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En numerosas ocasiones las conductas de nuestros hijos nos irritan y reaccionamos de manera
desproporcionada a las mismas, aplicando castigos que pueden no ser eficaces y no lograr
nuestro objetivo, modificar la conducta negativa de nuestro hijo.
El castigo debe ser racional y moderado, ya que habrá que cumplirlo. No dejarnos
llevar por nuestro estado de ánimo alterado a la hora de decidir la magnitud de la
sanción. Hay que enseñar al niño que los actos tienen consecuencias, tanto los positivos
como los negativos.
Imponerlo de forma serena sin gritos y nervios, para dar ejemplo de buena conducta.
Dejar ver que le seguimos queriendo igual, aunque no nos guste el comportamiento que
ha tenido. Se ha portado mal, pero es un niño bueno. No ponerle etiquetas negativas.
El castigo debe ir acompañado siempre por una explicación de cuál habría sido la
actuación correcta. Por ejemplo, en vez de subirse a una silla para coger algo, debería
habérselo pedido a su madre. A veces no sabe por qué ha actuado mal.
No abusar de los castigos porque si se convierten en habituales, dejan de ser eficaces.
Hay que imponer un número no muy elevado de límites, priorizar.
Evitar las amenazas si no se van a cumplir. Esto resta credibilidad a los padres o tutores.
Imponer el castigo de forma inmediata, para que el niño relacione bien el porqué de
esa consecuencia.
El castigo debe ser corto. El niño debe tener pronto la oportunidad de demostrar que
ha aprendido la lección.
Debe estar relacionado con el contexto y la conducta que queremos eliminar. No
tienen eficacia a largo plazo, castigos desvinculados de la conducta negativa.
Además del castigo físico, debemos evitar algunas actuaciones como humillarle,
compararle con otros niños o privarle de la comida o la cena como sanción.
No hay que olvidar reforzar sus conductas positivas tras el castigo. Debemos insistir más en el
elogio y la atención a sus comportamientos positivos que a las malas conductas. Obtendremos
mucho mejores resultados si prestamos atención al niño cuando se porte bien y le ignoramos
cuando no lo haga. Para ello, debemos trabajar en nuestro propio autocontrol ya que, para
controlar a nuestros hijos, primero debemos controlarnos a nosotros mismos.