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A las proposiciones así calificadas, el carácter científico les confiere una doble
virtud: no sólo son verdadera sino que además lo son de manera permanente
e irrefutable. En la misma tesitura, se acepta que la ciencia no admite titubeos
o incertidumbres: lo que ya ha sido demostrado científicamente como
verdadero es clara y completamente cierto, mientras que lo que aún no ha
recibido tal carácter permanece en la profunda oscuridad de lo desconocido.
Por lo tanto, puede decirse que, en la opinión del público en general, las
verdades científicas son ciertas, permanentes y completas.
Que las verdades científicas son ciertas se demuestra con facilidad, pues es
posible confirmar que las predicciones hechas a partir de ellas se cumplen.
Recordemos que Herón, rey de Siracusa, había ordenado la construcción de
una corona de oro y había entregado el precioso metal al joyero del palacio,
pero cuando recibió la corona el rey sospechó que quizá el artífice lo había
engañado, diluyendo el oro en otro metal, y le pidió a Arquímedes que lo
demostrara. El sabio encontró la solución al problema en el sitio y en el
momento en que menos lo esperaba: cuando se sumergía en una tina de baño
y reconoció que perdía peso en la misma proporción en que desplazaba agua
de la tina. En otras palabras, descubrió un método para medir la densidad de
un objeto sólido de forma irregular; como la densidad depende del material
con que está hecho el objeto, resulta también una forma de determinar la
pureza del mencionado material. Aplicando su método a la corona del rey
Herón, Arquímedes demostró que tenía menos oro del que había recibido el
joyero real. La predicción (que no es otra cosa que una instancia particular de
la verdad científica) se cumple y confirma el carácter verdadero del postulado
científico.