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Hora Santa de Pascua (1)

Celebrante: En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos. Amén.

Celebrante: El Señor esté con ustedes.

Todos: Y con tu espíritu.

Celebrante: Pidamos al Señor, que Cristo Resucitado habite en nuestro corazón y que
la alegría de esta Pascua se manifieste en todas nuestras obras, a fin de que
respondamos generosamente a nuestra vocación, y así demos testimonio de su
presencia entre los hombres a través de la Eucaristía.

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO


Se expone reverentemente el Santísimo Sacramento

CANTO: “Yo soy el Pan de vida”

ORACIÓN

Celebrante: Oremos. Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y
nos has abierto las puertas de la vida eterna, concede a quienes celebramos la Pascua
de Resurrección del Señor, resucitar también a una nueva vida, renovados por la
gracia del Espíritu Santo. Por Cristo nuestro Señor.

Todos: Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

De los Hechos de los Apóstoles (10, 34.37-43)

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda
Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo
Dios ungió con el poder del espíritu Santo a Jesús de Nazareth y cómo este pasó
haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con
él. Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron
colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el
pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano, había escogido: a
nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los
muertos”. El nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha
constituido juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime que
cuantos creen en él reciben, por su medio, el perdón de los pecados”. Palabra de
Dios.
Todos: Te alabamos Señor.

SALMO REPONSORIAL (Salmo 117)

Salmista: Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

Todos: Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

Salmista: Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es


eterna. Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna.

Todos: Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

Salmista: La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No
moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho.

Todos: Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

Salmista: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular.


Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente.

Todos: Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO

Salmista: Aleluya, Aleluya.

Todos: Aleluya, Aleluya.

Salmista: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la
boca de Dios.

Todos: Aleluya, Aleluya.

Del Santo Evangelio según San Juan (20, 11-18)

El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús.


Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco,
sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el
otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: “¿Por qué estás llorando mujer?” Ella
les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús.
Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?” Ella, creyendo
que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has
puesto”. Jesús le dijo: “¡María!” Ella se volvió y exclamó: “¡Rabbuní, que en hebreo
significa maestro. Jesús le dijo: “Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve
a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre y a su Padre, a mi Dios y a su Dios””. María
Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para
darle su mensaje. Palabra del Señor.
Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

REFLEXIÓN

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro.

¡Nos han quitado a Cristo!

Las cosas no son como nosotros quisiéramos. Como nosotros necesitamos que sean.
Hemos luchado por vivir dignamente y nos despojan continuamente de esa dignidad.
La pobreza nos está venciendo, nos hace doblar el cuello. El miedo a la violencia nos
ha encerrado en esa cárcel en que se ha convertido nuestro propio hogar. Los que
deberían hacer leyes para proteger a nuestras familias, las hacen para atacarla y
destruirla legalmente, atentando contra la vida y contra la niñez por mayoría de votos.
Se exalta la perversión y se glorifica lo grotesco. La tolerancia del mal se ha convertido
en aceptación y complacencia. Los que intentamos vivir conformes a la ley escrita en
nuestros corazones nos sentimos fuera de lugar; sentimos que este mundo ya no es
nuestro hogar.

¡Nos han quitado a Cristo y ahora lloramos junto al sepulcro vacío!

Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco,


sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el
cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?” María respondió: “Porque se
han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

¡Los ángeles del consuelo!

En nuestro diario vivir no faltan esos ángeles, mensajeros de Dios, que se preocupan
por nosotros. ¿Qué sería de nosotros sin esos ángeles que no sólo nos preguntan el
motivo de nuestras lágrimas, sino que nos ofrecen un pañuelo para enjugarlas?

¡Cuidado!, a veces esas lágrimas nos impiden ver a los ángeles. A veces no queremos
escucharlos; preferimos seguir llorando la ausencia de Jesús.

Los ángeles no son Jesús, son tan sólo su anuncio, el signo de su cercanía. Los ángeles
nos llevan a Jesús.

¿Ya descubrieron a sus ángeles? Suelen ser nuestros seres queridos, un amigo, un
maestro, un sacerdote. Todos aquellos que se acercan a preguntarnos el motivo de
nuestro llanto.

Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
A Jesús resucitado le encanta disfrazarse.

A la Magdalena le pareció un jardinero.

A los peregrinos de Emaús les pareció otro peregrino.

A sus apóstoles se les figuró que era un fantasma y tampoco lo reconocieron a las
orillas de su lago amado.
Es un juego apasionante descubrir a Jesús detrás de sus mil disfraces.

¡Se parece tanto a nuestros seres queridos! Y se parece tanto a los que no queremos e
ignoramos. Se parece más a los que tienen necesidad de nosotros.

Si lo descubrimos detrás de su disfraz habremos ganado el juego. Habremos ganado el


cielo.

Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era
el cuidador de la huerta, le respondió: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo
has puesto y yo iré a buscarlo”.

Buscamos a Jesús. Vamos a los templos y nos conmueve su belleza, la majestuosidad


de lo sagrado. Contemplamos imágenes, ventanas del cielo, que parecen Jesús, pero
no son Jesús. Allí sobre el altar hay un pan y un poco de vino que el sacerdote ha
consagrado. Son Jesús. No parecen Jesús, pero son Jesús. Allí está Jesús realmente
presente en el pan y en el vino.

Jesús le dijo: “¡María!” Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Rabbuní!”, es decir,


“¡Maestro!”

¡Hemos reconocido a Jesús!; ¡Él nos habló primero, nos llamó por nuestro nombre!
Hemos encontrado al que buscábamos y el llanto se esfuma, las penas se olvidan, ya
no importa el dolor.

Y ese Jesús es el Maestro. Nosotros somos los discípulos de oído atento.

Y el Maestro nos habla. ¡Buenas noticias! Nos enseña el Evangelio.

¡Cómo se parece al Maestro nuestro anciano Papa!, cómo se le parece el obispo y


nuestro párroco. Ellos hablan el Evangelio y sus palabras son las de Jesús.

Ellos son el Maestro, y nosotros, los discípulos.

Ve a decir a mis hermanos:

¿Jesús le pide a la Magdalena que le anuncie el Evangelio a los apóstoles? ¡Sí!

Ella es una laica. Miembro del pueblo de Dios.

Ellos son, nada menos que el Papa y los obispos de la cristiandad.

Hoy también los laicos evangelizan al Papa, a los obispos y a los sacerdotes.

De los laicos aprenden los pastores el Evangelio de la vida, la buena noticia de que
Jesús está vivo y muy presente entre nosotros. Los laicos dicen a los sacerdotes que
no busquen a Jesús en la tumba vacía de los tratados teológicos, que lo busquen en los
hortelanos, los peregrinos, los que pasean al amanecer a la orilla del lago.
Jesús sigue vivo y nos espera aquí, en nuestra propia tierra, en el terruño donde
nuestra fe fue plantada y florece.

Atrás queda la tumba vacía.

Poner de manifiesto la importancia de la Pascua, como fuente y fin de nuestra vida


cristiana; nos ofrece la oportunidad de aceptar a Jesucristo en nuestra vida, y que
podamos hacer que en las familias de nuestra comunidades, surjan vocaciones
sacerdotales, que sean los Pastores del mañana que continúen la Obra redentora de
Cristo.
Reflexionemos sobre la necesidad del sacerdote en las comunidades parroquiales.

PRECES

Celebrante: Oremos al Señor Nuestro Dios, que dispuso darnos su gracia por medio
de Jesucristo. Diciendo con mucha confianza: Padre Escucha nuestra oración.

Monitor: Por la Iglesia: para que, fortalecida con el pan de la palabra de Dios, no
caiga en la tentación de confiar en poderes y medios extraños a su misión en el
mundo. Oremos.

Todos: Padre Escucha nuestra oración.

Monitor: Por los grupos catecumenales y por todos los creyentes que toman en serio
la catequesis de adultos: Para que crezcan y maduren en la fe. Oremos.

Todos: Padre Escucha nuestra oración.

Monitor: Por los pueblos subdesarrollados, incapaces, por carencia de medios, de


solucionar sus graves problemas: Para que encuentren la ayuda fraterna de los países
más desarrollados. Oremos.

Todos: Padre, Escucha nuestra oración.

Monitor: Por nosotros, aquí reunidos, que hemos escuchado “No sólo de pan vive el
hombre”: Para que nos despierte el hambre de la Palabra de Dios. Oremos.

Todos: Padre, Escucha nuestra oración.

Monitor: Por nuestros difuntos: para que alcancen pronto la felicidad eterna. Oremos.

Todos: Padre, Escucha nuestra oración.

Monitor: Todos decimos la oración vocacional.

¡Oh Jesús dulcísimo!


Que en el abismo de tus misericordias
No quieres la muerte del pecador,
Sino que se convierta, y viva.
Y que por esto nos has dado el Sacramento
De tu perdón confiándolo al ministerio sacerdotal,
Aumenta, te lo pedimos, el número de tus sacerdotes,
A fin de que más fácilmente las ovejas perdidas
Encuentren el camino del redil y los hijos pródigos
Regresen arrepentidos a los paternales brazos de tu Amor.

REFLEXIÓN MEDITATIVA

CANTO: (ver cantoral)

Celebrante: Terminemos nuestro encuentro con el Señor, con las palabras que Él
mismo nos enseño. Padre Nuestro…

BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO Y DESPEDIDA

CANTO FINAL: "Altísimo Señor"

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