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Juan Francisco José Hernández Ortega – 201533241

Pato, Pato, Ganso: El rol del gag en la arquitectura contemporánea

¿Por qué nos importa conocer el origen de las cosas?

En el colegio nunca tuve una clase de historia. Mi educación se centró más en aprender a ser
crítico, a investigar y a gestionar fuentes de información, que en aprender fechas y eventos. Esto
es algo que jamás perdonaré. Desde muy pequeño me cuestioné sobre la importancia de saber de
dónde provienen las cosas y la única fuente donde encontraba estas respuestas era en la historia.
Mi primera clase de historia la tuve en la universidad. Quedé anonadado. Nunca había podido
comprender el origen de las cosas de una manera tan clara. Sin embargo, esta clase no fue para mí
una respuesta, sino un mero aperitivo para mi hambre de conocimiento. Tanto así creció esta
inquietud que en tercer semestre decidí iniciar una segunda carrera centrada solamente en el
estudio del origen de aquello que más me gusta: el arte. Han pasado ya tres años y medio, y aún
me queda toda una vida por delante para poder reflexionar en torno a este problema. Sin embargo,
a raíz del ejercicio en cuestión, trataré de responder brevemente y de la mejor manera posible esta
pregunta que me ha perseguido desde hace años.

La razón por la que nos importa encontrar el origen de las cosas es porque el origen determina
el momento en que se asignó valor a algo y nos permite justificar su existencia. El origen nos
enseña cuál es el fin de un objeto. Por ejemplo, cuando Laugier ligó la arquitectura a su origen en
la cabaña primitiva, determinó el valor de los elementos de la arquitectura. Los arquitectos siempre
podían confiar en que los valores clásicos podrían asegurar un fin para sus edificios. Sin embargo,
con la llegada de la modernidad, se eliminaron todas las razones teóricas extrínsecas que
justificaban la arquitectura. Esto dejó por fuera todo fundamento narrativo y desestabilizó el
pensamiento habitual. Los arquitectos ya no podían entregarse a la tranquilidad que ofrecía la
tradición arquitectónica. Por ello me pregunto ahora, ¿qué finalidad quedó entonces? ¿qué
mecanismo o instrumento hay en el presente para determinar el fin de la arquitectura?

¿Dónde encontrar el origen en la modernidad?

Desconcertados, los arquitectos del siglo XX continuaron buscando leyes que se ajustaran sus
procedimientos. Sin embargo, ya no lo hacían con el propósito de asegurar un código axiomático
e incuestionable, sino en pos de argumentar sus propias operaciones compositivas. La arquitectura
dejó de confortarse en principios universales y se volcó hacia teorías individuales. Louis Kahn
encontró el fin en la geometría y la razón. Aalto lo encontró en la búsqueda de la humanización de
la arquitectura. Koolhaas lo encontró en la exaltación de la tecnología del siglo XX. Claro está
que, si estas tres personalidades se enfrentaran en un debate sobre el origen de la composición,
ninguno de ellos estaría de acuerdo con los demás.

Hasta el siglo XVIII existieron principios verificables con los que se certificaba la calidad y la
belleza de una construcción. Sin embargo, luego de la revolución modernista, esta idea ya no es
admitida. La arquitectura moderna basa sus fundamentos en conceptos no representacionales. Un
orden y un ornamento ya no son material suficiente para juzgar la obra. Estos elementos ya no son
vistos como inherentes al diseño y ya no son razones para desprestigiar una construcción. Un
edificio no ya no puede ser bello, feo, sublime o vulgar. El valor de un edificio moderno ya no
radica en una cuestión visual, sino en el razonamiento que se encuentra detrás de su proyección.
El pensamiento conquistó la composición. La función subyugó la forma.

¿Es posible la negación de lo representacional en la arquitectura?

Repetidas veces oímos durante nuestras clases que la arquitectura no se puede entender
únicamente en las proyecciones ortogonales. Un edificio no es una planta, ni un corte, ni un alzado.
Un edificio es la experiencia que se vive en el recorrido y la utilización de sus espacios. Sin
embargo, el aspecto es un elemento de suma importancia en el primer encuentro del sujeto y la
construcción. Cuando nos enfrentamos a un edificio, nos dejaremos llevar en primera instancia por
su imagen. Personalmente considero el fin de la arquitectura si es representacional. La arquitectura
siempre busca impactar al espectador a través de la vista antes que por cualquier otro sentido y
para ello se vale de elementos que garantizan un estremecimiento y hagan que el edificio
sobresalga. En el pasado, una columna corintia, o un frontón triangular eran suficientes para que
la recepción de un edificio fuera positiva. En la actualidad los elementos que causan impacto son
mucho más difusos. La arquitectura es, en principio, un medio visual y, por ello, estos elementos
deben ser físicos. Ya Louis Kahn llamó a este principio monumentalidad. Igualmente, Koolhaas
resaltó la importancia del valor iconográfico de una obra. Sin embargo, ninguno de los dos
considera que este sea el principio por el cual se debe guiar la arquitectura. Al igual que muchos
de sus contemporáneos, ellos seguían destacando más la función que la forma (a pesar de que
Koolhaas hace un gran esfuerzo por liberar nuevamente la forma). Sin embargo, no logro encontrar
sentido en el pensamiento de que el valor de un edificio está únicamente en el razonamiento lógico
detrás de sí y en su función.

El juego de pato, pato, ganso.

Incontables edificios fueron construidos siguiendo estrictamente los cánones clásicos. De igual
manera, miles de edificios modernos alrededor del mundo fueron proyectados siguiendo el ideal
de que la forma sigue la función. Sin embargo ¿cuántos de ellos han permanecido en nuestra
memoria? Fueron aquellas construcciones que se negaron a seguir ciegamente un principio
universal las que realmente pasaron a la historia, o ¿acaso no es por esto que recordamos la fachada
del Louvre de Claude Perrault o la Villa Mairea de Alvar Aalto? Un edificio monumental no es
aquel que por sus dimensiones nos sentimos abrumados, sino aquel que por desafiar la
convencionalidad ha logrado destacar de los demás.

La arquitectura, entonces, se puede entender como un juego de pato, pato, ganso. En este juego,
una persona debe ir alrededor de un círculo tocando la cabeza de los otros jugadores, diciendo ya
sea pato o ganso. Normalmente, la persona dirá varias veces pato antes de elegir a alguien y decir
ganso. Esto crea suspenso en todos los que están sentados en el círculo, preguntándose si ellos
serán el "ganso". En el momento en que es elegido, el ganso debe levantarse de su puesto y desafiar
al jugador a una carrera. En ese momento, el ganso se vuelve un monumento, una persona que se
ha salido de la convencionalidad y ha retado a quien impuso un orden.

El Gag como el origen de la composición.

Ahora, es momento de ligar esta idea con un concepto usado ampliamente en el siglo XX en el
cine de comedia. El gag, desarrollado por personas como Walt Disney y Charles Chaplin, buscaba
convertir una situación completamente normal en un evento gracioso a través de la repetición y el
vuelco. Veámoslo así: mientras maneja un barco, Mickey Mouse escupe hacia un lado y ve como
su saliva se va hacia atrás. Luego, vuelve a escupir y una vez más ve como la baba vuela hacia
atrás. En un tercer momento, Mickey escupe, pero esta vez, en lugar de salir de la escena, el
escupitajo le cae en la cara a Pete el Malo, quien había salido detrás de él sin que se diera cuenta.
Es en ese pequeño giro donde se encuentra la comedia. Ahora bien, los edificios ganso funcionan
de esta manera. Para que un edificio pueda sobresalir, debe haber otros tantos más que no lo hagan,
es decir, para que haya un giro gracioso, debe primero haber repetición.
Es por esto que considero que el principio y origen de la composición está siempre en la búsqueda
de un gag. Cuando Alvar Aalto compuso su propuesta para el Sanatorio de Paimio, buscó un
elemento determinante que lo destacaría de los demás competidores, y fue esto lo que le permitió
ganar el concurso. De la misma manera, cuando Louis Kahn compuso los Laboratorios Richards
separando las áreas servidoras de los espacios servidos, causó impacto y cambió la concepción del
funcionamiento de un edificio. Incluso Le Corbusier descubrió los valores de la modernidad en la
Casa Estudio de Ozenfant. Todos ellos encontraron en el gag fundamentos que los ayudaron a
desarrollar sus procedimientos futuros. Sin embargo, para que esto pudiera ocurrir, tuvo que haber
antes una producción que no destacara, pero que marcara el ritmo que luego sería destruido.

El origen que determina el valor de las teorías de los más grandes arquitectos de la modernidad
fue el gag, pues fue aquel vuelco y ese reto a la convencionalidad los que hicieron que sus edificios
dejaran de ser patos y llegaran a ser gansos.

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