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UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO

DIVISIÓN DE CIENCIA SOCIALES Y HUMANIDADES-CAMPUS


GUANAJUATO. CAPMPUS GUANAJUATO.
DEPARTAMENTO DE HISTORIA.
FILOSOFIA DE LA HISTORIA II.

“CONCIENCIA HISTÓRICA;
INDIVIDUO E HISTORIA”
JOSÉ ANGEL MÁRQUEZ FRÍAS.
Introducción

La aparición de la conciencia histórica, de la que generalmente se considera padre a


W. Dilthey cuando plateaba el objetivo de hacer que el pensamiento humano pase de
una crítica de la razón pura a una crítica de la razón histórica, puede considerarse sin
duda como una de las mayores adquisiciones de la cultura occidental de la época
moderna.
El concepto de conciencia Histórica puede entenderse de tres maneras. En primer
lugar como la autoconciencia que tiene el sujeto de que es un ser temporal y creador
de historia. Este situarse del sujeto ante el devenir que hace que experimente al
mismo tiempo tanto la gratitud de su propio ser como la libertad de su propio querer
ser. En efecto, el sujeto, al vivir en un momento particular del tiempo y de la historia,
se da cuenta de que no se pertenece, si no que otros lo han precedido y han preparado
todo lo que está viviendo. Al mismo tiempo, descubre en sí ciertos ideales, ciertas
aspiraciones personales, que comparten también los demás y que él desea alcanzar.
En segundo lugar; la noción de la percepción de un sentido histórico, no en sentido
de conexión e interdependencia de los sucesos, sino más bien como un ver y un saber
inmediato de una tensión constante hacia una realización. De este modo, la conciencia
histórica no permite asumir un absoluto, contingente o temporal como único
cumplimiento posible de la historia, si no que impulsa cada vez más allá en la
búsqueda de un equilibrio entre los sucesos fragmentados y una totalidad global que
da sentido.
Finalmente, en la tercer manera de entender el concepto de la conciencia histórica,
será entendida como el estudio de pasado, que impone a aquel que lo estudia un
horizonte amplio y que en su camino carga sobre si el presente y el carácter
problemático que conlleva; interpreta lo que ha construido la historia a la luz del
tiempo en el que vive.
Es verdad que, incluso, si hubiera un verdadero sentido de conciencia histórica,
estamos tan acostumbrados a la idea de tiempo e historia de una manera absoluta en
un sentido irrelevante orientado a una enajenamiento del medio social del individuo
al ser vistos como algo aburrido, algo de lo que se puede prescindir. Pero si realmente
se quiere entender por qué el tiempo termina por dominar nuestras vidas en la
actualidad, necesitamos saber cómo se llega a ello; debemos situar al propio tiempo
en una perspectiva temporal como G. J. Whitrow nos dice a lo largo de su obra: of time
in History.
Con estos breves planteamientos que posteriormente serán retomados se presentará
a la conciencia histórica que surge a través del llamado de atención de la Historia
hacia el individuo, de qué manera es posible y el porqué, se hará un enunciamiento
de distintos autores que puedan ahondar en estos temas y otros más que se puedan
ver involucrados.

El individuo

Si bien será necesario además de interesante prestar atención a las definiciones del
individuo y su esencia entendida como el ser, pero más aún, será importante mostrar
al individuo no sólo como un espectador de la historia, sino que se reconoce y
encuentra su lugar a través que dota de un sentido personal a la misma. De modo que
individualidades son aquellos “que poseen la capacidad de concentrar en sí todo el
desarrollo de la humanidad en un esfera dada, resumiendo el conocimiento filosófico
que refleja el nivel logrado por la sociedad a través de toda su práctica. Así entendida,
la actividad individual puede considerarse, según Marx, trabajo universal que sirve
como ideal normativo de una época”.
Dicho de otra forma, las individualidades pueden ser identificadas como
grandes personalidades o personalidades destacadas, que lo son precisamente
porque reflejan con mayor profundidad su entorno social, la necesidad histórica, las
demandas esenciales de su época y son capaces de actuar en consecuencia para
contribuir al progreso de la sociedad. Puede afirmarse entonces que, los individuos
no nacen con una personalidad, que esta se forma como resultado de su interacción
con el medio, y en la medida que asimilan sus condiciones sociales, la ciencia y la
cultura desarrolladas por la sociedad, es decir, en la medida que asimilan las
conquistas culturales de la humanidad y se destaquen como unidades irrepetibles.
Toda la historia se compone precisamente de acciones de individuos que son
indudablemente personalidades. La cuestión real que surge al valorar la actuación
social del individuo consiste en saber en qué condiciones se asegura el éxito a esta
actuación.

Subjetividad e individuo.
La subjetividad frente al individuo tiende a asentarse como un proceso de
individualización. La discusión sobre la subjetividad y sobre el individualismo debe
ser reubicada en el contexto de la tensión entre el sujeto y el mundo objetivo y social.
El problema, entonces, ya no es decidirse por el individuo o el sistema, privilegiar la
explicación individualista o la holista de la acción social; es necesario sustraer el
interés por el individuo del horizonte en que ha surgido, que es el de la reacción en
contra de las perspectivas que definen la acción en función del sistema social
comprendido en su propio contexto histórico.
Podría parecer que el individuo, al ser una entidad singular, se encuentra
aislado se su entorno pero, contrariamente, el individuo siempre, incluso
accidentalmente, se ve inmerso en las relaciones sociales. Aun cuando no intervenga
activamente está interviniendo socialmente. El “yo” puede parecer poco, pero no está
aislado, siempre está ubicado en una red de relaciones más compleja y móvil.
Lo que al final esto quiere decir es que a pesar de que el individuo se manifieste
inequívocamente para sí y genere un criterio personal realmente esto sería en
respuesta a un llamado de integración social que hace que emita y genere juicios hacia
un medio de acción social y que en medida, como dice Lyotard, le sirve de referente.
En efecto, el sujeto, con esta conciencia, realiza la experiencia original que se
contextualiza en la admiración del descubrimiento de ser dado. Yo no me pertenezco;
llego en un momento de este tiempo y de esta historia, decidido para los demás, y
recibo lo que otros han preparado. Sin embargo, nadie está solo en la historia. Al
contrario, se descubre aquí el carácter paradójico del propio ser. Las aspiraciones
personales, las exigencias y los ideales de vida se comparten con los demás. Casi de
pronto se descubre que lo que uno desea, también lo desea el otro. Una conciencia
que hace llegar al descubrimiento del otro como "distinto" de mí, pero
profundamente unido a mí. Así pues, mientras que se descubre una aspiración a un
ideal común, se reconoce también la perspectiva peculiar y la originalidad personal
del sujeto.

El individuo y la historia.
Contrariamente a la práctica corriente que no toma las palabras al pie de la letra y no
se entretiene inútilmente en ellas, vamos a preguntarnos por la relación entre los
términos historia e individuo, de esta manera se podría determinar la función
específica de correlación de ambos términos. El individuo es el individuo, pero en
cuanto entra en contacto con la historia se convierte en un individuo creador de la
historia o en un individuo que ve me muy pequeño ante la historia. De este modo, la
historia aparece bajo un aspecto diferente según se refiera al individuo histórico al
simple ser humano.
El acercamiento entre ambos conceptos supone que el individuo y la historia
son dos categorías que no dependen realmente el uno del otro, por lo que el
despliegue de su análisis podría llevarse a cabo de forma separada y más tarde
ligarlas.
El individuo se hace histórico en la medida en que su actividad particular tiene
un carácter general, es decir, en la medida en que de su acción se desprenden
consecuencias generales. Como la historia sólo existe en tanto que continuidad, la
teoría debe explicarnos si la historia desaparece o si se detiene en los períodos en que
no hay grandes individuos y en los cuales “reina la mediocridad”.
Ante todo, el ser es actualidad. Actualidad no es aquí el abstracto de acto en
sentido aristotélico, es decir, no es acto de una potencia, ni acto en el sentido de ser
plenamente lo que se es. Como abstracto de acto, yo hablaría de una actualidad. En
cambio, actualidad es abstracto no de acto, sino de actual. Cuando decimos de algo
que tiene actualidad, no nos estamos refiriendo a acto en el sentido usual en
Aristóteles, sino que aludimos a una especie de presencia física de lo real. La filosofía
clásica no ha distinguido ambas cosas.
El individuo y la historia no son ya entidades independientes una de la otra, sino
que se comparten entre sí, pues tienen una base común. El principio de antinomia
había hecho de la acción sobre la historia un privilegio, sin ofrecer explicaciones para
gran número de fenómenos, a riesgo de deformarlos con construcciones arbitrarias,
refutadas por la experiencia.
La historia es una representación en la que toman parte los individuos, cuya
representación, en la medida en que todos toman parte en ella y en que contiene
todos algún papel y fin, nadie estará excluido de ella. La lente de la subjetividad es un
espejo deformante. La autorreflexión del individuo no es más que una chispa en la
corriente cerrada de la vida histórica. Por eso los prejuicios de un individuo son,
mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser.

Experiencia histórica.
La pregunta por la posible exposición de la historia en el acto históricamente
constitutivo de la comprensión singular abre, en cambio, el panorama a un concepto
ampliado de la experimentabilidad de la realidad histórica en el que, posibilitándose
recíprocamente, el padecer y el «hacer» de la historia se penetran de manera
inseparable. Con la pregunta sobre cómo es posible la unidad de la razón y, con ella,
el sentido en general bajo las condiciones de singularidad y contingencia histórica de
nuestro saber y nuestro conocimiento y en su horizonte, el problema de la
comprensión hermenéutica del sentido (que, para la filosofía post-idealista, es una
dimensión constitutiva) adquiere su dimensión universal.
El planteamiento de la «historicidad de la comprensión» que lleva a cabo
Gadamer extrae las consecuencias de la irresuelta aporía del historicismo, el cual,
mientras por un lado se interesaba por la dependencia histórica de la comprensión,
olvidaba por otro la historicidad de su propio punto de vista metódico.
Al comprendernos como «pertenecientes» a la historia, nos comprendemos ya
«de un modo auto comprensivo en un nexo de sentido lingüísticamente pre-
descubierto llamado «mundo», es decir, en una pre comprensión que está siempre se
presupuesta en toda comprensión y en todo comportamiento referido a objetos, y
posibilita a estos últimos. En su sentido fundamental, pues, la comprensión no es un
comportamiento determinado de un sujeto frente a un mundo de objetos
preexistentes, sino el propio “frente a” que esencialmente posibilita y guía «la forma
original de realización del ser ahí, el ser en el mundo.
Es a través de una semántica de los conceptos que han aglutinado las
experiencias históricas del tiempo que es posible encontrar la relación entre pasado
y futuro, entre experiencia y expectativa, pues en su contenido significativo la
permanencia, el cambio y la novedad se pueden captar diacrónicamente y que es
posible observar a partir de la pregunta; ¿existe un tiempo histórico entendido como
distinto al astronómico, con su propia dinámica? Planteada por Koselleck dentro de
su obra Futuro Pasado.
Es cierto que las experiencias del sujeto particular son siempre finitas y
limitadas cuando se comparan con este acontecer, mas, por otro lado, éste se sabe
superado constantemente por ellas en un acontecer de tradición ilimitado y en
progreso que parece garantizar el progreso de aquéllas hacia un saber y una
comprensión «mejores» y, con ello, la posibilidad de exponer el acontecer que va mas
allá de lo subjetivo.
Así mismo, Koselleck refiere que si bien el historiador no puede escapar de la
hermenéutica, en la medida que depende de los textos y el lenguaje para conocer el
pasado al mismo tiempo que lo usa para narrar ese pasado, las condiciones de
posibilidad de la historia no se agotan en el lenguaje ni en los textos, pues en sí
mismos mantienen una categoría estructural de la historia previa al discurso. Es
decir, que están mediados lingüísticamente, ya que en cada acontecimiento participan
distintos factores aunque si posee su propio lenguaje pero no implica que se
encuentren inmersos en él. Hablamos pues de un proceso de la experiencia histórica,
que si bien es adquirida interlocutivamente puede ser personal sin depender de un
contacto ajeno a los sentidos personales.
Hay distintos estratos de la experiencia y de lo que se puede experimentar, del recuerdo y de
lo que se puede recordar y, finalmente, de lo olvidado y de lo que nunca ha sido transmitido,
a los que se recurre y son organizados por las preguntas actuales. Que se consideren los
valores lingüísticos o no lingüísticos es decisivo para el tipo y reproducción de la historia
pasada. Y a causa de esta elección previa, ningún informe sobre el pasado puede comprender
todo lo que fue sucedido en otro tiempo. De forma general: leguaje e historia permanecen
remitidos mutuamente sin llegar a coincidir. (Koselleck, 1993).

Unir el presente y del pasado, englobados en un “horizonte histórico común” es


el fin del trabajo del historiador; con ello identificaremos las experiencias históricas
a través de los símbolos y del lenguaje, tanto propios de cada época, como los
utilizados por los propios historiadores para reconstruir y comprender el tiempo
pretérito, nuestro pasado y nuestro devenir.

Historia.
En la Modernidad surgen la historia como la ciencia que llegaremos a conocer y
también la reflexión filosófica sobre ella. La problemática asociada a esos desarrollos,
en especial el sentido y la dirección de la historia en el marco del progreso de la
especie humana con centro en Europa, concitarán los mayores esfuerzos a la vez que
serán objetos de críticas fundadas. En la actualidad, la historia trata con un objeto
“bipolar”: una estrategia de conocimiento para comprender el mundo humano y
pasible por lo tanto de ser tratada en términos epistemológicos; y, a la vez, un interés
humano por interpretar y dar sentido práctico al tiempo en el que los sujetos están
insertos. De ahí que pueda decirse que a la preocupación por definir el pasado y
delimitar sus interpretaciones posibles, la filosofía de la historia suma también una
reflexión sobre el presente y el futuro en cuanto éstos son elementos constitutivos de
lo que podría entenderse como conciencia histórica.
Jacques Le Goff decía sobre la historia: “la historia es siempre contemporánea,
si está siempre en construcción”, como tiempo atrás repetía Benedetto Croce, quien
además la definía como hazaña de la libertad, corresponde insistir en que toda
historia auténtica, comprometida, debe entenderse como una historia nueva,
desprovista de ambición totalizadora, pues de lo contrario sería una historia
envejecida de antemano
En la búsqueda inagotable de encontrarse con la esencia y las raíces de la
historia misma Al investigar corresponde hacer suya la materia en todos sus detalles,
analizar las diversas formas de desarrollo y descubrir sus lazos íntimos. Paradoja que
circula ante la Historia universal como la historia de la sinrazón, expresado por Kant,
y que con esto llega a referirse al tránsito del desarrollo del individuo en un medio
que no difunde en él importancia alguna, suscitado por la falta de admiración, aun le
es imposible despertar y mantenerse conscientemente de lo que conlleva
históricamente sobre sí.

Memoria.
La relación entre historia y memoria es situacional y relacional, esto implica que en
cada contexto esa relación puede variar de acuerdo a la influencia que diversos
factores ejerzan sobre dicha relación, lo que le da al pasado la posibilidad de ser
reinterpretado desde nuevas categorías conceptuales. En la medida que esa relación
se modifique también cambiará la interpretación del pasado lo que dará lugar al
surgimiento de nuevos relatos historiográficos. Si la memoria es cambiante porque
puede ser reinterpretada, es interesante ver cómo esas reinterpretaciones influyen
en la reescritura de la historia. Ante ello, resulta interesante conocer cuál es la
relación que existe entre memoria e historia, saber cómo la memoria puede influir en
la operación historiográfica.
La historia no es todo el pasado, pero tampoco es todo lo que queda del pasado.
Es posible ver que, junto a una historia escrita, se encuentra una historia viva que se
perpetúa o se renueva a través del tiempo y donde es posible encontrar un gran
número de esas corrientes antiguas que sólo aparentemente habían desaparecido.
La memoria está basada en una tradición, sobre los orígenes y los héroes, que
no se ajusta a los hechos históricos, pero que tiene valor en la medida que genera una
perspectiva sobre el pasado y también una proyección hacia el futuro. Es una
memoria que moldea la mirada que los pueblos tienen sobre su devenir histórico y
sobre su identidad, por lo tanto los condiciona y ejerce una gran influencia en la
elaboración de su imagen hacia el futuro. La memoria se apoya en la experiencia
vivida, por lo tanto pude apreciarse como subjetiva. Debido a esto, la memoria nunca
está cerrada, fija, sino que está sujeta a permanentes reinterpretaciones y
transformaciones. La memoria es una construcción que se ve afectada por los
conocimientos que se construyen con posterioridad al hecho recordado, que influyen
en la interpretación sobre el pasado y por lo tanto modifican el recuerdo.
Pongamos un ejemplo en el que la vida de un niño está más sumida de lo que se
cree en medios sociales por los que entra en contacto con un pasado más o menos
lejano, que es como el marco en el que están prendidos sus recuerdos más personales.
En ese pasado vivido, mucho más que en el pasado aprendido por la historia escrita,
podrá apoyarse más tarde su memoria. Si al principio no ha distinguido ese marco y
los estados de conciencia en él situados, es muy cierto que, poco a poco, se operará en
su espíritu la separación entre su mundo interno y la sociedad que le rodea. Pero
como originalmente esos dos tipos de elementos han estado estrechamente fundidos,
se le aparecen todos como formando parte de su yo de niño. En ese sentido, la historia
vivida se distingue de la historia escrita: tiene todo lo necesario para constituir un
marco vivo y natural en el que un pensamiento puede apoyarse para conservar y
encontrar la imagen de su pasado.
La memoria es sin duda la materia prima de la historia. Quizá porque su
actividad es por lo general inconsciente, se halla expuesta a la manipulación de los
tiempos y las sociedades que a la propia disciplina de la historia. En la oposición
pasado-presente es esencial el consentimiento memorial. Es la vivencia de la que nos
habla Heidegger; el yo empírico al que deviene la vivencia que se presenta como un
discurrir de acontecimientos sin ser entendida como la sustancia de la Historia, es un
sentido más de un absoluto espacio tiempo que corre dentro y fuera de nosotros.
La memoria atrapa la singularidad de la experiencia vivida en un hecho
ocurrido en el pasado y la historia inscribe esa singularidad en un proceso histórico
global para intentar esclarecer sus causas, sus consecuencias y explicar la dinámica
del cambio ocurrido con el paso del tiempo. La historia y la memoria mantienen una
relación suplementaria de mutua interacción cuestionadora que nunca alcanza una
clausura definitiva. Esta relación está dada porque La historia puede no capturar
nunca algunos elementos de la memoria: el sentimiento de una experiencia, la
intensidad de la alegría o del sufrimiento, la cualidad de lo que sucede. Pero la historia
contiene elementos que no se agotan con la memoria, como los factores demográficos,
ecológicos y económicos. La historia pone a prueba la memoria e idealmente lleva al
surgimiento de una memoria más exacta y una evaluación más clara de lo que es o no
fáctico en la rememoración.
La relación entre historia y memoria es compleja, no son idénticas, ni tampoco
opuestas, mantienen una relación de necesidad y complementariedad en la que
ninguna puede prescindir de la otra, más aun si se tratan temas vinculados con el
pasado reciente que todavía no ha sido cerrado. Ricoeur en lugar de oponer a la
memoria a la historia se esfuerza por explicar la naturaleza de una y otra y por
comprender sus modos de relación. Lo que distingue a la memoria, dice, es su
pretensión de ser fiel al pasado. Nuestra referencia al pasado es la memoria misma.
“No tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo tuvo lugar, sucedió,
ocurrió antes de que declaráramos que nos acordamos de ello”. El testimonio de la
memoria es el acto fundador del discurso histórico.
A manera de conclusión: ¿Cómo podemos resolver la cuestión de la conciencia
histórica?
"La aparición de una toma de conciencia histórica es probablemente la más importante de
las revoluciones que hemos sufrido tras el advenimiento de la época moderna". Esta
afirmación de H. G. Gadamer (Le probléme de la conscience historique) puede mejor que
cualquier otra introducirnos en la problemática y hacernos comprender el alcance que tiene
en el horizonte del pensamiento contemporáneo.
Es distinta la concepción agustiniana, quizá la primera gran intuición en la historia
del pensamiento que ve en el tiempo una provocación que impone la attentio animi. El
espíritu del hombre está tenso continuamente en un triple movimiento: la memoria, el
contuitus y la expectatio, lo cual permite la clasificación del tiempo en pasado, presente y
futuro.
Es reconocerse abismado en los límites del tiempo y sentirse a la vez capaz de poderlo
trascender. En esta interpretación se tiene conciencia histórica, porque se está en presencia
de una relación reflexiva que el sujeto dice a sí; es la modalidad de conocimiento de sí mismo
como ser inserto, pero al mismo tiempo como alguien que se proyecta a sí mismo.
La conciencia histórica toma al pasado como experiencia y permite entender el
sentido del cambio temporal y las perspectivas futuras hacia las que se orienta el cambio
(Rusen, 1992). En este sentido se puede entender a la historia como un nexo entre el pasado,
el presente y el futuro. Una interpretación del pasado, realizada desde el presente, con los
valores que lo caracterizan, que orienta la acción hacia el futuro, a partir de una concepción
del cambio temporal dada por la relación entre los tiempos.
De acuerdo a lo anterior, en Rusen se ve que “la conciencia histórica tiene una función
práctica, confiere a la realidad, una dirección temporal, una orientación que puede guiar la
acción intencionalmente, a través de la mediación de la memoria histórica”.
No se puede confundir a la conciencia histórica con la memoria, esta es algo natural y
permanente en el ser humano, en cambio la conciencia histórica es el producto de una
elaboración, de una construcción social que recibe la influencia de situaciones e ideas del
pasado que se mantienen vigentes en el presente. No es la simple memorización sino el
producto de la interpretación de las experiencias a través del tiempo, que se expresa
mediante narraciones estructuradas que permiten expresar la evolución temporal de los
hombres en el mundo.
Una de las funciones principales de la conciencia histórica es operar como una
estrategia para adquirir e interpretar la experiencia histórica, para orientar la acción en el
presente y para construir la propia identidad. Esta se relaciona con la pertenencia a un
tiempo social y cultural que se extiende en el tiempo por varias generaciones.
La conciencia histórica posee una competencia narrativa que es la capacidad de
construir sentido histórico con el que organizar temporalmente el ámbito cultural, orientar
la vida práctica y elaborar interpretaciones del mundo y de sí mismo. Gadamer señala que
la práctica del interpretar tiene su punto de reflexión en los textos, pero no se agota en ellos;
por ello la universalidad del problema hermenéutico va con sus preguntas por detrás de
todas las formas de interés por la historia, ya que se ocupa de lo que en cada caso subyace a
la “pregunta histórica”. Y en este sentido es en que deviene la preocupación de un saber
histórico.
Así pues, la conciencia histórica invita a tomar en seria consideración nuestra
inserción constante en la historia, hasta tal punto que no podemos comprendernos sin
cualificarnos como "personas históricas" : Por tanto, estamos en el horizonte de poder tener
claro el presente y proyectarlo en el futuro, porque tenemos conciencia de un pasado del
que nos hacemos cargo, asumiendo de él la verdad que representó y que permanece
inevitablemente tal incluso para la acción presente, junto con los límites y las contingencias
en que se reveló aquella verdad.

Bibliografía.
COLLINGWOOD, R.G, la idea de la Historia, 1996, México, Fondo de Cultura Económica.
GADAMER, Hans-Georg, el problema de la conciencia histórica, 2000, Madrid, Tecnos.
KOSELLECK, Reinhart y Hans-Georg Gadamer, Historia y hermenéutica, 1977, Barcelona,
Paidós.
Reyes Mate, Filosofía de la Historia, 1993, Madrid, Editorial Trotta.
Ricoeur, Paul, La lectura del tiempo pasado, memoria y olvido, 1999 Madrid. Universidad
Autónoma de Madrid.
Rusen, Jorn, El desarrollo de la competencia narrativa en el aprendizaje histórico, 1992,En
Revista Propuesta Educativa. N° 7. Buenos Aires.
Whitrow, G. J., El tiempo y la Historia, 1990, Barcelona, Editorial Crítica.
file:///E:/17_H_FilHist.pdf

file:///E:/casa_del_tiempo_num98_74_80.pdf

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