You are on page 1of 12

Clasificaciones y jerarquías genérico-racializadas.

El uso de las categorías ‘negros’ y ‘negras’ en


jóvenes de sectores populares de Córdoba.

Tomasini Marina (CONICET-CIFFyH, UNC)


Bertarelli, Paula (CIFFyH, UNC)
Morales, María Gabriela (CIFFyH, UNC)

Resumen
El discurso cotidiano en Argentina está repleto de modos racializados de clasificación de grupos, sectores
poblacionales o personas: los ‘negros’, la 'negrada’, los ‘negros de alma’, las ‘cosas de negros’. Lo negro no se
asocia necesariamente a rasgos fenotípicos sino que se aplica a quienes viven en las villas o personas de
1
sectores populares; también alude a consumos culturales o corporalidades que se devaluan. Para Margulis , el
racismo en nuestro medio no está anclado a la idea de raza exclusivamente sino a la descalificación,
inferiorización y exclusión de grupos por distintas razones. Consiste en ubicar la diversidad dentro de escalas
jerarquizadas que se estructuran sobre lo bueno y lo malo, lo legítimo e ilegítimo.
En las investigaciones que realizamos en escuelas cordobesas en los últimos años observamos que tales
categorías son utilizadas habitualmente entre jóvenes en un doble sentido. Pueden ser marcas valorativas
admitidas entre amigos o conocidos que se usan cuando alguien trasgrede, con su estética o su actitud,los
códigos de lo aceptable. O bien pueden ser interpretadas como actos de discriminación cuando sucede en
situaciones conflictivas o con desconocidos, donde se percibe como un acto de inferiorización. Tal como se
2
observó en otros estudios locales las categorías racializadas son construcciones relacionales, se define con
referencia a su antagónico, el ‘cheto’ y en relación a los ‘normales’.
En este marco, pretendemos analizar cómo ciertos usos de tales marcadores que racializan las diferencias
son consustanciales a la generización de las identidades juveniles y tal co-constitución produce jerarquías dentro
de un orden de relaciones sociales. Dentro de la ‘negrada’, la ‘negra’ puede señalar una chica
hiper(hetero)sexualizada, que busca exponerse como objeto de deseo, exacerbando su cuerpo; sin embargo,
algunos calificativos como ‘negra de mierda’ o ‘negra groncha’ pueden referir a la que trasgrede ciertos códigos
de feminidad, no se ajusta a los parámetros de la moda, es ‘maleducada’ y no se ‘rescata’ en sus formas de
hablar cuando el contexto así lo requeriría. Del mismo modo, las calificaciones de ‘el negro’resaltan
situacionalmente aspectos que permitirían identificar distintos posicionamientos masculinos heterosexuales,
aunque los límites sean muy difusos: el ‘negro villero’, asociado al consumo de alcohol y drogas en exceso, y el
‘villero grasa’ quien asume una actitud amenazante, en la escena pública, roba y es temido socialmente.
En diálogo con una discursividad social más amplia en la que se perciben ‘discriminados por negros’ o ‘por
negras’, estos y estas jóvenes de sectores populares construyen, en sus narrativas, estrategias identitarias que

1
Margulis, M (1999). La “racialización” de las relaciones de clase. En La segregación negada. Cultura y discriminación social.
Buenos Aires: Biblos.
2
Al respecto encontramos las investigaciones de Gustavo Blázquez, Horacio Paulín y Malena Previtali, realizadas en distintos
escenarios sociales de Córdoba.
muestran el dinamismo y la porosidad de las categorías; algunas veces asumen el ‘ser negro’ o ‘negra’ como
identidad positiva, otras se distancian y definen al ‘negro/a como lo otro’; pero también pueden borrar el trazado
de identidades, como refiere una joven a propósito del uso de estas categorías: ‘no tenemos identidad nosotros’.
Palabras clave: racialización – generización – identidades juveniles

Introducción
El discurso cotidiano en Argentina está repleto de modos racializados de clasificación de grupos, sectores
poblacionales o personas: ‘los negros’, ‘la negrada’, ‘los negros de alma’, ‘las cosas de negros’. Lo ‘negro’ no se
asocia necesariamente a rasgos fenotípicos sino que se aplica a quienes viven en las villas o a personas de
sectores populares; también alude tanto a prácticas y consumos culturales como a estéticas y estilos corporales
que se devalúan por medio de tal calificación.
El proceso histórico que instauró una lógica violenta de clasificación y jerarquización en función de ciertas
características corporales y culturales, se implantó en América Latina desde 1492 y se fue reconfigurando a lo
largo del tiempo y las geografías del continente. Lo característico de este proceso es la racialización de
poblaciones al marcar lo “negro” o lo “indígena” como una posición de sujeto desvalorizada, marginalizada o
negada. Los intentos de modernizar la Argentina requerían poblarla de ciudadanos blancos o “blanqueados”, con
la implicancia de invisibilizar, expulsar o exterminar a los pueblos originarios y a las comunidades negras
(Carrizo, 2011). Mc Laren (2005) sostiene que hay que tematizar la blanquitud para hacer que se revelen más
visiblemente sus discursos, en tanto configuran un conjunto de prácticas sociales y culturales de privilegio y
poder, productores del prejuicio racializado. Tanto en el contexto europeo como en el americano se señala que la
forma del racismoclásico se ha transformado en un racismo hacia otras poblaciones, como las migrantes, aunque
siempre en relación con la clase (Balibar en Falquet, 2009). Para Margulis (1999), en nuestro medio el racismo
no está anclado a la idea de raza exclusivamente sino a la descalificación, inferiorización y exclusión de grupos
por distintas razones. Consiste en ubicar la diversidad dentro de escalas jerarquizadas que se estructuran sobre
lo bueno y lo malo o lo legítimo e ilegítimo. Por lo tanto en este trabajo usamos ‘negro’ o ‘negra’ como categorías
racializadas a partir de las cuales se inferioza, devalúa o discrimina a las personas. Siguiendo a Mara Viveros
(2008a), son construcciones sociales que comprenden relaciones de dominación, objetivadas en instituciones o
normas, así como en esquemas de percepción, a partir de procesos de naturalización históricamente
constituidos.
Pensadoras feministas como Francesca Gargallo (2004) han señalado que en la construcción de identidad
opera un modelo ordenador masculino, clasista, racista, religiosamente jerárquico y colonizador. Para Viveros
(2008b), los aportes del llamado Black Feminism y la perspectiva de la interseccionalidad han señalado el
tratamiento análogo que sufren las mujeres y los sujetos racializados como grupos minorizados, es decir,
puestos en situación de inferioridad social y pensados como particularidades frente a un grupo general,
encarnado por el grupo mayoritario. El racismo y el sexismo asocian realidad corporal con realidad social,
anclando su significado en el cuerpo, lugar donde se inscribe el carácter simbólico y social de las culturas.
En las investigaciones que realizamos en escuelas cordobesas en los últimos años observamos que
categorías como ‘negras’ o ‘negros’ son utilizadas habitualmente entre jóvenes en un doble sentido. Pueden ser
marcas valorativas consentidas entre amig*s o conocid*s, que se usan cuando alguien trasgrede con su estética
o su actitud lo que supone aceptable para un grupo determinado y en general se significan como ‘jodas’ o
‘cargadas’; o bien pueden ser interpretadas como actos de desvalorización, inferiorización o discriminación
cuando sucede en relaciones conflictivas, en general con desconocid*s. En otros estudios locales (Blázquez,
2008; Paulín, 2014; Previtali, 2011), se sugiere que categorías racializadas como las que estamos considerando
son construcciones relacionales, se definen con referencia a su antagónico, el ‘cheto’ y en relación a ‘los
normales’. Se construyen en base a la atribución de una pertenencia socioeconómica, que se manifestaría en los
modos de hablar y expresarse, así como en los modos de vestirse, lugares de recreación y gustos musicales
(García Bastán, 2015). Sin embargo, cabe considerar las resignificaciones contextuales de las categorías. En
algunos casos analizados (Paulín, 2013), la categoría “brasa”, que en nuestro estudio suele calificar al ‘negro’ o
usarse como su sinónimo, designaría a aquel que tiene una presentación personal y gustos de ‘villeros’; pero
también puede aludir a alguien que es popular, con capital de relaciones, conocido por tod*s, frente a la
discriminación que expresa la ‘gente cheta’.
En esta ponencia pretendemos analizar cómo ciertos usos de tales marcadores que racializan algunas
diferencias son inherentes a la generización de las identidades juveniles y cómo tal co-constitución produce
jerarquías dentro de un orden de relaciones sociales. Dentro del universal ‘negros’, la ‘negra’ introduce una
marca de género señalando a una chica hiper(hetero)sexualizada, que busca exponerse como objeto de deseo,
exacerbando su cuerpo. Algunos calificativos como ‘negra de mierda’ o ‘negra groncha’ funcionan como un plus
de sentido que busca marcar con énfasis la transgresión de códigos de género y clase. Señalan a quien no se
ajusta a los parámetros de la moda, hace pública su vida sexual (con varones), es ‘maleducada’ y no se ‘rescata’
en sus formas de hablar cuando el contexto así lo requeriría. Del mismo modo, las calificaciones asociadas al
‘negro’ resaltan situacionalmente aspectos que permitirían identificar distintos posicionamientos masculinos
heterosexuales, aunque los límites sean muy difusos: el ‘negro villero’, asociado al consumo de alcohol y
sustancias en exceso, y el ‘villero grasa’ quien asume una actitud amenazante, en la escena pública, ‘roba’ y es
temido socialmente.

Notas metodológicas

El proyecto de investigación que enmarca el presente trabajo se propone construir un conjunto de


3
categorías de análisis sobre las experiencias juveniles de género y sexualidad en la sociabilidad escolar.
Trabajamos con un diseño de estudio de casos múltiples (Stake, 1998) y planteamos una estrategia de
comparación por diferencia (Neiman y Quaranta, 2007). Los casos son heterogéneos con el propósito de abarcar
variación para la elaboración de categorías.

3
Se trata del proyecto “Género y sexualidad en la sociabilidad escolar. Un estudio de casos en escuelas medias” (2014-2015)
y Género, sexualidad y sociabilidad juvenil en la escuela media. Perspectivas docentes y estudiantiles (2016-2017), ambos
subsidiados por la Secretaria de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Córdoba.
En esta presentación nos centramos en una de las dimensiones trabajadas en la última etapa del
proyecto: las dinámicas de clasificación y jerarquización juvenil en la escuela. Para ello nos basamos en
4
información proveniente del trabajo de campo que realizamos desde hace dos años en una escuela pública. Se
trata de un centro escolar ubicado en las afueras de la ciudad, en una zona dedicada a la agricultura. La zona
cuenta con energía eléctrica, pero no dispone de agua corriente. Las calles están sin pavimentar, utilizándose en
forma habitual senderos que atraviesan los campos. Cercano al establecimiento escolar se encuentra un
conjunto de los denominados “barrios ciudades”, conglomerado que ofrece todos los servicios básicos, donde
fueron re localizadas poblaciones de villas de la ciudad de Córdoba. ‘La integración de los diferentes grupos
humanos presenta dificultades’, según se describe en el Proyecto Educativo de la escuela estudiada. Allí se
caracteriza a la zona como ‘marginal’, ‘desfavorable’ o ‘periférica de la ciudad’. La circulación urbana del
estudiantado es limitada, con predominio de una sociabilidad anclada al barrio, ya que hay escasez de transporte
público. A ello se suma la ‘inseguridad’ que lleva a much*s adult*s a no ‘dejar salir a los jóvenes’ y por las
prácticas policiales recurrentes de demora, requisa y detención arbitraria de jóvenes.
Realizamos observaciones de eventos escolares, entrevistas con informantes clave (preceptores,
directivos y docentes) y análisis de documentación institucional. Además llevamos a cabo tres grupos de
discusión conformados por: i. estudiantes de primer y segundo año, ii. de tercero y cuarto y iii. de quinto y sexto.
Luego de un análisis preliminar de la información relevada hicimos cuatro talleres de presentación de algunos
ejes analizados, uno con docentes y directivos y tres con estudiantes, varios de los cuales habían participado en
los grupos de discusión.
Antes de presentar nuestros análisis queremos explicitar algunas cuestiones de nominación. Como sostiene
Pecheny (2008), denominar a l*s sujet*s de la investigación implica dificultades ya que en cualquier definición
que se adopte se podría correr el riesgo de contribuir a reproducir la opresión, dominación y violencia de la
denominación heterónoma, la objetivación y la homogenización. Dicho autor propone resolver éticamente este
problema usando definiciones siempre en su contexto: dependiendo de la discusión en juego, de l*s
interlocutor*s, de la claridad con la que pretendemos comunicarnos. Para esta ponencia utilizamos las
denominaciones de chicas y chicos o varones, siguiendo en ello los modos de auto nominación habitual de los
actores en el grupo estudiado. Usamos comilla simple para referenciar palabras o frases textuales relevadas en
el trabajo de campo, comilla dobles cuando queremos llamar la atención sobre algunas concepciones
naturalizadas o bien para indicar el uso irónico de algún concepto e itálica para destacar algún concepto o
categoría teórica por su relevancia para el planteo en cuestión.

Entre ‘negros’, ‘chetos’ y ‘normales’

4
Desde esta línea hemos analizado la centralidad que adquiere la imagen en la definición de identidades sociales y cómo las
clasificaciones conjugan una dimensión estética y una socio-moral, ya que expresan atribuciones de un “ser” existente debajo
de la apariencia.
En el sistema de clasificación de l*s jóvenes estudiados, categorías como ‘negros’ o ‘negras’ se usan en
5
referencia a la nacionalidad (bolivianos, peruanos, brasileros, africanos), al color (‘morocho’, ‘piel oscura’,
‘morcilla’, ‘chocolate fundido’), a la estética, a los lugares a los que salen a bailar (concurrir a determinados bailes
de cuarteto), a las formas de hablar y a la actitud en general. Son estos últimos cuatro aspectos los que generan
una serie de distinciones de modo que se puede ser ‘rubio’, ‘blanquito’ o ‘payo’ pero ‘negro de alma’, ‘negro
villero’ o ‘llevar la negrada adentro’. En conexión con estas distinciones la categoría de ‘negro’ o de ‘negra’ se
6
desliza a las de ‘grasa’, ‘brasa’ o ‘villero’. Por momentos estas denominaciones son intercambiables y por
7
momentos sirven para distinguir variantes de ‘negros’ o ‘negras’. Así, la unión de dos categorías emparentadas,
como ‘negra brasa’ o ‘negro villero’ puede marcar la exacerbación de ciertas estéticas, como un atuendo
ostentoso, o bien señalan a quien protagoniza prácticas como el ‘robo’o el consumo de alcohol (en particular
vino) y otras sustancias, respectivamente.
El antagónico de la ‘gente negra’ es la ‘gente cheta’ y entre un*s y otr*s se ubican l*s ‘neutr*s’ o ‘normales’;
aunque también la persona ‘cheta’ puede ser considerada como ‘normal’. ‘El cheto’ es más agrandado que ‘el
brasa’ y se cree superior, lo cual se visibiliza en expresiones como: ‘es forro’, ‘te rebaja’, ‘te mira mal’. Se
caracteriza por la ropa que usa: pantalón chupín, zapatilla de marca, ‘camisita’, expansores, se peina con jopo o
pelo largo con mechas a diferencia del ‘negro brasa’ o ‘villero mal’ que usa zapatillas de cámara de aire, jogging
o gorra. También se diferencian por la música y los lugares de salida: ‘el cheto’ escucha electro y va a boliches,
mientras que ‘el negro’ escucha a ‘la mona’ [Jiménez, cantante de cuarteto] o va a los bailes ‘del Sargento’
[estadio donde habitualmente toca la Mona]. El desempeño escolar participa en algunas definiciones: ‘los grasas
no saben ni bosta y los chetos comen libros’. No obstante, no se trata de un atributo natural de unos y otros, los
primeros no estudian porque ‘se hacen los choros’ pero son ‘inteligentes’. Algun*s conciben al ‘cheto’ como
alguien superior socio-culturalmente: ‘no son mal educados’, son ‘tranquilos y civilizados’, decían.
Ahora bien, estas categorías no indican identidades esenciales sino más bien construcciones situacionales y
contextuales. En algunos casos se presentan como ensayo exploratorio ya que se puede: ‘ir vestido de cheto
para probar qué se siente’ o ‘vestir como cheto para ir a otro lado pero en el barrio te pones una gorra’. Por su
parte, muchas chicas manifiestan la necesidad de ‘hacerse las villeras’ o ‘hacerse las malas’ en busca de obtener
respeto. Hay actuaciones, fuertemente sancionadas, que son leídas como intentos de aparentar ser alguien
superior, como ‘hacerse la cheta’, ‘vestirse como cheto pero vivir en una villa’ o ‘hacerse el cheto pero llevar la
negrada adentro’. Es decir, hay indicios que se interpretan como signos de una verdadera identidad: ‘te ven
negro, por más que se vista de seda, mona queda’; ‘el que se hace, lo conoces de chico y ya conoces la forma
de ser y al otro día aparece con una zapatilla de marca, el pelo al costado, teñido’; ‘claro, se visten como cheto

5
En el trabajo de Bertarelli (2015), las categorías que remiten a nacionalidad aparecen en sí mismas como clasificaciones
inferiorizantes.
6
En Argentina, Rosana Gúber (2004) estudió la construcción de la identidad social villera y destaca que hay dos ejes
organizadores: a) la pobreza, como carencia de bienes y acceso a servicios que se extiende como rasgo distintivo del ser
careciente de un conjunto de recursos valorados socialmente (de motivación, de interés, de ganas de progresar); b) la
inmoralidad de quienes se rigen por esquemas propios, en la medida que el sistema de normas y valores que rige la vida de
“la sociedad” les resulta ajeno.
7
En su estudio, Bertarelli (2014) observó que l*s jóvenes equiparaban el término ‘brasa’ a ‘negro/a’, y que algun*s preferían
utilizar el término ‘brasa’ porque ‘queda menos feo’ o es ‘menos discriminatorio’ que decir ‘negros’.
pero cuando hablan ia..(sic) se les nota cuando hablan’. De modo que hay una tensión entre el ser y el hacerse y
las prácticas demostrativas están sujetas a la interpretación de los demás, quienes, en definitiva, concederían
formas específicas de reconocimiento. Tal como lo han propuesto Maldonado (2000) y Blázquez (2006),
recuperando a Bourdieu, las diferencias tenidas por válidas, aquellas en las cuales se basa la distinción
considerada legítima, son (re)presentadas como naturales. La búsqueda de distinción es su negación, porque
habla de su carencia y la confesión de una aspiración interesada.
Más allá de las construcciones estratégicas en busca de obtener un determinado modo de reconocimiento o
de probar una posición identificatoria para sí, hay ciertas tipificaciones que escaparían a las posibilidades de
“manipulación” por parte de los actores. Hay acuerdo entre l*s jóvenes sobre que la policía ‘no para al cheto’,
solo ‘para al negro villero’, reconociéndose algunos de los chicos como destinatarios de estos actos de
persecución. Socialmente el ‘cheto’ está en una posición de privilegio en la calle y en el mercado de trabajo,
porque no carga con el estigma de ‘choro’ y ‘drogadicto’ que en cambio recae sobre el ‘negro villero’, aunque el
primero también ‘se drogue’ y ‘robe’. En un sentido similar, un ‘negro’ no podría entrar a un boliche porque ‘lo
paran en la puerta’. Sin embargo, esta lógica se invierte en el baile, donde ‘el cheto’ es agredido y ‘el negro’ tiene
8
dominio: ‘lo sacan cagando’. En el caso estudiado, ‘el cheto’ como identidad antagónica a la del ‘negro, parece
ser una posición identitaria degradada, que motiva burlas y agresiones, y al mismo tiempo idealizada, ya que
querrían parecerse a él porque ‘les gusta la forma de hablar’ o ‘la vestimenta’.
Para algun*s, la propia escuela es percibida como un espacio donde no experimentan discriminación y
consideran que etiquetas como ‘brasa’ o ‘negro’ circulan como parte de los chistes y bromas: ‘lo dicen charlando’.
En cambio imaginan que serían discriminados en otras escuelas, especialmente en las privadas. Sin embargo,
nuestros registros indican que en esta misma escuela hay quienes vivencian ciertas miradas, comentarios y
bromas como modos de inferiorización o discriminación por ‘negros’ o ‘negras’.
También observamos que, en términos de definiciones y delimitaciones, las fronteras entre categorías son
porosas. Se puede ser ‘más o menos’, ‘medio y medio’, ‘cheto villero’ o ‘grasa nerd’, con lo cual las múltiples
combinatorias posibles dan lugar a categorías híbridas. Tampoco las categorías funcionan como simple juego de
opuestos. Como indicamos en otra oportunidad (Tomasini y Bertarelli, 2014), al interior de cada una también se
producen diferenciaciones, de modo que se puede ser ‘chetita’ y no ‘forra’ [arrogante] o ‘brasa’ pero más
‘normal’. Estas son definiciones situacionales y relacionales, no sólo dependen de las características del curso y
de las personas con las que ‘se juntan’ sino que son temporales, ya que un año se puede ser ‘brasa’ y al otro año
ya no ser considerada de ese modo. Asimismo, registramos un claro distanciamiento de toda pretensión de
clasificación identitaria: ‘no tenemos identidad’, decía una chica mientras otr*s compañer*s intentaban definir si
ell*s mism*s se consideraban ‘negras’ o ‘chetas’. Finalmente las clasificaciones no producen necesariamente
efectos de distancia social, los ‘chetos’ y los ‘brasas’ se pueden cruzar en lugares de sociablidad e incluso
percibirse como amigos.

8
Es interesante señalar que en los boliches son los dueños los que definen que “los negros” no entren (haciendo uso, en
ocasiones, del “derecho de admisión y permanencia”), en cambio en los bailes son los propios asistentes los que objetan la
presencia de “los chetos”. Socialmente sigue habiendo privilegios para los chetos, formalmente puede estar en cualquier lado
si quieren.
‘Negras brasas’

Paula Bertarelli (2014), en su estudio en una escuela pública de Córdoba, reconstruyó una forma de
clasificación entre diferentes tipos de chicas: ‘las chetitas’, ‘las brasas’, ‘las normales’, ‘las raras o chapita’. Con
9
‘chetitas’ referían a las chicas que salían a boliches y no les gustaba el cuarteto, que se vestían con ropas de
determinadas marcas (que identifica a jóvenes de clase media) y que al hablar remarcaban las “y” a diferencia de
las ‘brasas’ que utilizaban las “i”. Mientras que con ‘chapitas o raras’ designaban a chicas que tenían
comportamientos ‘raros’, como sacarse fotos, hablar lento o que se maquillaban ‘mucho’, usaban ropa oscura y
de las que se creía que serían bisexuales. Finalmente, ‘normales’ era una categoría identitaria que se construía
por oposición a las ‘brasas’. Vemos cómo se producen clasificaciones a partir de la interpretación y valoración de
sus prácticas corpóreas, entre otros atributos; a su vez, las ‘brasas’ asumían esa posición o la rechazaban
ubicándose como ‘normales’. Tales clasificaciones se pueden pensar, como plantea Blázquez (2006; 2008),
como realizaciones prácticas de todo un complejo de valores y formas de concebir el mundo social que vinculan
una cosmovisión a una estética y una moral a un ethos.
En la investigación de nuestro equipo (Tomasini y Morales, 2016), la categoría ‘negra’ y la de ‘brasa’ (y la
menos utilizada ‘grasa’) se usan asociadas a descripciones similares. Habitualmente son usadas en sentido
peyorativo y se aplican a aquellas que detentan un cuerpo exacerbado, ya sea porque se visten de ‘manera
provocativa’ (como calzas con trasparencias o remeras escotadas), se maquillan excesivamente, gritan, se
quieren ‘hacer ver’ al caminar moviendo el cuerpo de manera llamativa, son ‘maleducadas’, ‘no se rescatan’ en
los lugares que deberían hacerlo. Otra característica es que no adecuan su vestimenta al lugar, como usar
zapatilla en vez de zapato para el boliche. En un sentido similar, Bertarelli (2014) advierte una caracterización
según la cual las ‘negras muestran todo’, usan ‘pantalones muy apretados’, ‘remeritas bien cortitas’ en
contraposición a las ‘chetas’ que ‘son más normales’, ‘más decentes para vestirse’, según los propios términos
utilizados por l*s jóvenes.
Buscar distinguirse de las ‘negras’ o ‘brasas’, mediante la crítica y la descalificación de su corporalidad,
funciona para las “chetas” como recurso de diferenciación que reafirma la normalidad como mujer. Con
frecuencia los signos corporales o marcadores estéticos se asocian con atribuciones morales ya que indican
que son mujeres que ‘no se tienen respeto’ o que ‘no se tienen autoestima’ (Tomasini y Bertarelli, 2014). El uso
de etiquetas como ‘negras’ o ‘villeras’ señalaría, para las chicas, el desajuste o distancia respecto de
feminidades normativas, las que tienen una impronta clasista (Farvid, Braun, &Rowney, 2016). Muchas de estas
jóvenes, aún cuando dan cuenta de haber vivenciado discriminación por ‘negras’ o ‘negras gronchas’, asumen
normas de género que prescriben comportamientos discretos, vestimenta no llamativa, recato y moderación
corporal para juzgar a otras chicas.

9
El boliche es un lugar bailable, una discoteca. En nuestro medio es un espacio nocturno asociado a las prácticas de
recreación y diversión de jóvenes de clase media y alta. Mientras que el cuarteto es un género musical nacido en Córdoba
(Argentina) que se caracteriza por un ritmo movido y alegre. Surge en los años cuarenta del siglo pasado como baile de la
clase trabajadora, y en tanto tal, despreciado por la clase media y alta. Aunque esta situación cambia desde los noventa,
cuando este género empieza a tener pregnancia en distintos sectores sociales en Argentina.
Otra de las características adjudicada es la de buscar problemas, ‘ser quilomberas’ y ‘hacerse las malas’ o
bien se liga con su forma de pelear: ‘las chetas se agarran de los pelos y las grasas se dan trompadas’. La
participación en enfrentamientos físicos puede poner en duda su feminidad, como observó Bertarelli (2014), ya
que quien pelea puede ser degradada a la categoría de ‘negra’, lo cual equivale a ‘no mujer’ o ‘mujer con
hormonas de hombre’. De tal forma, se genera una posición abyecta y, por oposición, un lugar de normalidad.
En trabajos anteriores (Tomasini, 2011; Tomasini y Bertarelli, 2014), analizamos que las interpelaciones
escolares para actuar como “chicas educadas” y de “buenos modales”, se puede llegar a sustentar en la
invisibilización de los atributos de clase. Concretamente, una preceptora solicitaba a un grupo de chicas de
primer año que no se manifestaran como ‘villeras’ en sus formas de hablar. El ‘ser villeras’, la identidad social
devaluada en la escuela, era el contra-modelo de lo que ellas deberían ser o parecer como mujeres. El atributo
que estigmatiza opera en la producción de identidades normalizadas de modo elusivo: chicas normales, por lo
tanto, no ‘villeras’. Las categorías mujer y varón, que se (re)producen a través de diferentes prácticas y
discursos en las escuelas, construyen e invisibilizan, seleccionan, como dice María Lugones (2008), al
dominante como norma: “mujer” selecciona a las hembras burguesas, blancas, heterosexuales; “hombres”
selecciona a machos, burgueses, blanco heterosexuales, invisibilizando a los seres y fenómenos sociales que
existen en las intersecciones.
Sin embargo, pese a que ser ‘negra’, ‘brasa’ o ‘villera’ sería una posición devaluada, en algunas situaciones
parecer una ‘negra mala’ se construye como una actuación de valor positivo. En un escenario como la escuela
en el que sus prácticas corporales suelen ser juzgadas y controladas, ‘las brasas’ se ‘hacen las malas’ como
recurso protector. Tales actuaciones aparecen como una estrategia identitaria consistente en proyectar una
imagen social que, en el sistema de representaciones y prácticas estudiado, se liga con la construcción del
respeto. Ante ‘las miradas que rebajan’, es decir, ante la inferiorización, se ‘hacen respetar’ demostrando una
actitud intimidante, aunque esto provoque miedo o intensifique las actitudes de rechazo hacia ellas. Estas
tensiones identitarias parecen ser parte de las experiencias cotidianas de muchas mujeres jóvenes de sectores
populares, la necesidad de mostrarse como chicas fuertes, que no se dejan avasallar aunque el costo sea
reforzar el estigma por ‘negras’, ‘brasas o ‘villeras’.

‘Negros, brasas, villeros’

Entre los varones de los grupos estudiados la categoría ‘negro’, que a veces se denomina
indistintamente como ‘brasa’, se suele utilizar para marcar los atuendos y las estéticas, los gustos musicales, los
lugares de salida nocturna y el consumo de determinadas bebidas, todo lo cual opera como signos de distinción
entre jóvenes que ocupan una posición socio-económica similar. Así, el prototipo del ‘negro’ seria: el que usa
zapatillas con cámara de aire, va a los bailes, escucha cuarteto y toma vino. Quien consume en exceso y
‘porquerías’ es señalado con el añadido de ‘villero’ dando lugar así al ‘negro villero’ como una marca distintiva.
En el sistema de clasificación reconstruido, otra conjunción de dos categorías devaluantes, en este caso
‘negro brasa’, da lugar a una figura social atemorizante. Encontramos que esta etiqueta marca a un varón joven,
por lo general morocho y de tez oscura, con una estética y una actitud corporal particular que provoca miedo en
los demás. Remite a la figura del varón de sectores populares atemorizante en el escenario urbano: su ‘cara
mete miedo’ y no lo dejan entrar a un boliche o lo para la policía en la calle porque ‘piensan’ que es ‘drogadicto’.
Además, ‘roba’ o se supone que roba.
En la definición de esta identidad social interviene como antagónico, el ‘cheto’, quien ‘también roba pero
de forma diferente’; mientras aquel roba en ‘empresas’ el ‘brasa chorea’ a los propios. En conexión con las ideas
desarrolladas, el ‘negro brasa’ o el ‘villero mal’ es perseguido por la policía en función del estigma que pesa
sobre él, asociado al consumo y la práctica delictiva.
L*s jóvenes perciben que entre los ‘negros’ algunos son estigmatizados como ‘peligrosos’ y esto trasunta en una
10
posición desventajosa en la circulación urbana. Esta construcción estigmatizante acontece en la conjunción de
una determinada estética y de rasgos fenotípicos. Es notable cómo en un mismo grupo se apropian del estigma y
lo cuestionan. Señalan que un compañero ‘mete miedo’, que ‘lo ves y les das todo’ [en alusión a una escena de
robo] y piensan que el ‘negro brasa’ roba entre los propios, pero al mismo tiempo cuestionan el estigma, no
porque genere una injusticia al generalizar y subsumir en la categoría ‘negro villero’ a un conjunto heterogéneo
sino porque deja afuera al ‘cheto’, quien también roba pero lo hace de otro modo.

Consideraciones finales

Nuestra intención ha sido mostrar cómo las categorías analizadas a lo largo del trabajo funcionan como
marcadores sociales que, simultáneamente, racializan y generizan las identidades juveniles, en un grupo de
jóvenes de sectores populares. Esta dinámica produce jerarquías dentro de un orden de relaciones en un
contexto dado, es decir, resultan posiciones sociales situadas. De modo que la categoría ‘negros’ o ‘negrada’, a
diferencia de lo señalado en el discurso cotidiano en nuestro medio, no significa para estos jóvenes una
caracterización homogénea. Lejos de ello, las categorías de ‘negro’ y de ‘negra’ asumen distintos significados al
ser adjetivadas con etiquetas como ‘brasa’, ‘villero’, ‘groncha’ o ‘negro mal’, produciendo así diferencias y
jerarquías socio-simbólicas entre chicas y entre chicos que se encuentran en una posición cercana en la
estructura social. También observamos que los actores estudiados dan cuenta del carácter dinámico, cambiante,
contextual y no necesariamente esencial de estas categorías. Sobre este último aspecto es interesante notar la
dualidad, entre tener una identidad que se expresa en los comportamientos e indicios corporales o construir una
identidad en las actuaciones para sí o para los demás. De lo primero da cuenta paradigmáticamente la frase: ‘por
más que se vista de seda, mona queda’. Sin embargo, también sienten que pueden ensayar e ‘ir vestido como
cheto’ o ‘hacerse la mala’. De cualquier manera, las diferencias no son entidades que pueden encontrarse en los

10
Siguiendo a Eva da Porta (2008: 170) “El trabajo estigmatizador de los medios audiovisuales renueva en cada noticia, en
cada ficción juvenil, este identikit que identifica a los jóvenes con los potenciales enemigos de la sociedad a partir de rasgos
físicos, lingüísticos y culturales y que encuentran en el rostro genérico de un joven- varón- pobre- moreno los signos de la
amenaza.”
cuerpos como marcas dadas sino que son hechas y deshechas en prácticas relacionales específicas, tal como lo
plantea Amade M’charek (2010).
El comportamiento y la corporalidad se interpretan simultáneamente desde normas de género y clase. De
este modo ‘negra’ señala una distancia con las normas tradicionales de sexualidad, vestimenta, habla y usos del
cuerpo para las mujeres (blancas, heterosexuales y de clase media). Aunque aquí se construyen gradientes y
para ello sirven las marcas añadidas, como ‘brasas’, ‘de mierda’ o ‘groncha’ que marcan los estilos más
devaluados. Algo similar sucede en el caso de los chicos, las distinciones se construyen sobre todo en base a
indicios estéticos y al carácter más o menos intimidante de su corporalidad. Aquí se revela para los jóvenes el
peso del estigma social y las prácticas discriminatorias que pueden ir desde la prohibición del ingreso a un
boliche hasta las reiteradas demoras policiales. Podríamos leer en estos datos que las chicas en su sociabilidad
cotidiana se enfrentan, explícita o implícitamente, con la figura de la ‘puta’ como borde normativo toda vez que se
puedan interpretar sus prácticas en clave de exceso, desmesura y provocación; los chicos, en cambio, lo harían
con la figura del ‘choro’ o delincuente, toda vez que su cuerpo se presente amenazante para quien lo interpreta.
Asimismo, las categorías trabajadas en esta ponencia parecen definirse dentro de un orden de género binario
y heterosexual. Si bien en nuestros datos de campo (Tomasini, Bertarelli, Esteve, 2015) los marcadores de
disidencia genérica-sexual, como ‘puto’, ‘lesbiana’, ‘machona’, ‘bisexual’ o ‘travesti’, se suelen usar como insulto
o burla desacreditante e inferiorizante, no surgen espontáneamente asociados con el sistema racializado que
11
venimos analizando.
Es necesario situar en dinámicas de subordinación social a los procesos de identificación y diferenciación
analizados en este orden socio-simbólico construido. Como analizó Maldonado (2000) en un trabajo pionero en
nuestro medio, los prejuicios sociales son retomados e inclusive ampliados en función de acortar distancia con
los sectores dominantes. Situación que se potencia cuando las diferencias sociales y físicas se han sintetizado
durante mucho tiempo, dando lugar al prejuicio racializado.
Sin embargo, el uso del prejuicio racializado puede darse de formas diversas y simultáneas en las estrategias
de construcción identitaria, a juzgar por los datos de l*s jóvenes estudiad*s: asumir ‘la negrada’ (‘nosotros
seríamos negros’), a veces reconociendo el estigma y la desventaja social que conlleva y otras sin asignarle una
carga negativa; devaluar a otr*s cercan*s por ser o parecer negr*s; distanciarse a sí mism*s de lo ‘negro’; atribuir
mejores cualidades a los ‘chetos’ (‘civilizados’, ‘educados’); asumir una fachada de ‘negra villera’ cuando
necesitan protegerse o defenderse. De todos modos la blanquitud como modelo identitario opera de modo
subyacente, tal como señala Viveros (2008a), y su estatus de no marca y no nominación que es un efecto de su
dominación. Lo “blanco” es la norma desde la cual son medidos y evaluados, social, moral y estéticamente los
demás grupos.

11
Algunos indicios permiten pensar que el ‘cheto’ aparece más feminizado que el ‘negro’, y esto lo acerca a la figura del ‘puto’,
ya que, entre otras cosas, tiene más cuidado por su estética y su forma de vestir. Del mismo modo la ‘negra’ sería
masculinizada, solapándose algunas características de la ‘negra villera’ o ‘negra brasa’ con las de ‘machona’ o ‘marimacho’.
Cuando usan la categoría ‘machona’ aluden a una ‘chica que es medio hombre’, ‘no se comporta como una mujer’ porque
‘dice malas palabras’, escupen’ y ‘pelea con los hombres’.
Por último, queremos destacar que a partir de este sistema de clasificaciones que racializa las diferencias se
construye de modo elusivo “la normalidad”. De esta manera, dentro del orden de relaciones sociales juveniles se
producen masculinidades y feminidades que se constituyen como legítimas y otras que son devaluadas. Las
clasificaciones y jerarquizaciones constituyen posiciones sociales que lejos de ser estáticas, resultan dinámicas
y porosas, es decir, se caracterizan por ser móviles, por habilitar el ingreso y la salida de l*s jóvenes a partir de
estéticas, comportamientos, gustos, modo de hablar y expresarse entre otros marcadores.

Referencias

Bertarelli, Paula (2015). Cuerpo y “belleza” en la producción de clasificaciones y jerarquías entre mujeres jóvenes.
Publicado en Actas de las IX Jornadas de Investigación en Educación. “Políticas, transición y aprendizajes”.
Universidad Nacional de Córdoba, Octubre de 2015.Publicado en CD.
Bertarelli, Paula (2014). Cuerpos que irrumpen en la escuela: actos de género y procesos de diferenciación entre jóvenes
mujeres. En H. Paulín y M.Tomasini (Coord), Jóvenes y escuela. Relatos sobre una relación compleja. (pp.117-
197). Córdoba: Brujas.
Blázquez, Gustavo (2006). Nenas cuarteteras: hegemonía heterosexual y formas de clasificación de las mujeres en los
bailes de cuarteto. En M. T. Dalmasso y A. Boria (Eds), Discurso social y construcción de identidades: Mujer y
Género (pp. 97-108). Córdoba: Programa de Discurso Social.
Blázquez, Gustavo (2008). Nosotros, vosotros y ellos. Las poéticas de las Masculinidades Heterosexuales entre jóvenes
cordobeses. Trans. Revista Transcultural de Música, (12). Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=82201206
Carrizo, Marcos (2011). Córdoba Morena (1830-1880). Córdoba: Cooperadora de la Facultad de Ciencias Económicas,
UNC.
Da Porta, Eva (2008). Jóvenes, exclusión, narrativas mediáticas: el rostro del delito. En G. Rey y O. Rincón (Eds), Más
allá de víctimas y culpables (relatos de experiencias en seguridad ciudadana y comunicación-América Latina)
(pp. 163-176.) Bogotá: Centro de Competencia en Comunicación para América Latina.
Falquet, Juliet (2009). Repensar las relaciones de sexo, clase y «raza» en la mundializaciónneoliberal
Disponible en https://www.google.com.ar/webhp?sourceid=chrome-instant&ion=1&espv=2&ie=UTF-
8#q=Repensar+las+relaciones+de+sexo%2C+clase+y+%C2%AB+raza+%C2%BB+en+la+mundializaci%C3%B3
n+neoliberal
Farvid, Panteá, Braun, Virginia, &Rowney, Casey. (2016). ‘No girlwantsto be called a slut!’: women, heterosexual casual
sex and the sexual double standard [Ninguna chica quiere ser llamada puta!: mujeres, sexo casual heterosexual
y el doble estándar sexual]. Journal of GenderStudies. DOI: 10.1080/09589236.2016.1150818
García Bastán, G. (2015) "Molestar" y "trabajar". Relatos acerca de la relación jóvenes escuela. En Míguez, D. Gallo, P. y
Tomasini, M. (Coords.), Las dinámicas de la conflictividad escolar. Procesos y casos en la Argentina reciente (pp.
85-111). Bs. As.: Miño y Dávila Editores.
Gargallo, Francesca (2004). Las ideas feministas latinoamericanas.México: fem-e-libros. Disponible en:
http://pmayobre.webs.uvigo.es/descargar_libros/las%20ideas%20feministas%20latinoamericanas.pdf
Gúber, Rosana (2004). Identidad social villera. En M. Bovin, A. Rosato y V. Arribas (Comps.), Constructores de Otredad.
Una introducción a la Antropología Social y Cultural (pp. 139-152).Buenos Aires: eudeba.
Lugones, María (2008). Colonialidad y Género. En Tabula Rasa, (9), 73-101. Disponible en
http://www.revistatabularasa.org/numero_nueve/05lugones.pdf.
Maldonado, Mónica (2000). Una escuela dentro de una escuela: un enfoque antropológico sobre los estudiantes
secundarios en una escuela pública de los ’90. Buenos Aires: eudeba.
M’charek, Amade(2010). Fragile Differences, Rela-tional Effects. EuropeanJournal of Women’s Studies, 17, 302-322.
http://dx.doi.org/10.1177/1350506810377698
McLaren, Peter (2005). La vida en las escuelas. Una introducción a la pedagogía crítica en los fundamentos de la
educación. México: siglo xxi editores.
Margulis, Mario (1999). La “racialización” de las relaciones de clase. En M. Margulis, M. Urresti y otros, La segregación
negada. Cultura y discriminación social (pp. 37-73). Buenos Aires: Biblos.
Neiman, Guillermo y Quaranta, Germán. (2007). Los estudios de caso en la investigación sociológica. En I. Vasilachis
(Coord.),Estrategias de investigación cualitativa (pp. 213-237). Buenos Aires: Gedisa.
Paulín, Horacio (2013). Conflictos en la sociabilidad entre jóvenes. Un estudio psicosocial sobre las perspectivas de
estudiantes y educadores de escuelas secundarias. Tesis de doctorado no publicada, Facultad de Psicología,
Universidad Nacional de Córdoba.
Paulín, Horacio (2014). “Gente negra” y “gente cheta” en la escuela: disputas por el reconocimiento en estudiantes
secundarios de la ciudad de Córdoba, Argentina. En Cuadernos de Educación, 12 (12), Recuperado de
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/Cuadernos/article/view/9222

Pecheny, Mario (2008). Introducción. Investigar sobre sujetos sexuales. En M.Pecheny, C. Fígari y D. Jones (Comps.)
Todo sexo es político. Estudio sobre sexualidades en Argentina. Buenos Aires: libros del Zorzal.
Previtali, M. (2011). Representaciones y prácticas sobre la violencia y el delito. Una etnografía sobre trayectorias
juveniles en una villa de Córdoba. Tesis de Maestría en Antropología, Facultad de Filosofía y Humanidades,
Universidad Nacional de Córdoba.
Stake, Robert (1998). Investigación con estudio de casos. Madrid: Morata.
Tomasini, Marina (2011). “Relaciones peligrosas. Prácticas y experiencias en torno a la sexualidad de las jóvenes en el
inicio de la escuela media”. Astrolabio Nueva Época, (6). Recuperado de
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/astrolabio/article/view/324
Tomasini, Marina y Bertarelli, Paula. (2014). Devenir mujeres en la escuela. Apuntes críticos sobre las identidades de
género. Quaderns de Psicologia, 16 (1), 181-199. http://dx.doi.org/10.5565/rev/qpsicologia.1199.
Tomasini, Marina; Bertarelli, Paula y Maria Esteve (2015). ‘El que es muy diverso se va de acá’. Concepciones sobre las
vinculaciones homo erótico afectivas entre jóvenes en la escuela. Publicado en Actas de las XII Jornadas
Nacionales de Debate Interdisciplinario en Salud y Población. Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Buenos Aires. Agosto de 2016. Recuperado de
http://jornadassaludypoblacion.sociales.uba.ar/ponencias/mesa-2-1-instituciones-educativas-subjetividades-y-
salud/
Tomasini, Marina y Morales, Gabriela (2016). Imaginarios sobre violencia sexual. Una aproximación a partir del caso de
Melina Romero. Publicado en Actas del VI Coloquio Interdisciplinario Internacional “Educación, Sexualidades y
Relaciones de Género” y IV Congreso Género y Sociedad. Universidad Nacional de Córdoba, Septiembre de
2016. Recuperado de http://conferencias.unc.edu.ar/index.php/gyc/4gys
Viveros Vigoya, Mara (2008a). La sexualización de la raza y la racialización de la sexualidad en el contexto
latinoamericano actual. En Careaga, Gloria. Memorias del 1er. Encuentro Latinoamericano y del Caribe La
sexualidad frente a la sociedad. México, D.F., 2008. Recuperado de
http://www.ilef.com.mx/memorias%20sexualidad.%20lilia%20monroy.pdf
Viveros Vigoya, Mara (2008b). Más que una cuestión de piel. Determinantes sociales y orientaciones subjetivas en los
encuentros y desencuentros heterosexuales interraciales en Bogotá. En P. Wade, F. Urrea y M. Viveros(eds.),
Raza, etnicidad y sexualidades. Ciudadanía y multiculturalismo en América Latina (pp., 247-279). Bogotá:
Universidad del Valle, Universidad Nacional de Colombia y Universidad del Estado de Río de Janeiro.

You might also like