lo que toca a las formas de son los tipos dinámicos más cinéticos
y ello es lógico, vista la naturaleza y transformación del movimiento , y a medida
que desde se alejan, tienden a un estado de inercia; también esto otro es lógico, dado
el agotamiento (resistencia del ambiente y proceso de difusión) del impulso originario
(degradación). De modo que el orden evolutivo de las formas dinámicas es el siguiente
(teniendo en cuenta tan sólo las regiones que conocéis):
1º Gravitación.
2º Radioactividad.
3° Radiaciones químicas (Espectro invisible del ultravioleta).
4° Luz (Espectro visible).
5° Calor (Radiaciones caloríficas obscuras. Espectro invisible del infrarrojo).
6° Electricidad (Ondas hertzianas, cortas, medias, largas).
7° Vibraciones dinámicas (Ondas electromagnéticas, ultrasonidos, sonidos).
También aquí siete grandes fases, correspondientes a las siete series de
isovalencias periódicas que en la escala estequiogenética, desde S 1 a S7, representan los
períodos de formación y evolución de la materia. Las zonas de frecuencia intermedias
(ignoradas, como las tenéis asimismo en la serie estequiogenética), constituyen las fases
de transición entre un tipo y otro de estos puntos culminantes. En la ascensión decrecen
las cualidades cinéticas, el potencial sensible de las formas; pero lo que se pierde en cantidad
de energía se adquiere en calidad; esto es, que se pierden cada vez más las características de
la materia, punto de partida, y se adquieren cada vez más las de la vida, punto de llegada.
Así recorre la Substancia el camino de la fase , y desde la materia llega a la vida.
146
Observemos, ahora, el conjunto del fenómeno más de cerca, en su íntima
estructura cinética. Se pueden individualizar estas formas, además de por la frecuencia
vibratoria, por la longitud de onda; y veremos luego las relaciones entre estos dos
hechos. Longitud de onda es el espacio recorrido por la onda en la duración de un
período vibratorio. Individualizadas por longitud de onda, las formas dinámicas se
presentan con características propias. En tanto que, ascendiendo a lo largo de la serie de
las especies dinámicas, el número de vibraciones disminuye, la amplitud de la onda
aumenta. Así, por ejemplo, mientras en el espectro, del violeta el rojo, la frecuencia
decrece de 700 a 450 trillones de vibraciones por segundo (y decrece, asimismo el
poder de refracción), la longitud de onda aumenta respectivamente de 0,4 (zona
violeta) a 0,76 (zona roja), límites estos de las longitudes de onda de las radiaciones
visibles (la letra griega significa micrón, o sea, la milésima parte de un milímetro). Y
continúa aumentando en la dirección del infrarrojo y las ondas eléctricas, y
disminuyendo en la del ultravioleta y los rayos X.
Si os llegáis a lo 0,2 (ultravioleta) y superáis el extremo ultravioleta,
encontraréis los rayos X. Ahora, los rayos X de mayor longitud de onda, no son más que
rayos ultravioleta y viceversa. Estamos en los 0,0012. Continuando en el otro extremo
de la serie X, halláis los rayos , que son los más duros y penetrantes, generados por la
desintegración de los cuerpos radioactivos. Alcanzaréis de este modo la longitud de
onda de 0,0005.
En la dirección opuesta, la onda aumenta. Más allá de los rayos rojos, la zona
de las radiaciones invisibles del infrarrojo va de una longitud de 1 a 60 y más.
Después de una zona inexplorada aparecen radiaciones de longitud incluso mayor, las
ondas hertzianas que van de pocos milímetros
(millares de ), a centenares y millares de metros, como las que empleáis en las
transmisiones radiofónicas.
Esta relación inversa, vale expresar, tanto la rapidez vibratoria decreciente
como la progresiva extensión de la longitud de onda, responden al mismo principio de
degradación de la energía. En tal degradación, que no constituye ni pérdida ni fin, sino
tan sólo transformación que vuelve a adquirir en calidad lo que pierde en cantidad, está
la substancia de la evolución.
Permaneciendo en el campo de las vibraciones puras, o sea, las del éter, y
excluyendo de la serie las últimas fases (sonido) de degradación en medios más densos,
en el ápice de la escala encontramos la electricidad como la forma más evolucionada,
de frecuencia vibratoria mínima y longitud de onda máxima. La frecuencia de vibración
se ha tornado más lenta, la onda se ha extendido. La potencia cinética se amortigua allí
en una zona más tranquila. Llegadas a este punto, las formas dinámicas han creado el
substrato de un nuevo impulso potente, de un nuevo modo de ser. Alcanzado ya el más
147
alto vértice de la fase dinámica, se encamina la evolución hacia creaciones nuevas, pasa
desde esta su última especialización (por reorganización de las formas individuadas en
unidades múltiples colectivas) a especies de una clase más alta. Sin dicha recuperación
evolutiva, el universo dinámico tendería por degradación al nivelamiento, a la inercia, a
la muerte(1). Y tal hubiera sido su fin si, en el momento de la más avanzada degradación
de la energía, a los primeros signos de vejez de las formas dinámicas, el esfuerzo,
íntimo realizado (que en la substancia no constituye degradación sino maduración
evolutiva) no fuese utilizado, y las especies dinámicas, finalmente maduras y prontas,
no se organizaran en individuaciones más complejas.
Así como en el último escalón de la serie estequiogenética los cuerpos
radioactivos se transforman en energía, del mismo modo, en el último grado de la serie
dinámica la electricidad se transforma en vida. Y de igual manera que la energía
significó, frente a la materia, el principio nuevo del movimiento por onda y la nueva
dimensión tiempo, así la vida, frente a la energía, significará el principio nuevo de la
unidad orgánica, de la coordinación de las fuerzas, el principio de la transmisión
dinámica elevado a entrelazamiento inteligente de continuos intercambios y al
surgimiento de la nueva dimensión conciencia.
149
evolución atómica alcanza las especies radioactivas. Primero los cuerpos de peso atómico
menos elevado, luego, los de peso atómico cada vez mayor. Primero el magnesio, silicio,
calcio; más tarde aparecen los elementos más sólidos, como son la plata, platino, oro, menos
jóvenes. Volvéis a encontrarlos en el viejo sistema solar y en su parte más solidificada y
enfriada, los planetas, en tanto que los cuerpos simples en el estado gaseoso, como el
hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, son en vuestro globo más raros. Allí aparece la radioactivida
como fenómeno tan difuso, que es como una función inherente a la materia, vista la etapa en
que se encuentra ella en vuestro planeta. Hacia el centro de éste, donde la materia se ha
mantenido más caliente y se halla menos envejecida, son más escasos los cuerpos
radioactivos, tanto, que sólo a 100 kilómetros de profundidad la radioactividad casi
desaparece. Cumplida 1a maduración dé las formas de , ha ocurrido asimismo la expansión
del torbellino galáctico, del centro a la periferia, el enfriamiento y la solidificación de la
materia. Ésta ha cumplido el ciclo de su vida y la Substancia adquiere nuevas formas, se
transforma, con lentitud, en individuaciones de más alto grado. La dimensión espacio se
eleva a la dimensión tiempo. La materia inicia una transformación radical, dando todo su
movimiento tipo al movimiento tipo . El torbellino nuclear del éter ha desarrollado en la
fase el torbellino atómico de la materia. Llegado al máximo de dilatación, este torbellino
continúa expandiéndose y desarrollando las formas dinámicas, y nace la energía; la
Substancia sigue evolucionando y prosigue en su ascenso. La primera emanación
gravídica, de longitud de onda mínima y frecuencia vibratoria y velocidad de
propagación máximas en el sistema dinámico, se completa con la emanación
radioactiva de la desintegración atómica. El proceso de transformación dinámica, que
tiene sus raíces en la evolución estequiogenética, se aísla, afirmándose resueltamente.
El torbellino atómico se quiebra y descompagina, por expulsión progresiva desde el
sistema, de aquellos electrones nacidos ya por expulsión del sistema nuclear. Es un
continuo convertirse en acto aquello que estaba en potencia, encerrado en germen por
concentración de movimiento. Y nacen nuevas especies dinámicas: después de la
gravitación y la radioactividad, aparecen las radiaciones químicas, la luz, el calor y la
electricidad, siempre en orden de frecuencia vibratoria decreciente y longitud de onda
progresiva. La materia, que ha vivido y no posee ya vida propia, responde al impulso de
este nuevo torbellino dinámico por ella generado, y es invadida y movida toda por el
mismo. Este es vuestro actual universo: la materia moribunda, la energía en plena
madurez, la vida y la conciencia jóvenes, en vías de formación. Los cadáveres de la
materia solidificada en lo sucesivo y sin vida química propia de formación lanzados
y sostenidos en los espacios por la gravitación, inundados de radiaciones de todo
género, no son más que el sostén de formas de existencia más elevadas. De la
electricidad (la forma dinámica más madura) a un nuevo gran desarrollo de la
evolución, nace ya veremos cómo la vida: materia organizada en vida, esto es,
tomada en un torbellino incluso más alto. La vida, pequeña chispa en el origen, y donde
150
se continúa la expansión evolucionista del principio nuclear, atómico y dinámico (onda)
en una forma cada vez más compleja de coordinación de partes, de especialización de
funciones, de organización de unidades y de actividades; la vida, cuya substancia,
significado, objetivo y producto, son la creación de la conciencia, es , el espíritu. Y
desde la primera célula se iniciará, a lo largo de miríadas de formas y tentativas,
fracasos y victorias, la lenta conquista que ha de triunfar gradualmente en el hombre y
que de este último se lanza hoy hacia las últimas fases del tercer período de vuestra
evolución, que se resume en la conquista de la superconciencia y en la realización
biológica del Reino de Dios.
155
LII. DESARROLLO DEL PRINCIPIO CINÉTICO DE LA SUBSTANCIA
158
Detengámonos un instante en tal aproximación entre electricidad y vida, para
comprender por qué, precisamente, esta fuerza ha sido situada al comienzo de la nueva
manifestación. Sabéis que el equilibrio interno del átomo y las órbitas de su sistema
planetario son regidos por atracciones y repulsiones de carácter eléctrico, y que es el
equilibrio entre dichos impulsos y contraimpulsos lo que mantiene su contextura en una
condición de estática exterior. Por lo tanto, nada es tan apropiado para desplazar el equi-
librio del sistema e injertarse en aquel movimiento, como la intervención de un nuevo
impulso o acción de naturaleza eléctrica. Así, la electricidad se injerta en la vida y la
encontraréis siempre presente en ella, sobre todo si consideráis a ésta como os dije
en su íntimo dinamismo motor. Aunque sea refinándose como todo se refina por
evolución, vale expresar, adquiriendo en calidad lo que pierde en cantidad, mediante
una degradación paralela a la dinámica que hemos visto también en la vida subsiste
siempre la fuente originaria de naturaleza eléctrica. Ella constituye todos los fenómenos
nerviosos que guían y sostienen el funcionamiento orgánico; en la base de la vida existe
un sistema eléctrico de importancia por demás fundamental, que todo lo preside. La
electricidad permanece constantemente como centro animador y substancia interior de la
vida, cuya función central directiva, la más importante, asume siempre. Esta supervivencia
en posición tan sobresaliente bastaría para demostrar la parte substancial que la electricidad
debe de haber tenido en la génesis y desarrollo de la vida. Asimismo cuando alcanza las
formas de magnetismo, voluntad, pensamiento y conciencia, permanece el mismo principio,
aunque llevado a las fases de máxima complejidad. Verdaderamente, no se trata sino de la
continuación del mismo proceso de degradación que desde las formas dinámicas se
prolonga hasta las formas psíquicas.
Cuando en un sistema rotatorio sobreviene una nueva fuerza, ésta se introduce
en dicho sistema y tiende a sumarse y fundirse en el tipo de movimiento circular
preexistente. Podéis imaginaros cuán hondas complicaciones ocurren en el entretejido,
ya de por sí complejo, de las fuerzas atractivo-repulsivas. El simple movimiento
circular se agiganta en un movimiento vortiginoso más complejo. A raíz de la
introducción de nuevos electrones, el movimiento no sólo se complica en su estructura,
sino que se refuerza, nutrido por los nuevos impulsos. En lugar de un sistema planetario,
tendréis entonces una nueva unidad que os recuerda los remolinos de agua, las trombas
marinas, torbellinos y ciclones. El principio cinético de vuelve a ser tornado así por , en
una forma vortiginosa mucho más compleja y potente. Nace así una nueva individuación de
la Substancia, esta vez verdadero organismo cinético en que todas las creaciones y
conquistas o sea, trayectorias y equilibrios precedentemente constituidos subsisten, pero
coordinándose. Veremos cómo el tipo dinámico del torbellino contiene en embrión todas las
características fundamentales de la individuación orgánica y del Yo personal. En esta nueva
forma de movimiento, organización de sistemas planetarios, coordinación compleja de
fuerzas, en la inestabilidad misma de la nueva construcción, y en la rapidez de los continuos
159
intercambios con el ambiente, en su más intenso devenir de equilibrios que aun
cambiando vuelven siempre a encontrar el hilo conductor, se revela aquel psiquismo que
es el más refinado dinamismo a que llega la energía en la vida. Principio nuevo, pero hijo de
los anteriores, simple expansión de potencias centralizadas en estado latente, nuevo modo de
existir de la Substancia llegada a la periferia de las manifestaciones.
La primera expresión de adquiere, por consiguiente, la forma de torbellino.
El tipo de movimiento del átomo físico se combina consigo mismo en movimientos más
complejos, por obra de la nueva instalación dinámica. El nombre sánscrito “Vivartha”
significa, precisamente, este procedimiento que, desde la concepción hindú hasta las
más modernas hipótesis científicas, expresa la substancia de los fenómenos del
universo(1). Pero la esencia de a no es el torbellino que constituye sólo su manifestación,
la forma exterior con la cual se viste aquel principio inmaterial. , el espíritu, reside en
la Substancia, y la Substancia es el movimiento (velocidad), es lo que mueve y guía,
anima y rige el torbellino, sin lo cual perdería éste si tipo, su resistencia, y se extinguiría
reabsorbido en lo indiferenciado. Vosotros no encontráis y por tanto no podéis observar
más que fenómenos, o sea, efectos, manifestaciones; sólo esta exteriorización del
principio podéis tocar, y sólo desde ella sois capaces de remontaros al centro y hallar de
nuevo la causa. Digo esto para evitar dudas y malentendidos. Si ya lo era , es
principio todavía más inmaterial, absolutamente inmaterial, que permanece siempre
distinto de la materia, aun cuando la anime y mueva desde el centro. Por lo demás, ya
os dije que la materia es velocidad y que el átomo, así como el electrón, es un sistema
de fuerzas; por torbellino; pues, no se puede entender incluso en el sentido más
material sino un movimiento que arrastra consigo otros movimientos. En
consecuencia vuestro separatismo, que divide cuerpo y espíritu, carece de sentido, sobre
todo como antagonismo. No se trata más que de dos polos del ser, de dos extremos que
se comunican por continuos intercambios y contactos, de una zona de trayectoria en
camino. Vuestros conceptos habituales pierden todo significado apenas se mira en lo
profundo de las cosas. Y si me preguntáis por qué se manifiesta , el espíritu, en este
momento del transformismo evolutivo, y qué relación puede tener el origen de los
movimientos vortiginosos con la aparición de la conciencia, os diré que si la fase
había conquistado la dimensión tiempo, ahora la introducción del movimiento de en
el de y representa la construcción de edificios, verdaderos organismos dinámicos, los
cuales constituyen manifestación de un principio nuevo de coordinación y dirección de
movimientos, lo que significa la génesis de la nueva dimensión conciencia. La
conciencia hoy de superficie y analítica se convertirá en un organismo todavía más
complejo de movimientos vortiginosos, en una animadora de potencia nueva, en la
dimensión superconciencia sintética de intuición, en la dimensión volumétrica, la
máxima de vuestro sistema. Entonces, la materia ha de desmaterializarse de su forma
160
atómica, y el ser sobrevivirá más allá del fin de vuestro universo físico y de sus
dimensiones.
165
LVI. PARALELOS EN QUÍMICA ORGÁNICA
173
humana, que se siente a sí misma en el ámbito de su acción y sólo en cuanto es ella
trabajo de construcción. Hemos visto hacia qué superiores metas ella se dirige. Pero,
como siempre, lo que importa en la vida es el principio determinante de las fuerzas, es
seguir fa evolución de las causas y no como hacéis vosotros la evolución de los
efectos (evolución darwiniana).
Acabamos de ver, pues, cómo la energía eléctrica, o sea la onda dinámica más
degradada, construye, penetrando el edificio atómico, el sistema vortiginoso. No hay
que confundir este proceso con la introducción normal de energía “no degradada” en los
sistemas atómicos ya constituidos, a que asistís en toda transmisión dinámica (rayos
solares, etc.). El sistema vortiginoso, abierto por naturaleza y comunicante con el
exterior, poseyendo dos polos y todas las características que veremos, era el sistema
más apto para conjugarse, entrando en combinación cinética, con otros torbellinos
semejantes. El equilibrio se ha estabilizado de manera gradual, por las mismas
cualidades intrínsecas de aquel tipo de movimiento, en un sistema de vórtices
comunicantes, y así ha nacido el primer organismo colectivo. No todavía célula, no vida
propiamente dicha, esta unidad, de naturaleza esencialmente dinámica aún, organismo
de fuerzas que se detiene sobre el umbral del nuevo mundo biológico, contiene ya todos
los gérmenes del inminente desarrollo. Ha vivido sobre vuestro planeta, verdadera
forma de transición entre y , y ha agotado hoy su función biológica. No obstante lo
cual sobreviven sus huellas y podéis observarlas para deducir sus características. Pues
que la naturaleza no olvida, jamás anula definitivamente sus formas, de modo que el
recuerdo de sus tentativas resurge, aun cuando sea irregularmente. El rayo globular es
un organismo dinámico de constitución electrónica que os es posible observar en ciertos
casos. Descendiente lejano de los tipos más poderosos, de que ha nacido la célula, tiene
hoy, naturalmente un equilibrio inestable, transitorio, una breve persistencia de vida y
una tendencia a la descomposición. Aunque organismo efímero, que vuelve raramente
por recuerdo atávico, su aparición y comportamiento es hecho de vuestra experiencia.
Podéis, por consecuencia, comprobar cuántas afinidades presenta este ser primordial,
ya sea con los movimientos vortiginosos de que es hijo o bien con los fenómenos de la
vida, que él encierra ya en sí, como germen. Puesto entre los dos fenómenos que
conjuga en continuidad, presenta, naturalmente, sus mismas características comunes que
hemos visto. Con este nuevo término hemos cerrado la cadena que va desde la electricidad,
última especie dinámica (onda degradada), al vórtice o torbellino electrónico que ella
determina en la materia, al primer organismo de vórtices electrónicos, el sistema eléctrico
cerrado del rayo globular, y después a la célula, con la cual entramos en la vida.
El rayo globular es, pues, un sistema eléctrico cerrado, nueva unidad colectiva,
formada por la combinación y asociación de sistemas vortiginosos, generados por
penetración electrónica en los sistemas cinéticos atómicos y mantenidos apretados en
unidad por relaciones recíprocas activo reactivas. (Incluso su forma es la de un sistema
174
de fuerzas cerradas y equilibrado). Aquí, la onda dinámica degradada adquiere un nuevo
modo de ser. Su trayectoria se ha ahondado con los trenes electrónicos en los sistemas
atómicos, se ha fundido en ellos, su movimiento cambia de forma, no se transmite, sino
que vuelve sobre sí mismo; el sistema cinético que preludia la vida es profundamente
cambiado y resulta esencialmente diverso. La trayectoria de la transmisión dinámica
cambia de dirección: la electricidad no se proyecta ya de un polo al otro, sino que se
cierra sobre sí misma en circuito cerrado, que se mantiene en tanto la estabilidad del
sistema no se derrumbe por intervención de fuerzas externas. Esta es la construcción ciné-
tica del rayo globular. Pero si el mismo constituye, por una parte, un organismo de fuerzas
próximo a las fuerzas dinámicas de que ha ascendido , por la otra toca la materia, arrastra
consigo los sistemas atómicos y se viste con ellos, como con un cuerpo.
Tales fenómenos de transmutación, reducidos a su substancial naturaleza
cinética, son bien comprensibles. Entremos ahora en la química.
Los cuerpos simples encontrados por la onda eléctrica degradada son los
primeros a su paso, los elementos de la atmósfera. Por introducción electrónica son
elaborados, y el sistema cinético múltiple del rayo globular se convierte en un centro de
elaboración química. Al atacar la íntima estructura del átomo, la energía ha podido
centrar en torno a su impulso a la materia hallada; el impulso o sistema genético,
seguirá siendo la fuerza directriz de la vida, el psiquismo animador de la forma; la
materia, arrastrada en un entrelazamiento, cada vez más complejo, de combinaciones
químicas, se estabilizará en unidades cada vez más compactas y en formas progresiva
mente más estables, constituyendo el cuerpo. La vida se formará de esta manera su
soporte, lo bastante estable para iniciar su evolución y, con un continuo proceso
directivo procedente de lo interno hacia lo externo (dirección tangible de los fenómenos
vitales), realizará su transformación progresiva.
Así pudo la electricidad condensar los elementos del aire. Ahora comprobáis que el
aire contiene, precisamente, los cuatro cuerpos fundamentales: H, C, N, O, que encontráis
en la base de los fenómenos de la vida. Éstos presentan la propiedad de existir en estado
gaseoso en la atmósfera; hidrógeno, carbono, nitrógeno y oxigeno, representados por el
nitrógeno y el oxígeno en estado libre, y los otros en el estado de vapor de agua (H2O) y
de gas carbónico (CO2); prontos a hallar toda la serie de los cuerpos secundarios, que
les ayudarán en la formación del protoplasma definitivo. Acabamos de ver que,
justamente estos cuerpos, por su característica de poseer pesos atómicos bajos, son los
primeros en ser introducidos en el círculo vital. De tal suerte la serie de los trenes
electrónicos de la onda dinámica degradada, llegando de los espacios, se encontró
primero con los sistemas atómicos de estructura cinética más simple, esto es, los de
menos órbitas electrónicas, los más fáciles de penetrar y transformar en sistemas
vortiginosos, o sea, en otros tantos gérmenes de vida. Los átomos de aquellos cuatro
cuerpos, más obedientes y plegables al impulso de la energía radiante que ha
175
sobrevenido, fueron así fácilmente hallados y preelegidos, por lo que constituyen los
elementos fundamentales de la vida. Constatáis que es carácter esencial y común a
todos los compuestos orgánicos el contener carbono como elemento más importante, y
con él hidrógeno, nitrógeno y oxígeno. La química orgánica se basa toda ella sobre
compuestos de carbono. Este posee cualidades que lo tornan particularmente apto para
las funciones de la vida, esto es, gran elasticidad química, vale decir la facultad de
combinarse con los elementos químicos más dispares, que le confiere excepcional
fecundidad de composiciones; e inercia química, que transmite asimismo a los cuerpos
con los que se une, funcionando como resistencia en las reacciones, obligándolas a una
lentitud de movimiento inusitada en el mundo de la química inorgánica. Por esta su
tendencia a eliminar las transformaciones brutales, que en las substancias minerales
alcanzan de golpe la forma del equilibrio más estable, el carbono pudo constituir
elemento más apropiado para el andamiaje químico de la vida. Así ha podido nacer una
química inestable y progresiva, en cadenas dinámicas abiertas en las cuales las capacidades
del carbono se utilizan ampliamente, y donde volvéis a encontrarlas; y es por tales razones
íntimas, vale expresar, por dichas cualidades intrínsecas del material constitutivo, por lo que
la vida terrestre ha asumido la forma de metabolismo que le es fundamental. Imaginaos
otras aglomeraciones y centros de materia en que los mismos elementos químicos se hallen
diversamente dispuestos o maduros, y comprenderéis en cuán infinitas formas puede
haberse desarrollado en el universo igual principio omnipotente de la vida.
Así fue posible sobre la Tierra el nacimiento de una nueva química, lenta pero
esencialmente dinámica, de continuos desplazamientos de equilibrio y que, aun encontrándose
siempre en movimiento, jamás alcanza la estática definitiva; y sobre esta mutable y
especialísima química han podido basarse los procesos de la vida y de su evolución.
Ved cómo, en estos sus primeros movimientos halláis los gérmenes de las
características fundamentales que han de acompañar siempre a todos los fenómenos
biológicos, y que podrán permitir por sí solos su progresiva transformación ascensional.
El impulso originario ha encontrado de tal modo los elementos apropiados para permitir
su desarrollo, pudiendo así desenvolverse como en vuestro planeta lo ha hecho. La
química de equilibrio estable de la materia, se ha transformado di esta manera en la
química de equilibrio inestable de la vida; el orden estático se ha trocado en un orden
dinámico. Esto os prueba que la vida constituye una fusión de los dos mundos, pues
mientras es materia, es a la par fecundación de la misma por obra de un principio
dinámico superior, la energía. El cuerpo hecho de fango, ha recibido su alma, el soplo
divino, del cielo.
Por su maravillosa plasticidad es el carbono la protoforma de la química vital.
Y las condiciones de la atmósfera primitiva eran, en las relaciones de la génesis de la
vida, incluso más favorables que en el presente; harto más rica en ácido carbónico, que
abundaba muchísimo, más densa y cálida, más cargada, sobre todo, de vapor de agua,
176
ofrecía (también como elasticidad química de una materia más joven y menos estabilizada)
condiciones favorabilísimas, ahora desaparecidas para la condensación y la génesis de las
materias protoplasmáticas. Así, en la edad primera de la Tierra, elementos minerales
primitivos como el agua, gas carbónico y nitrógeno, son arrastrados en las combinaciones
cada vez más complicadas de la química orgánica, y la materia mineral del ambiente es
conducida progresivamente hasta la estructura protoplasmática. Hoy tornáis a encontrar
idéntico proceso en la asimilación que los vegetales realizan a partir de los elementos
minerales primitivos, o sea, en la síntesis de las proteínas, que se lleva a cabo partiendo de
las substancias inorgánicas, en esos laboratorios sintéticos que son las plantas. Con la
circulación del agua, que permite la utilización del nitrógeno en ella disuelto, y con la
introducción de anhídrido carbónico (utilización del carbono que contiene la atmósfera), se
introducen en el movimiento vital los cuatro elementos fundamentales que hemos visto.
El primer organismo cinético en que dicha síntesis química se inició ha sido el
rayo globular. Los primeros cuerpos que fueron introducidos en el nuevo sistema
dijimos que fueron los de peso atómico bajo, que en estado gaseoso existían en la
atmósfera; y tal hubo de ser, precisamente, la cuna en que todo estuvo pronto para el
desarrollo de dicho organismo nuevo, de origen eléctrico con circuito cerrado. Aunque
éste no aparezca hoy, a raíz del cambio sufrido por las condiciones ambientales, sino
como un inestable recuerdo atávico, podéis comprobar que su densidad se aproxima a
la del hidrógeno, el cual debía ser naturalmente, vista su estructura atómica, el primer
elemento movido por la radiación eléctrica. En efecto, en los casos que podáis observar
verificaréis que estos globos eléctricos “flotan” en el aire, lo que prueba que su
densidad es menor o casi la de la atmósfera, como precisamente es la del hidrógeno. El
primer material biológico fue, por consiguiente, el hidrógeno, al que luego se
agregaron otros. Este es el primer cuerpo de que se vistió la energía, su primordial
apoyo sobre la Tierra; un cuerpo liviano, gaseoso, en espera de condensación y de
combinaciones. De hidrógeno, la más simple expresión de la materia renovada por un
nuevo y potentísimo impulso dinámico, está constituido el rayo globular.
Por otro lado, éste tiene todas las características fundamentales de un ser
viviente. Si observáis cómo se comporta, veréis que emite una luz que
recuerda la fosforescencia, posee una individualidad propia distinta del ambiente y una
persistencia, aunque hoy sea relativa, de esa individualidad; una especie de
personalidad. La explicación de sus desplazamientos lentos, cerca del suelo, que
parecen evitar los obstáculos, sin ninguna tendencia a aproximarse a los metales ni a los
cuerpos conductores, no se os puede dar por ley física alguna. Se desplaza en el aire por
una vibración periférica propia, que constituye la primera extrinsecación cinética en
que se manifiesta la vida y la expresión de aquel psiquismo rudimentario que la dirige.
Hay algo de los cilios vibrátiles de los infusorios, un impulso que semeja ser voluntad y
una como elección, y previsión; una posibilidad de darse cuenta del mundo externo y de
177
dirigirse, con conocimiento del mimo y casi con memoria de él. En sus cualidades
esenciales, alborea aquí el psiquismo.
Ahora que conocéis la estructura cinética íntima del sistema, estructura de
movimientos vortiginosos abiertos y comunicantes, en relaciones de acción y reacción,
con las moléculas externas a aquel sistema, no os parecerá absurdo pensar que la
superficie del globo eléctrico sea la sede de movimientos especiales y coordinados. Y
todas estas características de la vida volvemos a encontrarlas existentes en los
movimientos vortiginosos de que está íntimamente constituido el rayo globular; lógico es,
en consecuencia, que tornéis a hallarlas asimismo en él. Esto os prueba la conexión existente
entre sistema vortiginoso, rayo globular y primera unidad protoplasmática vital. Encontráis,
además, en el rayo globular otras características de los movimientos vortiginosos, como es
la capacidad de escindirse en dos y reunirse, según ocurre en los torbellinos; hay, por ende,
posibilidades de multiplicarse con sistemas que se aproximan a la reproducción por escisión
y a la reproducción sexual. A menudo rebota, mostrando a la par la íntima cohesión unitaria
y la elasticidad propias de la vida tanto como de los movimientos vortiginosos.
El rayo globular descompone su unidad restituyendo igual que en la muerte
biológica su energía interna. Sólo que su muerte es más violenta, de forma explosiva,
porque dicha restitución de energía se verifica con mayor rapidez; y es lógico que así
sea, por cuanto ésta no se halla sino en sus primordiales y más simples unidades
orgánicas. No es retenida, por tanto, entre las tramas de una compleja armazón química.
En la vida, el sistema de los movimientos vortiginosos resulta más complejo, existe allí
tal entrelazamiento en la estructura orgánica, que de pasaje en pasaje debe la energía
llevar a cabo mutaciones laboriosas antes de desenredarse y llegar al ambiente externo.
De ahí que tengáis en la muerte una restitución de energía más lenta y progresiva. Así,
por explosión, se extinguen estas criaturas efímeras, último retorno de las formas, ya
superadas, de que la vida nació.
Peto en condiciones eléctricas y químicas más aptas, y en el momento de la
evolución, cuando la substancia se hallaba maduró y pronta para transformarse, aquellas
primeras tentativas de equilibrio han podido estabilizarse y el rayo globular fue capaz
de evolucionar hasta la forma protoplasmática. Los casos esporádicos que podéis al
presente observar no constituyen más que bocetos de reconstrucción de aquellos
protoorganismos en que comenzó la atracción y elaboración de los elementos hacia la
química orgánica, verdaderos laboratorios para la síntesis vital. Los casos más estables,
los organismos de mayor resistencia y más favorecidos por las condiciones ambientales,
sobrevivieron. Con la misma prodigalidad con que multiplica y difunde hoy la
naturaleza sus gérmenes, para que sólo un pequeño número de ellos sobreviva, así
surgieron a miríadas estos globos ligeros en que principiaba la vida a despertar y en los
cuales se encontraba latente el germen de sus leyes. Ellos vagaban todavía a merced de
las fuerzas desencadenadas en una atmósfera densa y cálida, cargada de vapor de agua y
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gas carbónico, primeras luces inciertas que encerraban, sin embargo, la potencia de la
vida. Era la hora indecisa, crepuscular, la hora de las formaciones, en que el mundo
dinámico, en plena eficiencia pero convulsionado por poderosísimos desequilibrios,
tentaba nuevas vías, su agolpaba de manera desordenada a las puertas de la vida.
Aquellos globos de fuego eran entonces los únicos habitantes del planeta, no ya
excepcionales e inestables como lo son en la actualidad, más bien, numerosísimos y
estables. No todos estallaban (muerte violenta accidental). El movimiento vortiginoso
íntimo se tornaba cada vez más compacto. La condensación de una masa gaseosa de las
dimensiones de uno de esos rayos globulares que en ocasiones vuelven a formarse sobre
la Tierra, os da un volumen que es del orden de grandor de las primeras masas pro-
toplasmáticas. De tal modo cambió su peso específico, y el primordial organismo no
pudo ya flotar por el aire. La onda gravídica abordó a la materia que, recordando,
respondió al llamado íntimo; la condensación fue atraída y cayó. Cayeron las miríadas
de gérmenes vitales, arrastrados por las lluvias, hechos más pesados a raíz de la
condensación, precipitándose en las aguas cálidas y vaporosas de los océanos. La
protoforma de la vida había alcanzado su cuna, y la materia recibido el soplo divino;
ahora, debía vivir. Y las aguas, sobre las que se moviera el espíritu de Dios, se
convierten en el asiento de los primeros desarrollos, que sólo más tarde alcanzarán las tierras
emergidas. El sistema íntimo del germen primero fue estabilizándose paulatinamente,
absorbió y fijó en su ciclo nuevos elementos; en su íntimo metabolismo se complicó y
agigantó; señaló sus primitivas formas, que fueron vegetales, simples algas marinas, y
diferenció las primeras notas características de las varias ramificaciones de los sistemas
biológicos. Así de la materia tomada en el torbellino dinámico y animada por nuevo
impulso, en forma de germen eléctrico que cayera del cielo nació la vida.
No oséis pensar en la posibilidad de poder vosotros rehacer la síntesis química de la
vida, de dominar el fenómeno sagrado en que las mayores fuerzas de la evolución se
empeñaron. Desde aquellos tiempos a hoy, ha cumplido la evolución un camino larguísimo, y
su línea es irreversible. Os es absolutamente imposible reproducir condiciones
definitivamente superadas. La fase que entonces la energía atravesaba, era un estado
sustancialmente diverso del actual. La estructura íntima de la forma dinámica
electricidad como vosotros la observáis, no posee ya aquellas propiedades, ni las tiene
tampoco el ambiente de acción. Hoy la energía ha vivido sus fases, como las vivió la
materia y, lo mismo que ésta, se ha estabilizado en sus formas definitivas. Aquellos
desequilibrios de transición, momentos intermedios, aquellas fases de tentativa y
espera, se hallan superadas en dicho campa. Los mencionados tipos están, para lo
sucesivo, hechos, y el transformismo evolutivo hierve en otra parte. A1 presente, es la
hora de las creaciones espirituales; materia y energía han agotado su ciclo y no podéis
vosotros modificar las trayectorias inviolables de los desarrollos fenoménicos. Pensad,
además, que constituís el mismo principio que quisierais dominar, llevado a un nivel
179
superior. La Ley que también vosotros representáis no puede replegarse sobre sí misma
para modificarse. Sois un momento del devenir del Todo y de este momento no podéis
salir.
Verdaderamente, no imagináis lo que queréis, ni el alcance de tal hecho, ni cuán
inmenso y absurdo desorden constituiría. ¿Qué significaría, hoy, una génesis artificial
de la vida? El sólo hecho de haberla creído posible os muestra que no tenéis la mínima
idea del funcionamiento orgánico del universo. Tal génesis presume inmensos períodos
de maduración y períodos igualmente vastos de desarrollo sucesivo. ¿Se podría hoy, así,
sin preparación iniciar un nuevo proceso evolutivo, para dirigirlo, (dónde y cómo),
sobre un planeta que comienza ya a envejecer? Los fenómenos se rigen siempre por una
causa determinante y un objetivo elevado y lejano para alcanzar. Sin embargo, os habéis
formado de la ciencia un concepto utilitario, práctico, y la creéis accesible a todos y con
cualquier medio. Yo, en cambio, os digo que el dominio de los fenómenos y el poder de
determinarlos responde a leyes precisas de maduración individual y colectiva y no
puede concederse sino en un grado de elevación espiritual y evolución de la
personalidad. Yo os digo que en la ciencia hay asimismo zonas sagradas, a las que es
preciso acercarse con un sentimiento de veneración y oración.
No se puede proceder más que en equilibrio exacto entre causa y efecto, en este
campo de la conciencia donde se mueven fuerzas tremendas. ¡Creéis tan fácilmente en
la posibilidad de la locura del arbitrio en un orden supremo, tan complejo y perfecto! El
dominio de semejantes fenómenos os otorgaría poderes inmensos ¿y qué seguridad en
cambio puede ofrecer vuestra moral, tan atrasada todavía? Por eso los fenómenos
básicos y los puntos estratégicos de la evolución permanecen celosamente custodiados
y protegidos contra vuestra desastrosa intromisión, porque vuestra ignorancia es, a la
par, vuestra impotencia.
¿No os parece absurdo que un organismo de leyes de tal modo profundas, perfecto
en la eternidad, pueda ser tan incompleto y vulnerable como para admitir posibilidades de
transformaciones arbitrarias? Encontraréis natural que en el seno de un orden supremo, en
que el equilibrio reina soberano, exista también un haz de fuerzas especializadas en la
función de proteger a las partes más vitales del organismo, de alejar toda violación, de
hacer vana toda causa de desorden, como en este caso sería, precisamente, vuestra
psiquis o voluntad, no educada en el dominio consciente de semejantes fuerzas.
Así como vuestra vida posee su sensibilidad e instintos tanto más despiertos
cuanto más vital es el punto que protege , asimismo el universo dispone de sus
defensas, siempre prontas y en acción, por el mismo principio de conservación y dc
orden que a vosotros os sostiene.
180
LIX. TELEOLOGÍA DE LOS FENÓMENOS BIOLÓGICOS
La vida: panorama sin límites. Hija de la energía omnipresente, la vida está por
doquiera en el universo, ha nacido del mismo principio universal y se desarrolla
diversamente, como resultante exacta del impulso determinante y de las reacciones de
las fuerzas ambientales. Panbiosis, no por transmisión de esporas o de gérmenes por
vías interplanetarias e interestelares, sino por la omnipresencia de la gran madre: la
energía el principio positivo, activo , que se desposa con el principio negativo,
pasivo: la materia. El germen del psiquismo ha descendido, como fulgor del cielo, a las
vísceras de la materia, que en su regazo lo ha estrechado, en profundo abrazo,
envolviéndolo consigo, dándole de sí un cuerpo, un ropaje, la forma de su
manifestación concreta.
Vosotros mismos, sois este fenómeno; pero pensad que, desde las regiones
ilimitadas del universo la vida hermana, hija de la misma madre, responde. Todo
planeta, sistema planetario, estrella, se encuentran llenos de ella, en formas
diversidísimas y con medios y fines asimismo muy diferentes. Abandonad vuestro
piadoso antropomorfismo, que os hace centro del universo e hijos únicos de Dios;
tended los brazos a todas las criaturas hermanas, armonizad con ellas vuestro canto y
trabajo de ascensión. Subir, subir he aquí la gran pasión de la vida toda hacia una
potencia y una conciencia que no quieren límites. Y también sobre vuestra Tierra, desde
los primeros microorganismos en adelante, tal es la aspiración constante, la tenaz volun-
tad de la vida.
Mirad en torno de vosotros. El solo panorama de la vida terrena es inmenso. La
profusión de los gérmenes, la potencialidad de las especies es tal que, a no ser por la
reacción de gérmenes y especies opuestos o concurrentes, uno solo bastaría para invadir
todo el planeta. La vida es tan frágil, tan vulnerable, y sin embargo de tal modo potente,
que resulta prácticamente indestructible. ¡Ved cuántos tesoros de sabiduría se hallan
esparcidos en sus formas; qué de sutiles destrezas, cuánto refinamiento de astucias,
resistencia de medios, complejidad de arquitectura en la construcción orgánica,
economía y exactitud en la división del trabajo, y qué elasticidad al mismo tiempo! En
la vida véis, sintetizada, la más alta sabiduría de la naturaleza. ¿Cómo, sería posible que
fenómenos reveladores de tan profunda inteligencia y de un saber tal, frente a los cuales
vuestra sabiduría desaparece, se produjeran sin razón y fuesen hijos del azar? ¿Cómo ha
sido posible que una ciencia lógica y racional, como la vuestra, se haya vuelto tan
vergonzosamente miope, que no vea el gran concepto desbordante de todo fenómeno
vital, y la finalidad superior que a todos los explica y rige? ¡Y qué desastre cuando tales
aberraciones se quisieran llevar al campo ético y social! El materialismo, que ha
181
acompañado el surgimiento de una seudo civilización mecánica, retardó en un siglo el
progreso-espiritual de la humanidad.
Observad alrededor. Desde el protozoario al hombre, desde la célula al
organismo más complejo, idéntica siempre se os muestra esta fiebre de ascensión,
indestructible voluntad de vivir; indestructible, porque sabe superar todo obstáculo,
vencer a todo enemigo, triunfar de todas las muertes. Por doquier, un supremo instinto
de lucha en apoyo del fenómeno máximo, en torno a cuya conservación se prodigan la
totalidad de los recursos e inteligencias de la vida, alrededor del cual la naturaleza
trepidante acumula todas sus conquistas y defensas. Y si existe en la naturaleza una
lógica, conforme todo hecho os demuestra, ¿cómo es posible que, ante la finalidad
suprema, aquella lógica venga a menos, reniegue de sí misma, cuando en todas partes se
ha demostrado presente, con voluntad indomable y con una sabiduría que aturde?
Os extraviáis en el detalle; el pormenor os sumerge. Véis el instante fugitivo y
no la totalidad del fenómeno en el tiempo. Os asusta el choque del dolor, el fracaso de
un caso. En el dédalo de la gran complejidad fenoménica no sabe vuestra conciencia
orientarse, se siente impotente frente a la comprensión de las grandes causas. Y
entonces decís: “¿Por qué, por qué vivir?” El animal, como el hombre inferior, cuya
conciencia no es capaz de superar el nivel de la vida física, no se plantea la tremenda
pregunta. Pero ella señala el primer despertar del espíritu, y eso ocurre bajo el látigo del
sufrimiento. Los choques atómicos y dinámicos se convierten, en este nivel, en pasión y
dolor, y con el mismo cálculo exacto de fuerzas se determinan fenómenos y creaciones
de orden psíquico. Cuando el ser se pregunta “¿por qué?”, es que ha surgido en la vida
una nueva criatura: el espíritu. Y en el dolor se tornará gigante.
¿Por qué vivir? ¿Por qué sufrir? No; no basta el giro de vuestras cosas humanas
pasiones e ilusiones, conquistas y dolores para dar una respuesta. El alma siente que
con esa pregunta se asoma a las temibles y abismales distancias del infinito, y tiembla...
Vuestras filosofías, la ciencia, las propias religiones, no saben ofreceros una
respuesta por entero satisfactoria; no son capaces de deciros el porqué de ciertos
obscuros destinos, que semejan ser sin esperanza, de seres puros e inocentes, destinos
de condena, que parecen denunciar inconsciencia de la creación e injusticia de la
Divinidad. No pueden deciros la causa de tantas disparidades y deficiencias físicas y
morales, de medios materiales y espirituales. Entonces acusáis locamente, os subleváis,
con la ciega rebelión del hombre ciego que tantea en las tinieblas. Una triste sacudida y
el dolor queda, no vencido, individual y colectivamente. Así se desenvuelve el hilo de
vuestro destino, y vosotros no lo sabéis. La suerte de los inconscientes os guía: la de
sufrir ignorantes las leyes de la vida.
¡Surgid!, os digo. Os señalo una nueva lucha, más elevada que la fútil y vil que
cada día os subyuga y que inútilmente os arroja contra vuestro prójimo. Os enseño la
guerra santa del trabajo, del trabajo que crea el alma, en una construcción eterna. Os
182
doy, como enemigo, no a vuestro semejante y hermano, sino a leyes biológicas por
superar; os enseño a conquistar nuevos grados de evolución y la realización, en vuestro
planeta, de una ley suprahumana, de la cual se han desterrado la vileza y la traición, el
egoísmo y la agresividad. Os demuestro que vuestra personalidad, por la lógica misma
de todos los fenómenos, es indestructible, y que debido a los principios reinantes en
todo el universo existís para el bien y la felicidad, y que el futuro os espera a todos, a
fin de que cada cual se eleve en él según su trabajo. Las respuestas tremendas a los
grandes “por qué” os las doy en esa atmósfera de límpida logicidad en que nos hemos
siempre movido en este escrito, donde todo fenómeno tiene su natural explicación. A la
mente humana donde falta el sentido de las supremas finalidades, en un mundo de hambre
espiritual y de extravío general, en un momento de catastrófica desorientación vengo a
decir la palabra de la bondad y la esperanza. Y no la digo sólo con los conceptos de la fe que
habéis destruido, sino con los de la ciencia a los que estáis habituados a creer.
Allá donde el mundo admira y venera al vencedor, sean cuales fueren sus
medios, llamo junto a mí al hombre más dolorido y desventurado y le digo: “Te amo,
hermano; te admiro, ser electo”. Cuando el mundo respeta sólo la fuerza y desprecia al
débil que derrotado yace, digo al humilde y vencido: “Tu dolor es la cosa más grande de
la Tierra, es el trabajo más intenso, la más poderosa creación; pues el dolor hace al
hombre, martilla su alma, la plasma y eleva, la lanza hacia lo Alto, hacia Dios. ¿Qué
grande puede igualarte? ¿Qué triunfador de las fuerzas de la Tierra ha realizado jamás
una creación verdaderamente eterna como la tuya?”
No maldigáis el dolor. Tu no conoces sus lejanas raíces, no sabes qué última
onda, impulsada por una infinita cadena de ondas, constituye tu presente. En tan
complejo universo, en el seno de un organismo de fuerzas regidas por tan sabia Ley, que
nunca falla de manera definitiva ¿cómo puedes creer que verdaderamente tu destino
esté abandonado al azar y que el desequilibrio momentáneo que te aflige y te parece ser
una injusticia, no sea condición de un más alto y más perfecto equilibrio? Dios
constituye el Todo, no únicamente el bien. No puede tener rivales y enemigos: es un
bien más grande que el mal, al que comprende y constriñe a sus fines. ¿Cómo puedes
creer aunque sea ignorando las fuerzas que obran en ti que te encuentras
abandonado al azar? No. Sea que se llame Padre con la palabra de la fe, o cálculo de
fuerzas con la palabra de la ciencia, la substancia es la misma: estás vigilado por una
voluntad y una sapiencia superior, un equilibrio profundo te rige. Recuerda que en el
organismo universal las palabras “azar” e “injusticia” son el absurdo. No puede existir
error, imperfección, sino como fase de transición, como medio de creación. La ley de la
vida es la alegría y el bien, aun cuando para realizarlos plenamente es necesario atrave-
sar el dolor y el mal. Te repito: “Bienaventurados los que sufren. Los últimos serán los
primeros”.
183
Dios ve las almas, mide substancialmente las culpas, proporciona las fuerzas,
las pruebas, y en el momento justo dice: basta, reposa. Entonces la tétrica tempestad del
dolor se transmuta en serena paz donde brilla la conciencia, gozosa por la conquista
realizada; entonces se reabren las puertas del cielo y el alma lo contempla extasiada; de
las tempestades los seres emergen elevados a más alto grado de evolución. No
maldigas. Si la naturaleza tan económica, incluso en su prodigalidad, tan equilibrada
en sus esfuerzos permite tal derrota como biológicamente lo es la muerte, y tal fracaso
en tus aspiraciones como lo es el dolor, en la lógica del funcionamiento universal ello
no puede significar otra cosa sino que dichos fenómenos no constituyen en realidad ni
pérdida ni derrota, sino que encierran oculta en sí una función creadora.
Tiene el dolor una función fundamental en la economía y el desarrollo de la
vida, en especial de su psiquismo; sin el sufrimiento, el espíritu no progresaría. Por eso
es del dolor de lo primero que os fiadlo al ingreso en la vida; porque se os plantea
como hecho substancial, porque constituye la tarea de la evolución, nota fundamental
del fenómeno biológico. El dolor, determinado por el choque de las fuerzas ambientales
opuestas al yo, excita por reacción todas las actividades, y con la actividad el desarrollo.
Sólo el dolor sabe descender a lo hondo del alma y arrancarle el grito con que ésta se
reconoce a sí misma; y es capaz de despertar toda la recóndita potencia, y encontrar, en
el fondo del abismo íntimo, su divina y profunda naturaleza.
El mal representado por esta ley de lucha, la de vuestro mundo biológico, ley
despiadada que pesa sobre vuestro planeta como una condena se transforma en un
bien. Mirad a lo hondo de las cosas y veréis siempre al mal transformándose en bien. El
instinto de agresión excita por reacción, en el agredido, el desarrollo de la conciencia, el
progreso sobre las vías de la ascensión biológica y psíquica.
Los seres se amontonan para invadirlo todo, para demolerse mutuamente. La
necesidad de una tarea de defensa constante significa necesidad de un continuo trabajo
de ascensión. Así, en la serie de los choques recíprocos inevitables, la naturaleza
repone la técnica en su autoelaboración. De esta suerte la ley brutal contiene en sí los
medios para transformarse a sí misma, y mediante su fuerza íntima se convierte en la
ley superior de amor y bondad del Evangelio.
Dos fases de evolución biológica: animal-humana, y suprahumana. Dos leyes
en contraste, en el actual período de transición. Mientras alborea la nueva civilización
del tercer milenio, en que se realizará el tan esperado Reino de Dios, abajo se
desencadena todavía la loca y bestial ira humana. Pero la Ley contiene en sí los
gérmenes del porvenir, los medios para la realización de su transformismo. Nunca veis
en la naturaleza a las fuerzas obrar desde lo externo, sino manifestarse desde lo interno,
como expansión de un principio escondido en las misteriosas profundidades del ser. Y
en el hombre que se halla hoy en un importante ángulo de su madurez biológica,
184
llegada al nivel psíquico tendrá lugar la transformación y ha de manifestarse la nueva
ley, anunciada desde hace ya dos milenios por la buena nueva del Evangelio de Cristo.
Nuestro tratado entra ahora en una atmósfera más humana y cálida, más
palpitante de vuestra vida, instintos y pasiones. Los problemas que tocaremos se hallan
próximos a vosotros, vida de vuestra vida, tormento de vuestro tormento, y mi palabra
se exalta en su inminente humanidad. Nos acercamos a las formas superiores de la vida
en que vosotros estáis, encaminándonos hacia la meta de nuestro sendero, que es la de
trazaros las vías del bien. Nos hemos retardado en el estudio de las criaturas hermanas
menores del mundo físico y dinámico, porque las mismas contienen los gérmenes, y sin
ellas no serían posibles la existencia ni la explicación de los problemas de la vida y del
psiquismo.
Cuanto más vasta se abre la mente y más se ahondan el estudio y el
pensamiento, tanto más se nos revela complejo el funcionamiento del Todo. Esta
filosofía se convierte en la filosofía del universo; no ya, como las demás, un sistema
antropomórfico y egocéntrico, sino una concepción que rebasa los límites del planeta, y
que resulta aplicable dondequiera que haya vida.
En este sistema, vuestra ciencia pierde su carácter desconsolado, de viandante que
marcha sin esperanza de llegar jamás a una meta harto lejana; en este sistema pierde la fe
aquel carácter de irrealidad que muestra frente a la objetividad del positivismo científico.
Mas ¿por qué no se deben ofrecer nunca los dos brazos, ambos extremos del pensamiento
humano? La ciencia se ha hecho gigante y no es ya lícito ignorarla en el seno de una fe que
no puede bastar para las complejas mentes modernas, si se deja en los primitivos enunciados
de la concepción mosaica. Es menester conjugar las dos vías y las dos fuerzas; conjugar los
diversos aspectos de la misma verdad, a fin de que la ciencia no siga siendo sólo un árido
producto del intelecto sin meta en el cielo, sin respuesta para el alma que sufre y que pre-
gunta y para que la fe no constituya un mero producto del corazón, que no sabe dar las
razones profundas a la mente que “quiere” ver.
Tales conceptos podrán trastrocar vuestras categorías tradicionales, mas
responden ellos a la necesidad imperiosa de salvar la ciencia y la fe; pertenecen al
porvenir del pensamiento humano y se hallan por encima de todos vuestros sistemas,
tradiciones y resistencias, así como lo están la totalidad de las fuerzas invencibles de la
evolución.
189
unidades colectivas y coordina la propia evolución en la de las unidades superiores, de
las que es el elemento constitutivo (ley de los ciclos múltiples).
190
transformismo ascensional se vuelve ley de lucha. La vida se manifiesta, desde su
primera aparición, con la característica fundamental de actividad, de lucha por la
conservación. Tal principio se divide pronto en dos: conservación del individuo y
conservación de la especie, en que presiden dos funciones fundamentales: nutrición y
reproducción.
Existe un lenguaje común a todo ser vivo, que todos comprenden: el hambre y
el amor. También en la reproducción por escisión hay una donación de sí, reside el
germen de un altruismo a favor de la especie. La vida aparece en seguida, desde sus
primeras formas, con un sello de ilimitado egoísmo, al que no se hace excepción más
que por un egoísmo diverso; el individual no hace concesiones sino al colectivo. Se
trata de leyes férreas en sus comienzos, feroces pero siempre equilibradas en
perfecta justicia. Hay en lo íntimo del fenómeno, como hemos visto, el principio de
todos los futuros desarrollos y de las ascensiones más altas. El choque y el equilibrio de
las fuerzas del mundo dinámico se transmutarán en dolor y justicia en los niveles más
elevados. Conservarse es la más ardorosa y siempre presente tarea de la vida; tesoros de
sabiduría se esparcen en profusión, todas las astucias, los más poderosos medios, la
totalidad de los sistemas y estilos más diversos se adoptan para alcanzar dicho objetivo.
Deber supremo al que no podéis escapar, aun cuando quisierais apoltronaros indolentes;
instinto de conservación que os defiende del suicidio, dándoos el terror de la muerte.
Pero comprendéis que si bien la conservación constituye inviolable necesidad, no
puede por sí sola ser el fin último, pues que sería absurdo un ciclo cerrado y estacionario de
finalidades, una vida que no tenga otra meta que la autoconservación. La vida no es fin de sí
misma, más bien, es medio para un objetivo más elevado aún: evolucionar. Y evolucionar
significa progresar en la alegría y en el bien, significa liberación de las formas inferiores de
existencia, realización progresiva del pensamiento de Dios: meta suprema, que os explica
por qué el fenómeno de la vida es tan celosamente protegido por sabias leyes. Reflexionad
que en ella se quiere supremamente también vuestra felicidad, y elevad un himno de
gratitud al Creador.
He aquí un nuevo instinto universal e insuprimible: la necesidad de progreso y
la insaciabilidad del deseo: La misma costumbre de la satisfacción, por la ley de los
contrastes base de la percepción, disminuyendo la alegría acentúa esta insaciable
necesidad de progreso. La Ley contiene en sí todos los elementos del futuro desarrollo.
Un largo camino evolutivo tornará a reunir los gérmenes de las leyes biológicas
contenidos en los movimientos vortiginosos, con las más altas leyes de la ética y de las
religiones. Las formas primordiales evolucionan. El principio originario subsiste tenaz,
inviolable, superior a todas las infinitas resistencias del ambiente, que siempre le ponen
obstáculos, y en cuya resistencia se templa. La ley baja, feroz, se refina. Hambre y
amor, primera expresión de la lucha por la conservación, se convertirán luego, a través
de las dos formas de actividad que imponen al ser, vale decir trabajo y afectos, en dos
191
cualidades elevadas y potentes: inteligencia y corazón, dedicadas, en los más altos
niveles humanos, a la conservación individual y colectiva. La función crea al órgano,
incluso en el campo psíquico, o sea, aptitudes y cualidades. Con el ejercicio despunta
imperceptiblemente la nueva característica, hasta que se afirma evidente.
Así fija la evolución gradualmente sus conquistas, desarrollando sus principios,
diferenciándolos y multiplicándolos por diferenciación; opera en el mundo de los
efectos una verdadera creación. Pero es siempre lo Absoluto que se manifiesta en lo
relativo; la causa única que se multiplica en sus efectos. Nacerán así órganos e
instintos, funciones y capacidades nuevas, y desde el primordial funcionamiento
orgánico, desde el simple principio del recambio, se elevará hasta las más complejas
formas del psiquismo del espíritu humano. Y ha de aparecer entonces, por evolución,
como elemento substancial en la economía de la vida, ese absurdo biológico que es el
altruismo. La ley que regula la vida adquiere una fórmula de expresión más alta o más
baja, según sea el grado del ser; se revela en la medida que corresponde a la
potencialidad conquistada por el mismo. La evolución torna cada vez más transparente,
en la vida, un pensamiento cada vez más elevado, y transforma las leyes biológicas.
¿Os habéis preguntado alguna vez el significado del contraste, tan evidente,
entre la despiadada ley de la lucha y la más dulce ley humana de la piedad, la bondad y
el altruismo? También el animal conoce la piedad; pero sólo para sí y para sus hijos.
Con la exclusión de estos casos, la lucha es feroz, sin excepciones. El esfuerzo de la
evolución se opera a lo largo de una selección implacable, mediante la cual el triunfo
corresponde incondicionalmente al más fuerte: En el hombre, los fines de la selección
se han alcanzado con otros medios, por los caminos del trabajo, de la inteligencia, de
los sentimientos. Sólo en el hombre despuntan estas superaciones y la percepción del
contraste con la Ley más baja.
El animal ignora dichas normas superiores y es despiadado y cruel, indiferente
ante el dolor de los demás, pero en perfecta inocencia; no ya por maldad sino en plena
justicia, porque tales son su nivel y su ley. En la conciencia animal, el equilibrio es más
mecánico, simple y primitivo; experimenta mayormente la influencia de sus orígenes, y
aparece aún como una resultante de fuerzas, más fácilmente calculable en su
simplicidad que en la complejidad del alma humana.
En idénticas circunstancias, el ser humano se comporta con una libertad de
elección e independencia personal que se ignoran en el mundo animal, precisamente
porque en su campo entran en función elementos desconocidos en los niveles inferiores.
Ved en qué red de fuerzas y de principios se mueven las formas; observad cuán grandes
creaciones puede producir un simple desarrollo de principios. Únicamente el hombre vuelve
la mirada atrás, y por primera vea se da cuenta el ser de la distancia que lo separa del
pasado y siente horror hacia él: el hombre, que se halla en el umbral del más elevado
psiquismo, que representa la forma de transición entre la animalidad y la superhumanidad,
192
entre la ferocidad y la bondad, entre la fuerza y la justicia. Dos leyes contiguas y, sin
embargo, profundamente diversas. El hombre oscila entre ambos mundos: entre el mundo
animal, que dice: “o comer, o ser comido” agresión, fuerza brutal, lucha sin piedad, triunfo
incondicional del más fuerte, porque la fuerza física sintetiza toda la victoria en ese nivel ,
y un mundo superior, anunciado por el Evangelio de Cristo, la buena nueva, la primera
chispa de la gran revolución biológica sobre vuestro planeta.
En mi concepto, fenómeno psíquico y sociales fenómeno biológico, porque es
siempre reducible a su substancia de ley de la vida. En este Nuevo mundo, la fuerza se
convierte en justicia; sólo el hombre, finalmente maduro, podía comprender esta
anticipación de realizaciones biológicas revelada por el cielo. Nunca, desde la
aparición de la vida hasta el hombre, se ha iniciado más profunda transformación,
porque la vida animal no constituye sino una vida vegetal acelerada, cuyos principios
fundamentales conserva. La ley de amor y perdón entraña una transformación tan
substancial, que el animal no puede dejar de ser excluido de ella; frente a tan alto
desarrollo de los principios de la vida, el ser inferior en que muy a menudo entra
también el hombre se detiene como ante insuperable muralla. Tales conceptos son
verdaderamente, en ese nivel, un absurdo¡ una imposibilidad, diré más: constituyen una
impotencia biológica.
Veremos de qué modo ocurre por un sistema de reacciones naturales y de
registro de ellas en la conciencia, por cercamiento progresivo y disciplina de la fuerza
desordenada esta transformación de la ley del más fuerte en la ley del más justo; de la
despiadada ley de la selección, en la ley del amor. La ley del Evangelio no es un
absurdo en vuestro nivel biológico, no es aquello que, visto desde niveles más bajos,
puede parecer debilidad y fracaso. En esta más alta fase de evolución, el vencido de la
vida animal puede ser un triunfador, porque otras fuerzas, ignoradas en aquella vida,
son atraídas y puestas en acción. Aparece el mundo moral, que supera, vence y domina
al mundo orgánico, arrastrándolo y dominándolo en esferas superiores. Y la
inconcebible debilidad de la bondad en cualquier caso, la deposición de todas las armas
que son la base de la lucha por la vida , el altruismo hacia todo ser y, en especial,
para con el enemigo, se convierten en nuevo principio de convivencia y de
colaboración, la ley del hombre que llega a más elevada unidad colectiva, que se
organiza en naciones, sociedades, humanidad. Los hombres que practican (no sólo
predican) tales principios, son todavía pocos e incomprendidos. Pero crecerán, y sólo a
ellos pertenece el porvenir.
Más perfecta se manifiesta la Ley a medida que las unidades menores se
diferencian y se reorganizan en unidades más amplias. Corresponde al hombre
transforma la naturaleza. Diré más: él mismo es la naturaleza, y en él la naturaleza se
transforma. Compete al hombre, cambiándose a sí mismo, operar fa transformación de
193
la ley biológica en vuestro planeta; operar fijándolas en las formas psíquicas estas
creaciones superiores de la evolución.
A1 hombre corresponden el deber y la gloria de responder al gran llamado que
descendió de los cielos hacia el ser más selecto y el producto más alto de la vida
terrestre, para que se cumpla el trabajo de transformar, a una naturaleza que ignora la
piedad, en una naturaleza movida por una superior ley de amor y de fusión, de
colaboración y de comprensión, de fraternidad.
198
materia se somete, para poder ofrecer el principio que la anima y responder al impulso
interior que la incita siempre a evolucionar.
He aquí la técnica del desarrollo del psiquismo, que culmina en la génesis del
espíritu. Excavando en el subconsciente, os hallaréis con todo vuestro pasado, que
resurge en los instintos, en las tendencias, en las simpatías y antipatías. ¿Quién puede
haberos construido completos de conocimientos instintivos gratuitos, si no “vuestro”
pasado?; y ¿cómo podría el germen de la vida contenerlos y luego desarrollarlos en
determinado momento, prescientes y proporcionados al ambiente, si no por una
restitución, vale decir, si ese proceso de descentralización cinética no hubiese sido pre-
cedido por ley de equilibrio por un proceso correspondiente y proporcional de
concentración cinética de las cualidades adquiridas a través de vidas y experiencias?
¿Existe acaso en el universo un solo fenómeno que os autorice a creer posible algo
diverso a eso, que os autorice a renegar de la ley de causalidad, de proporción, de
equilibrio y justicia? Mirad en vosotros mismos y hallaréis dentro un abismo. Hay
zonas más profundas, las de los instintos más estables, donde se agitan los impulsos
fundamentales de la vida, como se definió en sus fases más lejanas. Supervivencias
obscuras, abismales, de vida protoplasmática primordial, que se agitan todavía en las
fibras íntimas de vuestro organismo; instintos como los de conservación, defensa,
reproducción, que estallan a veces inesperadamente, desde una zona de misterio que no
conocéis, en vuestra conciencia, por la maduración de un ciclo que constituye ley y
205
voluntad autónoma en progresión, sin que vosotros lo sepáis o lo queráis (por ejemplo:
el instinto del amor, que hace explosión en la juventud). Pues cuanto existe lleva en sí
escrita su ley antes de nacer; todo fenómeno es completo en su principio, incluso antes
de su manifestación. Hay zonas de tinieblas que os espantan, que no querríais mirar
pero que, sin embargo, os atraen, y a las cuales interrogáis en vano. Es vuestro pasado.
Mas para todo hay siempre reparo. En el superconsciente existe luz para todos;
la fiebre de la evolución, la insaciabilidad de vuestra alma, fuerzas son, irresistibles y
universales, que os impulsan cada vez más alto. La ley del progreso quiere la continua
dilatación del psiquismo. La evolución es lanzada de manera irresistible hacia el
superconsciente, se dirige hacia lo supersensible. Recordad que vuestra conciencia no
constituye sino la dimensión de vuestra fase de evolución, , y que vuestro inexorable
camino os lleva, desplazándoos de fase en fase, de dimensión en dimensión, hacia el
superconsciente intuitivo y sintético de que ya hemos hablado. En las fases inferiores
que habéis recorrido, de y , el ser existe normalmente sin conciencia, cualidad
ignorada allí, como os es ignorada asimismo la dimensión de lo superconsciente. El estado
de conciencia es fenómeno en continua elaboración constructiva o destructiva, según el
trabajo libre de construcción o destrucción que ejecutáis en la senda de la evolución, la cual,
en vuestro nivel , es progreso moral y psíquico. Quien practica el ocio, se detiene; el que
hace el mal, desciende y demuele su propio yo, destruye la luz de su comprensión; aquel que
trabaja en el bien, asciende y se dilata a sí mismo, crea su propia riqueza de concepción y
potencia de alma. Punición y premio automáticos e inexorables. Así el dolor, por las
reacciones de espíritu que excita, es agente de ascensión a fases y dimensiones superiores.
Pasarán las formas materiales de la vida; pasarán los pueblos, las civilizaciones,
humanidades y planetas; pero algún heredero ha de recoger el fruto de tanto trabajo, no
vano: el alma. El eterno cambiar de las cosas, jamás saciado, dará un resultado que no
ha de perderse. Así como avanza de continué el campo dominado en el ámbito de lo
consciente, del mismo modo se desplaza progresivamente el límite sensorial, lo
superhumano se torna humano, lo superconsciente, consciente; lo inconcebible,
concebible. La conciencia adquiere entonces nueva dimensión, y el medio material se
afina y sutiliza hasta alcanzar su desmaterialización, hasta que el principio espiritual se
separe y arribe a otras riberas, llevando consigo el zumo destilado de todo el pasado
vivido, en su construcción acabada.
Observad cómo se inicia ya, desde vuestra fase, tal proceso de apartamiento y
desmaterialización. En el exteriorizarse de los medios de la vida, el animal permanece
ligado a la herramienta, que sigue siendo parte inescindible de su organismo. La historia
natural del hombre no es más que la repetición del mismo proceso de proyección de
órganos, pero a un nivel más elevado. Por eso las formas, sistemas y destrezas se asemejan,
mas con una diferencia substancial: en el hombre se verifica la separación entre el
organismo y la herramienta. Así como el orgánico, también el utensilio mecánico constituye
206
expresión de igual voluntad íntima de acción; empero, en el animal está el medio fundido
orgánicamente en el cuerpo, al paso que en el hombre el medio no es ya parte integrante de
él, sino que de él se separa. Sólo el hombre se construye herramientas, que puede fabricar de
cualquier clase: la mano, guiada por la inteligencia.
A medida que el centro psíquico se agiganta, los medios de su expresión se
transforman, multiplicándose y afinándose; los órganos se tornan medios de expresión
de vida psíquica, y las funciones físicas inferiores se dejan a cargo de los utensilios
mecánicos. Entonces los órganos animales, no empleados ya, tienden a atrofiarse; la
industria los crea constantemente y en ella continuará desarrollándose la evolución del
utensilio orgánico, expresión cada vez más compleja de un psiquismo también más
complejo. El propio deseo intenso que ha creado al órgano encuentra ahora formas de
manifestaciones múltiples, proporcionadas a la nueva potencia del psiquismo motor. La
función desarrolla las cualidades y los órganos cerebrales; se manifiesta en el hombre la
evolución psíquica, de preferencia y como continuación de la evolución orgánica, que
pasa a segunda línea, suplantada por el evolucionar de los productos de la inteligencia.
De suerte que el hombre se aleja cada vez más de la forma animal, en una continua
desmaterlalización de funciones, que lleva a una progresiva desmaterialización de
órganos. La vida del hombre se centraliza cada vez más en la función psíquica
directiva, que adquiere como su nueva naturaleza y especialización.
He aquí la maravillosa técnica íntima según la cual la evolución realiza la
transformación de la materia en la fase vida. Cuando pensáis en su estructura cinética
íntima, tales transmutaciones no han de pareceros absurdas. Ya los movimientos
vortiginosos han transformado la estructura atómica en un sistema cada vez más
sensible y susceptible de infinitos modelamientos. La maleabilidad del material
protoplasmático le permite un inagotable y profundo transformismo, y le posibilita el
plasmarse en las más variadas formas de tejidos y órganos.
En un sistema de tal modo sensible, el deseo intenso, una voluntad decidida
procedente del interior, es factor psíquico que posee fuerza creadora. Considerad los
fenómenos a que dan lugar las impresiones maternas, cuánto poder ideoplástico tienen
sobre el feto las funciones psíquicas de la madre. Tarde o temprano acaba la forma por
obedecer al impulso íntimo y expresarlo. He aquí la técnica evolutiva de este fenómeno
de la construcción de órganos mediante proyección ideoplástica. De la zona de lo
latente sumida en las tinieblas fuera de la conciencia emerge sacudido por el
choque de las fuerzas ambientales, impulsado por la ley de evolución el germen de
una nueva necesidad, que en el centro psíquico adquiere la forma de deseo, vale
expresar, fuerza-tendencia, que tiende hacia la realización. Del deseó surge la tentativa,
o sea la acción, asimismo tendiente a la realización. Entramos así en la fase de lo
consciente o, en otros términos, del trabajo, actividad, conquista. Despunta la
realización, y de ella se forma y con la misma se refuerza la función, la que a su turno
207
define cada vez más al órgano; esto, en una serie de continuos ensayos, equilibrios y
composturas, proporcionándose tanto a las resistencias ambientales como al impulso
interior, entre los que figura el rasgo de unión. La progresiva actividad funcional plasma
el instrumento orgánico como su expresión cada vez más adherente. La constitución
definitiva del órgano estabiliza la función y establece una serie de experiencias, de cuya
repetición constante nacen aquellos automatismos que vimos señalar la fase de la
asimilación cumplida y de dilatación del psiquismo del ser. Automatismo significa “cualidad
adquirida”, nueva capacidad introducida en la naturaleza del individuo, instinto nuevo,
nueva experiencia. La evolución se completa. El resultado, definitivamente asimilado, se
deposita como nuevo estrato en torno al núcleo precedente de psiquismo, y se deja fuera de
la zona de trabajo, que es la zona de la conciencia.
Así avanza la evolución y se conquista lo ultraconsciente, pasando a través de la
fase conciencia y luego, completada ya la asimilación, a la subconsciencia. Por
evolución ocurre un desplazamiento continuo de la zona de lo consciente, desde lo
subconsciente hasta lo supereonsciente. Así la zona móvil, de trabajo, cubre en su
camino progresivo una zona cada vez más vasta de lo subconsciente, la zona de las
adquisiciones definitivas, del almacenamiento de lo indestructible en la eternidad. A través
del continuo trabajo psíquico de la vida se produce un constante aumento del núcleo
subconsciente, extendido hacia la asimilación del superconsciente, por un proceso de
crecimiento, herencia y centralización cinética en la fase de germen, que tornáis a encontrar
en la vida de las formas orgánicas. Así también el campo del trabajo asciende cada vez más
hacia lo alto, al paso que se vuelve más amplio, rico y poderoso.
Paralelamente, la materia, que constituye la expresión de todo esto, experimenta
profundos cambios. Hemos visto que el tren electrónico de la onda dinámica degradada
comienza por atacar a las unidades atómicas de estructura planetaria más simple. (En el
círculo de la vida son introducidos de preferencia los cuerpos simples de peso atómico
bajo). Ahora bien, tal fenómeno no es sino el principio del proceso de la
desmaterlalización de la materia. Cuando el nuevo torbellino vital haya bombardeado a
toda la materia, hasta los pesos atómicos máximos, esto es, cuando el tren electrónico
haya transformado los movimientos planetarios atómicos en movimientos vortiginosos,
hasta las formas planetarias más complejas, desplazando y reconstruyendo en
equilibrios asimismo más complejos a todas las órbitas, incluso las de 92 electrones de
U, entonces a, el psiquismo, habrá penetrado e invadido a la materia toda, y ésta se
desmaterializará, es decir, que no existirá ya como materia. La energía, su hija, la habrá
llevado más adelante, a una fase evolutiva superior, y el movimiento todo de la
Substancia continuará en forma inmaterial sin que nada sea en ella creado ni destruido.
Se habrá producido sólo una transmutación íntima que conduce a la Substancia a un
nuevo modo de ser, supermaterial y superdinámico, superespacial y supertemporal, en
el umbral de nuevas dimensiones.
208
Así la evolución se vuelve atrás y eleva consigo los instrumentos de su labor.
Así desmaterializa la materia, a través del fenómeno de la vida, hasta el espíritu. El
principio dinámico se reviste de formas cada vez menos densas. La evolución las refina,
las sensibiliza y desmaterializa. Los órganos, los utensilios de la vida se separan, el
organismo se sutiliza; y de todo el profundo, inmenso esfuerzo de la vida, queda una
central psíquica poderosa, en la dirección de un mundo dominado y obediente;
inclinado hacia las fases superiores de conciencia y de evolución, ocultas todavía para
vosotros en lo inconcebible.
La evolución llega de tal modo a los más elevados niveles de vuestro universo, y
ahora podéis comprender todo su significado. La evolución, en su concepto más profundo,
es la liberación del principio cinético de la substancia. Ello ocurre a través de un hondo
respiro, en que se invierten y se apuntalan mutuamente para ascender, las dos fases, de
concentración cinética de las experiencias de la vida en el germen, y de descentralización
cinética del germen en la vida. De ahí que la evolución se exprese con una continua
superación de los límites, como observáis en el progresar de las dimensiones. Con la
evolución, el ser se substrae cada vez más a los límites del determinismo físico que al
nivel de la materia es geométrico, inflexible y en todas partes idéntico. La vida
comienza a liberarse de las apretaduras de este absolutismo; su psiquismo creciente es
nueva causa, que se sobrepone a la que determinan las leyes físicas. El animal adquiere
ya una libertad de acción ignorada en el mundo físico. Se llega entonces al reino
humano del espíritu y más allá, donde el libre arbitrio se afirma de manera definitiva.
La ley del bajo mundo de la materia es determinismo, en tanto que la ley del
espíritu constituye libertad; y el paso del determinismo al libre arbitrio se produce por
evolución.
Tal es la expresión de una mayor latitud en la posibilidad de movimiento,
determinada por una reabsorción gradual del determinismo, que responde a una
manifestación progresiva del principio cinético. Materia, energía, vida, espíritu, no son
más que la expresión de un cambiar de ese movimiento, en forma cada vez más evidente y
más libre, en una ley más compleja, en que es posible el hacerse y deshacerse de equilibrios
cada vez más inestables, en combinaciones más frágiles y renovables, en un dinamismo
creciente en el que desaparece la estática del determinismo. Esto constituye una progresiva
liberación de los límites de sistemas cinéticos cerrados; un dilatarse de las posibilidades de
combinaciones y selección. La renovación continua permite alcanzar el equilibrio por un
número de vías cada vez mayor.
Ahora podéis comprender cómo el hombre, quien en su sendero evolutivo se
mueve de la materia al espíritu, lleva en sí los dos extremos del determinismo y del
libre arbitrio. Podéis ahora explicaros el incomprensible connubio, y resolver filosófica
y científicamente una cuestión que os pareció siempre como insoluble antagonismo.
Para comprender estos dos términos ha menester no ya oponerlos, como siempre
209
hicisteis, cual dos casos extremos, inmóviles y absolutos, sino que es necesario
coordinarlos en lo relativo en que se mueven, como dos fases sucesivas, dos puntos en
una escala, y conjugarlos con el concepto de evolución.
El hombre es determinismo en cuanto es materia, y tal es su ley mientras se
mueve en ese ámbito de absoluta y férrea necesidad. Pero cuando el hombre obra como
espíritu, en este campo se siente y es perfectamente libre. Pues que en el mundo
psíquico, donde las leyes físicas desaparecen, desaparece asimismo la ley de su
determinismo. De modo que el hombre es libre sólo en el campo de las motivaciones,
en su espíritu, donde lo domina y supera todo; es la única potencia que emerge libre en
un mundo de fatalidad. Pero no es igualmente libre, en el campo de las actuaciones,
porque allí su camino se halla atravesado siempre por el determinismo físico inviolable,
del cual se resiente más o menos todo acto, y que no le es posible doblegar sino que,
más bien. secundándolo, puede guiar para sus fines.
Prosiguiendo nuestro camino racional, las vías de la biología desembocan en las
de la ética. Existe responsabilidad sólo donde hay libertad. La liberación del principio
cinético, que se había convertido en evolución de libertad, se trueca en progresión de
responsabilidad. Responsabilidad relativa, estrechamente vinculada al grado de
evolución y, por lo tanto, nivel psíquico y poder de conocimiento del individuo. Así, el
animal no peca; moviéndose en un juego mecánico de instintos, reducido a un
determinismo exacto, no puede ni sabe abusar, como hace el hombre. Libertad,
elección, responsabilidad, se poseen sólo en la fase superior de la conciencia y de las
formaciones, no en la fase instinto, donde los equilibrios son estabilizados en el
determinismo. El libre arbitrio, nuevo equilibrio más ágil e inestable, presume, para
regirse, la dirección de una conciencia superior, no necesaria al animal, pero sí
indispensable al hombre.
Ningún peligro mayor que una libertad sin guía, por cuanto puede caer en todos
los abusos, que de otro modo resultan imposibles. Debajo está el determinismo, y las
conciencias más ligadas a la materia son menos libres que las que, evolucionando, se
han emancipado de sus leyes fatales. Y es justo que únicamente a una mayor sabiduría
pueda corresponder una libertad mayor, y a ésta una mayor responsabilidad (y gravedad
de peligros y de consecuencias). Así el libre arbitrio es relativo, gradual y evoluciona
con la conciencia; y relativa y progresiva es la responsabilidad de las propias acciones.
En la materia hay esclavitud; en el espíritu se hallan las vías de la liberación.
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Alma cansada que te enervas al borde del sendero, descansa un instante en la
senda eterna de la vida, deja el fardo de tus expiaciones, y reposa.
¡Escucha cuán llena de armonía está la obra de Dios! El ritmo de los fenómenos
dimana dulce y grandiosa música. A través de las formas exteriores, los dos misterios, el
del alma y el de las cosas, se contemplan y se sienten. Desde lo profundo, tu espíritu
escucha y comprende. La visión de la obra de Dios otorga paz y olvido; frente a la
divina belleza de lo creado, la tempestad del corazón se aquieta; pasión y dolor se
adormecen en un lento y dulce canto sin fin. Pareciera que la mano de Dios, a través de
las armonías del universo, roza cual brisa confortante tu frente postrada de fatiga, y te
hace descansar como con una caricia. ¡Belleza, reposo del alma, contacto con lo divino!
Entonces el viandante fatigado se reanima en un renovado presentimiento de su meta.
No es ya muy largo el tan lejano andar cuando uno se detiene un instante, para beber en
la fuente. Entonces el alma contempla, anticipa, se levanta otra vez a lo largo del
camino. Con la mirada fija en lo Alto es más fácil reiniciar luego la laboriosa marcha.
Detente en la vía dolorosa, seca tus lágrimas y escucha. El canto es inmenso, las
armonías llegan de lo infinito, para besarte en la frente, ¡oh cansado viandante de la
vida! Junto al tronar de las voces titánicas del universo, susurran en un encaje de
bellezas las voces mínimas de las humildes criaturas hermanas. “También yo, también
yo exclama cada una soy hija de Dios y lucho y sufro, llevo mi peso y toco mi
victoria; también yo soy vida, en la gran vida del Todo”. Y todo, desde el fragor de la
tempestad al canto matutino del sol, desde la sonrisa del recién nacido al grito desgarra-
dor del alma, todo se expresa a sí mismo, en su voz; y armoniza con las voces
hermanas; todo expresa su íntimo misterio; la totalidad dé los seres manifiestan el
pensamiento de Dios. Cuando el dolor muerde las más íntimas fibras de tu corazón,
oyes una voz que te dice: Dios. Cuando la caricia del ocaso te adormece en el sueño
apacible de las cosas todas, una voz te dice: Dios. Cuando la tempestad ruge y tiembla
la tierra, una voz te dice: Dios. Y la estupenda visión supera a todo dolor...
Reposa, escucha y ora. Extiende los brazos a lo creado y repite con él: “Dios, te
amo”. Tu plegaria no es ya temerosa admiración por la potencia divina, es ahora más
alta: es amor. Es la dulce oración que va como un canto que el alma repite, resonando de
terrón en terrón, por la tierra entera, de ola en ola por los mares, de estrella en estrella por los
inmensos espacios; es la palabra sublime del amor, que las unidades colosales de los uni-
versos repiten junto y al unísono con la débil voz del último insecto que se oculta medroso
entre las hierbas. Pareciera perdida y, sin embargo, también Dios la conoce, la recoge y la
sima. En el infinito del espacio y del tiempo, esta sola fuerza, esta inmensa onda de amor,
todo lo mantiene compacto en armónico desarrollo de fuerzas. La visión suprema de las
últimas cosas, del orden en que todas las criaturas van, te dará un sentido de paz; de paz ver-
dadera y profunda, la del alma satisfecha porque ve su más elevada meta.
211
Así, Dios se te aparece incluso más grande que en su potencia de Creador; se te
muestra en el poderío de su amor. Estalla, alma; no temas. El nuevo Dios, el de la buena
nueva de Cristo, es bondad. No los rayos vindicativos de Júpiter; antes bien, la verdad
que persuade, la caricia que ama y perdona. El infinito abismo en que crees ver espanto
no se halla ahí para devorarte en las tinieblas del misterio, sino que se hincha de luz y
canta allí, sin fin, el himno de la vida. Arrójate seguro a él, porque ese abismo
constituye amor. No digas: “no sé; di: yo amo”.
Y ora. Ora ante las inmensas obras de Dios; ante la tierra, el mar, el cielo. Pídeles
que te hablen de Dios; pide a los efectos la voz de la causa, y pide a las formas el
pensamiento y el principio que a todas las anima. Y las formas todas se acumularán a tu
alrededor, te extenderán sus brazos fraternos, te mirarán con mil pupilas hechas de luz, la
eterna sonrisa de la vida te ha de envolver entonces como una caricia. Y las mil voces te
dirán: “Ven hermano, satisface tu mirada interior, bebe fuerza en la sublime visión.
Grande y bella es la vida, y aun en medio del dolor más atroz y tenaz, es siempre digna
de ser vivida”. Y te tomarán de la mano, gritando: “Ven, cruza el umbral y contempla el
misterio. Mira: no puedes morir, nunca, jamás. Tu dolor pasa y por ello subes, y el
resultado queda. No temas a la muerte ni al dolor. No son ni el fin ni el mal; constituyen
el ritmo de la renovación y la vía de tus ascensiones. La vida es un canto sin fin. Canta,
pues, con nosotros, canta con todo lo creado, el infinito canto del amor”.
Ora así, alma cansada: “Señor, bendito seas Tú que estás por sobre todo
hermano dolor, porque él me acerca a Ti. Yo me postro ante Tu gran obra, aunque en
ella mi parte sea esfuerzo. Nada puedo pedirte, porque todo es ya perfecto y justo en Tu
creación, incluso mi sufrimiento, incluso mi imperfección que pasa. Espero mi
maduración en el puesto de mi deber. Reposo en la contemplación de Ti”.
Responde, oh alma, al inmenso abrazo, y has de sentir de verdad a Dios. Si la
inteligencia de los grandes se postra y venera, se espanta frente a la potencia del
concepto y dé su realización, y se acerca a lo divino por las fatigosas sendas de la
mente, el corazón de los humildes llega a Dios por las vías del dolor y el amor, lo siente
por las vías de esta sabiduría más profunda.
Ora así, alma cansada. Reclina la cabeza sobre Su pecho, reposa.
Si miráis a vuestro alrededor, veréis que las formas de la vida revelan profunda
sabiduría. Desde las individuaciones de la materia, el ser material es hijo de un germen
cristalino, de un impulso que emana del infinito; se caracteriza en su forma típica de
cristal, como el ser vivo se caracteriza en su forma anatómica, y cuando es mutilado
sabe reparar, igualmente su mutilación. Pero, en cualquier campo, todo fenómeno
constituye una afirmación, una resistencia a las perturbaciones, una voluntad de ser en
su forma, y una distinción del ambiente, que le permite decir “yo”. En los altos niveles
de la vida, a la sabiduría química del metabolismo celular íntimo se añade la sabiduría
técnica de la construcción de los órganos y la directiva de su funcionamiento, para uso
de los objetivos internos y externos de la vida. El complejo edificio es un
transformismo inclinado todo él hacia las luminosidades del psiquismo. En las formas
de la vida hay una necesidad de belleza; aquel material orgánico común que los seres se
hurtan uno a otro, devorándose mutuamente, tiende a plasmarse en una forma que
expresa esa íntima aspiración estética. Ya la célula es un pequeño ser vivo, que
concentra todas las potencialidades de la vida y las cualidades del organismo, puesto
que se mueve, respira, se nutre (asimila y desasimila), crece, segrega, se reproduce,
nace y muere, siente el ambiente y reacciona ante él. A partir de esta su primera unidad,
la vida cambia continuamente, quiere expresarse así misma, en formas cada vez más
elevadas y complejas. Existe siempre una gran necesidad de ascender y revelar en sí
dicha ascensión; hay, al mismo tiempo, una necesidad de prudencia que teme
aventurarse en el peligro de tentativas directas hacia equilibrios demasiado extremos y
alejados de la segura estabilidad de los equilibrios ya experimentados. Así la vida oscila
entre las viejas vías seguras y conocidas, ya recorridas, de las primeras y más simples
estabilizaciones del movimiento, las más resistentes a los choques ambientales, entre la
necesidad de conservarse y protegerse manteniéndose sobre la línea del pasado
(misoneísmo), y la necesidad de absorber en su estructura cinética, y de apropiárselas
217
asimilándolas, nuevas líneas de fuerza, o sea, de obedecer al impulso irresistible ascensional
de la evolución (innovación, revolución). La vida se equilibra así (hasta en el ámbito
intelectual y social) entre la tendencia conservadora y la tendencia creadora, y avanza en la
lucha entre las dos opuestas fuerzas de la herencia y de la evolución (variación de las
especies). Y la naturaleza avanza, pero con mucha prudencia. Las grandes floraciones
orgánicas no se producen sino en períodos particulares, como el que os han revelado los
descubrimientos paleontológicos; períodos de transición rápida, en que los edificios
dinámicos, saturados en exceso de nuevos impulsos asimilados, se precipitan en
tentativas de formas novísimas, mediante las cuales la vida, después de largas fases de
incubación silenciosa, explota en una improvisada fiebre de creación. Tentativas que no
sobreviven todas; períodos de construcción apresurados y monstruosos, que han
echado, sin embargo, las bases de nuevos órganos, de nuevas especies, de instintos
nuevos. Hoy, la fase de las formaciones biológicas constituye un pasado superado. Los
seres que véis animales y plantas son tipos que sobrevivieron a la evolución,
victoriosos en la gran lucha de la vida. No podéis vosotros observar la evolución, mas
sólo sus consecuencias. La elaboración presente está a otro nivel.
Un período semejante de construcciones paleontológicas apresuradas y
monstruosas lo vivís hoy, mas no como unidades orgánicas, sino como unidades
psíquicas; con idéntica fiebre de creación (pasiones), con la misma monstruosidad de
formas espirituales (errores, mentiras) y con similar incertidumbre e inestabilidad.
También en el campo psíquico y social la Ley continúa su mismo ritmo. Y también el
equilibrio espiritual del mundo ha oscilado siempre entre el impulso de conservación y el
impulso de revolución. Algunas células sociales tienden a mantenerse en la senda de los
equilibrios estables y seguros, conocidos pero cerrados, del pasado. Otras células
personifican la tendencia opuesta: destruyen y reedifican, tentando de continuo caminos
nuevos, en un dinamismo incesante; éstas representan el principio de la revolución, frente al
principio de la conservación. Son los pioneros, que viven peligrosamente, que todo lo dan y
lo arriesgan todo, que asaltan y atormentan, pero que son los únicos que crean. Durante
milenios ha dormido el mundo en la estática de un ritmo monótono, que volvía siempre,
igualmente, entre los mismos puntos, que parecían fijos (principio de conservación); pero
vosotros no sabéis qué lento trabajo subterráneo de maduración y de asimilación se llevaba a
cabo en el mundo psíquico-social; y un día el equilibrio estable y cerrado del pasado
precipitó en la revolución. El segundo impulso opuesto, el de las innovaciones, ha tomado
hoy la supremacía, y el alma del mundo intenta ahora, siguiendo las huellas de los grandes
precursores, que solos hablaron hace mucho tiempo, sus creaciones futuras: creaciones
psíquicas, que son asimismo creaciones biológicas. En el transcurso de este siglo, vuestro
esfuerzo de individuos y de masas decide los futuros milenios.
En estas fases primordiales de las formaciones orgánicas, la maleabilidad del
plasma se plegó a la presión del psiquismo interior explosivo, ávido de expresarse
218
modelando las formas. Junto a la formación de órganos internos cada vez más
complejos, se dio una floración externa de todos los medios de ofensa y de defensa,
tales como los imponía la constante lucha. La planta extiende en los filamentos largos y
sutiles su órgano prensil, su mano para aferrar; produce en la espina el primer
instrumento para ofender; inventa la astucia de hurtar el movimiento ajeno,
abandonando las aladas semillas al viento, o fijándolas a los animales que pasan; el arte
de circundar las semillas de un fruto sabroso, no para la alegría del hombre, sino para
que éste, al comerlo, lleve lejos e involuntariamente las semillas; el arte de los perfumes
y la estética de los colores y las formas, porque también la belleza atrae y constituye
gran necesidad, incluso en el bajo mundo biológico; porque también la belleza es, junto
a la lucha, necesidad universal, y protege, cual sagrado y divino don, dador de alegría,
frente al cual el agresor se detiene casi reverentemente, cohibido por el temor de
perturbar la divina armonía. Todos los secretos de la mecánica, la química y la elec-
tricidad se utilizan: despuntan patas y alas, antenas y cuernos, tentáculos, picos,
colmillos, aguijones; el arte sutil de los venenos, de la fosforescencia, del hipnotismo,
de las ondas eléctricas; el psiquismo endereza en el ojo las imágenes visuales; el arte de
los sentidos los desarrolla más finos y complejos, siempre en acecho; no hay
descubrimiento humano que no haya sido antes hallado y utilizado en la naturaleza.
Todos estos sabios medios son utilizados con una sabiduría todavía mayor. Los
tejidos se rigen por una fuerza razonable que guía sus funciones, según la cual el tubo
digestivo, que digiere el plasma, no se digiere a sí mismo; las glándulas que segregan
veneno, no se envenenan a sí mismas. Está además el mimetismo, arte de la mentira, y
hay asimismo el arte de la fuga para los débiles. ¿Por qué falta siempre uno solo: el arte
de la piedad? Porque ésta es la conquista más elevada, a la que únicamente el hombre
sabe llegar, y que, como verdadero rey, sólo podrá concebir, dominando la vida toda del
planeta. Es en el uso de los órganos e instrumentos de ofensa y de defensa donde la vida
manifiesta más evidente su psiquismo. Es ciencia despiadada, pero es ciencia. La
naturaleza se asegura la supervivencia de la especie, construyendo organismos en
grandes series, arrojando gérmenes con la máxima prodigalidad sobre el campo de la
vida. El primer manantial que brota de lo profundo de la substancia, se os aparece de
una potencia ilimitada e inagotable; lo que circunscribe su expansión, la fuerza que
frena la multiplicación de los seres reside, sobre todo, en la limitación de los medios
ambientales, limitación de la que nace esa lucha cuya principal función consiste en la
selección del mejor. A no ser por la rivalidad del vecino, moderadora de su expansión,
cualquier especie invadiría por sí sola al planeta entero. La Ley es sabia y alcanza sus
fines. La vida surge así como desenfrenada concurrencia de apetitos, donde todo se
obtiene con la fuerza y la astucia. Tal el nivel del animal, que no experimenta horror por
su estado, porque éste se proporciona a su sensibilidad. El animal es feroz en perfecta
inocencia; no es por ello inmoral, sino simplemente amoral. A dicho nivel, la vida
219
constituye guerra incesante, es un desenfreno de ataques a los que sólo el más fuerte
resiste: este es su catado normal. Aquí, la bondad resulta debilidad y derrota. Es flor
más delicada que la sabiduría, nacida después, mucho más arriba en la escala de la
evolución. Pero aquella sabiduría es ya profunda. El instinto conoce química y
anatomía; sabe, en algunos casos, hasta anestesiar al enemigo mediante inyecciones en
los ganglios nerviosos, en el punto estratégico, que paraliza los movimientos; cierta
especie de himenópteros, que necesitan provisiones inmóviles pero vivas, conocen la
anatomía y la anestesia desde antes que el hombre. El instinto posee previsiones que
parecen increíbles, especialmente en seres primitivos. Un ejemplo entre los coleópteros.
La larva lignivora del capricornio (cerambyx miles), que nace sin vista, oído ni olfato,
con apenas un poco de gusto y de tacto, este rudimento de sensibilidad, que ninguna
adquisición psíquica puede obtener en su ambiente (un tronco de encina, en el que vive
perforándolo y digiriéndolo), este pobre tubo digestivo posee, empero, una sabiduría
inmensamente superior a su organización y medios, y se comporta con una racionalidad
y presciencia asombrosas. Se prepara con anticipación una salida del tronco, que en el
estado de insecto perfecto no podría perforar, y se dispone junto a la salida una cavidad
para su maduración ninfal, encerrándose allí dentro con el cuerpo orientado hacia la
salida, porque a no ser por esa precaución, el insecto adulto, por entero acorazado, no
podría ya plegarse para salir. ¿Cuántas cosas no sabe con anticipación, y de dónde
puede llegarle esa ciencia? No sabéis responder. Pero pensad que si bien la forma
visible es un gusano, ella sintetiza en su psiquismo el principio que resume todas las
formas que adquiere el insecto y que, en su vida, ha asumido durante milenios; pensad
que dicho gusano lleva en su psiquismo el recuerdo de la totalidad de sus experiencias
vividas, incluso como insecto perfecto; en otros términos, el fenómeno es siempre
potencialmente completo, aun en sus fases de transición que vosotros véis, ya que, si la
forma mutable se transforma, el psiquismo animador se halla siempre por entero
presente, en todo momento, en sus manifestaciones sucesivas. En el psiquismo, por
tanto, los recursos de esta ciencia son superiores a las apariencias de la forma. Lo
habéis llamado instinto y no sabéis explicaros, en un instinto, tan previsora
racionalidad. El instinto no es inferior a la razón humana si no con respecto al campo
más limitado que domina y por el hecho de que, hallándose como evolución más cerca
del determinismo de la materia, constituye fenómeno más simple y mecánico, al paso
que el espíritu, que por evolución se distanció más de la materia, ha conquistado esa
complejidad y riqueza de vías que denomináis libre arbitrio, característica, como vimos,
de la fase de las creaciones.
Todo ser, como el hombre, lleva consigo este sutil psiquismo que rige las funciones
orgánicas, mantiene por manera constante su identidad, no obstante la renovación continua y
completa de los materiales constitutivos del organismo, y prepara y dirige su desarrollo y
acciones con una previsión que sólo sabe el que ha vivido y recuerda. A no ser por tal
220
psiquismo, no se explicaría cómo los materiales, siempre nuevos, de la vida, vuelvan
exactamente a su puesto de funcionamiento; no se explicaría cómo la corriente de tantos y
tan heterogéneos elementos esté ligada en continuidad; cómo, de todas las impresiones
transmitidas por el ambiente, sólo algunas se asimilan, y otras son corregidas, y otras
rechazadas. Dicho principio resume en verdad, la herencia de las características adquiridas;
se introduce en el germen y torna a imprimir la huella que recibiera de las impresiones y
experiencias vividas. Ello precede al nacimiento y sobrevive a la muerte, incluso en los
animales, pues que ellos también y es justo son pequeños fragmentos de inmortalidad y
eternidad; renace sin cesar, enriqueciéndose con la experiencia de cada existencia; vosotros
mismos podéis comprobar mediante la domesticación y el adiestramiento que en los
animales las puertas del instinto no se encuentran cerradas; vale decir que éste tiene todavía
ante vuestros ojos la capacidad de enriquecerse de cualidades, de asimilar lo nuevo; que
hay siempre, en suma, una posibilidad de progreso en el cristalizado raciocinio del instinto.
Y también en el hombre las cualidades se nutren continuamente de su ejercicio cotidiano, el
psiquismo se plasma en un proceso de constante elaboración; en el campo orgánico, así
como en el psíquico, el no uso atrofia y demuele, tanto como la actividad crea órganos y
aptitudes. (De ahí la necesidad biológica del trabajo).
He hablado de un insecto, pero infinitos son los casos. Sin estos conceptos, el
fenómeno del instinto, de su formación y su presciencia, los mismos fenómenos de la
hereditariedad, permanecen siendo un misterio insoluble.
La presencia de un psiquismo directivo resulta evidente en el fenómeno de la
histólisis del insecto. Aquí no os encontráis ya con una sabiduría funcional de órganos
internos o externos, o directora de las acciones del animal. En este caso se revela, en
cambio, una sabiduría más profunda, la que sabe crear un organismo nuevo de un
organismo deshecho. En tal fenómeno se producen profundas metamorfosis, que
revelan la presencia de un psiquismo de modo todavía más evidente que en las
reparaciones orgánicas que hemos notado ya. En el estado de crisálida ocurre en varios
insectos (lepidópteros), encerrados en su envoltura protectora, un fenómeno misterioso
mediante el cual se disgregan órganos y tejidos perdiendo sus caracteres distintivos y
la precedente estructura celular en una pasta uniforme, amorfa, en que no se hallan
supervivencias de la organización que se ha demolido. A esta especie de
desmaterialización orgánica sigue una nueva reconstrucción, verdadera histogénesis, en
que un nuevo organismo resurge, tan diverso en su constitución orgánica, que no puede
considerarse ligado al anterior por relaciones directas de derivación. El psiquismo
directivo del dinamismo fisiológico, aunque, como en la reparación orgánica,
inmediatamente activo en el complejo quimismo de la vida, aparece aquí en toda su
independencia de la forma y muestra el más completo dominio de ella, porque, si se aparta
de la misma, la desmaterializa y la reconstruye por manera diversa, sin continuidad
fisiológica, exorbitando todas las potencialidades constructivas del organismo. El concepto
221
absurdo de funciones efectos de una naturaleza específica de células y tejidos, y una
localización funcional en estrecha dependencia de una especialización en la estructura de
órganos y funciones es menester substituirlo por el concepto de un psiquismo directivo
independiente y superior, del cual las formas no constituyen sino su manifestación; él las
plasma, dirigiendo su incesante metabolismo íntimo y, cuando debe éste afrontar de un salto
las mayores distancias en metamorfosis profundas, que implican solución de continuidad de
desarrollo fisiológico, entonces el psiquismo permanece siendo el único hilo conductor
del fenómeno, el que permanece único y continuo, a pesar de que parezca roto de
inexplicable modo. No hay, pues, una substancia orgánica que, según sean la diversa
conformación y estructura celular alcanzadas por evolución, dé lugar a funciones
específicas, cuya causa pueda hallarse sólo en la especialización del material orgánico;
pero sí existe, en cambio, un psiquismo directivo que modela el plasma, para que pueda
éste expresar la función conforme al impulso recibido. La solución de los más
profundos problemas biológicos reside únicamente en esta ultrafisiología del
psiquismo.
Este cuadro de íntimos equilibrios nos abre las puertas para algunas
observaciones de carácter terapéutico antes que todo, en el campo bacteriológico.
Vosotros exageráis en la antisepsia en sentido profiláctico. El organismo humano se ha
225
formado y ha vivido siempre en un mar de microorganismos patógenos, tanto, que la
asepsia o el estado aséptico es en la naturaleza una condición anormal. Ahora bien, la
inmunidad está determinada por el equilibrio obtenido por las resistencias orgánicas. En
períodos interminables de evolución se estabilizó dicho equilibrio entre ofensa y
defensa. Matando el microbio perturbáis, pues, el equilibrio de la vida, en la que
también el enemigo tiene su tarea; os ponéis en condiciones anormales, que luego os
corresponderá defender y mantener. Sabéis que la función crea la capacidad. Al
suprimir la lucha, suprimís asimismo ese continuo excitante de reacciones que es el
asalto de los microbios; ganáis una salud presente tomada a crédito sobre la salud del
porvenir, una victoria ficticia obtenida a expensas de la resistencia orgánica; pues que el
organismo, por ley natural, perderá debido a falta de uso sus capacidades defensivas,
tornándose impotente para defender su vida. Es evidente que la protección artificial, al
atrofiar la aptitud para la defensa, redunda por completo en daño de la selección;
comprobado está que cuanto más se medica, así en plantas como en animales, tanto más
aumenta el número de las enfermedades (saprofitismo). Es la lucha la que ha formado y
mantiene la resistencia orgánica, premio de infinitas caídas y fatigas. Profundos son los
equilibrios de la naturaleza, y su perturbación produce nuevos desequilibrios. En el
incesante choque de los contrarios se produce una estabilidad, un acuerdo, una especie
de simbiosis, finalmente útil para ambas partes; y el enemigo se vuelve necesario al
hombre, porque la reacción que el asalto suscita constituye la base de su resistencia
orgánica. Desplazar el compensado ritmo de las relaciones e intercambios que se han
establecido desde milenios significa el surgir de enfermedades nuevas, lo cual entraña
una transformación y no una solución del problema. Se debe a las limitadas
concepciones de una ciencia utilitaria, que ha hecho de ella su principal objetivo, la
ilusión de que sea posible suprimir la lucha, y ello en todo campo, incluso en el moral
(dolor), como si el esfuerzo de la vida fuese una imperfección por superar y no un
factor fecundo y necesario, substancialmente situado en el funcionamiento orgánico del
universo. Una sola cosa puede justificar todo esto, y es la transferencia del campo de
lucha a un plano más alto; la supresión de un esfuerzo y conquista relativos se justifica
tan sólo por la substitución, con un esfuerzo más elevado, dirigido a más altas
conquistas. Así ocurre, en efecto. La lucha física y orgánica se está transformando en
lucha nerviosa y psíquica.
Debería la medicina tomar muy en cuenta el factor psíquico, no sólo en el campo
específico de la psicoterapia, sino como factor de importancia decisiva en cualquier caso y
momento. El materialismo imperante, absorto en la visión del solo lado material de la vida,
no podía ver el aspecto espiritual más hondo. Ha producido y creado, sin duda alguna; pero
es menester ahora superar ese tipo de ciencia. Y, sin embargo, aquella psicología subsiste to-
davía, por inercia, en los centros de cultura, amolda el pensamiento oficial que habla desde
las cátedras del mundo civil. Es hora de continuar el camino recorrido hasta aquí por la
226
ciencia materialista, en una ciencia espiritualista. Pues el espíritu, como véis, no
constituye fenómeno abstracto, aislado ni aislable y relegable al campo de la ética y de
la fe, sino que, invade todos los fenómenos biológicos; es fundamental en fisiología,
patología y terapéutica; el vibrante dinamismo vital está todo invadido por él. Menos
anatomismo y más psiquismo, no sólo invocado en el estudio de las neurosis, sino
tenido siempre presente en toda disciplina médica. El factor moral es fundamental, y si
es descuidado puede hacer perder al enfermo más que la carencia de curas materiales.
Habéis dotado a los hospitales de aire y luz, de higiene, limpieza. Y, sin embargo, son
espiritualmente fríos. En esos lugares de sufrimiento debéis pensar que no sólo yace el
cuerpo de un animal, sino además que se encuentra el alma de un hombre.- Hay mayor
necesidad de flores, de música y, sobre todo, de bondad, de palabras sinceras y
afectuosas, que de análisis microscópicos y radioscópicos y esterilizaciones y
suntuosidad científica. El estado de ánimo sobre el cual reposa el secreto del recambio
y, por ende, de la curación, se descuida. Aun en materia de infecciones influye el
espíritu, a menudo más que la esterilización del ambiente. Pensad que el equilibrio
orgánico no constituye más que la consecuencia del equilibrio psíquico, con el que se
halla en estrecha relación. Pues que el estado nervioso es el que determina y guía las
corrientes eléctricas, y son éstas las que presiden la constante reconstrucción química y
energética del organismo. Si ellas se dirigen de manera diversa, si la corriente positiva
activa y benéfica se invierte en corriente negativa pasiva y maléfica , si substituís un
estado psíquico de fe y bondad por otro de depresión y malevolencia, entonces, en lugar de
salud, el impulso ha de generar enfermedad; en vez de desarrollo,, regresión; en vez de
nutrición, intoxicación; en vez de vida, muerte.
Esta alma misteriosa que todo lo invade, en el porvenir surgirá de la sombra,
como un gigante; la ciencia precisará su anatomía, funcionamiento y evolución. La
nueva medicina ha de llevar a los primeros planos el factor psíquico; y afrontará el
estado patológico no ya como ahora, con medios coactivos más o menos violentos. La
corrección del estado anormal, la rectificación del funcionamiento arrítmico no será
obtenida únicamente actuando desde fuera y tratando de penetrar en el organismo por
medios físico-químicos. Mas al contrario, tratará de introducirse en su transformismo
íntimo, secundando las vías naturales del psiquismo dominador de las funciones. No
será ya entonces un choque brutal por la introducción de compuestos químicos
susceptibles de reacciones antivitales, sino que será corriente que se funde en la
corriente de la vida, será dinamismo benéfico que rectifica el dinamismo desviado.
Suministrando substancias, no podéis saber cuáles condiciones químicas antitéticas van
ella, a encontrar ni qué diversas reacciones pueden excitar en las variadísimas
condiciones orgánicas de los individuos. Hay atracciones y repulsiones y límites de
tolerancia por entero personales. ¡Prudencia, pues, con esa química violenta e igual para
todos! Una vía más pacífica para penetrar en la corriente vital es la vía psíquica. El
227
funcionamiento orgánico obedece a esta sabiduría instintiva que se ha fijado, por
larguísimas experiencias, en el subconsciente. Éste se fracciona en varias almas
menores, instintivas, que realizan sin vosotros saberlo el trabajo específico de todo
órgano. La conciencia puede, por vía sugestiva, impartir órdenes, y ellas serán
ejecutadas como por un anima domesticado. El caso del trauma psíquico os demuestra
la realidad de tale influencias. He aquí cómo, por vías psíquicas, es factible abrir o
cerrar las puertas a los asaltos patógenos, reavivando o paralizando las defensas
orgánicas. No se matan así microbios, sino que se refuerzan las resistencia; y se
obtienen resultados que equivalen a los de la más escrupulosa antisepsia. Pues que la
patogénesis no depende tanto de las condiciones ambientales como de la vulnerabilidad
específica individual que predispone a la enfermedad y sobre la cual influye en gran
manera el estado psíquico.
228
en cuyo seno se mueve y se equilibra el mundo orgánico, así como el mundo ético,
sensorial y psíquico.
Pero se da otro hecho. No sólo el mundo orgánico se ha habituado a arrastrar
normalmente el peso de su imperfección, ni únicamente esto entra en la ley de
equilibrio. Tal ley opone, por compensación espontánea, a todo punto de debilidad
mayor un punto de mayor fuerza, a una vulnerabilidad específica, una resistencia
asimismo específica en otra parte. La naturaleza siente el punto amenazado y lo
circundé, reforzándolo, con todos sus demás recursos, órganos, sentidos que se
desarrollan en proporción y más allá de la media. No os alarméis, pues, por cualquier
punto débil, ya que puede ser él por compensación, una fuerza.
Permaneciendo siempre en el campo orgánico hemos visto, incluso, que cada
asalto patogénico superado produce, por reacción, la aptitud para la resistencia, fortifica
todo el arsenal de las defensas. En este caso posee la enfermedad una función
inmunizadora y lleva, por contraste y compensación, el hábito a la victoria y a la
autoeliminación de lo patológico. En tal sentido la enfermedad es condición de salud, ya
que excita la construcción de todas las resistencias orgánicas. Éstas, que os defienden sin
vosotros saberlo, constituyen el resultado de innumerables victorias y luchas superadas; son
fruto de vuestro esfuerzo, duramente ganado en el largo camino de la evolución.
Pero hay una compensación más elevada de lo patológico en otros campos,
puesto que todo en el universo está interligado. Siempre por reacción compensadora,
una imperfección y sufrimiento físico puede tener una repercusión creadora en el campo
de lo moral, determinando un estado de tensión, excitando una rebelión que se
manifiesta como explosión de fuerza al nivel psíquico. Aquí reaparece la función
creadora del dolor. Su tenaz y penetrante acción no puede menos que despertar
resonancias en lo hondo de ese psiquismo que se comunica siempre con las formas
orgánicas; y deja, en las mismas, huellas indelebles. Pues si el dolor no basta, a
menudo, para construir de golpe la grandeza de un alma, en casi todos los casos nos la
revela entera y exalta al máximo la totalidad de sus valores, y a lo largo del andar es
siempre escuela de ascensión. Y si en las almas inertes el dolor se resuelve a veces en
pasiva adaptación, con frecuencia enciende luminosidades nuevas en el espíritu y
entonces se puede hablar, en verdad, de una función creadora de lo patológico. Gran
ciencia ésta, la del saber, sufrir, que sólo poseen los hombres y pueblos que han vivido
mucho; ello significa una resistencia a las adversidades que los jóvenes no poseen.
Observad el fenómeno de lo patológico hasta sus últimas repercusiones, y veréis que en
ocasiones ha arrancado del alma humana los gritos más sublimes y las más grandes
creaciones. A menudo una imperfección física, que cierra al alma los senderos de la
vida exterior, le prepara los de la profunda introspección de sí, manteniendo siempre
despierto al espíritu y sometiéndolo a una gimnasia que lo agiganta. De la maceración
de un cuerpo enfermo, muchas almas han salido purificadas; un mal físico puede muy
229
bien ser la prueba impuesta por el destino en el camino de las grandes ascensiones
humanas. Invito a la ciencia a explicar cómo una enfermedad, una deficiencia orgánica,
es capaz de dar tanta fuerza al espíritu, tal fecundidad al pensamiento, tanta salud y
potencia a la personalidad; de qué modo, en otros términos, lo patológico puede
contener a menudo lo supernormal.
Sólo estos conceptos de vida psíquica pueden guiar a la ciencia hasta las puertas
de una ultrafisiología o “fisiología de lo supernormal” tal como la véis despuntar en los
fenómenos mediumnicos. En ellos, las relaciones entre materia y espíritu son
inmediatas: el psiquismo modela una materia protoplasmática más evolucionada y sutil:
el ectoplasma. La construcción nueva, anticipo en la evolución, no posee, naturalmente,
la resistencia de las formas estabilizadas por larga vida, por lo que está pronta a
deshacerse. Las vías nuevas y de excepción son, además, anormales e inseguras. Los
productos de la fisiología supernormal emergentes de las vías habituales de la
evolución, tienen necesidad de fijarse, por tentativas y larga repetición, en la forma
estable. Todo esto os recuerda al rayo globular, retorno atávico de un pasado superado;
presentimiento del porvenir, en cambio, es el ectoplasma. Esta forma responde a aquel
proceso de desmaterialización de la materia de que hemos hablado. La materia química
del ectoplasma responde a una avanzada desmovilización de sistemas atómicos en
movimientos vortiginosos, a lo largo de la escala de los elementos, hacia los pesos
atómicos máximos. El fósforo (peso atómico 31), cuerpo sucedáneo, aceptado sólo en
dosis moderadas en el círculo de la vida orgánica, es tomado aquí en el avanzado
movimiento vortiginoso, como cuerpo fundamental, junto a H (1), C (12), N (14), O
(16). La plástica de la materia orgánica, por obra del psiquismo central directivo, se
torna siempre más inmediata y evidente. Todo lo cual os explica la estructura lagunal de
muchas materializaciones espíritas, que suplen la formación incompleta de partes con
masas uniformes de substancias ectoplasmáticas de apariencia de telas o velos. Todo
revela la tentativa, el esfuerzo, la imperfección de lo nuevo. Y ello os permite
comprender cómo el desarrollo del organismo hasta la forma adulta no constituye sino
una construcción ideoplástica operada por el psiquismo central, por los viejos y seguros
caminos tradicionales que la evolución hi recorrido.
Las redes de los hechos y concomitancias se estrechan cada vez más en torno a
este psiquismo innegable. Sólo ello os da la clave del fenómeno de la herencia(l).
230
Fenómeno inexplicable si es visto aislado en su solo aspecto orgánico, como hace la
ciencia; para ser comprendido debe completarse con el concepto de una herencia
psíquica. ¿Cómo pueden los órgano sometidos a incesante renovación, hasta una final
y definitiva descomposición conservar por manera indefinida las características
estructurales, y transmitir aptitudes prenatales en otros organismos? Y los registros en el
instinto, con frecuencia los más importantes, se producen después del período juvenil
de la reproducción, en el individuo adulto, y a veces justamente en la vejez (la máxima
madurez psíquica). Y ¿cómo es posible que, en una naturaleza tan previsora y
económica, se pierdan justamente las mejores ocasiones? ¿O será que la herencia sigue
otras rutas, los caminos psíquicos, por los cuales el material recogido se confía a la
supervivencia del principio espiritual, con preferencia a las vías orgánicas de la
reproducción? ¿Y no vimos que éste es el nudo que constriñe, en una explicación única,
todos los fenómenos del instinto, de la conciencia y de la evolución psíquica? ¿Quién,
sino el espíritu inmortal, puede constituir el hilo conductor que, a través de un continuo
nacer y morir de formas, rige el desenvolverse de la evolución? ¿Y qué hilo, sino éste,
sabrá hacerla llegar a las superiores construcciones de la ética?
Tal concepto de herencia psíquica conduce a la inevitable conclusión
preparada ya por demasiados hechos para que pueda negarse de la supervivencia de
un principio psíquico después de la muerte, y esto tanto en el hombre como en los seres
inferiores, no desheredados por la justicia divina aunque hermanos menores y en
forma diversa de los derechos de la supervivencia. Si el psiquismo se demuestra en lo
sucesivo como parte integrante de los fenómenos biológicos, como principio al que se
confían los últimos productos de la vida y la continuidad del transformismo evolutivo,
como unidad directiva de todas sus formas sucesivas, es obvio admitir que dicho
psiquismo, ya que sobrevive a la muerte orgánica, deba preexistir al nacimiento. Este
equilibrio de momentos contrarios resulta necesario para la armonía de todos los
fenómenos; en la indestructibilidad de la substancia demostrada ya en todos los
campos todo es continuación y retorno cíclico. El universo no puede ser arrítmico en
ningún punto ni en momento alguno. Es absurdo, pues, el concepto de una Divinidad
sometida a la dependencia de dos seres, cuya unión debe tal Divinidad esperar para ser
obligada, cuando aquéllos lo quieran, a la obra de la creación de un alma. No se puede
conceder a la criatura tal poder de decisión. Y en el tiempo transcurrido, ¡qué
acumulación de unidades espirituales a través de la vida! ¿Dónde acabaría el ciclo y se
restablecería el equilibrio?
La herencia misma os ofrece fenómenos que de otra manera serían
inexplicables. A no ser por estos conceptos, todo se torna incomprensible e ilógico; con
ellos, en cambio, todo es claro, justo y natural. A veces los hijos superan a los padres,
los genios nacen casi siempre de progenitores mediocres. ¿Cómo puede el más ser
231
engendrado por el menos? Los caracteres distintivos de la personalidad exorbitan de
toda herencia, a la cual veis confiadas las afinidades orgánicas más que las cualidades
psíquicas. Observamos la génesis del psiquismo, la formación del instinto, de la
conciencia, problemas de otro modo insolubles. ¿Por qué estas profundas
desigualdades, innatas, indestructibles en el individuo, cualidades propias indeleble-
mente estampadas en su rostro psíquico interior? ¿No os revelan ellas todo un camino
recorrido? Un pasado que se vivió y que no es posible anular ni hacer callar, resurge y
grita: tal fui yo, tal soy. De todo ello depende un destino de alegría o dolor, que es un
derecho o una condena. Una creación nueva, de la nada, debe formar por justicia divina
almas y destinos iguales. No dejéis, pues, que tantas dolorosas condenas, justamente
permitidas por Dios porque son queridas por el ser libre y responsable, recaigan sobre la
Divinidad como acusación de injusticia o inconsciencia. ¡Cuántos absurdos éticos frente
a un alma a la que, en cambio, se debe enseñar a ascender moralmente!
No hagáis excepción, para el hombre, en la ley cíclica que rige a la totalidad de los
fenómenos. Un río no puede crearse en su fuente de origen; si ésta no recogiese las aguas
siempre por medio de la evaporación y de las lluvias de los mares, éstos no serían lo
suficientemente vastos para contener el eterno fluir. No debéis crear desproporciones entre
un instante como es vuestra vida y una eternidad de consecuencias. ¿Sabéis qué es una
eternidad? Resulta absurda, inconcebible, tal descomunal desproporción entre causa y
efecto. Solamente lo que no nació no puede morir; sólo lo que no tuvo principio puede
sobrevivir en la eternidad. Si admitís un punto de partida, habréis de admitir asimismo un
punto equivalente de llegada: si el alma nace con el cuerpo, entonas, con el cuerpo debe
morir. De modo que la lógica os conduce al más desesperado materialismo.
No creáis, como con demasiada frecuencia lo hacéis en vuestras ilusiones, que
premio y castigo, alegría y dolor, en la eternidad de la justicia divina se puedan usurpar,
tal como suele hacerse en vuestro mundo. Todo marcha según una ley fatal de
causalidad, una ley íntima, invisible e inviolable, contra la cual nada pueden la astucia
ni la prepotencia; es ley matemática, exacto cálculo de fuerzas. No hay posibilidad de
violación en tan férreo engranaje de fenómenos. A las consecuencias de las propias
acciones jamás se escapa y el bien o el mal que se realizan, se realizan por sí mismos.
Existe, antes de la herencia orgánica, una herencia psíquica, que manda sobre aquélla y
que resume vuestras obras todas, constriñendo vuestro destino. Dios es justo, siempre.
No podéis culpar a nadie, es absurdo mal decir en cualquier caso. Se forma en todo
instante el balance exacto de Debe y el Haber, como culpas y méritos, pena y alegría, y
el dolor constituye siempre bendición de Dios, porque si no expía y purifica, si no paga
el débito, construye siempre, pues acumula crédito. Es la ley de la vida; oculta e
inaferrable, presente siempre, y que no olvida jamás.
Caen vuestras barreras y defensas para protección de la injusticia. La justicia es
la Ley profunda y os sigue y encuentra en la eternidad, siempre. ¡Cuántos dramas en
232
estas palabras! Existe, por sobre el parentesco de los cuerpos, un más profundo
parentesco con vuestro pasado y vuestras obras, que resurgen en torno de vosotros y os
asedian, elevándoos o abatiéndoos. Sois tales como os construisteis; poseéis
concedidas, aparentémente, por la naturaleza las armas que os habéis fabricado; y
afrontáis con ellas la vida, mediante ellas superándola. Pusisteis en movimiento las
causas que ahora actúan, dentro y fuera de vosotros. El presente es hijo del pasado; el
futuro es hijo del presente. No culpéis a nadie. La génesis de una vida no puede ser tan
sólo el efecto de un egoísmo de dos, que obra en daño de un tercero imposibilitado de
dar su consentimiento. ¿Cómo podéis creer que toda una vida de alegría o dolor, de la
que luego dependerá el fijarse un estado definitivo, para una eternidad, sea dejada a
merced de un hecho accidental, realizado sin conciencia de sus consecuencias? ¿Cómo
puede un hecho tan substancial, cual es la vida y el dolor de un hombre, en un
organismo universal en que todo es tan precisa y justamente querido y previsto, ser
abandonado así, tan fuera de la Ley, en el momento decisivo de su génesis, que tiene
efectos tan colosales? ¿No echáis de ver el absurdo de tal concepto? ¿Cómo podéis
creer que en el inmenso y soberano orden haya lugar para la locura y la maldición, para
la inconsciencia y la usurpación, y que se puedan sembrar de tal manera, al azar, por
irresponsables, las causas del dolor?
¿Acaso no sentís vuestra personalidad que grita “Yo” por encima de todo
vínculo y afinidad? La herencia es, sobre todo, psíquica, y ésta es vuestra, individual,
preparada y querida por vosotros. La herencia fisiológica constituye, en cambio, una
herencia secundaria, dependiente de aquella otra y de consecuencias limitadas, porque
son inherentes a un organismo que no representa para vosotros otra cosa que el vehículo
del viaje terreno y que mañana dejaréis. El parentesco familiar es parentesco orgánico,
de formas, de tipo; a ese vaso ha descendido vuestro espíritu, no ya al azar, sino por ley
de afinidad, y la fusión es completa en una unidad que, aun conservando los caracteres
de la raza y familia, a menudo los trasciende inconfundiblemente, en cuanto
personalidad psíquica. De aquí las semejanzas y, a un tiempo también, tantas
diferencias. Los padres os dan el germen de la vida física, protegen su desarrollo junto
al de la vida psíquica que desciende del cielo y es confiada a ellos. Respetad y amad su
gran esfuerzo. En las frágiles horas de la juventud, vuestra alma eterna está en manos
de ellos; y temblad si os convertís en padres; imaginaos elegidos como colaboradores
en el esfuerzo divino de la construcción de las almas.
Si la vida psíquica no es hija directa de los padres, es sin embargo su pariente,
por las vías de la afinidad, que la ha llamado y atraído a aquel determinado ambiente.
Nada se confía al azar. Con frecuencia el alma elige el lugar y el tiempo, previendo las
pruebas a superar; pero cuando no ha llegado todavía esta conciencia y no sabe aún ser
libre, entonces su peso específico resultante del grado de su destilación espiritual, las
atracciones y repulsiones por las cosas de la Tierra, la naturaleza del tipo constituido, la
233
guían automáticamente, por un equilibrio espontáneo propio de fuerzas así como todo
se equilibra en el universo, desde el átomo a la estrella a su elemento, sólo en el cual
puede vivir y trabajar.
234
Al fin y al cabo, ¿qué cosa es la muerte? ¿Qué significa esta extraña
evaporación de conciencia, mediante la cual, en un instante pasa él organismo del
movimiento a la inmovilidad, de la sensibilidad a la pasividad inerte? Contempláis con
espanto ese cuerpo muerto y en vano le pedís que dé, a vuestra sensación, la chispa de
la extinguida vida. Y, sin embargo, la materia está toda allí, intacta todavía en el primer
momento; y están allí la totalidad de los órganos, y los tejidos, y el plasma; la máquina
reposa completa. Sólo falta la voluntad del conjunto, el psiquismo directivo; falta el
poder central, y la sociedad se apresura a disolverse, como un ejército sin jefe, en el que
cada soldado comenzará a pensar sólo en sí mismo, para agregarse a otros ejércitos,
donde quiera los encuentre. El edificio espléndido se derrumba y otros constructores
vecinos no importa si menos hábiles acuden a buscar materiales para sus propios
edificios. Todo se vuelve a tomar acto seguido, en un nuevo círculo, todo es vuelto a
utilizar y revive al sol. Nada puede morir, jamás. Sólo que la unidad colectiva se
disuelve en las unidades componentes menores.
Hay allí, pues, separación del psiquismo y un profundo cambio de estado de la
materia. Y se da en este fenómeno algo que os recuerda otros cambios de estado más
simples, como es, por ejemplo, el paso de la materia desde el estado gaseoso al líquido
y hasta el sólido. Existe una pérdida de movilidad, una liberación de energía. Nada se
destruye en la naturaleza, de modo que también la muerte “debe”; por ley universal,
restituir intacto ese psiquismo que ahora en vano tratáis de encontrar en aquel cuerpo
exánime. No importa si escapa a vuestros sentidos y medios de observación en lo
imponderable. Allí había un psiquismo animador y al presente no está. Todo el
universo, por la obediencia constante a su ley, os grita que dicho psiquismo no puede
ser destruido. Veis renacer ese principio en todo momento, así como renacen de la mar
las lluvias que en ella cayeron: lo véis renacer rico de instintos, proporcionado al
ambiente, individualizado tal como estaba cuando el cuerpo murió. En la muerte lo véis
desaparecer, y en el nacimiento reaparecer; ¿cómo puede ser posible que el ciclo,
conforme ocurre en todas las cosas, no se cierre conjugando sus extremos? Así como lo
que no muere no puede haber nacido, del mismo modo, lo que existía antes del
nacimiento no puede morir. Lo que no ha nacido con la vida, con la vida no muere.
La lógica del universo, la voz de los fenómenos todos, concorde os lleva a esta
conclusión: si, como está demostrado no obstante el cambio de forma , la substancia
es indestructible; si la existencia de un principio psíquico es evidente, debe ser inmortal;
e inmortalidad no puede ser sino eternidad, equilibrio entre lo pasado y lo futuro, vale
decir, reencarnación. Si todo lo que existe es eterno, vosotros, que existís, sois eternos.
Nada se podrá anular nunca. No existe ley ni autoridad humana que pueda destruir la
lógica y evidencia de los fenómenos. Supervivencia del espirite es sinónimo de
reencarnación. O bien renunciar a comprender el universo como hace el materialismo
o, si se admite un plan, un orden y un equilibrio, según todos los hechos lo afirman, es
235
necesario seguir su lógica (no resulta posible detenerse en la mitad) hasta las últimas
consecuencias. Vida y muerte son los contrarios que se compensan, los dos impulsos
que forman el equilibrio, las dos fases complementarias del mismo ciclo.
¿Desaparecerá el espíritu en lo indistinto de un gran depósito anímico amorfo?
Sería absurdo. Aquel principio no lo véis reaparecer amorfo, sino con cualidades ya
prontas, puesto que se manifiestan de manera rápida, o sea, las cualidades de instinto,
conciencia y personalidad con que lo habéis visto desaparecer. La unidad reconstruida
se asemeja demasiado a la unidad destruida, para que no se trate de la misma. Sólo así
podéis explicaros la presciencia del instinto, la gratuidad de su conocimiento, ese surgir
de capacidades innatas sin un aparente precedente constructivo. ¿Cómo podrían los
instintos, el destino, la personalidad nacer de la nada, fuera de la ley universal de la
causalidad, tan diversos y definidos como son? Ellos constituyen el pasado, que por
aquella ley renace siempre y a los que ninguna muerte podrá jamás destruir. Es absurdo
e imposible un continuo construirse y desintegrarse de personalidades, un pasaje del ser
al no ser, en que se quebraría la cadena de la causalidad que lo prepara y lo conserva
todo. Además, todo está individuado, todo grita “yo” en el universo. No existen tales
mares de inercia, esas zonas de vacío; en fin, la evolución no deshace, no demuele
nunca, antes bien defiende como a la cosa más preciosa los productos de tanto esfuerzo
suyo. Y una unidad colectiva tan compleja como lo es la individualidad humana,
representa el más elevado producto de la vida y resume en sí los resultados del más
grande trabajo de la evolución. ¿Podría jamás ésta, en su estricta economía, permitir la
dispersión de sus mayores valores? Y luego ¿por qué el testimonio de los desilusionados
sentidos debería tener más fuerza que vuestro instinto, que os dice: “yo soy inmortal’; y que
las religiones, los fenómenos medianímicos, la lógica de los hechos, la voz concorde de la
humanidad toda y de los tiempos todos, que también os dicen: “eres inmortal”?
El psiquismo individual sobrevive en las plantas, en los animales y en el
hombre; el desarrollo embriológico, que repite y resume todo el pasado vivido,
demuestra que en la vida es siempre el mismo principio el que continúa su obra; tal
supervivencia indestructible del pasado en el presente, que garantiza la continuidad de
la evolución, os demuestra asimismo una identidad constante del principio de la acción.
El psiquismo sobrevive y lo hace con el grado de conciencia conquistado, que puede
subsistir en el estado inmaterial incorpóreo.
La muerte no es igual para todos. Lo es en el cuerpo, mas no en el espíritu. En
los seres inferiores comprendido el hombre en sus primeros grados , el centro pierde
conciencia y se apresura a reencontrarla, arrastrado por la corriente de las fuerzas de la
vida, en nuevos organismos. El gran mar tiene sus mareas e ininterrumpidamente
impele sobre la ola del tiempo los principios, en el ciclo alterno de vida y de muerte,
porque tal es la vía del ascenso. La evolución es una fuerza acuciante; reside en la,
naturaleza del dinamismo de ese principio animador el anhelar siempre nuevas
236
expresiones y realizaciones más altas. Esta pérdida temporal de conciencia en los seres
inferiores puede darles la sensación de ese fin de todo que el materialismo sostiene:
sensación, no realidad: Pero, en los hombres más evolucionados, que han entrado en la
fase a, propiamente dicha, del espíritu, la conciencia no se extingue, sino que recuerda,
observa, prevé y luego elige las pruebas con conocimiento. La conciencia constituye
conquista, premio de inmensas fatigas. En el ambiente inmaterial puede subsistir en el
hombre cuanto de él sea inmaterial, aquella parte de él que fue pensamiento elevado,
sentimiento no ligado a la forma. Todo lo que es bajo representa tiniebla; en lo Alto,
están la luz y la libertad. Pero, a través de su cotidiana lucha para refinar la materia en
forma de expresión del espíritu cada vez más transparente, la evolución os eleva cada
vez más por encima de esa muerte que tanto os espanta y que es la tiniebla de la
conciencia, y la transforma en un pasaje con el cual la personalidad cada vez menos se
turba, hasta reducirlo a un cambio de forma en el que el yo permanece despierto y tran-
quilo.
Entonces el hombre habrá vencido a la muerte y vivirá consciente en la
eternidad. El progreso espiritual y moral es, por lo tanto, fenómeno biológico al que se
confían los destinos y el porvenir de vuestro estado personal futuro; se convierte en
fenómeno que toca directamente a la ciencia y al interés individual y social.
La muerte se reduce así a un momento del recambio orgánico de la vida, y el
problema de la supervivencia, encuadrado de tal modo sobre el fondo del
funcionamiento orgánico del universo, no es soluble más que en sentido afirmativo.
Observad el íntimo dinamismo del fenómeno. La vida representa la fase de
actividad del transformismo dinámico-psíquico; la muerte, la fase del reposo. Hemos
visto el complejo mecanismo por el cual se realiza a través de la vida ese pasaje de la
fase p a la fase a. Primero la génesis de los movimientos vortiginosos en el sistema
planetario atómico, por acción del tren electrónico de la onda dinámica degradada, y
con ello la formación de la máquina vital en su complejo quimismo. Es la génesis del
plasma, de la materia viva. Luego hemos visto su desarrollo desde la planta al hombre,
su organizarse en formas cada vez más complejas, y hemos definido el círculo de la
energía, a lo largo de los continuos intercambios de material orgánico, desde la materia
solar y sus radiaciones hasta la planta plasmódoma (asimilación del carbono), el animal
plasmófago, hasta el alto psiquismo humano. Finalmente, hemos visto cómo el último
resultado de todo este complejo funcionamiento de materiales químicos y de energía, a
través de la máquina de la vida, fue el desarrollo del psiquismo, en sus fases de instinto,
conciencia y superconciencia.
Así se construye el espíritu a lo largo de la vida. En la muerte, este trabajo se
interrumpe para ser luego retomado y continuado. La vida ha producido, por una
corriente de metabolismo químico, el psiquismo; en aquel proceso de
desmaterialización a que hemos aludido, el vórtice electrónico ha investido cada vez
237
más profundamente a la materia, desplazando el equilibrio íntimo de sus trayectorias y
su figura cinética; la energía, degradada al máximo sin destruirse, ha pasado por todas
estas mutaciones y, de paso en paso, volvéis a encontrarla en su último término en la
escala de la evolución, en el psiquismo. Aquí, se ha convertido en .
En consecuencia, al morir ocurre el aislamiento, la separación del principio más
elevado de todos los principios subyacentes y determinantes; aquel principio se separa
de los inferiores que había llamado para que colaboraran en su obra de evolución. La
química más alta de la vida se deja caer a formas más simples; la energía no elaborada
en psiquismo se restituye a las corrientes ambientales; las herramientas de trabajo,
tomadas en préstamo en los planos inferiores de la materia y de la energía, se dejan,
para que otros las recojan, y la síntesis de la obra realizada, el resultado y el valor de la
vida, se centralizan en lo profundo de los movimientos vortiginosos, en la íntima
estructura cinética de la substancia, que conserva la memoria de toda huella y que
mañana la reproducirá. El ser retorna sobre sí mismo y todo sobrevive en el torbellino
más íntimo; he aquí la técnica del germen. Luego, la fase de centralización se invertirá
en la de descentralización, que es el proceso de la vida. Y así, oscilando
alternativamente de la periferia al centro, de la acción a la experiencia, di la materia
al espíritu, recorre el ser el doble respiro de que fa evolución se nutre: ascenso y
descenso; reconstrucción y disolución. En la muerte, el ángel se separa, libre de su pe-
destal. Tornará después a apoyarse sobre la Tierra, a engolfarse en los ciclos densos de
la materia, que son los únicos que dan la resistencia y la lucha (prueba), para conquistar
nueva experiencia, atemperar las propias energías y ahondar el movimiento íntimo
hacia el centro, complicando, a través de las pruebas, su íntima estructura cinética. Pero,
en cada desprendimiento es más largo el camino recorrido, y más evolucionada asimismo la
materia plasmada. La conciencia permanecerá, en fin, para todos lúcida más allá de la
muerte, y la separación de una materia más sutil no constituirá desprendimiento, la escisión
y la reunión de la muerte y del nacimiento transcurrirán sin perturbaciones, en un espíritu sin
cesar consciente y previsor. Entonces, a habrá superado la fase “vida” y, en el umbral de una
nueva dimensión, no habrá ya ni materia, ni cuerpo, ni muerte. Pues que la evolución
entraña liberación y felicidad, conciencia y luz.
¿Cómo navega en los espacios este producto-síntesis de la vida? Esta unidad
psíquica es el último producto destilado de la evolución en sus fases , , y toca la
fase sucesiva x, cuyas dimensiones os lo dije exorbitan vuestro concebible.
Aquella unidad se encuentra fuera del espacio y del tiempo; síntesis de la evolución
realizada, constituye el germen de las futuras evoluciones. Es una individuación
inmaterial, en altísimo grado de centralización cinética, oculta para vosotros en lo
imponderable. A fin de volver al contacto con vuestros sentidos ha de revestirse de las
formas más densas de vuestra vida, tornar a recorrer en descenso el camino ascensional
de la evolución, vale decir, ha de revestirse primero de energía y luego de materia. Mas,
238
como por disgregación atómica de la materia puede generarse energía, así, al contrario,
con energía es posible fabricar materia y, más arriba, como la energía formó el
psiquismo; el espíritu puede emanar energía.
Las fases son siempre comunicantes, ascendiendo y descendiendo, y las
entidades, en sus materializaciones, deben volver a recorrerlas en la dirección inversa a
como las recorréis vosotros. Se trata de una inversión de los procesos cinéticos que
hemos observado; es una restitución, por parte del torbellino electrónico, de la onda
dinámica, y luego de una reducción del movimiento en la forma más simple de sistema
planetario atómico. El producto último, la unidad del psiquismo, descompone su
síntesis y torna a desarrollar en estado actual el potencial encerrado en estado de
latencia. Tal es la técnica de las materializaciones medianímicas, de las desmaterializa-
ciones en los transportes y símiles. Fenómenos de excepción, porque la substancia se
halla toda en movimiento en sus fases. El espíritu vaga, tras la muerte, más allá del
espacio y del tiempo, en otras dimensiones. El universo le ofrece todas las posiciones y
condiciones posibles para reconstruirse un cuerpo en la materia. Cada gota del infinito
océano estelar presenta un apoyo a la vida, en las condiciones más diversas, para
afrontar las pruebas, las experiencias más adecuadas a cada tipo de diferenciación y
nivel de existencia. El océano es ilimitado, el universo está palpitante por entero de vida
y conciencia, y responde incesantemente como un eco al férvido trabajo de la
evolución.
LXXV. EL HOMBRE
240
encuentra maduro, y es ley que la bestia se convierta en ángel, que surja del desorden
una nueva armonía y más alto se entone el himno de la vida.
El materialismo ha hecho del hombre un ser malvado, con tendencia a suprimir a su
propio semejante, homo homini lupus; nosotros, en cambio, haremos de él un ser justo y
bueno, propenso a ayudar a sus hermanos. La ciencia lo ha hecho malo, y nosotros, por
medio de esa misma ciencia, lo haremos un ser mejor. El hombre es el artífice de su destino,
debe realizar el esfuerzo de crearse así mismo; ha de esculpir la grande obra del espíritu en
la tosca materia de la vida. Suyo debe ser el esfuerzo de la superación biológica y de la
liberación de la más baja ley del mundo animal; y suyo será el triunfo, el de la ascensión
espiritual en el campo de todos los valores humanos. Y cada prueba, dolor y victoria, serán
un golpe de cincel que definirá y embellecerá al sol la obra divina.
Las conclusiones son inminentes. Las cuestiones científicas se superan;
aquellos problemas que se hallan distantes de vosotros podían dejaros indiferentes. Las
conclusiones os tocan de cerca en vuestra vida, en vuestra felicidad y en vuestro
porvenir individual y colectivo. Si sois racionales, no podréis ya rechazarlas en nombre
de vuestra misma razón y de vuestra propia ciencia. Hay quien comprende porque
siente; pero mi esfuerzo habría sido demasiado ligero si hubiese hablado tan sólo al que
ya siente y comprende. Este libro ha sido escrito para aquellos que para comprender
tienen necesidad de la demostración; para ellos se ha hecho el presente esfuerzo de
racionalidad, de otra manera inútil.
Podéis haber leído por curiosidad, mas toda palabra se dijo y cada concepto fue
puesto en su lugar para que actúen ahora como impulso convergente hacia tales
conclusiones. Todos los conceptos son fuerzas y se escalonan por ondas desde y por el
infinito entero, apremiando hacia esta síntesis, en que dicto las normas de la vida
individual y social, que no podéis ya rechazar. No he hecho con vosotros cuestión de fe,
porque habéis aprendido a huir de ella; hago cuestión de razón y de ciencia, y con estas
mismas armas vuestras, con las que habéis intentado demoler a Dios y al mundo del
espíritu, os he estrechado progresivamente en una mordaza de hierro, para que retornéis
a Dios y al espíritu.
Mi palabra he dicho es verdadera, se está realizando, se realizará. La
semilla ha sido arrojada y germinará. Indico al mundo la vía del espíritu, que es la única
vía de las ascensiones humanas, así en el arte como en la literatura y en la ciencia. He
vuelto a abriros esta puerta hacia lo infinito, que razón y ciencia os habían cerrado. Por
este sendero de conquistas guiaré a los fuertes que quieran seguirme.
Os he dicho ya que estáis en un importante recodo de la vida del mundo; la Ley,
que lo ha venido madurando durante dos milenios, impone hoy esa revolución
biológica. Los hechos, que saben hacerse oír por todos, os obligarán. Se trata de
movimientos mundiales de masas y de espíritus, de pueblos y de conceptos;
movimientos profundos, de los que ninguno escapará. Pero antes que hablen los hechos
241
y se desencadenen las fuerzas más bajas de la vida, debía expresarse el pensamiento,
debía darse el aviso, a fin de que, el que pudiera, comprendiese.
Vosotros habláis siempre de fuerza, y yo os he hablado sólo de equilibrio y de
orden. Os he mostrado, allende la apariencia de las cosas, una realidad tanto más
profunda y verdadera; más allá de la injusticia humana, una justicia substancial; y en
cada pensamiento mío habéis visto palpitar la presencia de una Ley suprema, que es
Dios. Ley de bondad y de justicia, pero precisamente, porque justicia es asimismo ley
de reacción, es que sabe estallar en tempestad, así en el destino individual como en el
colectivo. Ignorando estos equilibrios, usurpáis cada vez más el inexorable destino,
excitando un huracán de reacciones; la cadena se transmite de generación en
generación, y el déficit se acumula y sumerge. Entonces, sobre el fondo de un cielo en
tempestad, aparecen los profetas bíblicos que invocan penitencia; y estallan cataclismos
que constituyen baños de dolor. La humanidad sale de ellos purificada, como si sólo en
el dolor recuperase sus derechos, y después el equilibrio reencuentra la posibilidad de
reemprender la interrumpida marcha de su evolución.
Os he hablado de ideales y principios, con palabras de paz que pueden hacer
sonreír al sabio escepticismo moderno. En vuestro mundo, en lugar de poner en alto los
principios luchando por ellos, se ponen en alto los intereses y, sobre éstos, se fabrican
principios ficticios. Existen los ideales y la fe oficiales, pero en lo profundo del alma
humana reside la mentira. Despreciáis al vencido, aun cuando sea un justo, y apreciáis
al vencedor, aunque se trate de un deshonesto. Sólo creéis en la materia, confiáis
únicamente en la riqueza y la fuerza: pero éstas os traicionarán.
Debéis de comprender que, en un régimen de orden universal, como os he
mostrado, en un campo infinito de fuerzas conexas y potentísimas, si bien imponderables y
ultrasensoriales, actuar con bajeza y liviandad significa exponerse a tremendas reacciones. Y
la historia se encuentra llena de ellas. La Ley está presente y manda siempre a todos, ya sean
dirigentes o dependientes, y a cada cual cabe su responsabilidad, en su puesto de combate.
Al concepto superficial de una fácil negación de toda disciplina moral como la que el
materialismo científico ha difundido en el último siglo se opone hoy el concepto
opuesto: el hombre es responsable. Éste no vive aislado, sino en sociedades que
“deben” ser organismos, en los cuales todo individuo tiene una tarea que cumplir. La
vida no constituye ocio, sino esfuerzo de conquista. Hay, sobre todo interés material, un
interés ideal, igualmente urgente e importante, que a todos corresponde. Todas las
instituciones sociales y jurídicas, así como el trabajo, la propiedad, la riqueza, la con-
cepción del Estado y su funcionamiento, no son conceptos aislados, sino “funciones”
de la Ley, vale decir que encuadran lógicamente y no pueden comprenderse si no son
encuadrados en el funcionamiento orgánico del universo.
Como esta síntesis es una filosofía de la ciencia, están en ella las bases hasta
aquí jamás planteadas de una filosofía científica del derecho. Cae en el campo moral
242
todo empirismo, porque cada acto, pensamiento y motivación tiene su meta y su peso, y
gravita por cálculo matemático de fuerzas sobre el destino de quien lo realiza. Por
primera vez en la historia del hombre se oye hablar de una ética científica, racional y
exacta. El mundo de la ética no constituye ya un campo de fe ni de abstracciones, antes
bien, es un cálculo preciso de fuerzas; si éstas por ser demasiado sutiles escapan
con frecuencia a la justicia humana, otro equilibrio más profundo la justicia divina
las registra en vuestro destino, las pesa y os impone la resultante, en forma de alegría o
dolor. Sois libres para sonreír y para negar todo esto, pero si violaseis una sola de tales
consecuencias, violaríais el orden del universo entero, y éste se levantará contra
vosotros para aplastaros. Esta mi voz es la de la justicia y la de vuestra conciencia,
donde la voz de Dios resuena y no podréis hacerla callar.
Os he dado un concepto de la vida que se extiende ilimitado en el tiempo y en
el que nada se pierde, ningún dolor es en vano y todo instante es constructivo; donde
resulta posible acumular y poseer una verdadera riqueza, que no se destruye. Os enseño
a valorar y utilizar el dolor. Hemos mirado juntos en lo profundo de las cosas, y no
inútilmente ya que extrajimos de ello optimismo, consciente y triunfante, incluso en la
adversidad. Sólo los inconscientes pueden pedir el absurdo de una fácil felicidad no
ganada: yo os hablo de lucha y de esfuerzo, para que la victoria sea vuestra y constituya
la medida de vuestro valor. Hemos realizado juntos el largo y fatigoso camino de la
ascensión del ser, para que sepáis vuestro mañana y os preparéis para él; puesto que, a
través de una cortina de pruebas decisivas en vuestro actual amontonamiento
desordenado de formaciones psíquicas esplende ya la luminosidad del futuro, sobre el
fondo inmenso de la evolución trifásica de vuestro universo.
243
de un cualquier problema aislado. Para poder plantear el problema de la responsabilidad
es preciso haber penetrado antes el principio de evolución, que en el campo humano
significa evolución espiritual. Filosofías y religiones lo han afirmado, multitud de
místicos lo han sentido y vivido; pero, como demostración racional, si quitamos a este
principio las bases que lo sostienen y lo elevan desde toda la evolución física, dinámica
y biológica, permanecerá siendo incomprensible y discutible. Es preciso haber
comprendido primero el nexo que entre todos los fenómenos hay, haber afirmado la
indestructibilidad de la substancia, a pesar del transformismo universal incesante, haber
demostrado la génesis biológica del psiquismo, su eternidad, la técnica de su
acrecentamiento, la meta superbiológica de la vida, el principio de causalidad y la férrea
ley de sus reacciones, así como la lógica del destino y de sus vicisitudes, y el
significado de las pruebas y del dolor.
Es menester haber comprendido el valor espiritual de la vida, y ello, en relación
estrecha con vuestra moderna visión científica del mundo, en unión perfecta con la
realidad fenoménica, sin espacios intermedios de ignoto e incomprensión. Era lógico
que el espíritu, antes de tomar su impulso hacia las regiones superiores de lo porvenir, se
volviese hacia atrás, para reencontrar sus orígenes en el pasado, e hiciese justicia al trabajo
realizado, para su preparación, por las criaturas hermanas menores. Sólo ahora que nuestro
viaje a través de los mundos inferiores de la materia y de la energía se ha realizado, es
comprensible este último mundo de las ascensiones espirituales del hombre.
Los fenómenos de la ascensión moral en cualquier nivel, que culminan en el
misticismo del santo (superhombre anticipado en loa más altos grados de la evolución),
pueden reducirse a términos científicos, conforme a lo que hemos dicho en la teoría de
los movimientos vortiginosos, a aquel fenómeno de asimilación cinética que vimos
estaba en la base de la formación y desarrollo del psiquismo. Para el que ha
comprendido la técnica de la evolución psíquica, el fenómeno de la ascensión espiritual
resulta simple y se halla lógicamente situado como continuación de la evolución de las
formas inferiores. Este fenómeno significa, en términos científicos, introducir en las
trayectorias íntimas de los movimientos vortiginosos de que está constituido el
psiquismo humano en la fase , impulsos nuevos procedentes del exterior (el mundo de
la vida y de las pruebas), para que se fundan en el ámbito de aquellas fuerzas y
modifiquen dichas trayectorias. Se trata de introducir en el metabolismo del espíritu
siempre abierto hacia lo externo (ambiente) los elementos de la química sutil del
psiquismo. Vosotros los conocéis prácticamente y les llamáis pensamientos y obras de
bien y de mal. Se os escapa hoy el cálculo de esta química imponderable; pero un día
penetraréis en la constitución vortiginosa del psiquismo, pesaréis sus sutiles impulsos y,
planteado en términos exactos el conocimiento de los internos y de los externos,
comprenderéis que es factible el cálculo de las fuerzas constitutivas y modificadoras del
edificio cinético de la personalidad humana; que es posible definido el tipo específico
244
de individuación y su historia pasada, que su conformación presente continúa y resume
en su forma establecer la dirección de la evolución iniciada y fijar la naturaleza y el
valor de las fuerzas a introducir, para que aquella evolución avance profícuamente y se
desarrollen las notas fundamentales de esa personalidad. En tanto que hoy esos
fenómenos se producen por tentativas, aquello significa asumir la dirección de los
fenómenos biológicos en el campo más decisivo, que es el de la formación de la
personalidad.
Puesto que es necesario evolucionar y esta formación de conciencia es,
irresistiblemente, el trabajo de la vida individual y colectiva, ¡qué inmenso ahorro de
energías significaría el saber realizarlo! Si, biológicamente, la humanidad tiende
como hemos visto a crear un tipo de superhombre, vuestro trabajo presente ha de
consistir en saber llegar a ser tales. La vida contiene y puede producir valores eternos;
su objetivo consiste en enriquecerse cada vez más de ellos. La vida tiene una meta, y
vosotros, después de haber aprendido a saber producir y atesorar en las formas caducas
de la Tierra, debéis aprender ahora a saber producir y atesorar en la substancia, en la
eternidad. Es necesario, a fin de educar, repetir, para que ciertos conceptos más
elevados se asimilen y se impriman en el torbellino íntimo del psiquismo. Este es el
objetivo de la vida, y no otra su función más alta, desde la cual se mide el valor de
aquella central dínamo-psíquica del organismo social que es el Estado moderno.
Resulta duro, para el espíritu que arde en fe y siente por intuición estas verdades,
deber hablar así, en los términos de una moral científica exacta; pero esto me lo impone
vuestro nivel, no intuitivo todavía, sino simplemente racional. El cálculo de la responsabilidad
moral es posible, cuando se conoce el fenómeno de la evolución psíquica. Si éste se determina
por el cálculo de los impulsos íntimos en relación con los impulsos ambientales y los
resultados de sus combinaciones, aquél es un cálculo de reacciones. Todo lo cual no es
más que un momento del análisis, más vasto, que torna a trazar la línea de las
reencarnaciones y el desarrollo lógico del destino. Hablo de desarrollo lógico porque,
reconstruido el pasado, veréis que él, por el principio universal de causalidad, pesa
como una fuerza sobre el estado presente y futuro, haciendo de la personalidad una
especie de masa lanzada con una trayectoria propia, que por inercia tiende a mantenerse
constante, no obstante de que la voluntad y libertad individuales puedan luchar para
modificarla.
En la evolución, que es desmaterialización de la substancia hacia las formas
psíquicas, la personalidad transforma su “peso especifico” y se pone, por ley natural de
equilibrio, a determinada altura, que constituye su ambiente natural, y a donde vuelve
siempre de manera espontánea. También éste es un cálculo de fuerzas, que debéis tomar
en cuenta en el de las responsabilidades. ¡Y cuántas cosas debiera tomar en cuenta el
presunto derecho social de castigar si, en vez de ser mera medida de defensa individual
o de clase quisiera tan sólo ser principio de justicia! Por lo demás, premios y castigos
245
substanciales no son los que el hombre distribuye (exterioridades que no responden a la
substancia) sino aquellos otros que, aunque sea por medio de él, impone la Ley, con su
sabiduría, por encima de las leyes humanas y sobre la base de equilibrios a que los
comprendan o no obedecen todos, jueces y juzgados, dirigentes y dirigidos, por un
comando a que no es posible escapar.
Los hombres viven mezclados y juntos, pero sus leyes no se mezclan; lo que a
uno grava a muerte puede ser para otro incomprensible, porque nunca lo ha probado.
Todos son vecinos y hermanos, y, sin embargo, cada cual, frente al concatenamiento de
las propias obras y consecuencias, está solo. Solo con su responsabilidad y su destino,
tal como él lo quiso. Las vías se hallan trazadas y la acción humana exterior no las ve ni
las cambia; los valores substanciales no responden a las posiciones y categorías socia-
les. Más allá de la justicia humana aparente, existe toda una justicia divina, substancial
y distinta, invisible y tremenda, a la que no se escapa en la eternidad, y que no tiene
prisa pero castiga inexorablemente. En la urdimbre de los destinos y de las metas de
todos, hay una línea individual independiente. En cualquier ambiente se puede avanzar
o retroceder en el propio camino. Toda vida contiene las pruebas necesarias y mejores,
y aunque no sean las más grandes y espectaculares, son siempre las más proporcionadas
y adaptadas.
Vimos cómo en la evolución, el ser, ascendiendo desde la materia al espíritu, pasa
también por la ley de la primera el determinismo a la ley del segundo, la libre elección.
La acción constituye la resultante de los impulsos y de la capacidad individual de reaccionar,
y la responsabilidad es relativa al grado de evolución, puesto que es función de ésta, la
extensión mayor o menor de la zona de determinismo o de libre arbitrio imperantes en la
personalidad. Dado el mismo ambiente, iguales agentes psíquicos externos, el individuo
reaccionará de manera diversa, y dado también idéntico acto, su valor y significado es
diversísimo, conforme a los varios tipos humanos y, por ende, muy distinta es asimismo
su responsabilidad. Responsabilidad relativa, estrechamente conectada con el nivel
evolutivo, vale decir, conocimiento y libertad, en proporción de los cuales nacen los
deberes y se restringe el campo de lo lícito.
Hablo de responsabilidad substancial, y no de aquella otra, aparente, que los
hombres se imponen el uno al otro por necesidad de defensa y convivencia. Hablo de
culpa, esto es, mal consciente, introducción de impulsos anti-evolutivos, los cuales sólo
excitan una reacción de dolor. En el campo humano, el mal constituye involución y bien
es ascensión, pues que la Gran Ley es evolución. Culpa es la violación de esta Ley de
progreso, rebelión contra el impulso que vuelve a Dios, contra el orden, todo acto de
anarquía. Dolor es el efecto de la reacción de la Ley violada, que se hace sentir en su
voluntad de reconstrucción del orden, que quiere reconducir todo a Dios; reacción que
llamáis castigo. Cuanto más progreséis, más posibilidades tendríais de caer por la
246
mayor libertad, si el estado más avanzado de progreso no fuese protegido por un
conocimiento proporcional.
247
Responsabilidad progresiva, función del conocimiento y de la libertad
progresiva, cálculo complejo de fuerzas; evolución que es al mismo tiempo liberación
del determinismo de las causas (destino), como del determinismo de la materia: he
aquí la más profunda realidad del fenómeno. Una ética racional convertida en ciencia
exacta, que no sea mera arma de defensa, ha de tomar en cuenta todos estos factores
complejos, debe saber pesar estas fuerzas y calcular la resultante; ha de ser capaz de
valorar las motivaciones, reconstruir en la personalidad su pasado biológico y orientarse
en la vasta red de las causas y de los efectos, de los impulsos y contraimpulsos que
constituyen el destino y su corrección. Para cada individuo el punto de partida es muy
diverso, y ningún absurdo mayor, en un mundo de desigualdades substanciales, que una
ley humana “a posteriori”, externa, igual para todos. Ésta podrá responder a funciones
sociales defensivas, pero entonces que no se le llame justicia, la cual es la única que
puede constituir la base del derecho a castigar en las sanciones morales y penales.
Éste se halla estrechamente vinculado al cálculo de las responsabilidades, sin lo
cual no puede establecerse. Estabilizado a través de la fuerza, como todos los derechos,
y siendo en sus orígenes pura reacción y necesidad de defensa, se transforma, por
evolución, desde la fase de venganza individual hasta la fase de protección colectiva. La
normalización jurídica de la fuerza como en el más vasto proceso de la evolución de
la fuerza en derecho , la legalización de la defensa, se dirige a la conservación de un
grupo cada vez más amplio, en proporción al resurgir de unidades colectivas siempre
más vastas, desde el individuo a la familia, la clase, nación y humanidad. En su
evolución, el derecho penal circunscribe progresivamente, hasta su eliminación, las
zonas indefensas, tornando cada vez más difícil la evasión de su sanción (extradición),
hasta cubrir el planeta entero, al mismo tiempo que toca y disciplina formas de
actividad humana que se tornan más numerosas. Paralelamente, cuanto más se
extiende, más disminuye su ferocidad, más racional e inteligente se torna; es cada vez
menos reivindicación exclusiva de la ofensa sufrida por el individuo particular, y más
protección del orden público; cada vez menos es “fuerza” y es más “justicia”. A
medida que el hombre se aleja de las necesidades de la vida animal, se manifiesta una
constante circunscripción del arbitrio en la defensa, que se vuelve más y más equilibrio
jurídico; la justicia se va haciendo más completa; y a medida que el juez evoluciona, se
torna digno de conquistar el derecho de juzgar.
De tal suerte, el fenómeno no sólo se extiende de la fase individual a la fase
social, no sólo tiende a restablecer un orden progresivamente más profundo, haciéndose
más substancial, sino que desarrolla y contiene cada vea más el factor moral,
armonizándose en sistema ético. El concepto originario de daño, resarcimiento,
venganza, se eleva a reconstrucción de equilibrios más elevados, ricos en factores
nuevos que la evolución habrá desarrollado; la balanza de la justicia se irá haciendo
mucho más exacta, es decir, hasta el cálculo de las responsabilidades que corresponde a
248
las diversísimas responsabilidades individuales. La primitiva y burda justicia del de-
recho a defenderse, evolucionará en la justicia que da el derecho a juzgar y castigar;
progresivamente, la balanza del derecho sustituirá a la espada de la venganza y cada vez
pesará más la responsabilidad moral del culpable, y menos la propia tutela egoísta. En
su evolución, el derecho de castigar penetrará cada vez más la substancia de las
motivaciones. La ascensión psíquica y moral del legislador lo autorizará a un sindicato
moral cada vez más profundo, porque sólo un juez más sensible y perfecto podrá osar
sin convertirse en tiranía de pensamiento a aproximarse a la justicia substancial que
proviene de la mano de Dios. Tal es la meta de las formas humanas. Cuanto más eleva
la evolución al legislador, y lo fuerza a un acto de bondad y comprensión para con el
culpable, tanto más enriquece la función social de la defensa, tornándola en función
preventiva y educativa, pues que el deber de los dirigentes consiste en ayudar al hombre
involucionado en el camino de sus ascensiones.
Así, las dos ferocidades de la culpa y del castigo se dulcifican; se aproximan los
extremos, armonizándose su choque. Antes que embestir contra un alma que sólo sabe
ser mala porque no se halla evolucionada, se le ayuda a evolucionar, destruyendo los
focos de infección moral de donde nacen esas flores maléficas. Es absurdo caer con
crueldad sobre los efectos, cuando se dejan intactas las causas. No se resuelve el
problema con el solo egoísmo de la autodefensa, con la represión sin prevención. Lo
justo es, muy frecuentemente, sólo aquello que protege a uno mismo; pero debe
extenderse hasta proteger a todos. Hay en el balance social un tributo anual de
expulsados, conforme a una ley que las estadísticas expresan. Es menester comprender
dicha ley, demolerla en sus raíces. Existen desheredados cuyo crimen consiste en haber
sido marcados al nacer con una carga hereditaria. Otros son fracasados en la lucha por
la vida, con la misma psicología e igual valor moral que los vencedores. Es preciso
saber leer y obrar en el alma, saber hacer el cálculo de las responsabilidades, superar la
desastrosa psicología materialista de la antropología criminal. La delincuencia
constituye un fenómeno de involución. Es necesario alimentar todos los factores de
evolución y demoler los opuestos, si queréis que el curso de la dolencia mejore y la
sociedad pueda arrojar el fardo. El trabajo debe consistir en penetración de ánimo,
educación, corrección, ayuda y, sobre todo, si se pretende guiar y castigar en nombre de
una justicia divina, ha de recordarse el lema evangélico: “El que esté libre de pecados,
que lance la primera piedra”.
249
Las vías de la evolución humana pueden considerase, en los diversos planos,
desde un punto de vista individual tanto como colectivo.
Si el principio central de la Ley es la evolución tanto, que evolucionar es
sinónimo de ser, y no es posible existir sino como movimiento de progreso (superior a
todo regreso) evolución debe ser el concepto básico de la tabla de valores éticos. Los
conceptos de bien y de mal, de virtud y vicio, deber y culpa, aun cuando relativos y
progresivos incluso precisamente por esto no pueden concebirse sino en función de
la evolución. Hemos visto este fenómeno funcionando y triunfante en todas las
dimensiones que conocéis; y si en vuestra fase actual es construcción y ascensión de
conciencia, constituye asimismo desmaterialización de formas, superación biológica y
espiritualización de personalidad; estos conceptos resumen referidos a las posiciones
relativas de cada uno el bien, la virtud, el deber; y los conceptos contrarios significan
las posiciones opuestas: mal, vicio, culpa, que son involución y descenso.
En este régimen de equilibrio que rige al universo también en el campo de las
fuerzas morales, se forma constantemente el total de los impulsos y contraimpulsos, del
debe y el haber, y por ello el dolor existe como hecho substancial e insuprimible en el
orden universal, en cuanto tiene, precisamente, la necesaria función de estabilizador de
los equilibrios que reconstruye sin cesar, no bien son violados por la libertad del ser. De
aquí el concepto de redención a través del dolor. Por eso os he dicho que es siempre un
bien, en cuanto rectifica la trayectoria de los destinos. Mal transitorio y necesario, dada
la necesidad de la libertad individual (base de la responsabilidad y del mérito),
disminuye siempre el debe, acumula el crédito y se transforma en un medio de bien.
Concepto evidente, puesto que el principio de equilibrio es universal y debe invadir
asimismo el ámbito ético.
Planteadas estas bases racionales, resulta fácil la construcción del edificio ético,
que coincide con lo realizado durante milenios por las religiones, filosofías y leyes
sociales, hallado por revelación, sentido por intuición, pero privado de esta base de
racionalidad que se torna hoy necesaria a fin de que lo acepte la psicología moderna.
Una pléyade de mártires y elegidos lo han comprendido y realizado, desde un extremo a
otro del mundo, con sistemas diversos según su propia posición, pero idénticos siempre
en su constante aspiración hacia lo Alto. Los místicos, aunque no se expresaran en forma
científica, conocían las leyes de la evolución de las dimensiones en la fase ; realizaban, con
un régimen de continua educación, la transformación biológica del hombre en superhombre,
la separación de la materia, su desmaterialización progresiva, y con la renuncia la superación
de la animalidad. Verdadera técnica constructiva del psiquismo, asimilación mediante
transmisión al subconsciente de cualidades nuevas, estabilización de virtudes en el estado
definitivo de instinto y, por lo tanto, de necesidad.
250
El demonio eterno enemigo personifica las bajas fuerzas involutivas de la
sobreviviente animalidad que vuelve de los más bajos estratos de la personalidad. Los
instintos inferiores, las pasiones tempestuosas, constituyen el antagonista en la gran
lucha interior. Las grandes renuncias pobreza, castidad, obediencia son los cortes
decisivos, de los que la animalidad sale desfallecida, pero que recordémoslo podrán
valer sólo cuando se sepa contemporáneamente reconstruir, poniendo en su lugar más
altas cualidades, amores más espirituales y dominios y pasiones superiores, para no
extraviarse, de otro modo, en el vacío de una estéril asfixia del ser. Si se impone al ser
una muerte al nivel de la animalidad, se deberá ofrecerle, en cambio, un renacimiento al
nivel de la espiritualidad. Las pasiones constituyen grandes fuerzas a las que no se destruye,
sino que se las utiliza y eleva, puesto que todo en la evolución procede por continuidad. Pero
no impongáis la virtud al prójimo como medio de opresión, para que, poniéndose en estado
de renuncia, os proporcione vuestro dominio y ventaja en la lucha por la vida; antes bien,
que la fatiga de la virtud sea, sobre todo, de aquel que predica, como es también su ventaja.
Mi concepción implica una ética progresiva; os pone, en consecuencia, por
modelo, a tipos superhumanos cada vez más perfectos. Concepción aristocrática y
dinámica, antípoda de la vuestra que eleva a tipo ideal la mediocridad del mayor
número. La psicología común no puede dar más que la codificación de los instintos
retrasados de la animalidad; y elevar a modelo la mediocridad, sólo porque ésta se
impone por la fuerza del número y no debido al valor, significa erigir un monumento a
la inferioridad. El individualismo, en cambio, que emerge sobre el fondo gris de la
mayoría, es sagrado, siempre que luche por elevarse; porque tal es la ley de la vida, y la
ascensión colectiva no puede ser sino la resultante de todas las ascensiones
individuales. Emerger en los camino del bien, del mar de la mediocridad. Que las masas
sean encuadradas para que los poderes directivos puedan imponer mejor el trabajo de la
evolución; pero que no sean elevadas a modelo para que el número no sofoque el valor.
Allá, alta y lejana, está la luz de los espíritus gigantes, que han superado y sometido al
espíritu las fuerzas biológicas. Los siglos se encuentran llenos de ellos, y cada cual
hallará allí el tipo que representa el perfeccionamiento de sus propias cualidades. El
sensitivo ha de encontrar en el poeta y en el santo el genio del arte o de la fe; el volitivo
hallará en el héroe y en el pensador o en el hombre de ciencia el genio de la
racionalidad y la intuición. Cada tipo ha llevado en alto la antorcha de la voluntad, la
mente o el corazón y ha perfeccionado un aspecto de la naturaleza humana; cada tipo es
un pionero que os muestra los caminos de la evolución.
El tipo humano corriente se mueve en otros niveles. El más bajo vive y se
siente vivir sólo al nivel vegetativo; se mueve en un campo físico, donde la ideación es
concreta, casi muscular; para él, el mundo sensorial constituye toda la realidad, y
ninguna abstracción o concepto sintético la supera. Dominan en él los instintos
primordiales (hambre y amor) y su satisfacción es la única necesidad, alegría y
251
aspiración. Psiquismo rudimentario, que se ejercita tan sólo en el campo pasional, de
atracciones y repulsiones violentas y primitivas. Toda superación entra en lo inconcebible,
una tiniebla domina en casi toda su conciencia. Es el salvaje y, en los países civilizados, el
hombre de las clases inferiores, en las que por su peso específico renace.
Pero la civilización ha creado un tipo más elevado, de psiquismo más despierto,
que llega a la racionalidad. El estallido de las pasiones se controla en éste, al menos en
las apariencias. Los instintos primordiales aun permaneciendo idénticos se
complican, revistiéndose de un trabajo reflexivo de control; se refinan, tornándose más
nerviosos y psíquicos. Se adora la riqueza, incluso la cultura; impera la ambición, que
incita a la lucha, la cual se hace cada vez más nerviosa y sagaz y supera las metas de lo
indispensable. La realidad, aunque sensorial, se enriquece. La zona de lo concebible se
dilata un poco, mas sigue permaneciendo externa a los fenómenos y es impotente frente
a una síntesis substancial. Los principios generales se repiten, no se sienten; hay una
incapacidad de conciencia más allá de lo que supera el interés del “yo”, suprema
exigencia. El altruismo no se extiende allende el círculo de lo familiar. Se trata del
hombre civilizado moderno, educado, barnizado de nociones culturales, volitivo y
dinámico, inescrupuloso, egoísta, habituado a mentir, vacío de toda convicción y as-
piración substancial. Su impotencia intuitiva y sintética se llama razón, objetividad,
ciencia, que es medio utilitario.
Existe un tipo de hombre todavía más elevado, difícilmente reconocible en lo
externo por quien no ha llegado a su nivel. A menudo es un solitario, un mártir cuya
grandeza sólo es reconocida después de su muerte. Y esto es natural. Sólo lo mediocre
puede comprenderse en seguida y ser aclamado por la mediocre mayoría. Gloria fácil y
rápida significa poco valor. En este tipo, lo concebible se ha extendido hasta la síntesis
máxima, la conciencia ha alcanzado la dimensión superior de la intuición. Se halla
demasiado lejos del término medio, porque ha visto y comprendido las altas metas de la
vida y no puede pasar por la Tierra si no es en misión, amando y practicando el bien.
Permanece con frecuencia olvidado e ignorado en el mundo, pero su gesto abarca la
totalidad de lo creado. Superó los instintos de la animalidad o, si no, lucha por
vencerlos. No tiene en la Tierra más enemigos que las leyes biológicas inferiores, a las
cuales trata de vencer. Acepta el sufrimiento y se solidariza con el dolor del mundo.
Sabe y siente lo que para sus semejantes se pierde en lo inconcebible. Sus triunfos son
demasiado vastos y lejanos para que sean vistos, pues se mueve, en el pensamiento y en
la acción, apegado a la substancia de las cosas, en armonía con el infinito. Este es el
tipo de la superhumanidad del porvenir, en que la animalidad egoísta y feroz yace
vencida y el espíritu triunfa.
Tales gradaciones no son absolutas, ni como nivel ni como tipo, y cada cual
oscila hacia la una o la otra. Pero la evolución es universal y constante, y realiza la
ascensión de un tipo a otro. Ascensión del salvaje hacia la civilización, ascensión de las
252
clases sociales inferiores hacia el bienestar de la burguesía. Vieja historia de las más
bajas ascensiones humanas, impulso que determina las revoluciones sociales. Mas hoy,
la persistencia y extensión de la civilización ha madurado y difundido el segundo tipo
humano y, puesto que necesita evolucionar, cuando sea mayoría por haber elevado y
asimilado el tipo inferior, su revolución no podrá ser sino hacia el tercer tipo el
superhombre. Mientras abajo confusamente se agitan las aspiraciones de las clases
sociales más inferiores prontas a sumergir el egoísmo de raza para imponer el interés
de clase, si la zona superior no sabe defender su función directora , el segundo tipo
tiende, por idéntico impulso evolutivo, a alcanzar el nivel del superhombre, y ésta es en
verdad la grande y nueva transformación biológica en masa de los siglos futuros.
Mis perspectivas futuras no son utopías, mas están vinculadas a los hechos y a
la evolución histórica normal. El fenómeno ha sido en el pasado un producto
esporádico, aislado; en lo porvenir se ha de convertir en un producto de clase. La santa
obra de educación del pueblo llevará al mismo, en masa, al nivel mediano, y cuando
ésta sea la zona de mayor extensión, ninguna revolución podrá ya surgir de abajo. El
progreso científico prepara de modo inevitable no obstante sus peligros un ambiente
de esclavitud económica menos áspera y de más intensa intelectualidad. La civilización
estabilizará rápidamente el nivel medio de vida, a lo largo del segundo grado de la
evolución humana, que entonces querrá ascender al tercero. Esto podrá parecer lejano
hoy, cuando todavía resuena entre vosotros el eco de las luchas de los más bajos
niveles. Pero el tiempo, por elaboración de milenios, se halla maduro, y tal es el
porvenir del mundo. Y no os hablo del presente que conocéis, sino del futuro que os
espera; no os planteo tan sólo los problemas del ahora, sino además los problemas y
construcciones para los cuales es necesario prepararse.
254
mutilarse a sí mismo, renunciando a la función de célula social, de constructor que,
aunque pequeño, tiene su puesto en el funcionamiento orgánico del universo.
Concebid el trabajo como instrumento de construcción eterna, pero cuyo fruto es
vuestro, en forma de aptitudes eternamente adquiridas, y no como ganancia de ventajas
inmediatas y caducas. La verdadera merced es vuestro valor, que el trabajo crea y mantiene,
y que no puede ceros robado. Amad el trabajo en cuanto es disciplina de espíritu, escuela de
ascensiones y necesidad absoluta de la vida, que responde a los imperativos supremos de la
Ley, la cual impone vuestro progreso por medio del propio esfuerzo. Ello dará a la vida un
sentido de seriedad, de deber, de responsabilidad, convirtiéndola en palestra de ejercicios en
lugar de una mascarada de holgazanes; evitará el espectáculo de tantas ligerezas que insultan
al pobre, y dará un alto valor al dinero que sale del esfuerzo y que es el único honesto.
El trabajo no constituye, pues, una condena social de los desheredados; antes
bien, es el deber de todos, al cual no es lícito substraerse. En mi ética, es inmoral quien
se substrae a su función social de colaborar en el organismo colectivo, donde cada
cual ha de hallarse en su puesto de combate. No es licito el ocio, aun cuando las
condiciones económicas lo permitan. Esta es la moral más baja del do ut des, moral
salvaje que debéis superar. Y no sólo por deber social, sino, además por sí, para no
morir, pues que el espíritu debe nutrirse todos los días de actividad, construirse cada
día, realizándose en el mundo de la acción. Descansar más allá del necesario reposo
constituye delito de lesa evolución. Quien vive en el ocio, roba a la sociedad y se roba
a sí mismo. El nuevo mandamiento es: trabajar.
He aquí las bases del mundo económico del porvenir, en el que urge introducir
los conceptos morales de función y coordinación de actividades. No se puede ser
agnósticos en ningún campo, ni amorales, espiritualmente ausentes, en el seno de una
sociedad consciente, orgánica, resuelta a avanzar. Sólo así se eliminará tanto inútil
rozamiento de clases, tantos antagonismos de individuos y pueblos; es menester formar
esta nueva conciencia del trabajo, porque sólo entonces se elevará el mismo a función
social, a coordinación compacta (colaboración) de fuerzas sociales. Los conceptos del
viejo mundo económico son absolutamente insuficientes. Es necesario purificar la
propiedad, haciéndola hija del trabajo; se hace preciso consolidar que no demoler esa
institución, reforzando sus bases, en el momento de la formación, la cual debe
responder por manera absoluta a un principio de equidad.
En mi ética, roba aquel que por caminos torcidos aunque sean legales
acumula rápidamente, enriqueciéndose de pronto; roba el que vive de bienes
hereditarios y los gasta en el ocio; roba quien no da a la sociedad todo el rendimiento de
su capacidad. Para evitar tantas desgracias es menester buscar el mal en sus raíces, que
se hallan en el alma humana. Este es el primer paso que hay que dar, hoy, en el dominio
de las ascensiones humanas: formar un hombre que sepa quien es, cuál es su deber, cuál
es su meta en la Tierra y en la eternidad; un hombre que se mueva no ya dentro del
255
ámbito de un separatismo egoísta y restringido, sino en un mundo de colaboraciones
sociales y universales; un hombre más evolucionado, que sepa añadir, a sus
aspiraciones materiales, aspiraciones más poderosas, de índole espiritual, y haga del
trabajo, en vez de una condena, un acto de valor y conquista. Si cuanto más se retrocede
en el pasado, más es el trabajo posición de vencido y de siervo, al contrario, cuanto más
se avanza, en el porvenir, más se convierte en noble acto de dominio y elevación.
He aquí lo que os espera en el futuro. El progreso científico y mecánico ha
iniciado un nuevo ciclo de civilización; las fuerzas naturales serán dominadas y
subyugadas, y el hombre convertido en verdad en rey de su planeta, asumirá en él la
dirección de las fuerzas de la materia y de la vida. Las futuras civilizaciones os impondrán
un régimen de coordinación y de conciencia, en que se ha de valorar altamente el valor
psíquico y moral, tan desvalorizado hoy; factor básico para un ser que con plena
responsabilidad y conocimiento de las consecuencias deberá asumir la función de central
psíquica en torno a la cual han de girar no en el presente estado de lucha y de anarquía;
sino en perfecto funcionamiento orgánico todas las fuerzas del planeta.
La lucha actual es viva, porque activo es el esfuerzo tendiente a la construcción
de las nuevas armonías. La ciencia se espiritualizará; agotada su función utilitaria,
superará este carácter que posee, adquiriendo un valor moral y metas espirituales. La
sutilización de los medios de investigación os llevará inevitablemente al contacto con la
realidad más profunda de lo imponderable. La ética constituirá un hecho demostrado y,
por lo tanto, obligatorio para todo ser racional. No será ya lícita la inconsciencia del
egoísmo, el vicio y el mal, que tantos dolores siembra en vuestra vida. La evolución os
presiona y os constriñe de manera fatal por todos lados, vuestro inquieto dinamismo
trabaja ya allí intensamente. La belleza del porvenir habrá de ser, sobre todo, el
funcionamiento armónico de vuestro mundo; vuestro progreso será una conquista de
orden que os armonizará con el orden del universo. La materia que realizó su ciclo de
vida ha alcanzado ya el estado de orden en el universo astronómico; así el espíritu, que
se halla hoy, para vosotros, en el período de las primeras formaciones caóticas, realizará
la fase de orden cuanto más avance en el ciclo de su vida.
Ascensión y dilatación de lo concebible os aguardan; transformaciones de
conciencia en dimensiones superiores, contactos con los ángulos y campos de
conocimiento del universo más inexplorados. Dios se aproximará a vosotros, en vuestra
concepción, y lo sentiréis cada vez más presente, cósmico, sorprendente. Y vosotros,
fundidos en su orden, seréis tanto más felices que en la actualidad. Tal ha de ser el
premio de vuestro esfuerzo.
259
De suerte que no diré al hombre moderno: “destruye las riquezas, sé pobre”.
Pero le diré que se encamine por grados, porque sólo gradualmente podrá conquistar la
perfección. Que comience a liberarse de la esclavitud de lo superfluo, del moderno
frenesí de la riqueza, demasiado a menudo empleada en complicaciones antivitales. Si
no cuesta mucho esfuerzo, en cambio cuesta en deshonestidad, y jamás paga lo que
pide. Es arma de doble filo que, si bien facilita la vida, constituye, por otra parte,
cadena que la oprime. La sociedad moderna está aplastada bajo el peso de hábitos
costosos y superfluos; se trata de una carrera hacia la artificial multiplicación de las
necesidades, esclavitud real y alegría efímera, porque se desvaloriza con el hábito.
Simplificad. Existe una pobreza económica que puede ser largamente
compensada mediante gran riqueza moral, así como existe una miseria moral que
ninguna riqueza podrá colmar nunca. Tal es vuestro tiempo. El dios utilitario de vuestra
civilización moderna impone cada día un esfuerzo mayor que el que demanda el Dios
de la renuncia. La materia es negativa e inerte, pobre e insaciable y egoísta; absorbe,
acumula. Ciega y muda, no puede vivir más que plasmada por la potencia del espíritu,
en su vivificante abrazo. El espíritu, en cambio, es positivo y activo, rico y generoso; su
necesidad consiste en dar, en el altruismo y el sacrificio; no tiene garras para aferrar y
atesorar, pero constituye potencia inagotable de creación. ¡Ay del que se confine en el
circuito de la material; se cierra los caminos que llegan a las más activas fuentes
dinámicas, que están en la dirección de las fuerzas espirituales. Bienaventurados los
pobres de espíritu. Aunque toquéis la riqueza, que vuestro corazón se aparte de ella.
Muchos pobres no son otra cosa que ricos frustrados, igualmente ávidos y culpables.
Han de sufrir, todavía, y superar la prueba de la riqueza, para aprender en ella la
sublime lección del desapego. El pobre que envidia tan sólo para excederse en aquello
que condena, obtendrá la riqueza como un castigo, para que experimente su enorme
pesantez y su valor efímero. Que sea la riqueza un medio y no un fin, y que sea dirigida
hacia metas más altas, que es lo único que podrá justificar un poco el triste ídolo en
cuyo nombre tanto mal se ha hecho.
LXXXIII. EL SUPERHOMBRE
Hemos seguido al hombre en sus ascensiones, por las vías del trabajo y la
renuncia, del dolor y del amor, que convergen todas hacia su madurez biológica y a su
transformación en superhombre. En el ápice de la evolución que estamos siguiendo,
desde los estados más bajos de la materia, está este nuevo ser, que el mañana generará.
Su creación constituye, hoy, la más alta tensión de la vida, es vuestra fase . Hemos
llegado por fin al ápice de vuestro concebible. ¿Quién es el superhombre? Sus
sensaciones, sus instintos demuestran, en el estado de adquisición cumplido, las
cualidades que en el hombre común se hallan en estado de formación. Las virtudes
proyectadas por los ideales, los superconceptos en cuya conquista, en el campo moral e
intelectual trabaja la normalidad con esfuerzo, son definitivamente asimilados y
alcanzados por la zona de estabilización del instinto. El .superhombre, ya sea poeta o
artista, músico o filósofo, hombre de ciencia o héroe, caudillo o santo; sea, de
269
preferencia, un intelectual que desarrolla las fuerzas del pensamiento, o un dinámico de
la voluntad y de la acción; o bien un místico que crea en el dominio del sentimiento y
del amor, en el ímpetu de su fecundidad es siempre un tipo de superconciencia, y en la
sublimación de su personalidad, un genio. Constituye el supertipo del porvenir, un
anticipo de las metas humanas. Su zona de vida, en que se realiza su tarea de
construcción, está situada en lo inconcebible. Los normales pueden pasar la vida sin
nombrar nunca al espíritu; para el genio, en cambio, éste es la más intensa realidad de la
vida. Resultado de un inmenso trabajo en el tiempo, sintetiza los más elevados
productos de la evolución y de la raza, pero se encuentra solo, y lo sabe. Se mueve en
una dimensión conceptual propia, que únicamente comprenden los semejantes a él.
Descendido de los cielos, es en la Tierra un desterrado, en expiación o en misión, y
sueña con su patria lejana. No sigue las vías trilladas; sabe establecer relaciones entre
hechos e ideas, que los otros no ven; es un supersensitivo, que toca la verdad de
inmediato, por intuición; nada debe aprender, sino que recuerda y revela. Esta emersión
desde la conciencia normal se halla en una atmósfera rarefacta propia de él, y tal
anticipo de evolución, a menudo sólo tardíamente se comprende.
En vuestro mundo está la mediocridad, asaz distante de las cimas, es ella la que
da la medida de las cosas, forma su ética y su tabla de valores. Sólo una verdad
mediocre, próxima a la naturaleza animal, puede tener rápida afirmación, porque es
accesible. En vuestro mundo, si el triunfo parte del supuesto de la comprensibilidad,
todo éxito, para ser rápido, debe contener afirmaciones mediocres; el aplauso de la
muchedumbre es extenso e inmediato, en razón inversa del valor. Es ley, pues, que la
vía del genio lo sea de soledad y martirio, y que ninguna compensación humana haya
para quien realiza los mayores trabajos de la vida. El cerebro de la mediocridad tiene
sus medidas y a todos las impone; lo que no puede contener, no lo acepta y lo condena,
nivelándolo todo; aquello que representa un desplazamiento evolutivo para el que no
está preparado, un desplazamiento de equilibrios que no tiene el poder de estabilizar, es
negado; cuando una nueva verdad no se injerta en el pasado ni lo continúa, no apoya
sus bases en lo conocido y aceptado, cuando contiene un porcentaje de novedad que
supera los límites de tolerancia, entonces el genio es rechazado. Esto, porque la
ascensión procede por continuidad. Pero, en el equilibrio universal, la pesada evolución
de las masas es siempre fecundada por esa chispa superior, que en el momento útil se
enciende sobre la Tierra, y fecunda y sacude la inercia, replegándose para elevarse; hay
en las cosas un equilibrio que tarde o temprano impone la compensación. Sería inútil
revelaros altas verdades, sobrado lejanas de vosotros, porque se perderían siempre, para
vosotros, en lo inconcebible; la comprensión no es obra de cultura o raciocinio, antes
bien, es una maduración que por evolución se alcanza.
En sus funciones fecundadoras, el genio es fenómeno de importancia colectiva,
y su aparición y manifestación responden a los equilibrios íntimos que rigen el progreso
270
humano. Y existe un proceso normal de asimilación de las grandes verdades por parte
de las masas humanas. En cualquier campo, sea arte, ciencia, o bien ética, política, la
concepción superior, si es en verdad grande, permanece en principio siempre solitaria,
situada en lo incomprensible; emerge sin embargo de la mediocridad, la cual, por un
secreto instinto que posee y un presentimiento vago que le dice que en aquella forma de
vida reside el porvenir, mira y escucha; es atraída, oye y descarga sus ataques
demoledores. Éstos tienen una doble finalidad: la de probar, por una parte, la resistencia
de la nueva verdad pues sólo lo que vale resiste y por el contrario se torna más bello
en la lucha, liberado de lo superfluo, condensado en lo substancial , y por la otra, el
alma colectiva en la lucha entra en contacto y asimila lo nuevo, se dispone así a seguir
las huellas del genio, a comprender sus intuiciones.
El genio está solo ante sus amplísimos horizontes. Sus relaciones sociales son
relaciones de esfuerzo y no de comprensión; con frecuencia son de persecución. Pero,
dentro de sí ha llegado, y lo sabe. Su mirada penetra la íntima causalidad fenoménica; el
fraccionamiento de la realidad entre barreras de espacio y tiempo, se supera en el éxtasis
supremo del espíritu, que reposa en la visión global del Todo. Sublime éxtasis adonde no
llega el torbellino tormentoso de las ilusiones humanas, donde el descanso es absoluto,
inmenso el poder, y la sensibilidad, que se multiplica en la nueva percepción anímica, corre
hacia el infinito, completo es el goce del alma que acepta el beso de lo divino, inclinado
hacia ella en una llamarada de amor. El centro de la vida solo desplaza, la conciencia tiene la
visión de la Ley, la sensación de su acción, se sumerge en su corriente, respira la música que
emana de las armonías de la creación y de ese respiro se nutre. Es en el genio donde
vemos al psiquismo alcanzar el vértice de sus manifestaciones. La conquista de la
verdad se ha cumplido, la conciencia se mueve en plena luz. No ya pequeñas verdades,
relativas y fraccionadas, incompletas y en conflicto, sino una verdad universal que,
superando a aquéllas, admite y comprende todos los puntos de vista de los individuos,
los pueblos y los tiempos. Nada niega ya la conciencia, porque todo lo conoce. No más
rincones obscuros, inexplorados, dentro y fuera de sí, esas zonas de tiniebla en que el
misterio anida. La Ley está toda ella evidente, se hace la luz hasta en las últimas causas.
Paralelamente, posee una sensibilidad más profunda. Él tiene sus amores, así
como sus pudores, y cuando se abre su alma ante lo infinito, quiere hallarse solo. Su
visión es sagrada, se oculta de los ojos extraños como ante una profanación. Y hay, en
verdad, algo de sacro en esta comunión de alma con lo divino. Y sólo al pulsar de un
gran amor se abre y se descubre el misterio; él responde únicamente al que sabe cómo
tocara sus puertas. Es necesario, con frecuencia, extraordinario valor, una voluntad
desesperada, el impulso frenético de un dolor inmenso, un ímpetu de fe que no mida las
profundidades del abismo. Sólo entonces caen los puentes y los lindes de lo concebible
se dilatan de manera repentina. Una sensibilidad exquisita protege, sobre todo, a estos
fenómenos de comunión profunda, los cuales se niegan frente a la violencia del
271
ignorante, que no es admitido, por las fuerzas protectoras del misterio, sino para la
destrucción de las cosas exteriores que puede percibir, y no más allá. Riqueza de alma
que no se roba ni se usurpa. El genio es conquista individual laboriosamente merecida, y
sólo quien ha llegado a la misma puede gozarla, porque es suya. Un haz de nuevos sentidos,
fusionados en la síntesis de una percepción anímica, le permite el disfrute de sutiles bellezas,
hoy supersensoriales; una más profunda estética nace, que no es ya la de la forma trátese
de creación del hombre o de la naturaleza sino el arte divino del bien, que realiza una
íntima y más elevada belleza del espíritu; antes que contemplación, constituye realización en
sí de una superior perfección y de una armonía universal, conquista de valores
imperecederos, creación de un organismo espiritual de eterna belleza.
Nueva capacidad de penetración psíquica revela sin sombras el misterio del
alma. Desnudo surge el organismo espiritual de todo ser, y no es posible ninguna
mentira. Junto a una concepción diversa de la vida, un estado de ánimo también nuevo
hacia las cosas, una armonización completa, una unión con Dios. El espíritu reposa en
gran calma interior, la paz de quien conoce la meta. El superhombre es consciente de
toda su personalidad, de la génesis de cada uno de sus instintos, que busca y encuentra
en el eterno pasado; sabe su historia, una historia larga tejida de férrea lógica, en que
nada muere, ningún valor se pierde nunca y, sobre estas bases, anticipa su porvenir, lo
prepara, lo quiere. De ahí el dominio de todas las fuerzas del propio “Yo”, un saberse
conducir como dominados entre los impulsos de la vida. Ha comprendido el dolor,
remontándose a la fuente del mal, y ya no se agita en un tormento de rebelión, ira y
envidia, sino que no tiene más que una reacción: la de la reconstrucción silenciosa y
consciente, y asume solo, sin traspasarlo a otro, todo el esfuerzo del propio deber. Sabe
que el dolor conquista, y su tarea de la vida es fecunda en conquistas espirituales.
Entonces el espíritu, viviendo en relación con los momentos más lejanos del
gran esquema del progreso propio, supera el tiempo y el dolor, y se desenvuelve la vida
como cántico de gratitud en la más profunda música del alma. Armonía interior es la
gran fiesta: la alegría de sentirse siempre en relación y de acuerdo con el
funcionamiento orgánico del universo, de ser eterno en él y por pequeña que sea
parte integrante, en acción. La conciencia de encontrarse en la posición que la Ley
quiere por su propio bien, de moverse siempre en el seno de la divina justicia; el canto
en el corazón de la voz grata de la conciencia, la cual conforta y aprueba; el vivir en
esta visión de la lógica y bondad del Todo, en esta luz de espíritu como en una
vivificante atmósfera propia: esta saciedad de alma y equilibrio moral, constituye la
más intensa felicidad del superhombre.
He aquí el paraíso que está en el ápice de las ascensiones humanas; he aquí el
máximo de perfección y de felicidad que puede contener hoy vuestro concebible. Con ello,
la marcha de la evolución individual se cumple sobre la Tierra, para luego continuarse,
emigrando a nuevas dimensiones. Es un bien indicar en todo campo e incitar a tales
272
ascensiones; nuestro viaje no se ha realizado inútilmente. Será un impulso, reflexionará
alguien, y ha de acelerar el paso. Volveremos a tomar más adelante, el estudio del fenómeno
desde un punto de vista social, para que nuestras conclusiones, en una concepción más
vasta, toquen y resuelvan asimismo los problemas de la colectividad.
278
la onda por progresiva extensión de longitud y disminución de frecuencia vibratoria.
También en la vida tiende la onda a extinguirse: degradación universal inherente al proceso
evolutivo, la cual puede daros la razón íntima de muchos fenómenos. Del modo que la
energía envejecía hacia tipos de vibración más lenta y de longitud de onda más extensa,
asimismo en el fenómeno biológico, idéntico proceso de degradación lleva a una extinción
de potencia vital. Retornos paralelos, en la culminación de toda fase; momento de
degradación que es inherente al desarrollo del fenómeno evolutivo.
Igual fenómeno de extinción de la onda vital ocurre en el individuo. En su
juventud, todo es exuberancia de fuerzas vitales, marcadísimas las capacidades
reconstructivas del recambio, mayor la maleabilidad y adaptabilidad al ambiente,
activísimo todo el dinamismo orgánico, que constituye un indisciplinado y violento
desencadenarse de fuerzas primordiales. Luego, todo ello se agota en el choque de las
pruebas, se extingue como dinamismo vital, transformándose en un dinamismo más
sutil, de carácter psíquico. De aquella explosión sobrevive una conciencia, una potencia
diversa de juicio, que antes no existía y que sólo poseen los maduros.
Nada se destruye, pues, ni para el individuo ni para la raza, sino que todo en la
substancia se transforma y resurge con indumentaria distinta. Como en la
desintegración atómica la materia no muere sino que renace como energía, y en la
degradación dinámica tampoco muere la energía sino que se apresta a la génesis de la
vida, así, en la degradación biológica, la vida no muere más que como vida, puesto que
su desgaste condiciona la génesis del psiquismo. Siempre y por doquier la substancia
renace en forma diferente. Se trata en todos los casos del mismo fenómeno, que se os
aparece como una destrucción y un desaparecer de forma para vuestros sentidos y
medios de indagación, y que en realidad no constituye desaparición ni fin, sino que es
sólo un cambio de forma, una anulación como siempre meramente en lo relativo. El
fenómeno de la degradación biológica no es por lo tanto extinción. Nunca envejece
nada substancialmente en la senilidad del hombre tanto como en la de la raza y especie;
simplemente, la substancia se transforma en la fase , el espíritu, y realiza su más
elevada creación en vuestro universo. Como siempre, la muerte de una forma,
condiciona, también aquí, el nacimiento de otra forma superior. Degradación biológica
no es, por consiguiente, demolición, sino ascensión.
He aquí el significado científico de aquella necesidad de demolición de la
naturaleza animal inferior, que condiciona el ascenso espiritual. Sólo en este
encuadramiento universal de conceptos se puede definir el significado científico de la
virtud: norma evolutiva, vía de las ascensiones biológicas en la culminación del
psiquismo; y resulta posible hablar de una ética racional que esté en relación con toda
la fenomenología universal. En dicha ética, el que sigue la virtud es bueno y laudable,
porque continúa en la dirección del transformismo, que constituye la esencia del
279
universo. Ya lo hemos dicho: bien evolución, o sea, dirección positiva ascensional;
mal involución, vale decir, inversión del movimiento y de los valores.
Nada se destruye. Lo que sé pierde en cantidad de energía se vuelve a adquirir en
calidad; se pierden las características de la vida sólo para conquistar las del psiquismo. Si el
ambiente impone, al principio dinámico de la vida, una continua dispersión de fuerzas, también
elabora aquel principio que absorbe del ambiente y hace suyas todas las experiencias. Y si la
vida, a fuerza de progresivos aumentos de desequilibrio en el equilibrio del recambio, termina
por resultar vencida, hay asimismo una reconstrucción más en lo alto, paralela y constante, y tal
renacimiento es progresivo y proporcional al refinamiento orgánico (superación de la vida
animal, renuncia, virtud) que la prepara y condiciona, como se condicionan dos fenómenos
inversos y complementarios. La degradación de la vida no constituye, pues, una enfermedad
senil individual o de especie; antes bien, es un proceso evolutivo normal, que posee una
verdadera función biológica creadora. El fruto senil del psiquismo, el refinamiento del sentir
hasta la pseudoneurosis del superhombre, no es producto de decadencia, aun cuando pueda
parecer tal a los pueblos niños, fecundos y batalladores. El equilibrio biológico selectivo
determinado por la mujer, que anhela dar a, luz, y por el hombre, que quiere, aunque sólo sea
por la victoria, hacer la guerra y matar, se supera hacia más perfectas formas de vida,
cuya consecución es la aspiración mayor de los pueblos jóvenes, a la cual tienden
fatalmente, así como la juventud a la vejez.
Desde tal punto de vista elevado, los fenómenos de senilidad del individuo
tanto como de las civilizaciones, adquieren un significado por entero diverso. La
degradación de las formas biológicas tiene la función especifica de madurar la
aparición de las formas psíquicas, y existe siempre una proporción inversa entre las
unas y las otras; allí donde la potencia vital es máxima, la potencia psíquica es mínima,
está en sus primeros albores. Con la evolución, la potencia vital tiende a debilitarse,
pero la psíquica se vuelve cada vez más amplia y evidente. Así el individuo como la
raza valen entonces inmensamente más como cualidades, aunque su ritmo reproductivo
disminuya y la cantidad decrezca. Es ley de la naturaleza que los pueblos civilizados se
reproduzcan menos.
De consiguiente, no constituye decadencia el presunto debilitarse de las
civilizaciones maduras. Naturalmente que todo valor mayor debe ser pagado. En la
degradación de las civilizaciones, si los pueblos envejecen, su alma madura a través de
las experiencias de la vida colectiva; y cuando una civilización cae, nada muere en
sentido absoluto, sino que véis que ella ha producido una flor delicada y espléndida que
se recoge y que es el germen precioso de las civilizaciones futuras. Además de la
supervivencia de los individuos, que retornan luego a la Tierra maduros, aptos para
reemprender el mismo ciclo de civilización que ha de llevarlos más alto, también
sobrevive en vuestro mundo una potencia de concepto sin la cual la fuerza creadora de
los jóvenes no se fecundaría, errando ellos, inseguros.
280
El producto de tanto trabajo experimental es destilado en unos pocos principios que
poseen la fuerza suficiente para levantar una nueva civilización. El pasado nunca muere y
resurge siempre, indestructible. Todas las conquistas espirituales realizadas permanecen en
el mundo como fuerza real y activa, base de nuevos impulsos, eterno testimonio e índice que
mide la evolución verificada. No será, pues, decadencia el envejecimiento individual, si se
sabe revivir renaciendo de continuo en el espíritu. Cansancio y vejez son momentos
normales del recambio de la vida, en los que se revela la maduración del fenómeno
biológico, sin ningún consumo ni desgaste dinámico substancial.
Sólo así es posible darse cuenta profundamente del fenómeno según el cual la
vida produce conciencia. No bastaba haber explicado el mecanismo de la formación de
los instintos y de la estratificación de las experiencias. La degradación biológica
constituye parte integrante del fenómeno evolutivo y existe como condición del proceso
genético del psiquismo. De la manera que la evolución dinámica impone un proceso de
degradación de la energía, así la evolución biológica implica un proceso de degradación
del fenómeno “vida”. Obra en estos fenómenos idéntico principio de agotamiento del
impulso originario, un decrecimiento de las cualidades cinéticas, del potencial sensible
de las formas. El proceso evolutivo implica, en tal sentido, una degradación progresiva
de potencial. En la naturaleza del transformismo evolutivo está la razón profunda de
estos fenómenos. El mismo extinguimiento cinético progresivo en la fase “energía”
hacia “vida”, así como en la fase “vida” hacia “espíritu”, no es sino la característica
constante y substancial del fenómeno evolutivo. Ello, porque la evolución, reducida a
su substancia fundamental, es movimiento, vale decir, un proceso de descentralización
cinética, una expansión del principio cinético, que se dilata del centro a la periferia, una
acción que opera a través del agotarse de un impulso, que es hijo de otro impulso
involutivo precedente e inverso de concentración cinética y de condensación dinámica,
de centralización de potencial de la substancia, a que ahora se contrapone el proceso
inverso de ascenso.
De suerte que la energía tiende ahora precisamente, a la difusión, porque
vuestro universo se halla en período evolutivo, en tanto que en el período inverso
anterior tendía y se dirigía a la centralización (condensación de las nebulosas). La
evolución, o su invertirse en lo negativo (involución), es un camino inviolable; porque
constituye la dirección del devenir de la substancia, que se manifiesta en lo relativo. De
ahí que todo fenómeno sea irreversible.
281
Es en el campo en que ahora nos movemos, el de las conclusiones, donde
podéis pesar el valor de mi sistema ético, no sólo desde un punto de vista científico y
racional, sino también desde un punto de vista práctico y utilitario.
La concepción del dolor-redención es una gran ayuda moral, su transformación
de instrumento de castigo en medio constructivo, su utilización en la conquista moral,
tiene el mérito de la revalorización de una recusación, diré más, de un daño, que la
civilización no ha sabido suprimir. Sistema ético que infunde valor y optimismo incluso
en los casos más dolorosos, constructivo. hasta en los casos más desesperados. La
concepción del trabajo-deber y trabajo-misión, del trabajo función biológica
constructiva y función social substituido al imperante de trabajo-condena de los
desheredados y trabajo-ganancia , necesidad moral antes que necesidad económica,
tiene una potencia enorme de cohesión social. La totalidad de mis afirmaciones acerca
del significado de la renuncia, de la evolución de las pasiones y del amor además de
representar un fermento de elevación del nivel individual, forman la base de las virtudes
reconocidas y resuelven todos los tan difíciles problemas de la convivencia; son
también, así, ciencia de relaciones sociales, y significan formación de conciencia
colectiva; impelen al funcionamiento y a la constitución de un organismo cada vez más
compacto: la sociedad humana. Por cato ellas son de interés inmediato para el derecho
público y privado y pueden servir de base a una substancial filosofía del derecho. Un
principio de justicia he planteado en mi sistema de base científica del funcionamiento
del universo; en el dominio de lo social significa orden, respeto a la autoridad, a la que
sólo compete con responsabilidad plena la propia función directiva; en el campo
moral, esto significa honradez, rectitud de motivaciones y acciones. La desigualdad de
las riquezas y posiciones sociales no es injusticia, sino tan sólo una diversa distribución
de diversos trabajos por especialización de tipos individuales. Pues que toda la sociedad
humana, se quiera o no; es un organismo en formación donde todos, indistintamente,
obedecen a una función propia que es la única que justifica la vida. Las virtudes pueden
constituir esfuerzo, pero es el esfuerzo de asimilación que ha de transformarlas en
instintos y, por ende, en necesidad; y tal será la característica del superhombre futuro.
Hablo al que medita y lo hago en tiempos de gran miseria moral, no obstante
haberse encendido ya la antorcha de la resurrección. La naturaleza de este escrito
sintético no me permite descender a los detalles. Mas he delineado todo el organismo
lógico de los principios, y en él se halla contenida toda consecuencia, por lo que la
deducción es automática. En la vastedad de la visión universal he puesto en alto la meta del
superhombre, pero me he dado cuenta de las condiciones de hecho que la psicología
dominante del tipo común impone, y no he pedido a este tipo más que las primeras
aproximaciones; he definido su posición y, por consiguiente, su trabajo en el camino
evolutivo, indicando, por otra parte, a los más evolucionados los trabajos más altos, a fin de
que cada cual encuentre su camino y su norma en la vía de las ascensiones humanas.
282
En lo Alto, cual luminoso faro, he puesto el espíritu del Evangelio, la más
elevada expresión de la Ley en vuestro mundo concebible, cuya comprensión
significará la realización del Reino de Dios, y para acercarse a esta realización cada vez
más luchan todos los hombres en la diuturna fatiga de la vida. Religión sintética del
porvenir, hecha de fuerza de espíritu y de bondad, mi sistema acepta fraternalmente a
toda fe siempre que sea tal, y a ninguna condena, siempre que sea sincera y se halle en su
puesto. La ciencia toda es llamada para que preste su apoyo, y me he servido ampliamente
de ella a fin de reforzar las afirmaciones del espíritu. Hemos superado la totalidad de loa
preconceptos exclusivistas que derivando intereses de casta, de nación y de raza. Mi sistema
tiene sus raíces en la eternidad; ha de ser universal para sobrevivir en el tiempo, y no tener
límites de espacio. Es verdadero, pues, en todas partes; hablo a todos los pueblos y naciones
de todos loa tiempos, para que cada cual encuentre en mi sistema su posición y su senda de
evolución. Soy espíritu, no materia; soy substancia, no forma. Estas conclusiones no tienden,
por lo tanto, a concretarse en ninguna forma propia de organización humana, sino a introducirse
en las existentes, para fecundarlas y enriquecerlas, para levantar a las que descienden por las
vías del mal, y resplandecer en aquellas otras que en el campo político, religioso, científico,
artístico, ascienden laboriosamente hacia la luz del bien.
Pido sólo una gran sinceridad de alma, un sentido profundo de rectitud, una
voluntad resuelta a mejorarse. La sociedad no podrá sentirse sino beneficiada por estas
afirmaciones, sin duda fecundas para el progreso individual y colectivo. Aquí no se
parte del apriorismo de uno u otro sistema político para anteponerlo e imponerlo. Una
visión universal no es posible que descienda al terreno de las competencias humanas,
una verdad universal no puede constreñirse dentro de los límites de verdades menores,
relativas a un pueblo y a un momento de su evolución. Pero, cualquiera será capaz de
ver que en este sistema entran de manera espontánea todas las concepciones políticas
sanas, productivas y sinceras, todos aquellos regímenes de orden en que los pueblos
retoman la ruta del ascenso y reencuentran la conciencia de la vida. De dichos sistemas
políticos sanos y productivos la presente síntesis constituye la base natural, el
fundamento más sólido y más vasto, la concepción única necesaria para que no queden
aislados en el tiempo, sino que se relacionen, como funcionamiento de una sociedad,
con el funcionamiento orgánico del universo.
Mi ética racional y científica ha trazado ya las grandes sendas de la vida
individual, y ahora las trazará en el campo social. Ella no impone ni obliga. Es
racional, ó sea que presume hablar a seres razonables, como los hombres modernos
pretenden ser. No invoca ella los rayos de Júpiter ni las iras de un Dios vengativo;
indica, simplemente, las reacciones naturales e inevitables de una Ley íntima inviolable,
perfecta, supremamente justa. El hombre que se mueve en su seno es dueño de hacer hasta
el infinito con su bajeza absurdo e inaplicable el Evangelio de Cristo, mas no es dueño
en cambio, de alejar de sí toda la herencia de dolores que su nivel inferior de vida implica y
283
le impone. Os he dado la clave de todos los misterios. Si ahora queréis ser malos (y lo
podéis, porque la libertad es sagrada), para vosotros serán, inexorablemente las
consecuencias, porque la ley de causalidad (responsabilidad) es inviolable.
Todo el zumo práctico de cata síntesis podría condensarse en las siguientes
palabras: si la evolución significa conquista de conciencia, de libertad, de felicidad, e
involución significa lo contrario, en la bajeza de vuestra naturaleza humana reside la
causa de todos los males, y en la ascensión espiritual todo remedio. La aspiración a la
alegría es justa, y la felicidad puede existir; sólo que es necesario disponerse al trabajo
de ganársela. El Evangelio es una senda espinosa, mas únicamente por ella resulta
posible alcanzar en verdad el paraíso, incluso en la Tierra.
Toda la concepción actual de la vida se encuentra aquí desplazada y os obliga
vuestra ciencia en cuyo lenguaje he hablado siempre a comprender y realizar por
coherencia tal desplazamiento. He tenido presente, en todo momento, el tipo de hombre
que predomina y la inutilidad de apelar, en muchísimos casos, a los sentimientos de fe y
de bondad. He realizado, por esto, la ingrata tarea de constreñir la grandiosa belleza del
universo a los términos de una racionalidad restringida. Debéis ahora concebir la vida y
sus incidencias no ya como el efecto inmediato de fuerzas movidas por vuestra voluntad
presente, sino como una sucesión lógica e inteligente de impulsos, conectados en el
tiempo y en el espacio con todo el funcionamiento orgánico del universo. No hay zonas
caóticas de usurpación. Cada vida entraña un impulso; el destino tiene un método
racional en el lanzamiento de sus pruebas, y para comprenderlo habéis de habituaros a
concebir los efectos a largo plazo, en vuestra vida eterna y no en el instante presente, en
que véis resurgir, de otro modo, inexplicables efectos de causas ignotas.
Existen destinos de alegría y destinos de dolor; los hay incoloros y asimismo
titánicos; hay ofensas profundas a la Ley, que se estamparon en el tiempo y, pesando
inexorables, quiebran una vida. Os he demostrado que es inútil embestir contra las
causas próximas, pero que se hace preciso recoger y llevar el propio fardo. Es inútil la
rebelión, la ira, la envidia de otras posiciones sociales, el odio de clase; pues que toda
posición es siempre la justa, es la mejor para el propio progreso. Os he demostrado la
presencia de una justicia substancial no obstante todas las injusticias humanas, las cua-
les no son sino exteriores y aparentes. Así, cada cual sabrá hallarse contento con su
estado y disponerse a laborar en las condiciones en que el destino hubo de colocarlo. El
establecimiento de una vida ocurre, para vosotros, fuera de la voluntad y de la
conciencia del individuo; la, llevan a cabo las fuerzas de la Ley; y si no fuese así ¿quién
os induciría sin posibilidad de fuga a soportar las pruebas necesarias para vuestro
progreso? Quien ignora, no puede influir sobre lo substancial.
Entonces, en lugar de acometer al rico, sólo por no poder imitar sus culpas, en vez
de malgastar la vida en inútil agresividad desorganizada, ¡qué fuerza de cohesión social
representará esta idea de una Ley Suprema que distribuye el dolor y el trabajo con justicia a
284
todos, en todas las posiciones y en formas diversas! ¡Qué reconfortante fraternización será
entonces la vida! Ello no significa pasividad, sino, conciencia; no es la virtud de sufrirlo
todo sin reaccionar, sino la de saber soportar un dolor merecido, para aprender, sobre todo, a
no sembrar de nuevo sus causas. Se desplaza el centro de vuestro juicio sobre las posiciones
humanas. ¡Ay del que se encuentre a sus anchas en el ambiente terrestre! Ello quiere decir
que allí está el equilibrio de su peso específico espiritual. Bienaventurados aquellos que allí
sufren, que tienen hambre de bondad y de justicia, porque ascenderán, encontrando más
arriba su propio equilibrio. El que sufre, regocíjese, porque será liberado; y compadezca al
que disfruta, porque éste, a la larga, volverá al ciclo de las humanas miserias.
Repitamos con el Evangelio: “¡Bienaventurados los perseguidos! ¡Ay de
vosotros, los que sois aplaudidos por los hombres! ¡Bienaventurados aquellos que
lloran, porque serán consolados! ¡Ay de vosotros, los que reís ahora, pues que un día
lloraréis y gemiréis!”
Estos conceptos llevan un sentido de orden al enredo insoluble de los destinos
humanos, calman las divergencias sociales, consolidan la convivencia, representan una
fuerza creadora de aquellas unidades colectivas superiores que son la sociedad y las
naciones. Es ésta la creación más elevada de la evolución, y nosotros nos ocupamos de
ella, precisamente, en el ápice del tratado, como conclusión máxima. Estas normas, que
forman la tabla de las virtudes (los más altos valores) individuales en cuanto determinan
la evolución de la conciencia del individuo, representan asimismo las virtudes (los más
altos valores) colectivas. Pues si la virtud es siempre la norma que más impulsa en el
camino de la evolución (y, por lo tanto, la cosa más preciosa, porque responde al interés
máximo), representa el impulso constructor de la organización social y de la conciencia
colectiva. En consecuencia, no sólo el superhombre sino además la superhumanidad, no
meramente la fiesta espiritual de la superación biológica en el individuo, sino una
sabiduría práctica constructiva de vida social. Los caminos de la ascensión individual
que he trazado tienen, precisamente, la función de preparar al hombre para que sepa.
vivir en sociedades, en naciones, en Estados, y ello, porque estas unidades superiores no
podrán existir sino cuando se haya verificado la formación completa de la célula
componente. Es en dicha función colectiva en la que la conciencia del individuo se
enriquece con una ciencia de relaciones de un nuevo orden de virtudes, que impulsan la
evolución colectiva; esta es precisamente la característica básica del concepto de virtud,
desde el punto de vista social.
285
En tal orden de ideas, si existe un puesto para la inconsciencia individual, no lo
hay para la inconsciencia del Creador; en cualquier caso, incluso en el destino más
atroz, podéis creer en la ignorancia y maldad de los hombres, pero nunca podréis creer
en la insipiencia y la maldad de Dios. Es inútil emprenderla contra quien personifica las
causas próximas al dolor, Se trata, a menudo, de instrumentos ignaros, por consecuencia
no responsables, movidos en cambio por causas vuestras, lejanas y profundas. La vida
es gigantesca batalla de fuerzas que se hace preciso comprender, analizar y calcular.
Nadie puede invadir el destino ajeno; sólo en el propio podrá sembrar locamente
alegrías y dolores. Una vida tan substancialmente perfecta no es posible que exista a
merced de un capricho y de la loca alegría de atoa mentarse mutuamente. No tiene
sentido, en dicho orden de ideas, el maldecir y el rebelarse, tanto más cuanto que ello
nada cambia, antes agra va incluso el mal; mejor es rogar y comprender, puesto que el
dolor no cesará sino una vez aprendida la lección que justifica su presencia.
En este orden de ideas está situado, lógicamente, el concepto de una Divina
Providencia, como hecho objetivo y científicamente demostrable. Si registráis por
grandes series el desarrollo de los destinos individuales, en el número resultará una ley
en que aparece evidente la intervención de una fuerza superior a la voluntad y al
conocimiento individuales. El hombre se comporta en cambio, como si se hallara solo,
aislado en el espacio y en el tiempo; su ignorancia de la Gran Ley que todo lo rige le
hace creer que vive en un caos de impulsos desordenados, abandonado a sus solas
fuerzas, su única ley y ayuda. Su egoísmo constituye un “sálvese quien pueda” de todos
contra todos; y el hombre queda solo, átomo perdido en el gran mar de los fenómenos,
en el terror de ser triturado por fuerzas gigantescas, agitando, para defenderse, sus
débiles brazos, pequeña luz en medio de las tinieblas. Entonces él se refugia en la
inconsciencia del “carpe diem”, que es la filosofía de la desesperación; ceguera
intelectual y moral que ha dejado intacta una ciencia que no concluye.
Ceguera e inconsciencia, puesto que en un universo donde todo grita
causalidad, orden, indestructibilidad; en el que todo es función, equilibrio automático y
justicia; donde está ligado todo por una red de reacciones, constreñido en el
funcionamiento del gran organismo; en el que todo tiene una razón y una consecuencia
lógica, y es absurda cualquier anulación, ya sea en el ámbito físico o en el moral, es
locura creer en la posibilidad de una violencia, usurpación, injusticia, a menos que el
hombre lo quiera y que él que no constituye sino un punto en el infinito pueda
imponer su propia voluntad modificando la Ley universal.
Con la demostración científica del orden soberano, os he puesto hoy en el dilema: o
negar, aceptando la inconsciencia, creando en torno de vosotros un mundo caótico, donde os
encontráis solos con vuestras fuerzas contra todos los fenómenos, rebeldes ridículos y
tristes, perdidos en un mar de sombras; o bien, comprender y avanzar, encuadrados en el
gran movimiento, cual soldados de un ejército en marcha. La presencia de un orden
286
supremo resulta aquí ya demostrada; por ende, el hombre no puede existir sino sumergido
en la gran Ley Divina. Esto pone en lo absurdo a toda culpa y bajeza, y hace altamente
utilitaria la senda de las virtudes. Todo cuanto existe nace con su ley, constituye la expresión
de una ley, no puede existir si no es como desarrollo de un principio, siguiendo una ley.
Encontraréis siempre una ley en toda forma, siendo su alma, su substancia, única realidad
constante a través de todas las transformaciones de la ilusión exterior. La forma corre sin
cesar tras esta ley, que la guía y la cambia para convertirse en acto. Todo momento resume el
pasado y contiene la línea del porvenir; de la misma manera que en los organismo físicos,
así ocurre en vuestro organismo psíquico. El equilibrio os ha sostenido hasta aquí, en el
presente, a lo largo del viaje hacia la eternidad; os sostiene y guía ahora hacia el futuro,
sabiendo y queriendo antes que vosotros y fuera de vuestra voluntad y conciencia.
Es necesario substituir el limitadísimo concepto de vuestra fuerza individual,
conductora de los acontecimientos, por e! concepto vastísimo de una justicia que
impone en el destino su equilibrio y sus compensaciones. En su seno, violencia y
usurpación son absurdos anticipos de un instante, que habrán de pagarse después con
exactitud matemática; en su seno está presente y obra la Divina Providencia. No una
providencia en el sentido de guía personal por parte de la Divinidad, de ayuda arbitraria
y no merecida que es posible solicitar y que puede ahorrarnos el obligado esfuerzo de la
vida; sino una providencia como momento de la Gran Ley, cargada de equilibrio, sujeta
al mérito, protegida por continuas compensaciones que levantan al que cae si ha
merecido subir y aplastan al que sube si ha merecido caer. Constituye un principio de
orden, una fuerza de nivelación que ayuda al débil y reemplaza al impulso de la
prepotencia humana por esa fuerza mucho más sutil, real y potente, que es la justicia.
La Divina Providencia representa en acción dicha fuerza mayor que es la
justicia, no sólo para elevar sino también para abatir. Y por una ley espontánea de
equilibrio la veréis dosificar las pruebas para que éstas no superen las fuerzas, la veréis
erigirse gigantesca para proteger al humilde indefenso y honesto a quien el hollar
humano querría derribar; la veréis cómo da al que merece y quita al que abusa, y premia
y castiga, distribuyendo más allá de las reparticiones humanas(l).
Temblad, vencedores por la fuerza humana, frente a la potencia de la justicia
que mueve al universo entero, y vosotros, los débiles, no creáis que la Providencia sea
inercia ni fatalismo, ni amiga de los perezosos; no esperéis que esta fuerza os ahorre la
sagrada fatiga de vuestra evolución. Concepto de justicia y trabajo, concepto científico
del mundo fenoménico, no es base de un alejamiento gratuito de sanciones de dolor,
sino que significa derecho a un mínimo indispensable sobre las fuerzas humanas para
ascender en el fatigante camino de la vida, significa merecidos y necesarios descansos,
y no ocios gratuitos y perennes, como se quisiera.
Nada más falso que la identificación de la Providencia con un estado de inercia
y espera pasiva; esto es invención de ilusos holgazanes, es explotación de los principios
287
divinos. Se halla presente al levantar al hombre cuyas fuerzas flaquean en la lucha, así
como al abatir al rebelde, aunque sea gigante; pero es activa, sobre todo, en el justo que
quiere el bien y que con su esfuerzo lo impone. Entonces, el qué está inerme de las
fuerzas humanas, sin apoyos ni medios, tendrá en su puño las más altas fuerzas de la
vida, y las tempestades del mundo se calmarán, doblegándose los grandes, pues él
personifica la Ley y su orden. Y mientras vosotros quedáis solos en la lucha,
abandonados únicamente a vuestras pobres fuerzas, él, situado en la profunda
organicidad de lo real, las recoge de todo el infinito. Si parece abandonado y derrotado,
una voz le grita: ¡no estás solo! Puede expresar entonces la gran palabra, en la que el
universo resuena: os hablo en nombre de Dios.
289
En el alba de la ética, matar y robar era lícito; en un mundo aún no moral, como el de la
bestia, los conceptos de bien y mal todavía dormían latentes, en estado de germen. Pero en los
choques de la convivencia social, la reciprocidad de las relaciones, al aproximar el semejante al
semejante, obligó al individuo a sentir la reversibilidad del daño, conduciéndolo ala
comprensión utilitaria y a la asimilación del concepto del “Ama a tu prójimo como a ti
mismo”. La idea del mal no se vinculaba tanto ya a la de la ventaja obtenida como a la
de la reacción del mal sufrido.
Se trata de un proceso de armonización progresiva, en que se disciplina cada
vez con más perfección el funcionamiento de los impulsos de la vida. Es la colectividad
que ahora asciende hacia los superiores equilibrios del orden divino. También
colectivamente véis un sucederse gradual de formas de vida y leyes en que se realiza
cada vez más evidente el pensamiento de Dios. No hacemos más que aplicar siempre
y dondequiera el mismo principio universal de evolución, que por sí solo, repetido en
todos los casos particulares, contiene la totalidad de las conclusiones: el universo es
organismo monista, que funciona según un principio único. Se trata de una ascensión
totalitaria de todas las cualidades humanas, que hemos considerado separadamente y
que avanzan conectadas y paralelas, tanto en el individuo como en la sociedad. Y, como
siempre, en cualquier terreno, mis concepciones no son estáticas, cada concepto no
aparece definido en su inmovilidad sino como una trayectoria, un devenir, una
evolución. Yo no trabajo con vuestro comunes conceptos rígidos, sino con los
conceptos fluidos de una filosofía progresiva, y ello también en el campo del derecho.
No observo los fenómenos desde lo externo, antes bien, me pongo por sintonía en
su devenir. Sólo con un nuevo método de pensar puede alcanzarse lo Absoluto.
La Ley asciende, de suerte que vuestra formal justicia presente, exterior y
coactiva, será mañana violación e injusticia, y vuestra moral de hoy habrá de ser
inmoral, porque habréis descubierto y sabréis vivir de los equilibrios más profundos. Y
si la Ley es armonización, la humanidad, a través de sus guerras, tiende a unificarse. La
guerra es, pues, el actual estado de equilibrio, mas no el futuro; es un mal necesario hoy,
debido a vuestro grado de involución, pero os liberaréis de él. El único hecho que puede
hacerla justa es que representa el esfuerzo por alcanzar un nivel más perfecto, en que
será factible su supresión. Y, entre tanto, ese mal de transición se invierte ya en un
florecimiento de bien porque ha enseñado al hombre feroz a matar también por una
idea, a dilatar su propio egoísmo hasta la colectividad. El desahogo guerrero asume, así,
la función biológica de hacer evolucionar los instintos humanos desde la primitiva
forma egoísta y feroz hasta el heroísmo de aquel que se sacrifica por la Patria.
Por evolución, se pasa de la fuerza al derecho, del egoísmo al altruismo, de la
guerra a la paz. La reacción de los egoísmos limítrofes es ya una tentativa de equilibrio,
contiene el germen de una justicia. En principio, es la única defensa y ofensa que garantiza
al individuo lo que le corresponde. Es necesario disciplinar estos impulsos. Se trata de hallar
290
un principio de coordinación que los supere a todos, una expresión de psiquismo colectivo
que realice más profundamente el orden divino. He aquí cómo, por qué y de qué nace el
derecho: del gran impulso de la evolución, como momento de la armonización progresiva
del psiquismo individual en el seno de la unidad psíquica colectiva. Génesis científica del
derecho, ésta, reducida a un cálculo de fuerzas de los dinamismos individuales que se
armonizan en el contacto: derecho, primera chispa de coordinación dé fuerzas sociales, desde
el centro a la periferia, del individuo a la colectividad, en sus expresiones cada vez más vastas
de derecho privado, público, internacional.
Laboriosa lucha, ésta, mediante la cual la sociedad humana ha llevado a cabo la
transformación de la fuerza en derecho. En mi sistema, éstas no son sino dos fases
sucesivas de evolución: dos mundos limítrofes, dos leyes, dos reinos, el reino de la
bestia, el reino del hombre. La fuerza ha tenido, sin duda, su función constructiva en la
economía de la vida. Técnica evolutiva también aquélla, en que la justicia divina se
manifestaba de igual modo, si bien menos evidente. Los pueblos jóvenes son
espontáneamente violentos, inescrupulosos, de ahí que sean conquistadores; en ciertas
condiciones ambientales, la prepotencia constituye justicia; es selección de raza,
sometida a cruenta e inexorable prueba; significa explosión de energías activas; es el
primer esbozo, burdo pero resuelto en líneas generales del alma colectiva. Los retoques
sólo podrán venir después, con el proporcional sensibilizarse de ésta. Entonces los
pueblos se civilizan y, tras haber conquistado, por los medios más feroces su puesto,
crean el derecho, conciben una idea más exacta de la justicia, crean virtudes más
evolucionadas, que responden a necesidades asimismo más evolucionadas,
substituyendo las virtudes guerreras de la masacre por las virtudes civiles de la
colaboración. Eterna historia, que se repite en la vida de todas las unidades colectivas.
Entonces advierte el hombre que si bien la fuerza ha creado mucho, mucho es
asimismo lo que ha destruido, y percibe lo que escapaba antes a su más tosca
percepción: que un mundo donde imperase únicamente la fuerza, acabaría por
demolerse a sí mismo. Paralelamente, el individuo que disfrutó de sus ventajas pero que
ha sufrido a menudo también sus daños, recuerda en su instinto que reacciona para
eliminar las causas. Y surge así la idea de una utilidad colectiva en la supresión del
abuso individual; se inicia la eliminación progresiva del desorden con un proceso de
aislamiento y de cercamiento del impulso egoísta individual, circunscribiéndolo y
marginándolo, sin destruirlo, mas canalizándolo hacia las metas colectivas. La
evolución de la fuerza a la condición de derecho y justicia constituye asimismo
evolución del egoísmo hacia el altruismo. Asistís de tal suerte al espectáculo de estos
impulsos primordiales que, a través de su propia manifestación, tienden a
autoeliminarse. Principió universal de autoeliminación de las formas inferiores del mal,
algo así como autodesgaste del dolor por medio del dolor, de la fuerza mediante la
fuerza, del egoísmo a través del egoísmo. En la conciencia de los individuos la Ley
291
evoluciona y, según su propio grado de ascenso, los individuos en el seno de un pueblo,
y los pueblos en el seno de la humanidad, se equilibran. Posiciones de progreso y de
retroceso relativas, movilidad constante de todas las posiciones de la vida, sucesión de
leyes y de mundos que progresan el uno en él otro sin destruirse, pues los seres forman,
conforme al grado de conciencia alcanzado, una verdad relativa y progresiva, absoluta
sólo en el ámbito del momento que ella expresa y sostiene.
Es así como asistís hoy a una duplicidad contemporánea de leyes también en el
campo social, forma que no es posible sino en un régimen de evolución, régimen que en
dicho campo social se comprueba. Sólo un cambio de fase, el ocaso de un período que
desaparece en el alba de otro, pueden producir estos contrastes propios de la transición,
que el hombre conoce, pero no la animalidad, la cual reposa en la plenitud de su fase. El
hombre oscila hoy en el paso entre dos leyes; este cambio expresa, en el dominio de lo
social, su madurez biológica. Es una demolición progresiva del pasado y una
reconstrucción en su lugar, y con los mismos materiales deformas más altas. El
elaborarse de la substancia constituye la evolución: el mal es el pasado (involución), y
el bien es el futuro (evolución); bien y mal relativos y en conflicto, el cual repite, en el
ámbito social, la lucha que ya hemos presenciado en el campo individual, entre cuerpo
y espíritu. Culpa es todo retroceso voluntario, que la Ley corrige reconstruyendo el
equilibrio por medio de la reacción del dolor; virtud es todo lo que acelera el avance, y
por esto es premiada.
Todo un mundo de conceptos y leyes que evolucionan, así como en el universo
evoluciona todo, sin posibilidad de descansar. La necesidad de la convivencia impone
en el derecho un mínimo ético cada vez más elevado; ciertas virtudes son coactivas por
necesidad social, la educación civil impone su asimilación y, con el tiempo, superaréis
las actuales, para descubrir otras todavía más perfectas. Hoy el conflicto es evidente en
cualquier forma social. De igual modo que en la lucha entre cuerpo y espíritu, el pa-
sado sobrevive en toda institución y costumbre, formando su sustrato fundamental, y
resiste por inercia, frenando el progreso: florece la fuerza en el derecho, en períodos de
descenso espiritual, aparece una degradación de las instituciones jurídicas que
reconduce a los orígenes, rebajando el mínimo ético y reforzando el elemento
“violencia”. Hoy, en el derecho, los dos elementos, justicia y sanción, tratan de
equilibrarse; y el equilibrio no es capaz de ser equitativo sin el auxilio de la espada.
Diversamente, fuerza y justicia dosifican sus proporciones y el derecho contiene más o
menos tanto de la una como de la otra, según sea su grada; de evolución. La relación entre la
entidad de los dos impulsos, toda valoración de la una para sofocar a la otra, constituirá el
índice exacto del grado de evolución de un pueblo. Así como la propiedad conserva las
huellas del robo originario, así también toda forma es hija de formas más bajas, de que la
evolución os aleja día a día, realizando una obra de incesante purificación.
292
En cualquier acto o manifestación humana existen, por un lado, el ideal que la
mente ve, y por el otro, la utilidad que la necesidad impone; toda la vida social se agita en el
conflicto entre una equidad consagrada oficialmente por la totalidad de las leyes religiosas y
civiles, y la fuerza, premiada por el buen éxito en los hechos y estimadísima en privado. El
misoneísmo, síntesis de los equilibrios atávicos más estables, desconfía de estas
superconstrucciones ideales, no consolidadas todavía por asimilación cumplida;
desconfía el instinto de la mujer, que escoge al macho guerrero y prepotente; desconfía
la política internacional, que cree tan sólo en la verdad de los ejércitos. Vuestra fase se
mueve, de esta suerte, en la fatiga de sus conquistas, entre dos caminos opuestos, el uno
teórico, práctico el otro; un modo de decir y un modo de hacer, una mentira harto
cómoda y una realidad demasiado ardua a seguir; un tormento creador de espíritu, por
un lado, y una degradación de principios y explotación de ideales, por el otro. En los
individuos se encuentran los grados más diversos y las apreciaciones y verdades más
diferentes; puntos de vista desde los cuales, cada uno pretende comprenderlo todo y
juzgar el mundo, convirtiéndose en centro del mismo. En este ambiente parte de él
apegada al pasado, y otra parte inclinada al porvenir vibran todas las oscilaciones de
las afirmaciones humanas; oscilaciones que constituyen evolución, normas e
imperativos entendidos como absolutos, y que no son sino aproximaciones progresivas.
De suerte que la codificación es, en substancia, siempre una tendencia; las formas
cambian y la letra se halla pronta a morir, siendo el derecho una formación continua. La
regulación jurídica de las futuras sociedades humanas se basará en los principios
científicos que determinan las grandes leyes cósmicas y se armonizará en el seno de
aquel orden supremo como un orden menor, en admirable compenetración de libertad y
necesidad, de dinamismo individualista y coordinación con los fines colectivos. La
suprema sanción no habrá de ser la pobre reacción humana, a que es posible escapar,
sino la de una Ley siempre presente y activa, que jamás permite fuga en el tiempo ni en
el espacio.
297
superar, serán más o menos extensas, conforme al grado de evolución alcanzado, y se
desplazarán sin cesar, expresando en su propia forma el propio nivel.
Ya la fuerza de los armamentos aun subsistiendo como necesidad y
preparación de eventuales conflictos debe experimentar un acorralamiento incesante,
que discipline su uso y no tenga en cuenta más que una razón de existir: la de ser una
defensa de la justicia. El primer dique de contención que se eleva es la gran
responsabilidad moral de un Estado que promueve una guerra sin necesidad que la
justifique; de tal necesidad ha de dar cuenta al mundo que observa. He aquí un primer
rudimento de autorización jurídica. Un sentido de responsabilidad y el peso de las
consecuencias gravitan sobre aquel que dispone del poder de lanzar la máquina infernal
de la guerra. Hasta hace poco tiempo, los hombres se mataban a diario, como hecho
normal. ¡Cuánto más difícil es hoy, poner en movimiento la máquina de los ejércitos,
hecha compleja y gigantesca, en proporción a las grandes unidades estatales! Las armas
quedan, pero su uso se vuelve cada vez más disciplinado y anormal, y a menudo
sobreviven tan sólo como símbolo decorativo. La guerra exige cada vez menor
ferocidad y mayor inteligencia, se aleja progresivamente del instinto sanguinario del
salvaje. La disciplina es una conquista biológica que eleva al hombre del estado
originario de rebelión anárquica contra todo y todos a un estado de coordinación de
esfuerzos y de organización del trabajo.
He aquí cómo se introduce el elemento “justicia” y limita al elemento “fuerza”,
reduciendo a ésta cada vez más a fase de transición, realizando la progresiva liberación del
mal, convirtiéndola en medio de evolución y construcción del bien. Se siente día a día más la
necesidad de sostener la expresión de la fuerza con un concepto cada vez menos bajo, con un
alma propia más noble, que la justifique; se ve más y más la necesidad racional y moral de
hacer al uso de la fuerza más coherente con un principio de justicia, porque se siente que
reside justamente en ese imponderable su potencia mayor, el equilibrio más íntimo y elevado,
que domina y rige a los equilibrios más externos y más bajos de la fuerza material. Ésta busca
así de manera espontánea, su única justificación, que sólo puede estar en un fin pacífico.
Y así como el dolor y el mal contienen en sí los impulsos para una autoeliminación,
la guerra existe para devorarse a sí misma. La mortalidad progresiva de los medios bélicos,
preparada por el progreso científico, los volverá cada vez más desastrosos, y tal potencia
destructiva paulatinamente mayor destruirá la guerra, porque la sensibilidad humana en
progresión y la conciencia más profunda experimentarán más y más el horror y el miedo a
dicha potencia. Los organismos sociales obedecen día a día menos a momentáneos impulsos
irreflexivos, y el orden futuro se prepara con visión lejana, a largo plazo. Existe, también, la
Ley que interviene y castiga toda violación con la reacción del dolor; así obliga
forzosamente al hombre a entrar por la vía de la justicia: “El que use la espada, por la
espada perecerá”. Más allá de la fuerza de los ejércitos trasparece cada vez más evidente
la fuerza más sutil de esta suprema voluntad que tiende al orden y es con ello capaz de
298
aplastar al más fuerte. Una más alta fuerza existe, a la que la otra obedece. Cuando se
precipitan los más aguerridos ejércitos, aparece la mano de Dios, y las fuerzas de la vida se
levantan para dominar al rebelde. La historia se regula también por estos equilibrios más
profundos, que resurgen y se imponen, fuerza más poderosa que todas las fuerzas humanas.
De nada vale la potencia material cuando se halla contaminada en sus bases por esta
substancial debilidad; el arbitrio humano del mal es oprimido por la Ley dentro de los
inexorables límites del bien. Incluso en la fase actual, la fuerza, para dar su rendimiento,
debe armonizarse con estos impulsos mayores de justicia; su justificación no puede
proporcionar resultados estables sino como reconstrucción de orden.
Como véis, me refiero a formas y a métodos; pero voy siempre a la raíz de los
fenómenos, hablo de madurez de fuerzas biológicas; no enfrento a los hombres, sino a
las leyes que los mueven; me introduzco en las causas y no en los efectos. Me doy
cuenta, contemporáneamente, de la naturaleza humana tal cual es al presente, y de la ley
que a ese nivel impera. Si en el mundo existe la guerra es porque la misma responde al
instinto de la mayoría, porque constituye la forma actual de selección biológica, porque
responde a funciones automáticas de equilibrios demográficos. El hombre normal está
hecho para la guerra (selección), y la mujer para la maternidad (conservación). En tanto
os mováis en este ciclo y la guerra se halle en el alma egoísta del mundo, y las
relaciones internacionales se basen en la fuerza, el número será necesario como medio
de vida y de grandeza. Pero, recordad que la cantidad nunca podrá crear la calidad, y
que el valor supremo del hombre no reside en abandonarse de modo irresponsable a la
función animal de reproducirse, sino en afrontar consciente y responsablemente la
función moral de educar. No siendo así, el número degrada a la raza. ¿Acaso es posible
siempre el mismo círculo: desarrollarse en número para hacer la guerra y destruirse?
¿Es posible que las dos grandes fuerzas de la virilidad y la maternidad permanezcan
siempre cerradas en un ciclo de autodestrucción?
Este ciclo se abre, en cambio, por progresivas ascensiones, hacia una sublimación
de tales instintos; en un nivel más elevado, el hombre está hecho para el trabajo, creación
material y espiritual; para el dominio sobre la naturaleza y sobre sí mismo; y la mujer se
halla hecha para el sacrificio y la formación de almas. Esta es la meta substancial.
Si en vuestro nivel humano la guerra significa un medio proporcionado a
vuestra forma inferior de evolución, y es utopía abolirla, esa guerra, aunque sea hoy un
mal necesario, no puede aceptarse sino como un mal transitorio, medio tendido hacia un
bien más alto, como holocausto del bárbaro presente, que se desgasta en el roce sólo
para la construcción de un porvenir más radiante. No basta para dar a la guerra un
contenido de justicia la presión de la superproducción de carne humana asomándose
más allá de los confines demasiado angostos de una Tierra. Ello es sólo choque de
fuerzas demográficas. Ha menester dar a la guerra, un contenido ideal de civilización;
es necesario hacer soportable ese mal, transformándolo en instrumento de bien. Pues
299
que entonces la guerra se ennoblece de heroísmo, se anima de espiritualidad, se idealiza
en el martirio. Elevada la guerra a tal nivel, la ferocidad de la sangre derramada se
transmuta en apoteosis de sacrificio. Pues que no se lucha entonces por el egoísmo ni
por el botín, sino por una fe que está en lo Alto. La guerra alcanza así su objetivo más
elevado en la formación del alma colectiva, se convierte en inmolación de sí mismos
sobre el altar de la patria; y se llama “guerra santa”.
El hombre cree mandar, y en cambio obedece siempre a la voluntad de la Ley,
obligado por el instinto; Instituciones y leyes, toda manifestación social no es
substancia sino forma, es el ropaje exterior dé fuerzas biológicas. Los verdaderos
responsables más o menos ilusionados o guiados son los pueblos, que llevan
justamente el peso de su propia involución. Los jefes no son más que transmisores de
un comando que no sería comprendido y obedecido si no respondiese a otro comando,
más profundo, que a todos domina; y ellos son seleccionados y levantados en alto sólo
en tanto sienten más los instintos de la colectividad, expresándolos y obedeciéndolos.
Los grandes conductores no han sido otra cosa que exponentes que personificaban la
verdad momentánea y cumplían esta función colectiva, puesto que nunca abandona la
Ley el destino de los pueblos a la arbitrariedad de un hombre. No confundáis la forma
con la substancia: habituaos a verla en los fenómenos históricos, trazad siempre, en toda
manifestación, la acción sutil y substancial de los impulsos biológicos, que hacen de
pueblos y jefes un organismo único, dirigido hacia metas idénticas.
Pero, a medida que, la evolución lleva al hombre cada vez más lejos de sus
orígenes animales, asciende también la forma de la lucha. A los tres tipos de hombre
que vimos, corresponden tres métodos de combatir, que recuerdan los tres niveles de la
substancia, , , . Así, tenemos: lucha material, esto es, supremacía brutal del más
fuerte, aunque sea ilícita e injusta. Lucha nerviosa y volitiva, supremacía de la potencia
de voluntad, de los medios mecánicos, económicos, aun cuando no sea convicción ni
verdad. Lucha espiritual, en que el dinamismo físico-muscular, así como el
volitivo-nervioso, es superado en una supremacía espiritual y conceptual propia del
superhombre. Su lucha está hecha de justicia, y moviliza el dinamismo de las fuerzas
cósmicas. En tal sentido él es más potente, aunque humanamente inerme. Pero,
recordad que en lo Alto se extingue la arbitrariedad, que el desorden es expulsado hacia
abajo. ¡Si supieseis qué armonía reina en los planos más elevados!
Sé bien que el hombre de hoy llega apenas al segundo tipo de lucha, y es arriesgado
pedirle inmaduras y precipitadas anticipaciones de lo porvenir. Existe una ley de estabilidad
en el desarrollo de lo nuevo, y es necesario secundarla. Para abandonar lo viejo es preciso
antes haber creado lo nuevo. Deponer los instintos de lucha incluso en la forma más
inferior puede significar, para los pueblos de hoy, debilidad y decadencia. Es necesario
primero enseñarles a superar la fase evolutiva presente y hallar instinto¡ más elevados: como
siempre, es preciso transformar al hombre antes que a los sistemas, primero la substancia
300
que la forma, comenzando por conquistar la conciencia de la responsabilidad que
implica el uso de la fuerza. El progreso no radica en la renuncia a la fuerza, lo cual
puede constituir debilidad de impotentes; por el contrario, está en el dominio de la fuer-
za, lo que es conciencia de los poderosos.
De ello se deduce lo irrealizable que resulta no obstante las afirmaciones de
loa idealismos teóricos un programa inmediato de paz universal, si no se saben
determinar antes las condiciones biológicas necesarias para su mantenimiento. La paz
universal se realizará, sí, pero pensad cuán inmenso edificio representa su construcción.
Para llegar a la más alta conquista, hace falta haber madurado todas las conquistas que
la condicionan. Entonces, esa paz no será una utopía, porque el mundo y su alma
habrán cambiado y estarán maduros. Los actuales idealismos pacifistas que expresan
la gran aspiración e indican su camino son biológicamente los últimos conceptos
nacidos, los menos solidificados en los instintos, los equilibrios menos estabilizados y,
por lo tanto, prestos a caer al primer choque. Todas las construcciones ideales, aun
cuando estén codificadas, se hallan expuestas a este peligro de degradación que, a la
primera sacudida, vuelve a conducir a los nuevos equilibrios demasiado delicados, a
estabilidades más bajas y más simples, pero más resistentes. El substrato biológico de
las necesidades animales está siempre listo para resurgir, no bien se derrumbe la
superelevación; hacia este substrato retrocede el equilibrio demasiado arriesgado con tal
de garantizar la vida.
La escala de las ascensiones sólo se sube grado a grado, solidificando primero las
bases. No se trata de fáciles vuelos pindáricos, de resonancias retóricas, sino de que la paz
no constituya una utopía; es un trabajo de aproximación, áspero, tenaz y práctico. Es
necesario madurar antes las condiciones biológicas y psíquicas. Es ya mucho el haber visto
y comprendido por vez primera en la historia del mundo el absurdo lógico, moral y
utilitario de la guerra. Tal absurdo se hace cada vez más evidente, y la necesidad de
respaldarlo cada vez más urgente. Contemporáneamente, la capacidad mortífera progresiva
de los armamentos y su creciente peso económico despertarán el interés colectivo que se
rebelará contra semejantes dispersiones, y el mundo, aterrorizado por la posibilidad de
destrucciones ingentes, se armará sólo contra el que se proponga perturbar el orden,
arriesgando el fin de la civilización. Y la fuerza ha de sobrevivir entonces, sólo como
instrumento de justicia, no ya de desorden, sino de orden.
Aquel mismo reconocimiento de derechos y deberes a que se ha llegado en las
relaciones entre los ciudadanos, deberá alcanzarse asimismo en las relaciones entre los
pueblos. El derecho internacional se encuentra aún en sus primeras construcciones.
¿Por qué son lícitos el homicidio y el robo en la guerra, si los castigan, en el interior del
país, las leyes? Ello demuestra que las relaciones entre los pueblos esperan todavía un
derecho que las discipline y se hallan aún en el estado caótico de la violencia, en la fase
sub-legal. La ética internacional apenas ha nacido. Este “yo” colectivo mayor, que es la
301
conciencia nacional, está en su fase embrionaria. Debe conquistar su moral; que la ley
de las coordinaciones nacionales expresa. Nacidos hace poco los organismos estatales y
apenas formados, no saben todavía reordenarse como células componentes del
organismo más vasto, la humanidad. Como el individuo en el estado de barbarie, las
naciones, para defender su vida, poseen sólo la fuerza, y no aún la ley. Las naciones son
individuos aislados que tratan, a lo sumo, de reagruparse mediante alianzas, para formar
mayorías protectoras y equilibrios de fuerzas. Los pueblos viven fuera de la ley y fuera
de la ética; la tarea de las generaciones futuras consistirá en crearlas.
Con el progreso, las fuerzas del orden se coligarán contra las fuerzas del
desorden, los pueblos rebeldes serán cercados y aislados, así como en el interior de cada
país se cerca y se aísla al delincuente, que constituye un peligro social. Y una nueva
ética internacional habrá de nacer del choque de tantas guerras, del dolor y de la sangre,
que, a través de perfeccionamientos continuos, enseñarán a formarla. Pues que, este es
el objetivo de la lucha y su único resultado duradero: la evolución de los conceptos
directivos y la conquista de una conciencia colectiva mundial. Si ha costado ya tanta
fatiga y tanto dolor el construir el instinto de convivencia social entre los individuos,
¿cuánta más fatiga y dolor no costará la construcción de este otro instinto, tanto más
complejo, de la convivencia internacional? De ahí que ninguna guerra se produzca en
vano, pues los pueblos chocan a fin de conocerse y comprenderse, se asaltan para que
de la colisión alternada entre vencedores y vencidos se aprenda, de parte y parte, a
reconocer en cada pueblo el derecho de vivir; de vivir y no sobrevivir, no dominar y
oprimir sino coordinarse en la unidad mayor a que todos se elevan: la humanidad.
El instinto de las masas se transformará en dinamismos de igual modo viriles,
pero más elevados, en productividades más benéficas y morales. Otras incruentas
batallas esperan al hombre, coaliciones para la defensa de las conquistas del espíritu,
contra todo atentado de degradación de la estructura social; otras luchas no ya de armas
y pueblos habrán de ser las del mañana: luchas de ideas, la guerra santa del trabajo,
la virilidad en el deber, en la fatiga de las construcciones de la conciencia. El gran
enemigo será lo ignoto, las fuerzas de la naturaleza, los instintos inferiores a superar; el
gran trabajo será la dirección de las leyes de la vida y la ascensión humana. Solamente
entonces, el hombre que emerge de la destrucción del desorden conquistará en el orden
una nueva potencia. Allí los más fuertes; los mejores, habrán de ser los más justos. De
la suma de tantos impulsos productivos emergerán pueblos supremamente fuertes y
victoriosos.
302
Hemos permanecido hasta ahora en el campo subhumano y humano de las más
bajas creaciones biológicas, para focalizar mejor los detalles de vuestra fase. Pero, si
ascendemos todavía, así como se alcanza para el individuo el nivel del superhombre, así
también la evolución colectiva llega a la ley social del Evangelio. Al presente es un
trastrocamiento completo de los sistemas humanos, absurdo aparentemente irrealizable,
pero es meta suprema, realidad del mañana. Todos los problemas de la convivencia son
en ella radicalmente resueltos con un concepto simple: “Ama a tu prójimo como a ti
mismo”. Es la perfección, es la ley de quien ha llegado, el sueño de quien está en
camino de llegar. Pero la vía es larga y no fácil, y la hemos visto, en su realidad de
áspera fatiga, para que sea conquista que se cumple, lenta pero verdadera, antes que
fácil sueño de quien ignora las resistencias de la vida. En el Evangelio, todas las
divergencias son arregladas, los gritos son adormecidos en una paz substancial, en el
equilibrio más estable, que ahonda sus raíces en el corazón humano. He aquí la meta de
la evolución colectiva, el reino del superhombre, la ética universal en que la humanidad
encuentra la coordinación de la totalidad de sus energías: el Evangelio, que ponemos en
el ápice de la evolución de las leyes de la vida.
La distancia que separa a vuestra actual vida social de ese vértice, es inmensa.
Todos vuestros actos y pensamientos están penetrados por la lucha y os hacen sentir que
el Evangelio se halla lejano; pero, precisamente porque es lucha, es asimismo camino
de conquista. En cuanto tal, constituye demolición de la lucha misma y una
aproximación progresiva al Evangelio. Es éste un nivel diverso, significa un
desplazamiento completo del punto de vista 8e las cosas. Los mismos hechos humanos,
observados desde un plano distinto; adquieren un valor diferente. Es la visión lejana y
global del alma que ha conquistado la bondad y el conocimiento. Aquellas normas, que
responden a una amplitud de ángulo visual tanto más vasto, os parecen irrealizables. Al
Evangelio no se puede llegar sino por sucesivas aproximaciones. Permanece inaccesible
por su altura, sise presenta de golpe al hombre actual, que, en efecto, no lo comprende
ni lo sigue. Pero mirad más lejos en la esencia de la vida; penetrad más a fondo en la
ciencia; avanzad, y el Evangelio surgirá de por sí.
Vuestro mundo es el que se ve desde la Tierra; el Evangelio, es el mundo visto
desde el Cielo. El absurdo reside en vuestra involución. En el Evangelio se mueven las
fuerzas del infinito, la justicia es automática, perfecta, substancial; se alcanza en él la
coordinación social, el hombre se mueve en paz con la armonía del universo. Allí no es
ya necesario ser fuertes, basta ser justos. Fuerza, lucha, egoísmo se han absorbido a sí
mismos en la diuturna fatiga de las ascensiones humanas. Aquí os movéis, por fin, en el
seno de la Gran Ley; las reacciones del dolor han sido reabsorbidas, el final se ha
superado. Es el reino del hombre que se ha convertido en ángel y en santo.
Entonces resulta posible la ley del perdón, porque el espíritu siente y mueve
otras fuerzas que no son las de vuestros pobres brazos, y esas fuerzas acuden en defensa
303
del justo aunque se halle inerme. Es la ley de la justicia que habla en vuestra conciencia,
que se expresa a través dé los movimientos del alma humana. De manera que, el que
parece un vencido de la vida se convierte en un gigante. Ley simple pero substancial;
que hace al hombre, rige sus actos en sus motivaciones y lo resuelve todo, allí donde
vuestros confusos sistemas de control y sanción nada resuelven. En el Evangelio, la
senda de la virtud se recorre entera; su lógica sublime conduce a una selección de
superhombres, al paso que la lógica de vuestra lucha cotidiana lleva á una selección de
prepotentes. Los principios del Evangelio organizan el mundo y crean las
civilizaciones, en tanto que los principios que vivís lo disgregan todo, malgastándolo en
inútiles roces: donde pasan el Evangelio y su amor, una flor nace; donde vosotros
pasáis, toda flor muere y surge una espina. El Evangelio es ley del paraíso trasplantado
al infierno terrestre; tan sólo los ángeles en el exilio saben vivir ahí abajo la ley divina
dictada por Cristo sobre la Cruz.
Aquel que en vuestro mundo renuncia a agredir y defenderse, ofreciendo, en
cambio, la otra mejilla; el que renuncia a hincar sus garras en la carne del prójimo para
beneficio propio y no quiere, por principio, arrebatar mediante la fuerza todas las
infinitas alegrías de la vida, queda aplastado, fuera de la ley, es un vencido, un
expulsado, un no-valor que se anula. Ese, visto desde el punto de vista del reino de la
fuerza, es un inerme, un indefenso, un ridículo. Empero, en su derrota, en esa su
debilidad aparente reside el misterio de una fuerza mayor, que llega tronando desde
lejos y despierta en las profundidades del alma el presentimiento de más vastas
realizaciones. Y el vencedor, en el preciso momento de su victoria, experimenta una
sensación de derrota. El vencido mira hacia lo Alto como vencedor; y lo es, puesto que
ha descubierto y vivido más altas formas de vida.
El hombre permanece mudo y desorientado ante ese extraño ser, sin armas, que
proclama una deslumbrante ley nueva y parece de otro mundo. El hombre siente que, si
bien tiene razón en su ambiente, existe en cambio otro mundo donde todo se invierte, en
que el vencido de la Tierra puede ser un vencedor, y el vencedor de la Tierra, un
vencido. Un abismo lo separa de aquel ser superior; el hombre agrede y él perdona; es
un justo y sabe sufrir. Él está allí para indicaros en su vida la meta alcanzada, para
indicaros la vía, que está en seguirlo hacia la realización de la más alta y fecunda ley
social: el amor evangélico.
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y brutal que, si bien es en vuestro nivel impulso de creación, constituye asimismo
principio destructivo al que debéis infinitas crisis y reveses.
Pero la evolución fenómeno universal debía revelarse funcionando también en
este campo como una eliminación gradual del principio hedonista, por acorralamiento, por
limitaciones y elevaciones progresivas, hasta saber comprender en su propio ámbito
intereses de orden general. Reencontraremos por doquiera idéntico proceso ascensional,
mediante el cual la fuerza tiende a la justicia, el egoísmo al altruismo, la guerra a la paz, el
mal al bien. En la evolución no es posible aislar un campo de otro; la totalidad de los
fenómenos sociales han de concebirse como fusionados en una ética superior. El concepto
hedonista, puesto en la base de las ciencias económicas, es hijo de agnosticismos de otros
tiempos, ya superados. Si, en un primer momento, el perfecto equilibrio de la balanza del do
ut des representa el máximo de justicia que la psicología de los intercambios puede contener,
en momentos superiores, en cambio, el progreso impone la introducción del factor moral en
el fenómeno económico, cada vez en más amplia medida. Como en la evolución del
egoísmo, a esto os guiará igual cálculo utilitario, en que se expresa la ley del mínimo medio;
pues la lucha está llena de rozamientos que implican enorme dispersión de energía, por lo
que es ventajoso suprimirlos.
En vuestro mundo actual, raramente sigue la riqueza los caminos del bien; no es
un medio para consecuciones más altas; antes bien, es un fin de disfrute, que premia las
aptitudes más rapaces y antisociales. Pero, estad atentos, ya que esta psicología es en
gran manera demoledora también en el campo del utilitarismo individual (inconsciencia
colectiva), opuesto al colaboracionismo (conciencia colectiva). Cuando un fenómeno
nace ya envenenado por impulsos negativos, éstos indestructibles como lo son todas
las fuerzas lo seguirán y corroerán hasta su destrucción; cuando un acto queda
infestado, en el instante decisivo del nacimiento, por el germen de la deshonestidad, se
Arrastrará corroído por dentro, cual un enfermo, hasta que la disgregación íntima lo
anule con la muerte. He aquí por qué vuestro mundo económico se encuentra lleno de
crisis inevitables, sin remedio; porque se levanta sobre estos equilibrios, inestables y
ficticios. Y la solución no reside en crear una grey de irresponsables, desposeídos,
mantenidos por el Estado, sino en la creación de una sociedad de responsables, que
sepan manejar de forma consciente la gran fuerza económica. Yo sostengo, no una
mutilación, antes bien, un aumento de conciencia, de poder, de libertad, de confianza,
de responsabilidad. El hombre no debe anularse, sino manejar las tuerzas de la vida,
para aprender; debe correr libremente el riesgo de errar, porque, al sufrir las
consecuencias, se enmienda; debe golpearse la cabeza para aprender a no golpearse
más. Y a fuerza de crisis y derrumbes, de desastres financieros, aprenderá que el
negocio más estable y más sabio, el más provechoso, es la honestidad; que la posición
más utilitaria es aquella que toma en cuenta los intereses de todos, que se funde en lugar
306
de aislarse en el organismo económico colectivo. Estas son leyes de vida, no son
utopías.
En la dirección de esta renovación sólo puede estar el órgano máximo de la
conciencia colectiva: el Estado. El fenómeno económico espera, de la autoridad central
del Estado, como personificación completa de la ética humana, infusiones cada vez más
enérgicas de factor moral, con constricciones y retoques que purifiquen la actividad
económica y la riqueza, canalizándolas hacia fines más elevados. Compete al Estado
intervenir y corregir, introduciendo un mínimo ético progresivamente más alto en el
fenómeno económico, guiando en el interior tanto como afuera el crudo equilibrio de
los intercambios, hacia un régimen de colaboración, que no constituye sólo
compensación sino además comprensión de egoísmos; no sólo coordinación, sino,
fusión en un organismo económico universal. Una ciencia económica no como la
actual, que ignora y por esto sufre las reacciones de la Ley, sino consciente de ella, no
debe surgir sobre bases hedonistas sino colaboracionistas, pues en una sociedad más
avanzada la fase ética y utilitaria significa cooperación, y tal es la revolución
económica fundamental que en este campo expresa vuestra actual maduración
biológica. Sin embargo, los sistemas que actualmente dominan en el mundo, llevan a
una selección al revés, del más deshonesto y pícaro, al paso que el honesto es
eliminado. La sociedad no exalta al hombre que da porque ello vuelve a uno pobre
sino al hombre que aferra y acumula porque así se hace rico ; no obstante el primero
da lo suyo a los otros, y el segundo toma de los otros para sí. Éste podrá justificarse
sólo si cumple la función de conservar y fecundar la riqueza con su trabajo.
En vuestro mundo, los mejores se hallan ocultos, porque son sensibles y modestos,
tienden a otras metas y carecen de las cualidades agresivas que condicionan el éxito, en
tanto que los ambiciosos y ávidos sin escrúpulos, saben pisotear todo para alcanzarlo. Lo
que en vuestro mundo brilla, rara vez coincide con los valores intrínsecos; el triunfo
económico rápido no puede más que significar ausencia de honestidad. Os movéis todavía
en el nivel de la fuerza económica (principio hedonistico), y no aún en el de la justicia
económica (colaboracionismo); y en el régimen hedonista, cualquier crisis debe precipitar
hasta el fondo; no puede descansar sino, por saturación, no es capaz de elevarse más que por
reacción natural del fenómeno mismo, después de agotado su impulso, sin las capacidades
compensadoras del régimen colaboracionista.
En vuestro mundo, no existe proporción entre trabajo y ganancia, el robo se
autoriza en la especulación, enquistándose parasitismos inevitables, que son
consecuencia directa de la premisa hedonista. El principio del do ut des genera una
lucha para tomar el máximo y dar el mínimo; lo cual no sólo es el precedente de la
lucha sino que implica toda la psicología del robo, contamina al mundo económico
entero, haciendo brillar en él el egoísmo en lugar de la justicia. Si el punto de partida es
la motivación hedonista, la voluntad tenderá toda ella hacia la ventaja individual
307
exclusiva, a la que no se renuncia si no se es constreñido por la voluntad ajena, que
tiende, a su vez, hacia otra ventaja individual. Vuestra oferta constituye sólo un pedido
de dinero, velado por el máximo posible de mentira; no refleja el interés del
consumidor, sino el egoísmo del productor. Así, vuestro edificio económico sufre y se
deteriora por ese roce continuo de explotación, qué destruye la seguridad y la confianza,
bases de dicho edificio. De manera que el mundo económico, en lugar de ser un
organismo de justicia, es un campo de despiadadas competencias.
No hay proporción entre valor y precio. Éste, a menudo, no responde al costo
de producción sino a la mayor o menor capacidad que tiene para soportar el peso de la
explotación. Cierto que la potencia aspiradora de la demanda genera de inmediato la
superproducción y se equilibra con la oferta; pero tal equilibrio espontáneo es superado
con frecuencia por el desequilibrio originario del egoísmo, siempre propenso a retomar,
en cuanto pueda, la supremacía. Y, además, no hay quien no vea que un aumento de
precio, por el solo hecho de que la demanda sea intensa y la oferta escasa, está lejos de
la justicia, sobre todo cuando el consumidor se encuentra necesitado y el acaparamiento
causa la penuria.
Los bienes de la Tierra no siguen el camino de la necesidad: la riqueza atrae a la
riqueza, huyendo de la pobreza y, en lugar de constituir una ayuda, es a menudo un daño en
la vida social. La psicología hedonista hace llegar el dinero adonde no sirve y lo aleja de
donde podría aliviar un dolor, proteger una vida. Todos huyen del débil, del vencido, y
apenas una debilidad se manifiesta, todo concurre a agravarla, acosándola sobre la pendiente
de la ruina. Para vosotros, la necesidad del semejante es un no-valor económico, al paso que
significa un valor la confianza que os inspira una sólida riqueza. Así, difícilmente cumple
ella la que debería ser su función primordial, vale decir, la de ser un medio de vida y de
mejoramiento, y se transforma a veces hasta en medio de opresión, que absorbe y destruye
en vez de fecundar y levantar la vida. El mal que pesa sobre vuestro mundo económico y lo
amenaza es esta hipertrofia de egoísmo. Es ilógica y dañina esta canalización de la riqueza
hacia la riqueza, en lugar de hacia la pobreza, esa atracción agigantadora de desigualdades
que son base de desequilibrios sociales y morales, esta tendencia hacia la centralización,
cuando la salud reside en la descentralización.
En vuestro mundo no hay acuerdo entre capital y trabajo. Estos dos extremos
del campo económico deberían tenderse la mano como hermanos. Es inútil la guía de
leyes y sistemas, cuando el capital se halla contaminado en sus orígenes por
deshonestidades que lo harán infecundo; todo remedio y control permanece en la
superficie si en el alma no existe la conciencia de la función social de esta destilación
del producto del trabajo que es el capital, y se hace de éste un medio de opresión. Es
necesario, para superar los conflictos que en tal campo pesan sobre la humanidad,
superar asimismo la inconsciencia egoísta, hasta llegar a la conciencia
colaboracionista. Los dos polos, capital y trabajo, como todos los contrarios, son
308
complementarios, han sido hechos para completarse, porque ninguno de ellos se rige
por sí solo; están hechos para conjugarse y fecundarse mutuamente, en una corriente de
intercambios continuos que han de ser también abrazos del espíritu. Sólo en la
comprensión entre ambas fuerzas pueden combinarse prácticamente los impulso del
balance económico. El único hecho substancial que justifica vuestras luchas es que
constituyen el medio para llegar a la comprensión, pues incluso en este dominio, así
como en todas partes, la evolución acucia.
Frente a estas mis concepciones véis qué absurdo representan vuestras utopías
de nivelamientos económicos. La distribución de los bienes terrenales no es, como
creéis, efecto de leyes, instituciones ni sistemas, sino que es consecuencia de un hecho
primordial indestructible: el tipo individual y la línea de su destino. Los equilibrios de
la vida se hallan hechos de desigualdades que, dadas las naturalezas distintas, responden
a justicia, aun cuando las posiciones sean diversas, y resulta absurdo un nivelamiento de
unidades substancialmente desiguales. Aunque dicho nivelamiento se impusiese por la
fuerza, la naturaleza de los individuos en breve tiempo lo destruiría. Existe un solo
comunismo substancial: el que une a todos los fenómenos, coliga la totalidad de
vuestras acciones, os hermana a todos y os lleva al seno de la misma Ley, sin
posibilidad de aislamiento, en la misma corriente. Comunidad substancial de deberes,
de trabajos, de responsabilidades, no obstante las necesarias diferencias de nivel, que
expresan las diferencias de tipos y valores. Vínculos férreos que os estrechan a todos
igualmente, aunque quisieseis que fuesen de rivalidades y de odio en lugar de ser de
amor y bondad.
Los principios de la vida son más sabios que vuestros sistemas mecánicos de
nivelación social y obtienen el equilibrio a través de la desigualdad, puesto que tienden,
no al equiparamiento de un tipo único, sino a la diferenciación, para luego reorganizar a
los especialistas, en organismos colectivos. La diferencia de posiciones sociales no es
más que división del trabajo por capacidades diversas y es ella tanto más acentuada y,
por consiguiente, las posiciones tanto más divergentes, cuanto más evolucionado y
complejo es el organismo social. En una colectividad avanzada, cada individuo y cada
clase permanecen tranquilamente en su puesto, sin coacciones, como las células y
órganos en un cuerpo animal. Estas inquietudes son características de las sociedades
inferiores, en formación.
No es lícito ignorar en la construcción de los colectivismos humanos que la
naturaleza no construye a los hombres mediante una máquina, y que no puede dividirse
309
a las falanges humanas por tipos en serie. La naturaleza crea, en cambio, tipos
complementarios, recíprocamente necesarios; y las diferencias han sido hechas para
comprenderse y compensarse uniéndose, para completarse en sus puntos débiles y
combinarse orgánicamente. Así, por complemento y equilibrio de los opuestos, por la
vía lógica y utilitaria del mínimo medio, la Ley conduce de manera irresistible a la
fraternidad humana. El nivelamiento podrá formar un rebaño, mas nunca una sociedad.
El error fundamental radica en creer a todos los hombres iguales en cuanto valor y
destino; en no haber comprendido el misterio de su personalidad y el objetivo de la
vida; en detenerse en lo externo, creyendo que no se puede obtener justicia si no es en la
igualdad de superficie, en tanto que alcanza la vida una justicia más compleja y
profunda en la desigualdad. El principio de la equiparación podrá ser un programa de
enriquecimiento por expoliación para las clases menos acomodadas, y también, si se
sabe adaptarlo y moderarlo, un sano programa de ascenso económico; pero, como
principio, sigue siendo siempre un absurdo, ya que no responde a la realidad biológica.
La igualdad, no meramente exterior y coactiva, es absurda en un universo libre, donde
no existen dos formas idénticas. Cuando la evolución ha creado valores absolutamente
variados, y son diversos los caminos recorridos y las fatigas experimentadas, es justicia
que las posiciones sociales expresen exactamente el valor y la naturaleza del ser.
Comprended la esencia de la vida y veréis una más profunda realidad, donde
todo es siempre justo. No confundáis igualdad con justicia, y no creáis que la vida deba
esperar vuestras nivelaciones exteriores para realizar en la eternidad sus justos
equilibrios. Todo es justo, compensado y equilibrado, desde hace tiempo. Vosotros
consideráis como mejores las altas posiciones sociales, vuestro espíritu de igualdad es a
menudo envidia, que aspira a la sustitución por parte de vosotros en el bienestar ajeno.
Pero comprended que el equilibrio, de una posición económica y social es como en
física tanto más estable cuanto más bajo se halla su centro y más próximo está al nivel
mínimo de la sociedad en que se encuentra situado. Por el contrario, es en las cumbres
donde se condensan las tempestades, y no envidiéis aquellos peligros mayores que
llevan consigo caídas mayores. Cuanto más se eleva una posición social, más insegura,
vulnerable y difícil se vuelve su defensa; tiende más a descender y exige la presencia de
un valor intrínseco, que con esfuerzo continuo la sostenga.
Véis cómo la Ley, en esta tendencia a poner en el centro las posiciones
extremas, posee ya el principio de la nivelación económica. Es la ley automática de la
nivelación de tortas las aristocracias, hecho evidente en la historia. Como siempre,
incluso en el mundo económico y social actúa, en lo profundo, una ley que, más allá de
las apariencias, rige el equilibrio de los fenómenos. Permanentemente existe una
justicia substancial, de la que no se escapa: individual, exacta, inviolable, automática y
que no se alcanza sobreponiendo a la naturaleza de las cosas grandes capuchones de
legalidad, sino mediante el equilibrio espontáneo de la Ley. Además de la injusticia de
310
forma, hay siempre una justicia de substancia en la distribución de las alegrías
humanas, y sobre la cual ninguna ley podrá mandar, si no es la del propio destino.
No envidiéis a los ricos, porque esa su riqueza puede ser una prueba, una
condena, una condición de ruina. Ved cómo, por una ley psicológica, aquello que se
obtiene sin fatiga está destinado a la dispersión. No se aprecia ni se defiende como lo
que ha costado adquirir. La hereditariedad de la riqueza es fábrica de ineptitud, no
constituye sino un proceso de autoeliminación. Todo cuanto es hereditario, aun cuando
esté legalmente protegido, tiende de modo automático a la descomposición: decadencia
de la riqueza que ninguna barrera social ni legal ha podido jamás impedir. Porque sólo
las leyes de la vida son siempre activas y constantes, ya obren por manera subterránea y
en silencio; rompen, por lo tanto, toda defensa social, que es peso muerto,
superposición inerte, no movida por un impulso íntimo que haga vivir y obrar en cada
instante hacia un fin determinado. Y ello, mientras se acercan alrededor otros
hambrientos, mucho más preparados para el trabajo, no ilusionados por la adulación que
la riqueza atrae, ni paralizados por la educación más refinada; hechos activos y astutos a
raíz del deseo no saciado, impulsados, con todas las fuerzas, por la necesidad, a la
conquista, y destinados, en consecuencia, a vencer en la desigual lucha.
Así reemplazo yo vuestro concepto de propiedad meramente jurídico y de
superficie por un concepto más profundo de propiedad substancial. Ésta es la única
que se fija como derecho en el propio destino. Si os colocáis en la realidad de los
fenómenos, que es siempre un devenir, veréis que no resulta posible poseer las cosas en
sentido estático, sino tan sólo la trayectoria de su transformismo. Ellas, como vosotros
mismos, constituyen un devenir, y ese contacto duradero que se llama “posesión” no es
posible más que por la acción de una fuerza constante que mantenga adheridos los dos
devenires. En este mar de dinamismos, la propiedad es, a lo sumo, un usufructo que la
muerte o cualquier revés puede siempre quebrar. Así que no es posible “propiedad” y
“posesión” en sentido jurídico, por la elevación de defensas y barreras legales; sólo es
posible la posesión de la causa de ese mecanismo de efectos, vale decir, la potencia del
dominio sobre las cosas; y ésta no la determinan los reconocimientos jurídicos
exteriores, sino la adquisición de cualidades, de méritos, de derechos inherentes a la
propia personalidad. Más allá de vuestras formas sociales, lo que las justifica y, sobre
todo, las mantiene vivas, es la acción constante de ese impulso determinado por una
capacidad intrínseca preparada y fijada en el destino, única base del derecho. Y, en
efecto, en el justo equilibrio de la Ley, apenas cese el impulso de aquella causa, cesa
asimismo el derecho, se derrumba el edificio de los efectos, pulverizándose, no obstante
todas las defensas, la construcción jurídica. Sólo esta propiedad substancial, que
responde a una característica de la personalidad, que se halla escrita en el destino, como
impulse que se injerta en el equilibrio de sus fuerzas, podrá resistir y mantenerse, hasta
que aquel impulso se mantenga y resista.
311
El principio hedonista os encierra en un estado de miopía psíquica que os hace
creer en el absurdo. Creéis en la posibilidad de procuraros la riqueza por atajos que
excluyan la fatiga del trabajo. Ahora bien, encarando las leyes más profundas del
mundo económico, encontraréis un principio de equilibrio que impone una relación
férrea entre fatiga y disfrute, según le cual, no obstante todas las tentativas que se
realicen para burlar la Ley, la alegría verdadera no constituye premio más que del
trabajo honesto. La riqueza lleva consigo como una naturaleza propia un sello
indeleble de las características con que fue generada y querida, y que la seguirán
siempre como un impulso, trayectoria, dirección precisa que han de sostenerla y guiarla
a cada paso, como un ser viviente. También es la riqueza un haz de impulsos causales
que contienen sus efectos inexorables, los que tarde e temprano han de manifestarse en
acción. Si la riqueza ha nacido mal, trae males; si ha nacido bien, trae bienes.
Creéis que la riqueza sea una cantidad homogénea, igual en todas partes. Es
necesario completar este concepto económico con otros factores que se injertan siempre
en él. Ella es una fuerza en movimiento, que se manifestará en la forma en que fue
definida en el momento de su génesis. De modo que existe diferencia entre riqueza y
riqueza. Lo mal ganado no aportará ventajas, antes bien, daños. Hay dinero que no
puede dar placer. Poseerlo no constituye ganancia, sino pérdida; no riqueza, sino
pobreza. Una riqueza así fue impregnada substancialmente de cualidades negativas, por
lo que es fuerza destructiva. Su vicio de origen, que no se borra, la guiará a producir
ruina, en tanto ella misma no desaparezca por agotamiento de la causa. Pues que el mal
constituye negación y se niega, ante todo, a sí mismo, hasta su completa
sutodemolici6n. Hay dinero maldito, que no puede aportar otra cosa que maldición a
aquel que lo posee: el dinero con que fue pagado el campo de Haceldam (1).
Estos mis puntos de vista interiores iluminan diversamente al fenómeno
económico entero y, mostrándoos una más profunda realidad, relegan al absurdo a
vuestros conceptos más comunes en este campo, los que aceptáis en la ignorancia de las
leyes substanciales de la vida. Así, vuestro tiempo tiene la ingenuidad de creer que es
superfluo preocuparse tanto por la sutileza sobre cómo se acumula la riqueza, y que
todo medio es válido. Y de este modo, a la ligera, se siembran gérmenes de destrucción
en el seno de los propios capitales. Hablo en los términos de una moral científica exacta
y utilitaria, necesaria, por lo mismo, también al ladrón. Éste es tan simple como para
creer que el robo proporciona utilidad. Ahora bien, resulta pueril el esfuerzo por burlar
la pobre ley humana, cuando no es posible alterar la ley íntima de los fenómenos, que
misteriosa y potente, vigila y resurge innata en ellos, en todo instante. Por los atajos de
la usurpación no se puede alcanzar otro resultado que la reacción. Regocíjense los
sedientos de justicia, que sufren a la vista de las injusticias humanas. Hay un equilibrio
profundo, al cual en vano intentará el malvado escapar, incluso triunfando
momentáneamente. Y temblad vosotros, a quienes la injusticia de un momento ha dado
312
razón, porque lloraréis un día, aplastados por las consecuencias de vuestras acciones,
qué ningún tiempo podrá destruir y que os seguirán por doquiera. Aun cuando no lo
sintáis, lo imponderable os alcanzará para golpearos. E1 dinero mal ganado es flecha
envenenada que ha de clavarse en vuestras carnes. Nada rinde tanto como la
explotación de la sangre humana, lleno está el mundo del dinero de Judas, manchado de
traiciones, verdadero estiércol del demonio, que os ahogará, desmoronando la tierra
bajo vuestros pies. Contra ese dinero, y no contra aquel otro que es justa retribución del
trabajo, es que se levanta la maldición de Dios.
317
XCVI. CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL PODER
318
Mi concepción del Estado se apoya sobre bases estrictamente biológicas. He
elevado la ciencia hasta el punto de poder concluir en todos los campos, incluso en el
campo filosófico-jurídico-político-social: he lanzado las bases de una ética científica, de
una nueva filosofía científica del derecho. Mi concepción es racional, se ajusta a la
totalidad de los fenómenos de la naturaleza; es, por consiguiente universal. Se trata de
una concepción progresiva dentro de la cual, así como toda religión encuentra su puesto
en el campo ético, del mismo modo en el campo político toda nación puede escalonarse
a su nivel, según sean su madurez y comprensión. De la manera que los fenómenos de
la vida son, en mi sistema, fenómenos psíquicos, igualmente los fenómenos sociales
constituyen fenómenos biológicos. La sociedad humana es un organismo, como organismos
son las sociedades animales, todas del mismo modo apoyadas por leyes y equilibrios
exactos, y como son organismos los organismos animales. Todo en la creación está
relacionado y repite idénticos principios; el cuerpo animal, en sus equilibrios e intercambios
entre centro y periferia, cerebro, y órganos, en la distribución y especialización entre
funciones centrales y periféricas, os da el ejemplo del principio realizado de las unidades
colectivas, tal como se dispone a fijarse en la sociedad humana.
En mi concepción, los fenómenos sociales aparecen como despojados de todas las
incrustaciones externas, desnudos en su substancia, como un haz de fuerzas en acción. Se
rigen por una ley exacta y profunda, son la fisonomía exterior de un concepto que se
desarrolla con una lógica propia, que los diagramas estadísticos expresan en su marcha,
permitiéndoos así la previsión de su futuro desarrollo. No podríais establecer de otro modo
el cálculo de las probabilidades. Hemos estudiado estos procedimientos en el desarrollo de
la trayectoria típica de los movimientos fenoménicos (pag. 68 y sigts.) observando primero
la ley de la variación (de la evolución en función del tiempo) sobre coordenadas ortogonales
(fig.1: tiempo sobre el eje horizontal, de las abscisas; evolución sobre el eje vertical, de las
ordenadas), después sobre diagramas de coordenadas polares (fig. 3) y por interpolación
parabólica (fig. 4). La línea, determinada por la relación, entre las ordenadas y las abscisas,
describe la ley con expresiones de cálculo algebraico, en la forma de un problema de
geometría con las correspondientes ecuaciones.
El objeto del método estadístico es justamente llegar, á través de la observación de
masa en que se compensan y desaparecen las accidentalidades individuales a la
recóndita ley del fenómeno, a la inducción de la relación real constitutiva. Para esto, el
fundamento del método estadístico reside en la ley de los grandes números, pues la
aproximación al principio o causa constante no crece en razón directa, sino en proporción a
la raíz cuadrada del número de las observaciones. Con esta relación se llega, así, a la
expresión de la constitución efectiva del fenómeno. Operando sobré grandes números
desaparecen las diferencias unitarias y aparece una fisonomía diversa, un orden nuevo,
colectivo, que expresa un concepto de la Ley. Y la expresión estadística se adherirá a la
causa, será fija y constante si ésta es constante, será determinada por regularidad en las
319
variaciones si la causa es más a menudo, un concepto en evolución. Esto desde la
estequiogénesis hasta los fenómenos sociales. Todo es orden, todo fenómeno expresa la Ley.
En la búsqueda de las causas, guiados por el principio de causalidad, os aproximáis al
pensamiento de Dios, para descubrir siempre una lógica exacta. Si muchos fenómenos
sociales os parecen atípicos, es porque se os escapa su causa demasiado compleja: porque en
el cálculo se introducen interferencias de innumerables fenómenos, todos interdependientes.
Pero, dominadas las causas, comprendida la ley del fenómeno, es posible, en cualquier
campo, establecer a priori, por progresiones exactas, su porvenir; entonces el futuro no
constituye ya un misterio.
La relación de causalidad impone, en la evolución de los fenómenos sociales, un
determinismo histórico inviolable; hay un destino de pueblo, como hay un destino de
individuo; existe un cálculo exacto de responsabilidades, en que se equilibra la libertad
colectiva, del modo que vimos equilibrarse la libertad individual. La ignorancia del
materialismo puede no haber visto todo esto, pero la Ley no dejará por ello de estar presente.
Yo insisto en las bases científicas del fenómeno-histórico que no puede ser comprendido
sino como un momento de la fenomenología universal, con las mismas leyes de relación y
cálculo de equilibrios que rigen el mundo físico y dinámico. Hay una continuidad
psicológica en el desarrollo de los fenómenos sociales, una concatenación férrea de
causalidades, aun cuando los actores puestos en escena hombres o pueblos no la
comprendan siempre. La Ley actúa, por medio del instrumento humano, moviendo el
mecanismo de los instintos individuales y colectivos, atropellando al que se rebela,
imponiendo por doquiera, en todo movimiento, su imperativo Categórico. Estas fuerzas
interiores y profundas saben y estallan por sobre la conciencia de los pueblos. Hacen la
historia. No es necesario, para ello, comprenderlas. La comprensión es póstuma a tos
acontecimientos, la conciencia es el resultado de la historia. Más allá del estruendo externo
de los choques desconcertantes en lo profundo reside siempre el orden.
Este principio guía los impulsos desordenados de los instintos individuales y los
coordina hacia una meta única. De otro modo, un amontonamiento de fuerzas no
produciría sino el caos; en cambio, la historia sigue una línea propia precisa de
progresos y regresiones, de maduraciones y revoluciones, de ciclos creadores y
destructores; si cae, es para volver a levantarse; si destruye, para reconstruir más alto.
Todo momento histórico es un movimiento coordinado hacia un fin. Concebid la
historia, no ya como sucesión de acontecimientos externos e inconexos, sino, sobre todo
en las causas y finalidades, como una maduración biológica, una progresiva realización
de metas, un funcionamiento orgánico. La historia os muestra la técnica evolutiva del
psiquismo colectivo; mirad tras los hechos, el hilo sutil de la ley que los rige y vincula.
Existe el ciclo del nacer y morir en las civilizaciones, en las revoluciones; hay un ritmo
de desarrollo tanto en el orden como en el desorden, conforme al cual, a toda potencia
social dice la Ley alguna vez: “basta”. Todos los desequilibrios se restablecen en un
320
equilibrio más vasto, en que se completan en la gran onda progresiva del bien. No
comprenderéis la historia si no véis detrás de ella a la Ley; la Ley, que es la única que
ordena en verdad, que impone sus ciclos de maduración y agotamiento, que impone el
ciclo de los renacimientos a las civilizaciones y a los individuos.
El destino confía tan pronto a una como a otra célula social una función, y se la
quita apenas agotada. En la tempestad de las revoluciones, así como en el trabajo de
orden, el hombre constituye siempre una fuerza, es substancialmente un espíritu
desnudo que cumple su misión. Así, cambia totalmente el concepto de gobernantes y
gobernados, reducidos a lo que afirmamos para el individuo, de vida-misión. Es la
historia la que utiliza para sus fines a los hombres cuando los pone en evidencia y no
los hombres los que conquistan por sí y se imponen a la historia. La idea de conquista y
ventaja puede ser un mecanismo necesario para poner en movimiento las mentalidades
inferiores. La masa contiene siempre una reserva de grandes hombres para todas sus
necesidades, y llama ya al uno, ya al otro, según sea su especialización, al rendimiento
completo de su personalidad; no bien nace la necesidad, pone en función los valores de
sus reservas. El concepto medieval de poder hereditario es substituido, hoy, por el
concepto de poder conquistado mediante selección biológica, expresión de una
substancial potencia individual de gobierno. La dirección suprema estará abierta para
cualquiera que sepa superar la prueba de fuego, única garantía del valor intrínseco;
superarla para llegar, y superarla cada día para mantenerse.
Más allá de todos los enmarañamientos de legalidades, la substancia y la
garantía máxima residen en las fuerzas biológicas, que no garantizan al hombre sino la
función, y lo demuelen apenas deja de responder a ésta. El concepto de dirección-poder
y prerrogativa se substituye por el de dirección trabajo y función. De suerte que la
historia llama siempre a sus hombres, superando las construcciones legales; los
despierta, levanta y utiliza; los rechaza sin piedad así que cesa la función, o bien
incurren en el abuso o la debilidad. La prueba es grande, tremendo el riesgo y sólo
aquel que es de raza vence y sobrevive únicamente el que posee una substancia de
valores intrínsecos sabe explotar y valorarse, sabe comprender y comprimir las fuerzas
que lo circundan, en lugar de ser arrastrado por ellas.
En mi sistema, el comando supremo no es otra cosa que el trabajo y la
función suprema, la capacidad psíquica y volitiva suprema; la responsabilidad, el
peligro, el peso máximo. En mi concepto, la posición de comando es tal en tanto
constituye posición de deber y de obediencia a los principios directivos de la Ley. Las
jerarquías humanas no son sino una pequeña zona que se prolonga más allá de la Tierra,
allende los mínimos y máximos humanos. Toda posición es relativa y existe siempre un
superior, aunque sea en lo imponderable de las fuerzas de la vida, el cual premia y
castiga, y al que es preciso rendir cuenta de la propia labor. El supremo comando no es
más que una suprema obediencia, cuya alegría se confía sólo a quien ha subido
321
espiritualmente tanto como para comprender y saber realizar el orden divino; es función
y misión como lo son todas, incluso las más humildes actividades sociales.
Esta es la base biológica de la atribución de los poderes, la única base que
garantiza la correspondencia del valor con la posición y su rendimiento, que se
mantiene maleable (adaptación) a los fines de la evolución, y, sin embargo, resistente
sin caer en la rigidez. Incluso en el campo político el factor moral como en cualquier
campo debe ser preponderante. Estos equilibrios y proporciones entre valor y
posición social forman parte integrante de mi ética científica exacta. En ésta no hay
escapatoria de la posición de responsabilidad y deber, como no la hay en la posición de
obediencia, pues todo debe ser equilibrado. Quien depende ha de llevar su peso de
obediencia, así como el que dirige debe llevar su peso de comando. En mi ética,
ninguna posición es ventajosa, sino que, en proporción con las fuerzas individuales,
constituye una fatiga igual en el mismo camino evolutivo. También en el campo político
todo es división de trabajo y estrecha cooperación. No sólo colaboracionismo
económico, sino además social en el más amplio sentido.
Aquél que, en cualquier campo o nivel, asume una función directiva sin la
correspondiente capacidad y responsabilidad, burla la Ley y se expone a su reacción. que
armará contra él los acontecimientos humanos. Así, Luis XV mereció para la monarquía
francesa la revolución. Luis XVI era un justo, mas ningún ejército ni habilidad política podía
salvarlo; estaba solo contra un destino de clase, solo ante fuerzas que se venían acumulando
en su contra desde hacía un siglo. Ninguna construcción social puede resistir -por mucho
que se apuntale en la legalidad- cuando no se rige por un principio más elevado, por un
impulso de la Ley, y es agredida incluso por sus reacciones. Así nace un Napoleón, puro
instrumento de guerra difusor de las nuevas ideas, y luego arrojado por el destino, como
un andrajo, apenas se agota su función, justamente como el último Rey de Francia, del
cual se había reído. Así domina la Ley soberana los eventos humanos; ved aquí, pues, la
historia como una urdimbre de causas y fuerzas en movimiento. He aquí la reacción que
restablece el equilibrio: Danton sofocado por la sangre del terror, Robespierre por la
sangre de Danton, la revolución que devora a sus propios hijos.
XCIX. EL JEFE
¿Quién es, en este nuevo organismo al que hoy la vida se eleva, el jefe? ¿Cómo lo
elige y lo levanta la historia? Hay momentos en que ésta atraviesa un recodo decisivo, en
que se prepara la fase resolutiva de una civilización milenaria; inmensas maduraciones
sociales son inminentes en el alba de civilizaciones nuevas. Entonces la humanidad parece
perderse en crisis y conflictos, y todo el pasado parece desmoronarse. Entonces las fuerzas
de la vida invocan al genio que interpreta y crea, y los equilibrios de la Ley lo traen a la luz,
lo valoran en plena eficiencia, y las fuerzas de lo imponderable convergen para sostenerlo, a
fin de que se plasme y eleve. Entonces el hombre que ha realizado desde hace tiempo
mediante su trabajo íntimo su maduración biológica, es llamado por atracción a lo largo de
la línea de su mayor especialización, para qué dé entero su rendimiento en la obra colectiva
que se le confía y que hace suya. La vida del jefe constituye una misión suprema. Estos
fenómenos no son un misterio para nosotros, que nos hemos movido siempre apegados a la
substancia en lo imponderable.
Ante tal desencadenamiento de fuerzas titánicas, es pueril buscar la razón de las
cosas en las viejas fórmulas de la legalidad humana. La Gran Ley, que sostiene en lo
íntimo todas las cosas, lo madura todo con perfecta armonía hacia metas jamás
fortuitas. La vida de los pueblos tiene sus equilibrios profundos, al igual que la vida
inorgánica y orgánica, y, así como éstas producen, en el instante de la maduración
evolutiva, la molécula o célula apropiada, del mismo modo la vida de los pueblos
produce, en el momento decisivo de la evolución biológica, su hombre, su célula
superior, llevada a la luz por la tensión de todas las fuerzas de la vida, que estallan en
332
triunfo tras oculta fatiga secular para que aquella célula cumpla, por ley de
coordinación, su función de cerebro y de voluntad, de dirección y de imperio, porque
tales son su capacidad, diferenciación y función biológica naturales.
Este es el jefe, por su grandeza pero asimismo por su deber, por su satisfacción
tanto como por su esfuerzo, por su victoria así como por su peligro. En tal función y en
este peligro reside la justicia de la Ley suprema de Dios, y la base antes divina que
humana de una investidura sagrada, que en la vida constituye misión; es su derecho
de imperio, y el deber de los pueblos consiste en la obediencia, unidos todos ante Dios,
obreros diversos en el mismo trabajo.
La afirmación novísima es que el jefe, en momentos excepcionales, es elegido
por selección biológica; en el instante decisivo interviene directamente la Ley,
superando las convenciones sociales. Una ley más verdadera que dichas convenciones
sociales se manifiesta. Los pueblos buscan, por instinto, la célula que cumpla con la función
colectiva necesaria del comando, la reconocen, la sienten, respetan su función, no por
coacción ni convención, sino de manera espontánea, por una ley que yace en su instinto.
Cuando un pueblo ha encontrado a su jefe, que siente y expresa su alma, coordina sus
actividades, cumple la función biológica de defensor y unificador material y espiritual del
nuevo organismo, reposa contento en su instinto satisfecho como reposan el instinto del
cuerpo alimentado y el de la madre que tiene su hijo, porque el porvenir de su vida se halla
asegurado. Los tumultos de la vida política son, como los del hambre y del amor, los
profundos tumultos de la vida que “debe” avanzar.
En la historia, ningún sistema de atribución de poderes ofrece las garantías de
éste, que es substancial e íntimo, no formal y exterior. Tal jefe de raza, producto de la
vida de un pueblo, surge de ella, y sólo de un pueblo que sabe producirlo. Las leyes
biológicas no conceden jefes en los siglos de reposo, ni a los pueblos impotentes,
estériles, condenados. El superhombre no se improvisa, no surge por sistemas electivos,
por convenciones o coacciones sociales; la raza es raza, naturaleza íntima que se
constituye en la eternidad, substancia de alma, una capacidad única, un destino,
maduración de grandes fuerzas biológicas. El jefe de raza es elegido no mediante el
sufragio sino por el choque de las fuerzas sociales; es hijo, no de los cálculos de las
urnas, sino de la tempestad en que se debaten, por la vida, los pueblos; es elegido, no
por consenso de los hombres, antes bien, por consenso de las recónditas leyes de la
vida. Se impone, arrollando el pasado, como el huracán, en el torbellino de la
revolución. El hombre no sabe cual es la ola que, nacida del misterio, lo lanza hacia
arriba; pero todos se inclinan, porque una Ley, más profunda que las humanas, manda.
Y el jefe está allí, por derecho divino; es el derecho que le dan su destino, su raza y su
capacidad, tamizada ésta con sangre, en una lucha que no admite ineptos.
Está allí y allí permanece. Sólo por su valor intrínseco es capaz de resistir en
una posición que, por su altura, se halla expuesta a todos los rayos. He aquí los
333
verdaderos controles del poder, las verdaderas garantías del valor y del rendimiento del
hombre; como el asalto es tenaz, á cada minuto, la guerra no tiene tregua, y allí no hay
muletas para los débiles, no existe posibilidad de mentira frente a las leyes de la vida.
He aquí el derecho substancial, el derecho del valor, del mérito, de la función, de la mi-
sión, y no sólo el de la legalidad formal. El jefe está allí, porque constituye el órgano
máximo de una vida colectiva mayor, y allí queda, por determinación de las mismas
leyes biológicas, inviolables en tanto su función social no se haya agotado.
Sustituyo el concepto de la legalidad humana por el de la justicia divina, que
sanciona los valores íntimos. Pongo, en la base de los fenómenos sociales, las eternas
leyes de la vida. En el fondo del problema jurídico veo siempre el problema biológico,
que es su alma; sólo cuando son sólidas las posiciones del segundo, serán asimismo
sólidas las del primero, que constituye su expresión. He aquí la base substancial de la
legalidad. Los movimientos de las fuerzas políticas, jurídicas y sociales resultan
comprensibles únicamente si se reducen a su substancia biológica. Y ¿qué sistema más
substancial de elección y de garantía puede encontrar un pueblo que éste, asaz severo,
del filtramiento operado por las leyes de la vida? ¿Qué ley más profunda que la ley
biológica, en que toda fibra es tamizada? Constituye un absurdo que el poder deba ser
elegido desde abajo, ser definido por los niveles biológicamente menos evolucionados.
El sistema representativo es un método para la búsqueda del mejor. Mas las masas
pueden aceptar y soportar al superhombre, pero no comprenderlo por anticipado. Es la
evolución la que lanza a la cabeza su anticipación para que arrastre y plasme a los otros,
involucionados, que no saben sino recibir y obedecer. El concepto tradicional es
derribado: la elección no proviene del número mediocre, sino de lo Alto, de las fuerzas
de la vida; el número representó cantidad, incompetente para decidir sobre la calidad. Si
su misión consiste en educar, el jefe ha de ser un señor espiritual que desciende y da,
desde lo alto de su fase superior, y no un mediocre, que sube y pide. Me entrego a esta
legalidad, más profunda que la humana. En mi concepto, la base del derecho radica en
la capacidad. El jefe manda, por el mismo derecho por el cual el águila vuela. Es
tamizado a cada instante por todas las resistencias que garantizan las capacidades y la
función; pues son las fuerzas biológicas, que confieren el poder, las que lo quitan no
bien cesa la función.
El poder que proviene de lo Alto posee un contenido por entero diverso del
concedido desde abajo. Constituye deber y no derecho, no conquista sino función, es
orden, no arbitrariedad, es sacrificio y misión, La investidura desciende sobre el
superhombre que ve el infinito y no admite abusos; se entrelaza indisoluble en su
destino, y su premio es eterno, más allá de la vida. La mano de Dios lo guía, y él, en su
propio comando, obedece, no pidiendo sino la posibilidad de dar para realizarse a sí
mismo. Cerebro de un pueblo, es la superelevación que guía e ilumina la revolución
biológica, impulsando la vida hacia sus fases supremas. Engarza su tarea en la serie de
334
las creaciones históricas de los milenios, porque en éstos los hombres elegidos trabajan
en cadena. Actúa en su fase, en perfecta correspondencia con los momentos históricos
precedentes y siguientes; es la eterna evolución social, madurando el pasado y
anticipando lo por venir. Bebe en sus propias fuentes; la actividad social se transforma
siguiendo su visión, que se fijará en la evolución jurídica. Educa, crea la conciencia
colectiva porque sabe que tal creación interior constituye el antecedente de la comprensión y
la base de la vida de las instituciones que más tarde la expresan. No ya la ciencia humana,
sino esta visión es la que guía su brazo, tendido hacia el futuro, en acto de comando. Es
fuerza en un torbellino de fuerzas, persiguiendo las nuevas civilizaciones. Su voluntad,
conducida por precisa intuición de las corrientes del pensamiento y de la vida del mundo, se
injerta activa en la ley cósmica de la evolución. Creando nuevas instituciones sociales,
lanza en nuevas formas los valores morales de los siglos.
En el cuadro de su concepción, el jefe se encuentra orgánicamente situado, es
idea y acción a un mismo tiempo. Él constituye su idea, ubicado en el centro de su
Estado, que palpita en su contorno cual su aureola, como vida que emana de su vida. Es
un pensamiento y una voluntad única, central, responsable e instantánea, y no, como en
las formas representativas, un pensamiento y una voluntad múltiple, escindida, lenta
para encontrarse a sí misma. El Estado representa el organismo cuyo cerebro es él, y los
ciudadanos, células innumerables, investidas también ellas de misiones menores, en una
coordinación armónica de funciones convergentes hacia la cima. Desde la periferia al
centro, desde la membrana al cerebro y al corazón, hay una incesante corriente solidaria
de intercambios; un descenso de pensamiento y de fuerza, de conciencia y de ayuda; un
ascenso de tributos vitales, para encontrarse en el centro y volver a descender
fecundados. El Estado es así, también, centro de irradiación moral, alma, fe y religión.
La célula particular se siente en él más fuerte. Por vez primera en la historia se sustituye
el concepto de Estado absoluto o representativo por el biológico de Estado orgánico.
Los valores morales, los productos de las civilizaciones del mundo, realizan en el
Estado su ingreso triunfal, no ya escindidos en estériles antagonismos de clases y
principios, de ciencia y fe, de Estado e Iglesia, de rico y pobre, sino fundidos en una
unidad que la nueva civilización impone, tanto en el campo del pensamiento como en el
de la acción.
El nuevo Estado es un gigantesco organismo integral, una inmensa fragua de
colaboraciones, donde máquina y trabajo, producción y riqueza, ciencia y religión, todo,
en suma, se funde y obra orgánicamente. Esta alta concepción de vida colectiva se
introduce en la circulación de la sangre de los pueblos y lleva a cabo la valoración, de
las masas. He aquí la creación biológica de la Ley confiada al jefe. La nueva alma
colectiva va a desarrollarse y afirmarse, y él vigila los primeros movimientos de esta su
pequeña criatura, la guía educándola. Del concepto de Estado-rey, al de Estado-clase
social y al de Estado-pueblo; del poder absoluto al poder representativo, al
335
poder-función, a medida que la conciencia colectiva asciende y se dilata, el poder
desciende y se descentraliza. Es la ascensión del espíritu, que purifica progresivamente
el principio de sus escorias. Pues en los equilibrios biológicos, la medida del comando
la determina el grado de conciencia alcanzado. Los pueblos tienen necesidad de
maestros antes que de libertad, de guía antes que de comando, hasta que se hallen
maduros. Y el jefe observa; su pueblo es su cuerpo, suya es aquella alma, suyos esos
tormentos, esperanzas y victorias. Jefe y pueblo: unidad indisoluble; el mundo está en
marcha. La realidad biológica impone: evolución o muerte.
C. EL ARTE
DESPEDIDA
Ha terminado nuestro largo viaje. Todo está demostrado ahora, todo concluido,
hasta las últimas consecuencias. La simiente ha sido arrojada en el tiempo, para que
germine y fructifique. He dado mi testimonio de verdad, mi obra se halla completa. El
pensamiento ha descendido, inmovilizándose en la palabra escrita. No podréis ya
destruirlo. Es harto anticipado para ser todo comprendido en el acto; no todos los siglos
son capaces de comprender toda una idea, pero es necesario que cambie, con la
psicología, la perspectiva que la vea desde nuevos planos. Vuestro juicio está viciado
por una visión inmediata, mas pasarán los años y cuando hayáis visto el futuro
comprenderéis en lo profundo esta Síntesis y la encuadraréis en la historia del mundo.
Para algunos, estos conceptos se encontrarán aún fuera de lo concebible. Otros
rehusarán el trabajo de comprenderlos, porque no producen ventaja inmediata. Y los
habrá asimismo que tratarán de alejar la verdad, pues perturba al ciclo animalesco de su
vida, de modo que continuarán durmiendo: para ellos hablará el dolor. El cerco se
restringe y mañana será demasiado tarde.
La convicción no es tanto hija de un cálculo lógico y racional, como de un
estado de maduración interior que no se alcanza sino mediante las pruebas, luchando y
sufriendo. Vano ha de ser, pues, repetir esta Síntesis como hecho de erudición, si no se
“siente” como orientación, si no se asimila como vida. La verdad es que el alma
colectiva de los pueblos siente, por intuición más que por razón, la filosofía, el sistema
político, la forma social que más le convienen para el cumplimiento de los fines de su
propia evolución, y arroja fuera todo cuanto no responda al trabajo que el momento
histórico impone. Pero, así como es inútil crear sistemas lógicos y esperar su
comprensión cuando salen de aquel momento histórico, del mismo modo esta
340
concepción mía es visión fecunda que anticipa la realización, y es síntesis no sólo de lo
que se puede saber, sino además de las aspiraciones que irrumpen en el alma humana.
He hablado al mundo, a los pueblos todos; dije la verdad universal, verdadera
en cualquier lugar y en la totalidad de los tiempos. He valorado al hombre y a la vida,
haciendo de ellos una construcción eterna; a través de los campos más dispares, hice
converger todo hacia la unidad; he hecho de vuestro disperso inundo conocible un
estrecho monismo. Aquí, ciencia, filosofía y fe son una sola cosa. He vuelto a daros la
pasión del bien y del infinito. He dado una meta a cuanto vuestra vida puede contener:
arte y derecho, ética y lucha, conocimiento y dolor, todo lo he canalizado y fundido en
la misma vía de las ascensiones humanas.
Os movéis en lo infinito. La vida es un viaje y no poseéis otra cosa que vuestras
obras. A cada instante se muere y se renace, pero siempre se es hijo de sí mismo. La
evolución pulsada por el ritmo del tiempo no puede detenerse. Véis según una falsa
perspectiva psíquica. Es necesario concebir no ya las cosas, antes bien, la trayectoria de
su transformismo; no los fenómenos sino los períodos fenoménicos; debéis situaros
móviles en la fluidez del movimiento; realizaros en este mundo de cosas fugitivas
como seres indestructibles en un tiempo que no puede aportar sino continuación,
lanzados hacia un futuro eterno, que os abre de par en par las puertas de la evolución.
De aquí a varios milenios no seréis ya los niños de hoy sino que alcanzaréis formas
de conciencia que ahora no podéis ni siquiera imaginar. Os he mostrado el destino y el
tormento de los grandes que os preceden en el camino. Ellos os dicen lo que será mañana el
hombre. No podéis deteneros. Hemos visto el funcionamiento orgánico de la gran máquina
del universo en sus varios aspectos, en las fases de su devenir. Es un movimiento inmenso y
debéis de funcionar como partes del gran organismo.
Una gran atracción lo rige todo: el Amor. Él canta en la arquitectura de las
líneas, en la sinfonía de las fuerzas, en las relaciones de los conceptos, siempre
presente. Se llama atracción y cohesión al nivel materia; impulso y transmisión, al nivel
energía; ímpetu de vida y de ascensión, al nivel espíritu. Es la armonía en el orden
cinético, en el cual está nuestro respiro y el divino respiro del universo. Nos hemos
atrevido a descubrir el misterio y a mirar sin velos a la Ley, que constituye el
pensamiento de Dios. En todos los campos hemos visto los momentos de ese concepto
que todo lo rige. No teman los buenos conocer la verdad.
El cuadro está terminado, la visión es completa. Os he dado un concepto de la
Divinidad tanto menos antropomórfico cuanto más transparente de su esencia íntima, y
tanto más purificado de las reducciones realizadas por la representación humana; un
concepto más luminoso, apropiado a vuestra alma moderna más madura. El misterio ha
podido emerger así en términos de ciencia y de razón de los velos del símbolo.
Hemos avanzado desde el mineral al genio, para contemplar el triunfo del hombre;
hemos llorado y anhelado con él, en la fatigosa conquista del bien contra el mal, sobre
341
el camino de su ascensión. Hemos escuchado una sinfonía grandiosa, en que todo canta,
desde la materia al espíritu, el himno de la vida. Hemos orado en sintonía con todas las
criaturas hermanas. La concepción se mueve en lo infinito, no os he dado otros límites
que los impuestos por lo que podéis concebir. Nuestro estudio ha sido adoración de la
Divinidad.
Os he dado una verdad universal y progresiva, en la que todas las verdades
relativas pueden coordinarse. Os he dado conclusiones que no pueden negarse sin negar
la ciencia toda, el universo entero. La premisa es gigantesca; no se puede demoler. Toda
palabra constituye un llamado a vuestra racionalidad; no podréis renegar de ello. He
afirmado siempre, más que negar. El punto de partida de este organismo conceptual no
es egocéntrico ni antropomórfico, pero implica en su génesis una transferencia fuera de
vuestro plano de concepción. Os he llamado de nuevo a las grandes verdades del
espíritu, he vuelto a completar vuestra vida, dividida por el materialismo, os he
restituido como ciudadanos eternos al infinito. Una gran responsabilidad tiene la
ciencia: la de haber destruido la fe sin saber reedificarla. Con los mismos medios he
vuelto yo a llevaros a la Síntesis; os he dado una ética racional, basada en una vastísima
plataforma científica. He dado a lo supersensorial un peso real objetivo. Os he mostrado
la realidad que existe más allá de la ilusión, la substancia que reside en lo caduco, lo
absoluto que hay en la mutación de lo relativo. He elevado la ciencia hasta la
demostración de las verdades metafísicas. He vuelto a conjugar los inconciliables extremos
la materia y el espíritu , equilibrando y fundiendo en un solo plano de trabajo, la Tierra y
el Cielo. He encaminado al hombre hacia su futura conciencia cósmica. En el fondo de mi
pensamiento se movió siempre la visión de la Ley de Dios.
No podréis negar en este escrito en el que se agitan todas las esperanzas y
todos los dolores humanos una palpitación de vida substancial; no podréis dejar de
sentir tras la demostración objetiva una pasión de bien, una sinceridad absoluta, una
potencia de espíritu que todo lo vivifica. Tal es el alma del presente escrito, lo que le
otorga vitalidad. Podréis negar o discutir en él lo supranormal. Pero éste es normal en
todas las altas creaciones de pensamiento; normal en ellas es la inspiración, sin la cual
no se llega a las verdades eternas; normal la intuición suprarracional; normal un abismo
de misterio en la conciencia, del que nada sabéis. Toda alma vibrará y responderá de
acuerdo con su capacidad de vibrar y responder.
Aquí habla también el corazón, y os exhorte a subir. Aquí existe un inmenso
amor hacia los hombres, como Cristo lo sintió en la Cruz; hay un deseo violento de
beneficiar iluminando. Este libro quiere ser un acto de bondad y de bien sobre un plano
vastísimo. En la férrea racionalidad está contenido el ímpetu de un alma que ve el
futuro y conoce la tempestad que os aguarda. Comprender es simple y natural en la fase
intuitiva. No he aceptado la ciencia, las disquisiciones, la racionalidad, sino como un
medio que vuestra psicología me ha impuesto. Al que quiera agredir esta doctrina para
342
demolerla, yo voy a su encuentro con los brazos abiertos para decirle: “tú eres mi
hermano, y esto es lo único que verdaderamente importa”. Lo sé: estos conceptos se
hallan tan lejos del mundo, hecho de mentira y desconfianza, que os parecerán
inaceptables e inconcebibles. Pero mi lenguaje debe ser substancialmente diverso.
Este es un desesperado, llamado de sabiduría al mundo. En el corazón de los
hombres y de sus sistemas dominan el egoísmo y la violencia; no ya el bien, sino el
mal. A gran velocidad la civilización moderna arroja la semilla y espera la fabricación
intensa de su futuro dolor. Será el dolor de todos. Podrá convertirse en una marea
arrolladora que destruya la civilización. Los medios están prontos para que un incendio
deba hoy ser mundial. He hablado a los pueblos y a los jefes, religiosos y civiles, en
público y en privado. Después de la conciliación política entre Estado e Iglesia, en
Italia, urge hoy esta más grande conciliación espiritual entre ciencia y fe, en el mundo.
Si un principio coordinador no organiza la sociedad humana, ésta se disgregará en el
choque de los egoísmos.
He hablado en un momento crítico, en una encrucijada de la historia, en el alba
de una civilización nueva. Podréis no escuchar, no comprender, mas no podréis cambiar la
Ley. Si bien es cierto que la-civilización posee ahora bases inmensamente más amplias que
en los tiempos del Imperio Romano y no es ya un solo foco en un mundo inexplorado,
existen, sin embargo, enormes desniveles de civilización, de cultura y riqueza, y la Ley
conduce a la nivelación y a la compensación. En tanto haya un solo bárbaro sobre la faz de
la Tierra intentará rebajar la civilización a su propio nivel, invadir y destruir, para aprender.
Las razas inferiores destruirán pronto el encanto de ¡a superioridad técnica europea, y se han
de apoderar de ella, para saltar al cuello de su viejo amo.
A toda fe lo digo: lo que es divino ha de permanecer; caerá lo que es humano;
toda afirmación temporal constituye una pérdida espiritual, toda victoria en la Tierra es
una derrota en el Cielo. Evitad los absolutismos y preferid los caminos de la bondad. La
imposición no es aplicable al pensamiento, la fuerza no lo alcanza y produce su
alejamiento. Dad ejemplo de desapego de las cosas terrenales. Vuestras verdades
relativas son sólo puntos de vista diversos y progresivos del mismo Principio único. El
porvenir no reside en la exclusión recíproca, sino, en la coordinación de vuestras
aproximaciones a la verdad. No discutáis; la convicción no se impone mediante la
amenaza, sino que se difunde con el ejemplo y el amor.
A la ciencia le digo que, en tanto no sea fecundada por el amor evangélico, será
una ciencia de infierno. Es inútil el progreso mecánico que hace de 1a Tierra un jardín,
si en tal jardín ha de habitar una fiera. La Tierra es un infierno porque vosotros sois
demonios. Convertíos en ángeles y será la Tierra el paraíso.
No teman los justos y los afligidos, que temblando observan la algazara humana
que va en pos de la gloria, la riqueza y el placer, porque si por un momento vence y
disfruta, la Ley vigila. “Bienaventurados aquellos que tienen hambre y sed de justicia,
343
porque serán saciados”. Os digo: no debéis agredir nunca; no seáis vosotros los agentes
de vuestra justicia, sino la Divinidad; perdonad. Haced siempre el bien, y lo haréis a
vosotros mismos; dejad la reacción a la Ley, no os liguéis al ofensor con la venganza.
No difundáis nunca pensamientos, palabras ni actos de destrucción, no mováis las
fuerzas negativas de la demolición, que os atacarán a vosotros mismos de retorno. Sed
siempre constructivos. Preocupaos, en todo campo, por crear y no por demoler; nada
posee tanta fuerza demoledora como un organismo completo en función. Lo viejo cae
entonces por sí solo, sin luchas de reacciones, porque todas las corrientes de la vida se
precipitan hacia las nuevas formas.
No os rebeléis; antes por el contrario, aceptad tofo el trabajo que vuestro
destino os ofrece. Éste es ya perfecto y contiene todas las pruebas adecuadas, aun
cuando sean pequeñas. Si es así, no busquéis en otras partes heroísmos grandiosos. Los
pequeños pesos que saben llevarse largamente, representan a menudo un esfuerzo, una
paciencia, una utilidad mayores. Las pruebas implican el lento trabajo de su
asimilación, la construcción del espíritu ha de ser ejecutada en todos sus detalles; la
vida se vive entera momento a momento, en cada instante hay un acto y un hecho que
se vinculan con la eternidad. Recordad que el destino no es malvado, sino siempre
justo, aun cuando las pruebas sean pesadas. Recordad que jamás se sufre en vano, que
el dolor esculpe el alma. La ley del propio destino obedece a profundos equilibrios, de
modo que resulta inútil rebelarse. Dolores existen, que parecen matar, pero nunca son
sin esperanza y vosotros jamás seréis cargados por sobre vuestras fuerzas. La reacción
de las potencias inagotables del alma se halla en proporción con el asalto. Tened fe,
incluso cuando el cielo sea tétrico, cerrado esté el horizonte y todo parezca acabarse,
porque existe siempre allí en espera una fuerza que os hará resurgir. El abandono y su
sensación forman parte de la prueba, pues sólo así aprenderéis a volar con vuestras alas.
Hasta cuando dormís o ignoráis, el destino vigila y sabe, y es fuerza siempre activa en
la preparación de vuestro mañana, que contiene las más ilimitadas posibilidades.
Tales ideales fueron enseñados sobre la Tierra, y muchos mártires murieron por
ellos, pero ¿cuál no ha sido explotado por la hipocresía del hombre? A veces los ideales
utilizan para divulgarse precisamente esta su capacidad de sufrir la explotación, así
como el fruto se deja devorar para que la semilla sea transportada lejos. Hay la clase de
los constructores y asimismo la clase de los demoledores, de los parásitos, que con la
mentira llevan a cabo una constante degradación de todos los valores espirituales.
Existe aquel que construye al precio de tormentosas fatigas, y hay quien utiliza lo
construido para sí, y se aferra cual lastre a fin de rebajarlo todo a su propio nivel. Uno
es espíritu que vivifica; el otro, materia que sofoca. El principio puro se infecta,
entonces, adquiriendo sabor de mentira: proceso de degradación de los ideales. ¡Ay de
los culpables, demoledores del esfuerzo de los mártires! ¡Ay del que hace de una misión
un oficio, y pone el espíritu en la base de la potencia humana! ¡Ay de aquel que miente
344
e induce a mentir, del que con el abuso induce al abuso, de quien dando el ejemplo de
afortunada injusticia, la propone como norma de vida! Realizado un acto, no podréis
luego anularlo hasta el agotamiento y la reabsorción de sus efectos. ¡Ay de la sociedad
que relegue al olvido a sus mejores elementos, que no los ponga en la posición de
rendimiento que se debe al mérito y malgaste sus más elevados valores en la apatía y en
la incomprensión! Inútiles son los testimonios póstumos; tardío el remordimiento por
un tesoro perdido. ¡Ay de las religiones que no cumplen con su tarea de salvar los
valores espirituales del mundo: el espíritu no puede morir, por lo que resurgirá en otra
parte, fuera de ellas! ¡Ay de los dirigentes, si no obedecen a lo Alto, siguiendo la voz de
la justicia que en su propia conciencia está! ¡Ay de aquel que desperdicie su tiempo y
no haga de la vida una misión!
A todos aguarda un juicio final, no ya por obra de un Dios exterior a vosotros, al
que se pueda engañar o enternecer. Se trata de una Ley, omnipresente en el espacio y en
el tiempo; no hay distancia o espera que puedan detener su reacción, de la que no
escaparéis porque se encuentra dentro de vosotros, así como está en todas las cosas. ¿Se
puede evitar o engañar a la ley de gravitación? Del mismo modo, tampoco se evita ni se
engaña a la reacción de la Ley, o sea, la justicia divina.
Os dejo. Mi última palabra al que sufre. Él es el grande de la Tierra, pues
vuelve a Dios. Destruid el dolor y os destruiréis a vosotros mismos. “Bienaventurados
los que lloran, porque serán consolados”. No temáis a la muerte que os libera. Vosotros
y vuestras obras, todo es indestructible, eterno. Mi última palabra es de amor, de paz y
de perdón, a todos.
Mi obra ha concluido. Si, dentro de muchos años, una humanidad diferente,
más grande y más buena, mirando hacia atrás, encuentra esta semilla arrojada con tanta
anticipación para ser comprendida y fecundada pronto, al maravillarse de cómo ha sido
posible recorrer los tiempos, tenga un pensamiento grato para el ser humano que, solo
he ignorado, realizó este trabajo, a través de su amor y de su martirio.
La sinfonía está escrita. El canto enmudece. Para reiniciarse en otras formas, en
otra parte. Se extingue la voz. El pensamiento se aleja de su manifestación externa,
hacia lo profundo, hacia su centro, en lo Infinito...
FIN
345
PIETRO UBALDI Y SU OBRA
A las ocho horas y treita minutos de la noche del 18 de Agosto de 1886, nació
Pietro Ubaldi en Foligno, pequeña ciudad italiana, cerca de Asís; y en aquella región
impregnada de la espiritualidad de San Francisco, él fue teniendo su contacto con este
mundo, mundo que siempre le pareció muy extraño por el juego desesperado de
egoísmo que percibió, joven aún, ser apenas el fruto de la ignorancia general de las
leyes que rigen la vida. Esas leyes, Ubaldi procuró estudiarlas en los libros. Mas
descubrió, cuán poco ellos le ofrecían de la substancia que en vano, procuraba. La
escuela secundaria y la superior (Ubaldi se formó en Derecho, en la Universidad de
Roma) no le trajeron el auxilio deseado para su sed angustiosa de conocimiento.
Comenzó, entonces, un período de intenso sufrimiento, que fue su contacto con la vida
de todos los días, con los hombres de todas partes, lo que constituye gran preparación
para su espíritu. Había heredado de su padre una gran fortuna, que no quiso
considerar como suya, por no haber sido producto de su esfuerzo personal, y a ella
renunció comenzando a trabajar, modestamente, como profesor de inglés en un colegio
estatal, en Módica, en los confines de Sicilia, después de ser aprobado en concurso
público, medio que encontró para su sustento, conforme dictaba su conciencia.
En 1931, tenía 45 años. Se inicia, entonces, su gigantesco trabajo. Su
inspiración alcanza alturas jamás soñadas, dando explicación genérica, sintética y
profundísima de toda la fenomenología universal y analizando, al mismo tiempo,
objetivamente la suya propia y la evolución de toda la humanidad a través de las 24
obras escritas. Sus libros van siendo esparcidos por toda Italia pero poco después, la
guerra por un lado, y por otro la mentalidad europea con su conocida tendencia a la
cristalización (saturada de culturas seculares), no parecía ser aún el terreno apropiado
para esta novísima simiente para fructificar en el espíritu humano a través de los
tiempos.
346
Así; en 1951, Pietro Ubaldi, apóstol de Cristo, hizo su primer viaje al Brasil,
convidado a dictar una serie de conferencias por todo el país. Finalmente, en
Diciembre de 1952 se instala definitivamente en tierras brasileñas, viniendo a escoger
su domicilio en San Vicente, “célula mater” del Brasil, en el Estado de San Pablo. Allí
desencarnó a los 30 minutos del
29 de Febrero de 1972, después de concluir su último libro (24 to): Cristo. Ambos
acontecimientos fueron previstos en su libro Profecías, escrito con 16 años de
antecedencia
Ubaldi considera que el Brasil es realmente el país más propicio para el gran
movimiento de la transformación de la Tierra, rumbo a la nueva civilización del tercer
milenio. Su instalación e integración definitiva en el Brasil, descritas, magistralmente,
en su libro Profecías, le fueron inspiradas por “Su Voz”.
Después de analizada su Obra, se puede constatar la magnitud y el interés
palpitante que ella encierra para la humanidad de nuestros días. Pietro Ubaldi nunca
pretendió hacer prosélitos, formar grupos o desencadenar luchas ideológicas.
Insistiendo en estos puntos, él mismo declara en sus libros que su único propósito es
hacer el bien y contribuir para que este mundo alcance cuanto antes, su maduración
espiritual.
347
NOTAS DE RODAPÉ
21.1 V. “Los Grandes Mensajes” primer libro de la obra del mismo autor (N.
del T.)
22.1 Para comprender este estilo inusitado, es necesario conocer la técnica de la
génesis de este pensamiento, mediante la lectura de los otros volúmenes que, agrupados
en trilogías, integran toda la Obra. (N. del T.)
24.1 De este método especialísimo de investigación, apenas delineado aquí, se
ha tratado a fondo en los volúmenes “Las Nóures” y “Ascensión Mística” del mismo
autor. (N. del T.)
26.1 El autor describe detalladamente este fenómeno de captación de corrientes
de pensamiento en el volumen “Las Nóures”; por eso en esta obra se habla en tercera
persona, como en “Los grandes Mensajes” . (N. del T.)
27.1 Para el desarrollo de estos conceptos, ver los volúmenes: “Las Nóures”,
“Ascensión Mística”, “La Mueva Civilización del III Milenio” y “Problemas del
futuro” del mismo autor. (N. del T. )
35.1 El concepto de una nueva civilización, repetido varias veces en este
escrito, se desarrolla en el tercer volumen de la II trilogía: “La Nueva Civilización del
III Milenio”. (N. del A.)
40.1 Estas páginas fueron escritas en 1932. (N. del A.)
43.1 Estos conceptos, aquÍ sumariamente expuestos para encuadrar el problema
cósmico, son retomados, precisados y desarrollados en los volúmenes: “Dios y Uni-
verso”, “El Sistema” y “Caída y Salvación”. (N. del A.)
44.1 Expresión en latín, que significa: “La Tierra, sin embargo, estará parada
eternamente, porque la Tierra está eternamente parada”. (N. del T.)
45.1 No confundirlos símbolos ( , , ) correspondientes a los rayos alfa, beta
y gamma con los símbolos (, , ) que en este tratado representan el espíritu, la ener-
gía y la materia. (N. del T.)
65.l Esto será ahondado no sólo al final de este escrito, sino en los volúmenes
que le siguen, agrupados en Trilogías. (N. del A.)
99.1 Este problema del método se ahonda en el volumen citado “La Ascensión
Mística”, parte I: “El Fenómeno”. (N. del A.)
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114.1 Un estudio más detallado y profundo de esta fase, ha sido continuado por
el mismo autor experimentalmente en su vol. “La Ascensión Mística”. Ed. Ulrico
Hoepli, Milán y Ed. Lake, San Pablo. (N. del A.)
117.1 Ver ultimo capítulo del Apéndice de la nueva 2 da edición (Ergo, Roma)
del volumen: “Las Noúres”, sobre el “Caso Gran Síntesis y la nueva teoría de
Einstein”. Muchos diarios y revistas de Europa y América han confirmado en el
principio de 1950 que el descubrimiento entonces anunciado por Einstein con su teoría
generalizada de la gravitación y teoría del campo unificado, había sido ya anunciado
18 años antes, por vía filosófica, y no matemática, en estas páginas. (N. del T.)
120.1 Aquí el texto se limita a la constatación del fenómeno. Esto es
nuevamente estudiado al final del volumen: “La Nueva Civilización del Milenio”, y se
muestran sus causas determinantes y su solución final en el volumen: “Dios y
universo”, del mismo autor. (N. del T.)
131.1 Ver el tercer volumen de la II Trilogía del mismo autor: “La Nueva
Civilización del III Milenio”. Esta idea de “Nueva Civilización del Tercer Milenio” está
presente en toda la obra del autor. (N. del T.)
143.1 “Movimiento irregular que se observa en partículas sueltas debido a los
choques que reciben de las moléculas del liquido o gas circundante”. (N. del E.)
153.1 Entropía, o sea nivelamiento al que parecen tender todos los fenómenos.
Así se comprende esto, que para los físicos es un enigma. Ellos han observado el
fenómeno y creen que es continuativo, para terminar en un nivelamiento universal de
todos fenómenos, en tanto que aquí vemos que es distinto. (El presente asunto se
profundiza en el volumen “La Nueva civilización del III Milenio”, el tercero de la
segunda Trilogía del mismo autor. V. cap. XXV: “El Dualismo Fenoménico Universal”).
(N. del T.)
166.1 Ver capítulo XXVI: “Estudio de fa Trayectoria Típica de los Movimientos
Fenoménicos”. (N. del T.)
209.1 Para un estudio más particular del problema ver “La Ascensión Mística”
y “La Nueva Civilización del Tercer Milenio” del mismo autor. (N. del T.)
238.1 El problema de la herencia es tomado y desarrollado en el volumen “La
Nueva Civilización del III Milenio”, cap. XXVII y XXVIII sobre “La Personalidad
Humana”. (N. del T.)
295.1 El problema de la Divina Providencia es estudiado más particularmente
en el volumen del mismo autor: “La Nueva Civilización del III Milenio”, V. cap. XI
“La Economía del Evolucionado”. (N. del T.)
320.1 El campo de Haceldam fue el campo comprado por los príncipes de los
sacerdotes con el dinero devuelto por Judas. (Cf. “Evangelio” Mateo XXVII, 5-8) (N.
del T.)
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