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Taller: Espiritualidad del Catequista de la Iniciación Cristiana

P. Martín Cipriano SDB

LA INICIACIÓN CRISTIANA EN EL PROCESO EVANGELIZADOR

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Premisa: Cristiano no se nace, se llega a ser

Las modalidades de la incorporación a la Iglesia a través de los siglos resultan muy


diferentes: “Cristianos no se nace, se deviene” decía Tertuliano al inicio del II siglo;
“No se puede no ser cristiano” era el presupuesto cultural desde Constantino hasta
el Medioevo; “Cristiano se nace: se necesita saber bien aquello en que se cree y
ponerlo en práctica” era el fundamento en la época de los catecismos. Hoy,
probablemente, el modelo de usar es el del “laboratorio de la fe”, donde se ayude al
creyente a través de la catequesis a llegar a ser
cristiano.

El Concilio Vaticano II fue el encargado de


difundir el término «iniciación cristiana»,
inmediatamente después del redescubrimiento
del valor educativo del catecumenado
antiguo.1 Sin embargo, en mucha literatura
catequística y litúrgica postconciliar, la
Iniciación Cristiana (IC) significará todavía, de
vez en cuando, o la primera educación
religiosa, o la preparación a la Primera
Comunión, o, al máximo, los sacramentos
dichos de la “iniciación”.

1
Cf. Pierpaolo CASPANI, Il ripristino del catecumenato nei documenti del Vaticano II, en “La Scuola Cattolica” 133
(2005) 4, 589-630.
1. La evangelización se identifica con la misión de la Iglesia (cf. EN)

+ L’Evangelii nuntiandi define la evangelización como:

«un proceso complejo, con


elementos variados: renovación
de la humanidad, testimonio,
anuncio explícito, adhesión del
corazón, entrada en la
comunidad, acogida de los signos,
iniciativas de apostolado» (EN, 24)

La visión de la evangelización que


emerge es global: cada acción
eclesial puede, es más debe recaer en su ámbito. El texto, consciente de la amplitud
de significado introducido, así se expresa:

«Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son


complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de
ellos integrado con los otros. El mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos
invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos
entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la
Iglesia» (EN, 24)

+ La perspectiva de EN viene retomada por el Directorio General para la Catequesis,


el cual afirma que «hemos de concebir la evangelización como el proceso, por el que
la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo»
(DGC, 48). Y precisa:

[…] Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer


discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único
Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización. Algunos de estos
elementos revisten una importancia tan grande que, a veces, se tiende a
identificarlos con la acción evangelizadora. Sin embargo, « ninguna definición parcial
y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la
evangelización ». Se corre el riesgo de empobrecerla e, incluso, de mutilarla. Al
contrario, ella debe desplegar « toda su integridad » e incorporar sus intrínsecas
bipolaridades: testimonio y anuncio, palabra y sacramento, cambio interior y
transformación social. Los agentes de la evangelización han de saber operar con una
« visión global » de la misma e identificarla con el conjunto de la misión de la Iglesia.
(DGC, 46).
2. La iniciación cristiana: “momento” del proceso evangelizador

El empeño evangelizador se realiza concretamente en algunos “momentos” que


marcan el dinamismo de su actividad, que el DGC llama «proceso evangelizador»:

«El proceso evangelizador, por consiguiente, está estructurado en etapas o «


momentos esenciales »: la acción misionera para los no creyentes y para los que
viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan
por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y
la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad
cristiana». (DGC, 49).

El ministerio de la Palabra constituye un elemento fundamental de la evangelización


(DGC, 50), al interno se realizan diversas funciones; entre estas se distinguen la
llamada a la fe y a la conversión, la iniciación, la educación permanente de la fe o
catequesis permanente, a las cuales se agregan las funciones litúrgicas y teológicas
(DGC, 51).

Tratemos ahora de zambullirnos un poco más a fin de clarificar un poco más la


Iniciación Cristiana en el contexto evangelizador de la Iglesia.

Por IC se entiende la transformación radical del creyente por la participación al


misterio pascual de Cristo, realizada con la mediación de la Palabra que lleva a la fe y
mediante los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y la Eucaristía, con la
consiguiente plena incorporación a la Iglesia y el inicio de una nueva existencia (un
nuevo estilo de vida). Asimismo, el proceso de formación amplio en el tiempo y bien
articulado, indispensable para que pueda participar libremente y responsablemente
a la fe y a la vida cristiana.

Al interno del proceso evangelizador, distinguiéndose de otras formas de catequesis,


la IC constituye propiamente «el proceso global a través del cual se deviene
cristiano: concierne por tanto los procesos de formación cristiana – integrados por
los sacramentos de la iniciación cristiana – que son necesarios e indispensables para
que se pueda participar con suficiente consciencia a la vida cristiana. Comprende
por tanto: una suficiente evangelización, la opción personalizada por Cristo
(conversión), la capacidad de participar a las principales expresiones de la vida
cristiana, la inserción sacramental».2

2
Joseph GEVAERT, Per un approccio corretto al tema “Diventare cristiani oggi”. Quadro dei problema e chiarificazione
terminologica, en “Catechesi” 51 (1982) 15, p. 12.
Su tarea es poner las bases de la vida cristiana: la catequesis iniciática, de hecho, se
configura como «una formación de base, esencial, centrada sobre aquello que
constituye el núcleo de la experiencia cristiana, sobre las certezas más
fundamentales de la fe y sobre los valores evangélicos más basiliares» (DGC, 67); a
la catequesis permanente competerá después la estructuración y la plena
maduración de la personalidad cristiana.

A partir de la conciencia recobrada de la identidad evangelizadora de la Iglesia, más


aún a partir de la Evangelii gaudium, un cambio de perspectiva radical es dado por la
opción de muchos episcopados de inspirar también la IC con los menores al
catecumenado bautismal, así como está propuesto por los documentos
magisteriales (Cf. Ordo Initationis Christianae Adultorum, cap. V).

Abandonando el paradigma “escolástico” que la ha caracterizado hasta hoy en día,


la IC de inspiración catecumenal abraza cuatro aspectos estrechamente
relacionados entre ellos y a la vez interdependientes: a) el primer anuncio de Cristo,
muerto y resucitado, que suscita
la conversión y la fe y la adhesión
a Él; b) la catequesis propiamente
dicha que presenta el mensaje en
modo orgánico y favorece el
cambio de vida y de
“mentalidad”; c) la experiencia
litúrgico-sacramental, con la
inserción en el misterio Cristo y la
Iglesia; d) el empeño por el
testimonio y del servicio, a través
de la integración plena en la vida
y la misión de la comunidad.

Como se puede ver, la IC de las


nuevas generaciones es un
empeño complejo y gravoso que
tiene como responsable a toda la
comunidad cristiana. Es menester
de la familia y también de la
comunidad formar, sostener y
garantizar adecuados procesos de
educación en la fe.

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