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V I . L A V E R D A D C I E N T Í F I C A .

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ACTUALMENTE, el prestigio de la ciencia como garantía de la verdad en lo que


se dice es muy grande. Los agentes de publicidad lo reconocen y explotan con
frecuencia, señalando que las bondades del producto X han sido
"científicamente comprobadas" o que la superioridad del producto Y está
"demostrada científicamente".

A las proposiciones así calificadas, el carácter científico les confiere una doble
virtud: no sólo son verdadera sino que además lo son de manera permanente
e irrefutable. En la misma tesitura, se acepta que la ciencia no admite titubeos
o incertidumbres: lo que ya ha sido demostrado científicamente como
verdadero es clara y completamente cierto, mientras que lo que aún no ha
recibido tal carácter permanece en la profunda oscuridad de lo desconocido.
Por lo tanto, puede decirse que, en la opinión del público en general, las
verdades científicas son ciertas, permanentes y completas.

En cambio, en los medios formados por profesionales de la ciencia, los


investigadores aceptamos que la verdad científica es solamente probable,
transitoria e incompleta. Mi objetivo en estas líneas es examinar las causas de
estas diferencias conceptuales y sus posibles significados.

Que las verdades científicas son ciertas se demuestra con facilidad, pues es
posible confirmar que las predicciones hechas a partir de ellas se cumplen.
Recordemos que Herón, rey de Siracusa, había ordenado la construcción de
una corona de oro y había entregado el precioso metal al joyero del palacio,
pero cuando recibió la corona el rey sospechó que quizá el artífice lo había
engañado, diluyendo el oro en otro metal, y le pidió a Arquímedes que lo
demostrara. El sabio encontró la solución al problema en el sitio y en el
momento en que menos lo esperaba: cuando se sumergía en una tina de baño
y reconoció que perdía peso en la misma proporción en que desplazaba agua
de la tina. En otras palabras, descubrió un método para medir la densidad de
un objeto sólido de forma irregular; como la densidad depende del material
con que está hecho el objeto, resulta también una forma de determinar la
pureza del mencionado material. Aplicando su método a la corona del rey
Herón, Arquímedes demostró que tenía menos oro del que había recibido el
joyero real. La predicción (que no es otra cosa que una instancia particular de
la verdad científica) se cumple y confirma el carácter verdadero del postulado
científico.

La permanencia de la verdad científica es otro aspecto en el que difieren la


opinión popular y el concepto profesional. El público en general tiene una
posición ambivalente al respecto: por un lado, quiere pensar que "ahí afuera"
existe una especie de montaña formada por un material purísimo llamado
Verdad y que los científicos somos como picapedreros que con más o menos
esfuerzo logramos obtener fragmentos de distintos tamaños de este material,
que conservará su valor y su pureza para siempre; por otro lado, se da cuenta
que, a través de la historia, algunas verdades científicas han cedido su lugar a
otras, frecuentemente parecidas pero ocasionalmente tan distintas que se diría
que son opuestas (no hace demasiados años se aceptaba que las células
diploides normales de la especie Homo sapiens tenían 48 cromosomas; en
1956 se demostró, no sin cierto bochorno internacional, que en realidad sólo
poseemos 46 cromosomas). Para estos casos, que no son pocos, el público en
general ha adoptado el concepto del "progreso", o sea que las verdades
científicas pueden pasar de menos a más desarrolladas, siendo al mismo
tiempo todas ellas ciertas.

En cambio, cualquier miembro activo de la comunidad científica que sostuviera


la permanencia de la verdad en la ciencia tendría como recepción inicial una
sonora y unánime carcajada, seguida (si su postura es persistente) por su
marginación completa. Los profesionales de la ciencia sabemos que una de las
propiedades esenciales de nuestros postulados es su transitoriedad, que los
resultados de nuestro trabajo se parecen mucho más a una escalera infinita
que a las tablas de Moisés, que cuando postulamos una nueva hipótesis para
explicar un grupo de fenómenos lo hacemos con la convicción de que
probablemente es mejor que la vigente (que puede o no ser propia) pero que
con seguridad, en última instancia, también está equivocada.

La razón de esta postura aparentemente irracional es que el conocimiento que


tenemos de la naturaleza es incompleto; lo que sabemos no es perfecto pero
es perfectible, no de un golpe sino poco a poco, con mucho trabajo y cayendo
una y otra vez en falsas ideas de haber agotado la cuestión, de haberla
comprendido en su totalidad. La verdad en la ciencia no sólo no es absoluta,
sino que tampoco es (ni puede ser) permanente.

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