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MÉXICO 2003

Primera edición, abril del año 2003


1a. reimpresión, mayo del año 2003
©2003
Por características tipográficas y de edición
MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, librero-editor

Dereclios reservados conforme a la ley


ISBN 970-701-340-0

IMPRESO EN MÉXICO PRINTED IN MÉXICO

Amargura 4, San Ángel, Alvaro Obregón, 01000 México, D.F.


A doña Carmelita, mi señora madre,
que está muy cerca de Dios
y vive en lo más intimo de mi ser.
Epígrafe

Un peregrino más, que después de haber recibido el


nombramiento de Abad de Guadalupe, enviado por
Su Santidad el Papa Juan XXIII, se acercó a orar
ante la veneradísima imagen de Nuestra Señora,
y fue atrapado entre sus redes milagrosas.
Convivió con Ella durante más de treinta y tres
años, del 17 de mayo de 1963, hasta despedirse
de Ella y de su Santuario el 31 de octubre de 1996.

MONSEÑOR GUILLERMO SCHULENBURG PRADO


Datos biográficos de Monseñor
Guillermo Schulenburg Prado

Nació en la ciudad de México el 12 de junio de 1916.


Sus padres fueron el ingeniero de minas, don Mateo von der Schulenburg,
de nacionalidad alemana, y su madre la señora doña Carmen Prado de
von der Schulenburg.
Entró al Seminario Conciliar de México el 20 de enero de 1930 en donde
estudió humanidades y filosofía.
Fue enviado a Roma al Colegio Pío Latinoamericano, haciendo la licen-
ciatura de teología y bachillerato del derecho canónico en la Universidad
Gregoriana.
Regresó a México durante la Segunda Guerra Mundial, dando clases
en el Seminario Conciliar de la Arquidiócesis de México tanto de latín, como
de griego, y posteriormente de filosofía, de derecho público eclesiástico
y de ascética.
Fue vicerrector y rector del mismo Seminario Conciliar de la Arquidió-
cesis de México.
En la última etapa de su rectoría fungió como presidente de la Organi-
zación de Seminarios de América Latina (OSLAM).
En el mes de mayo de 1963 recibió de Su Santidad el Papa Juan XXin,
el nombramiento de Abad Secular de la Insigne y Nacional Colegiata de
Santa María de Guadalupe, cuyo cargo ejerció durante más de 33 años,
renunciando a dicha función el 6 de septiembre de 1996.
Actualmente siendo Abad Emérito de la misma Basílica y Protonotario
Apostólico a.i.p., además de atender a múltiples consultas en el ejercicio de
su ministerio sacerdotal, se dedica a los estudios que son de su preferencia.

9
No enumeramos las múltiples obras que dejó, tanto en el Seminario
Conciliar de la Arquidiócesis de México, como muy particularmente en la
Basílica de Guadalupe y en algunos otros lugares dentro y fuera del país,
relacionados con la devoción guadalupana, verbigracia la capilla de Nuestra
Señora de Guadalupe en la Basílica de San Pedro de Roma.

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Monseñor Guillermo Schulenburg Prado
Sala de Cabildos-Basílica de Guadalupe.
Óleo sobre fibracel del Arquitecto Pedro Medina Guzmán.

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Contenido

Datos biográficos de Monseñor Guillermo Schulenburg Prado 9

Presentación 17

Introducción 25

Capítulo I 41
Nuestro incesante peregrinar al Guadalupe mexicano
Capítulo II 57
Qué acontece dentro del Santuario
en este peregrinar de nuestro pueblo
Capítulo III 69
Construcción de la nueva Basílica
de Nuestra Señora de Guadalupe
Capítulo IV 107
Mi contacto permanente con el pueblo de México
y con personas e instituciones de diferentes países del mundo
Capítulo V 117
Dedicación de la nueva Basílica
Capítulo VI 125
Traslado de la Imagen y solemne celebración de la Eucaristía

13
Capítulo VII 133
Mi renuncia a la Abadía de Guadalupe
Capítulo VIII 141
Algunos de los recuerdos que vienen
a mi memoria cuando transito por el interior
de nuestro Santuario
Capítulo IX 155
Museo guadalupano
Capítulo X 161
Cuidado de nuestra imagen original
de Santa María de Guadalupe
Capítulo XI 173
"Baluartes de México". Historia de cuatro
famosas imágenes de nuestra ciudad capital
Capítulo XII 179
Biblioteca Lorenzo Boturini Benaducci
Capítulo XIII 185
"La fiesta de Guadalupe", artículo
de don Ignacio Manuel Altamirano (1884)
Capítulo XIV 193
El texto íntegro de mis informes anuales ilumina
el conocimiento del ser y del quehacer
de nuestro Santuario Nacional
Capítulo XV 203
Exposición sobre Santa María de Guadalupe
en el arte y Congreso Mariológico con motivo
del 450 aniversario de la presencia de María en el Tepeyac

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Capítulo XVI 207
Relaciones de la Iglesia en México
con el Estado Mexicano
Capítulo XVII 231
Algunas precisiones acerca de la erección
de la Colegiata de Guadalupe y de su gran
importancia en la vida política y religiosa del país
Capítulo XVIII 235
Mi contacto cercano con las más
altas autoridades civiles y religiosas
Capítulo XIX 247
¿En qué consiste la libertad religiosa
de acuerdo con los documentos de la Iglesia Católica?
Capítulo XX 251
Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe
en la Basílica de San Pedro, en Roma
Capítulo XXI 263
Mi humilde contribución a la difusión de la Imagen
y del mensaje de Guadalupe en diversas partes del mundo
Capítulo XXII 269
Memoria de algunos ilustres visitantes a
los cuales recibí en la colina del Tepeyac
Capítulo XXIII 281
Discurso parabólico de Nuestro Señor Jesucristo
expuesto en el capítulo XIII del Evangelio de San Mateo
Capítulo XXIV 283
El Acontecimiento Guadalupano en México

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Epílogo 295

Apéndice núm. 1
Sobre el descenso, traslación y ascenso
de la Imagen guadalupana 299

Apéndice núm. 2
Órgano monumental de la Basílica
de Santa María de Guadalupe 303

Apéndice núm, 3
Relación de obras que ingresaron
al acervo artístico del Museo de la Basílica
de Guadalupe, 1971-1996 307

Apéndice núm. 4
Revista Ixtus Espíritu y Cultura, año 3, no. 15,
Cuernavaca, Morelos, Invierno de 1995
El milagro de Guadalupe.
Entrevista con Guillermo Schulenburg 331

Apéndice núm. 5
Glosario religioso-eclesiástico 343

Índice Onomástico 353

Índice de Fotografías y Documentos 361

ÍNDICE 365

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Presentación

Con gusto he aceptado la invitación de Mons. Guillermo Schulenburg Prado


para presentar sus "Memorias" a todos aquellos -que son muchos- que
tienen interés en leerlas y en conocer esa interesante etapa de su vida,
cuyo principal acontecimiento es la construcción de la nueva Basílica de
nuestra Señora de Guadalupe; tanto más que, dado que fui nombrado Canó-
nigo de la Basílica en mayo de 1978, fungiendo primero como Peniten-
ciario y después como Arcipreste, colaboré íntimamente con él, puedo dar
fe -y la doy- de los acontecimientos y actividades de esos diez y ocho
años.
De entrada quiero decir que, quienquiera que conozca personalmente
a Mons. Schulenburg y lo haya tratado, al leer sus Memorias, tendrá la
impresión de estarlo escuchando en su conversación sencilla, amena, ecuá-
nime, fina, pero a la vez sabia y llena de enseñanzas. Citando la referen-
cia evangélica que Monseñor mismo nos hace en el capítulo XXIII de sus
Memorias al hablarnos del discurso parabólico de Cristo es -a decir del
Señor Jesús- "como el escriba docto en el Reino de los Cielos, semejante
a un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas".1 Esto
explica en parte el desorden dentro del orden de su exposición. Efectiva-
mente, las Memorias de Monseñor no son un tratado histórico sistemáti-
co de su vida. Son, a mi modo de ver, una charla amena hecha con auten-
ticidad, que revela más claramente su vida interior
1
Mt. c. 13,52.

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A lo largo de los veinticuatro capítulos en que divide sus Memorias,
al ir narrando los hechos respectivos, va ilustrando al lector con aquellos
elementos doctrinales e históricos que son necesarios o útiles para enten-
der perfectamente su importancia y trascendencia, y al mismo tiempo hacen
ver el valor de su personalidad y de sus relaciones públicas que hicieron
que lograra con éxito los diversos objetivos que se propuso, en especial
-repito- lo que a mi parecer constituye el centro de estas Memorias: la
construcción de la nueva Basílica.
Después de la Introducción, en la que narra su nombramiento y toma
de posesión como Abad de la Basílica en 1963, pasa a describir, en el
capítulo I, lo que es la Basílica y su importancia como meta de las pere-
grinaciones de los mexicanos y de los demás devotos que concurren a
venerar la imagen de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac. Para esto nos
explica qué es "peregrinar" y qué sentido tienen las imágenes y su vene-
ración para el ser humano, para después concretizar esa veneración y ese
peregrinaje en la imagen de la Guadalupe mexicana en su Santuario na-
cional. Así el lector ya tiene más esclarecida la idea de la importancia de
la Basílica como Santuario, meta de las peregrinaciones de millares de fieles
que vienen a venerar a la Virgen que es su Reina y Madre, forjadora de
su identidad nacional.
Continúa en el capítulo II diciéndonos en qué consiste una peregrina-
ción a la Basílica y cómo se verifica, es decir, qué es lo que busca el pere-
grino, cuáles son sus demandas, y qué es lo que recibe o puede obtener
en su peregrinación. Con esto nos introduce al tema principal de sus Memo-
rias: la necesidad, el proyecto y la ejecución de la construcción de una nueva
Basílica. Porque, dada la afluencia cada vez mayor de peregrinos y la
situación precaria del antiguo Santuario, que amenazaba ruina, era ya
imposible saüsfacer en él las necesidades pastorales de los peregrinos.
El capítulo III está salpicado de anécdotas al ir describiendo los pasos
necesarios que tuvo que dar para concebir y madurar el proyecto de la
construcción, y después cómo se fue realizando dicho proyecto. Aquí es
donde el lector atento y benevolente no puede menos que admirar lo gigan-
tesco de la empresa y las cualidades requeridas en el que la emprende:
no se trataba nada más de la construcción de otra capillita, sino del San-

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tuario más importante del Continente Americano, que guarda el tesoro más
preciado del pueblo mexicano: la imagen de la Guadalupana, su Reina y
Madre. Había que entrevistar y negociar con Presidentes de la República
y con Regentes de la ciudad para las necesarias licencias; con la Banca,
con los principales funcionarios de la iniciativa privada y con todo el
pueblo para recabar los medios. Había que constituir el Comité pro Cons-
trucción y el equipo de arquitectos, elegir la Compañía constructora, y tra-
bajar constantemente con dichos equipos, para definir el proyecto y des-
pués para ejecutarlo. Mons. nos va narrando los pasos que tuvo que dar
para ello.
El capítulo IV es un paréntesis, muy valioso, entre el proyecto de cons-
trucción y la dedicación de la Basílica ya construida, que se narra en los
capítulos V y VI. Ese paréntesis es una confesión sencilla y sincera de todo
lo que su presencia y su actividad en la Basílica, a lo largo de treinta y
tres años, le sirvió para madurar como persona.
Antes de narrarnos los "recuerdos que vienen a mi memoria" acerca
de todas las diversas gestiones que realizó durante esos treinta y tres
años, recuerdos que van del capítulo VIII hasta el XV, acomete con sobrie-
dad y prudente reserva (dejando en el tintero muchas cosas, que serían
materia de otras memorias más bien "confidenciales") el tema de su re-
nuncia como Abad, y de la abrogación de los Estatutos de la Colegiata y
del Cabildo, que estuvieron vigentes desde 1750, abrogación que tuvo lugar
en la Congregación para el Clero (en la Sede Apostólica) a instancias del
actual Arzobispo de México, y cuyo texto está redactado en un Breve Apos-
tólico que contra toda costumbre está firmado personalmente por el Papa
(cap. VII). Quisiera decir solamente, en cuanto a la renuncia, que ésta fue
una sorpresa que en muchos de nosotros, Cabildo, Clero y empleados de
la Basílica, causó consternación. Y al entregar Monseñor la administración
de la Basílica a la nueva autoridad (interina), no fue como muchos otros
que, cuando son trasladados o removidos del oficio, lo dejan en cero o con
números rojos y con deudas. Monseñor liquidando a más de trescientos
proveedores, dejó saldadas todas las deudas de construcción, que costó
más de seiscientos millones de pesos, y además le dejó a la Basílica un
substancioso patrimonio tanto en dólares como en moneda nacional.

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Las dependencias o áreas de que se trata en los capítulos siguientes,
y que se encuentran en el Recinto del Tepeyac, son, entre otras, el Museo
Guadalupano, el nuevo Bautisterio, las criptas, el órgano, la Biblioteca
"Lorenzo Boturini", el nuevo carrillón, etcétera.
Entre las diversas actividades que desempeñó como Abad, algunas
de las cuales tuvieron una proyección nacional e incluso internacional, está
el Congreso Mariológico-Mariano que organizó como Presidente ejecutivo,
con ocasión del 450 Aniversario de la tradición piadosa de las Aparicio-
nes de Nuestra Señora en el Tepeyac; el cuidado de la imagen original de
Santa María de Guadalupe (cap. X); su contribución, oculta pero eficaz, al
mejoramiento de las relaciones con las autoridades civiles (caps. XVI y XVII).
En el cap. XIX aprovecha Monseñor para ilustrar al lector sobre la autén-
tica libertad religiosa.
Entre las actividades de proyección internacional que como Abad desem-
peñó, está la construcción e inauguración de la capilla de Nuestra Señora
de Guadalupe en la cripta de la Basílica de San Pedro en Roma. Para eso
fue nombrado Presidente ejecutivo del Comité pro Construcción. De ello
trata el cap. XX, y en el siguiente continúa hablando de otras intervencio-
nes en diversas partes del mundo, así como de su trato con los diversos
visitantes ilustres del extranjero.
Finalmente Monseñor termina sus Memorias exponiendo respetuosa-
mente, con ecuanimidad, pero con verdad, su punto de vista sobre el
llamado 'Acontecimiento Guadalupano".
No se le escapará al lector atento y observador el amor y la nostalgia
con la que están escritas estas Memorias, ya que se trata de una parte
importante de su vida, en la que le dedicó al ser y quehacer de este máxi-
mo Santuario todo su esfuerzo y energía, poniendo en juego todas las cua-
lidades de que el Señor lo dotó. Ese amor se trasluce en la expresión que
-consciente o inconscientemente- usa con mucha frecuencia a lo largo de
su escrito: el adjetivo posesivo "nuestro": nuestro Santuario, nuestro Museo,
nuestra pequeña capilla, nuestra Basílica, nuestra Insigne Colegiata de
Guadalupe, nuestro gran carrillón, etcétera. Esto quiere decir que, aunque
ya hayan pasado varios años, toma muy en serio su calidad de 'Abad
Emérito de Guadalupe", y sigue considerando como "suyo" (claro que, en

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un sentido amplio, cualquiera de nosotros, y todo mexicano, puede decir lo
mismo) todo aquello en lo que trabajó durante treinta y tres años, dejan-
do allí buena parte de su vida. Quienes lo seguimos tratando de cerca en
la actualidad, podemos dar fe de su constante preocupación por todo lo
que acontece en esa "nuestra" Insigne y Nacional Basílica de Santa María
de Guadalupe.
Al terminar de leer estas Memorias, uno se pregunta, sin encontrar
explicación racional, cómo es posible que algunas personas sigan tenien-
do un concepto tan equivocado y negativo de Monseñor Schulenburg, y
se haya tratado de borrar del sagrado Recinto del Tepeyac hasta el míni-
mo vestigio o recuerdo de su persona y de su gestión como Abad, pretex-
tando motivos fútiles y falsos, verbigracia el famoso "Odium plebis" (el
odio del pueblo).
No cabe duda de que es muy sabio -¿y cómo no?- el consejo que nos
da el Señor en el Evangelio, y del que Monseñor es consciente, ya que él
mismo lo expresa en estas sus Memorias: "Cuando hayan hecho todo lo
que se les había mandado digan: 'somos siervos inútiles, hicimos todo
lo que teníamos que hacer'" (Lc. 17, 10).
Su justa recompensa tendrá lugar en el cielo. Así lo pido: "Retribuere,
dignare, Domine, omnibus nobis bona facientibus vital etemam" (Dígnate,
Señor, recompensar con la vida eterna a quienes nos han hecho el bien).

PBRO. DR CARLOS WARNHOLTZ BUSTILLOS.


México, noviembre de 2002.

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Introducción

U n a mañana del mes de abril de 1963 me llamó por teléfono al Semina-


rio Conciliar de México, del cual era yo rector, el Eminientísimo señor Car-
denal don Miguel Darío Miranda y Gómez, diciéndome que con urgencia
me necesitaba ahí, en su casa. Le contesté: "Perdóneme Excelentísimo
señor, pero en estos momentos salía para el campo de golf", y me dijo:
"No importa, vente como estás y después de aquí te vas a jugar tu golf". De
inmediato tomé el automóvil y llegué hasta la casa del señor Miranda. Lo
vi bajar solemnemente las escaleras con un rollo en una mano y un buen
puro habano en la otra. "Siéntate", me indicó. Te voy a entregar algo que
te envía el Papa Juan XXIII.
Tomé el documento, lo abrí lentamente y leí la bula papal: "Juan Obispo
Siervo de los Siervos de Dios, a mi querido hijo Guillermo Schulenburg
Prado, Abad de la Iglesia Colegiata Secular de Santa María de Guadalupe,
ubicada en el lugar que el pueblo ordinariamente llama Villa de Guada-
lupe y que está dentro de la diócesis de México, salud y bendición apos-
tólica", etcétera. Como pueden leer en la traducción al castellano de la
bula papal, los que no entienden el latín, no se indica ningún límite de
tiempo en la duración de la dignidad abacial.
En el estilo propio de la Curia Romana, en latín, con bella caligrafía, con
profundo sabor arcaico y con el sello papal en el que se encuentran las
efigies de San Pedro y San Pablo con una cruz central, firmado por el Car-
denal "Datario" de la Santa Iglesia Romana, que en aquellos momentos era
Pablo Giobbe, se me nombraba Abad de Guadalupe y se le indicaba al arzo-
bispo de México me diera posesión, ya fuera por él mismo o por algún dele-

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gado suyo, de acuerdo con las normas del derecho canónico, habiendo
recibido antes de mi parte el acostumbrado juramento de observar los
estatutos y las legítimas costumbres de nuestra Iglesia Colegiata de Gua-
dalupe y además el juramento de fidelidad al Papa y a la Santa Iglesia
Romana.
Me parece interesante dar a conocer el texto íntegro del documento
pontificio, tanto en latín, tal como llegó de Roma, con su traducción cas-
tellana hecha por nosotros.

JUAN
OBISPO SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

a nuestro amado hijo GUILLERMO SCHULENBURG PRADO, Abad secular de la


iglesia colegiata de Santa María llamada "de Guadalupe", en la villa de
"Guadalupe", en la diócesis de MÉXICO, salud y bendición Apostólica.

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Dado que todas las Dignidades en las iglesias catedrales y colegiatas de cual-
quier manera y en cualquier tiempo vacantes, están reservadas y a nuestra
disposición para su colación; y dado que al presente está vacante la Abadía de
la iglesia Colegiata secular de Santa María Virgen llamada "de Guadalupe"
en la diócesis de México debido a la muerte de su último posesor Feliciano
Cortés, acaecida en el mes de diciembre del año pasado; deseando proceder
a la provisión de dicha Abadía, por nuestra autoridad Apostólica te la asig-
namos y conferimos, con sus derechos y frutos, a tí, presbítero domiciliario de
México, de cuarenta y siete años de edad, dotado de buenas costumbres, que
eres licenciado en sagrada teología y bachiller en Derecho Canónico, canóni-
go honorario de la santa iglesia Metropolitana de México, Defensor del
Vínculo en el Tribunal Eclesiástico, Rector del Seminario diocesano y reco-
mendado por Nuestro Venerable Hermano el Arzobispo de México.
Mandamos a Nuestro amado Ordinario de México que él, por sí o por su
delegado conforme a Derecho, una vez emitido el juramento tradicional de
observar los estatutos y las costumbres aprobadas de la susodicha iglesia,
así como el juramento de fidelidad a Nos y a la Iglesia Romana, a tenor de
la fórmula que enviamos junto con las presentes letras, con Nuestra autori-
dad, reprimiendo a quien lo contradiga, rechazando cualquier apelación al
respecto, y declarando nulo e inválido lo que se haya atentado en contrario,
te otorgue a ti o a tu procurador la posesión real de la susodicha Abadía y de
todos los derechos y pertenencias anexos a ella.
Sin que obste nada en contrario.
Dado en Roma, en San Pedro, en el año del Señor 1963, quinto de Nuestro
Pontificado, el día 16 de marzo.

Paulo Card. Giobbe


Datarlo de la Santa Iglesia Romana
Joseph Marini
ayudante "a studiis"

Al terminar la lectura de dicho documento pontificio, levanté los ojos y le


dije al Cardenal Miranda: "perdón señor cardenal, ¿podría yo renunciar
a este nombramiento?", y el me contestó, sorprendido, pero amable,
"¿acaso le vas a decir que no al Santo Padre?" No tuve otra cosa que
objetar y sencillamente le agradecí su intervención en esa designación
pontificia, y desde ese momento acepté la responsabilidad y el honor que

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implicaba para mí, y en beneficio del pueblo de México, profundamente
devoto de Santa María de Guadalupe, dicho nombramiento.
Me despedí del señor Miranda, guardé el documento en su estuche, lo
puse en mi bolsa de golf y me fui al campo a jugar con mis amigos. Quie-
ro decir que ese día, a pesar de las impresiones, jugué bastante bien y
posteriormente les platiqué lo que me acababa de acontecer. Me felicita-
ron, se los agradecí y allí comenzó una nueva etapa de mi vida sacerdotal,
que hasta ese momento, de acuerdo con la voluntad de mis superiores, había
estado consagrada, principalmente, a la formación de los sacerdotes en el
Seminario Conciliar de México.
Alguien podría preguntarme el porqué de mi resistencia. Tal vez era
el temor de enfrentarme a la compleja problemátíca de uno de los santua-
rios marianos más famosos y más concurridos del mundo cristiano. Pro-
blemátíca que sólo conocía de lejos. Por otra parte, le tenía un gran amor
al trabajo al cual estaba plenamente dedicado: la construcción y la reor-
ganización, tanto disciplinar como intelectual de los Seminarios Mayor y
Menor de la Arquidiócesis de México-, claro está, de acuerdo con las nece-
sidades propias de la época en la que me tocó ser Superior de dichos
planteles.
Además, tenía en perspectiva un viaje por los seminarios de Centro y
Sudamérica, invitado por los rectores de dichas instituciones eclesiásti-
cas. Un buen número de ellos, alrededor de 250, acababa de concurrir a
una reunión general realizada en nuestro Seminario Mayor de la Arquidió-
cesis, siendo yo el presidente de la Organización de Seminarios de Amé-
rica Latina (OSLAM), dependiente del Consejo Episcopal Latínoamericano
(CELAM), cuyo presidente era entonces, precisamente, el Cardenal Miranda.

Mi nombramiento como
Protonotario Apostólico

Tal vez sea oportuno que en este párrafo, en el cual hablo de mi amor y
entrega dedicada a la formación de los sacerdotes en el seminario de nues-
tra arquidiócesis, cuya añeja tradición hacía que se le reconociese como un
centro muy importante de formación sacerdotal, tanto intelectual como dis-

28
ciplinar, inserte el documento en el cual Su Santidad el Papa Pablo VI
me nombró Protonotario Apostólico ad instar participantium. En efecto,
en este documento papal se me dice que una de las principales preocupa-
ciones del oficio apostólico de Su Santidad es la que se refiere a la sana
educación que se ha de impartir a los futuros sacerdotes y a la recta doc-
trina que se les ha de transmitir. Me hace saber mi Supremo Pastor en la
Tierra, que ha recibido con gozo el que su venerable hermano en el episco-
pado, don Miguel Darío Miranda y Gómez, Arzobispo Primado de México,
le haya referido el esfuerzo y preocupación que he consagrado a la formación
de los futuros sacerdotes, como rector del seminario arquidiocesano. Por esta
razón, mi prelado le pidió con insistencia al Santo Padre, que me diera una
conspicua dignidad eclesiástica, pues hacía poco que su antecesor, el Papa
Juan XXIII, me había nombrado Abad de la Basílica de Nuestra Señora de
Guadalupe, en la ciudad de México.

29
Esta es la razón por la cual, después de haber mostrado mi nombra-
miento de Abad de Guadalupe, estoy dando a conocer, tanto en latín, como
en castellano, el texto íntegro de mi nombramiento como Protonotario
Apostólico.

Paulo PP. VI.


Amado hijo
Salud y Bendición Apostólica

Dado que entre las preocupaciones de mayor importancia de Nuestro Oficio


Apostólico está la que se refiere a la sana educación que se ha de impartir
a los futuros sacerdotes y la recta doctrina que se ha de transmitir en los
Seminarios, con no poco gozo de nuestro corazón paternal hemos recibido
lo que el Venerable Hermano Miguel Darío Miranda y Gómez, Arzobispo de
México, nos ha referido de ti; pues en verdad, de tal manera has dedicado
todo tu esfuerzo y toda tu preocupación, como Rector, al Seminario Arquidio-
cesano, que te has ganado la felicitación y los favores preclaros de todos. Y
puesto que el mismo Prelado Nos ha pedido con insistencia una conspicua
dignidad eclesiástica en tu favor, que hace poco has sido nombrado Abad de
la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la ciudad de México, de muy
buen grado hemos accedido a esas preces.
Por tanto, en virtud de estas Letras y con Nuestra autoridad, te elegimos, te
constituimos, te proclamamos,

Protonotario Apostólico equivalente a los participantes


(ad instar participantium)
Por eso, amado hijo, te concedemos todas las facultades, derechos, privile-
gios, honores e indultos de que gozan los demás eclesiásticos investidos de
esta dignidad, principalmente en virtud de la Constitución dada por Nues-
tro predecesor San Pío X acerca del Colegio de los Protonotarios, de fecha 21
de febrero del año de 1905, cuyo ejemplar impreso procuramos te sea trans-
mitido.
Ahora, al mismo tiempo que disponemos que se asiente oficialmente en las
Actas del Colegio de los Protonotarios Apostólicos la noticia de la dignidad
que te hemos conferido, mandamos que, antes de que disfrutes del beneficio
de dicha concesión, hagas la Profesión de Fe ante tu Ordinario, que en esta
ocasión hará las veces del Decano del mencionado Colegio, de acuerdo con las

30
verdades dogmáticas propuestas por la Sede Apostólica; que emitas el jura-
mento de fidelidad conforme al esquema impreso que ordenamos se te envíe,
que observes religiosamente todo lo demás que se prescribe en la referida
Constitución. Sin que obste nada en contrario.
Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 17 del mes
de julio del año de 1963, primero de Nuestro Pontificado.

H.J. Card. Cicognani


Encargado de los negocios públicos de la Iglesia
Al querido Hijo
Guillermo Schulenburg
Sacerdote

N o estoy e s c r i b i e n d o m i autobiografía

Me parece importante advertir que en este libro de ninguna manera trato


de escribir mi autobiografía, sino fundamentalmente narrar algunas de
las experiencias más importantes recibidas durante el tiempo que estuve
al frente (33 años) de la abadía secular de Santa María de Guadalupe. Sin
embargo, ello no quiere decir que no se vaya intercalando la memoria de
algunos acontecimientos, para mí interesantes, acaecidos en el transcurso
de mi vida sacerdotal.
Creo que, sentimentalmente, es bueno recordar en este lugar la charla
que tuve con mi santa madre, acerca del nombramiento que me había
llegado de Roma. Le dije, "mamá, debo comunicarte algo muy importan-
te. El Papa Juan XXIII se ha dignado nombrarme abad de la Basílica de
Guadalupe y tengo que dejar el seminario, al cual he dedicado tantos años
de mi existencia". Ella, con gran sinceridad y afecto, me miró a los ojos y
me contestó: "hijo, desde que eras muy pequeño, te llevé a La Villa, entré
al templo y te consagré a la Santísima Virgen María". Entonces yo, en
tono de broma, le respondí: "madre, me lo deberías de haber dicho, puesto
que ahora esta Señora del Cielo te ha tomado la palabra y me lleva a su
Santuario para que en él trabaje por su Hijo Divino y por Ella misma,
quien es la Madre Espiritual de todos nosotros, los mexicanos".

31
Ya que mencioné a doña Carmelita, mi señora madre, en homenaje a
su memoria, quiero dejar constancia, no llevado por mi amor filial, sino
como un reconocimiento a su personalidad, tal y como era ella. En efec-
to, la señora Prado de Schulenburg fue una mujer de gran rectitud, de
profunda piedad cristiana y de entrega total a la formación de los seis
hijos que el Señor le concedió. Viuda desde muy joven, a los 28 años de
edad, con extraordinaria fuerza de carácter, no tuvo otro pensamiento
que el de educarnos, mostrando así su espíritu de sacrificio y de amor,
amor que se manifestó en su entrega total.
Tal vez el ingeniero de minas don Mateo von der Schulenburg, que
había venido de Alemania antes de la Primera Guerra Mundial, contempla-
ba desde el cielo a este pequeño hogar formado por él, pues gracias a los
ruegos de doña Carmelita, aun cuando era luterano, por su origen religio-
so, sin embargo, llevaba en el interior de su saco una pequeña medalla
de Nuestra Señora de Guadalupe.
Don Mateo, gran conversador, viajaba con frecuencia a diversos mine-
rales de nuestra República Mexicana, ya que una de sus especialidades era
la investigación de las diferentes vetas metálicas, para descubrir en ellas
su verdadero valor. Recuerdo, cuando niño, los pequeños costales donde
traía los materiales que estaba estudiando. Esto le permitió hacer excur-
siones muy difíciles en aquella época, en la cual contrajo duras fiebres
palúdicas que finalmente se lo llevaron de este mundo.
Mi mamá se empeñó en acercar a su lecho de muerte a un sacerdote
jesuíta, cuyo nombre no recuerdo, pero que hablaba perfectamente el ale-
mán. Conversaron largamente, y como fruto de esta conversación, mi padre
decidió abrazar la fe católica. Me parece que no fue necesario administrar-
le el sacramento del bautismo, puesto que en el luteranismo se confiere
dicho sacramento a los adultos "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo"; siendo, por lo tanto, válido. Consecuentemente, cuando
una persona se convierte a la Iglesia Católica, en principio no se requiere
que sea rebautizada; sin embargo, cuando hay duda, se le bautiza bajo
condición: "Si no estás bautizado, yo te bautizo en el nombre del Padre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo."

32
Lo que sí recuerdo, puesto que mucho me impresionó, como niño que
era, fue ver al sacerdote ungir con el óleo de la salvación a don Mateo,
gravemente enfermo. Creo que estas pocas palabras bastan para hacer
mención de mi padre en estas mis memorias, sin tratar de narrar su pro-
pia historia que, sin duda, fue muy interesante.

Mi visita a la Basílica

Días después de la sencilla escena ocurrida entre mi madre y yo, me diri-


gí a la antigua Basílica de Guadalupe, como un peregrino más que se
acerca a orar ante esa veneradísima Imagen de Nuestra Señora, pero con
los ojos bien abiertos para interiorizarme de todo lo que era, hasta esos
momentos, el Santuario del Tepeyac.
Entré a los diversos lugares que me era posible acceder y cuando ter-
miné mi visita, me dije a mí mismo: cuántas cosas hay que hacer en este
recinto guadalupano y qué carga tan importante ha puesto el Señor
sobre mis hombros.
Sin duda, mucho se había hecho a través de los siglos en ese lugar
privilegiado; no obstante, el estado en que se encontraba a mi llegada este
centro religioso devocional mariano internacional, estaba requiriendo de
una reorganización total. La tarea era grande, porque exigía no sólo la
construcción de un nuevo templo, sino la restauración de los viejos edi-
ficios, comenzando desde luego por la antigua basílica y continuando con
sus anexos, es decir, la parroquia archipresbiteral, parte del antiguo
Convento de Capuchinas, la vieja parroquia llamada de Indios y la Capilla
del Pocito. Esta última de un valor artístico extraordinario, uno de los ejem-
plos más bellos del barroco mexicano. Además, la ampliación del atrio
denominado la Plaza de las Américas. Todo ello, repito, demandaba un
máximo esfuerzo por parte de todos nosotros los mexicanos, cuyos ojos
se vuelven desde siempre hacia la colina del Tepeyac.
Impresionado y conmovido por todo lo que vi y sentí, salí del ámbito
guadalupano y regresé al otro extremo de la ciudad, a la hermosa y en aquel
entonces pacífica Tlalpan, donde está el Seminario Conciliar de México,
a cuya construcción y renovación tanto material como espiritual había
dedicado buenos años de mi existencia sacerdotal.

33
Después de esa visita al Santuario y habiéndome encomendado a Santa
María de Guadalupe, le ofrecí trabajar con todas mis fuerzas para gloria
y honor de su Santísimo Hijo, Jesucristo Nuestro Señor, y para alabanza y
veneración de Ella misma, quien es el conducto más seguro para llegar
a Jesús, y por Jesús al Padre.

Entrevista c o n los señores capitulares

Me dediqué además, antes de mi toma de posesión y de acuerdo con los


antiguos estatutos Capitulares de la Colegiata, a visitar en sus respecti-
vos domicilios a los señores Canónigos que en aquel tiempo formaban el
Cabildo de Guadalupe; hombres venerables por su edad y por su curricu-
lum sacerdotal.
Dicha visita la hice en consonancia con lo que en uno de sus artículos
establecían los antiguos Estatutos Capitulares de la Basílica de Nuestra
Señora de Guadalupe, ampliados, aprobados y reeditados por el Excelen-
tísimo señor Arzobispo Primado de México, don Luis María Martínez, según
el decreto expedido por él mismo el día 24 de septiembre del año de 1942,
estatutos que hasta la fecha que escribo estas líneas seguían en vigor, ya
que el proyecto de nuevos estatutos elaborado por el Cabildo de Guadalupe
en legítimo acto capitular, todavía no habían sido aprobados por el actual
obispo diocesano, como lo prescribe el nuevo Código del Derecho Canónico
que dice a la letra: "Todo Cabildo, tanto el Catedralicio como el de una
Colegiata, debe tener sus propios estatutos elaborados mediante legítimo
acto capitular y aprobados por el Obispo diocesano."2
Debo aclarar en este punto, como en otros que posteriormente ven-
drán, que en el transcurso de la elaboración de estas mis memorias, se
dieron por terminadas algunas situaciones que por largo tiempo estuvie-
ron pendientes, por ejemplo, la mención a la que hace poco me referí, con
relación a la aprobación de los Estatutos del Cabildo de Guadalupe, nue-
vamente elaborados por nosotros, los canónigos, en legítimo acto capitu-
lar y por largo tiempo no aprobados por el ordinario del lugar.
2
Cfr. Código de Derecho Canónico, canon 505.

34
De hecho, el actual arzobispo de México, el cardenal Norberto Rivera
Carrera, el domingo 15 de agosto del año de 1999, día de la solemnidad de
la Asunción a los cielos, en cuerpo y alma, de la Santísima Virgen María,
definida como dogma de fe por su Santidad el Papa Pío XII, el año de
1950, de acuerdo con una tradición de la Iglesia, muy antigua, repito,
ese domingo en la misa concelebrada en la que participamos los cabildos
de la Catedral y del Santuario de Guadalupe, presidida por el señor cardenal
(dado que María Asunta a los Cielos es la Patrona Principal de nuestra
Catedral Metropolitana), ahí mismo después de la homilía, se leyeron,
tanto el Decreto de la aprobación dada por la Conferencia Episcopal Mexi-
cana de los nuevos Estatutos de la Basílica de Guadalupe, Santuario
Nacional, como el Decreto de la aprobación de los Estatutos del Cabildo de
Guadalupe, hecha por el arzobispo primado de México.

E n c u e n t r o c o n d o n Ángel
María Garibay Kintana

Después de esta digresión que me parece muy importante por su con-


tenido para la historia de nuestro cabildo, el cual desde su fundación
misma ha atravesado por tantas vicisitudes, quiero traer a la memoria la
interesante visita que hice a don Ángel María Garibay Kintana, el cual
murió en el año de 1967, cuatro años después de mi llegada al Santuario
Guadalupano. Don Ángel era un hombre ilustre por sus letras, profundo
conocedor de la lengua náhuatl y del otomí, además un investigador
acucioso de la literatura indígena, de la cual podría decirse fue su crea-
dor al plasmarla en sus obras. Se gloriaba de ser un autodidacta y de no
haber salido nunca a ninguna universidad extranjera, para adquirir gra-
dos académicos y completar así su formación sacerdotal.
Sin embargo, era reconocido como una verdadera autoridad intelec-
tual, especialmente en los estudios literarios a los cuales había dedicado
buena parte de su vida; lo mismo conocía profundamente el griego que el
latín o el hebreo, manejaba bien el alemán, el inglés y el francés, era un
estudioso de las Sagradas Escrituras y un gran predicador y conferencista.

35
Como extraordinaria coincidencia providencial que no deseo omitir,
el señor Garibay había predicado en la Misa Solemne que celebré a mi
regreso de Roma en la parroquia de San Miguel Arcángel en la colonia
Nonoalco, lugar en el que se encontraba como párroco don José de Jesús
Murillo, posteriormente canónigo de la Catedral de México, el cual me
había invitado a ingresar al seminario, siendo yo un niño de 13 años y él
vicario cooperador de la Parroquia del Verbo Encarnado (Romita), en cuya
circunscripción vivía con mi madre y mis hermanos.
En mi entrevista con don Ángel le recordé lo sucedido y le expresé:
"en la homilía de mi cantamisa usted me dijo: «no sé cuál sea el destino
que Dios te depare en el futuro de tu vida sacerdotal...» y resulta que el
Señor ahora ha querido que sea yo el rector del Santuario y el presidente
del cabildo del cual usted es el canónigo lectoral".
Muchas veces intercambiamos ideas sobre el acontecimiento guadalu-
pano que desde mi llegada al Tepeyac comenzó a interesarme profunda-
mente y del cual antes sabía muy poco.
Con aire solemne y de acuerdo con su temperamento pasional, en un
determinado momento de nuestra charla, el señor Garibay me dijo en for-
ma dramática: "algún «maleficio» pesa sobre este Santuario de Guadalupe
y sobre nuestro cabildo, cuya historia, desde su erección misma, fue muy
azarosa. Ya irá usted enterándose de todo ello, la colina del Tepeyac es alta-
mente paradójica, las críticas se multiplican, hablan de sus grandes
recursos y se olvidan de sus fuertes erogaciones; pero, por otro lado, el
generoso pueblo de México, no deja de traerle a la Morenita del Tepeyac,
sobre todo el más humilde, sus ofrendas con las que gracias a Dios se sos-
tiene el recinto guadalupano".
Yo me permití decirle a don Ángel, vamos a esforzarnos todos juntos
por hacer en favor de este centro devocional mariano lo más que poda-
mos. Sin duda, la colina del Tepeyac es como el alma y el corazón del
pueblo de México. Ojalá, le dije con sencillez, se logre destruir el famoso
"maleficio" del cual usted me habla.
Después de todas las experiencias que me han tocado vivir en este San-
tuario, parece que las palabras del señor Garibay fueron para mí la expre-
sión de un profeta, contribuyendo a ello su rostro, cuyas luengas barbas
lo convertían en una especie del Moisés de Miguel Ángel.

36
Terminada esta primera charla y ya en pleno ejercicio de mi trabajo,
lo recuerdo con nostalgia, con frecuencia, al finalizar el rezo coral vesper-
tino, llamaba a la puerta de mi pequeño despacho de la vieja Basílica y
nos sentábamos a conversar de todo un poco, pero muy en particular del
tema siempre apasionante, la presencia de Santa María de Guadalupe en
nuestra patria.
Para mí, fue de gran emotividad el que me tocara dar a don Ángel el
Sacramento de la Unción de los Enfermos, poco antes de que muriera.

Toma de posesión

El 17 de mayo de 1963, en una breve y sencilla ceremonia en la vieja


Basílica y de acuerdo con la documentación pontificia recibida, el Car-
denal Miranda me dio posesión de la Abadía Secular de Santa María de
Guadalupe. Participaron en dicha celebración el venerable Cabildo de la

El Cardenal Miranda, monseñor Orozco, obispo auxiliar de la arquidiócesis y monseñor


Schulenburg antes de ingresar a la toma de posesión.

37
Monseñor Schulenburg preparándose a emitir
su juramento de fidelidad a la Iglesia y de obser-
vancia de los estatutos del Cabildo con Ernesto
Gómez Tagie, secretano del Cabildo.

Colegiata, el clero de la Basílica, los empleados seglares de la misma y


un buen número de invitados, sacerdotes y amigos. Naturalmente, entre
los invitados se encontraban mi señora madre, mis hermanos y hermanas
y algunos otros familiares cercanos. Asistieron también las autoridades
políticas de la delegación Gustavo A. Madero, cosa no muy usual en aque-
lla época, y desde luego, el pueblo fiel que en ese día y a esas horas había
ido a visitar a la Santísima Virgen María.
AI final de la celebración, tomé la palabra para agradecer en primer
lugar al Señor este nuevo destino en el curso de mi vida sacerdotal; ense-
guida a la Señora del Tepeyac que de alguna manera había influido en esta
designación, finalmente al Santo Padre y al arzobispo primado de México,
que fueron instrumentos de la voluntad divina. Me puse a las órdenes del
venerable Cabildo y prometí una entrega total a la tarea de tan grandes
dimensiones que me esperaba en ese recinto privilegiado.
Con estas o con palabras semejantes, dije que no alcanzaba la vida
de un hombre para realizar todo lo que soñaba y se proponía, pero lo que
ciertamente haría, en mi paso por ese lugar, sería trabajar con empeño y

38
El Cabildo de Guadalupe con el cardenal, arzobispo de México, al final de la toma de posesión.

entusiasmo en el quehacer cotidiano, poniendo mi granito de arena en el


mejoramiento y en la conservación de las obras que habían efectuado mis
antecesores. Como es lógico, los que vendrían después de mí, tendrían
que llevar a cabo muchas otras. Sin duda, pasarán muchos, pero muchos
años, para que se tenga que hacer una nueva Basílica.
Las ambiciones eran grandes, pero desde luego, mi primera obligación
consistiría en observar con tranquilidad y sin precipitaciones de ninguna
especie, todo el movimiento de ese Santuario Nacional y los problemas
que en él se involucraban.
Tal vez no tenga objeto ennumerar en estas líneas el fruto de mi obser-
vación, sin embargo desde mi primer informe anual que presenté ante el
señor arzobispo primado de México y el Venerable Cabildo, acerca de las
actividades, problemas generales y situación económica de la Basílica, a
escasos ocho meses de mi llegada, o sea el mes de enero de 1964, expuse
a grandes rasgos, cuál era la situación general del Santuario y de las insti-
tuciones que giran a su alrededor.

39
Monseñor Schulenburg con el cardenal Miranda en la sala de Obispos, después de su toma de posesión.

Después de esta introducción general, que me pareció muy útil para


adentrarme en algunos de los temas apasionantes en torno a lo que es y
representa ese centro devocional mariano, de proyección no sólo nacio-
nal, sino internacional, comenzaré por hablar del fenómeno más notable
y profundamente arraigado en el pueblo de México, su incesante peregrinar
a la colina del Tepeyac.

40
Capítulo I
Nuestro incesante peregrinar
al Guadalupe mexicano

P r e á m b u l o acerca del antiquísimo


p e r e g r i n a r de los seres h u m a n o s a los
lugares c o n s i d e r a d o s c o m o sagrados

Se podría decir con verdad, que es inherente a la naturaleza humana


"el peregrinar". Basta que echemos una ligera mirada a la historia del
hombre sobre la tierra para damos cuenta cómo desde la más remota anti-
güedad las peregrinaciones han constituido un fenómeno religioso, carac-
terístico de todos los pueblos, tanto nómadas, como sedentarios.
En efecto, los seres humanos desde siempre han caminado hacia los
espacios religiosos, de acuerdo con sus creencias, sus necesidades, sus pro-
pósitos, sus anhelos y sus angustias, buscando en el fondo el auxilio de
lo sobrenatural.
He aquí algunos ejemplos notables. Todos hemos oído hablar de las
peregrinaciones de los árabes a la Meca, ciudad de la Arabia Saudita a
las orillas del Mar Rojo. Dichas peregrinaciones a la Kaaba se realizaban
desde los tiempos preislámicos, o sea mucho antes de que Mahoma las
iniciara en la primera mitad del siglo vii de nuestra era. De acuerdo con una
curiosa tradición islámica, el patriarca Abraham y su hijo Ismael habrían
edificado la Kaaba como una réplica de la "Casa de Dios" en el cielo.
A través de las Sagradas Escrituras, conocemos las peregrinaciones
de los patriarcas del Antiguo Testamento, muy en particular las de Abraham,
el patriarca hebreo, nacido en Ur de Caldea, quien por orden de Dios, fue
a establecerse en la tierra de Canaán. El nombre de este gran patriarca
es conocido y venerado en todo el oriente.

41
En efecto, el Padre Abraham es reconocido y altamente estimado por
judíos, cristianos y musulmanes.
Estas peregrinaciones de los patriarcas, destacan de manera muy sin-
gular por su profundo simbolismo religioso y para nosotros los cristianos
ilustran en forma determinante "la Historia de la Salvación". Sus viajes a
los Santuarios y su encuentro en ellos con "El Dios de la Promesa", hacen
aparecer a Yahvéh como el "Conductor" de la Historia de la Redención del
género humano.
En la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, ya desde los pri-
meros siglos, se iniciaron las peregrinaciones de los cristianos a los luga-
res sagrados, particularmente a Tierra Santa, a Roma, y, en el decurso
del tiempo, a los innumerables santuarios que fueron surgiendo poco a
poco en las distintas partes del mundo católico, en los que se venera de
manera especial, por ejemplo, alguna imagen famosa de Cristo Doliente,
ya sea en las distintas etapas de su Pasión Dolorosa, o en el momento de
su crucifixión.
Desde que surgió especialmente en nuestro mundo occidental una gran
devoción a la Santísima Virgen María, comenzaron a erigirse infinidad de
templos en los que se le venera bajo alguna de sus múltiples advocaciones.
Lo mismo hay que decir de los santos, guardadas las debidas proporcio-
nes, a cuya protección se acogen muchísimos de nuestros fieles.
En efecto, en occidente encontramos que la iglesia más antigua erigida
y dedicada por el Papa Sixto III (432-440) en honor de la Santísima Vir-
gen María como verdadera Madre de Dios, es la Basílica de Santa María
la Mayor, que se encuentra en el monte Esquilino, en Roma. Dicha erec-
ción y dedicación aconteció después del Concilio de Efeso, cuando la
Madre de Dios fue proclamada "Deípara", o sea, la que dio a luz a Dios,
la teotokos (año 431).

El peregrinaje cristiano al Tepeyac

Descendiendo a nuestra patria y olvidándonos del pasado remoto de los


pueblos indígenas, los cuales sin duda, peregrinaban también a sus cen-
tros religiosos, adorando a sus deidades paganas, lleguemos al momento

42
en el que la colina del Tepeyac, a partir de la gran evangelización de los
misioneros venidos de allende de los mares, se convirtió en un lugar de
peregrinaje cristiano, venerando a la Santísima Virgen María, bajo la
advocación de Guadalupe, sustituyendo así y superando al antiguo culto
idolátrico en el que adoraban a la Tonantzin "nuestra madrecita", dei-
dad indígena. Muy lentamente los indígenas comenzaron a tributar culto
de hiperdulía a la "Diosinantzin", o sea a la Madre de Dios.
Todas estas romerías ya con espíritu cristiano, de indios, mestizos,
criollos y españoles que se iniciaron a mediados del siglo xvi, fueron fomen-
tadas por el 2o. arzobispo de México, fray Alonso de Montúfar.
Este religioso dominico, nacido en Loja, Granada, España, en el año de
1498 y muerto en México en 1573, fue catedrático de filosofía y teología,
maestro de su provincia y dos veces prior de Granada, promovido al Arzobis-
pado de México, presentado para dicho arzobispado allá en su tierra, el
13 de junio de 1551 y confirmado el 5 de octubre del mismo año, llega a
México y toma posesión el 17 de mayo de 1553.

C é d u l a Real del l o . de m a y o de 1551

Por cierto que al hablar del Arzobispo Montúfar, me pareció sumamente


interesante mencionar que en el año de 1551, en el cual Montúfar fue esco-
gido por los reyes de España para que gobernara la inmensa diócesis
de México de aquellos tiempos, en una cédula real fechada en la Villa de
Valladolid el día lo. de mayo del mismo año de 1551 y firmada por la Reyna
Juana, se les dice a los "presidentes e oidores de las nuestras audiencias
e chancillerías reales de las nuestras Indias", que de parte del prior, frai-
les y convento del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe de Extrema-
dura, los cuales han hecho relación a los reyes de la gran devoción que sus
progenitores, de gloriosa memoria, tuvieron a la Casa y Monasterio de
Guadalupe por los muchos milagros que esta Señora del Cielo les había
hecho a ellos y a sus vasallos y por la gran ayuda y limosnas que esa
misma casa daba a los pobres, a los estudiantes, y a los hospitales, les
piden que pudiesen los españoles radicados ya en estas rierras de nuestro
continente, hacerse cofrades del Monasterio de Nuestra Señora de Gua-

43
dalupe, para gozar de los benefecios espirituales de dicha cofradía y que,
por lo tanto, enviasen sus limosnas para ayudar a las múltiples buenas
obras que ellos hacían en aquellos reinos.
Copia de esta misma cédula real es enviada a los arzobispos y obispos
de las Indias pidiéndoles, por lo tanto, que no les impidan a los espa-
ñoles acá radicados su voluntad de ser cofrades de Nuestra Señora de
Guadalupe de Extremadura, y además, cito textualmente: "...que esto no
se entienda por agora con los indios, sino solamente con los españoles".
Para mayor claridad transcribo íntegra la cédula real ya paleografía-
da por el maestro Rafael Tena. Tengo en mis manos copia de la misma
cédula, tal como la obtuvo de los Archivos de Sevilla, el doctor Leoncio
Garza Valdez:

Presidentes e oidores de las nuestras Audiencias e chancillerías reales de las


nuestras Indias, yslas atierra firme del mar océano, y otras qualesquier nues-
tras justicias dellas, y a cada uno y qualquier de vos a quien esta mi cédula
ftiere mostrada:
Por parte del prior, frailes y convento del monasterio de Nuestra Señora de
Guadalupe me ha sido hecha relación que ya nos hera notorio cómo los reyes
nuestros progenitores, de gloriossa memoria, por la grand devoción que
tuvieron con la dicha casa y monasterio por los muchos y frequentes mila-
gros que Nuestra Señora a imvocación de su sancto nombre en la dicha casa
ha hecho y haze, y así mismo acatando las grandes limosnas que en el dicho
monasterio se an hecho y hazen de cada día a todos los pobres que a él
ocurren, y las grandes expensas que en los ospitales que tiene y estudio de
pobres estudiantes que sustentan, tovieron por bien que en todos estos nues-
tros reynos anduviese la impetra de la dicha casa, e supplicaron a los submos
pontífices diesen licencia, para ello y que se pudiesen escrevir por cofrades
del dicho monasterio los que quisiesen y toviesen devoción de lo hazer, y
gozar de los sufragios y misas y sacrificios que en la dicha casa se hiziesen
por sus bienhechores. Y que agora ellos han sydo imformados y se les ha
dicho que vosotros impedís que no entren ni se asyenten por cofrades de
la dicha casa los que lo quieren y an tenido y tienen devoción de lo hazer, y
que con esto no gozan de los dichos sufragios, misas y sacrificios que en la
dicha casa se hazen, de que en lo espiritual nuestros subditos resciven muy
grand daño e detrimento en sus ánimas, porque se les impide la grand devo-
ción que con la dicha casa tienen, a la qual asy mismo quitáis las hmosnas

44
que los tales cofrades y otras personas por sus devociones, harían. Y me fue
suplicado vos mandase que no impidésedes a las personas que quisiesen
por su devoción ser cofrades de la dicha casa que los factores della los asyen-
ten y rescivan por tales cofrades; antes los favoresciésedes a los factores
y procuradores de la dicha casa, para que la devoción della se conserve y
aumente y los fieles christianos gozen de los muchos suffragios y sacrificios
y misas y oraciones, que en la dicha casa se hazen, y para que pudiesen
coger las limosnas que se le diesen y offresciessen, o como la mi merced,
fuese. Lo qual visto por los del nuestro Consejo de las Indias, fue acordado que
devía mandar dar esta mi, cédula para vos, e yo tóvelo por bien. Por la qual
vos mando que no impidáis a las personas que quisieren en essas partes por
su devoción, ser cofrades de la dicha casa de Nuestra Señora de Guadalupe
que los factores della los asyenten y rescivan, por tales cofrades; antes a los
tales factores y procuradores los favorezcáis en lo susodicho y les dexéis coger
las limosnas que se dieren y offrescieren, para la dicha casa, con tanto que
esto no se entienda por agora con los indios syno solamente con los españo-
les que de su voluntad quisieren entrar en la dicha cofradía y dar la dicha
limosna. Y no fagades ende al (Sic, por "aliter": "de otro modo") por alguna
manera.
Fecha en la villa de Valladolid, a primero día del mes de mayo de myll e quy-
nientos e cinquenta e un años.
La Reyna.
Refrendada de Sámano; señalada del Marqués, Gregorio López, Sandoval,
Rybadeneira, Briviesca.

Perdón por intercalar en mi narración acerca de las peregrinaciones a


la nueva Ermita del Tepeyac, este dato tan interesante, encontrado allá en
Sevilla, en el Archivo General de Indias, referente a nuestro México.

Continúo, pues, mi descripción acerca


de las peregrinaciones del Tepeyac
En efecto, alrededor del año de 1556, dichas peregrinaciones fueron cre-
ciendo poco a poco, hasta arraigarse cada día más profundamente en nues-
tro pueblo y convertirse en lo que ahora contemplan nuestros ojos. Los
habitantes de nuestra ciudad muchas veces ven cómo millares de personas
se dirigen al Santuario de Guadalupe, llegando por distintos rumbos de esta
inmensa urbe, ya sea que vengan de la capital misma, o de los diferentes

45
estados de la república. Este espectáculo es casi permanente cuando se trata
de la calzada de Guadalupe y de la calzada de los Misterios, a partir de
lo que se llamaba y algunos siguen llamando "la glorieta de Peralvillo".

Calzada de los Misterios

A propósito de la antigua y famosa calzada de los Misterios, no resisto la


tentación de escribir algunas sencillas palabras acerca de la misma. Para
ello tengo que remontarme a los siglos xvi y xvii. Dicha avenida fue cons-
truida por los indios mexicanos allá por el siglo xvi y reconstruida hacia
el año 1605 por el famoso fraile franciscano Juan de Torquemada, el cual
no fue sólo un incansable y acucioso escritor que recopiló y extractó la
historia antigua de los indígenas en su famosa Monarquía indiana, sino que
además fue un arquitecto y urbanista sin haber hecho estudios especia-
les de estas asignaturas. A él también se le debe la avenida Chapultepec.
Edificó varias iglesias y reconstruyó la de Santiago Tlatelolco. Torquemada
es uno de los grandes benefactores de nuestro México.
Volviendo un poco a la calzada de los Misterios y sin entrar en la
descripción de la misma, debe su nombre al hecho de que los cofrades de
Guadalupe en 1676 construyeron 15 torres de piedra para conmemorar cada
uno de los Misterios del Rosario. Al principio se pensó en hacer 15 capillas,
pero el fraile agustino Virrey y Arzobispo de México, Payo Enríquez de
Rivera, dispuso que no se hicieran dichas capillas para evitar irreveren-
cias por parte de nuestro pueblo.

N ú m e r o de peregrinaciones y diversidad
de grupos q u e llegan al Tepeyac

Hacíamos mención del espectáculo que ofrecen muchas veces los caminos
que conducen hacia la Basílica, a la cual acude multitud de peregrinos, pero
se hace indispensable conocer a fondo lo que realmente acontece dentro del
recinto del Tepeyac. Comencemos por abrir la agenda anual de la Basílica.
Dicha agenda registra un promedio de 1,600 a 1,700 peregrinaciones; una
rápida mirada sobre la misma nos permite observar la gran diversidad de
los grupos, en verdad heterogéneos, que llegan a esa colina de fe, de amor
y de esperanza.

46
Dentro del bello folklore mexicano, es muy digno de advertirse, por
las profundas raíces que representa, el que los peregrinos, cualquiera que
sea su condición social u origen racial, llevan junto con la Imagen de la
Santísima Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, nuestro lábaro
patrio, con sus tres hermosos colores y su águila inconfundible en el
centro.
De hecho, llegan al Tepeyac cada año: los petroleros, los ferrocarrileros,
los taxistas, los vendedores de los mercados, los ciclistas, los voceadores
de los periódicos, los trabajadores de los diarios y revistas, los globeros,
los madereros, los impresores, muchos de los burócratas de las diferentes
dependencias gubernamentales, las distintas uniones de fotógrafos, los
transportistas de toda índole, los restauranteros, los molineros, los leche-
ros, los carniceros, los barrenderos, los panaderos, los pasteleros, los tor-
tilleros, los empleados de clubes de golf, los plateros, los músicos, los artis-
tas, los danzantes, las religiosas, los seminaristas, los relojeros, toda clase
de comerciantes, diferentes grupos de enfermos y de enfermeras, de médi-
cos y de abogados y demás profesionistas, las uniones de albañiles y mate-
rialistas; muchísimos estudiantes de escuelas y universidades, además de
muchas parroquias, no sólo de la Arquidiócesis de México, sino también
de otras diócesis del país que no asisten precisamente el día asignado a su
peregrinación, ya que oficialmente vienen al Santuario todas las diócesis
de la república mexicana.
A través de esta lectura rápida y sencilla, podemos darnos cuenta de
cómo están presentes en el Tepeyac todos los sectores de la Patria, repre-
sentantes de los grupos más disímbolos y a veces en apariencia antagóni-
cos. Prescindiendo de las peregrinaciones organizadas, llegan a la Basílica
ya sea en forma individual o en pequeños grupos familiares, muchas
personas no sólo de nuestra ciudad y del país entero, sino también de
fuera de México, tanto de nuestro continente, como turistas de Europa,
de las Islas Filipinas, del Japón y de otras partes del mundo; es decir, que
el Santuario de Guadalupe es de hecho, no sólo nacional, sino también
internacional.
Cuántas veces celebré la eucaristía a petición de pequeños y grandes
grupos de familias en el Altar Mayor de Nuestra Señora, tanto en la vieja.

47
como en la nueva Basílica. Existen familias cuya fuerte tradición se remonta
a más de un siglo concurriendo con fidelidad al Santuario, año tras año,
de acuerdo con la promesa hecha por sus antepasados. Debo además re-
cordar, claro, con la reserva natural, que algunas veces, familiares de los
jefes de Estado, o de algunos de sus ministros, me pedían ver de cerca,
en forma muy privada, la Imagen de la Guadalupana, para encomendar-
los, verbigracia, porque alguno de ellos estaba a punto de tomar posesión
de la Presidencia de la República. Otras, por ejemplo, porque querían poner
en manos de la Virgen Santísima alguna muy grave necesidad del país, cuya
solución dependía del buen manejo de los responsables del gobierno.
Tengo presente que en alguno de estos casos, habiendo contraído el
compromiso de una visita nocturna a la Imagen de Nuestra Señora, se can-
celó por los acontecimientos de Tlaltelolco, en la Plaza de las Tres Culturas,
en 1968.
A veces, los demandantes querían mezclar problemas políticos, con cele-
braciones religiosas, creo que con no muy buenas intenciones. En dichos
casos me negaba a aceptar esos compromisos, y les decía con toda clari-
dad: una cosa es la fe y el fervor religioso, y otra, muy diferente, la lucha
política. La Virgen de Guadalupe ama a todos los mexicanos, prescindien-
do de su filiación política o religiosa.
Resultaría muy largo que en este lugar exhibiera alguna de las cartas
que recibí, en las cuales deseaban comprometer a la Iglesia en problemas de
orden político. Contesté con amabilidad y educación dichas cartas, negán-
dome a una celebración de esta naturaleza.

La Basílica, Santuario nacional

Desde el punto de vista técnico-eclesiástico y de acuerdo con las normas


del Código del Derecho Canónico, para que un Santuario pueda llamarse
nacional, se requiere la aprobación de la Conferencia Episcopal del país
correspondiente, y para que dicho Santuario pueda denominarse inter-
nacional, la aprobación de la Santa Sede.3 De hecho, la Basílica es un
Santuario internacional.
3
Código de Derecho Canónico, canon 1231.

48
La Basílica, desde hace muchos años ha sido denominada "Insigne
y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe". No consta quiénes y
desde cuándo la llamaron así. Oficialmente, la Conferencia del Episcopado
Mexicano la declaró "Nacional" en su xxxi Asamblea Plenaria, declara-
ción que se dio a conocer en la xxxii Asamblea y se promulgó oficialmente
en el Decreto del 12 de octubre de 1985. Todo esto acaeció después de la
promulgación del nuevo Código del Derecho Canónico, que fue el 25 de
enero de 1983.
La Colegiata, en cambio, desde su erección misma, fue llamada "Insigne"
en los documentos pontificios.

La Guadalupe mexicana, forjadora indiscutible


de nuestra identidad nacional

No deseo terminar este capítulo de las peregrinaciones sin decir algunas


palabras acerca de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que posee
México como un tesoro insustituible por su venerable antigüedad y por la
gran devoción que le hemos profesado, invocándola y encomendándole
"todas nuestras preocupaciones, penas, angustias y dolores". Es, sin duda,
esta Santísima Señora el baluarte más firme de nuestra religiosidad y la
forjadora indiscutible de nuestra identidad nacional.
Mucho contribuyeron a crear nuestra conciencia de patria los famosos
llamados "cuatro evangelistas" de las apariciones en la colina del Tepe-
yac, o sea, Miguel Sánchez, Luis Lasso de la Vega, Luis Becerra Tanco y
Francisco de Florencia, durante el siglo xvii, a partir de 1648 en adelante,
años en los cuales se publicaron sus obras al respecto.
La Guadalupana está en todas nuestras iglesias, la tenemos en nues-
tros hogares, la llevamos en pequeñas imágenes o medallas, le construimos
ermitas en las montañas y en todos los caminos a lo largo y a lo ancho
de nuestra nación; se encuentra en nuestras fábricas y en muchas de
nuestras oficinas públicas y privadas y no hay quien, por lo menos alguna
vez en su vida, deje de visitarla en su Santuario cuando algo muy pro-
fundo le aqueja.

49
En el transcurso de estos mis recuerdos, les platicaré cuáles fueron
las acciones importantes que debimos realizar para la conservación de
nuestra Imagen, que es considerada por nuestro pueblo como un teso-
ro nacional.

La antigua v e n e r a c i ó n de las imágenes

La veneración a las imágenes es muy antigua, por esta razón voy a decir
algunas palabras acerca de este tema para recordar a nuestra gente cuál
es la doctrina de la Iglesia en esta materia.
Sin referirnos al Antiguo Testamento en que se nos dice, por ejemplo,
en el Sagrado Libro del Éxodo al hablarnos del decálogo, en el capítulo XX,
que el Señor Dios pronunció estas palabras: "no habrá para ti otros dioses
delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay
arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en
las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto,
porque yo Yahvéh, tu Dios, soy un Dios celoso..." (vers. 3o., 4o. y 5o.).
En efecto, el mandamiento divino implicaba la prohibición de toda
clase de representaciones de Dios por mano del hombre. El Dios que se
revela a Israel es un Dios invisible, absolutamente trascendente, "el cual
lo es todo"; pero al mismo tiempo está por encima de todas sus obras y
es el origen y la fuente de toda belleza creada. Sin embargo, como pode-
mos leer en diversos párrafos de la misma Escritura, ya en el Antiguo
Testamento, Dios permitió la institución de imágenes que nos conduci-
rían, simbólicamente, a adentrarnos en el misterio eterno de la salvación,
realizada en el tiempo, de acuerdo con los designios divinos, por el Verbo
de Dios hecho carne. Por ejemplo, la serpiente de bronce, de la cual se
nos habla en el Sagrado Libro de los Números (Cfr. Nm. 21, 4-9). El Señor
Dios castigó a su pueblo por estar murmurando duramente contra Él y
contra Moisés. Les envió "serpientes abrasadoras que los mordían y murió
mucha gente de Israel". Entonces el pueblo arrepentido fue a decirle a
Moisés: "hemos pecado por haber hablado contra Yahvéh y contra ti.
Intercede ante Yahvéh para que aparte de nosotros las serpientes". Por
orden de Dios hizo Moisés una serpiente de bronce y la colocó en un más-

50
til "y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba a la serpiente
de bronce, quedaba con vida".

Significado de la s e r p i e n t e de b r o n c e
levantada en el d e s i e r t o p o r Moisés

El evangelista San Juan, haciendo alusión a este hecho, nos dice: "así
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levanta-
do el Hijo del Hombre para que todo el que crea tenga por Él vida eterna".
Y nosotros decimos, leyendo la Escritura, que la serpiente de bronce
levantada en el desierto era símbolo de Cristo, levantado en la cruz para
salvarnos a todos nosotros los hombres de la grave mordedura del pecado.
Ahí tenemos ya una imagen simbólica, signo de la salvación que en la
Antigua Alianza curaba a los israelitas del veneno mortal de las serpien-
tes. (Cfr. Jn. 3, 14-15).
El Séptimo Concilio Ecuménico celebrado en Nicea el año 787, justifi-
có contra los iconoclastas el culto de las imágenes sagradas: las de Cris-
to, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los
santos. Podemos decir con verdad que al encarnarse el Hijo de Dios, inau-
guró un nuevo significado del valor del culto a las imágenes sagradas.
En efecto, Dios en sí mismo es invisible para los ojos humanos; pero al
hacerse hombre el Verbo de Dios y al quedar la naturaleza humana de
Cristo unida sustancialmente a la Persona Divina, en el rostro de Cristo con-
templamos y adoramos a Dios, de manera que el Dios invisible se hace
visible en Cristo Jesús.

El culto a las imágenes no es contrario


al p r i m e r m a n d a m i e n t o divino

De ahí que, como afirmamos, el culto cristiano de las imágenes no es


contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos, porque, como
lo expresa San Basilio, "el honor dado a una imagen se remonta al modelo
original" y el II Concilio de Nicea (VIl Ecuménico), que acabamos de citar,
afirma: "el que venera una imagen, venera en ella a la persona que está
representada".

51
Para mayor abundamiento, creo que será bueno citar al pie de la letra
algún otro texto del mismo Concilio:

siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y


de la tradición de la Iglesia Católica de la cual reconocemos que el Espíritu
Santo habita en ella, definimos con toda exactitud y cuidado que de modo
semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz, han de exponerse
las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas, como las de mosaico y
de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados
vasos y ornamentos, en la paredes y en cuadros, en las casas y caminos;
tanto la de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como la de nuestra
Señora Inmaculada, la Santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de
todos los varones santos y justos". (DS.600.)

Los iconoclastas, o sea,


los d e s t r u c t o r e s de las imágenes sagradas

Creo que recuerdan ustedes que los llamados iconoclastas llevaban ese
nombre porque ya en la antigüedad se dedicaron a destruir las imágenes
de los santos, queriendo acabar con esto el culto que se les rendía. Esta
herejía comenzó en el siglo viii con un emperador del oriente, León III, lla-
mado el Isaurio, el cual ocupó el trono de Constantinopla. Dicho emperador
ordenó la destrucción de las imágenes en todos los edificios sagrados y
continuó esta práctica durante el reinado de su hijo Constantino y apoda-
do el Coprónimo. Tal herejía fue condenada, como acabamos de verlo, por
el II Concilio de Nicea, el cual no sólo aprueba la veneración de las imá-
genes sagradas, sino que la recomienda ampliamente. Por fortuna, dicha
herejía desapareció en el siglo ix, sin embargo, muchos siglos después,
fue resucitada por una secta religiosa la cual nuevamente proscribía el
culto de las imágenes (siglo xviii).
Desde luego, la imagen sagrada, el icono que repesenta principalmente
a Cristo, forma parte muy importante de las celebraciones litúrgicas en
las cuales entran las palabras, las acciones, el canto, la música instrumental
y, como decía, las imágenes sagradas.
La iconografía cristiana trasmite mediante la imagen el mensaje evan-
gélico; pero al mismo tiempo adquiere su valor a través de la palabra.

52
Imagen y palabra se esclarecen mutuamente y dan vigor a nuestra catc-
quesis.
Cuando en nuestros viajes recorremos, por ejemplo, las grandes cate-
drales góticas medievales, podemos contemplar cómo el pueblo cristiano
leía y conocía la Biblia a través de los grandes vitrales de fuertes y precio-
sos colores, de las esculturas sagradas, tanto del Antiguo como del Nue-
vo Testamento. Sin duda, como lo expresa San Juan Damasceno, hablando
de sí mismo, pero lo podemos hacer extensivo a todos nosotros, "la belle-
za y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis
ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón
para dar gloria a Dios".
De ahí la importancia de todos los signos y símbolos litúrgicos y,
sobre todo, la belleza y profundidad teológica de nuestras plegarias en
la liturgia dos veces milenaria de la Iglesia Católica.

El gran p o d e r i n t e r c e s o r de la Santísima
Virgen María y una sencilla advertencia
acerca de las creencias p o p u l a r e s

Hay que decir que después de haberse cerrado el depósito de la divina


revelación con la muerte del último de los apóstoles, existen en el mundo
cristiano infinidad de narraciones piadosas que pretenden ser de origen
sobrenatural y que muchas de ellas, desde luego, no pueden ser demos-
tradas como una verdad histórica a través de argumentos fehacientes que
manifiesten su credibilidad. Por esta razón, la Iglesia es muy prudente y
cuidadosa para dar cabida a esas creencias populares, muchas veces lau-
dables, porque en el fondo son la expresión de nuestra fe en lo sobre-
natural.
Sin embargo, los seres humanos, quisiéramos tener pruebas tangi-
bles y visibles de lo divino, de tal manera que pudiéramos verlo con los
ojos de la carne y tocarlo con nuestras manos. En este aspecto, nos suce-
de lo que a Tomás, uno de los doce apóstoles, llamado El gemelo, el cual
no estaba con sus compañeros cuando Jesús resucitado se presentó en
medio de ellos y les dijo: "la paz con vosotros", mostrándoles las llagas
de las manos y la gran herida de su costado.

53
Cuando los discípulos le contaron a Tomás lo sucedido, él les contes-
tó: "si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi mano en su
costado, no creeré". Jesús vuelve a presentarse a sus apóstoles ocho días
después, Tomás estaba con ellos. Jesús los saluda, como era su costum-
bre, diciéndoles nuevamente "la paz con vosotros", y al ver a Tomás le
dice: "acerca tu dedo, y aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en
mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente". Tomás le contestó lleno
de arrepentimiento, de amor y de fe: "Señor mío y Dios mío", y Jesús le dice
algo que es profundamente valedero para los hombres de todos los tiem-
pos: "dichosos los que aun no viendo, creen". Y a Tomás, en tono de
reproche: "has creído porque me has visto".
Significa, por tanto, que nosotros, en nuestro humano peregrinar, muchas
veces tenemos una presencia de fe y de amor en los miles de lugares, en
los que la Providencia Divina se nos manifiesta a través de gracias y dones
concedidos a los que llenos de esperanza peregrinan a esos sitios. No cabe
duda que muchos de esos espacios sagrados son muy respetables y en el
fondo son la manifestación de lo que creemos con fe divina y expresan
las verdades que el Señor nos ha revelado a través de la Escritura y de la
Tradición.
Todos sabemos que la Santísima Virgen María, Madre de Jesús, es una
sola y que nosotros los cristianos de todo el mundo, la invocamos y nos
acogemos a su protección maternal, bajo mil advocaciones; repito, fruto
de añejas tradiciones, porque la recordamos como en las bodas de Cana de
Galilea, cuando estando ella presente en esta celebración tan profundamente
humana, y habiendo sido invitado también Jesús con sus discípulos, María,
con su fina percepción femenina, se da cuenta que falta el vino, bebida
que, como dice la Escritura, "alegra el corazón del hombre". Y sencillamen-
te, volviéndose a su Hijo, con la grande confianza que tiene en su poder y
en su bondad, le dice: "No tienen vino". Jesús le da una respuesta dura, que
implica un tratamiento insólito de un hijo para con su madre, especial-
mente tratándose de Cristo; pero que, por otro lado, es la revelación de lo
que Él mismo misteriosamente le dice: "Qué nos va a ti y a mí, mujer, todavía
no ha llegado mi hora", es decir, la hora de su glorificación. Sin embargo.

54
María, con suavidad, indica tranquilamente a los sirvientes: Haced lo que
Él os diga. He aquí el gran poder de intercesión de la Santísima Virgen
María ante su Hijo jesús. El milagro todos lo conocemos y lo hemos leído
en el capítulo II del Evangelio de San Juan.4
Jesús, en aquella ocasión, obsequió a los recién casados un excelente
vino, superior al que hasta entonces habían consumido los comensales.
Con estas líneas concluyo mis consideraciones acerca de las innume-
rables peregrinaciones de nuestro pueblo al Santuario del Tepeyac, del
significado de nuestra Imagen guadalupana y del culto a las imágenes sagra-
das en general. Sin duda, la colina del Tepeyac es para todos nosotros una
meta intermedia en nuestro efímero transitar por este mundo hacia la
vida que no se acaba, sino que misteriosamente se transforma para vivir-
la a plenitud en la casa del Padre, por toda la eternidad.

4
Cfr. San Juan, Cap. II, vers. 1-11 inclusive.

55
56
Capítulo II
Qué acontece dentro del Santuario en
este peregrinar de nuestro pueblo

El recinto del Tepeyac es el centro de un gran dinamismo religioso y


por lo tanto espiritual, del cual participan los peregrinos que ahí concurren.
De tal manera que toda la actividad interna de la Basílica gira en tomo
al culto divino y fundamentalmente a la celebración de la Eucaristía, la
predicación de la Palabra de Dios y la administración del Sacramento de
la Reconciliación.
Todos los templos que se encuentran dentro del área de dicho conjun-
to religioso, incluyendo, como decíamos, el atrio, el cual también es un
lugar sagrado y por lo tanto de oración, no de vendimia, desde hace siglos
han estado saturados de las plegarias que los fieles elevan al cielo y de las
gracias que del cielo bajan en favor de los que ahí oran.
Cuando entraba yo a la antigua Basílica de Guadalupe a altas horas
de la noche, horas de silencio y de quietud, podía respirar ese ambiente de
profunda oración y de un recogimiento muy singulan Parecería que los
muros de ese viejo Santuario habían quedado impregnados de las que-
jas, de los llantos, de las angustias de millares y millares de seres huma-
nos que a través del tiempo se han acercado a esa Señora del Cielo para
pedirle su auxilio y maternal protección.
Lo mismo acontece ahora en el nuevo Santuario Guadalupano, inau-
gurado al atardecer del 11 de octubre de 1976, habiendo sido nombrado
para esa ocasión como legado pontificio el señor Cardenal don Miguel
Darío Miranda, Arzobispo Primado de México.

57
Llave preciosa de ingreso
a la nueva Basílica

Ese día y a esas horas se le entregó al ingeniero don Antonio Bermúdez,


ferviente devoto de Santa María de Guadalupe, la llave para que, en repre-
sentación del pueblo de Dios, se abriera por primera vez la gran puerta
central de la nueva Basílica.
Dicha preciosa llave fue elaborada por el artista Ernesto Paulsen, el
mismo que construyó el magnífico Sagrario de nuestra Basílica.
Indescriptible fue nuestra emoción al recordar que apenas dos años
antes se había anunciado al pueblo de México, en la solemnidad de Nuestra
Señora de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1974, la construcción de un
nuevo Santuario. En efecto, ese día el Cardenal Miranda bendijo y colocó,
simbólicamente, la primera piedra; pero en realidad y de hecho, los traba-
jos no se iniciaron sino hasta los primeros meses de 1975.

Avanza con celeridad la construcción de la nueva Basílica.

58
En recuerdo de este gran acontecimiento se colocó una placa en la
entrada principal de la nueva Basílica, para memoria perenne de lo reali-
zado por la devoción y solidaridad de nuestro pueblo, el cual responde
con generosidad cuando nos empeñamos en una causa noble. La placa
reza así:

El pueblo de México edificó


esta nueva Basílica en honor de
Santa María de Guadalupe
como un testimonio de reconocimiento
y amor a tan gran Señora.
Fue bendecida y colocada la primera
piedra el 12 de diciembre de 1974.
Fue trasladada la sagrada Imagen y
concelebrada la primera misa solemne
el 12 de octubre de 1976.
Guillermo Schulenburg Prado
XXI Abad de Guadalupe

Atrio de la Basílica

Dado que el inmenso atrio de la Basílica forma parte del interior del recin-
to sagrado, haciendo una necesaria digresión, quiero referirme a lo que por
desgracia, desde hace algún tiempo y esperamos que temporalmente, está
aconteciendo.
En efecto, se ha convertido en un inmenso mercado de vendedores, no
sólo de toda clase de objetos religiosos y no religiosos, sino también de
alimentos.
En la última etapa de mi gestión como Abad de la Basílica de Guadalupe,
luchamos por todos los medios legales, pacíficos y de convencimiento, pero
en forma enérgica, para evitar dicha invasión. Mucho logramos y mi pro-
pósito era no cejar hasta ver el atrio totalmente libre de vendedores. Des-
pués de mi salida, el problema se ha agudizado hasta el extremo; de ello

59
recibo quejas por todas partes y de muchas personas conocidas y desco-
nocidas. Esta invasión es totalmente arbitraria y viola un espacio sagra-
do destinado a los actos litúrgicos y devocionales.
La forma como procedió el señor delegado de la Gustavo A. Madero,
en el último año de mi responsabilidad abacial, para limpiar el entorno de
la Basílica de los innumerables ambulantes que pululaban por todas par-
tes, no sólo no resolvió el problema, sino que lo acrecentó, provocando en
sus raíces el espectáculo actual.
Desde la construcción de la nueva Basílica y la remodelación total del
atrio, con muchos esfuerzos, durante años logramos conservarlo limpio
de toda invasión ajena a la finalidad que hemos explicado, e inclusive
elaboramos un hermoso proyecto de las Estaciones del Viacrucis y de los
Misterios del Rosario, proyecto que debe llevar a término la administra-
ción actual y que reafirmará el carácter religioso de nuestro espacioso y
bello atrio.

En esta fotografía podemos admirar el frente de la nueva Basílica y parte del atrio.

60
Al renunciar a mis funciones de abad, sin dejar de pertenecer al Cabildo
de Guadalupe como el canónigo decano del mismo, en las reuniones capitu-
lares he seguido insistiendo en que se busque tesoneramente la solución
adecuada a esta grave anomalía.
Sería muy útil que tanto nuestra disgustada sociedad capitalina, como
las autoridades civiles y religiosas, intervinieran con empeño y de mane-
ra pacífica, pero eficaz, para dar por terminada la situación que a todos nos
afecta. Afortunadamente, en la actualidad este problema ha sido resuelto.
Ojalá que no se repita.

Culto divino en la Basílica de G u a d a l u p e

Durante todo el día y todos los días del año, el equipo sacerdotal y los se-
glares que con él colaboran, se dedican a través del ejercicio de la Sagrada
Liturgia al acrecentamiento de la vida cristiana, no sólo entre los innumera-
bles fieles de la arquidiócesis de México, sino de todas las personas de nuestro
país y de otros países del mundo que llegan a este lugar de oración.
La Sagrada Liturgia es el medio por el cual "se ejerce la obra de nuestra
redención" sobre todo en el Divino Sacrificio de la Eucaristía que "contri-
buye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a
los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia", ya que nuestra Iglesia tiene como característica fundamental, "el
ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, en-
tregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y sin
embargo, peregrina; y todo esto de manera que en ella lo humano esté
ordenado y subordinado a lo Divino, lo visible a lo invisible, la acción a la
contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos".5
De ahí que a los sacerdotes y a los no sacerdotes que laboran en el
Santuario, se les pide que sean plenamente conscientes del valor de su tra-
bajo, ya que todas sus acciones tienen como última finalidad colaborar a
la digna participación de los ñeles en la vida litúrgica de la Iglesia, pues como
bien lo sabemos y lo acabamos de escuchar, la Sagrada Liturgia representa
y expresa mejor que ninguna otra acción, la misión esencial en el mundo de
5
Cfr. Constitución Sacrosamum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, núm. 2.

61
la Iglesia Católica. Con esta mística, los trabajadores de la Basílica, sacerdo-
tes, religiosas y laicos, deben estar satisfechos del servicio que realizan
cotidianamente en favor de la comunidad religiosa nacional, puesto que
la mayoría de los mexicanos nos profesamos católicos y hemos sido injer-
tados en el misterio de la vida de Cristo a través del bautismo.
Para lograr esta concientización e interesar profundamente al equipo
sacerdotal y a los seglares en la problemática que implica el servicio litúr-
gico, con la dignidad que este requiere y el sentido pastoral que exige, en
la Basílica se procura sesionar en forma sistemática y habitual con todas las
personas que intervienen en el trabajo pastoral. En primer lugar, se reti-
ne, periódicamente y de acuerdo con sus estatutos, el Cabildo de Guadalupe,
normalmente presidido por su presidente, el abad y rector del Santuario, o
en forma extraordinaria por el arzobispo primado de México. El Cabildo
se reúne también cuando las circunstancias así lo requieren, con todo el
clero de la Basílica. Además, los señores canónigos responsables de las
diferentes áreas del culto divino dialogan con el personal que labora en
cada una de esas áreas. O sea, que a Dios gracias, el servicio pastoral de
nuestro máximo Santuario nacional generalmente resulta eficiente y ejem-
plar para el pueblo de Dios.
No quiero entrar en estos momentos en detalles referentes a nuestra
organización interna.
Podemos decir que en benefició de la mística del Santuario, muy diferen-
te, como es obvio que la de cualquier empresa mundana, los sacerdotes de la
Basílica tratan de convivir y trabajar con un sentido profundamente fraternal.
Ha resultado de gran utilidad para esta convivencia y para el trabajo mi-
nisterial, el que la mayor parte de los presbíteros vivan en la Casa Sacerdotal,
que con este fin edificamos y que está a unos pasos del recinto guadalupano.

C e l e b r a c i ó n de la Eucaristía

En la Basílica de Guadalupe se celebran alrededor de 20,000 misas al año.


Tomando al azar algunos de los informes anuales que rendía ante el
arzobispo primado de México y el venerable Cabildo, acerca de las activi-
dades internas y externas de la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra

62
Señora de Guadalupe, podríamos fijarnos por ejemplo, en el año de 1981,
que fue el 450 aniversario de la presencia de María en el Tepeyac.
Ahí, en lo referente al culto divino, se dice que ese año se celebraron
26,775 misas y se distribuyeron alrededor de l'0l7,000 comuniones. Es
interesante consignar el número de peregrinaciones, misas y comunio-
nes efectuadas de enero a diciembre de dicho año.

Meses Peregrinaciones Misas Comuniones

Enero 94 2,150 72,000


Febrero 100 1,350 72,000
Marzo 59 1,080 72,000
Abril 35 1,530 81,000
Mayo 79 2,700 72,000
Junio 53 2,970 90,000
Julio 57 1,800 72,000
Agosto 56 2,520 94,500
Septiembre 70 2,070 81,000
Octubre 191 2,970 76,500
Noviembre 331 2,520 90,000
Diciembre 371 3,105 144,000
Total Anual 1,496 26,765 1'017,000

Tal vez alguno quisiera preguntar, cómo es posible que en la Basílica


se celebren tantas misas al año. Se le podría responder que para ello ten-
dría que enterarse de lo siguiente: la Basílica de Nuestra Señora, se abre
alrededor de las 5:30 a.m. celebrándose normalmente la primera misa a
las 6:00 a.m. y la última a las 8:00 p.m.; se cierra el templo después de las
9 de la noche, con excepción del 11 al 12 de diciembre y el último del año,
días en que permanece abierto las 24 horas. La celebración de la Eucaristía,
incluyendo la predicación y la comunión, dura alrededor de tres cuartos
de hora, muchas de las misas son concelebradas y en algunas de ellas par-
ticipan alrededor de 10 sacerdotes simultáneamente, con frecuencia llegan
a ser hasta más de 50 los concelebrantes. Por otra parte la Eucaristía no sólo
se celebra en el Altar Mayor, sino también en las capillas altas, en las crip-
tas, o en la Capilla de San José, sin contar las que se efectúan en la Capilla
del Cerrito, o en la parroquia que está dentro del recinto del Tepeyac. Todo
ello nos da las cifras que se manejan en los informes anuales y de las cuales

63
recibimos los datos precisos del sacerdote, sacristán mayor del Santuario,
quien lleva sus libros con gran fidelidad.
Es interesante dar a conocer la solemnidad, dignidad y esmero con
que se celebra la misa en la Basílica, especialmente la misa coral cotidia-
na, pero muy en particular la dominical, que algunas veces es transmiti-
da por la televisión. Dicha Eucaristía comienza todos los días en el Altar
Mayor a las nueve en punto de la mañana con la participación en pleno
del venerable Cabildo y de los capellanes de coro. De ello son testigos todos
los fieles que en ella participan.
Es notable la actuación del Coro de la Basílica en la mayor parte de
nuestras ceremonias, pero fundamentalmente en la celebración de la Euca-
ristía. Los niños cantores reciben una educación muy esmerada en el
aspecto litúrgico, lo cual hace que el desempeño de su oficio sea devoto
y digno.
El grupo de cantores que forma nuestra capilla coral es altamente esti-
mado no sólo en el país sino fuera de sus fronteras.
Algunas veces se nos ha pedido su participación litúrgica en diversas
ciudades de Estados Unidos de Norte América.

Administración del Sacrannento


de la Reconciliación

Muchos de los que peregrinan hacia el Santuario, no sólo van con el áni-
mo de obtener alguna gracia temporal a través de la poderosa intercesión
de Nuestra Señora de Guadalupe, sino también con el deseo profundo de
renovación, arrepentidos de la forma equivocada como han vivido su vida.
Llegan por lo tanto a los pies de esa Imagen Bendita con espíritu de con-
versión y con el deseo íntimo de absolución, acercándose así al Sacra-
mento de la Reconciliación.
Nuestros sacerdotes en los confesionarios escuchan, a través de las
rejillas, revelaciones íntimas de miles de almas que buscan con sinceri-
dad el acercamiento a Dios y de ello dan testimonio, con grande sorpresa
y admiración de nuestra parte, de las maravillas que obra el Señor, valién-
dose de la devoción a la Santísima Virgen María, bajo la advocación, tan
nuestra, de Guadalupe.

64
Infinitas son las vivencias que dejaron en mi espíritu a lo largo de 33 años
el contacto con nuestras gentes, no sólo del pueblo más sencillo, sino de
todas las esferas sociales de nuestra patria.
Millones de lágrimas han sido enjugadas en el Tepeyac. El milagro de Gua-
dalupe fundamentalmente ha consistido en el constante peregrinar de nuestro
pueblo, durante más de cuatro siglos, hacia esa colina privilegiada, sin
que la devoción haya decaído con el correr de los años, sino por el contra-
rio, se ha ido acrecentando. Este es uno de los aspectos más notables del
gran prodigio del guadalupanismo mexicano. En su momento, hablaremos
de cómo ha influido fuertemente en la formación del carácter de nuestra
mexicanidad y, por lo tanto, de nuestra clara identidad nacional, lo que
justamente llamamos el 'Acontecimiento Guadalupano", es decir, todo lo
que a través de más de cuatro centurias ha significado para México el
advenimiento de Guadalupe.
En muchos de los muros de las diferentes instalaciones de nuestra
vieja Basílica existen miles de testimonios populares de las gracias obte-
nidas, expresados con ingenuidad, mediante los exvotos que de diversas
maneras manifiestan su gratitud hacia nuestra Señora. En ellos podemos
leer a través de pinturas muy sencillas, de extraordinario colorido folklórico,
el "milagro obtenido"; o sea, la solución de algún problema familiar, la salud
corporal recuperada, la salvación de algún grave accidente, el haber resuelto
sus angustias económicas mediante un premio de la lotería...

Vida parroquial

Antes de la publicación del nuevo Código del Derecho Canónico, la Parroquia


Archipresbiteral de Santa María de Guadalupe estaba profundamente unida
a la vida de nuestro Cabildo, ya que el Cabildo mismo era el párroco de
Guadalupe, representado por un vicario actual, ejerciendo este oficio, como
es lógico, uno de los señores canónigos de nuestra institución capitular.
Sin entrar en detalles de esta cuestión canónica que es más bien un
asunto de eclesiásticos y que de suyo no interesa al pueblo en general, hay
que decir que la acción de la vida parroquial dentro del recinto guadalu-

65
pano debe estar profundamente ligada a la acción pastoral de la Basílica,
ya que en ella, siendo un Santuario, de acuerdo con el mismo Código del
Derecho Canónico, se deben impartir a los fieles abundantemente todos los
medios de salvación, (cfr. canon 1234, 1.)
De hecho hay una fuerte tradición entre los peregrinos de que con
motivo de su venida a la Basílica, tratan de arreglar todos sus problemas
espirituales, por ejemplo, regularizar su vida conyugal, bautizar a sus hijos,
confesarse, a veces habiendo dejado de hacerlo durante muchos años de
su vida.
En nuestra parroquia se realizan alrededor de 30,000 bautizos al año.
Los bauüzos son comunitarios, dándose a los padres y padrinos la indis-
pensable plárica prebautismal. La vida parroquial, como decía hace un
momento, debe estar profundamente unida a la vida del Santuario, de tal
manera que haya un constante diálogo y una coordinación permanente
en el trabajo pastoral. Este tema ha sido tratado una y mil veces en nues-
tras reuniones capitulares y en nuestro contacto con el arzobispo pri-
mado, sin embargo, la arquidiócesis, nunca ha dado una cabal solución
a dicho problema.
Por otra parte, desde el momento en que fue erigido el Cabildo, se
decía en el documento mismo de su erección que la Basílica no perdía su
parroquialidad. Esto se expresaba con la siguiente frase: "sin dejar de
ser parroquial", lo cual no significa que el edificio donde se realiza la admi-
nistración parroquial no pueda ser diferente del edificio de la Basílica
misma.

Juramentos

Uno de los apostolados característicos de nuestra Basílica, es la antigua


y laudable costumbre de los famosos "juramentos" de las personas que
padecen la dura servidumbre del alcohol, los cuales van al Tepeyac con el
ánimo y propósito de dejar esta triste enfermedad, prometiéndole a Dios
a través de la Virgen de Guadalupe que por amor a Ella y con su ayuda,
se rerirarán de la bebida.
En realidad no se trata de un "juramento" en el estricto sentido de la
palabra, sino de una "promesa" con el firme propósito de cumpliria.

66
Adquieren dicho compromiso para un tiempo determinado, por ejemplo
6 meses, un año, etcétera, llevándose una pequeña estampa de Nuestra
Señora, con una plegaria impresa en la parte posterior de la misma y el
nombre de la persona que "jura", como testimonio de la obligación con-
traída. Para ellos es muy importante llevar consigo dicho testimonio, de tal
manera que si sus amigos los invitan a tomar alguna copa, ellos les mues-
tran la Imagen de Nuestra Señora y les contestan, no puedo, estoy Jurado.
Resulta interesante constatar que los amigos respetan su juramento.
Durante el tiempo que me tocó presidir el Santuario tepeyacense, iban
a jurar alrededor de 300 a 500 personas por semana, o sea cerca de 2,000 al
mes, unas 24,000 al año.
Algunas veces fueron a charlar conmigo representantes de Alcohólicos
Anónimos, interesados en los juramentos, con el deseo de atraer a los adic-
tos a su organización, admirados de la eficacia de estas promesas para cum-
plir con el compromiso contraído. Sin embargo, hay que advertir como un
dato curioso, que entre los que juran, existen quienes en la proximidad de
alguna celebración se acercan al sacerdote para pedirle permiso de tomar-
se algunas copas, por ejemplo, con ocasión de una boda, de un aniversa-
rio, de la navidad, etcétera.
En una reunión mundial de rectores de santuarios en Roma en la cual
participé, entre los puntos de mi exposición comenté a los asistentes este
acto devocional de religiosidad popular, lo que les causó una muy par-
ticular admiración, interesándose por esta práctica apostólica.

67
68
Capítulo III
Construcción de la n u e v a Basílica
d e N u e s t r a Señora de G u a d a l u p e

Pienso que es de sumo interés para el pueblo de México conocer a fondo


buena parte de lo que históricamente ocurrió en torno a la construcción
de la nueva Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y darse cuenta, a
grandes rasgos, de lo que nuestros connacionales realizaron con generosi-
dad y espíritu comunitario como un homenaje perenne de amor y devo-
ción a esa Señora del Cielo, edificándole un nuevo Santuario.
Santa María de Guadalupe es la forjadora de nuestra nacionalidad. Los
criollos y los mestizos, por lo menos desde mediados del siglo xvii, comen-
zaron a sentirse una nueva patria, una nueva nación y quisieron fincar
sus raíces en un pasado indígena, valiéndose de la Imagen Bendita de la
Guadalupe Mexicana.
Cuando el 17 de mayo de 1963, tomé posesión de mi dignidad de abad
secular de la Basílica Parroquial de Santa María de Guadalupe, o sea de
rector del Santuario y presidente del Cabildo, gobernaba la República el
licenciado Adolfo López Mateos. En aquel entonces don Adolfo ya se encon-
traba muy enfermo; por lo tanto, no tenía sentido buscar una entrevista
con él para hablarle del problema de la vieja Basílica, cuya estructura estaba
seriamente dañada, y de la posible construcción de un nuevo Santuario. Se
trataba de dos problemas diferentes. Por una parte, había que salvar el tem-
plo antiguo como un monumento histórico religioso relevante, y por otra,
dada su insuficiencia para cubrir las necesidades litúrgicas, pastorales y
administrativas, había que construir uno nuevo.

69
Repito, por desgracia no había tiempo para una entrevista de esta índole.
Esperé tranquilamente y me dije, tendré que charlar con el próximo Jefe
del Ejecutivo acerca de esta difícil situación.
Terminó el periodo presidencial de don Adolfo López Mateos. Comen-
zó a gobernar el país don Gustavo Díaz Ordaz y me empeñé en hablar con
él de este importante asunto, máxime que en algún momento de su vida
política, había vivido con su familia enfrente de la Basílica. Su esposa,
doña Guadalupe, era muy devota de la Santísima Virgen María, bajo esta
advocación.
Posteriormente, siendo ministro de Gobernación, trasladó su domicilio
a un lugar cercano, la colonia Lindavista.

Audiencia con el Presidente


de la República, don Gustavo Díaz Ordaz

Obtuve una audiencia con don Gustavo, para la cual me ayudó el señor
Jacobo Pérez Barroso. Éste había tenido una fuerte relación con don Adol-
fo López Mateos, acompañándolo con un buen grupo de empresarios en
algunos de sus viajes al extranjero. Como era obvio, pronto se puso en con-
tacto con el nuevo señor Presidente de la República, al cual ya conocía
anteriormente.
Don Gustavo me recibió en Los Pinos. Una tarde llegué a la residencia
presidencial para charlar con él. En el transcurso de nuestra amable con-
versación, le expliqué la verdadera situación de la Basílica y la necesidad
de la construcción de un nuevo templo, preguntándole además si estaba dis-
puesto a ayudarnos durante su periodo presidencial, no solamente con
todas las facilidades legales, sino también con una importante ayuda econó-
mica, ya que la Basílica tenía un significado tan grande para el pueblo de
México y era un lugar de esperanza, especialmente para los más humil-
des, los más necesitados, los cuales iban a pedirle a Nuestra Señora que
los ayudara no sólo en sus problemas espirituales, sino también en sus
carencias materiales, a fin de poder subsistir y salir adelante.
"México, señor Presidente", le dije, "peregrina desde siempre hacia
ese lugar privilegiado".

70
Él me contestó, "creo que sí podremos ayudarle". Entonces me atreví
a decirle: "¿Nos daría usted unos 10 millones de pesos anuales durante su
sexenio para poder iniciar y tal vez terminar las obras dentro de este
periodo presidencial?" Sin titubeos me respondió, "cuente con ello".
Entre tanto, me dediqué a recorrer con sumo cuidado todas y cada una
de las áreas del recinto guadalupano para interiorizarme no sólo de sus
problemas estructurales, sino también de su situación jurídica. Y además
a soñar en todo lo que se podría y debería hacer para la dignificación de
ese espacio religioso en favor del pueblo de México.
Tal vez resultaría tedioso para el lector acompañarme de cerca en
este recorrido de trabajo, por lo tanto, en el transcurso de mi narración me
referiré fundamentalmente a las cuestiones más importantes.
Desde que llegué a este mi nuevo destino, por fortuna me encontré
trabajando con su compañía constructora en la recimentación de varios
de los edificios del recinto del Tepeyac, pero principalmente de la Basíli-
ca, al ingeniero Manuel González Flores, hombre genial, especialista en
mecánica de suelos, Premio Nacional de Ingeniería. Le dije, "don Manuel,
usted seguirá laborando con nosotros mientras el Señor me tenga en este
lugar", él, con su modestia habitual, me lo agradeció.
Por otra parte, me enteré de que el arquitecto Javier García Lascurain,
maestro de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, persona de una gran
rectitud, conocía perfectamente los problemas de la Basílica. Lo busqué,
vino a visitarme y me permití pedirle que fuera uno de mis colaboradores
más cercanos.

T é c n i c o s enviados
p o r la Presidencia de la República

No recuerdo cuánto tiempo había pasado desde mi entrevista con el señor


Presidente, pero una mañana estando en mi despacho, me anunciaron que
me buscaban unos señores, los cuales venían de parte de la Presidencia
de la República. De inmediato los recibí. Se trataba de un experimentado
grupo de técnicos enviados para estudiar la situación estructural de la

71
Basílica y, naturalmente, las posibilidades de una solución adecuada.
Entre ellos se encontraban los ingenieros Nabor Carrillo Flores, Fernando
Hiriart y Emilio Rosenbluth. Les agradecí su interés y los puse en contac-
to con Manuel González Flores. En mi conversación con ellos les expresé
que dados los recursos técnicos de la época, sin duda la Basílica podría
sostenerse en pie, pero que, como ya lo hemos explicado antes, resultaba
insuficiente bajo todos aspectos. En efecto, su cupo era sólo para unas
3,000 personas, las cuales incómodamente participaban de las celebracio-
nes litúrgicas y apenas si podían ver la imagen de Nuestra Señora.
Agradecí la preocupación y gentileza de don Gustavo Díaz Ordaz, des-
pués de que conversamos acerca de la difícil situación de la antigua Basí-
lica. Él me expresó su deseo sincero de ajoidar a la solución de los problemas
existentes en el recinto guadalupano.
Haciendo caso a recuerdos agradables, quiero hacer una breve digresión.
Cuando cumplí mis bodas de plata sacerdotales, después de dos años de
ser Abad de la Basílica, le envié al señor Presidente una invitación para
dicha celebración. Él me lo agradeció con toda afabilidad y, a través de
su secretario particular, me hizo el favor de enviarme un hermoso reloj
extraplano Vacheron et Constantin, diciéndome que sin duda entendería
yo perfectamente el que no pudiera asistir a un festejo religioso tan solemne,
en la Basílica de Guadalupe.
Con su esposa Lupita, conversamos varias veces en Los Pinos, y me
participó de la inquietud y desvelos de don Gustavo, cuando trataba de deci-
dirse acerca de la persona que lo había de suceder en la Presidencia de
la República.
Volviendo a nuestro tema de la posible construcción de un nuevo san-
tuario, comenzamos a trabajar con un grupo de arquitectos, encabezado
por José Luis Benlliure, artista inspirado y maestro de arquitectura, ima-
ginando una hermosa basílica en la colina del Tepeyac.
Colaboraban con José Luis, el arquitecto Alejandro Schoenhoffer, el
ingeniero José Cano Vallado, el arquitecto liturgista fray Gabriel Chávez
de la Mora O.S.B., el arquitecto Javier García Lascurain, el arquitecto Juan
Urquiaga y algunos otros más.

72
¿En q u é lugar del recinto guadalupano
construir la nueva Basílica?

En el transcurso del tiempo y en casi todos los lugares del mundo, las
montañas han sido preferidas por los hombres para la construcción de
grandes santuarios. Tal vez porque así nos sentimos más cerca de Dios.
En nuestro caso concreto, la colina del Tepeyácac, desde hace siglos tiene
una fuerza religiosa muy particular para nosotros los mexicanos. De ahí
nuestro deseo de construir la Basílica en la cumbre de la colina.
El general y licenciado don Alfonso Corona del Rosal, al iniciarse el
sexenio de don Gustavo Díaz Ordaz, era director de Patrimonio Nacional,
razón por la cual me puse de inmediato en contacto con él, puesto que
de acuerdo con la legislación que estaba entonces en vigor, los templos
formaban parte del patrimonio de la nación, por lo tanto, a él precisamen-
te debía yo exponerle nuestro anhelo de levantar un nuevo templo a la
Señora del Cielo en lo más alto del "cerrito".
Por cierto, la idea de construir una nueva Basílica en la montaña no
era reciente. En el archivo del Cabildo me encontré un boceto muy rudi-
mentario de principios del siglo xx, y casualmente, pretendía una Basílica
cuya forma de alguna manera se parecía a la que nosotros construimos.
En aquella época, monseñor don Ramón Ibarra y González, arzobispo
de Puebla, deseaba, como otros obispos, que se construyera una nueva
Basílica, y según me narró monseñor don Octaviano Márquez, cuando
estábamos realizando la campaña para la construcción, su antecesor, el
señor Ibarra, estaba dispuesto a recorrer América Latina haciendo una
colecta en favor de la construcción de una nueva Basílica guadalupana.

Visita n o c t u r n a del r e g e n t e de la ciudad


a la Imagen de N u e s t r a S e ñ o r a

Conversé con el general sobre los distintos problemas de nuestro recinto


guadalupano y lo invité a que una noche después de cerrado el Santuario,
visitara conmigo el altar de Nuestra Señora y la viera muy de cerca, ya que
durante el día esto era imposible por el gran concurso de fíeles y además

73
porque había que colocar un andamio para llegar a la altura de la imagen.
Aceptó con gusto y una noche, hacia las diez y media, se presentó en mi
despacho. Entramos a la Basílica, subimos al andamio, abrí el marco de
cristal y contemplamos muy de cerca esa bellísima y misteriosa represen-
tación de la Santísima Virgen María. Pudimos apreciar el deterioro de la
misma y le dije, "Señor licenciado, me parece milagrosa la conservación
de una imagen tan vetusta. Los críticos del arte piensan que muy proba-
blemente es de mediados del siglo xvi, dada la antigüedad de la tela y las
características de la pintura". Él me dijo, "Don Guillermo, este es uno de
los más preciados tesoros de México, procure conservárnosla en el mejor
estado posible". Yo le contesté, "desde luego, esta es una de mis más
grandes responsabilidades". Sin duda, don Alfonso conserva con cariño y
respeto este histórico recuerdo. Se interesó mucho por la problemática del
recinto guadalupano y me prometió su incondicional ayuda. Muy cercano
a él trabajaba el arquitecto Jorge Medellín, el cual me visitó y me pidió
poder colaborar con nuestro equipo de arquitectos en el proyecto de una
nueva Basílica en la colina del Tepeyac. Le dije, "con todo gusto, mucho nos
a3mdarán su presencia y sus intervenciones".
Posteriormente, el general fue trasladado al Departamento Central del
Distrito Federal y ya en esta nueva dependencia su ayuda fue mucho más
valiosa.
Varias veces recorrió conmigo todo el recinto guadalupano y durante
nuestro itinerario íbamos concretando los diferentes problemas y tomando
algunas decisiones importantes cuyos detalles no es necesario precisar.

Mi visita al r e g e n t e don Ernesto R Uruchurtu

Aquí me viene a la memoria, aun cuando no es el lugar propio, el recuerdo


del regente anterior, don Ernesto R Uruchurtu, con el cual tuve una intere-
sante y amplia conversación acerca de diferentes tópicos de nuestra
inmensa y conflictiva ciudad de México, cuyas riquezas deberíamos pre-
servar como parte de nuestra historia y de nuestra identidad nacional.
Finalmente, caímos en el tema de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe
y de las áreas circundantes, lo mismo que de su situación jurídica.

74
Me permití explayarme en algunos de mis sueños sobre la dignificación
de todo ese espacio tan frecuentemente visitado por propios y extraños.
Al referirnos a la situación jurídica de algunas de las áreas del recin-
to guadalupano, fijamos nuestra atención en un patronato que colaboró
con generosidad y eficiencia para la realización de la que llamaron la
Plaza de las Américas, pero que en realidad es el gran atrio de la Basílica,
lugar sagrado de oración y de preparación para ingresar al templo.

Interesante a n é c d o t a acerca del n u e v o atrio

A este propósito me vino a la memoria otro recuerdo más antiguo, recuer-


do no sólo simpático e interesante por las palabras que intercambiaron el
señor Arzobispo de la Arquidiócesis de México, don Luis María Martínez y
el señor Presidente de la República, don Miguel Alemán Valdés, encontrán-
dose ambos en el nuevo atrio de la Basílica, sino también por la gran
trascendencia de la presencia simultánea de la máxima autoridad del
país en el orden civil y del arzobispo primado de México, en ese lugar
símbolo por excelencia de la fe católica del pueblo mexicano. Don Miguel
Alemán, dirigiendo sus palabras al señor arzobispo al contemplar el nue-
vo inmenso atrio, ya despojado de todos los inmuebles semiderruidos que
ahí existían, le dijo, "Señor esta es una obra de «romanos»" y el arzo-
bispo le replicó, haciendo con la mano la señal característica cuando nos
referimos al dinero, "esta es más bien una obra de «aztecas»", aludiendo
a su elevado costo.
Posteriormente, ambos, empujados por la multitud, entraron a la vieja
Basílica y llegaron hasta el altar. Sonriente, don Miguel dijo, "el pueblo
de México me ha hecho entrar hasta este lugar sagrado".
Volviendo a nuestro tema de una nueva Basílica en la cumbre de la
colina del Tepeyac, idea con la cual en un principio comulgaba plenamen-
te don Gustavo Díaz Ordaz, apoyado por el señor regente, don Alfonso
Corona del Rosal, comenzamos a trabajar en el desalojo de los restos de
los difuntos que yacían en las tumbas de la colina, pasándolos a las crip-
tas de la antigua Basílica, por supuesto, con el consentimiento de sus
familiares existentes.

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C a m p a ñ a c o n t r a la posibilidad de construir
la Basílica en la c u m b r e del Tepeyac

En esa labor estábamos, cuando se desató una campaña, cuyo origen no


desconocemos, en contra del proyecto de la nueva Basílica en la colina del
Tepeyac. Dentro de ese proyecto no se tocaba la capilla superior, ni el con-
vento de religiosas, trasladándose todas las fosas sepulcrales a los costa-
dos de una rampa muy amplia y suave que subiría hasta la nueva
Basílica. Por dicha rampa podrían transitar cómodamente todos los pere-
grinos, niños, jóvenes, adultos hombres y mujeres, ancianos, enfermos
en sus sillas de ruedas; pero además pensábamos en un importante servi-
cio de elevadores que cubrirían múltiples necesidades.
Dicha campaña adversa que comenzó en las postrimerías del mandato
del Presidente Díaz Ordaz, se agudizó al iniciarse el gobierno de don Luis
Echeverría Álvarez. Entre otras manifestaciones de inconformidad, se
publicaron grandes desplegados en los diarios. Todo esto, repito, movido
en realidad no por el pueblo de México, sino por un pequeño grupo que
veían lesionados sus intereses particulares. Consideré que era sumamen-
te difícil, a pesar de la ayuda gubernamental, dada la gran sensibilidad
política del Presidente de la República y del regente de la ciudad, conti-
nuar con esta benéfica y excelente idea.
Con tristeza, nos dimos cuenta de que tendríamos que renunciar a
nuestro proyecto original de una nueva Basílica en la cumbre del Tepeyac,
desde donde se domina gran parte de la ciudad de México, si deseábamos
llevar adelante la idea del nuevo Santuario Guadalupano.
El proyecto de José Luis era bello y profundamente religioso, tenía un
sabor gótico medieval y a la vez un sentido de modernidad. Armonizaba con
nuestra antigua arquitectura religiosa y al mismo tiempo era expresión de
la arquitectura contemporánea. Nos recordaba a las grandes catedrales
del medievo sin dejar de vivir en el siglo xx.
Tenemos que añadir todavía algunos aspectos relacionados con nues-
tro proyecto de la nueva Basílica del Tepeyac, ya sea que pudiera reali-
zarse en la cumbre del Cerrito o como de hecho iba a ocurrir, en la gran
explanada que era parte del atrio de la antigua Basílica. Desde luego,
seguiríamos nuestros trabajos, como lo estábamos haciendo, de la conser-

76
vación y restauración de todos los templos que están dentro del recinto
guadalupano.
Mucho se había trabajado en el templo más importante, la antigua
Basílica, y nuestra idea era que después de edificada la nueva, la vieja,
conservando sus características artísticas y funcionales, se convirtiera en
una especie de museo patriótico-religioso y a la vez en una gran sala de
conciertos, de conferencias y de otras actividades culturales.

Iglesia de Capuchinas y capilla del Pocito

Nos dedicaríamos, además, a la total restauración de la iglesia llamada


de Capuchinas, nombre que le dieron por haber existido allí un convento de
las monjas de dicha orden. La primera piedra de esa iglesia se colocó el 13
de octubre de 1782 y quedó terminada, junto con el convento, en el mes de
agosto de 1787. Como dato curioso hay que decir que el costo total fue
de 212,328 pesos, de aquella época, y que los principales sufragantes
fueron el Arcediano de la catedral, doctor Luis Torres, el doctor Manuel
de la Borda y el primer Conde de Regla, don Pedro Romero de Terreros.
Posteriormente sirvió como iglesia parroquial.
Una mención muy especial merece la capilla llamada del Pocito, monu-
mento histórico nacional y ejemplo valioso del barroco mexicano, el cual
a pesar de nuestros esfuerzos de conservación y de los trabajos que en él
constantemente hemos realizado, al igual que todos los edificios del con-
junto del Tepeyac, ha sufrido serios daños por los problemas del subsuelo
de esa área. La capilla del Pocito se inició en el año de 1 m y se terminó
en 1791.
El autor de dicha capilla fue el famoso y gran arquitecto don Francisco
Guerrero y Torres, proyectista y constructor de notables palacios en la ciu-
dad de México, por ejemplo, el que hasta la fecha ocupa el Banco Nacio-
nal de México en la esquina de las calles de Venustiano Carranza e Isabel
la Católica, y también el llamado Palacio de Iturbide, en la calle de Fran-
cisco I. Madero.
No deja de ser un dato histórico interesante anotar que el principal
promotor de la construcción del Pocito, fuera un señor muy singular Ha-

77
mado don Calisto González Abencerraje, debido a un voto particular que
le hizo a la Santísima Virgen de Guadalupe. Se dedicó a pedir limosna
junto con un tal don Nicolás Zumarragacategui. El costo total de la obra
ascendió a 50,000 pesos y fue edificada por los albañiles de la ciudad de
México, los cuales, además de trabajar toda la semana, lo hacían gratui-
tamente los domingos.
Mucho trabajo también nos costó la restauración de lo que queda-
ba, dada su inclinación y deterioro, de la vieja parroquia llamada de
"indios".

Decisión de construir la nueva


Basílica en el llano y no en la c u m b r e

Después de todas estas necesarias digresiones, sigamos con el hilo del pro-
yecto que se generó para la construcción de la nueva Basílica en el llano y
no en la cumbre, sin tocar el antiguo templo. Además, le dábamos gusto
a ciertas personas, muy interesadas en que no se edificara en el cerro
ninguna otra iglesia, ya que decían, según la narración del mensaje gua-
dalupano, el Nican Mopohua, debería hacerse en la parte baja y no sobre
la colina, porque así se lo había pedido la Virgen María al Indio:".. .deseo
que aquí en el llano se me edifique un templo...".
Estábamos discutiendo con nuestros ingenieros y arquitectos, una
vez abandonada la idea de construirla en la parte superior, cuál sería la
mejor localización para la nueva iglesia, teniendo en cuenta la vista de con-
junto, las necesidades y la conservación de los edificios existentes, cuando
se me presenta el simpático y agradable arquitecto don Nicolás Mariscal
Barroso, el cual tenía grandes deseos de que su compañía constructora
fuera la realizadora del proyecto, máxime que su padre había tenido
especial interés en la arquitectura religiosa. Nicolás me dijo, "Monseñor, el
arquitecto Pedro Ramírez Vázquez está realizando un anteproyecto para
la construcción de una nueva Basílica". Yo me permití contestarle, "per-
dón, pero quién le encomendó dicho proyecto"; "no lo sé", me contestó,
"sin embargo, Pedro tiene grande interés en conocerlo y charlar con usted
acerca de la idea de una nueva Basílica".

78
Alguien me había comentado que don Alfredo del Mazo Vélez, en aquel
entonces secretario de Recursos Hidráulicos, le había pedido a Ramírez
Vázquez un estudio para la posible construcción de una nueva Basflica,
lo cual me pareció sumamente raro y me hizo pensar que don Alfredo no
era la persona de dicha iniciativa, sino que, dada su influencia como minis-
tro, don Antonio del Valle y Talavera se lo había solicitado; en fin, este
hecho no tiene especial importancia.

Entrevista con el arquitecto


Pedro Ramírez Vázquez en su estudio
de los Jardines del Pedregal
Le dije a Nicolás, "comuníquele al arquitecto Ramírez Vázquez que ten-
dré mucho gusto en conocerlo personalmente y charlar con él acerca de la
posible construcción de una nueva Basílica y que sin duda él será una per-
sona muy importante dentro de mi equipo de ingenieros y arquitectos,
para la realización del nuevo Santuario de Guadalupe".
El arquitecto Mariscal se encargó de hacer una cita con don Pedro;
fuimos a su estudio en los Jardines del Pedregal y con sorpresa contemplé
una pequeña maqueta, posible anteproyecto para una nueva Basílica, cuyo
boceto general era muy parecido al realizado posteriormente. Él, muy
afable y discreto, me comentó que no teniendo en aquellos momentos nin-
gún trabajo de especial importancia, se había dedicado en sus ratos
libres, por su propia iniciativa, a proyectar una futura nueva Basílica,
obviamente, como era lógico, sin conocer todavía a fondo todas las nece-
sidades de ese gran centro religioso de proyección internacional; sin
embargo, ya había contemplado algunos de estos requerimientos.

Pequeña maqueta provisional

En la maqueta pude apreciar la idea de conjunto del arquitecto. En ese


anteproyecto se consideraba la construcción de un nuevo Santuario, sobre
la vieja Basílica, la cual sería derribada una vez hecha la estructura fun-
damental de la nueva, dejando en el fondo el altar y la imagen de Nuestra
Señora, tal y como se encontraban. Desde luego, incluyendo el grupo

79
escultórico del indio Juan Diego mostrándole al Obispo la tilma en la cual
queda grabada la imagen de Santa María de Guadalupe, ante cuya pre-
sencia se arrodilla fray Juan de Zumárraga.
Comenzamos por analizar dicha situación y yo me permití indicarle
algunos graves inconvenientes: en primer lugar, al pueblo en general,
mucho le disgustaría la demolición de la antigua Basílica a la cual tanto
amaban y tan acostumbrados estaban. En segundo lugar, desde el pun-
to de vista práctico, sería sumamente difícil, por no decir casi imposible,
iniciar y continuar una obra de tanta envergadura, conociendo perfecta-
mente que la Basílica es un templo que está abierto todos los días del
año, desde que sale el sol hasta que se oculta, es decir, desde la mañana
muy temprano, hasta la noche. En efecto, la Basílica se abre entre las 5
y 6:00 a.m. y se cierra alrededor de las 9:00 p.m.
Todos sabemos que en esa iglesia se celebra constantemente el sacri-
ficio de la Eucaristía, se predica la palabra de Dios, muchas personas se
acercan al confesionario para recibir la absolución de sus pecados y ade-
más se requiere un ambiente de recogimiento para poder orar con devo-
ción. Nada de esto podría hacerse con todo el ruido que implicarían los
trabajos de construcción. "En fin, señor arquitecto", le dije, "dada la influen-
cia que tiene usted como profesional y de acuerdo con su presencia en la
vida política del país, pero además teniendo en cuenta su buena volun-
tad y su excelente disposición, como hombre de principios cristianos,
podría usted reunirse con nosotros, o sea, con nuestro equipo, hacer un
estudio amplio, objetivo y minucioso, analizando todas las necesidades,
ubicándonos perfectamente en el recinto guadalupano, para poder fijar
con precisión el área donde ha de construirse el nuevo Santuario. Por mi
parte, tendría que renunciar a la idea, compartida con muchos, de la
edificación del templo en la colina del Tepeyac y usted tendría que renun-
ciar, perdóneme, a la idea poco práctica y muy discutible de edificar la
nueva Basílica sobre la antigua". Desde luego, la idea de don Pedro de
edificarla nueva Basílica sobre la antigua, como él mismo dijo, representa-
ba una mera posibilidad, sujeta a posteriores estudios. Además, tranqui-
lizaríamos a las autoridades civiles, dada la oposición que se había
generado artificialmente a través de la prensa y no precisamente por el

80
pueblo, sino por algunas personas que, como decía, veían lesionados
sus propios intereses. "Creo, arquitecto, que podremos conjuntar las ideas
de ambos proyectos".

D e t e r m i n a c i ó n de realizar una amplia


visita al recinto del Tepeyac

En efecto, después de esa nuestra charla, dirigiéndome al arquitecto, le


dije: "hagamos, pues, una amplia visita al recinto del Tepeyac". Nos pusi-
mos de acuerdo en una fecha determinada para realizar, tanto nuestro
equipo como el de don Pedro, una visita exhaustiva a todo el recinto gua-
dalupano. Caminamos toda esa área, subimos a la colina y desde ahí
comenzamos a razonar acerca de las distintas posibilidades, que después
pondríamos en el papel, para armonizar las construcciones ya existentes y
definir perfectamente la ubicación de la nueva Basílica. Así comenzaron
nuestros trabajos, preparándonos para exponer a las autoridades corres-
pondientes, las líneas generales del proyecto y finalmente conseguir,
como es la tradición mexicana, el consentimiento del Presidente de la
República.
Nuestro proyecto se iba delineando poco a poco, cuando llegó el momen-
to de pedir una audiencia al señor Presidente de la República para expo-
nerle con plena libertad lo que significaba para el pueblo de México tener
un nuevo Santuario, levantado por el mismo pueblo, en honor de la
Santísima Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe. Esta Señora
a quien están vueltas las miradas de los mexicanos desde hace muchísi-
mos años, como un símbolo de profundo sentido religioso, en el cual ven
la solución de todos sus problemas, tanto del orden temporal, como espi-
ritual. A Santa María de Guadalupe, a través de varios siglos, quién lo
duda, han recurrido en sus momentos más difíciles y de ella han alcan-
zado las gracias necesarias para seguir adelante en medio de todas sus
penalidades. Esta verdad histórica la conocen y la entienden muy bien
no sólo los que trabajan y han trabajado en la evangelización de nuestro
pueblo, sino también los que han llevado sobre sus hombros la responsa-
bilidad del manejo de los asuntos públicos.

81
La catedral de Saizburgo, en Austria

Por aquellos días tuve que salir a Europa con motivo de mi participación
en un congreso internacional mariano-mariológico (este es el nombre que
se les da a dichos congresos). Aproveché esa ocasión para ir a la bella y
encantadora ciudad de Saizburgo, ya que coincidía con el gran festival que
cada año dedican a Wolfgang Amadeus Mozart y, naturalmente, al teso-
ro inapreciable de su música. Como todo turista, visité algunos de los
lugares más frecuentados, por ejemplo, el famoso castillo-fortaleza Hohen-
salzburg, que comenzó a construir el arzobispo de esa localidad, allá por
el siglo XI y finalmente se terminó hasta el siglo xvii. El castillo se ubica
en la parte más alta de una pequeña colina, cercana del río Salzach, a cuyas
márgenes se desarrolló esa pequeña gran ciudad austríaca. Dicha forta-
leza marca el perfil característico de la tierra de Mozart.
Estando en Saizburgo, un domingo en la mañana me dirigí a la cate-
dral para participar en la misa coral concelebrada por el Cabildo y presidida
por el arzobispo, y ahí tuve la oportunidad de escuchar una misa exce-
lente de Mozart, ejecutada exquisitamente por un coro muy respetable.
La catedral, sin duda, es hermosa. El proyecto se realizó de acuerdo con
los planos del arquitecto Santino Solari, quien, en su momento, combinó
el estilo barroco temprano con ideas arquitectónicas románicas.
Contemplaba en el altar mayor una preciosa imagen de la Santísima
Virgen María y me permití dirigirle una intensa súplica salida desde muy
adentro. Le dije:

Señora, estoy en una bella iglesia dedicada a Ti, cómo es posible que allá en
México, donde tanto te queremos y veneramos bajo la advocación de Gua-
dalupe, no podamos levantarte una nueva Basílica; te ruego que cuando
regrese a México, se nos abran las puertas para realizar la construcción de
tu Santuario, ya que el antiguo se encuentra en tan precarias condiciones.

Esta mi súplica, respondía al deseo y al propósito de emprender una


obra tan importante para el país, a pesar de que las dificultades en los
distintos niveles de nuestra vida nacional eran múltiples. No deseo, ni es
el lugar, hablar de todas ellas, simplemente enumeraré algunas. Había

82
problemas de orden político, eclesiástico, económico, legal y además el
natural apego popular a la vieja Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
La solución de todos estos problemas requería tenacidad, una gran dosis
de paciencia, tacto, discreción, prudencia y trato frecuente con las dife-
rentes autoridades que deberían intervenir para hacer posible la construc-
ción del nuevo templo.

A n t e c e d e n t e s q u e facilitaron la audiencia
con el Presidente Luis Echeverría

Regresé a México, nos reunimos los que estábamos trabajando en el pro-


yecto y le dije al arquitecto Ramírez Vázquez, "toca a usted obtener una
audiencia para nuestro equipo con el Presidente de la Repiiblica, tanto por
su prestigio profesional, como por la participación que ha tenido, desde
hace mucho tiempo, en diversos proyectos de nuestro gobierno". Él de inme-
diato se excusó y me contestó, "perdóneme señor abad, pero creo que a
usted le corresponde esta responsabilidad".
Lo que Pedro ignoraba era que en años anteriores y charlando con el
ministro de Gobernación, el licenciado Mario Moya Palencia, le había supli-
cado que pidiera al señor Presidente me concediese una audiencia para
hablarle del problema de la vieja Basílica y solicitarle la construcción de
una nueva, "porque debe recordar", le dije, "que en este país no se hace nada
importante, de tejas abajo, sin la licencia del señor Presidente y, de tejas
arriba, sin la intercesión de la Virgencita de Guadalupe". Él sonriente me
respondió: "Don Guillermo, con gusto le conseguiré esta audiencia"; pero
la audiencia no llegaba... Por cierto, conocí a Mario siendo muy joven,
cuando estudiaba la preparatoria en el Centro Universitario México, diri-
gido por los hermanos maristas y del cual era yo el capellán. Mario era
un muchacho inteligente, de muy buena memoria y de rápida percepción.

Mi vieja amistad con el licenciado


Mario Moya Palencia

En este lugar haré un nuevo paréntesis, uno más de los muchos que he venido
realizando a lo largo de estas memorias y que, sin duda, seguiré haciendo.

83
En el auditorio del CUM, celebraba yo la misa los primeros viernes de
mes, consagrados al Corazón de Cristo y predicaba a todos los alumnos
ahí reunidos. La víspera de los mismos me dedicaba a escuchar las confe-
siones de los que así lo desearan y recuerdo que se acercaban al confesio-
nario Mario, Miguel Alemán Velasco, Fernando Casas Bernard, hijo del
que fue regente de la ciudad de México, y otros muchos. Estos jóvenes
preparatorianos tenían alrededor de 16 años de edad y yo era un joven
sacerdote de unos 29 años. Además, concurrían a las conferencias de
formación humana y cristiana que periódicamente les impartía.
Lo perdí de vista, pasaron los años, y siendo ya Abad de la Basílica, un
obispo venezolano, compañero mío, me envió una carta pidiéndome que
intercediera ante el gobierno para que pudiese salir de Cuba, con la visa
de México, un señor cuyo nombre no recuerdo, y así finalmente llegara
a Caracas. El licenciado Echeverría me había dado su teléfono particular
cuando era ministro de Gobernación, tomé el teléfono y me dije, tal vez
el licenciado Moya Falencia tenga el mismo número. Marqué y con sorpre-
sa escuché la voz de Mario, le dije, "señor ministro, probablemente usted
no me recuerde, pero varias veces habló conmigo, siendo alumno de Pre-
paratoria y tengo presente, muy en particular, a la pequeña revista Vox
Legis, acerca de la cual usted me hacía diversas preguntas, revista que
había fundado junto con Miguel Alemán Velasco y otros compañeros".
Él de inmediato me dijo, "Cómo no lo voy a recordar, don Guillermo, y no
sé por qué me está hablando de «usted», dígame en qué lo puedo servir".
Le contesté, "ya que me da esa confianza, quiero hacerle una sencilla
petición", y brevemente le narré la solicitud del obispo venezolano, mon-
señor Domingo Roa, el cual pensaba que nuestras relaciones con el gobier-
no eran difíciles. Mario de inmediato me dijo, mándeme a la persona que
está con usted, trayéndome una tarjeta suya y el caso será de inmediato
atendido, como lo fue en efecto.

C u á n d o conocí al licenciado Luis Echeverría

Creo que no deja de ser interesante recordar el momento en que conocí


personalmente al licenciado don Luis Echeverría, aun cuando pareciera

84
intrascendente el motivo por el cual me permití abordarlo. En efecto, den-
tro de mi trabajo pastoral, daba conferencias periódicas a un grupo de
maestras. Al terminar una de esas charlas, se me acerca una de ellas y me
dice, "soy maestra titulada en mi lugar de origen y mi plaza a la que ten-
go derecho está allá mismo en mi tierra. Por razones muy personales debo
vivir en México y estoy ejerciendo el magisterio como suplente, sin tener
una plaza fija. Desearía que la Secretaría de Educación me trasladara
de manera permanente aquí, a la ciudad de México", y yo le pregunté,
"¿quién tiene la autoridad para hacerlo?", y ella me respondió, "el oficial
mayor de Educación, el licenciado Luis Echeverría". "Muy bien", le dije,
"voy a tratar de ponerme en contacto con el señor Echeverría". Una maña-
na muy temprano, después de celebrar la misa en el CUM, me dirigí a la
casa de don Luis, toqué el timbre, me abrió la puerta su esposa y me
preguntó, "¿en qué lo puedo servir?". Me identifiqué, me pasó a una peque-
ña sala, y me dijo, "siéntese por favor, voy a llamar a Luis" En unos
minutos más, salió don Luis y le expliqué la razón de mi visita. Él me
oyó atentamente y me invitó a que nos fuéramos juntos a la Secretaría
de Educación. Salimos, tomó un viejo Dodge que él mismo manejaba, me
senté a su lado y nos fuimos conversando hasta la Secretaría misma, ahí
descendimos del automóvil, subimos a su oficina, y me pidió que lo esperara,
mientras atendía a un buen número de personas. Me di cuenta de la rapi-
dez con la que iba atendiendo las diversas solicitudes. Finalmente, con-
versamos en su oficina. Respondí a diversas preguntas sobre las escuelas
particulares, en donde de alguna manera, sin quebrantar las normas del
Estado acerca de la educación, los alumnos que así lo deseaban, tenían
la oportunidad de completar su formación religiosa. Terminó la entre-
vista. Posteriormente, indiqué a la maestra los trámites que debería hacer,
con la recomendación del oficial mayor de Educación. Obtuvo su plaza
y con alegría profetizó: "fíjese en este señor; llegará a ser Presidente de
la República".
A don Luis no lo volví a ver sino hasta cuando fue ministro de la
Secretaría de Gobernación. En ese tiempo era yo Abad de la Basílica. Por
algunas circunstancias le hablaron acerca de mi persona y dijo, es bueno
que charlemos. Me citó un sábado por la mañana en la Secretaría. Núes-

85
tra conversación fue larga y, en dicha ocasión, me hizo favor de darme el
número de su teléfono privado. Dejó de ser ministro, llegó a la Presidencia
de la República, conservé su número telefónico, y así, como antes dije,
pude hablar con el licenciado Mario Moya Falencia. Posteriormente seguí
insistiéndole en la entrevista con don Luis Echeverría, ya que el señor
Presidente todavía no se había decidido a permitir la construcción de un
nuevo Santuario. De hecho, en una charla que tuvimos antes de que fuera
Presidente de la República, y hablando acerca de la necesidad de una
nueva Basílica, me insistió que tal vez en las grandes concentraciones,
bastaría realizar lo que hicimos con motivo del 75 aniversario de la Coro-
nación de la Santísima Virgen María, como Reina de México y Emperatriz
de las Américas. En efecto, el marco digno para las celebraciones litúrgi-
cas y paralitúrgicas de los 12 primeros días del mes de octubre de 1970,
fue, sin duda, la llamada "Basílica Efímera", que en realidad resolvió en
forma adecuada los diversos problemas de higiene, cupo, visibilidad, par-
ticipación activa del pueblo de Dios y digna celebración del Santo Sacrifi-
cio de la misa.
Dicha "Basílica Efímera", toda ella ejecutada en lona por la Casa Pla-
nas, como si fuera una gran tienda de campaña, fue proyectada hasta en
sus mínimos detalles por los arquitectos fray Gabriel Chávez de la Mora,
Juan Planas y Héctor García Olvera. La realidad es que la celebración de este
aniversario nos permitió contemplar en vivo y como una fuerte experien-
cia, la necesidad imprescindible de un nuevo Santuario. Ya en otro lugar
de estas, mis memorias, hablaremos con mayor amplitud de todo lo que
significó este gran homenaje que el pueblo de México rindió a la Santísima
Virgen María de Guadalupe, con motivo de tan venturoso acontecimiento.

C e n a con Fausto Z a p a t a
en la casa de Nicolás Mariscal

Nicolás Mariscal logró una reunión en su casa, invitando a una cena a don
Fausto Zapata y, claro está, invitándonos también a nosotros, los que
nos ocupábamos del proyecto del nuevo Santuario. Según recuerdo, esto
último acontecía en los primeros meses del año de 1974.

86
En la cena, tanto el arquitecto Ramírez Vázquez, como los arquitectos
José Luis Benlliure, fray Gabriel Chávez de la Mora, Javier García Lascu-
rain y el ingeniero Manuel González Flores, estuvimos indicándole a
Fausto los distintos aspectos del proyecto. Por mi parte, le dije, la nueva
Basílica de Guadalupe representa una necesidad vital para la gente de
nuestro país. Sin duda, por ejemplo, es muy importante un Estadio Azte-
ca, no sólo para los miles y miles de aficionados al fútbol, sino también
para otros muchos eventos interesantes, deportivos y no deportivos; pero
pienso que, en otro orden de valores, el Santuario Guadalupano, sin des-
deñar la fuerte necesidad de un gran estadio, ni comparar una cosa con
otra, tiene, bajo diversos aspectos, mucha mayor trascendencia.
Creo que dada la sensibilidad política del señor Presidente, verá con muy
buenos ojos la construcción de un nuevo Santuario para la Reina de los
mexicanos. Fausto nos dijo, "mi familia, especialmente mi madre, como
todas las madres mexicanas, es muy devota de la Santísima Virgen María
de Guadalupe, pero yo no le voy a presentar al señor Presidente el pun-
to de vista religioso, que mucho halagaría a nuestro pueblo, sino más bien
la conveniencia política de apoyar esta obra". Yo le respondí, "dígaselo como
usted crea mejor, pero pídale una cita para todos nosotros, a ñn de que
podamos exponerle el proyecto y obtener su permiso para la posible reali-
zación del mismo". "Muy bien", nos contestó, "estamos cerca del informe
anual del lo. de septiembre y de la memorable celebración de nuestra Inde-
pendencia. Espero hablar con él, tranquilamente, entre una y otra fecha".

Emilio A z c á r r a g a M i l m o

Por cierto, una vez tomada la decisión presidencial, no sólo de aprobar


la construcción de una nueva Basílica, considerándola como una obra de
interés popular, sino también de ayudar de diversas maneras a obtener
los medios económicos necesarios para hacer posible dicha obra, aconte-
ció que una tarde, Fausto Zapata procuró que nos encontráramos en Los
Pinos, ocasionalmente, Emilio Azcárraga Milmo y un servidor. La inten-
ción era clara: "Emilio, apoya este proyecto que el señor Presidente ve
con muy buenos ojos". Azcárraga entendió de inmediato el mensaje. Nos

87
saludamos afectuosamente, pues ya hacía tiempo que nos conocíamos. Me
dijo: "cuente conmigo", y quedamos de vernos para charlar ampliamente
acerca del tema.
De hecho, posteriormente nos encontramos en diversas ocasiones, en
las cuales se iba determinando la estrategia a seguir en favor de la cam-
paña publicitaria para la construcción. Entre paréntesis, tuve que prestar
multitud de veces mi imagen a la televisión, hablando del tema. Confieso
que en lo personal, no me era muy grata esta frecuente presencia televi-
siva, que afectaba mi intimidad, sin embargo, era necesaria para el éxito
de nuestro proyecto.
A propósito de esto último, recuerdo una simpática anécdota: encon-
trándome en el Frontón México una noche, con algunos de mis familia-
res, uno de los "corredores", a los cuales les llamaban los "gritones", le
comentó al esposo de una de mis hermanas, con su acento marcadamen-
te hispánico: "Oye, ¿este es el artista que la hace de cura en la televi-
sión?", y mi cuñado, con cierta seriedad le contestó: "Cállate, que nos va
a oír". Yo, bromeando, le dije: "No, yo soy el cura que la hace de artista
en la televisión".
Volviendo a Emilio, la primera vez que estuvimos cerca, fue en una
comida en la casa del señor Arzobispo, don Miguel Darío Miranda, cuan-
do yo era Rector del Seminario Conciliar de México. En efecto, en aquella
época estábamos realizando una importante campaña en favor de la cons-
trucción de los seminarios Mayor y Menor de la arquidiócesis.
El señor cardenal gustoso aceptaba que organizáramos estos con-
vivios con algunos de los empresarios y banqueros más importantes de
nuestra ciudad, exponiéndoles la necesidad urgente de formar muchos y
buenos sacerdotes, debidamente preparados para hacer frente a los gran-
des problemas religiosos de esta inmensa urbe.
Sin duda, el obispo de una diócesis, requiere, como algo absolutamen-
te indispensable, un clero propio que le ayude, de manera eficiente en el
ejercicio de la pastoral. Por esta razón, a los sacerdotes se les llama la
manus lunga del prelado diocesano, o sea, son como sus propias manos,
sin las cuales no puede actuar, porque como dice el famoso Decreto del
Concilio Ecuménico Vaticano II (Presbyterorum Ordinis), acerca de la vida

88
y ministerio sacerdotal, "los obispos por el don del Espíritu Santo que se
ha dado a los presbíteros en la Sagrada Ordenación, los tienen como nece-
sarios colaboradores y consejeros en el ministerio y función de enseñar,
de santificar y de apacentar al pueblo de Dios". Por esta razón, ya desde
tiempos muy antiguos, la Iglesia, en la ordenación de los presbíteros,
pedía solemnemente a Dios la infusión "del Espíritu de Gracia y de Con-
sejo para que (el nuevo Presbítero) ayude y gobierne al pueblo con cora-
zón puro".6
Perdón por esta enorme, aunque muy importante desviación. Conti-
nuemos con Emilio.
Éste, junto con su primo Gastón, aunque ambos de muy diferente tem-
peramento, escuchaban con grande atención nuestro discurso. Emilio, el
cual sin duda era un empresario hábil y sumamente duro, tratándose de
negocios, nos hizo el siguiente comentario acerca de la promoción de las
vocaciones eclesiásticas, poniendo énfasis en lo costosa que resultaba, desde
el punto de vista económico, la formación de un sacerdote, ya que des-
pués de largos años de estudio y de austera disciplina, llegaba al sacer-
docio un reducido número de los que habían iniciado su carrera. En efecto,
para poner un ejemplo claro, de 60 alumnos que comienzan sus estudios
dentro del Seminario, llegan a la ordenación sacerdotal alrededor de 12
o 13 de ellos. Gastón, en cambio, digno sucesor de su padre en el campo
empresarial, sin embargo, tenía una profunda inclinación a la religiosidad
y opinaba que a pesar del costo material, no había que escatimar esfuer-
zos en la selección de las vocaciones y en la formación de excelentes
sacerdotes.
Entre Emilio y yo se generó una amistad muy particular, especialmen-
te, desde que participó con entusiasmo en la construcción del nuevo
Santuario. Él, lo mismo que su padre, era profundamente guadalupano.
A propósito de Guadalupe, y con su apertura característica, tuvimos largas
conversaciones, tanto de sus problemas personales, como de su visión
acerca de la vida de nuestro país.
Debo decir que nuestros contactos se fueron haciendo cada vez más
estrechos, especialmente cuando su muerte estaba ya muy cercana.
6
Cfr. Decreto Presbyyterorum Ordinis, núm. 7.

89
Audiencia con el Presidente
de la República, d o n Luis Echeverría

Al poco tiempo, me parece que los primeros días de octubre, Fausto me


llamó a la Basílica diciéndome que el señor Presidente me recibiría a mí
solo, sin darme mayores explicaciones.
Con alegría de mi parte le comuniqué a todo el equipo la cercanía de
mi audiencia personal y les pedí que rezaran por mí, particularmente a
la Señora de Guadalupe, para el éxito de dicha entrevista. Se me indicó la
fecha a través del general Jesús Castañeda Gutiérrez, jefe del Estado
Mayor Presidencial, y una tarde, con mis papeles del proyecto de la nue-
va Basílica, llegué hasta Los Pinos. Después de los trámites protocolares,
me recibió don Luis Echeverría en un pequeño despacho y brevemente le
expuse las ideas generales del proyecto. En el curso de nuestra conversa-
ción me preguntó, exabrupto: "¿con qué cantidad de dinero cuenta usted
para la realización de dicha obra"?; yo le contesté, "con nada, señor Presi-
dente, los ingresos de la Basílica, gracias a Dios, nos alcanzan para los
gastos ordinarios de la misma, que son bastante fuertes". Sin embargo,
él me dijo, "alguna lista de personas tendrá ya usted en mente" y yo le
contesté, "en efecto, señor Presidente". Él, de manera espontánea, me
indicó: "cuente conmigo, quiero ser un mexicano más que ayude a esta
obra tan importante para nuestra patria". Le di las gracias y me retiré con
el corazón lleno de alegría porque se había dado un gran paso para la
creación del nuevo Santuario. Tarde se me hacía para comunicarle a todo
el equipo la fausta nueva, sin tener que ver nada este epíteto con la efi-
ciente intervención de mi buen amigo Fausto.

C o m u n i c o a mi e q u i p o de arquitectos
la decisión del s e ñ o r Presidente de la República

Cuando llegó el momento de nuestra reunión semanal, estando apenas en


los inicios del proyecto y teniendo que redoblar el paso, dada la premura
del tiempo, al comunicarles esta decisión, Pedro dijo: "es la mejor noticia del
año, vamos a tener que trabajar muy duro".

90
En efecto, a marchas forzadas retomamos los distintos aspectos de
la construcción de la nueva Basílica, sin descuidar ninguna de las áreas
de la misma. En primer lugar, nos concentramos en el estudio de todo el
interior del templo, verbigracia, el gran retablo donde colocaríamos la ima-
gen de la Santísima Virgen María, debajo de uno de los brazos de la gigan-
tesca cruz central; el diseño del presbiterio, del altar, de los ambones y
de la ubicación de todos los concelebrantes; el lugar del gran órgano tubu-
lar, acerca del cual después hablaremos; de las banderas de todos los
países de nuestro continente americano; el sitio de los cantores que nor-
malmente toman parte en muchas de las celebraciones; la ubicación de
la asamblea participante en las diversas ceremonias, etcétera.
Pensamos también en la posibilidad de que todos los fieles pudieran
acercarse a la imagen de Nuestra Señora a orar por algunos momentos,
pasando de un extremo a otro del retablo, mediante una cinta metálica,
sin interrumpir la celebración de la Eucaristía.
En efecto, podrían contemplar a la Guadalupana, recitándole durante
el trayecto \in Ave María. Consideramos además la posibilidad de las capi-
llas altas, en las cuales pudiera celebrarse la santa Misa a grupos par-
ticulares, tanto nacionales como extranjeros, en sus respectivas lenguas. En
fin, que en el decurso de los trabajos se iban generando múltiples ideas
para satisfacer, con sencillez y elegancia, los requerimientos tanto funcio-
nales como litúrgicos; dirigidos éstos últimos por fray Gabriel Chávez de
la Mora y por un servidor. Nuestro arquitecto, director general del proyec-
to, iba captando y absorbiendo con facilidad las nuevas normas litúrgicas,
emanadas a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II, muchas de ellas
para él hasta entonces desconocidas.
Recuerdo, por ejemplo, cómo José Luis Benlliure, que no era de palabra
fácil, pero sí de una mano muy hábil, mano de artista, de un plumazo y
de acuerdo con la configuración del nuevo Santuario, nos decía cómo le gus-
taría que fuese el presbiterio. En este intercambio de ideas, surgió la
posibilidad de un altar superior, vuelto hacia el atrio, a semejanza de las
capillas abiertas en la época colonial, por cierto muy útil para las gran-
des concentraciones populares.

91
Naturalmente, todo ésto había que traducirlo en los tensores de las
mesas de trabajo de los arquitectos, particularmente en la de José Luis. A
lo largo de esta narración iremos hablando de la gran organización que sur-
gió, una vez obtenido el permiso para la construcción del nuevo Santuario.
Mucho me agradaba participar muy de cerca en todas las reuniones
del nuevo proyecto, lo que me hacía mantener los ojos bien abiertos, para
poder opinar, teniendo en cuenta mi experiencia de los 10 años pasados en
la antigua Basílica y habiendo observado durante ese tiempo sus múlti-
ples carencias, en función de las necesidades actuales, tanto de cupo,
como de una verdadera participación litúrgica.

Elección de la compañía constructora


y formación del Comité pro Construcción

Me reuní en privado con el arquitecto Ramírez Vázquez para definir la


compañía constructora que nos diera plenas garantías de comenzar y
terminar la obra, no tanto en el aspecto de su competencia técnica, pues-
to que en México tenemos muy buenas empresas constructoras, sino que
más bien pensábamos en aquella que tuviese, además, una mayor capaci-
dad económica para poder sobrellevar nuestros problemas financieros, sin
tener que suspender la construcción. Después de una interesante discu-
sión, me dijo el arquitecto, "Monseñor, tendrá usted que tomar la decisión".
"Muy bien, vamos a pedirle al ingeniero Bernardo Quintana, presidente
de Ingenieros Civiles Asociados (ICA), que tenga la bondad de venir a visi-
tarme y, además de proponerle su participación en nuestro comité, que
está en formación, rogarle que su compañía acepte la edificación del nuevo
Santuario". Don Pedro estuvo de acuerdo, cité al ingeniero Quintana, charié
con él ampliamente y, de buena gana, aceptó este importante compromiso.

El Cardenal Miranda convoca una reunión


general para la creación del comité

Nuestro grupo seguía estudiando con gran empeño todos los aspectos
del proyecto. Mientras tanto, de acuerdo con el señor Cardenal don

92
Miguel Darío Miranda, Arzobispo Primado de México, convocamos en su
nombre, después de cuidadosa reflexión, a un grupo importante de perso-
nas cuya calidad moral e influencia profesional en las distintas activida-
des de la vida pública del país, ofreciese una garantía real para el éxito de
la empresa. Nos reunimos en el Gran Salón de CabUdos de la antigua
Basílica, donde están los retratos de un buen número de abades. Asistió
la mayor parte de los convocados. El señor arzobispo me pidió que les
explicase ampliamente nuestra idea acerca del nuevo Santuario de Guada-
lupe. Lo hice con agrado. Además, deseábamos que se estableciera un
diálogo con todos ellos, para interesarlos personalmente en el proyecto,
escuchando sus opiniones y manifestándonos las diversas formas como
podrían ayudarnos.
Gracias a Dios, la reunión fue exitosa. De ahí nació la creación del
Comité pro Construcción de la nueva Basílica de Santa María de Guadalu-
pe. Procedimos a la legalización de dicho Comité y dejamos establecida
una de las bases más importantes para la realización de la obra.
Quiero decir, que posteriormente a la creación de este Comité, inicia-
mos diversas reuniones periódicas con los diferentes grupos pertenecientes
al mismo, según la diversidad de los problemas específicos a tratar, aun
cuando a todos les comunicábamos los inicios, avances, dificultades y
soluciones en la realización de nuestra nueva Basílica.
Monseñor Miranda quedó altamente complacido, lo cual me tranquili-
zó, ya que en las charlas previas que sostuvimos él y yo, notaba de alguna
manera, dada su prudencia, la indecisión que abrigaba al respecto, pues
en alguna ocasión, a manera de objeción, me dijo, "¿qué tú y yo solos
nos vamos a echar la responsabilidad de la construcción de una nueva
Basílica?", y yo me permití contestarle, "En definitiva así va a acontecer,
puesto que Su Excelencia es el arzobispo primado de México, en cuya
circunscripción está la Colegiata de Guadalupe, de la cual yo soy el abad".
Desde luego, tenía yo la plena conciencia de que nos ayudarían muchas
organizaciones, tanto civiles, como eclesiásticas, pero en último término
todos nuestro colaboradores descansarían en la presencia, autoridad y
participación del arzobispo de México y del abad de Guadalupe.

93
En varias ocasiones le sugerí al señor arzobispo que sería convenien-
te que hablara con el Presidente de la República y él, con su particular
cortesía, me contestaba: basta que tú lo hagas, solamente te suplico que
me mantengas informado de los acontecimientos.

Mis c o n v e r s a c i o n e s con e¡ Capítulo Colegial


acerca de la construcción de una nueva Basílica

Por otro lado, desde los años sesentas me empeñé en tratar con frecuen-
cia, en las reuniones ordinarias del Cabildo de Guadalupe, el importante
tema de la posibilidad de construir un nuevo Santuario, conociendo el gran
deterioro del templo antiguo y de su falta de funcionalidad y reducido
espacio para satisfacer, como hemos venido insistiendo, las necesidades
litúrgicas y pastorales de nuestro pueblo.
Mi deseo era que el Capítulo Colegial conociera en forma directa la diver-
sidad de problemas existentes, que en otro lugar ya he mencionado, hacién-
dolo partícipe de los avances o retrocesos en la superación de las dificultades
que entrañaban la edificación de nuestro máximo Santuario nacional.
Parecía muy sencillo, dada la popularidad de la devoción a la Santísi-
ma Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, y el reconocimiento
de la fuerza religiosa de este lugar, convencer a los distintos sectores de
la Patria implicados en la construcción de un nuevo templo, que nos ajai-
dasen a la realización de dicha obra. Pero, por otro lado, el interés que
provoca todo lo que se refiere a la Villa de Guadalupe, quién lo dijera,
constituía un gravísimo obstáculo para emprender una obra de tan largo
alcance. Por esto, siendo en apariencia muy fácil promover la construc-
ción del recinto sagrado más conocido y estimado del país, era al mismo
tiempo, paradójicamente, el que entrañaba mayores dificultades.
Vencidos todos los obstáculos y creado el Comité pro Construcción de
la Nueva Basílica, además del equipo técnico de proyecto y dirección de la
obra que habíamos venido formando poco a poco y con el cual ya contába-
mos, se hizo factible la realización del ambicioso proyecto.
Se requería pues, un esfuerzo metódico y constante a fin de allegar-
nos los medios económicos necesarios para el inicio y la prosecución de

94
una obra de tan elevado costo y, por otra parte, el empeño decidido del
equipo técnico que debería entregar en forma periódica y oportuna, las
distintas partes del proyecto a la compañía constructora.
Haré un brevísimo resumen de cómo quedó integrada nuestra orga-
nización: constaba de un Consejo Directivo y un Órgano Ejecutivo; este
último quedó subdividido en varias secciones de trabajo con sus respec-
tivos jefes: administración, finanzas, relaciones públicas y construcción,
además de un Secretario General y un Comisario, con las respectivas fun-
ciones de dichos cargos. Este último, presidido por el bufete del contador
público Rogerio Casas Alatriste, se encargó de la elaboración de un manual
operativo para el recto funcionamiento del Comité, especialmente en el
aspecto financiero.
Es bueno anotar que me pareció conveniente nombrar al señor Comi-
sario de dicho bufete, dada su aptitud y honestidad. Auditor General
Externo de la Basílica de Guadalupe.
Me gustaría en este lugar, hacer mención de algunas de las personas
del Comité que estuvieron muy cerca de nosotros, antes, durante y des-
pués, de la realización del nuevo Santuario de Guadalupe. Desgraciadamen-
te para mí, no tengo a la mano sus nombres, ya que esta documentación se
quedó en los archivos del Santuario. Esto no quiere decir que no recuerde
con absoluta precisión a muchos de ellos, puesto que durante casi dos
años consecutivos tuve una reunión semanal, tanto con los miembros del
comité, como con el equipo de ingenieros y arquitectos que trabajaron en
la realización de la obra.

¿ C u á n d o inaugurar la nueva Basílica?

Sólo de esta manera podía seguir, paso a paso, los múltiples y complejos
aspectos de las diferentes áreas de la obra. Se requería pues, la entrega
total cotidiana a una empresa de tanta trascendencia para la vida reli-
giosa del país. Debo mencionar, nuevamente, a Ramírez Vázquez, el cual
me acompañó en todo momento, ya que además habíamos adquirido el
grave compromiso de inaugurar el nuevo templo de Nuestra Señora de
Guadalupe, el 12 de octubre de 1976.

95
Dicho compromiso se generó en alguna de mis conversaciones con el
señor Presidente de la República, al preguntarme sobre la posible fecha
de la inauguración del nuevo Santuario. En aquella ocasión le dije, "aun-
que la fecha más conveniente parecería el 12 de diciembre, día de la
solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, sin embargo pienso que,
dado el interés que ha tomado usted por la edificación de este templo, en
beneficio del pueblo de México, le causará una gran satisfacción el que se
inaugure dentro de su mandato ya que entrega usted la banda presiden-
cial el día lo. de diciembre de ese año, al nuevo gobernante. Además, dada
la presencia multitudinaria del pueblo de México, el 12 de diciembre, se
generaría un grave problema si la inauguráramos en ese día".
Aquí quiero añadir un dato curioso: varias personas eclesiásticas y no
eclesiásticas me dijeron que había apuestas a que no se podría terminar
la nueva Basílica en la fecha indicada.
Inicialmente, en un cálculo global, de valor muy relativo, se nos había
dicho que el nuevo templo, en sí mismo, podría costar alrededor de 150
millones de pesos, sin incluir el atrio, los estacionamientos, el bautiste-
rio y el enderezamiento de la iglesia de Capuchinas; naturalmente, repito,
este era un cálculo demasiado prematuro y que, como lo expresaban
nuestros técnicos, no podría estimarse el verdadero valor de la obra, sino
a medida que fuese avanzando la construcción, dada la celeridad e inten-
sidad de los trabajos y el aumento progresivo de los costos.
También recuerdo un detalle providencial: muy cerca del 12 de diciem-
bre de 1974, temprano en la mañana, antes de entrar al rezo coral, me
habló por teléfono don Manuel Espinoza Yglesias y me dijo: "Monseñor, si
el gobierno de México lo ayuda con 50 millones de pesos, yo le daré otros
50". Le contesté: "muchas gracias don Manuel, a su debido tiempo le haré
conocer la decisión gubernamental". Entré al presbiterio de la Basílica, con-
templé a la imagen de Nuestra Señora y le dije: "Virgencita, según los
cálculos de los arquitectos, nada más te faltan 50 millones de pesos para
tu nuevo santuario. Creo que esa cantidad nos la podrá proporcionar el
pueblo, que tanto te quiere".
Hubo etapas en que teníamos trabajando para la nueva Basílica, de
diferentes maneras, a varios miles de personas. De hecho, nunca pudieron

96
en realidad calcularse con exactitud los costos de la obra, sino hasta que,
una vez pasada la fiebre de la inauguración, cuando todavía nos faltaban
muchos detalles constructivos importantes, tuvimos la calma necesaria
para analizar todo lo que había significado, desde el punto de vista eco-
nómico, la construcción del nuevo Santuario, con las distintas áreas de
servicios. El cálculo, pues, inicial, conversado sin ningún compromiso,
de 150 millones para el edificio mismo y 100 millones más para los esta-
cionamientos, área comercial, enderezamiento de capuchinas y bautisterio,
se convirtió, aproximadamente, en una cifra superior a los 600 millones
de pesos.

Imposible construir un n u e v o santuario


con los ingresos ordinarios de la Basílica

La Basílica, de acuerdo con sus ingresos ordinarios de aquella época y sus


erogaciones, no hubiera podido dedicarse, razonablemente, a la construc-
ción de un nuevo Santuario, ya que sus percepciones anuales eran del
orden de los 14 millones de pesos y sus egresos de unos 12 millones. Es
decir, que teóricamente podríamos ahorrar de dos a tres millones de pesos
anuales. Con este cálculo demasiado especulativo, nos hubiéramos tar-
dado, para no exagerar, más de 50 años en construir una nueva Basílica,
repito, tomando en cuenta nuestros ingresos normales.
La campaña de recaudación realizada a través de dos años, dio como
resultado la cifra importante de unos 250 millones de pesos. Aun cuan-
do nuestro pueblo se portó con gran generosidad, de la cual tenemos ejem-
plos muy bellos, su aportación estaba muy lejos de resolver a fondo
nuestro problema económico.

Entusiasta y g e n e r o s a participación
de n u e s t r o p u e b l o en la
edificación del n u e v o t e m p l o

No puedo resistir la tentación de escribir uno que otro pormenor de esta


gran generosidad. Una mañana me encontraba en mi pequeño despacho
de la vieja Basílica, cuando el padre sacristán mayor me anunció que un

97
matrimonio humilde quería entregarme, personalmente, un donativo para
la construcción de la nueva iglesia, así lo dijeron, de la Virgencita de
Guadalupe. Los recibí, a pesar de que en esos momentos estaba conmigo
un periodista, el cual me insistía en que sería demasiado oneroso para el
pueblo humilde "venderles", éstas eran sus palabras, bonos de a diez pesos,
en favor de una iglesia nueva, siendo nuestra situación económica tan
difícil. Yo le respondí, "mira, la fe de nuiestro pueblo y su generosidad,
son tan grandes que cada quien dará lo que le dicte su amor por Nuestra
Señora. Además del beneficio espiritual que representa dicha obra, piensa
en que la inversión, aun cuando costosa, favorecerá, también, material-
mente, a muchas personas e instituciones que en ella intervendrán-, obre-
ros, profesionistas, empresas proveedoras, etcétera".
Pasé pues, a mi despacho, a este matrimonio, en presencia del perio-
dista. La señora llevaba su bolsa de ixtle con el mandado; se asomaban
las cebollas y los jitomates y me dijo, Padrecito, le traigo un donativo
para la «Virgencita» y junto con sus palabras me entregó, extrayéndolo
de la misma bolsa, un fajo de billetes con docientos mil pesos. Yo, admi-
rado y emocionado, comencé a hacerle, tanto a ella, como a su esposo,
varias preguntas: "Perdón, ¿ustedes dónde viven?"; "Vivimos en la Bondo-
jito". "¿Tienen hijos?" "Sí, pero ya están grandes y los hemos enseñado
a trabajar". "¿Y cómo es posible que puedan dar 200,000 pesos de limos-
na? Creo que antes deberían cubrir sus necesidades más urgentes". Ella, a
nombre de su marido, me contestó, "Mire padrecito, mi papá, desde peque-
ña me traía a la Basílica y me enseñó a dar limosna; le voy a explicar por
qué puedo dar 200,000 pesos. Yo tenía un terrenito, y le dije a la Santísima
Virgen María, si me ayudas a vender este terrenito, te doy la mitad; me
dieron 400,000 pesos y aquí le traigo la mitad". Me volví al periodista y
le indiqué, "así es el pueblo de México". Él, impresionado, me pidió 10
bonos de 10 pesos para la edificación del nuevo Santuario.

O t r o e j e m p l o digno de especial mención


acerca de la fe y generosidad de n u e s t r o p u e b l o

Pondré solamente otro ejemplo: un vendedor de periódicos, llamado José


Mundo, que padecía del oído, después de entregar muy de mañana los

98
diarios, iba a la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, antigua
parroquia de San José, a escuchar la Santa Misa. Con frecuencia, de sus
ahorros compraba un billete de lotería, prometiéndole a la Santísima Vir-
gen María que, si obtenía el premio mayor, lo destinaría íntegro para su
Santuario. En cierta ocasión, con grande sorpresa suya, al investigar la
lista de los premios, vio que había obtenido el premio mayor, la cantidad
de 12 millones de pesos. Se fue a la Basílica con su mujer y sus hijas y le
dijo al padre sacristán, "quiero ver al señor abad para que me haga el favor
de mandar a cobrar un billete de la Lotería, pues deseo darle un donativo
a la Santísima Virgen María para su templo". El padre sacristán no lo tomó
en serio y lo hizo volver dos o tres veces. Finalmente lo llevó conmigo y
le dije al sacerdote, "tráeme el periódico para investigar si efectivamente
su número ha sido premiado", como en realidad lo fue. Comenzamos nues-
tra charla, le hice varias preguntas acerca de su trabajo, de su familia, del
lugar donde vivía y me enteré de la situación de su vida. Traté de conven-
cerlo de cómo debía hacer uso de su dinero y procuré que su esposa y sus
hijas fueran mis aliadas, pero ellas me dijeron, "padrecito, las promesas son
promesas y él debe cumplir tal como lo decidió". Finalmente les dije, "voy
a llamar a un banquero para que cobre el billete, les abra una cuenta y
deposite en ella la totalidad de la suma obtenida. Posteriormente decidirán
el empleo que va a hacer de su capital". Tomé el teléfono, llamé al director
general de Crédito Mexicano, le expliqué vagamente el objeto de mi llamada
y él de inmediato vino a mi oficina, contempló el escenario y se puso los
anteojos negros, porque en ese lugar estábamos llorando todos. José Mundo
me pidió que le obsequiara una imagen grande de Nuestra Señora para
ponerla en su capilla particular. Me interesé profundamente por su situa-
ción, y le supliqué al banquero que le ayudara a administrar su dinero.
Trataba yo de retrasar su donación, pero él me insistió en forma definitiva
y no sólo eso, sino que además, me encomendó que, a su nombre, viera
al párroco de la iglesia de San José, en el centro de la Ciudad de México,
para que, bajo mi vigilancia, le pusiera un piso nuevo al templo; más otra
encomienda que me hizo para la Basílica de San Juan de los Lagos. No
quiero alargar la historia de este bellísimo acto de generosidad. Añadiré

99
sólo un rasgo de su fe profunda. Por instancia mía, aceptó quedarse con
una parte del dinero, realizando, entre otras cosas, el deseo de ir en cali-
dad de peregrino a Tierra Santa y a Roma, porque, según me dijo, quería
besar tanto el lugar donde nació Jesús, en Belén de Judá, como la tumba
del Apóstol Pedro, en Roma.
Al recordar alguno que otro detalle del sacrificio y de la generosidad de
nuestro pueblo cuando se trata de una obra benéfica, social o religiosa,
especialmente de un significado tan profundo, como es el Santuario de
Santa María de Guadalupe, no sé por qué asocié a esta generosidad y entre-
ga lo que me aconteció con el licenciado don José López Portillo, enton-
ces ministro de la Secretaría de Hacienda, y con el licenciado don Octavio
Sentíes, jefe del Departamento del Distrito Federal. El primero, llegando
una noche a mi casa de las calles de Riobamba, en la colonia Lindavista,
me hizo el favor de entregarme, de parte de un "donador anónimo", la
cantidad de dos o tres millones de pesos, no lo recuerdo con exactitud, que
llevaba en efectivo en una pequeña maleta. Yo entendí que se trataba de
una donación del Gobierno de México, por indicaciones del licenciado
don Luis Echeverría, Presidente de la República Mexicana; pero me dije a
mí mismo: en el fondo, este es un donativo del pueblo de México, que
con gran gozo daría para la construcción de la "casita" de su amada
Virgen de Guadalupe. Lo mismo aconteció con don Octavio Sentíes, el
cual me entregó una cantidad semejante, pero él me hizo el favor de visi-
tarme en mi pequeña oficina de la Basílica de Guadalupe.

Q u é tan i m p o r t a n t e fue el resultado


e c o n ó m i c o d e nuestras diversas c a m p a ñ a s

Volviendo a nuestro tema de las aportaciones para la construcción del


Santuario, podemos decir que las personas de bajos ingresos nos dieron
alrededor de 50 millones de pesos. Tuvimos que recurrir con paciencia,
tenacidad y humildad, haciendo visitas personales, a los económicamente
fuertes. Tengo que decir, desafortunadamente, que algunas veces salimos
desilusionados de dichas visitas, ya que en esas ocasiones pudimos com-
parar la generosidad de nuestra gente humilde, con el inmoderado amor

100
a los bienes temporales de algunos de los que viven en medio de las rique-
zas y se olvidan de las grandes carencias de los débiles.
Comentaba hace poco que, pasada la inauguración y faltando aun
muchos detalles constructivos importantes, nos sentamos con tranquilidad
a contemplar el panorama de nuestra situación económica y vimos, con
gran preocupación, que debíamos más de 250 millones de pesos y que
nos faltaba alrededor del 25 por ciento de la obra para que pudiésemos
decir, con verdad, que estaba moralmente concluida. A partir de ese momen-
to tuvimos que dedicarnos a examinar con sumo cuidado todo lo hecho;
a corregir defectos ineludibles en una obra de tanta magnitud y ejecutada
con tan gran celeridad, pues la construcción se realizó en unos 18 meses;
a tratar de programar las posibilidades de pago a nuestros múltiples acree-
dores, cerca de 300, y finalmente a proseguir, en la medida de nuestra
capacidad económica, la determinación de lo faltante, aun cuando debo
advertir que en ese tipo de obras siempre hay algo nuevo que hacer para
mejorar todos los servicios, además de que se vuelve indispensable, y hay
que poner acento en ello, la vigilancia permanente de su conservación.
Esto es válido para las presentes y futuras generaciones.

N u e s t r o sacrificio e c o n ó m i c o
para pagar las d e u d a s contraídas

Informé en Solemne Cabildo de Oficios, presidido por el señor Cardenal don


Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Primado de México, en los prime-
ros meses del año de 1979, al hablar tanto de la situación económica de la
Basílica, como de las obras de construcción y conservación del conjunto
del Tepeyac, de nuestro esfuerzo laborioso y difícil, pero esencial para nues-
tra tranquilidad, cómo fuimos durante los años de 1977 y 1978, pagando
las deudas contraídas, con satisfacción y sosiego de nuestros acreedores,
ya que, durante esos años, no le pareció conveniente al Comité, dada la
situación ambiental de conjunto en nuestro país, hacer una nueva pro-
moción seria en favor de la construcción. Sin embargo, a Dios gracias,
debido al esfuerzo interno de la Basílica, destinando casi la totalidad de
los ingresos a dichos fmes, quedándonos sólo con lo indispensable para

101
pagar a nuestros empleados, sostener a nuestro Cabildo y a los otros sacer-
dotes que prestan sus servicios en el Santuario, pudimos ir amortizando,
poco a poco, nuestros pasivos y proseguir los trabajos de construcción.
En esa etapa, casi milagrosamente pagamos cerca de 50 millones de
pesos a nuestros acreedores.
Los datos precisos de esas erogaciones, los proporcionamos en el'
informe económico general.

Participación de la Banca y de la Secretaría


de Hacienda y C r é d i t o Público

No deja de ser interesante cómo en uno de los momentos más importan-


tes de nuestras angustias económicas, tanto el director general de ICA,
don Bernardo Quintana, como el presidente de Banamex, don Agustín
Legorreta, ambos, cada uno en su propia área de trabajo, provocaron una
reunión del Comité. Agustín, haciendo uso de la palabra, nos dijo que se re-
quería, ya de inmediato, una importante inyección económica si deseá-
bamos continuar la obra; de otra manera, tendríamos que suspenderla
temporalmente. Nos sugirió la concertación de un fuerte crédito banca-
rio, en el cual participaran, proporcionalmente, todas estas instituciones
financieras, de acuerdo con su capacidad. Para darle confianza a los ban-
cos, se hacía indispensable un aval de plena confiabilidad. La suma
requerida de inmediato, era de 150 millones de pesos y el aval, dirigiéndo-
se concretamente a mí, "se lo tiene que sugerir usted al Presidente de la
República". "Muy bien", le contesté, "acudiré al señor Presidente, infor-
mándole de esta situación". Hablé con el licenciado Echeverría, le informé
del asunto y me permití interrogarle: "Señor Presidente, ¿Somex podría
avalarnos esa operación bancaria?". Él, en seguida, después de un ins-
tante de reflexión, me contestó: "¿por qué no?". Llamó de inmediato al
licenciado José Gómez Gordoa, director general de esa institución. Poste-
riormente tuvimos una amable charla el licenciado Gómez Gordoa y yo.
Se formó un fideicomiso; los bancos, en forma solidaria y según su
capacidad, como antes dije, aportaron los fondos convenientes y la obra,
a Dios gracias, siguió su curso.

102
Después de este préstamo, que resultó absolutamente necesario y del
cual por el momento me olvidé, una vez inaugurada la Basílica y termi-
nados muchos de los trabajos, se comunicó conmigo, durante el mandato
de don José López Portillo, el nuevo director de la Sociedad Mexicana de
Crédito (Somex), el licenciado Luis Chico Pardo, concretamos una cita,
recorrimos las diversas instalaciones de la Basílica; el nuevo estaciona-
miento y los locales comerciales, para hacer una estimación aproximada de
nuestros ingresos y de las posibilidades de pago. Se dio perfecta cuenta
de nuestra imposibilidad de hacer frente a la deuda contraída, máxime
que había crecido en forma importante por los intereses causados. En
alguna de nuestras conversaciones, le expresé, esbozando una sonrisa:
"Señor director, tendré que acercarme al ministro de Hacienda y Crédito
Público, para dialogar con él acerca de la posibilidad de una buena abso-
lución, aun cuando no sea sacramental, por parte de ustedes, independien-
temente de que yo pueda «absolverlos de sus pecados»".
Pensé con tranquilidad el problema y como se trataba de algo muy
reservado, dado el momento en que se encontraban las relaciones de la
Iglesia con el Estado; sin embargo le dicté al señor arcipreste de la Basíli-
ca, mi cercano colaborador, una carta destinada al señor licenciado David
Ibarra, Ministro de Hacienda, para que se la comentase al señor Presiden-
te de la Repiiblica. Entre otras cosas decía yo que, de acuerdo con nuestra
Constitución entonces vigente, los templos pertenecían al Estado, no a la
Iglesia, y que nosotros éramos simplemente administradores; por lo tanto,
que nuestra deuda no era nuestra, sino del Estado. Desde luego, mi carta
no fue contestada por escrito, sino sólo de palabra y a partir de ese
momento, nuestro débito contraído en el sexenio anterior, fue cancelado por
el Ejecutivo en funciones, quien era precisamente don José López Portillo,
ya que se trataba de una obra hecha en beneficio del pueblo de México.

El Presidente Echeverría
sugiere una comida en mi casa

Sucedió algo semejante a lo que narré refiriéndome al Santuario del Sagra-


do Corazón en la colina de Montmartre, en París, cuando el Gobierno

103
Revolucionario Francés dió permiso para su construcción, designándola
como una obra de interés nacional, es decir, que nuestro gobierno, dada su
sensibilidad política y con espíritu democrático, estaba escuchando una
importante petición de la comunidad nacional. Este es un hecho profun-
damente revelador de nuestra tradición cristiana. Avalando este hecho,
puedo narrar cómo una vez decidido el Presidente Echeverría a colaborar
en esta empresa, no obstante haber manifestado muchas veces en el
transcurso de su carrera política su posición completamente laica, me
sugirió que era muy conveniente para el éxito de nuestro trabajo, que se
organizara una comida en mi casa a la cual asistieran el jefe del patri-
monio Nacional, en aquel entonces el arquitecto Pedro Moctezuma, el
Regente de la ciudad de México, licenciado don Octavio Sentíes, el arzo-
bispo de la arquidiócesis, monseñor Miranda, el delegado apostólico, mon-
señor Mario Pío Gáspari y el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien
fungiría como director general de la obra.

Amplitud de n u e s t r o p r o y e c t o general

Organizamos la comida, en ella departimos amablemente y se arreglaron


detalles muy importantes, a fln de que no existiera ningún impedimento
legal. Aconteció que en el transcurso de una hora se resolvieron proble-
mas cuya tramitación podría haberse tardado muchos meses.
Al flnal de la comida descendimos a mi pequeña sala de juegos, en
donde teníamos preparada una gran maqueta en la que podía apreciarse la
totalidad del recinto guadalupano y de las áreas adyacentes que lo cir-
cundaban: en la parte posterior, la avenida Cantera, al frente, el paseo
Zumárraga, a la izquierda, la calzada de Los Misterios y a la derecha, la
calle de Hidalgo. En dicha maqueta le mostramos al señor Presidente, en
detalle, los diversos aspectos de nuestro proyecto, en el cual se resolvía no
sólo el problema del nuevo Santuario, sino también se definían en forma
exhaustiva, todos los servicios públicos requeridos, tanto para la dignifi-
cación de esa área, como para que los peregrinos pudieran llegar cómo-
damente a este gran centro religioso devocional mañano, evitando la
congestión del tránsito y el molesto acoso de los vendedores ambulantes.

104
Desgraciadamente, en el tiempo en que nos tocó vivir en ese lugar y aun
cuando realizamos una parte importante de nuestro proyecto general, no
pudimos concluirlo, ya que se requería la decidida participación de tóddS
los sectores que tendrían que intervenir en la ejecución de las obras, las
cuales exigían continuidad y aceptación de lo planeado, teniendo en cuenta
que la historia religiosa del Tepeyácac se remonta más allá del inicio de
la evangelización de los pueblos indígenas, realizada por los hijos de San
Francisco de Asís. No me detendré en especificar el alcance de nuestro
estudio, pero ciertamente se ennoblecía toda esa área y colaborábamos a
la eduación de nuestro pueblo y al buen nombre de México, de tal mane-
ra que nuestros innumerables visitantes pudieran llevarse una mejor
impresión de nosotros y de nuestra hermosa Basílica. El señor Presidente
nos felicitó por la seriedad de nuestro estudio, el cual abarcaba no sólo
la construcción de un nuevo Santuario, sino también, la solución de los
problemas que se involucran con la visita, muchas veces multitudinaria,
de los peregrinos que se dirigen hacia él, como una meta de paz y de
esperanza. Sin duda, mi presencia y participación en la vida y actividad
de Guadalupe de México me dio no sólo la posibilidad de colaborar más de
cerca en la elaboración del proyecto integral de un nuevo Santuario, sino
además la oportunidad única de contemplar y ser testigo desde ese obser-
vatorio de primer orden, de todo lo que acontece en esta querida patria
mexicana en su apasionante devenir histórico.

105
106
Capítulo IV
Mi contacto permanente
con el pueblo de México y con
personas e instituciones de
diferentes países del mundo

Algo de lo mucho que aprendí


en el Santuario de Guadalupe

En efecto, en ese lugar conocí y viví la gran fe de nuestro pueblo, junto


con sus enormes carencias, capté su confianza ilimitada en Dios a través
de la Virgencita de Guadalupe y aprendí cómo en nuestro Santuario se
realiza una profunda terapia espiritual en favor de los más desposeídos,
ya que ahí, sin costo alguno, a diferencia de lo que pasa en los consulto-
rios de los psiquiatras, desahogan todo lo que llevan en lo más íntimo
de su ser
Traté muy de cerca a mucha gente sencilla y humilde, gente del campo
y de la ciudad. Pude darme cuenta no sólo de sus necesidades, sino tam-
bién de su generosidad, desapego a las cosas terrenales y, como decía
hace un momento, de su gran confianza en la Divina Providencia, valién-
dose de la intercesión de la Santísima Virgen María y además, porqué no
decirlo, de una filosofía muy particular de muchos de nuestros compa-
triotas, la filosofía de vivir al día, es decir, que tenga yo lo necesario para
estar contento en el momento presente con mi familia, con mis amigos,
y mañana, "Dios dirá".

No se trata de una filosofía pagana

No quiero pensar que se trate de una filosofía pagana y profundamente


materialista, la filosofía que tiene como máxima el "comamos y bebamos,
coronémonos de rosas, que mañana moriremos", filosofía que a veces se

107
le atribuye falsamente al gran filósofo griego, Epicuro, el cual no pen-
saba precisamente en los placeres de la carne, sino del espíritu, como él
mismo lo explicó. Debemos pues confiar plenamente en la Divina Provi-
dencia de acuerdo con la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo, el cual
nos dice en su Evangelio: "no os preocupéis del mañana, el mañana se
preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio cuidado".
(Mt. c. VI, 34).
Siendo Abad de la Basílica pude, dado el significado que tiene este san-
tuario a nivel internacional, y lo afirmo con conocimiento de causa, tratar,
aun cuando fuera por poco tiempo, a muchos de sus visitantes, algunos de
los cuales mencionaré hacia el final de estas mis memorias; unos, jefes
de gobiernos extranjeros, otros, diplomáticos; eclesiásticos de alto nivel,
como son los funcionarios del Vaticano, cercanos a Su Santidad el Papa;
cardenales y arzobispos de distintas diócesis del mundo, pequeños grupos
de peregrinos pertenecientes a toda clase de organizaciones internaciona-
les, grupos religiosos no pertenecientes a la Iglesia Católica, interesados
en conocer el imán que ejerce sobre tantas personas la misteriosa imagen
de la Guadalupe mexicana, en fin, mucho me alargaría en explicar cómo el
Tepeyac significó para mí un gran aprendizaje y una fuerte maduración
en mi vida humana y sacerdotal, ya que siempre he llevado en lo más
profundo de mi existencia, como algo muy importante, aquello de que
"soy hombre y nada que sea humano pienso que está lejos de mí", y por
otro lado, muchas veces he meditado y he predicado, en particular a los
sacerdotes, v. gr. cuando me invitaban a su cantamisa o a los diferentes ani-
versarios de su ordenación sacerdotal, el texto de la Carta a los Hebreos,
en los primeros versículos del capítulo y refiriéndose a Jesús, Sumo Sacer-
dote compasivo, texto que sin duda puede y debe aplicarse a todos los
que participamos del sacerdocio ministerial de Nuestro Señor Jesucristo,
y que en substancia dice que "todo sacerdote es tomado de entre los
hombres y está puesto en favor de los mismos hombres, en aquello que
se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados", de tal
manera que tenga la capacidad de "sentir compasión hacia los ignoran-
tes y extraviados, por estar también él mismo envuelto en flaqueza". Es
decir, que el Señor Dios nos elevó a la dignidad sacerdotal no por méritos

108
nuestros, sino por llamamiento suyo y nos sacó de entre los demás hom-
bres, conociendo todas nuestras limitaciones humanas, para que traba-
járamos en favor de nuestros semejantes con un grado muy especial de
comprensión y tolerancia, ya que nuestra condición humana nos permite
este entendimiento. Nuestro ministerio sacerdotal se realiza fundamental-
mente en la celebración de la Eucaristía, en la predicación de la Palabra de
Dios y en el Sacramento de la Reconciliación, pero también, claro está, en
el trato cotidiano con los demás, en todos los ámbitos de su vida social
y familiar, cualquiera que sea su condición humana, pero especialmente
con aquellos que solicitan de nosotros una palabra de orientación, de con-
suelo o de entendimiento. De ahí que puedo afirmar, con toda seguridad,
que Guadalupe es una ventana abierta al mundo.
En el lugar oportuno de éstas mis memorias, me permitiré enumerar
algunos de los visitantes a los cuales me tocó recibir, pero de una manera
muy particular me referiré al gran visitante y líder a nivel mundial. Su
Santidad el Papa Juan Pablo II, el cual realizó su primera visita internacio-
nal cruzando el Atlántico para venir a orar como peregrino ante la Imagen
de Nuestra Señora de Guadalupe.

¿Quién es el Papa?

Todos sabemos, especialmente los católicos, quién es el Papa, sin embar-


go no está por demás recordarlo. El Papa es el Obispo de Roma, el Vicario
de Cristo, Sucesor de Pedro, Príncipe de los Apóstoles, Sumo Pontífice de la
Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y
Metropolita de la provincia romana. Soberano del Estado de la Ciudad del
Vaticano y como él se llama a sí mismo, desde hace trece siglos "Siervo
de los Siervos de Dios", título introducido por San Gregorio Magno a
finales del siglo vi. Dicho título obliga al Santo Padre a reconocer y tener
siempre presente la grandeza de su misión sacerdotal, ya que debe acer-
carse, en la medida de sus posibilidades, dada su gran responsabilidad, a
los más sencillos y humildes, con toda la comprensión, ternura y delicade-
za de la que es capaz, teniendo en la mente que es "Siervo de los Siervos
de Dios" y recordando cómo trató Cristo a las turbas dolientes que se le

109
acercaban. La expresión de Jesús contemplando a las multitudes era Misereor
super turbam, es decir, "tengo compasión de todos los seres humanos".
Juan Pablo II ha demostrado a través de su largo ejercicio pastoral, con
los hechos y con las palabras, este espíritu profundamente comprensivo,
acercándose, hasta donde le ha sido posible, a todos los hombres de todos
los continentes, con especial preocupación por los más desamparados. Sin
duda, estos viajes han sido sumamente fatigosos, pero fructíferos.
Quiero añadir, sin entrar a profundidad en esta materia, algo que es
característico del Sumo Pontífice, en virtud de su oficio, y que lo expre-
sa el Canon 749, en el Parágrafo lo., pero además hago alusión al Pará-
grafo 30.:7

Texto del canon


lo. En virtud de su oficio, el Sumo Pontífice goza de infabilidad en el magis-
terio, cuando, como Supremo Pastor y Doctor de todos los fieles, a quien
compete confirmar en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo
la Doctrina que debe sostenerse en materia de fe y de costumbres.
3o. Ninguna doctrina se considera definida infaliblemente si no consta así
de modo manifiesto.

Invitación al Papa Paulo VI para q u e


viniese a inaugurar la nueva Basílica

No quiero dejar en el tintero algunos datos que en su aparante sencillez son


de gran importancia y trascendencia para la historia de este país mágico,
paradójico y para nosotros, los que aquí nacimos, en él vivimos y muy pro-
bablemente moriremos, extraordinario y maravilloso. No sé si me impulse
a usar tales expresiones al amor que le profeso a ésta mi patria, a la cual le
he dedicado, modestamente, casi los 60 años de mi vida sacerdotal.
Cuando estábamos por terminar el nuevo Santuario, expresamos nues-
tro ferviente deseo de que el Santo Padre Paulo VI, fuera el que lo consa-
grara y lo dedicara a la Santísima Virgen María, bajo la querida advocación
de Guadalupe.
Hablé con el señor Arzobispo, don Miguel Darío Miranda; él dialogó
con el presidente de la Conferencia Episcopal, el Cardenal Arzobispo de Gua-
7
Cfr. canon 749, parágrafos 1, y 3.

110
dalajara, monseñor José Salazar López, y con el vicepresidente, monse-
ñor Adolfo Suárez Rivera, actualmente Cardenal Arzobispo de Monterrey.
Se tomó la determinación de pedir una audiencia a Su Santidad para
poder visitarlo en la Sede de Pedro; fuimos a Roma el Cardenal Miranda, el
Cardenal Salazar, monseñor Suárez Rivera, monseñor Genaro Alamilla,
en aquel entonces secretario de la susodicha Conferencia Episcopal y final-
mente, un servidor, el Abad de Guadalupe.
Antes de que se tomara la determinación de ir a Roma para invitar al
Santo Padre, el señor Presidente Echeverría me sugirió: "Inviten al Papa",
y yo le contesté: "Con todo gusto".
Posteriormente, en una conversación amistosa con el delegado apos-
tólico, Mario Pío Gáspari, acerca de nuestro viaje a Roma, le comenté que
charlando con el Presidente de la República, me había sugerido que de su
parte invitáramos al Santo Padre para que viniese a México con motivo
de la inauguración de la nueva Basílica. Entonces don Mario me hizo la
siguiente pregunta: "¿Le escribiría el señor Presidente una carta a Su San-
tidad invitándolo?". Yo le respondí: "Permítame preguntárselo". Pedí una
audiencia a través del general Castañeda. Me la prometió. Ya se acercaba
el día de la partida y la audiencia no llegaba.
Le insistí al Jefe del Estado Mayor, habló de inmediato con don Luis,
y me recibió esa misma noche en Los Pinos. Sin mayores preámbulos le
dije: "Estamos a punto de salir para Roma, sería muy interesante que Su
Excelencia le escribiese al Santo Padre, invitándolo a venir a nuestro país".
Lo meditó durante algunos momentos y decidió hacerlo. Llamó a uno de
sus secretarios para dictarle la carta, y antes de iniciar su dictado me
dijo: "Esta misiva ha de ser muy laica". Yo le contesté: "Muy bien, señor
Presidente". Él, de repente, me interrogó: "¿Cómo se llama el Papa?".
Reflexioné un instante para recordar su nombre completo y le respondí:
"Me parece que se llama Giovanni Battista Montini, pero acostumbran
llamado Su Santidad". Comenzó a dictar su carta: "Su Santidad,...". Yo
pensé para mis adentros: ya no fue tan laica...
Él, interrumpiéndose en algún momento y con una actitud de gran
confianza, me dijo: "Corríjamela". No le contesté. Terminó de dictar su carta.
Me dejó con su secretario a ñn de que la transcribiese en la máquina y se

111
fue para atender a las múltiples personas que lo esperaban en distintos
cubículos. Me permití hacerle alguna que otra indicación al secretario.
Regresó don Luis, leyó tranquilamente su epístola y la firmó de su
puño y letra, con la tinta verde que acostumbraba usar.
Visité de nueva cuenta al delegado apostólico y le dije: "Ya tenemos
la carta del señor Presidente dirigida al Santo Padre. Él me preguntó dis-
cretamente: "¿Podemos fotocopiarla para conservar el texto en nuestro
archivo privado?". Yo le contesté: "Con todo gusto".
Salimos para Roma, el Santo Padre nos recibió en audiencia privada
en su biblioteca personal. Le indiqué al señor arzobispo si deseaba entre-
garle la carta a Su Santidad y él, con delicadeza, me contestó: "El señor
Presidente te la entregó a ti; es bueno que tú se la des al Santo Padre".

Monseñor Schulenburg hace entrega al Papa Paulo VI de la carta que le envió el Presidente Luis
Echeverría.

112
Se inició la conversación con el Papa, le expresamos nuestro gran
deseo de que viniese a México con motivo de la inauguración de la nueva
Basílica. En un determinado momento me levanté y le dije: "El señor Pre-
sidente Echeverría le envía esta carta, expresándole que a nuestro pueblo
le causaría una inmensa alegría el que Su Santidad fuera a México". La
tomó entre sus manos y preguntó: "¿Se trata del presidente que vino
a visitarme?". Le contesté: "En efecto. Santidad, se trata del licenciado Eche-
verría". El Santo Padre, hablando un poco consigo mismo y con nosotros,
dijo en voz alta: é pesante questa lettera. Y con gran sentido de buen
humor y sencillez expresó: io sonó vecchio e la mia salute non e tanto
buona, piuttosto dovrei chiudere il negozio e andarmene a casa. Aunque
las palabras expresadas por el Santo Padre en lengua italiana son fáciles
de entender, quiero, sin embargo, traducirlas al castellano: "Pesa esta carta;
pero yo soy viejo y mi salud no es tan buena, más bien, debería cerrar el
negocio e irme a mi casa." Después de una corta conversación, nos dijo:
"Vamos a rezarle todos juntos un Ave María a la Santísima Virgen y pon-
gamos en sus manos esta decisión." Nos despedimos de él con todo respeto
y afecto y esperamos con calma la determinación de la Santa Sede. Como
todos lo sabemos, no fue posible su venida a México.
Sin embargo, el Santo Padre fue muy bien informado del proceso de la
construcción de la nueva Basílica y, en su momento, tuvo la gentileza de
enviarme una carta, a través de la Secretaría de Estado, que aquí reproduz-
co por su interés pastoral, y, además, en ella nos mandó un donativo sim-
bólico de 10,000 dólares para la edificación del nuevo Santuario Guadalu-
pano. Mucho ayudó el que en el programa "24 Horas", Jacobo Zabludovsky
me entrevistara a fin de que charlase con él acerca del interés del Santo
Padre por la construcción de la nueva Basílica.

113
S E G R E T E R I A DI STATO
N. 276.256 DAL VATICANO. 3 Marzo 1975

Señor Abad:

Por medio de la Delegación Apostólica, ha hecho l l e -


gar Usted al Santo Padre una a t e n t a c a r t a l l e n a de confian-
za. Con e l l a manifiesta la preocupación que s u s c i t a el e s -
tado de la a c t u a l B a s í l i c a de Nuestra Señora de Guadalupe y
expone l a s razones, de orden p a s t o r a l y l i t ú r g i c o p r i n c i p a l
mente, que han movido a emprender la construcción de un nue
vo Santuario.

Su Santidad desea hacer l l e g a r una palabra de a l i e n t o


a cuantos han tomado sobre si la t a r e a de coordinar el em-
peño r e l i g i o s o de l o s h i j o s de ese noble Pueblo, a quienes
exhorta a colaborar en e s t a empresa, cuya r e a l i z a c i ó n po-
drá t r a e r grandes frutos e s p i r i t u a l e s . Asimismo, el Santo
Padre l e s envía una aportación de diez mil d ó l a r e s , que
quiere ser un sentido homenaje personal a la Virgen de Gua-
dalupe y un sincero reconocimiento a la profunda devoción
que por E l l a sienten los mexicanos.

Al i n i c i a r s e la construoción del nuevo templo. Su San-


tidad v e r i a con sumo gusto que se emprendiera una adecuada
catequesis mediante la cual se haga ver a l o s f i e l e s que sus
aportaciones, pequeñas o grandes, para t a l objetivo son una
ofrenda que a d q u i r i r á su verdadero v a l o r cuando vaya acompa
nada por un t e s t i m o n i o , i n d i v i d u a l y c o l e c t i v o , de vida c r i s
t i a n a . Se t r a t a de un testimonio que no puede p r e s c i n d i r de

Mons. G u i l l e r m o S c h u l e n b u r g
Abad d e l a B a s í l i c a d e N u e s t r a S e ñ o r a d e Guadalupe
MÉXICO

114
la debida atención a los pobres y marginados de toda c l a s e ,
cuya presencia en medio de la sociedad es una permanente lla
mada a la moderación.
El Santo Padre eleva fervientes p l e g a r i a s a la Virgen
de Guadalupe para que esta nueva etapa cree un clima de r e -
cia e s p i r i t u a l i d a d mariana entre los f i e l e s de la comunidad
e c l e s i a l , los cuales están llamados a t r a s m i t i r a l a s gene-
raciones venideras, junto con el signo externo del Templo,
una r i c a herencia de virtudes c r i s t i a n a s . Con estos deseos,
otorga a Usted, a los miembros del Comité Pro-construoción
de la nueva Basílica y a todos los amados h i j o s mexicanos la
implorada Bendición Apostólica.
La ocasión me es propicia para r e i t e r a r l e l a s segurida
des de mi distinguida consideración y sincera estima en
Cristo.

115
116
Capítulo V
Dedicación de la nueva Basílica

Después de haber conversado con ustedes de la construcción del nuevo


Santuario y de mi contacto frecuente con el pueblo de México, pero además
de mis relaciones con personas e instituciones de otros países del mundo,
dedicaré este capítulo V a lo que fue la culminación de nuestro esfuerzo
constructivo, la Dedicación Solemne de la nueva Basílica, ocurrida los
días 11 y 12 de octubre de 1976.

Ritos iniciales p r e c e d e n t e s a la Dedicación

En efecto, la tarde del 11 de octubre de 1976, hacia las 5:30 p.m., lo recuerdo
con agrado, comenzamos a revestirnos todos los celebrantes en la vieja
Basílica, para de ahí salir en solemne procesión hacia el nuevo Santuario.
El orden en que íbamos era el siguiente: delante de todos iba la Cruz Alta,
en seguida la Sagrada Biblia portada por un ministro y dos acompañan-
tes, después, pequeños grupos representativos del pueblo, cantores, concele-
brantes y por último el Presidente de la Asamblea.
Antes de llegar al nuevo edificio y después de escuchados algunos can-
tos, a indicación del maestro de ceremonias se abren en dos filas los
integrantes de la procesión, deteniéndose para dar paso al Presidente de
la Asamblea y a sus más cercanos acompañantes, aproximándonos a la
puerta central de la nueva Basílica. En ese lugar, la persona designada
con anterioridad, en este caso don Antonio Bermúdez, acompañado por
algunos de los miembros del Comité pro Construcción, de un grupo de los

117
arquitectos que principalmente intervinieron en la obra y de algunos tra-
bajadores, se acerca al Cardenal Miranda para hacerle entrega de la artística
llave elaborada ad hoc con la que va a abrirse oficialmente, por primera
vez, la puerta central del edificio basilical. El cardenal recibe la llave y a
su vez me hace entrega de la misma para que sea yo el que solemmemente
abra dicha puerta.
Apenas abierta la puerta, el pueblo manifiesta espontáneamente su
alegría por tan gran acontecimiento, con un ftierte aplauso. La procesión
ingresa al templo en el mismo orden en el que venía, mientras el coro
canta, alternando con el pueblo, el texto bíblico: "¡Portones, alzad vues-
tros dinteles! ¡Que se abran las puertas eternas! ¡Va a entrar el Rey de la
Gloria!... Cuando ha ocupado cada quien el lugar que le corresponde, el
Cardenal Miranda, Presidente de la Asamblea, desde su sede nos invita a
orar para que participemos con recogimiento en la celebración litúrgica.
En el presbiterio se encuentran ya preparados los elementos principales
de la celebración: el cirio pascual encendido, una fuente con agua y algu-
nas ánforas con el Santo Crisma.

Proclamación de la Palabra de Dios

Después de estos ritos iniciales, pasamos a la proclamación de la Palabra


de Dios. Se lee en primer lugar un trozo del capítulo II de la Carta del após-
tol San Pablo a los efesios, en el cual se nos dice que "Ya no somos extra-
ños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, familiares de Dios
y hemos sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles y de los profe-
tas, siendo la piedra angular Jesucristo mismo, en quien toda edificación
bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien
también nosotros estamos siendo juntamente edificados hasta ser mora-
da de Dios en el espíritu" (Efes. Cap. II, vers. 19-22).
Sin duda, este texto paulino viene muy bien en la liturgia de la consa-
gración de una nueva iglesia, ya que se nos habla de su profundo sentido
espiritual, indicándonos cómo nosotros mismos somos templos vivos de
Dios, siendo Cristo la piedra angular.

118
Terminada la lectura de la epístola, se prepara toda la Asamblea con
un canto para la proclamación del Evangelio. En efecto, se lee un trozo
del capítulo IV del Evangelio según San Juan, cuando Jesús llega a una
ciudad de Samarla llamada Sicar, en la cual estaba el pozo de Jacob. Se
nos cuenta que el Maestro, como venía fatigado del camino, se sentó
junto al pozo, cuando llegó una mujer samaritana a sacar agua. Jesús
habla con ella y le dice: "Dame de beber" y aquí se inicia ese diálogo
excelente entre la mujer y Cristo Jesús, que sería muy largo de narrar, pero
que encierra una penetrante lección de gran belleza espiritual, explicándo-
le el Señor, entre otras cosas, que ha llegado la hora en que los verdade-
ros adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así
quiere el Padre que sean los que le adoren y para ello no es necesario un
determinado lugar y añadimos nosotros, que por lo tanto, aun cuando
los templos son casa de Dios y lugar de adoración, sin embargo, podemos
adorarlo en espíritu y en verdad en cualquier parte, lo mismo en la calle,
que en el campo, o en la intimidad de nuestro aposento.
Una vez terminada la lectura de la palabra de Dios, ingresamos de lleno
a la liturgia de la dedicación a través de los diversos signos sacramen-
tales, haciendo hincapié en el significado de cada uno de ellos: el signo
del agua, el signo del aceite, el signo del incienso y el signo de la luz.

Signo del agua

Comencemos por el signo del agua. En efecto, el Presidente de la Asamblea


nos exhorta a que bendigamos al Padre bondadoso por el agua bendita
con la cual será rociado todo el pueblo, lo mismo que los muros del nue-
vo edificio, como señal de la presencia del Señor en este recinto para Él
reservado. El agua que cae sobre nosotros nos recuerda nuestro propio
bautismo en el que fuimos purificados de la mancha original. El agua con
la que se asperjen el templo y todos sus anexos, interior y exteriormente,
expresa con toda claridad que el edificio ha dejado de ser un lugar profano
para convertirse en un lugar sagrado, donde de manera muy especial los
hombres adoraremos y daremos gracias al Señor mediante las celebra-
ciones litúrgicas.

119
Son preciosas las plegarias que cantamos alabando al Señor por el
don excelente del agua.

Signo del aceite

El Santo Crisma, o sea, el aceite consagrado, es un signo visible en el cual


se manifiesta el misterio invisible de nuestra unidad con Cristo-Cabeza, el
ungido de Dios por excelencia, simbolizado por el altar y nosotros miembros
de su Iglesia, representada por el edificio material. Se acercan los cinco que
presiden, llevando los vasos con el Santo Crisma, y ungen el altar en sus
cuatro ángulos y en el centro, de tal manera que con esta unción el altar,
símbolo de Cristo, queda consagrado exclusivamente para la celebración
de la Eucaristía. Al mismo tiempo, 12 sacerdotes, previamente designados,
bajan a ungir las 12 cruces del edificio, símbolo de los doce apóstoles.
Entre tanto, escuchamos al coro que canta el bello texto.- "He elegido
y santificado esta casa a fin de que permanezca mi nombre perpetuamen-
te y estén siempre en ella mis ojos y mi corazón". Así termina la unción
del altar y de las cruces.
A propósito de la unción, podríamos hablar de todo lo que entraña
teológicamente, en nuestra liturgia sacramental, el significado del Cris-
ma y de la Crismación, pero interrumpiría la secuencia de la explicación
de cada uno de los signos en la consagración de una iglesia.

Signo del incienso

Pasemos al signo del incienso. Se preparan sobre el altar cinco candelas


y carbones en los sirios donde se hizo la unción. El presidente y los conce-
lebrantes se acercan al altar Le presentan el incienso y él, junto con sus
acompañantes, colocan puñados de incienso sobre las candelas.
En seguida proceden a quemar el incienso sobre el altar, poniendo fuego
a las candelas con lumbre tomada del cirio pascual. Al mismo tiempo, se
encienden los grandes pebeteros que enmarcan el presbiterio.
El presidente eleva a Dios la siguiente plegaria. "Suba, Señor, nues-
tra oración como incienso en tu presencia y, así como esta casa se llena
de suave olor, que en tu iglesia se aspire el aroma de Cristo."

120
El presidente pone incienso en los recipientes e inciensa el altar. Los
sacerdotes designados bajan simultáneamente a incensar los mismos luga-
res que antes rociaron con el agua bendita, es decir, tanto los espacios
interiores como los exteriores, después de haber incensado, claro está,
los objetos litúrgicos, destacando la incensación del Crucifijo y de la Biblia.
No es necesario añadir que también son incensadas en su debido orden
todas las personas participantes.
En las acciones litúrgicas en general, quemamos el incienso como una
alabanza al Señor y un reconocimiento de adoración a su Divina Majestad.
Terminaremos esta breve explicación de los signos litúrgicos en la con-
sagración de una iglesia, con el signo de la luz, para finalmente concluir
la celebración vespertina y prepararnos a la gran celebración litúrgica del
día 12 en la que, en primer lugar, trasladaremos la imagen sagrada de
Santa María de Guadalupe de su vieja a la nueva Basílica, acto de gran
trascendencia y de extraordinaria emotividad.

Signo de la luz

Cristo, el Verbo de Dios, la Palabra del Padre, "es la luz verdadera que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo", como nos dice San Juan
en el prólogo de su Evangelio, profundamente teológico.
El cirio pascual que ftiera encendido con las llamas del fuego nuevo
en la noche de la vigilia pascual y que es y representa la luz de Cristo,
se enciende en la consagración de una iglesia. En efecto, el Presidente de
la Asamblea, acompañado por sus más cercanos ayudantes, se coloca
frente al cirio pascual y de él toma la luz con la cual enciende una vela;
pasa esa luz a sus ayudantes y dice en voz alta: "la luz de Cristo resplan-
dezca en la Iglesia para que todos los pueblos conozcan y alcancen la
plenitud de la verdad".
Al terminar esta plegaria, se trasmite la luz a todas las velas de la
comunidad; además, se encienden las velas del altar y del presbiterio. Se
prende toda la luz eléctrica del recinto y en particular queda iluminada
la cruz gloriosa del retablo de la nueva iglesia, escuchándose entre tanto
una música festiva.

121
Después de finalizado todo este conjunto de signos, el abad, desde su
lugar proclama el título basilical de este nuevo edificio y para ello le acer-
can el texto del edicto concedido por la Santa Sedé.
Junto con los celebrantes, el pueblo de Dios da gracias al Señor y el
Presidente de la Asamblea concluye antes de dar la bendición con esta
oración: "Padre bondadoso, que quieres que te demos culto con espíritu
y verdad y que edificas tu casa con piedras vivas y escogidas, escucha
siempre con piedad a los que oren en esta casa dedicada a tu nombre,
bajo la amable mirada de Santa María de Guadalupe. Te lo pedimos por
Cristo Nuestro Señor". Todo el pueblo contesta "amén". Finalmente da la
bendición solemne.
El abad se dirige a la asamblea agradeciendo su presencia y anuncian-
do que esta celebración litúrgica continuará al día siguiente con el tras-
lado de la imagen y la primera concelebración eucarística. El diácono dice
en voz alta: "vayamos en la paz de Dios". El pueblo contesta: "demos
gracias a Dios".

Interior de la nueva Basílica el día de su inauguración.

122
Se procede a la procesión de salida en el orden en que habíamos
ingresado y llegamos hasta la vieja Basílica, para despojarnos de las ves-
tiduras sagradas. Entre tanto, todo el pueblo canta el tradicional himno
guadalupano: "Mexicanos volad presurosos, del pendón de la Virgen en
pos, y en la lucha saldreis victoriosos, defendiendo a la patria y a Dios".
Se escucha el coro que dice: "de la santa montaña en la cumbre, pareció
como un astro María, ahuyentando con plácida lumbre, las tinieblas de
la idolatría"...
De esta manera, al caer la tarde del 11 de octubre del año de 1976,
quedó consagrada y dedicada la nueva Basílica de Santa María de Guada-
lupe, para prepararnos al traslado de la Imagen de esta Señora del Cielo a
su nueva sede en la mañana del día 12 y después de ese acontecimiento
extraordinario, celebrar la primera solemne eucaristía en la "casita" que ella
misma nos había pedido, según una antigua tradición. Sin duda, como
decía, dicho evento fue de una gran emotividad, ya que la imagen había
permanecido en el antiguo templo más de dos siglos y medio.

El presbiterio del templo con un grupo de concelebrantes.

123
124
Capítulo VI
Traslado de la Imagen y solemne
celebración de la Eucaristía

Hacia las nueve de la mañana del día 12 de octubre, todos los obispos,
presbíteros, diáconos, representantes diplomáticos, religiosas y religio-
sos, tanto del clero regular como del clero secular, los cabildos de la Catedral
y de la Colegiata de Guadalupe, contemplamos llenos de admiración y devo-
ción, cómo descendía de su antiguo trono, al parecer por sí misma, la Sagrada
Imagen, ya que los sutiles cables que la bajaron eran casi invisibles. Una
vez realizada esta operación, fue colocada en las andas que la llevarían
hasta su nueva sede.
Al final de la procesión iban los presidentes de la Asamblea siguien-
do a la Imagen de Nuestra Señora. Antes de la partida, el que presidía la
celebración como delegado papal, en esta ocasión el señor arzobispo don
Miguel Darío Miranda, saluda al pueblo en el nombre de la Trinidad y dice:

Después de 267 años, durante los cuales la Imagen de Nuestra Señora de


Guadalupe permaneció en este lugar, nos disponemos ahora a trasladarla a
su nueva Basílica que reúne las exigencias de una liturgia renovada, en orden
a facilitar una participación más entusiasta por parte de los cristianos en la
celebración de los misterios de la fe.

Procesión

A una indicación del maestro de ceremonias, da comienzo la procesión par-


tiendo del antiguo edificio hacia la nueva Basílica, en dos filas, flanqueando
el bellísimo tapete de flores, elaborado, como es tradición de nuestro San-

125
tuario, por los habitantes de Huamantla, tapete que no debería pisarse sino
por el grupo que llevaba la insigne imagen de Nuestra Señora y por los
presidentes de la Asamblea, que venían detrás de la misma.
Entre tanto, solistas y coro cantan, alternando, una bella canción de
origen náhuatl; enunciándola en la misma lengua el tenor: ¡Teotlé aya
ipalnemoani! / ¿Caninya tinemi? IIlhuicac in tinemi... Cuya traducción
comienza a entonar todo el coro:
¡Oh Dios autor de la vida! / ¿En dónde vives? / Vives en el cielo...
Por la belleza del texto, no quiero dejar de escribir algunas de sus expre-
siones. Canta el tenor: "Comienzo aquí, yo cantor / de mi corazón brotan
flores / con este bello canto agasajo / al que da la vida al mundo". La sopra-
no recita: "De donde vino el canto hermoso / de allá lo busco yo ahora /
¡Ojalá no cante en vano! / Vea al menos tus flores / ¡Oh, Dador de la vida!
/ ¿En dónde vives ? ¿en dónde vives? El tenor dice: "Vives en el interior
del cielo / pero Anáhuac en tus manos permanece / pero Anáhuac en tus
manos permanece". La contralto pronuncia estas bellas palabras: "Piedra
de jade fina, joyel maravilloso/ lo precioso entre lo más precioso / es tu
corazón, Dador de la vida / Oh, Dador de la vida, ¿en dónde vives? ¿en
dónde vives?..."
Recuerdo como un dato interesante, que no quiero dejar de mencionar,
que la tarde y la noche del 11 de octubre había estado lloviendo persisten-
temente y antes de salir de la vieja Basílica hacia la nueva, caía del cielo
una suave lluvia; pero una vez que la procesión estaba fuera del templo y
se encaminaba al nuevo Santuario, dejó de llover y salió el sol..., después
de haber entrado en la nueva Basílica, continuó la lluvia...

En la n u e v a Basílica

Conforme los celebrantes van llegando a las gradas del presbiterio, se les
indican los lugares que ocuparán.
Como una preciosa memoria, altamente estimada por nosotros, la bella
narración de las apariciones en lengua náhuatl, el famoso Nican Mopohua
(cuyo conocimiento ya impreso lo tenemos a partir de 1649) es llevado

126
por un acólito, el cual permanece de pie, cerca del ambón; otro de los acóli-
tos coloca la Biblia, llevada procesionalmente, en el lugar que le corres-
ponde, o sea, en el atril que se encuentra en el mismo ambón.
Cuando llega la Imagen al pie del altar, se procede a la difícil tarea de
ascenderla hasta su nuevo trono, mediante un cuidadoso montaje prepa-
rado ad hoc de antemano. Esta acción es realizada con grande reverencia,
dentro de lo posible, por un grupo de obreros.
Haciendo una gran interferencia, debo recordar que toda esta proeza del
descenso, traslación y ascenso del sagrado icono se la encomendamos, como
una importante responsabilidad, al arquitecto Jorge Campuzano Fernández.
Por cierto, en estos días en que estoy escribiendo mis memorias, me lo
encontré ocasionalmente en el Club de Golf México, y le pedí que me hiciera
una descripción detallada de todo lo que implicó la realización de este tra-
bajo.8 Él, con gusto, accedió y me envió varias páginas describiendo las
diversas acciones que fueron necesarias para llevar a feliz término la obra
encomendada, a la cual me referiré brevemente, sin transcribir toda su expli-
cación.
Jorge habló con los hermanos José y Lino Frola, de Mecánica Teatral,
hombres competentes que diseñaban y producían toda clase de aditamen-
tos mecanizados, los cuales permitieran la ejecución y lucimiento de las
obras artísticas que se presentaban en el Teatro de las Bellas Artes y en
muchos de los teatros conocidos en México. Aceptaron con agrado colabo-
rar empeñosamente en dicha obra, puesto que se trataba, nada menos, que
de nuestra muy amada Virgen de Guadalupe.
No quiero entrar en mayores detalles de la realización de esta históri-
ca responsabilidad, porque me haría interminable y además exigirían mis
lectores interesados en la construcción de la nueva Basílica, que escribie-
ra algunas líneas de tantas y tan importantes acciones que debimos llevar
a cabo en muchos de los detalles que implicaron nuestros trabajos, a fin
de que esa Basílica adquiriera la gran dignidad de la cual estamos orgullo-
sos los mexicanos.
8
Apéndice núm. 1.

127
Volviendo a nuestra narración de la ceremonia litúrgica, se retira el mon-
taje, se quema incienso y se colocan ramos de flores; entretanto el pueblo
aclama con grande alegría y entusiasmo a su muy venerada Guadalupana.
El Presidente de la Asamblea concluye con esta invocación: "Oh, Dador
de la vida, que ves con amor y sostienes en tus manos con privilegiado
afecto a este pueblo; continúa manifestando tus bendiciones paternales a
todo el que aquí te honre, cobijado bajo el regazo de Santa María de Guada-
lupe, la Madre de tu Hijo, el cual permanece triunfante contigo en la unidad
del Espítiru Santo, por los siglos de los siglos". El pueblo contesta: "amén".

C o n c e l e b r a c i ó n eucarística

Con la celebración de la Eucaristía culmina la liturgia de la dedicación. Sería


muy largo hacer una descripción completa de esta gran solemnidad; de la
belleza de los cantos, de la devota participación del pueblo, de las lecturas
sagradas; sin embargo, diremos algunas palabras de lo ahí acontecido.
Vale la pena advertir que los textos preparados para toda esta acción
litúrgica, fueron cuidadosamente revisados aquí en México por monseñor
Horacio Cocchetti, el cual vino de Roma como ceremoniero apostólico; pero
él, a su vez, para estar plenamente seguro de su aprobación, habló por
teléfono a Roma al Excelentísimo señor Antonio Innocenti, en aquel
entonces secretario general de la Congregación para la Disciplina de los
Sacramentos y del Culto Divino, el cual aprobó ad experimentum todo el
texto elaborado de acuerdo con el Ordo Dedicationis Ecdesiae del Pon-
tifical Romano (1973), con las adaptaciones necesarias, hechas por los
sacerdotes fray Gabriel Chávez de la Mora, O.S.B., arquitecto, y Alfredo
Ramírez Jasso, quien pertenecía en aquel entonces a la Comisión Litúrgi-
ca de la Arquidiócesis de México.
La música de la misa fue compuesta para esta ocasión por el maestro
Jesús Villaseñor, pertenciente al Instituto de Liturgia, Música y Arte, "Car-
denal Miranda." La autora de la Cantata a la Madre de Dios por quien se
vive, fue la reverenda madre Benigna Carrillo, misionera del Espíritu San-
to. Los textos de la cantata se tomaron de la versión hecha por don Ángel
María Garibay Kintana, de un poema náhuatl. Fungió como director del coro
el sacerdote. Maestro de Música Sagrada, Javier González Tescucano.

128
Monseñor Cocchetti, con su propia mano, escribió en lengua latina, al
inicio de este ritual, tanto su juicio favorable, como la aprobación del secre-
tario general de la Congregación para la Disciplina de los Sacramentos y
del Culto Divino, aprobado sólo ad experímentum-, la fecha del texto de
monseñor Cocchetri es el 9 de octubre de 1976.

Lectura de la Palabra de D i o s

Es también muy importante advertir que en la liturgia de la proclamación


de la Palabra de Dios, dentro de la celebración de la Eucaristía, no se pueden
introducir, como si fueran textos sagrados, aquellos que son ajenos a la
Sagrada Escritura. Como algo verdaderamente excepcional, se introdujo
en esa ocasión gran parte de la narración de las apariciones, atribuida al
indio muy culto, don Antonio Valeriano, haciendo las veces de la primera
lectura sagrada, la cual naturalmente sirvió de una buena ambientación
para todos los que participamos en esta gran solemnidad.
Enseguida, previamente designada, pasó al ambón una señora, quien
leyó un pequeño trozo de la Carta del apóstol San Pablo a las comunidades
de Galacia: "Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su
Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se halla-
ban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba
de que sois hijos, es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíri-
tu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!, de modo que ya no eres esclavo,
sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios", (c. 4, 4-7).
Bello texto en que se nos recuerda que Cristo Jesús, el Hijo de Dios
hecho hombre, es verdadero Hijo de la Santísima Virgen María, no sólo
en cuanto hombre, sino también en cuanto Dios, y que nosotros somos
hermanos de Cristo, hijos adoptivos de Dios y, por consiguiente, hijos de
María. Por esta razón sentimos profundamente las palabras que según la
tradición guadalupana dijo la Santísima Virgen María al humilde indio
Juan Diego: "¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo
mi sombra y amparo? ¿No corres en todo por mi cuenta?..."

129
Lectura del Evangelio

Como preparación a la lectura del Evangelio, el coro y los solistas cantan


una réplica referente al Nican Mopohua, modificando algunas de sus
palabras. Después de leída una introducción, el diácono va al ambón y
hace la lectura del Santo Evangelio, un trozo del evangelista San Lucas,
en el cual se nos habla de la visita de María a su prima Santa Isabel y de
cómo al escuchar el saludo de María, saltó en las entrañas de Isabel el niño
que ya llevaba dentro de sí, Juan, el precursor de Cristo, y cómo Isabel
llena del Espíritu Santo dijo en voz alta a María: "¡Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre!"; y "¿de dónde a mí, que la Madre
de mi Señor venga a mí?". María, como respuesta, entonó el cántico de ala-
banza al Señor que todos conocemos y con frecuencia recitamos, el famoso
Magníficat, pleno de enseñanzas, que sería largo explicar en estos momen-
tos. (cfr. cap. I, V. 39-55).
Así termina la lectura de la Palabra de Dios y, en seguida, el señor Car-
denal Miranda pronuncia su homilía, después de la cual el abad, emocio-
nado, agradece públicamente al pueblo de México algo de lo mucho que
hizo en favor de la construcción de la nueva Basílica de Guadalupe.
Viene a continuación la profesión de fe, y una vez concluida, se hacen
las preces comunitarias, proclamando en ellas todas nuestras intenciones;
terminadas dichas peticiones comienza la liturgia del banquete eucarístico.

Presentación de d o n e s , recitación del Prefacio,


c a n t o del Sanctus, lectura del C a n o n R o m a n o ,
saludo de la paz, distribución de
la Sagrada Eucaristía y bendición final

Se presentan los dones, iniciándose la plegaria eucarística con la recitación


del prefacio, dentro del cual, el celebrante, a nombre de todo el pueblo de
Dios, dice al Señor:
Consagramos hoy a tu servicio esta casa de oración, construida con nuestro
esfuerzo. En este templo se vislumbra ya el misterio de Cristo y la imagen de
la iglesia triunfante, porque del cuerpo de tu Hijo, nacido de una Virgen
Inmaculada, hiciste un templo consagrado a Ti, en el cual habitara la pleni-

130
tud de la divinidad, y sobre el cimiento de los apóstoles, fundaste tu iglesia
como ciudad santa, que tiene a Cristo como piedra angular, y la has ido edifi-
cando con piedras elegidas, vivificadas por tu espíritu, y unidas por la cari-
dad, donde serás Tú siempre, todo para todos, y brillará eternamente la luz de
Cristo...

Después del canto del Sanctus, el celebrante principal, junto con los
demás concelebrantes, unidos todos en profunda oración, recitan en voz
alta el Canon romano. Viene en seguida el saludo de la paz y la distribu-
ción de la Sagrada Eucaristía. Antes de la bendición, rito conclusivo de
la celebración eucarística, se pronuncia esta plegaria: "Te damos gracias,
Padre Santo, porque nos has permitido celebrar estos sacramentos por prime-
ra vez en este lugar; te pedimos que al congregarnos aquí, al nombre de
María de Guadalupe, nos alegremos de sentirnos Iglesia en esta Tierra y
que colaborando en la edificación de tu Reino, lleguemos un día a formar la
familia de tus hijos en la Jerusalén Celestial. Por Cristo, Nuestro Señor".
El pueblo contesta: 'Amén" y, después de la bendición, el diácono despide
a los participantes, diciendo: "Hermanos, podemos ya irnos en paz a
servir a Dios en el sevicio a nuestros hermanos".

Salida de n u e s t r o n u e v o Santuario

Salimos todos de la nueva Basílica en medio de los cantos y nos encami-


namos al antiguo edificio, llenos de alegría y satisfacción, para despojamos
de las vestiduras sagradas.
Muchas otras cosas podríamos decir al recordar los episodios más
importantes de la construcción de la nueva Basílica, cuyo capítulo creo
que se cierra con gran dignidad al rememorar el rito de la consagración de
este nuevo templo dedicado a la Madre de Dios y de la primera Eucaristía
que en él celebramos.

131
132
Capítulo VII
Mi renuncia a la Abadía
de Guadalupe

Creo muy conveniente, después de cerrados los capítulos de la constnic-


ción y dedicación de la nueva Basílica, traer a la memoria el texto de mi
renuncia a la dignidad de abad, o sea de presidente del venerable Cabildo
y rector del Santuario de la Insigne Nacional Basílica de Santa María de
Guadalupe, renuncia que ocurrió el 6 de septiembre del año de 1996, a las
9:00 a.m., en la concelebración de la Eucaristía que presidí. Antes de pro-
nunciar la homilía, con gran sorpresa y admiración del Cabildo y clero de la
Basílica, di lectura a dicha renuncia, cuyo texto a continuación transcribo.

Texto de la renuncia

Muy Ilustres Señores Capitulares, Estimados Señores Sacerdotes de esta Basílica,


Amadísimos Hermanos:
Hoy viemes 6 de septiembre de 1996, quiero hacer pública la renuncia espon-
tánea, que por los debidos conductos he presentado a la Santa Sede, a mi cargo
de Abad de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, con
motivo de haber cumplido los ochenta años de edad el 12 de junio del pre-
sente año.
Dicho nombramiento vitalicio me fue concedido por su Santidad el Papa Juan
XXIII (que de Dios goce) en el mes de marzo de 1963, dándome solemne pose-
sión de la Abadía el Eminentísimo señor Cardenal don Miguel Darío Miranda
y Gómez, Arzobispo Primado de México, el 17 de mayo del mismo año.
Sin embargo estaré a las órdenes de todos ustedes en el ejercicio de mi traba-
jo hasta el último día del próximo mes de octubre.
México, D.E, a 6 de septiembre de 1996.

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Había omitido en esta mi renuncia parte del texto que escribí con dicho
motivo, por brevedad, y para no alargar demasiado la celebración de la
Eucaristía. Sin embargo, es muy importante para mí dar a conocer el texto
completo de dicha carta, porque en ella hago especial mención de algu-
nas de las personas físicas e instituciones, a las cuales agradezco su
ayuda en el importante trabajo pastoral que se desarrolla en el Santuario
del Tepeyac a favor de los peregrinos, tanto nacionales como extranjeros,
que llegan devotos hasta las plantas de Santa María de Guadalupe:

Quiero agradecer nuevamente a Su Santidad el Papa Juan XXIII esta distin-


ción privilegiada; pero además, de manera particular, tanto al Santo Padre
Paulo VI, del cual recibí señaladas atenciones, como a Juan Pablo II, que tuve
el honor de recibir en esta Basílica las veces que ha estado entre nosotros,
y saludarlo personalmente varias ocasiones en Roma, incluyendo entre ellas
una audiencia privada.
No puedo dejar de mencionar a la que fuera Delegación Apostólica en México,
y ahora Nunciatura, con la cual desde la toma de posesión de mi cargo hasta
la fecha, por múltiples razones, he tenido una relación permanente.
Vaya también mi recuerdo agradecido al señor Cardenal Miguel Darío Miran-
da y Gómez, que me puso en primer lugar en la terna enviada a Roma para
la designación de Abad y me apoyó ampliamente en la construcción de la
nueva Basílica; lo mismo que al Cardenal don Ernesto Corripio Ahumada, cuyo
cordial trato entre nosotros fue frecuente. En el poco tiempo que hemos con-
vivido el actual señor Arzobispo don Norberto Rivera Carrera y un servidor,
su trato ha sido afable y respetuoso.
Quiero también agradecer las atenciones que personalmente ha tenido con-
migo la Conferencia del Episcopado Mexicano a través de sus Presidentes y
Secretarios, pero muy en particular al señor Arzobispo don Sergio Obeso
Rivera y al señor Obispo don Ramón Godínez Flores, Presidente actual y
Secretario General, respectivamente, de dicha Conferencia Episcopal.
Tengo además una deuda de gratitud -perdón que no pueda enumerados per-
sonalmente, porque resultaría demasiado largo- en primer lugar a las autori-
dades civiles, que en beneficio del pueblo de México me han brindado su colabo-
ración, ante todo en la construcción de la nueva Basílica de Santa María de
Guadalupe, y en aquellas tareas que requieren el servicio y mantenimiento
de este gran Centro Devocional Mariano. En seguida, a nuestro Comité Pro Cons-
trucción y Conservación de Basílica de Guadalupe, a ICA, la empresa construc-

134
tora que realizó esta magna obra, al equipo de ingenieros y arquitectos que en
estrecha colaboración conmigo lograron la dignificación del Recinto Guadalu-
pano. En fin, al pueblo de México, sin cuya ayuda importante hubiera sido
muy difícil hacer la "casa" que nos pidió Nuestra Señora.
El recuerdo de las grandes experiencias religiosas que a todos los niveles, ecle-
siásticos y civiles, he vivido en este lugar privilegiado, cuyo dinamismo es
perenne, constituye para mí una profunda e inestimable riqueza espiritual,
que espero transmitir, si el Señor me lo permite, en vais Memorias, que más que
mías, van a ser la Memoria de lo que es y ha significado para México la Colina
del Tepeyac.
De nuevo muchas gracias a todos y por todo.

C a m b i o de la e s t r u c t u r a canónica
de la Basílica m e d i a n t e un Breve Pontificio
firmado p o r Su Santidad Juan Pablo II

Este es el lugar en que debo hacer alusión a un documento muy importan-


te que recientemente nos llegó de Roma a través de la Congregación para el
Clero. Dicho documento está firmado por el Santo Padre ell2 de diciembre
de 1998, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
Me encontraba en mi oficina de trabajo elaborando estas notas para la
redacción de mi libro, cuando me enteraron que había llegado a la Nunciatura
apostólica esta comunicación, cuya copia en fax le envió el señor cardenal
arzobispo primado de México al Cabildo de Guadalupe.
El documento es un Breve Pontificio en el cual se cambia la estructura
jurídico-canónica de nuestro Santuario.
Antes de entrar en la materia de este Breve Pontificio y dado que mis
memorias van al público en general, y no precisamente a los eclesiásticos,
los cuales por su cultura teológica y canónica deben estar perfectamente
enterados de lo que es un Breve Pontificio, quiero explicar en pocas y sen-
cillas palabras a qué se le llama Breve y cuál es su trascendencia y alcance.
En efecto, los Breves son aquellos documentos papales que en el lenguaje
propio del derecho canónico se llaman Letras en forma de Breve, es decir,
cuya dimensión es menor y que suelen hacerse en papel pergamino, llevan-
do en el medio el nombre del pontífice con su número correspondiente, por

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ejemplo, Juan Pablo II, y se emiten "bajo el anillo del pescador", el cual es
un sello rojo que tiene la imagen de Pedro el Apóstol pescando. Generalmente,
los Breves están suscritos no por el Romano Pontífice, sino por el cardenal
secretario de Estado o, si es de menor importancia, por el canciller de Breves.
En el caso del Breve apostólico enviado por el Santo Padre acerca del
Cabildo y del Santuario Nacional de Guadalupe a su Eminencia el cardenal
arzobispo primado de México, fue firmado directamente por Su Santidad,
el Papa Juan Pablo II.

Algunos conceptos expresados


en el Breve Pontificio

En dicho Breve, después de hablar de la importancia del Santuario del Tepeyac


y de la gran veneración que le profesa el pueblo de México a la Santísima
Virgen María, bajo la advocación de Guadalupe, y cómo ha sido la meta de
multitud de peregrinos procedentes no sólo de la Nación Mexicana, sino
también de otros países de nuestro continente y de diversas partes del resto
del mundo; además, recordando que el 6 de marzo del año 1749, el entonces
arzobispo de la ciudad de México, monseñor Manuel Rubio Salinas, con un
Decreto Episcopal, había erigido en el Santuario de Guadalupe, un Cabildo
Colegial al que se le encomendó la atención pastoral y la administración
del Santuario, asignándole, como prebenda capitular, todos los bienes exis-
tentes y futuros de dicho templo, el Breve nos habla de la bula Romanus
Pontifex del 26 de enero de 1750, del Papa Benedicto Xiy el cual confirmó
con su autoridad apostólica lo que había decretado el arzobispo de México
sobre el citado Cabildo Colegial.
Quiero decir, entre paréntesis, que la bula Romanus Pontifex no fue la
primera respecto de la fundación de un Cabildo Colegial en la entonces igle-
sia parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe, sino que en fechas ante-
cedentes hubo dos bulas al respecto, pedidas a Su Santidad acerca de la
fundación de este Cabildo colegial; pero como en una de ellas se hablaba
de la autonomía de la iglesia parroquial y del Cabildo con relación al arzo-
bispo de México, el señor Rubio Salinas de ninguna manera aceptaba dicha
autonomía y por esta razón se retrasó la fundación del Cabildo Colegial.

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La primera de estas bulas fue la del Papa Benedicto XIII, en el año de
1725, y la segunda de Benedicto XIV en el año de 1746.
El rey no insistió más en la autonomía; se terminaron las discusiones,
razón por la cual vino en 1750 la bula Romanus Pontifex, del mismo Bene-
dicto XIV que acabamos de citar, y que confirmó con su autoridad apostólica,
lo decretado por el arzobispo de México sobre el citado Cabildo Colegial.
Después de este largo paréntesis, y refiriéndome nuevamente al reciente
Breve Pontificio de Juan Pablo II, se hace en él un reconocimiento de gra-
titud de toda la iglesia por la benemérita labor que dicho Cabildo ha desarro-
llado durante más de dos siglos, en medio de todos los acontecimientos
históricos y las vicisitudes de ese Insigne Santuario Guadalupano. El Cabildo,
hasta antes de la recepción de dicho Breve Pontificio, estaba presidido por
su abad, el cual, de acuerdo con la antigua Ley Fundacional y los Estatu-
tos, era Caput Ecclesiae et Capituli, es decir. Cabeza del Santuario Parroquial
y del Cabildo, o sea, presidente del Cabildo Colegial y rector del Santuario
Nacional. De hecho, a mí me tocó presidir este Cabildo durante más de 33
años, del 17 de mayo de 1963, al 31 de octubre de 1996.
El Santo Padre creyó conveniente y necesario dotar al Santuario de un
nuevo ordenamiento jurídico, con el propósito de que dicho ordenamiento
contribuyera a dar mayor impulso a la tarea de evangelización que se
desarrolla en nuestra insigne colegiata, de acuerdo con las actuales cir-
cunstancias pastorales. Además, hace mención de la especial predilección
que han tenido por ese sagrado lugar sus venerados predecesores, los
romanos pontífices, ensalsándolo con muchos signos de honor y distinción.
Sería largo enumerar los documentos del archivo de la colegiata en
los cuales aparece la especial predilección que han tenido por el Santuario
de la Colina del Tepeyac los sucesores de Pedro.

Cambio substancial de la estructura


canónica de nuestra insigne
Colegiata de Guadalupe

Después de esa interesante introducción, pasa a la parte dispositiva de dicho


nuevo ordenamiento jurídico, de la cual no hablaré en detalle, porque tendría

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que dedicar varias páginas a este tema, que tal vez no resulte de tanto inte-
rés para el público en general, pero que, sin embargo, implica un cambio
sustancial en la estructura canónica de nuestra insigne colegiata. Simple-
mente diré que se erigen dos entes canónicos, con personalidad Jurídica,
pública, propia y distinta, a saber, el Santuario Nacional de la Virgen de
Guadalupe y el Cabildo Colegial, ambos bajo la jurisdicción ordinaria del arzo-
bispo primado de México.
En efecto, habla en primer lugar, del Santuario Nacional de la Virgen de
Guadalupe, al cual le dedica cinco importantes párrafos, en los que se dis-
pone todo lo referente a la estructuración del mismo.
En segundo lugar, se refiere a las funciones del Cabildo Colegial de
Guadalupe y a los privilegios que se le conceden, abrogando Su Santidad,
con la autoridad apostólica que le compete, todas las normas, constitucio-
nes y privilegios, incluso aquellas que son dignas de especial y singular
mención, pero que, sin embargo, fueran contrarias a las presentes dispo-
siciones.
Concluye confiando al patrocinio de la Santísima Virgen de Guadalupe,
Patrona de América, las nuevas disposiciones dadas a su Santuario, citando
hermosamente un pequeño trozo del Nican-Mopohua, en el cual la Santísima
Virgen María nos excita a la plena confianza en su intercesión: "Escucha,
hijo mío, ponlo en tu corazón; no temas ni te aflijas. ¿No estoy yo aquí, que
soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente
de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?
¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?".
Antes de terminar este capítulo del cambio de la estructura canónica del
Santuario, me referiré, como ejemplo, a uno de esos signos de distinción,
por parte de los romanos pontífices, de los cuales se habla en el documento
en términos generales.

Donación pontificia de
la Rosa de O r o a n u e s t r o Santuario

En efecto, en el mes de mayo de 1966, como lo expresé en mi informe anual,


tuvimos todos la satisfacción de ser testigos de un hecho que indudable-

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mente fomentó y despertó en gran número de personas, por una parte
el amor y la veneración a la Santísima Virgen de Guadalupe, y por otra,
la adhesión, gratitud y respeto al Sumo Pontífice. Este hecho de todos
conocido, es que Su Santidad el Papa Paulo VI, se haya fijado en nuestro
máximo Santuario Nacional para obsequiarle la simbólica Rosa de Oro.
Afortunadamente, todos colaboraron para recibir con dignidad y recono-
cimiento esta hermosa presea: el Episcopado Nacional, las autoridades civiles,
las organizaciones católicas, y todo el pueblo en general. Los actos llevados
a cabo, pero muy especialmente la solemnidad litúrgica dentro del sagrado
recinto, dejaron profundamente conmovido al representante de Su Santidad,
que en aquella ocasión fue el Eminentísimo señor Cardenal Cario Confalonieri.
Ustedes me preguntarán ¿cuál es la historia de esta famosa presea?,
y yo les contestaré en muy pocas palabras: es una distinción honorífica muy
antigua que los Papas hacían a los extranjeros de alto rango (en su mayoría,
a los soberanos). Según una antigua costumbre (año de 1050), el Papa
bendecía una rosa en el transcurso de la misa del cuarto domingo de
cuaresma, domingo al cual la liturgia llamaba Dominica laetare (alégren-
se). El Papa enviaba esta rosa a algún extranjero que se encontraba de paso
en Roma, y que Su Santidad quería honrar de una manera muy especial.
En el transcurso de los siglos, la rosa se convirtió en una alhaja de oro,
con un rubí en el centro de la misma, que algunas veces adquirió un valor
de gran consideración. Por ejemplo, la que le envió al Delfín, hijo de Luis XIV
(Dauphin: título que se daba al primogénito del rey de Francia, desde 1439),
pesaba 8 libras de oro.
En la época actual, con la sensibilidad del cambio de los tiempos, gene-
ralmente el Papa elige algún connotado santuario mañano en el mundo
para enviarle dicho precioso regalo, con un sentido profundamente espi-
ritual, de un alto valor religioso.

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Capítulo VIII
Algunos de los recuerdos
que vienen a mi memoria
cuando transito por el interior
de nuestro Santuario

Cada vez que recorro los distintos lugares del interior de este nuevo edi-
ficio, se van agolpando en mi memoria nombres de personas y de insti-
tuciones que participaron en las distintas áreas de nuestra construcción.
Por ejemplo, el autor del bello y moderno sagrario, en la pequeña capilla del
Santísimo Sacramento, con la ingeniosa colocación de los textos bíblicos
referentes a la eucaristía, fue el escultor y joyero Ernesto Paulsen, con la
atinada intervención de fray Gabriel Chávez de la Mora. El arquitecto Pedro
Medina Guzmán fue el autor del hermoso fresco del misterio de la Santísima
Trinidad, en el cual podemos contemplar las manos del Padre Celestial que
con el fuego del amor del Espíritu Santo nos entrega a Jesucristo, su Hijo

Fresco del Arq. Medina Guzmán y Sagrario del escultor Ernesto Paulsen.

141
Divino, quien muerto en la cruz y resucitado gloriosamente, nos indica el
don de su presencia en la Eucaristía, señalando con un dedo el sagrario.
El licenciado Miguel Alemán Velasco me pidió que, a nombre de su
señora madre, doña Beatriz Velasco de Alemán, la cual era profundamente
devota de la Santísima Virgen de Guadalupe, destinara algún pequeño
lugar de los muchos espacios de nuestra Basílica, indicando que ella había
querido participar en su elaboración con un donativo. Le dije que tendría una
pequeña placa en la capilla del Santísimo Sacramento. Ahí celebré una Euca-
ristía, en la que participaron él, su esposa Christiane, y todos sus familiares
e hicimos sufragios por doña Beatriz, agradeciendo, además, su generosa
aportación.
En la capilla de San José, colocamos un óleo antiguo, de autor anónimo,
que representa al venerable patriarca, protegiendo con su manto al Cabildo
de Guadalupe. Todos los detalles de esta devota capilla fueron realizados
por los arquitectos Javier García Lascurain, fray Gabriel Chávez de la Mora
y Oscar Jiménez Gerard.

El ó r g a n o m o n u m e n t a l de nuestra Basílica

Y qué, decir del órgano monumental, cuya construcción se le encargó a


Casavant Fréres en Canadá, organización de origen francés, después de haber
pedido a distintintas casas europeas fabricantes de órganos (Alemania,
Francia e Italia), características y presupuestos. Las razones de esta decisión
fueron miiltiples, que no me detendré en explicar. Le encargamos a nuestro
primer organista, Alex Méndez, el cual estudió en la Academia de Santa
Cecilia en Roma, que se dedicara, con mucho cuidado y esmero, al estudio
y características de nuestro posible nuevo órgano; para ello, lo enviamos
a Canadá, en donde recibió un buen adiestramiento y conoció a los fabri-
cantes de dicha firma. La construcción y colocación del nuevo instrumento
musical se demoró alrededor de un año y su costo fue de más de 500,000
dólares de aquella época, es decir, del año de 1975.
Esta ñrma, fundada por los hermanos Casavant en 1879, en el peque-
ño pueblo de San Jacinto, en la provincia de Quebec y que ha construido
grandes e importantes órganos, es reconocida a nivel mundial.

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Alex Méndez me entregó un acucioso estudio acerca de los orígenes,
historia y desarrollo de los órganos en general, que ayuda, desde luego, a
un mejor conocimiento de este extraordinario instrumento musical.
Daré algunos datos muy simples acerca del órgano monumental de la
Basílica que, sin duda, son interesantes para los estudiosos de este insu-
perable instrumento en las celebraciones religiosas: consta de 5 teclados y
32 bajos; cada teclado está compuesto de 61 notas y además, los tecla-
dos tienen su característica propia.
Desde luego, no me detendré en explicar estas características ni sus
complicadas especificaciones técnicas, sin embargo, son infinitas las posi-
bilidades que se originan en la combinación de los sonidos de dichos tecla-
dos, ya que a cada tecla corresponde uno o varios tubos, lo que proporcio-
na, de hecho, una dimensión de aproximadamente 11,000 tubos. La acción
de nuestro órgano, como la de todos los grandes órganos contemporáneos,
es electroneumática y, repito, consta de alrededor de 11,000 tubos.9
Por lo brevemente expuesto, puede adivinarse la capacidad de lucimien-
to que le porporciona a un organista experto el uso de nuestro órgano en las
grandes solemnidades litúrgicas y en los conciertos de música religiosa.
Las características de nuestro órgano permiten que se pueda tocar desde la
música más antigua (siglo xv) compuesta para órgano, hasta la música con-
temporánea.

Inmensa cripta de la Basílica

Olvidándonos del órgano y siguiendo el hilo de mis recuerdos, me causa una


gran serenidad bajar a las criptas y contemplar la capilla central de la Re-
surrección del Señor, recorrer todo lo que poco a poco fuimos ahí constru-
yendo e inaugurando, por ejemplo, las diversas capillas, en las cuales se
celebra la eucaristía, cuando así lo piden los deudos de los miles de difun-
tos que, de acuerdo con nuestra fe inconmovible, esperan en ese lugar su
propia resurrección al final de los tiempos, cuando venga Cristo Glorioso
con gran poder y majestad a juzgar a toda la humanidad.
9
Apéndice núm. 2. Explicación íntegra de nuestro órgano monumental. Maestro Alex Méndez.

143
Cripta de los Abades y Canónigos de la Basílica de Guadalupe.

No quiero dar rienda suelta a la memoria de todo lo que en el recinto del


Tepeyac hemos dejado, a través de la generosidad del pueblo de México, quien
por amor a la Santísima Virgen María desea que tanto la Basílica, como todo
lo que la circunda, se convierta en un homenaje perenne a la Madre de Dios,
respetando, con profundo sentido de religiosidad, ese lugar de oración y no
de vendimia. No me cansaré de recalcar una y otra vez esto último.

Diversas áreas del recinto del Tepeyac

Como lo hemos venido reiterando a lo largo de nuestra narración, la cons-


trucción del nuevo Santuario no sólo implicó la tarea de la reconstrucción
y conservación de los otros edificios existentes en el recinto guadalupano,
sino también los ineludibles trabajos indispensables para el buen funcio-
namiento de tan visitado centro religioso. Por ejemplo, la importante área de
los estacionamientos, la zona comercial, los numerosos baños, sin los cuales
no podríamos exigir la limpieza e higiene del lugar; el espacioso atrio y
la gran verja que rodea a todo el conjunto del Tepeyac. Refiriéndome todavía

144
a los antiguos edificios, no hay que dejar de hablar del ingenioso y espec-
tacular rescate realizado por el ingeniero Manuel González Flores, tanto
de la capilla del Pocito, como muy particularmente de la vieja Basílica y de
la iglesia de Capuchinas, cuya inclinación era de más de tres metros y medio.
Por lo que se refiere a la antigua Basílica, en cuya cimentación y respectiva
inclinación hacia adelante, hemos trabajado durante más de 40 años, con
el auxilio técnico y económico de la dependencia gubernamental que tiene
como responsabilidad la conservación de todo nuestro patrimonio nacional,
debo decir que en la actualidad, parte del antiguo Santuario ha sido con-
vertido, con motivo del segundo Congreso Eucarístico Nacional, en templo
expiatorio de adoración, con la exposición cotidiana del Santísimo Sacra-
mento. Esto no significa, de ninguna manera, que hayan sido concluidas
las obras de reconstrucción y conservación de la vieja Basílica, obras que,
por otra parte, se han de continuar durante algunos años.

Capilla del Cerrito

Los peregrinos que vienen al recinto guadalupano, suben en largas filas a


visitar la iglesia que está en la cumbre del Tepeyac y le llaman del Cerrito,
ubicada a un lado del panteón. En dicho cementerio se encuentran sepul-
tados algunos personajes importantes en la historia de nuestra nación, por
cierto de ideologías muy diferentes.
La tradición piadosa señala ese sitio como el lugar en que por primera
vez se apareció la Virgen María a un indio llamado Juan Diego y en donde
supuestamente se hizo un mogote de piedras y se puso una cruz de madera,
renovada en diferentes ocasiones.
Allí, hacia el año de 1660, don Cristóbal de Aguirre y doña Teresa
Peregrina edificaron una modesta capilla y dejaron 1,000 pesos para que
se hiciera una misa solemne cada día 12 de diciembre.
La construcción de la nueva iglesia que hoy conocemos, se inició en 1740
y, naturalmente, fue poco a poco decorada y redecorada, como nos cuenta el
padre Jesús García Gutiérrez, profesor de Historia en el Seminario Conciliar
de México y canónigo honorario de la Colegiata de Guadalupe.

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Capilla del pocito

A principios del siglo xix se estableció en ese lugar, a un lado de la igle-


sia, un monasterio de carmelitas descalzas, que en la actualidad existe,
habiendo cumplido ahí más de 100 años.
Estas humildes religiosas de vida contemplativa, dedicadas al trabajo
y a la oración, podemos decir que son como un pararrayos en la cumbre del
Tepeyac, cuyas oraciones suben a la presencia del Señor, intercediendo
por los pecados de la gran ciudad de México y de todos los que peregrinan
hacia ese lugar de gracia y de perdón.

La Basílica al C o r a z ó n
de Cristo en Montmartre

En nuestra propia dimensión y guardadas las debidas proporciones, pode-


mos pensar que este sitio de plegaria a un costado de la iglesia de la colina

146
del Tepeyac, donde están las carmelitas, es algo semejante a lo que acontece
en Francia con la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en Montmartre.
En ese collado desde donde se domina buena parte de París, en 1872 se
edificó un magnífico templo, con la idea de expiación, de penitencia y de
consagración solemne al Corazón de Cristo, de toda esa nación.
Desde la cátedra de Nótre Dame, el famosísimo orador de la Orden de
los Hermanos Predicadores, cuyas obras son altamente conocidas, espe-
cialmente sus discursos cuaresmales, el padre Monsabré, hizo una vibran-
te exposición acerca de la importancia y necesidad de construir una gran
Basílica, en la cumbre de la montaña, dedicada al Sagrado Corazón de
Jesús, para desarmar a la cólera divina por las ofensas cometidas.
El Soberano Pontífice Pío Di dio su aprobación a través de un Breve. La
Asamblea Nacional Francesa, laica y revolucionaria, por una ley del 23 de
julio de 1873, reconoció la erección del santuario prometido al Sagrado
Corazón de Jesús como una obra de utilidad pública.

Nuevas construcciones

Como nuevas construcciones surgieron dentro del recinto guadalupano un


hermoso y funcional bautisterio y además un imponente carillón. Ante-
riormente pensabamos en un campanario, al estilo de muchos de los que
existen en las antiguas basílicas y catedrales europeas, verbigracia el
Campanile de la arcaica, multifacética y bellísima Catedral-Basílica de
Venecia.
Ya que mencioné tanto el nuevo bautisterio de la Basílica de Santa María
de Guadalupe, como el carillón, que de alguna manera suple al campana-
rio que deseábamos para la nueva Basílica, vamos ahora, por separado,
a decir algunas palabras acerca de estos dos recientes edificios.

Nuevo bautisterio

En efecto, al hablar de la vida parroquial dentro del recinto guadalupano,


explicaba la ftierte tradición de muchos de los que peregrinan a este Santua-
rio, que, con ese motivo, tratan de arreglar todos sus problemas espirituales,

147
por ejemplo, regularizar su vida conyugal, bautizar a sus hijos, acercarse
al sacramento de la reconciliación...
Resulta que en nuestra parroquia se realizan alrededor de 30,000 bau-
tizos al año, y, a petición de los fieles, no pocos, se hacen en la misma
Basílica. Todo ello nos hizo pensar en un nuevo bautisterio, cercano tanto
a la Basílica, como al edificio parroquial, y de hecho, comenzamos su edifi-
cación. El primer proyecto general lo realizó el arquitecto José Luis Benlliure
e inició su trabajo el arquitecto Alejandro Schoenhoffer, pero dado el cúmulo
de compromisos y la insuficiencia de presupuesto, lo dejamos dormir por
un tiempo más o menos largo. Según expresión de fray Gabriel Chávez de
la Mora, especialista en liturgia sagrada, la proposición de José Luis, como
diseño, era conceptualmente muy formalista. Lo describiré en dos palabras:
juego de muros, dispuestos según un desplante en espiral y de altura cre-
ciente, con el ingreso a dicho bautisterio en la parte más amplia de la espiral.
Desde luego, parece que José Luis no pensó, ya que su especialidad
no era la liturgia sagrada, en un programa arquitectónico a partir de la
específica actividad de numerosos bautizos colectivos, en diversas celebra-
ciones casi sucesivas, con el ingreso y egreso de un buen grupo de personas:
padres, padrinos, y demás familiares de los bautizandos. Ya con mejores
posibilidades para su construcción, encomendamos nuevamente el estudio
del proyecto arquitectónico para dicha actividad sacramental a fray Gabriel,
con la participación del arquitecto Oscar Jiménez Gerard.
Fray Gabriel, el arquitecto Jiménez y un servidor nos trasladamos con
frecuencia al lugar mismo del área del nuevo bautisterio, situado al norte
del conjunto guadalupano, y ahí reflexionamos e imaginamos, una y otra
vez, por dónde iban a entrar y salir cómodamente todos estos grupos;
qué atención tendrían que recibir para realizar los trámites del bautizo,
y cuál sería el personal destinado a este servicio.
Planteadas las necesidades de estas celebraciones litúrgicas, era obvio
que exigirían espacios adecuados para satisfacer correctamente los reque-
rimientos de una liturgia renovada, de acuerdo con las normas generales
de la Iglesia acerca del Sacramento de la Iniciación Cristiana y con los estu-
dios presentados en los documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II en
esta materia. Como es lógico, la actividad a realizarse exige y genera el

148
Detalle del nuevo Bautisterio de la Basílica,

espacio arquitectónico que pide la celebración de dicho sacramento, ver-


bigracia la previa catcquesis indispensable y la vivencia en la fe del pequeño
grupo comunitario que se responsabiliza de la educación cristiana de esos
niños que nacen a una nueva vida, a través del agua bautismal y de las
palabras sacramentales. Todo ello comprobado por el sacerdote que imparte
el sacramento, el cual debe preparar a los asistentes para su digna recep-
ción, dándonos la seguridad de que será fructuosa, y que no quedará en
un mero ritualismo exigido por nuestra tradición cristiana.
Fray Gabriel estudió cuidadosamente el listado completo del funciona-
miento de este nuevo bautisterio, que incluía, como es natural, las oficinas
exigidas no sólo para el acto concreto del bautismo, sino para la documen-
tación que por una parte han de llevarse los responsables de los recién
bautizados, y por otra, ha de quedar debidamente anotada en nuestro archi-
vo parroquial; constancia que muchas veces, después de años, van a buscar
los mismos bautizados, pues los padres o los padrinos de los infantes tal

149
vez no se preocuparon por guardarla cuidadosamente. Como sabemos, entre
otros documentos, en las parroquias se les pide el certificado de bautismo
a los que desean casarse, lo mismo que en los seminarios y en las congre-
gaciones religiosas a las personas que pretenden dedicarse íntegramente
al servicio de Dios y de sus hermanos, o para dar un ejemplo, más prosaico,
en las oficinas de gobierno, cuando se trata de obtener un pasaporte, porque
los solicitantes no tienen su acta de nacimiento.
Quiero decir que el espacio para nuestro archivo debería ser muy amplio.
De esta manera, en realidad, quedaron dos edificios unidos entre sí: el
bautisterio como tal, y sus oficinas respectivas.
Es interesante dar a conocer que una buena cantidad de los libros del
antiguo archivo parroquial pasó a formar parte de la biblioteca Lorenzo
Boturini en nuestra Basílica, ya que en realidad se convirtió en un impor-
tante archivo histórico, cuyos datos pueden ser consultados por los investi-
gadores, pues esos libros se remontan a las postrimerías del siglo xvi. Los
documentos más recientes se quedaron en el nuevo bautisterio, calculando
el tiempo en que todavía viven las personas que desean obtener dichos
certificados.
De hecho, muchos de los estudiosos acerca del Tepeyac, en sus inves-
tigaciones han acudido a nuestros archivos. Podría enumerar algunas
razones: recabar datos de quiénes ftieron los capellanes más antiguos de
esa iglesia; cuándo fue erigida la parroquia propiamente tal; quién fue
su primer párroco, desde cuándo quedaron debidamente registrados los
niños que recibían el bautismo en ese lugar...
Volvamos a nuestro bautisterio actual, el cual resultó sumamente digno,
y quiero decir que me encantó la belleza tanto de la gran fuente bautismal,
realizada en mármol de carrara, como la decoración y el ambiente que la
rodea, pues no reparamos en gastos, teniendo en cuenta nuestras posibilida-
des. Por otro lado, debo decir que como importante ahorro, usamos parte de
los materiales sobrantes de la construcción de la nueva Basílica: vitrales,
mosaicos, mármoles etcétera...
Aun cuando el espacio que ocupa el bautisterio propiamente dicho no
es muy amplio, sin embargo resultó suficiente y adecuado.

150
Me agradaría presentar algunas de las múltiples fotografías que poseo
de las diversas áreas del conjunto guadalupano que, sin duda, ayudarían
para tener un mejor conocimiento de la obra realizada.
Dichas fotografías, diría yo, contienen un testimonio gráfico de buena
parte de lo que narro en estas mis memorias, pero que habría sido práctica-
mente imposible publicarlas en el volumen que ahora usted tiene en sus
manos.

N u e s t r o g r a n carillón

Una vez descrito, aun cuando sea con brevedad, el bautisterio parroquial,
me ocuparé en seguida, de decir algunas palabras acerca del carillón que
se encuentra en el gran atrio, de frente y al fondo de la nueva Basílica, y
que en su integridad está a la vista de todos los peregrinos, para que puedan
apreciar el sencillo y popular espectáculo de las tradicionales apariciones
de la Virgen María al humilde neófito Juan Diego y escuchar la música que
se transmite, cuyas diversas melodías se pueden cambiar y multiplicar, de
acuerdo con las circunstancias. Entre otros cánticos se aprecia el tradicio-
nal Himno guadalupano.

Vista parcial del gran carillón

151
Sería muy complicado hacer una descripción completa de todos los ele-
mentos que contiene esta bella creación y de su respectivo funcionamiento,
producto de la ingeniería holandesa, cuya antigua tradición en esta materia
es ampliamente conocida en el mundo.
Los contactos con Holanda y el patrocinio de dicha obra corrieron a cargo
de nuestro recordado empresario, ya difunto, don José T. Mata. Como es
obvio, los holandeses nos pidieron una descripción completa y detallada de
todos y cada uno de los elementos que deberían formar parte del carillón;
a su vez, ellos tendrían que enviamos los datos exactos del edificio que noso-
tros habríamos de construir. Todos estos trámites, como es lógico, se llevaron
un buen tiempo. Una vez que los señores holandeses terminaron de fabri-
car la parte técnica del carillón, y nosotros la estructura de concreto, se tras-
ladaron a la ciudad de México para llevar a feliz término su instalación.
Creo que sería tedioso describir detalladamente el arduo trabajo que en
equipo efectuaron tanto los técnicos holandeses, como nuestros arquitec-
tos, para que finalmente pudiéramos contemplar ya terminada esta intere-
sante obra de beneficio popular. ¿Cuál es pues el contenido general de esta
edificación, expresión de la moderna técnica electrónica y del viejo arte
europeo de los carillones? Hagamos una brevísima descripción: este con-
junto de campanas de diferentes tamaños y sonidos está programado para
reproducir 99 distintas melodías. Posee una torre con 38 campanas y una
rueda con solamente 10. Tiene un reloj civil y otro astronómico, llamado
astrolabio; además, un calendario azteca electromecánico; un reloj solar
y un escenario con figuras móviles. Cuenta asimismo con un teclado sobre
el cual pueden interpretarse directamente las melodías que se deseen.
En la parte central del campanario se exhiben diversas escenas de las
apariciones de la Virgen de Guadalupe, con las figuras móviles de las cuales
hablamos, en un ciclorama. Las puertas del escenario se abren, los persona-
jes caminan, se arrodillan, mueven los brazos y la cabeza, reproduciendo
diferentes escenas y dialogando.
Todos los movimientos de las figuras están programados por compu-
tadora, lo mismo sucede con otros elementos de este campanario.

152
En pocas palabras he podido describir esta obra que ocupa un lugar
importante en nuestro inmenso atrio, el cual está destinado para que los
devotos peregrinos se preparen a ingresar al Santuario y puedan con tran-
quilidad participar en distintos actos devocionales; por lo tanto, repito una
vez más lo que tantas veces he dicho, que este atrio debería estar libre
de toda clase de vendedores que sólo afean nuestra imagen y además dis-
traen, siendo causa de enojo para nuestro pueblo.
He aludido ya a la Capilla del Cerrito y al convento de las religiosas car-
melitas anexo a la misma capilla, aun cuando no he hablado de toda el área
de los jardines que existen a los pies de la colina del Tepeyac y que son
objeto, por su belleza, de frecuentes visitas, ya que estas memorias se alarga-
rían demasiado.
Se me ocurre, como algo muy importante para la educación de nuestro
pueblo, tanto religiosa, como cultural, hablar del antiguo museo guadalupano
y de nuestra biblioteca Lorenzo Boturini Benaducci.

153
154
Capítulo IX
Museo guadalupano

La Basílica de Guadalupe, con sus diferentes instalaciones, a los ojos de


los visitantes, ya sea que vengan a ella como devotos peregrinos que se
acercan a orar ante la venerada imagen de Nuestra Señora, y éstos son la
gran mayoría, o que vengan simplemente como turistas para conocer uno
de los lugares más interesantes de nuestra ciudad, se convierte en un esce-
nario patriótico-religioso de todo lo que ha significado para nuestra nación
el guadalupanismo mexicano, el cual nació alrededor de mediados del
siglo XVI.
En efecto, el museo del Santuario representa, sin lugar a duda, uno de
estos testimonios históricos importantes, ya que alberga en su seno infi-
nidad de obras que dan fe de nuestra sensibilidad artística, de nuestra
capacidad artesanal, de nuestra cultura plural, que nos habla no sólo de la
época indígena precortesiana, sino también de la transformación de nuestro
pueblo a partir de la Conquista, o si no es placentero este nombre, de la
llegada del pueblo hispánico a nuestro territorio, llegada que nos puso
en contacto no sólo con la cultura y tradiciones de España, sino también
de todos los países europeos. Por cierto que a la península ibérica, por razo-
nes válidas, se le ha llamado la madre patria, nombre que no me explico
la razón por la cual para algunas personas es aborrecible, sin embargo, si
no deseamos abdicar de las raíces que forjaron a esta patria mexicana,
debemos darle el lugar que ocupa en la formación de nuestra identidad
nacional, ya que ellos nos trajeron el hermoso y rico idioma castellano y
la religión que profesamos la mayor parte de los mexicanos.

155
N u e s t r a participación en el mensaje
cultural de ios ricos m u s e o s de n u e s t r o país

Repito, la riqueza de nuestros museos, tanto de la ciudad de México, como


de todas las regiones de nuestra nación, ofrece al visitante una gama de
expresiones artísticas que van desde las más antiguas y variadas cultu-
ras indígenas, hasta la fecundidad de nuestros inspirados maestros con-
temporáneos: pintores, escultores, artesanos... El museo de la Basílica de
Guadalupe, en su humilde aportación, colabora, de manera importante, no
sólo al conocimiento de nuestro México, sino que, además, ayuda de manera
notable a la educación de nuestro pueblo, el cual es profundamente sensi-
ble a las diversas manifestaciones artísticas. De ahí que, desde mi lle-
gada a la Basílica, haya puesto los ojos, de manera muy especial, en la
reestructuración del Museo Guadalupano y en su correcto funcionamien-
to. De hecho, tratamos de hacernos del personal humano adecuado para
lograr esta meta. Resultaría tal vez demasiado minucioso para mis lecto-
res el informar de los pasos importantes que fuimos dando para lograr
nuestros propósitos.
A través de mis informes anuales, tanto el prelado de la arquidiócesis,
como el Cabildo de Guadalupe, se enteraban, con agrado, de los avances
obtenidos en esta área.
En nuestro museo ocupa un lugar muy importante la pintura guadalu-
pana, lo cual no obsta para que tengamos un buen número de obras con
temas diferentes, prevaleciendo, sin embargo, aquellas que se refieren a
la Santísima Virgen María.
Quiero decir que el museo, además de pinturas, posee esculturas de
temas variados, algunas de las cuales son verdaderamente valiosas. Por
ejemplo, tenemos un San Miguel Arcángel de marfil, dominando a las potes-
tades del mal, de origen italiano, atribuido a Bernini, o, por lo menos, a
su escuela; otra preciosa talla, también de marfil, del mismo San Miguel,
anónimo chino. Ambas esculturas son del siglo xvii. Poseemos obras de
orfebrería, esmaltes, porcelanas, marfiles, muebles, trofeos, numismáti-
ca, una buena colección de estampas, dibujos y grabados, libros, textiles,
obras de arte popular, diez gobelinos de origen europeo, algunos de los

156
cuales aparentemente abandonados por el serio deterioro en que se encon-
traban, nos dimos a la tarea de restaurarlos en nuestro taller. Además, son
dignos de especial mención nuestros preciosos ornamentos sagrados, cáli-
ces y custodias, sin duda notables por su valor artístico y muchos de ellos
por su antigüedad.
No puedo dejar de mencionar, no sólo por la extensión y calidad de la
pintura, sino por la fuerza expresiva de la tradición guadalupana, el gran
cuadro anónimo novohispano que nos habla del traslado de la Imagen
de la Virgen de Guadalupe a la primera ermita y del primer milagro de Nuestra
Señora. Dicha obra pertenece al año de 1653.
Aquí es bueno recordar que en la gran exposición que llamaron "Imá-
genes Guadalupanas Cuatro Siglos", realizada por el Centro Cultural de
Arte Contemporáneo, dependiente de Televisa, del mes de noviembre de 1987
a marzo de 1988, la Basílica, entre otras obras prestó para dicha exposi-
ción, ocupando en ella un lugar muy importante precisamente el cuadro
del traslado de la Imagen de la Virgen de Guadalupe. Aprovechando esa
ocasión, le dije a Emilio Azcárraga, "te lo presto con todo gusto; pero a
cambio te pido te encargues de su restauración". Claro está que no dudó un
ápice en aceptar mi petición. Después de la muerte de Emilio, dicho cen-
tro cultural ha dejado de existir.

La cruz atrial de piedra

Tampoco me podría olvidar de la cruz atrial de piedra, del siglo xvi, obra
anónima en la cual se adivina que intervinieron manos indígenas y cuyos
símbolos sería largo describir. Sin embargo, demos algunos detalles de la
misma: entre los dos brazos de esta cruz está esculpido el rostro de Cris-
to Crucificado, con su corona de espinas sobre la cabeza. Debajo del rostro,
descansando sobre ambos brazos, se encuentra otra gran corona de espi-
nas. Podemos ver, además, los clavos y las heridas producidas por los
mismos, la columna de la flagelación, el gallo de San Pedro, la lanza, la
esponja con vinagre, la vara del rey de burlas, la espada de San Pedro y
la oreja de Marcos, un cáliz y una hostia representando la institución de la
Eucaristía...

157
Dicha cruz fue llevada por nosotros a la gran exposición del Metropo-
litan Museum of Art, de Nueva York, exposición a la que se le llamó "México:
esplendores de 30 siglos", cruz que lucía extraordinariamente bien.
La organización sistemática y técnica de nuestro museo se ha ido
superando, de acuerdo con los adelantos en esta materia, y resulta de sumo
interés el haber logrado crear nuestro taller propio de conservación y
restauración, en el cual se trabaja con gran cuidado y técnica muy depurada.
Quiero decir que, entre otras cosas, desde el inicio de sus labores, el
taller quedó incorporado al Instituto Internacional de Conservación, que
tiene su sede en Londres, con lo cual la Basílica está informada de cuan-
tas actividades se realizan en otros museos del mundo, en el campo de
la conservación.
Espero confiadamente que después de mi salida de la Colegiata de
Guadalupe, todo este trabajo, que tanto nos ha costado, no sólo perdure,
sino que crezca.

Intercambio artístico del M u s e o G u a d a l u p a n o


y frecuencia de sus visitantes

Es muy importante hablar del intercambio artístico que tiene nuestro


museo, no sólo con los museos de esta ciudad de México y de los diver-
sos museos de la república, sino también con museos extranjeros, con
los cuales hemos realizado algunas exposiciones importantes.
Al verificar cuidadosamente, mes por mes, el movimiento de visitan-
tes, hemos podido constatar que.el museo de la Basílica recibe más de
medio millón de personas al año. Alguno podría admirarse de esta cifra;
pero la razón es muy sencilla: el número de peregrinos que viene a visitar a
la Santísima Virgen María anualmente, en datos conservadores, ascien-
de a cerca de 10 millones y, con esa ocasión, especialmente los fines de
semana, visitan nuestro museo, pagando una cantidad ínfima y simbóli-
ca, que no significa una carga para los romeros más humildes; además,
lo hacen con todo gusto y, diría yo, con devoción, ya que al contemplar el
arte religioso y escuchar las explicaciones, junto con una saüsfacción
espiritual, adquieren nuevos conocimientos.

158
C r e c i m i e n t o d e n u e s t r o t e s o r o artístico

A partir del 17 de mayo del año de 1963, día en que tomé posesión de la
abadía de Guadalupe, hasta finales del año de 1971, habíamos dedicado
nuestros esfuerzos a cuidar de la conservación y restauración de las obras
adquiridas a lo largo del tiempo, estimando altamente el empeño de mi
predecesor, don Feliciano Cortés Mora, XX Abad de Guadalupe, el cual, por
cierto, era sumamente aficionado a las obras de arte colonial. Sus días
de asueto, ya que no era deportista, los dedicaba a la visita de nuestros
típicos pueblos mexicanos, cuya belleza tradicional y comidas característi-
cas, le eran muy agradables. Sus visitas tenían una finalidad muy espe-
cífica: cómo adquirir, claro está, en forma totalmente honesta, algunas
obras de calidad artística, para el museo de la Basílica.
Al final de su gestión, por su precaria salud, don Feliciano había dejado
en otras manos las preocupaciones del museo, personas que, desgracia-
damente, no tenían conocimientos técnicos al respecto. Parte de mi tarea
consistió en visitar con frecuencia dicha área de la Basílica, con el íntimo
deseo de una renovación total, cosa que, gracias a Dios, fuimos logrando
poco a poco.
Desde 1971 hasta 1996, año en que, como decía al principio de estas
memorias, renuncié en forma definitiva a mis funciones de abad, pudimos
adquirir, con mucho cuidado en la selección de las obras que nos ofrecían
y con sacrificios económicos, la suma de 263 piezas, cuya relación exac-
ta y precisa podrá verse en uno de los apéndices de este libro.'"
Quiero mencionar aquí a don Jorge Raúl Guadarrama Guevara, el cual,
afortunadamente, sigue siendo el director del museo. Jorge es un museógra-
fo enamorado de su profesión, eficiente, honesto y altamente conocedor de
su especialidad. Resultaría extenso mencionar las responsabilidades museo-
gráficas que se le han encomendado a lo largo de su vida en los medios
oficiales y no oficiales, tanto en México como en el extranjero.

10
Apéndice núm. 3. Lista de las obras de arte adquiridas de 1971 a 1996. Don Jorge Guadarrama.

159
160
Capítulo X
Cuidado de n u e s t r a i m a g e n original
de S a n t a María de G u a d a l u p e

El icono g u a d a l u p a n o , o b j e t o primordial
de nuestra cuidadosa conservación y protección

En las primeras páginas de éstas, mis memorias, dije algunas palabras


acerca del significado histórico y tradicional de la Imagen de Nuestra Señora
de Guadalupe, que la encontramos por doquier, pero cuyo original, expues-
to a la veneración del pueblo mexicano, preside nuestro Santuario Nacional.
Como referí, al hablar del traslado del sagrado original a su nuevo
templo, se hizo con todas las precauciones técnicas a nuestro alcance, de
acuerdo con las circunstancias de tiempo y de lugar.
A partir de entonces, me permití insistir una y otra vez a nuestros arqui-
tectos y museógrafos que siguiéramos estudiando los diversos aspectos de
su conservación, sin duda de vital importancia, para el manejo y cuidado
de la imagen, teniendo muy en cuenta el estado en el cual se encontraba,
PUES ASÍ LA HABÍAMOS RECIBIDO DE NUESTROS ANTEPASADOS.
Para la correcta solución del problema se formó una comisión integra-
da por los arquitectos Javier García Lascurain, Osear Jiménez Gerard, fray
Gabriel Chávez de la Mora y el museógrafo Jorge Guadarrama; ellos, des-
pués de reunirse entre sí, lo hicieron con sus respectivos equipos, estu-
diando, cada grupo por su cuenta, un diseño especial de montaje junto con
un mecanismo retroactor, ambas cosas necesarias para lograr la protec-
ción de la Imagen contra cualquier eventualidad. En efecto, el deterioro
progresivo de la misma podría acelerarse, miradas las cosas de tejas abajo,
si no se tomaran en cuenta las condiciones adecuadas para su conserva-

161
ción. Podría también darse la posibilidad de un accidente grave que ame-
nazara su destrucción, por ejemplo, un incendio, quod Deus avertat (lo
que Dios no permita).
Logramos el objetivo, ya que además de la seguridad, existe la facili-
dad de observación de la Imagen para fines devocionales, de estudio, de
limpieza, y llegado el caso, si así lo exigieran inevitablemente las circuns-
tancias, un trabajo especializado de restauración sobre la Imagen misma,
con todos los permisos correspondientes, tal como lo prescribe el Código
de Derecho Canónico, en el canon 1189." Desde luego, el trabajo de con-
servación que realizamos, como lo explicaré más adelante, fue muy dis-
tinto de lo que hicieron nuestros antepasados con la mejor intención, pero
en forma burda y poco delicada, alterándola inconscientemente a pesar
de que, así lo suponemos, creían en lo misterioso de su origen.
Me llevaría algunas páginas explicar en forma muy concreta los tra-
bajos hechos con relación al camarín y el ingenioso sistema de un mecanis-
mo retroactor inventado y diseñado personalmente por el arquitecto Osear
Jiménez Gerard, quien para su ejecución, supervisó constantemente a un
excelente equipo de herreros y torneros, en virtud del cual, con el movi-
miento de una palanca que actúa mecánicamente desde algún lugar cer-
cano al pie del altar, pensando en la posibilidad de que se fuera la energía
eléctrica, la Imagen quedaría totalmente protegida dentro de una caja
fuerte de acero, si se diera, como decía, el penoso caso de un siniestro.
Hablemos ahora de algo mucho más delicado: ¿Cuál fue exactamente
nuestro trabajo con relación a la Imagen misma? A continuación, ya que
se trata de un tema de vital importancia y de absoluta honestidad, expon-
dré al pie de la letra lo que en el informe rendido en el año de 1982, ante
el Cardenal Arzobispo Primado de México, don Ernesto Corripio Ahumada
y el venerable Cabildo de la Colegiata, expliqué acerca de nuestro trabajo
sobre la imagen original de Santa María de Guadalupe.

11
"Cuando hayan de ser reparadas imágenes expuestas a la veneración de los fieles en iglesias u oratorios
que son preciosas por su antigüedad, valor artístico o por el culto que se les tributa, nunca se procederá a su
restauración sin licencia del Ordinario dada por escrito; y éste, antes de concederla, debe consultar a personas
expertas".

162
Transcripción exacta de lo dicho
en el informe general del a ñ o de I 9 8 2

En la presente oportunidad nos olvidaremos un poco del intenso trabajo


realizado por el museo y consagraremos toda nuestra atención al tesoro más
importante de este Santuario, cuya custodia nos ha sido encomendada y es la
propia imagen de la Santísima Virgen María de Guadalupe.
Los arzobispos de México, desde siempre, pero especialmente desde que comen-
zó a existir la Colegiata, han depositado en el Cabildo y en particular en el
Abad esta grave responsabilidad.
En efecto, en nuestros estatutos capitulares,12 se expresa claramente este
privilegio del Abad y del Cabildo en el Artículo 94 del capítulo 3o., el cual
dice a la letra: "es prerrogativa del Abad tener en su podei; bien guardada en
lugar seguro y bajo su más estrecha responsabilidad, una de las dos llaves
del marco de la Sagrada Imagen de María Santísima de Guadalupe; debiendo
estar en poder del Prelado la otra llave. Al ocurrir la defunción del Abad, la
llave que éste conservaba pasará al Arcipreste, o en defecto de éste al
canónigo más antiguo, hasta que el nuevo Abad hubiere tomado posesión.
Haré una brevísima aclaración de dicho artículo. En la antigua Basílica el
marco de la Virgen tenía dos llaves simbólicas, una estaba en poder del Arzo-
bispo de la Arquidiócesis y la otra en manos del Abad, como una expresión
de responsabihdades y control.
El artículo 95 habla de la siguiente manera: "cuando hubiere necesidad de
trasladar la Sacrosanta Imagen de la Santísima Virgen María de Guadalupe, o
deba renovarse el cristal que la cubre, el Abad tendrá especial cuidado de
que todo se haga bajo su inspección, con la delicadeza, miramiento y devo-
ción convenientes, evitándose todo lo que pudiera redundar en deterioro o
irreverencia.
Desde que asumí la responsabilidad de ser el guardián inmediato de la Ima-
gen me preocupé seriamente por su cuidado, evitando al máximo posible se
le metiera mano. Con frecuencia había peticiones de toda índole para acer-
carse a la Tilma, ya fuera por motivos devocionales o de estudio, lo cual
siempre me pareció delicado y muy digno de meditarse.
Por temor y respeto nunca habíamos afrontado a fondo la situación real de
la imagen de Nuestra Señora. Amén de que no contábamos con ninguna
noticia fidedigna de cómo en el pasado había sido tratada.
Cuando tuvimos que trasladarla a su nueva Basílica con todo el miramiento
que se merecía y la protección que le era indispensable, los peritos estudiaron
12
En mi informe me refería a los antiguos estatutos capitulares, los cuales ya no están en vigor.

163
cuidadosamente todos los pasos a seguir y lo hicieron a la perfección, den-
tro de nuestras naturales limitaciones. Fueron entre otras cosas, elaborados
dos estuches metálicos y quedó provisionalmente colocada en su nuevo trono.
Desde entonces, estuvimos muy pendientes de la solución adecuada de los
problemas que implicaba este cambio. Sin perder de vista, repito, la incógni-
ta que representaba para nosotros el estado verdadero de la Imagen con su
antiguo bastidor y el respaldo de plata que lo cubría.
Para el atento estudio y la solución atinada de dichos problemas formamos
una comisión mixta interna, integrada por los arquitectos responsables de
las obras y por los elementos más conocedores y preparados de nuestro museo
en materia de conservación de objetos de arte.
En su debida oportunidad, como era mi deber, informé al Prelado de la Arqui-
diócesis de México acerca de este asunto.
Como consta por las actas del Cabildo, a lo largo de todos estos años, en
diversas sesiones capitulares, charlé seriamente con los señores canónigos
acerca de esta problemática y ellos manifestaron evidentemente un gran
interés, ya que todos esos trabajos debían realizarse con suma seriedad, con
discreción y con perfecta solvencia.
De tejas arriba, la permanencia de la Imagen a través del tiempo, dadas sus
vicisitudes históricas, nos ha parecido siempre un verdadero milagro. De tejas
abajo, nosotros teníamos y tenemos la obligación de usar en forma discreta
y prudente todos los medios técnicos contemporáneos a nuestro alcance,
para lograr un óptimo grado de conservación.
Hagamos, pues, dentro de los límites posibles, de acuerdo con la compleji-
dad de este asunto, un relato detallado de nuestros trabajos a partir de la
colocación de la Imagen en su retablo hasta el momento actual.
En efecto, los arquitectos Javier García Lascuráin, Fray Gabriel Chávez de la
Mora, Oscar Jiménez Gerard, Jorge Guadarrama y un servidor nos habíamos
venido reuniendo para resolver, en forma definitiva, el montaje de un meca-
nismo retroactor de seguridad para la Imagen de Nuestra Señora en su nueva
Basílica. Se presentaron diversos diseños, finalmente, el arquitecto Jiménez
Gerard, hombre sumamente ingenioso en mecánica, elaboró un sistema de
montaje que interpretaba de óptima manera las diversas proposiciones de arqui-
tectos y conservadores; de hecho el mecanismo realizado reúne todos los
requisitos para efectos de seguridad, fines devocionales y de conservación,
considerados como esenciales.
Al diseñarse el nuevo montaje, juzgamos también oportuno resolver el aspec-
to decorativo del altar, asunto que había quedado pendiente; en la actualidad
ya colocamos, como parte de esta redecoración los dos marcos, uno de oro y

164
el otro de plata, que tenía la Imagen en su antigua Basílica; dichos marcos
tuvieron que ser ampliados para su nueva función. Encargamos este delica-
do trabajo al taller de un orfebre poblano, el señor Francisco ]. López, ttiétd
del autor del marco de oro. La ampliación se llevó a cabo en la propia Basí-
lica, habiéndose requerido para ello más de 4 meses.
Durante la etapa de las labores de definición del sistema de montaje y ubi-
cación de la Tilma fue necesario tomar las medidas exactas de la misma
para fabricarle su nuevo estuche. La maniobra suponía una sesión breve y
sencilla durante la noche, una vez cerrada la Basílica, pues se trataba sólo
de sacar la Imagen de sus dos estuches y medirla con exactitud; sin embar-
go, esto representó una acción tan laboriosa, que nos llevó toda una noche
hasta las 6 de la mañana del día siguiente.
Providencialmente esta delicada tarea nos dio la oportunidad de observar a
fondo y en detalle la situación de la Imagen, del bastidor al cual estaba
clavada y de la protección posterior de plata.
En efecto, el bastidor presentaba ataque de carcoma, sin la posibilidad de
establecer en ese momento si dicha carcoma era activa o no; también pudi-
mos confirmar en una observación minuciosa el estado de deterioro que
presentaba la superficie pictórica de la Tilma.
De todo ello se obtuvo abundante material fotográfico para, en reuniones
posteriores, poder evaluar la situación y tomar las decisiones conducentes que
nos permitieran constatar el estado real, tanto de conservación de la Imagen
como de cada uno de los otros elementos que formaban parte del conjunto:
tela, bastidor, moldura, placas de plata que cubrían el reverso y como algo de
vital impotancia conocer en forma directa el reverso mismo de la Imagen, ya
que de esto, repito, no poseíamos ningún testimonio extemo, oral o escrito.
Al estudiar atentamente las circunstancias, nos pareció del todo convenien-
te auxiliamos de un especialista en la conservación de obras de arte, a fin de
obtener un dictamen más cuidadoso y preciso, teniendo además en cuenta
que estos trabajos deberían realizarse depués de las nueve de la noche con
absoluta reserva.
Programamos la siguiente sesión para el 26 de julio en la noche, misma que
en forma sencilla describiremos aquí, aun cuando para una mejor intelec-
ción sería indispensable el escuchar, de acuerdo con el material fotográfico
obtenido y la descripción detallada por escrito, una conferencia dictada por
los que participaron en todo el proceso de la obra.
Se desmontaron nuevamente los dos marcos de acero inoxidable y se fue-
ron separando poco a poco algunos de los elementos adheridos a la imagen:
a) moldura de latón visible al frente, que cubría aproximadamente una pul-

165
gada de la capa pictórica en todo el perímetro; b) ángulo de plata que suje-
taba las placas de plata del reverso y protegía el canto del bastidor; c) pro-
tección de la orilla de la tela, piezas de plata en forma de escuadra, que
corrían perimetralmente; d) placas de plata que cubrían el reverso; e) tela
que cubría totalmente el bastidor por el reverso; f) segunda tela que cubría
al reverso de otra tela que aparecía en contacto directo cubriendo parcial-
mente la Tilma.
Una vez que quedó libre el bastidor con la tela, se practicó un examen minu-
cioso que consistió en la observación directa y atenta del estado de conservación
tanto de la Imagen en sí misma, como del bastidor al cual estaba clavada. El
conservador de obras de arte, aun cuando joven, uno de los mejores del país,
católico, devoto de Nuestra Señora de Guadalupe, con gran objetividad y de
acuerdo con sus conocimientos elaboró un documento totalmente reservado
de sus observaciones. Fuimos testigos presenciales de dichos trabajos, el
Abad, el Arcipreste y el padre sacristán mayor. Las conclusiones obtenidas
-así se comprometió por escrito- de ninguna manera deberían trascender al
exterior.
Podemos resumirlas en los siguientes puntos:
-La Imagen ha permanecido con los elementos antes mencionados, placas
de plata, bastidor, telas-filtro, etcétera, sin cambiarse por lo menos durante
los últimos 75 años.
-El bastidor no es el orignal, aun cuando posiblemente reúna las caraterísti-
cas de aquél, por la ubicación de los travesaños y de acuerdo con las huellas
que se observan en la imagen misma.
-La Tilma presenta huellas de corte perimetral, lo que hace suponer que su
tamaño era mayor. Además, parece ser que al adaptarla a un marco de los
que tuvo en épocas pasadas, fue cortada de nuevo por la parte inferior, ya que
el bastidor presenta señales de desbaste de manufactura burda y la tela
llega exactamente hasta esa orilla.
-Se pueden apreciar otros recortes de la tela de la Imagen del lado izquierdo
que dan el aspecto de una acción arbitraria hecha con prisa, tal vez con el
objeto de conservar las partes recortadas como reliquias. Los cortes afecta-
ron también la tela-filtro y marcaron el bastidor.
-La tela de la Imagen está clavada directamente sobre el bastidor por el frente,
atravesando la misma, sobre la capa pictórica y sólo protegida por un listón
rojo de tela que corre perimetralmente y sobre el cual se apoyan las tachue-
las que son de latón o de plata dorada, con cabeza en forma de media na-
ranja.

166
-La tela de la imagen está sumamente flácida y presenta deformaciones en
los ángulos por tensado deficiente.
-La capa pictórica se encuentra muy deteriorada, con fallantes por abrasión
y pulverización, manchas por humedad, visibles desde los primeros testimo-
nios fotográficos que se conocen, así como también manchas por gotas de
agua (tal vez agua bendita) y de cera; parte de las manchas de humedad, son
visibles también en la tela-filtro.
-La capa pictórica presenta adherida una película de color negro, producida
por hollín, que se acrecienta en la parte superior.
A la vez ayudados por un microscopio de 20-80 aumentos se realizó la obser-
vación de diferentes zonas de la imagen, a fin de profundizar en la aprecia-
ción inicial acerca de la pulverización y abrasión, haciéndose más notoria
la inestabilidad del pigmento sobre la tela.
Como resultado de las observaciones practicadas con sumo cuidado y en con-
traposición a las afirmaciones de otra época, cabe mencionar con absoluta
honestidad lo siguiente:
-La imagen presenta claramente preparación de color blanco que en algu-
nas zonas atraviesa el lienzo y es visible por el reverso.
-A reserva de obtener por escrito el resultado de un examen químico, exclu-
sivamente de la fibra con que está tejida la tela, de acuerdo con el examen
inicial al microscopio, por su aspecto y comportamiento, se opina con abso-
luta seriedad que la tela de la imagen es de cáñamo.
-Desde el punto de vista humano, sin querer discutir, afirmar o negar, en
este lugar, la mera posibilidad de un origen misterioso de la Imagen, al ana-
lizar la técnica practicada en su confección, aparece la llamada al temple en
diversas variantes: aguazo, temple de cera, temple de resinas o aceites, tem-
ple labrado.
-El trazo de la Imagen presenta "arrepentimientos" en diversas zonas: res-
plandor, ornamentación dorada del manto y de la túnica, ángel, etcétera.
Como complemento valioso de una memoria sobre la sesión de trabajo
antes descrita, se obtuvo además un rico material fotográfico para cuya
realización desde las primeras sesiones fue convocado el señor Emeterio
Guadarrama, hermano de nuestro museógrafo, hombre serio y muy profe-
sional. Todo lo cual nos ha permitido elaborar una cuidadosa historia
clínica acerca de la imagen.
Se meditó y discutió con absoluta seriedad, dado el estado de deterioro que
presentaba la imagen, la proposición de una intervención contemplada sólo
desde el punto de vista de su conservación, para detener este proceso des-
tructivo y protegerla de otros eventuales en lo futuro:

167
-Eliminación del bastidor que ha dejado huellas de abrasión en la capa
pictórica y sustitución por otro diseñado ad hoc para el presente caso.
-Colocación de unas "pestañas" de lino pegadas a la orilla del original, en
todo el perímetro, con un pegamento de características especiales que se
adhiere al solo contacto con el calor producido por una pequeña plancha
tibia y que no penetra ni lastima las fibras del original.
Las "pestañas" nos permitieron tensar correctamente la imagen y eliminar
elementos extraños, comola moldura dorada, escuadras protectoras, tachue-
las y listones. De esta manera han dejado al descubierto la totalidad de la
Tilma que estuvo en parte oculta por muchos años y representa una recu-
peración aproximadamente de unos 2.5 cms. de fondo por lado.
-Consolidación de la capa pictórica por medio de una solución de cera micro-
cristalina y resinas acrílicas conocidas comercialmente como "Beva 371",
aplicada con pincel actuando además como una ligerísima capa protectora
contra elementos extraños que pudieran adherirse a la pintura misma. (Antes
de aplicarse dicha solución, pedí al especialista que lo hiciera en otro lienzo,
o en otra pintura, para darme cuenta del resultado inmediato. De hecho lo
hizo. Observé como de ninguna manera afectaba a la imagen, y haciendo una
saludable labor de limpieza, de inmediato se secaba, dejando además, como
decíamos, una ligerísima capa protectora).
-Al elaborar el nuevo bastidor, teniendo en cuenta que las telas del anterior
habían funcionado como filtros magníficos a través de muchos años, ya que
estaban totalmente impregnados de "cochambre", se utilizaron dos telas de lino
que funcionaran a la vez como apoyo para el tensado y en calidad de filtros.
-En la imposibilidad de recuperar las partes de la Tilma que desde tiempo
pasado están en poder de algunas personas particulares que las tienen como
reliquias, y que nos podrían haber sido útiles para que no se siguieran des-
truyendo las orillas, colocamos pequeños injertos de lino que cumplan con
esa función.
Toda esta situación en orden a un trabajo de fondo, fue provocada por un
hecho fortuito que consistió en haber encontrado pegado el estuche al mar-
co de la Virgen y la existencia de carcoma en el bastidor.
Este hecho, me permito repetirlo con profunda convicción, fue del todo pro-
videncial, o sea que Dios Nuestro Señor nos utilizó como instrumento para
que se tomara una decisión trascendental en consonancia con la responsa-
bilidad histórica que representa el cuidado y la conservación del patrimonio
más importante de los mexicanos, desde cualquier punto de vista que se le
quiera considerar: religioso, artístico, histórico o patriótico.

168
La imagen de nuestra Señora de Guadalupe significa el máximo valor agluti-
nante de este país, cuyos contrastes son tan fuertemente agobiadores.
Para estos últimos trabajos, fijamos como fecha el 4 de noviembre de 1982, pai"
ticipando en ellos: el Abad de Guadalupe, el Arcipreste Carlos Warnholtz, el
sacristán mayor padre Abel Escalona, los arquitectos Javier García Lascu-
ráin. Fray Gabriel Chávez de la Mora, Osear Jiménez Gerard, los señores José
Sol Rosales, perito en conservación y restauración de obras de arte, del cual
ya hice mención, Emeterio Guadarrama, fotógrafo profesional, Jorge Gua-
darrama, museógrafo, coordinador y conservador y dos asistentes de los
mismos, Félix Vértiz y Félix Rodríguez.
Con anticipación había sido manufacturado el nuevo bastidor de madera de
cedro, con sistema de cuñas, que sustituía al que por lo menos durante los
últimos 75 años sostuvo la imagen. La madera de dicho bastidor fue impreg-
nada con "festermicide", solución de comprobada eficacia para prevenir el
ataque de carcoma y además fue totalmente forrado con tela de lino, por dos
motivos; a) para que la Tilma no fuera tocada directamente por la madera
del bastidor y b) para que dicha tela actuara como filtro y así se logre en lo
futuro una mejor conservación de la imagen.
Para poder trabajar cómodamente y con precisión fue sacada de su camarín,
por primera vez desde la inauguración de la Basílica y trasladada a la Sacris-
tía, donde se acondicionó un espacio como taller.
Se procedió al desmontaje de todos los elementos que ya hemos descrito hasta
dejar sólo la Tilma clavada sobre su antiguo bastidor y se inició con habi-
lidad y eficacia todo el proceso que parcialmente hemos descrito y cuyos
detalles alargarían demasiado este informe, ya de suyo minucioso, pero
indispensable. Trabajo tan laborioso, delicado y comprometedor terminó a
las 5:40 horas del 5 de noviembre, quedando la imagen nuevamente colo-
cada en su retablo de la Basílica.
Los trabajos realizados se encuentran resumidos en 15 puntos precisos que
podrían ser descritos y ampliados con abundante información fotográfica en
una valiosa conferencia, por ahora de carácter eminentemente privado.
La Imagen, ya de nueva cuenta en su lugar, mejoró en forma notable al verse
ahora brillantes sus colores y definidos sus contornos. Algunas calidades,
como son las nubes de fondo, adquirieron volumen; desaparecieron las ondu-
laciones, causadas por la falta de tensado y se tornaron menos visibles las
huellas horizontales, dejadas por el antiguo bastidor.
La Imagen ha quedado debidamente protegida y en mucho mejores condiciones
de conservación, gracias a los conocimientos contemporáneos, época que
felizmente nos ha tocado vivir.

169
Otros hombres, tal vez, en el futuro, con una visión renovadora, con mayo-
res y mejores recursos técnicos, puedan llevar a cabo nuevos trabajos con
relación a esta imagen, tan querida y venerada por todos nosotros.
Pienso que con lo dicho he tratado en forma exhaustiva este punto de vital
importancia para la inmensa mayoría de los mexicanos. Si no hubiéramos
hecho lo que hicimos, juzgan los técnicos que fue providencial nuestra inter-
vención, ya que sin ella, se hubiera deteriorado cada día más la Tilma. Con
lo realizado, si se le da todo el cuidado ambiental que le estamos procurando,
tenemos imagen para 200 años.

Como acabo de decir, citando textualmente el informe de 1982 (o sea, el


de hace más de 19 años), no se procedió de ninguna manera a la repara-
ción de la imagen, sino sencillamente a quitar aquellos elementos extraños
que estaban aumentando su deterioro, ya que era nuestra estricta obliga-
ción de conciencia, de acuerdo con las circunstancias, tratar de mejorar
en forma adecuada su conservación. Pienso que providencialmente nos
dimos cuenta con claridad de la situación real en la que se encontraba.
Sin embargo, sigue siendo válido lo expresado en ese mismo informe de
1982: "Otros hombres, tal vez en el futuro, con una visión renovadora, con
mayores y mejores recursos técnicos, puedan llevar a cabo nuevos traba-
jos con relación a esta Imagen tan querida y venerada por todos noso-
tros", los mexicanos.
En el transcurso de la lectura de la transcripción del informe y como
previa advertencia a la Asamblea, antes de analizar los elementos picto-
gráficos de la imagen advertí que no quería de ninguna manera discutir,
afirmar o negar el posible origen sobrenatural de la Imagen, ya que está-
bamos contemplándola tal y como se encontraba ante nuestros ojos, en
una importante etapa de observación, con la tínica intención de aportar
los cuidados indispensables para la conservación de un tesoro religioso,
de venerable antigüedad, forjador de nuestra nacionalidad.
Nuestro icono guadalupano ha sido desde luego, no solamente objeto de
gran veneración por todos los habitantes de este país, sino que muchos,
desde antiguo, se han empeñado en estudiarlo a fondo.
En efecto, después de que en éstas, mis memorias, transcribí al pie
de la letra lo que en mi informe general del año de 1982, expliqué, tanto

170
al señor cardenal arzobispo primado de México, como al venerable Cabil-
do, acerca de nuestros trabajos indispensables y obligatorios con rela-
ción a esta imagen sagrada, al repasar algunas de las obras históricas
relacionadas con Guadalupe, cuya publicación, como dije antes, se debió
tanto a Ernesto de la Torre Villar, como a Ramiro Navarro de Anda, topa-
ron mis ojos con el artículo de don Mariano Fernández Echeverría y Veytia,
referente al Santuario guadalupano, artículo que, sin duda, me pareció de
sumo interés, ya que provenía de un fervoroso creyente de las apariciones
de la Santísima Virgen María de Guadalupe al indio Juan Diego.
Transcribiré en el siguiente capítulo algunos de los conceptos expre-
sados en Baluartes de México.

171
172
Capítulo XI
"Baluartes de México".
Historia de cuatro famosas
imágenes de nuestra ciudad capital

Don Mariano, hombre culto y estudioso de nuestra historia, era un poblano


descendiente de una familia de juristas. Siendo esta familia acomodada,
pudo darle una esmerada educación. Viajó, además, por diversos países
europeos; por cierto, en España trabó amistad con don Lorenzo Boturini
Benaducci, al cual me referiré en el siguiente capítulo, cuando hable de
nuestra biblioteca, que lleva el nombre precisamente de este singular per-
sonaje que se dedicó en cuerpo y alma a coleccionar documentos acerca
de nuestra Guadalupe mexicana. Don Mariano escribió varios libros, entre
los cuales se encuentra el llamado Baluartes de México. De esta obra, "Testi-
monios históricos guadalupanos",13 solamente transcribe lo que se refiere
tanto al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, como al de Nuestra
Señora de los Remedios. Por curiosidad, citaré el título del libro, tal y como
lo pone el sacerdote carmelita descalzo, fray Antonio María de San José,
quien lo publicó en el año de 1820. Dicho sacerdote era hijo de don Mariano
y tuvo en sus manos entre otros muchos documentos, los apuntes de este
libro. Nos narra fray Antonio María de San José, hijo de don Mariano, que
a la muerte de su padre, ocurrida en febrero de 1780, afortunadamente se
conservaba el manuscrito acerca de las cuatro imágenes de Nuestra Señora,
ya que, según sus palabras, habían desaparecido de su rica biblioteca
"los más preciosos de la antigüedad".

13
De la Torre Villar, "Testimonios Históricos Guadalupanos" Baluartes de México, pp. 529 y sig.

173
Baluartes de México
Descripción histórica de las cuatro milagrosas imágenes
de Nuestra Señora, que se veneran en la muy noble, leal
e imperial ciudad de México, capital de la Nueva España,
a los cuatro vientos principales, en sus extramuros, y
de sus magníficos santuarios, con otras particularidades

Noticia
De las santas cuatro imágenes de nuestra Señora,
que se veneran en cuatro santuarios
a los cuatro vientos de México

En su artículo, Echeverría y Veytia, después de hablarnos de la vieja


Basílica, que según su narración se comenzó en el año de 1695, y se con-
cluyó en el año de 1709, nos cuenta que cuatro veces había logrado "adorar
esa prodigiosa imagen sin el cristal", y que "en dos de ellas, principalmen-
te, había tenido la dicha de besaría, tocarla, verla y admirarla por largo
rato y a toda su satisfacción".
Las visitas que hizo don Mariano a la Colegiata de Guadalupe, fueron
por invitación de su primer Abad, doctor Juan Antonio Alarcón y Ocaña.
Me referiré particularmente a la del día 30 de abril de 1751, en la cual quería
mostrarle el Abad un pequeño deterioro que estaba sufriendo el lienzo
guadalupano, y que provenía, según las palabras de Echeverría y Veytia,
de un barrote de madera que por el reverso y en el medio, tenía atrave-
sado el marco de la Imagen.
A pesar del secreto de la visita, se enteraron varias personas, se divulgó
la noticia, se llenó la iglesia, y no obstante el concurso de gentes, se abrió
el cristal y se bajó de su lugar la Imagen. Todos querían verla de cerca, y
dadas las circunstancias, no se les pudo negar a muchas de las personas
ahí congregadas.
Nos cuenta don Mariano que estuvo tres cuartos de hora venerándola,
admirándola y, estas son sus palabras, "especulando el prodigio, teniendo
muy cerca al Sagrado Lienzo, mientras se aserró el barrote". La otra visita
de don Mariano fue el 15 de abril del año siguiente, de 1752, en la cual.

174
según el mismo dice "con motivo de haberse mandado sacar dos copias de
la Santa Imagen, arregladas a sus mismos tamaños y medidas, se volvió
a abrir en presencia de los pintores que habían de reconocerla, y entonces,
asistió con encargo y comisión del Excelentísimo señor Conde de Revilla-
gigedo, Virrey de este reino". Nos dice que esta última visita se hizo a puerta
cerrada y a las 12 del día. También añade que los pintores que habían sido
nombrados por el Virrey para hacer el reconocimiento de la Imagen y sacar
las dos copias de la misma, fueron don José de Ibarra y don Miguel de Cabrera,
que según el mismo don Mariano, eran los mejores y más afamados de la
ciudad.
En seguida viene, y lo pondré al pie de la letra, lo que dice acerca del
lienzo de Nuestra Señora, ya que de alguna manera coincide con la expli-
cación dada por mí al venerable Cabildo y al arzobispo de México, en el
informe de 1982:

El lienzo en que está pintada la santa imagen era la tilma o capa del indio,
que no tiene en su hechura otro artificio, que el de una sábana cuadrilonga, que
hasta el día de hoy la usan así los naturales del país, y ésta o se la anudan
al cuello o se embozan con ella si la llevan suelta. La materia de que es
fabricada, han dicho los escritores antiguos que era qyate, bien puede ser
que en aquellos tiempos se llamase así este tejido, pero al que hoy dan este
nombre, es más vasto y ralo y el hilo de que le fabrican es lo que llaman
ixtle o pita sacado de las pencas del maguey, no es así la tela en que está la
santa imagen, según lo que pude comprender, sino de hilo de palma o algo-
dón, y a esto último me arrimo más, y su tejido es tupido, semejante al lienzo
que hoy tejen de algodón, que llaman manta y casi del mismo ancho, que
sólo tiene dos tercias poco más o menos, y así está hecha la capa de dos
paños o piernas unidas por el medio, con una costura tosca. Todo su largo
es de dos varas y media y una ochava, y el ancho vara y cuarta y un dedo.

Además, este devoto extraordinario de las apariciones de la Santísima


Virgen María al indio Juan Diego, nos habla de lo que él mismo, juntamente
con los pintores, observó acerca de la técnica practicada en su confección:

La pintura en los rostros y manos de la Señora y el querubín que tiene a los


pies, es lo que llaman empastado, el manto y túnicas de la Señora y el querubín

175
es pintura al óleo, las nubes del contomo son al temple, la luna que tiene a los
pies y el fondo sobre que están los rayos que la circundan, es lo que llaman
de aguaje, y últimamente la punta del pie derecho, que descubre la Señora,
es mero dibujo, porque no hay otro color que el natural del lienzo, con una
raya como de lápiz que forma la suela del zapato.

Don Mariano, que midió los tamaños del lienzo, en seguida nos refiere
las medidas exactas de la imagen:

Medí el alto del cuerpo de la Señora desde la sumidad de la cabeza hasta el pie,
y tiene vara y media y una ochava. No está caída, ni inclinada como algunos
han escrito, sino en postura perfectamente recta. Yo mismo, y los dos pintores
echamos la perpendicular por el cuello hasta el talón del pie que descrubre,
y está en postura recta, segtín todas las reglas del arte. La costura con que
están unidos los dos lienzos o paños de la tilma, no coge el rostro, ni a la
Señora, ni al querubín, como también se ha escrito, sino que baja por el lado
siniestro, y todo lo que perfila el rostro al derecho huye la costura que no le toca,
y mucho menos al querubín, que con la inclinación de la cabeza sobre el hom-
bro siniestro, no le toca al rostro la costura. Tampoco hay rotura ni agujero
alguno en todo el lienzo, que está íntegro, perfecto, y sin lesión ni corrupción
alguna, al cabo de tantos años...

Visita de Echeverría y Veytia a la iglesia


del convento de San Francisco en Valladolid

En efecto, el tantas veces referido don Mariano, hizo una visita a la igle-
sia del convento de San Francisco, en la ciudad de Valladolid, en el año
de 1746, monasterio del cual era hijo predilecto fray Juan de Zumárraga.
Sin duda, don Mariano llevaba en la mente la posibilidad de que en dicho
monasterio se encontrase algún testimonio de las apariciones de la Santí-
sima Virgen María al indio Juan Diego, ya que una de las graves objecio-
nes en contra de las mismas, la constituye el silencio total del testigo más
importante, quien es precisamente el primer obispo de México.
Grande fue su sorpresa cuando encontró la imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe colocada junto a la reja de la capilla mayor al lado de la epístola.

176
Oigamos las palabras del mismo Echeverría y Veytia, que aun cuando resul-
tan un tanto amplias, es interesante escucharlas:

Hallándome yo en la ciudad de Valladolid en Castilla la Vieja el año de 1746,


y visitando la iglesia del convento de S. Francisco de donde fue hijo el señor
don Juan de Zumárraga, hallé colocada junto a la reja de la capilla mayor al
lado de la epístola, una imagen de nuestra Señora de Guadalupe, en un lien-
zo muy grande, y que me pareció antiguo, con su inscripción muy larga, que
en la publicidad y concurso de la iglesia no pude leer, pero linsonjeándome
de que pudiese ser de tiempo del señor Zumárraga, que como hijo de aquel
convento la hubiese llevado o enviado a él, y que su inscripción pudiese valer
por una auténtica del milagro, formé el dictamen de pedir un testimonio de
él, para cuyo efecto me valí del M.R.E fray Manuel Alonso, prior del convento
de carmelitas calzados de dicha ciudad, quien se ofreció a hacérmela sacar,
como efectivamente lo cumplió, y para el original en mi poder; es dado por
Juan Antonio de Rucoba, notario apostólico, en 25 de abril de dicho año de
1746 y certificada de otros tres notarios en toda forma. Copia a la letra la
inscripción que contiene todo el suceso de la aparición, según y como le he
referido, concorde con todos los autores, pero no es hecho en tiempo del señor
Zumárraga como yo esperaba, sino mucho posterior, en el año de 1667, y en
él se asienta también otra circunstancia particular, porque al fin de la inscrip-
ción dice: que soltando el indio la tilma en presencia del obispo, quedó en ella
pintada la santa imagen, y por la otra parte dibujadas las flores. Con esta
noticia, cuando logré la dicha de ver y tocar el sagrado lienzo fui con gran
cuidado y curiosidad a reconocer ésta; mas no hallé otra cosa, que lo que
dejo ya referido, y me ha parecido conveniente declarario así en obsequio de
la verdad.

177
178
Capítulo XII
Biblioteca
Lorenzo Boturini Benaducci

Mis predecessores, o sea, abades y capitulares, tuvieron a bien imponerle


el nombre de Lorenzo Boturini Benaducci a nuestra biblioteca, sin duda,
por razones de gran validez. En efecto, este singular personaje, de origen
noble, nacido en Sondrio, no lejos del lago de Como, Italia, a orillas del río
Adda, en Lombardía, ostentaba los títulos de Caballero del Sacro Romano
Imperio y señor de la Torre y de Hono. Don Lorenzo vino a México en el año
de 1736; visitó el famoso Santuario de Guadalupe y se enamoró de esta de-
voción tan caraterística del pueblo de México. Se avecindó muy cerca del
Tepeyac y se dedicó a cultivar la lengua mexicana, cosa que logró con bas-
tante suficiencia. Tuvo la idea de escribir una historia de los pueblos ante-
riores a la Conquista española y se dedicó a recoger una gran cantidad de
documentos en náhuatl y en castellano. Naturalmente, le interesaron sobre-
manera todos aquellos datos que se referían a la Santísima Virgen María
de Guadalupe, por supuesto, la mexicana, no la extremeña. Hay que decir
que esta etapa de la vida de nuestro andariego, inquieto e incansable inves-
tigador fue bastante azarosa.
Boturini, por su gran devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, hizo
varios intentos para promover la coronación de esta Señora del Cielo, inten-
tos que causaron sospechas en el gobierno español, ya que esto podría
parecer una búsqueda, pienso yo, de la independencia de nuestro país. Sin
embargo, como pretexto para reducirlo a prisión en el mes de abril del año
de 1743, se le acusó de haber entrado sin licencia a la Nueva España, de
introducir documentos pontificios sin el regio placet, y de recoger limosnas

179
para la posible coronación de la Virgen de Guadalupe. Después de ocho meses
de estar en la cárcel, fue deportado para España y se le decomisó su copioso
archivo de papeles y documentos de distintos géneros, que con gran pacien-
cia y tenaz dedicación había recogido en el transcurso de siete años. De
hecho, fue embarcado para la península ibérica a finales del año de 1743 y,
para su desgracia, en el transcurso del viaje, fue preso por los piratas, desem-
barcándolo en Gibraltar.
Si quisiéramos continuar con la biografía de Boturini, tendría que olvi-
darme de mi tarea presente, la biblioteca de la Insigne y Nacional Basílica
de Santa María de Guadalupe.
Lo que me parece verdaderamente triste es que México no haya podido
usufructuar del gran archivo de don Lorenzo. Muchos de sus papeles se
encuentran en bibliotecas extranjeras, inclusive el barón de Humboldt, que
visitó nuestro país allá por 1803, se llevó para Alemania 16 pinturas ideo-
gráficas que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Berlín.
Dejemos pues al señor Boturini, quien nunca regresó a México y olvidé-
monos, además, de su interesante obra escrita. Él redactó en Madrid, entre
otras cosas, su Idea de una Nueva Historia general de la América septentrio-
nal, que fue editada en 1746 y que incluye un "Catálogo del Museo Histórico
Indiano", formado por él mismo. Más tarde escribió su Cronología de las
principales naciones de la América septentrional, que presentó al Consejo
de Indias en 1749. El señor Boturini murió en Madrid en el año de 1755,
o sea que no fue de una larga vida.
He aquí el porqué de mi afirmación de las buenas razones por las
cuales la biblioteca de la Basílica se llama Lorenzo Boturini Benaducci.
Digamos, pues, algunas cosas acerca de nuestra Biblioteca.

Cuál fue el trabajo realizado en la biblioteca


d u r a n t e mi gestión c o m o Abad de G u a d a l u p e

Cuando llegué a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, decía yo que


puse especial empeño en la organización y calidad del Museo Guadalupano;
pero me preocupé también, con no menor dedicación, a la biblioteca, y las
razones son obvias, dada la gran importancia de nuestro Santuario Mariano

180
a nivel mundial y de la carga histórica que representa, es indudable que
debe poseer una biblioteca muy rica, tanto por los documentos testigos de
su vitalidad y evolución histórica, como de todas las obras bibliográficas
referentes al pasado y al presente del guadalupanismo mexicano; pero
además, dado que la historia de México, como nación, ha corrido un parale-
lismo muy singular con el nacimiento, evolución y desarrollo de nuestro
guadalupanismo, en la biblioteca debe ocupar un lugar verdaderamente
importante la historia de nuestra patria, incluyendo, desde luego, sus raíces,
tanto indígenas, como mestizas; pero sin descuidar, como es obvio, las crio-
llas y las ibéricas.
Cada año, en mi informe general ante el prelado de la arquidiócesis y
el Capítulo de Guadalupe, incluía, en particular, el tema referente a la biblio-
teca, hablando de su reestructuración, no sólo en los aspectos de cataloga-
ción, ficheros y diversos modos de clasificación, para un control preciso de
las obras que se poseen, sino también para un fácil acceso a los libros o
documentos que desean consultar los estudiosos que a ella acceden. Año
con año, trabajamos en la selección y adquisición de todas aquellas publi-
caciones que acrecentaran el acervo y calidad de nuestra biblioteca. Para
mayor ilustración de lo dicho, simplemente escojo cualquiera de los informes
realizados a lo largo de mis 33 años como abad de la Basílica de Nuestra
Señora de Guadalupe, y me fijo, por ejemplo, en el año de 1971, o sea, algo
que aconteció hace 30 años. Ahí decía lo siguiente:
este año hemos seguido en forma metódica la actualización de la Biblioteca
con la adquisición de libros teológicos, particularmente de teología mañana
y temas conexos con la misma, como son: Sagrada Escritura, Dogma, Historia
de la Iglesia, Patrología y Cuestiones Discutibles en orden a un progreso en
la evolución, desarrollo y precisión dentro de la Teología Dogmática.
Como es evidente, no hemos descuidado los temas históricos, principalmente
aquellos que están relacionados con el Fenómeno Guadalupano. Desde lue-
go, es abundante la literatura referente a este tema, particularmente a par-
tir del siglo xviii; sin embargo, hay multitud de libros devocionales o de típo
literario y poético. Desgraciadamente, no abundan en nuestra Biblioteca
los libros que analicen un argumento sin duda apasionante para nuestro
país, desde el punto de vista histórico, información que nos agradaría sobre

181
manera tuviésemos, ya que esto mucho nos ayudaría a profundizar en
una materia en la cual encontramos las raíces de nuestra identidad nacional.
Este año (no nos olvidemos que estoy hablando del año de 1971), se adqui-
rieron un total de 572 volúmenes, que añadidos a los 1,250 del año anterior,
arrojan la suma de 1,822 volúmenes. Destacan, de manera particular, los
siguientes temas: Arte (20 por ciento). Dogma (16.8 por ciento). Sagrada Escri-
tura (11.5 por ciento). Sociología (11.5 por ciento), Liturgia (9.1 por ciento).
Es digna de mencionarse la colección "El Talmud de Babilonia". El año
pasado obtuvimos 5 volúmenes de dicha obra.14 Parece que en la ciudad de
México sólo se encuentran 3 ejemplares: uno en la Biblioteca Nacional, otro
en el Seminario Conciliar de México y el tercero en nuestra Biblioteca.
También se adquirió una colección completa de escritos históricos. Se trata
de 49 tomos de la Biblioteca Porrúa, la primera colección de este tipo editada
en México. Sin mencionar que poseemos ediciones magníficas de los siglos xviii
y xix, y alguno que otro incunable mexicano. (Aquí termino el ejemplo de mi
Informe de 1971).

Olvidándonos de antiguos informes y volviendo a tomar la secuencia de


mi narración, quiero hacer hincapié en el cuidado permanente que tenemos
del mejoramiento de la riqueza cultural de la biblioteca Boturini Benaducci.
En efecto, cuando llegué a la abadía secular de Santa María de Guadalupe,
su biblioteca apenas alcanzaría los 10,000 volúmenes; en el momento que
me retiré de la misma, superábamos los 22,000. Además, debemos tener en
cuenta que mucho mejoró en la nueva Basílica el área dedicada a la biblio-
teca, o sea, todo el quinto piso del edificio posterior. En realidad, podemos
considerar que la totalidad del edificio de la Basílica se compone de dos gran-
des áreas bien diferenciadas, la parte oriente y la parte poniente. Están en
el lado oriente las criptas, la gran nave del Templo a nivel del atrio y las
capillas altas. La parte poniente se compone de sótano, planta baja y diez
pisos, que me abstengo ahora de describir, pero que, sin embargo, lo haré en
su momento, baste haber anotado el amplio lugar que ocupa la zona dedi-
cada a la biblioteca.
Pedí al señor canónigo don Esteban Martínez de la Serna, al cual había
nombrado bibliotecario, perseverando en ese puesto hasta hace poco tiempo,
14
Esta obra consta de 17 volúmenes. Desconozco si los nuevos bibliotecarios han procurado tener la obra
completa, que ha sido editada en la República Argentina.

182
que tuviera la bondad de presentarme el número de títulos de nuestro catá-
logo, referentes a temas guadalupanos, mariológicos en general y de historia
de la Iglesia.
Me entregó un disquete en el que encontramos 3,787 títulos, de los cua-
les 1,634 tratan de Santa María de Guadalupe, 953 de Mariología en general
y 1,200 se refieren a la Historia de la Iglesia.
Como es evidente, el número de títulos que tratan de Santa María de
Guadalupe es superior a los otros dos.
Creo un deber de justicia tributar a Esteban un cálido reconocimiento por
su trabajo y sus conocimientos puestos al servicio de nuestra biblioteca,
además de que es un verdadero pastor, profundamente enamorado de
Santa María de Guadalupe, cuya imagen ha distribuido por muchos luga-
res del mundo. En efecto, para Esteban, a pesar de sus responsabilidades
en la Universidad de los Misioneros de Guadalupe, fue regocijante el que en
el año de 1992 me lo llevara de capellán a la Basílica, y antes de un año,
además, lo nombrase bibliotecario. Posteriormente, atendiendo a nuestra
solicitud, el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, lo nombró canónigo efec-
tivo el 9 de febrero de 1994.
Al hablar de don Lorenzo Boturini Benaducci, el cual logró acumular tan
amplia documentación guadalupana, pensaba yo cuánto nos encantaría
que dicho tesoro bibliográfico formara parte muy importante de nues-
tra biblioteca. Desgraciadamente no fue así.
A propósito de lo dicho, ha sido tan fecundo el tema Guadalupe en
nuestro México, que no es fácil tener a la mano muchos de sus testimonios
históricos; por esta razón creo que entre tantas obras publicadas en tor-
no a Santa María de Guadalupe, debo repetir que ha sido muy valiosa y
práctica la edición del Fondo de Cultura Económica denominada Testimo-
nios Históricos Guadalupanos, ya que Ernesto de la Torre Villar y Ramiro
Navarro de Anda, se echaron a cuestas la compilación y las notas biblio-
gráficas de dichos testimonios, hasta el año de 1982, en el que salió a la
luz pública la primera edición de este libro, al cual siempre citan los
estudiosos del fenómeno guadalupano.

183
184
Capítulo XIII
"La fiesta de G u a d a l u p e " ,
artículo de don Ignacio M a n u e l
A l t a m i r a n o (1884)

Por cierto, que al releer una y otra vez dicho volumen tan accesible, me
llamó mucho la atención el artículo de don Ignacio Manuel Altamirano, por
tratarse de un notable indígena, nacido en Tixtla, Guerrero, convencido pen-
sador liberal de su época, hombre verdaderamente culto y gran orador, el
cual mezcló la carrera de las armas con los estudios de jurisprudencia. En
dicho artículo habla magistralmente de "La fiesta de Guadalupe".
Citaré textualmente algunos de los párrafos de gran colorido descriptivo:

Hoy se celebra una gran fiesta en la capital de la República, una de las mayo-
res fiestas del catolicismo mexicano, la primera seguramente por su popu-
laridad, por su universalidad, puesto que en ella toman parte igualmente los
indios que la gente de razón, Juan Diego y don Quijote, Martín Garatuza y
Guzmán de Alfarache. Todos se entusiasman del mismo modo; todos poseí-
dos de una piedad sin ejemplo, van hoy a la villa a rezar a la Virgen, a comer
chito con salsa borracha, en el venturoso cerro del Tepeyac, a beber el blanco
néctar de los llanos de Apam y a abandonarse después a los furores sagra-
dos de la orgía guadalupana...
Positivamente, el que quiera ver y estudiar un cuadro auténtico de la vida
mexicana, el que quiera conocer una de las tradiciones más constantes de
nuestro pueblo, no tiene más que tomar un coche del ferrocarril urbano que
sale de la Plaza de Armas cada diez minutos, conduciendo a la Villa una
catarata de gente que se desparrama de los veinte vagones que constitu-
yen cada tren, al llegar a la villa de Guadalupe...
Allí están todas las razas de la antigua colonia, todas las clases de la nueva
República, todas las castas que viven en nuestra democracia, todos los tra-

185
jes de nuestra civilización, todas las opiniones de nuestra política, todas las
variedades del vicio y todas las máscaras de la virtud en México.
Nadie se exceptúa y nadie se distingue: es la igualdad ante la Virgen; es la
idolatría nacional...
(ES BUENO RECORDAR QUE SE ESTÁ HABLANDO DE LOS AÑOS OCHENTA DEL SIGLO
PASADO. DON IGNACIO ESCRIBIÓ SU ARTÍCULO ALREDEDOR DEL AÑO DE 1884)

Después de la misa de doce, solemnísima, con acompañamiento de orquesta,


a veces celebrada de pontifical y con asistencia, por supuesto, de los canónigos
de la colegiata y del abad venerado de Guadalupe, durante la cual bailan, en
el centro de la iglesia de Guadalupe, sus danzas, los indígenas, vestidos con los
curiosos paramentos de la época antigua, es decir, con penachos de plumas y
con trajes fantásticos de colores chillantes; después de la comunión y de otras
ceremonias interesantes del culto, la muchedumbre, dejando su lugar a otra
y otra que ocupan todo el día la iglesia, sale, se dispersa por las callejas del
pueblo o villa que tradicionalmente se llama Villa de Guadalupe, y que oficial-
mente ha recibido el nombre de Dolores Hidalgo, nombre que, entre parénte-
sis, no ha pegado, y o regresa a México, o trepa en los cerros de Tepeyac con
el objeto de almorzar al uso del día, es decir, carne de chivo, chito, como la llama
la gente, salsa de chile rojo con pulque, llamada vulgarmente salsa borracha,
remojada todavía con abundantes libaciones de pulque.
A las seis de la tarde, todo este mundo de peregrinos se halla en un estado igual
al de la salsa, y la Santa Virgen presencia abominaciones y crímenes que son
comunes en las fiestas religiosas en México.
(ESPERO QUE HAYAMOS CAMBIADO DESPUÉS DE MÁS DE 100 AÑOS.)

En los días subsiguientes, la ciudad santa de Guadalupe que, como todas ciu-
dades santas y focos de devoción, es un lugarejo triste y desolado, no presen-
ta de notable más que el inmenso basurero en que la deja convertida la devo-
ción de los fíeles mexicanos. Lo que es la Virgen, lo que es el templo, lo que
es la tradición y lo que es la historia, será explicado en el artículo siguiente,
porque es asunto largo, instructivo e interesante...

Algunas páginas antes de terminar su artículo, nos narran que después


de la caída de Iturbide, quien al abdicar fue a depositar su bastón de gene-
ralísimo en los altares de la Virgen, el primer presidente de la Reptiblica
electo, en virtud de la nueva Constitución federal, fue precisamente un anti-
guo insurgente, tan afecto a la Virgen de Guadalupe, que hasta había cam-

186
biado durante la guerra de insurrección su nombre verdadero Miguel Fer-
nández Félix, por el de Guadalupe Victoria, con el cual es conocido hasta
hoy. Entre paréntesis, no es verdad lo que se dijo acerca de nuestro actual
mandatario, don Vicente Fox Ouezada, cuando fue a comulgar a la Basílica,
que era el primer Presidente guadalupano, ya que, sin entrar en más deta-
lles, como acabo de decir, el primero fue Miguel Fernández Félix, quien
cambió su verdadero nombre por el de Guadalupe Victoria.
Don Ignacio, a lo largo de más de 80 páginas en las que va intercalan-
do temas políticos, expone todos los argumentos que existen, tanto a favor
como en contra, de la historicidad del hecho guadalupano.
Finaliza su artículo diciendo que nada recuerda tanto a la patria en el
extranjero, como la imagen de la Virgen de Guadalupe, para ilustrar lo cual,
nos narra un hecho emotivo, contándonos que un sacerdote al viajar por
Palestina, se echó a llorar oyendo a un viejo turco, servidor del convento del
Santo Sepulcro de Jerusalén, que se puso a cantar en español unos versos
que probablemente le había enseñado algún fraile del convento de San Fer-
nando, de México, quien había ido a residir, según Altamirano "en aquel
remoto lugar", ya que en nuestros días, dados los medios de comunicación,
todos los lugares de la tierra se han vuelto cercanos. La canción dice así:

Las morenas me agradan


desde que supe,
que es morena la Virgen,
de Guadalupe.
Vamos andando
a la fábrica nueva
de San Femando.

Esto me recuerda lo que me tocó personalmente presenciar en Jerusalén.


Visitaba la Iglesia de la Anunciación, cuando se me acerca un humilde árabe
ofreciéndoseme como guía de turistas, e indicándome la imagen de la Virgen
de Guadalupe, me dijo: "Usted sabe, como mexicano, que allá en su país
se le tiene una gran devoción, y fíjese, que en la ciudad de México se le está

187
constrayendo una nueva Basílica". Yo, en broma, le respondí: "Sí, algo de
eso he oído hablar.
Transcríbo al pie de la letra las últimas palabras de don Ignacio, que
suenan a profecía:"El día en que no se adore a la Virgen del Tepeyac en esta
tierra, es seguro que habrá desaparecido, no sólo la nacionalidad mexi-
cana, sino hasta el recuerdo de los moradores del México actual".
Esta frase solemne ha servido de epígrafe a muchos libros o capítulos
acerca de nuestro guadalupanismo.

Actualidad del guadalupanismo mexicano

En realidad es tan admirable el guadalupanismo mexicano y de tanta actua-


lidad, que siguen publicándose obras y más obras en torno a dicho tema.
En efecto, después del mes de mayo de 1981, fecha en la que dieron por
terminado su trabajo "Testimonios Guadalupanos" los señores arriba men-
cionados, han salido a la luz muchas publicaciones, algunas de ellas de con-
siderable atención. Pondré alguno que otro ejemplo de estudiosos extran-
jeros y de historiadores mexicanos, sin ser los únicos, verbigracia el libro
Destierro de sombras, del doctor Edmundo Rafael O'Gorman O'Gorman, cuya
primera edición se publicó por la Universidad Nacional Autónoma de México,
en el año de 1986. Sin duda, O'Gorman fue un gran intelectual con múlti-
ples doctorados y con largos años de enseñanza académica.
El doctor Richard Nebel, teólogo e historiador alemán, el cual después
de su primera tesis doctoral, elaboró una segunda tesis llamada Tesis de
rehabilitación, condición para poder impartir clases de teología en Euro-
pa y cuyo título original en alemán es demasiado largo, pero que transcri-
bimos parte del mismo en lengua castellana: Santa María Tonantzin-Virgen
de Guadalupe. Este libro fue traducido del alemán por el prebístero doctor
Carlos Wamholtz Bustillos y publicado por el Fondo de Cultura Económica
en el año de 1995.
Tenemos también la interesante tesis doctoral del doctor Xavier Noguez,
estudio verdaderamente exhaustivo acerca de las fuentes de información
tempranas en tomo a las mariofanías del Tepeyac, puesto que no se ha encon-

188
trado hasta la fecha ningún nuevo documento valedero acerca de dicho
tema. El doctor Noguez llamó a su tesis Documentos guadalupanos y fue
publicada en castellano por el mismo Fondo de Cultura Económica, en el año
de 1993.
En los Estados Unidos de Norte América, la Universidad de Arizona
editó en el año de 1995 el libro de Stafford Poole C.M., denominado Our
Lady of Guadalupe-The Origins and Sources of a Mexican National Symbol,
1531-1797, o sea, que esta importante obra abarca la documentación fun-
damental de más de dos siglos y medio en tomo al fenómeno guadalupano.
Dicho libro aún no ha sido traducido al castellano. Sin embargo, el padre
José Luis Guerrero, en el primer tomo de sus dos volúmenes publicados por
la Universidad Pontificia de México: El Nican Mopohua-Un intento de exé-
gesis, al impugnar a su manera, los puntos de vista de Stafford Poole, va
transcribiendo en inglés y traduciendo al castellano, parte de cada uno de
los 12 capítulos del padre Poole.
Hay que decir que el padre Guerrero reconoce los méritos del autor; como
hombre de letras y acucioso historiador.
Es tan atrayente el guadalupanismo mexicano que, por ejemplo, en
Estados Unidos existen muchos intelectuales preocupados por estudiar sus
orígenes y desarrollo, y también profundizar en el estudio de la lengua
náhuatl, para mejor entender nuestros antecedentes culturales.
Estaba yo por concluir mis memorias, cuando el maestro don Miguel
León Portilla publicó su interesante libro en el que nos proporciona una
nueva versión al castellano del Nican-Mopohua. Tengo, por lo tanto, que
añadir algunas palabras de elogio a este esfuerzo literario del doctor León
Portilla, dándonos la oportunidad de entrar más profundamente en la men-
talidad y concepción del pensamiento náhuatl y el mensaje cristiano que
aparecen en dicha narración, máxime que don Miguel fue admirador y dis-
cípulo de don Ángel María Garibay Kintana, del cual hablé al inicio de mis
memorias, no tan ampliamente como lo hubiere deseado, pero si recordando
que predicó en mi "cantamisa", cuando regresé a México y estuve cerca de
él, siendo yo abad de la Basílica y don Ángel canónigo lectoral de la misma.
Por lo visto, los comentarios profundos e interesantes acerca del gua-
dalupanismo mexicano, son interminables, ya que en estos momentos en

189
que estoy corrigiendo el borrador de mis memorias, recibo la noticia de un
nuevo libro del notable historiador inglés David Brading, profesor de His-
toria mexicana en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Don David
nos conoce extraordinariamente bien. Entre los diversos libros importan-
tes que ha escrito acerca de México, hay uno pequeño que se refiere a los
orígenes del nacionalismo mexicano.
El interesante volumen que acaba de aparecer en julio del 2001, allá
en Cambridge, Inglaterra, de 444 páginas, lleva por título "Mexican Phoe-
nix -Our Lady of Guadalupe-Image and tradition across flve centuries".
Ojalá que pronto se traduzca al español, para que tengan la oportunidad
de leerlo todas las personas que desconocen el inglés.
Por cierto, en el momento en que me dedicaba a la corrección de estos
apuntes, apareció ya traducida en lengua castellana la obra de Brading.
Mis felicitaciones por el trabajo, tanto de la editorial Taurus, como el de
los traductores. Sin embargo, quiero advertir con honestidad, que algu-
nas de las frases en lengua española no corresponden exactamente a lo
que dijo el autor en lengua inglesa. Pondré dos sencillos ejemplos: en la
última página del libro de Brading, unos renglones antes de teminar el último
capítulo que intitula "Epiphany and revelation", dice Brading en inglés:
"Controversy over ill-judged questions about historicity..."; los de la ver-
sión castellana traducen: ill-Judged questions, por "La controversia cau-
sada por los temerarios cuestionamientos...". Esta no es la traducción
literal, ni el sentido de la misma.
Respetando el juicio de Brading, no estoy de acuerdo en que el cues-
tionamiento que se viene haciendo, por lo menos desde el siglo xviii, acerca
de la historicidad del indio Juan Diego, nuble las verdades teológicas, que
sin duda dimanan del Nican-Mopohua, ya que es una bella catcquesis
saturada de verdades fundamentales de nuestra fe, referentes a la Santísi-
ma Virgen María, verdades que Miguel Sánchez leyó al contemplar nues-
tra preciosa Imagen de Guadalupe, interpretando el capítulo XII del Apo-
calipsis de San Juan.
Por otro lado, cuando al final de la página 367, Brading plantea la
interrogación de la realidad o no realidad del indio Juan Diego, los traduc-
tores, refiriéndose a la hipótesis de Brading, interpretan: "Parece no haber

190
buenas razones para negar que había un indio así llamado...". En cambio,
Brading dice: "Parece que no es una buena razón el negar la posiblidad de
que pudo haber habido un indio llamado Juan...". Brading dice un indio
llamado Juan, y no Juan Diego, como ellos lo traducen, suponiendo gratui-
tamente que Brading se está refiriendo al indio con un doble nombre:
Juan Diego.
Me veo obligado a mencionar, además, el libro de don Arturo Álvarez
Álvarez, no sólo por su valor intrínseco, sino por la gentileza de este autor,
que al venir a México me buscó para entregarme un ejemplar de su obra
con una hermosa dedicatoria. En efecto, don Arturo publicó en Madrid, en
el año 2000, su bello trabajo que mucho esfuerzo le costó por la grave enfer-
medad de sus ojos, pero que finalmente pudo editar Lo intituló La Virgen
de Guadalupe en el mundo. Culto e imágenes antiguas.
Desde luego, aun cuando se refiere a la Guadalupe extremeña y su difu-
sión en el mundo, admirado de la gran devoción a nuestra Guadalupe mexi-
cana, y del gran fervor de nuestro pueblo hacia ella, nunca menguante, le
dedica un capítulo, y nos envidia porque en el Guadalupe de Extremadura
ha decaído su antigua vitalidad y dinamismo.
El último libro que leí con gusto acerca de esta materia, fue el que acaba
de editar el prebístero licenciado Manuel Olimón Nolasco, al cual tituló:
La Búsqueda de Juan Diego. Creo que es de elemental justicia reconocer
el esfuerzo del padre Olimón para ayudar a la Congregación de las Causas
de los Santos en un mejor esclarecimiento de la historicidad del llamado
Fenómeno Guadalupano y de la existencia y santidad del indio Juan Diego.
Sin duda, las páginas de este libro son dignas de una atenta lectura, este-
mos o no de acuerdo con la argumentación del autor
La segunda parte de su libro, o sea, los apéndices, ayudarán al lector
a profundizar más en el tema.

191
192
Capítulo XIV
El texto íntegro de mis informes
anuales ilumina el conocimiento
del ser y del quehacer de nuestro
Santuario Nacional

Introducción

A lo largo de estas memorias, varias veces me he referido a los informes


de actividades que rendía yo anualmente con la presencia del arzobispo
primado de México y del venerable Cabildo de Guadalupe, acerca del ser
y del quehacer del Santuario. En efecto, dicho informe abarcaba la vida y
actividades de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalu-
pe, es decir, en ellos hacía el análisis de las variadas y complejas experien-
cias que giran en torno a la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe,
reflexionando en forma objetiva y sencilla sobre la labor realizada. Dicho
informe nos servía como una especie de examen de conciencia, recorrien-
do el camino andado,-pero además, nos ayudaba a programar en forma
adecuada los trabajos que habíamos de emprender en el próximo e inme-
diato ejercicio del nuevo año que iniciábamos.
Se me podría preguntar cuáles eran los temas que abarcaban estos
informes, ya que al público en general le gustaría estar más enterado de
la vida del Santuario, puesto que, en la actualidad, los medios de comuni-
cación tienen mayor éxito cuando dan a conocer lo que acontece en el inte-
rior de nuestras instituciones, y tratándose de la Basílica, dada su gran
popularidad, existen muchas personas que quisieran estar enteradas de
todo lo que en ella ocurre.
De hecho, bastante dije acerca de la vida interior del Santuario en el
capítulo destinado a este tema, después de hablar del peregrinar de todo
un pueblo al Santuario del Tepeyac.

193
Sin embargo, teniendo en cuenta lo que acabo de decir, pondré algunos
ejemplos de los asuntos que abarcaba el informe acerca de todas nuestras
actividades. En primer lugar, en él hablábamos del Culto Divino, tanto en
la Basílica como en la parroquia archipresbiteral. Después nos refería-
mos a las reuniones del Cabildo y a la asistencia del mismo al rezo de las
horas litúrgicas y al sacrificio de la Eucaristía. En seguida tratábamos el
tema de las obras de construcción y reconstrucción dentro de la Basílica y
en el recinto del Tepeyac. Desde luego, era muy importante informar acerca
de nuestra situación administrativa y legal. Además, dábamos razón, con
números y de manera muy exacta, del estado que guardaba nuestra eco-
nomía, todo ello teniendo en cuenta las normas del derecho canónico, nor-
mas por las cuales, dada nuestra disciplina, nosotros los clérigos debemos
regirnos con toda fidelidad, como de hecho lo hacíamos.
Nos referíamos, además, a las instituciones que a través del tiempo se
han generado en torno al Santuario mismo, instituciones de orden social
como son, por ejemplo, los colegios, el hospital Guadalupe y la Casa del
Peregrino, y más cercanos a la Basílica misma, su museo y su biblioteca.
Como podemos ver, la temática, así lo acabo de expresar, es amplia y com-
pleja, razón por la cual me he permitido elaborar este capítulo aparte, para
dar a conocer a los amables lectores de éstas, mis humildes memorias,
cómo en el archivo de la secretaría del Cabildo guadalupano, lo mismo que
en la parte reservada de nuestra biblioteca, existe un ejemplar de los infor-
mes rendidos por un servidor a la Colegiata durante los más de 33 años que
fui presidente del Cabildo y rector del Santuario, o sea, abad de Guadalupe.
Quiero decir, que al arzobispo primado de México se le entregaba el
texto íntegro del informe, incluyendo los datos precisos de los ingresos y
egresos de la Basílica, durante su ejercicio anual, naturalmente audita-
dos por el despacho de nuestro comisario y auditor general, don Rogerio
Casas Alatriste.

C o n t e n i d o del v o l u m e n q u e me o b s e q u i ó el Cabildo
con motivo del 25 aniversario de mi t o m a de posesión

A propósito del tema que he venido desarrollando en las páginas anterio-


res, recuerdo con satisfacción el obsequio que me hizo el venerable Cabildo

194
de Guadalupe con motivo del 25 aniversario de mi toma de posesión como
abad de Guadalupe, publicando en un digno volumen el texto completo
de los 20 informes que hasta esa fecha había rendido, o sea de los años de
1963 a 1988. En efecto, el Cardenal Arzobispo Primado de México, don
Miguel Darío Miranda y Gómez, me dio posesión de mi nuevo cargo el 17
de mayo de 1963, y a partir de esa fecha me entregué de lleno a mi labor,
informando por primera vez ante el arzobispo de México y el venerable
Cabildo, acerca de las actividades, problemas generales y situación econó-
mica del Santuario guadalupano, en los primeros días del mes de enero
de 1964, o sea, a escasos ocho meses de mi llegada a la colina del Tepeyac.
Sin duda, fue para mí, para el cabildo y clero de la Basílica, de gran
utilidad y trascendencia el que introdujera la costumbre de informar glo-
balmente cuál era el panorama de la vida de nuestro Santuario, profundi-
zando en la dimensión de su trabajo pastoral a nivel nacional.
En efecto, ya desde el principio dije, entre otras cosas, en la introduc-
ción de mi primer informe:

La tarea indudablemente es de grandes dimensiones y trascendencia única.


Es evidente que no alcanza la vida de un hombre para realizar todo lo que pre-
tende, de acuerdo con sus responsabilidades. Sin embargo, tenemos que empezar
y dejarle a Dios Nuestro Señor el resto. Por esta razón, mi primer empeño ha
sido observar con tranquilidad y sin precipitaciones de ningún género, todo
el movimiento de nuestra Basílica. Sería verdaderamente prolijo y tal vez resul-
taría tedioso, si me propusiera tan solo enumerar los problemas en ella existen-
tes. Por esto, es mi intención apuntar algunos de los más importantes y que
me parecen fundamentales.

Las reuniones ordinarias del Cabildo se verificaban una vez al mes,


indicando los estatutos cuáles eran los temas a tratarse en dichas reunio-
nes. Cuando había que resolver algún asunto grave o urgente, a juicio del
señor Abad, había que convocar a Cabildo Extraordinario al cual se le llamaba
Cabildo Extraordinario Mayor.
Como dato curioso y simpático, cuando se convocaba a un Cabildo
destinado a tratar un asunto que aunque fuera de poca importancia, pero
que convenía resolver de inmediato, los estatutos le llamaban "pelícano".

195
Ignoro la razón de este nombre pero interpretándolo con sentido huma-
nístico y metafórico, tal vez tenían en cuenta que los pelícanos bajan instan-
táneamente al mar, pescan su presa y se retiran de inmediato.
A principios de cada año, celebrábamos una sesión plenaria y solemne,
con la asistencia del prelado de la arquidiócesis. De acuerdo con los esta-
tutos, dicha sesión tenía como finalidad principal elegir de entre los miem-
bros del Cabildo, los oficios y comisiones que los señores capitulares habían
de ejercer durante todo el año. A esta finalidad me permití añadir como algo
muy importante, dar un amplio informe de la situación general de la Basílica
y de las actividades realizadas durante todo el ejercicio anual. Tal vez les
interese conocer cuales eran los cargos para los que se elegían los miem-
bros del Cabildo. Son los siguientes: un juez de sacristía, los jueces de cla-
vería, un secretario del Cabildo, un apuntador, un encargado de los sermo-
nes, y además los jueces: de canto, del colegio de infantes, de cada una
de las capillas filiales (la del Cerrito, y la del Pocito), del archivo y biblio-
teca, y el comisionado de liturgia.
Eran tan precisos nuestros antiguos estatutos, que en los diversos
artículos con sus respectivos parágrafos, se iban enumerando todas y cada
una de las obligaciones con las que habían de cumplir dichos jueces y
comisionados.
A los que tengan la paciencia de leer éstas, mis memorias, al hablar de
los oficios y comisiones, les parecerán raros algunos de los nombres que
se les atribuyen; pero no deseando entrar en el significado de cada uno
de estos nombres y de las obligaciones que les corresponden a dichos jueces
y comisionados, diré una palabra acerca de los señores claveros, los cua-
les son los vicegerentes del Cabildo, especialmente para la administración
de los bienes que pertenecen a la fábrica de esta colegiata basílica. ¿Por
qué se les llama claveros?, porque, entre otras obligaciones, llevan las llaves
(claves) de todas las alcancías que existen en el Santuario y de los luga-
res donde se encuentran tanto la tesorería, como los objetos sagrados que
se utilizan en el Culto Divino.
Acerca de este nombre, se me ocurre un ejemplo interesante: cuando
muere el Santo Padre, son convocados a Roma todos los cardenales que par-
ticiparán en la elección del nuevo pontífice. A la reunión de dichos carde-

196
nales se le llama Cónclave (cum-clave, o sea, con llave), porque en la antigüe-
dad a los cardenales electores se les encerraba con llave hasta que saliera
elegido el nuevo Papa.

Algunas palabras s o b r e el v o l u m e n
q u e el v e n e r a b l e Cabildo me o b s e q u i ó ,
con motivo del 25 aniversario de mi t o m a
d e posesión c o m o Abad d e G u a d a l u p e

El objeto de dar a conocer al público el contenido general de dicha publica-


ción, no es otro, como decía, que tener una mejor información acerca de la
vida interna del Cabildo. En la imposibilidad de poner en las manos de los
lectores dicho volumen, y sin ninguna presunción de mi parte, copiaré lite-
ralmente la presentación que el señor Warnholtz, arcipreste de la Basílica,
hizo al inicio de esta publicación.-

PRESENTACIÓN
Esta publicación de los veinte informes que anualmente el Ilmo. Sr. Abad de
Guadalupe, Mons. Guillermo Schulenburg Prado, ha presentado al Emmo.
señor Cardenal Arzobispo Primado de México, primero al Sr. D. Miguel Darío
Miranda y Gómez y después al Sr. D. Ernesto Corripio Ahumada, y al Vene-
rable Cabildo de la Insigne y Nacional Colegiata Basílica de Santa María de
Guadalupe, es un homenaje que el mismo Cabildo quiere hacer a su Abad
actual en reconocimiento sencillo y sincero, a nombre de los presentes y de
los que ya se han ido, de la labor que ha realizado en favor de este máximo
Santuario Nacional y de todo el Pueblo de Dios que a él acude, durante estos
25 años, desde que tomó posesión de esta Abadía Secular, el 17 de mayo de
1963.
Los informes hablan por sí mismos: "De ore tuo te iudico" (por lo que tú
mismo dices te juzgo: Le. 19, 22) a través de ellos se deja entrever la trayec-
toria del trabajo que desde el principio, y de acuerdo con las necesidades que
él vio, se propuso, y que con tesón, prudencia y energía, y en forma sistemá-
tica, fue realizando, dentro de sus posibilidades siempre de acuerdo con su
grave responsabilidad hacia las autoridades jerárquicas, tanto civiles como
eclesiásticas y hacia el pueblo de Dios y de conformidad con las normas de
la Iglesia.
Quien lee con atención estos informes observará que tienen un determinado
patrón: están divididos en capítulos que siempre o casi siempre son los mis-

197
mos. Estos capítulos incluyen siempre aquellas áreas en las que la Basílica
está comprometida, desde tiempo inmemorial, a colaborar en el aspecto social,
sea de educación (Colegio María Curie, Escuela Cristóbal Colón, Escuela de
Enfermeras, Escuela de Artes y Oficios, que posteriormente desapareció), sea
de atención a enfermos (Hospital de Guadalupe). Cada año se informa pun-
tualmente acerca de sus actividades, así como de las erogaciones con que la
Basílica subsidia estas dependencias. Asimismo, son un poco rutinarios los
informes de Archivo, Biblioteca y Museo, y de las actividades de las oficinas
de índole fiscal, administrativa y jurídica que forman parte de la nueva orga-
nización de la economía de la Basílica, introducida por él mismo.
Antes de la información detallada de cada capítulo o renglón, el Sr. Abad
hace unas reflexiones o consideraciones, en donde se trasluce su ideal, sus
anhelos y convicciones sobre lo que debería ser y cómo debería funcionar
(es decir, sobre el ser y quehacer) de este nuestro máximo Santuario. Otras
veces sus reflexiones son explicaciones o motivaciones de lo que a continua-
ción se informará.
En la lectura continuada de los informes se notan básicamente tres etapas de
la labor del Sr. Abad:
1. La primera, que abarca los diez primeros años a partir de su toma de pose-
sión. En ella se dedicó a reorganizar la celebración de la Liturgia con todos
los servicios necesarios para el culto, a sanear la economía de los graves pro-
blemas que tenía al momento de recibirla y a emprender las obras materia-
les requeridas para asegurar la conservación de la antigua Basílica y de los
edificios adyacentes que amenazaban ruina. Ya en esta etapa se comienza
a planear y a estudiar la construcción de la nueva Basílica.
2. La segunda etapa, breve pero intensa, es la construcción de la nueva
Basílica, desde la colocación de la primera piedra el 12 de diciembre de 1974
hasta su inauguración solemne, el 12 de octubre de 1976.
3. La tercera etapa, en los años posteriores a esta fecha, comprende funda-
mentalmente tres tipos de actividades: a) en cuanto a obras materiales: termi-
nar muchos detalles del ornato del templo, y sus dependencias y oficinas
anexas, así como la Casa del Sacerdote; b) revisar y ajustar el culto divino
y la pastoral en función de la nueva Basílica, y c) supuesta ya la infraestruc-
tura material, propugnar, agotando todos los medios, por lograr para la
Basílica una estructura canónico-pastoral que permita no sólo resolver más
adecuadamente los múltiples problemas que a diario se presentan, sino llevar
a efecto en forma activa y dinámica la obra de evangelización que según las
directrices del nuevo Código y sobre todo del Santo Padre, se debe realizar
en un Santuario. Esto último todavía no se ha conseguido, y ha sido ejem-

198
piar la prudencia y el obsequio religioso con que el Sr. Abad ha acatado las
disposiciones de las autoridades jerárquicas.
Todas estas actividades se resumen en una: la entrega generosa, leal y res-
ponsable a cumplir la ardua misión que hace 25 años la voluntad del Señor
le encomendó, y en la que puso su personalidad y todas sus habilidades al
servicio de la Iglesia de México, para honra y gloria de Dios y de la Santísima
Madre de su Hijo y nuestra.
Quede esto como un testimonio perenne, para los anales de la historia del
Venerable Cabildo de Guadalupe y de su XXI Abad.
Por el Ven. Cabildo de Guadalupe:
Pbro. Dr. Carlos Wamholtz Bustillos
Arcipreste de Guadalupe

En seguida de esta introducción, Wamholtz, antes de presentar el texto


íntegro de cada uno de los informes editados, hace un sumario general
de todos ellos.
Quiero coronar este episodio de mi vida sacerdotal en la Basílica, con
el texto exacto de las palabras con las que concluí el último de los infor-
mes publicados en dicho volumen, para que el pueblo de México pueda
conocer los profundos anhelos, de alto nivel espiritual, de todos los sacer-
dotes que durante años nos hemos consagrado al servicio pastoral de
nuestros hermanos en la fe, por los cuales oramos, no sólo cuando nos
visitan en este Santuario mañano, uno de los más frecuentados del mun-
do católico, sino también cuando están lejos de nosotros.

Concluye este volumen con el xx infornne


dado por mí en el año de 1985, cuyas dos últimas
páginas renovaron la emoción que entonces sentía
Un año más, en el inexorable paso del tiempo, al rendir este xx informe acerca
de la vida y actividades de nuestro máximo Santuario Nacional, la Basílica de
Nuestra Señora de Guadalupe. Esto nos obliga a reflexionar no sólo en la
fugacidad del tiempo sino principalmente en la fidelidad con que hayamos
cumplido los trabajos que el Señor nos ha encomendado durante nuestra
breve peregrinación terrena. En efecto, todos los que formamos este vene-
rable Cabildo, nos encontramos ya en la tercera y última etapa de nuestra
existencia humana.

199
A los que por voluntad de Dios hemos vivido, durante ya largos años, en
este lugar privilegiado, a la sombra y bajo la protección incomparable de
Santa María de Guadalupe, nos ha tocado acumular innumerables e intere-
santes experiencias pastorales, dignas de ser transmitidas no sólo a nues-
tros contemporáneos, sino también a los que nos han de suceder.
Cuántos anhelos cumplidos y cuántas ambiciones apostólicas insatisfechas,
entre otros motivos, por la limitación de los instrumentos humanos, sin
duda, indispensables para la realización plena de los múltiples proyectos que
llevamos constantemente en la cabeza y en el corazón.
El Cabildo de Guadalupe pretende editar en edición privada para uso de
nuestro archivo, pero posiblemente también en beneficio de la biblioteca, los
20 informes hasta ahora rendidos ante la presencia del Arzobispo Primado
de México y de esta venerable corporación. Piensan, acertadamente, que su
publicación resultará interesante para la historia del Santuario.
Hemos luchado y trabajado en esta Casa de Dios, así lo creemos, con rectitud
de intención y con amor a la Inmaculada Señora del Cielo; amor que desde
niños nos inculcaron, tanto nuestras madres en el hogar como en el Semina-
rio en el cual nos preparamos al sacerdocio. No podemos olvidar a la Patro-
na, bajo cuya tierna mirada se fue modelando nuestra inteligencia y nuestra
voluntad en las diversas etapas de nuestra formación eclesiástica.
Ha sido necesaria mucha paciencia, gran tenacidad y profunda humildad para
lograr, aun cuando no en la medida de nuestros deseos, la dignificación de
este sagrado Recinto en sus múltiples y variados aspectos.
Evidententemente, nos faltan todavía algunas metas importantes por alcan-
zar; no sabemos si en los planes de Dios nos toque contemplar el logro, por
lo menos de aquellas que nos parecen esenciales para la pastoral del San-
tuario. Con humildad y confianza las colocamos en su Providenica amorosa
mediante la valiosa intercesión de la Señora del Tepeyac.
Entendemos perfectamente que no depende de nuestra voluntad influir en
otras voluntades. Dios es el único dueño del corazón del hombre y sólo Él
conoce sus abismos.
Ojalá que cada uno de los miembros de la Jerarquía Eclesiástica Mexicana
sienta profundamente el signiflcado trascendente de este centro religioso,
corazón de la patria y sostén de nuestros más íntimos anhelos espirituales;
pero además que tenga plena conciencia de la grave responsabilidad histórica
que le corresponde en la toma de decisiones para la vida futura del Santuario
y más que del Santuario, de la Iglesia de Dios en México.
Durante varios siglos, el Tepeyac ha estado en manos del clero diocesano y
sentimos que sería un grave desacierto el abandonar de alguna manera este

200
lugar, el más representativo de la religiosidad de nuestro pueblo, dejándolo bajo
la responsabilidad inmediata de una Orden o Congregación Religiosa.
Terminamos, pues, nuestro presente informe, agradeciendo de COrazÓn al seftoi
Cardenal D. Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Primado de México, su
presencia e interés y al venerable Cabildo de Guadalupe su amplia colabo-
ración y su profunda entrega. Quiera la Santísima Virgen María bendecir
nuestro modesto trabajo, a fin de que todo él redunde en beneficio de nues-
tros hermanos para la gloria de Dios.
Mons. Guillermo Schulenburg Prado
Vigésimo Primer Abad

Varias veces he repetido que a partir de la publicación, tanto de los


nuevos estatutos del Cabildo, como de los del Santuario de Guadalupe, ha
cambiado la estructura jurídico-eclesiástica de este gran centro mañano
de evangelización. Sin duda, es digna de todo encomio la intención ponti-
ficia, como ya lo expresé en las páginas que dediqué a este nuevo ordena-
miento jurídico.
La Iglesia, dos veces milenaria, ha emitido a lo largo de su historia,
miles y miles de preciosos documentos en los cuales, dada su fecunda vita-
lidad interna, trata de reformarse a sí misma para estar cada día más en
plena sintonía con los íntimos pensamientos y sentimientos de su funda-
dor. Cristo Jesús, hombre como nosotros, pero también Dios, como el Padre
que está en los cielos.
A muchos de los que conocemos profundamente esta Colegiata de
Guadalupe, nos hubiera gustado un cambio estructural diferente, sin embar-
go, nuestra fe, nuestro amor a la Iglesia y nuestra fidelidad al Papa, nos
obligan a recibir con humildad los documentos pontificios, como quiera
que se hayan originado. Tal vez en un futuro lejano, vuelva a cambiar la
estructura jurídica de Guadalupe, para adecuarse todavía más a las ver-
daderas necesidades pastorales de la heterogénea multitud de fieles que
acuden al Tepeyac. Ojalá que las futuras generaciones puedan contem-
plar dicho cambio.
Parecería que con la somera explicación de buena parte del contenido del
volumen que el venerable Cabildo me obsequiara con motivo del 25 aniver-
sario de mi toma de posesión, ya se habría comentado en estas páginas

201
gran parte de la vida y actividad del Santuario cuyo reflejo es el ir y venir
de tanta gente que en el diario acontecer de nuestra vida nacional, llega
a la colina del Tepeyac. De una o de otra manera, me he permitido explicar
la influencia de la Basílica, no sólo en la vida religiosa de nuestra patria, sino
también de su participación en la cultura de nuestra nación. Pongamos al
azar uno que otro ejemplo: consultando nuestro archivo musical, nos damos
cuenta de la riqueza del mismo, acumulada a lo largo de los últimos siglos.
Si observamos algunos de los connotados aniversarios que ha celebrado
esta Basílica de Guadalupe, conmemorando la presencia en México de la
Reina del Tepeyac, ahí encontraremos no sólo las grandes solemnidades
litúrgicas en las que con piedad ha participado nuestro pueblo, sino tam-
bién los eventos culturales que han motivado dichas festividades.

202
Capítulo XV
Exposición sobre Santa María de
Guadalupe en el arte y Congreso
Mariológico con motivo del 450
aniversario de la presencia
de María en el Tepeyac
Quiero traer a la memoria, por ejemplo, el 450 aniversario de la piado-
sa tradición de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en la
colina del Tepeyac. Con este motivo, el museo organizó y presentó una
exposición sobre Santa María de Guadalupe en el arte, utilizando todo el
acervo de obras que poseemos y solicitando a otras colecciones públicas
y privadas nos proporcionasen algunas de sus adquisiciones más impor-
tantes.
El objeto de dicha exposición era ofrecer al público en general una visión
amplia del desarrollo alcanzado acerca de este argumento por la imagina-
ción y habilidad de nuestros artistas de los siglos xvii, xviii y xix.
Pudimos observar, por ejemplo, tratándose de la pintura, que al prin-
cipio, muchos de los pintores se empeñaban en reproducir con exactitud
la sola imagen original de Nuestra Señora que desde hace siglos está en
el Santuario del Tepeyac. Después, poco a poco, le fueron incorporando
las cuatro escenas de las apariciones; la fueron asociando a diversos temas
teológicos y mariológicos, haciendo que la Imagen guadalupana se mo-
viera en una escenografía estrictamente sobrenatural, verbigracia, se les
ocurrió, humanizando a las tres personas divinas de la Santísima Trinidad,
que pintaran a la Virgen de Guadalupe, y esta escena la expresaron de
diferentes maneras, y de ellas poseemos alguno que otro ejemplo en nues-
tro museo.
Encontramos también a la Morenita del Tepeyac participando en la
Pasión de Cristo. A la Virgen de Guadalupe mexicana, dado que la Santísima

203
Virgen María es única bajo mil advocaciones, se le representa también,
como la Inmaculada Concepción; es además la Señora en la cual se encar-
na el Verbo de Dios; la pintan como la Señora que es llevada a los cielos
en su Asunción, etcétera.
En esta exposición se hizo ver, además, la riqueza imaginativa de nues-
tros pintores, llegando a la multirepresentación de imágenes y de elemen-
tos ornamentales. Para ello, los artistas utilizaron toda clase de técnicas. Se
valieron de la pintura, de la escultura, del grabado, de la orfebrería, del
bordado, del mueble, del relicario, de los exvotos, por cierto, algunos de ellos
muy interesantes, reflejo de la piedad popular.
Una exposición de esta naturaleza, como todos podrán apreciarlo, sig-
nificó para los encargados de nuestro museo, un trabajo intenso de selec-
ción de las obras, de restauración de las mismas, de adaptación de los
locales en que serían expuestas, etcétera. Dichos preparativos, además de
un presupuesto especial, exigieron cinco meses de esfuerzo continuado;
pero al mismo tiempo se efectuaron todas las gestiones necesarias para
obtener, como decía, en calidad de préstamo temporal, varias obras exis-
tentes en colecciones oficiales, o en diferentes templos, lográndose, por
ejemplo, la inclusión de tres pinturas del Museo Nacional del Virreinato,
una del Museo Regional de Puebla, y dos de la colección Franz Mayer
(fideicomiso que controla el Banco Nacional de México).
Al mismo tiempo se realizó en nuestra Basílica un Congreso Marioló-
gico, el cual tuvo una especial relevancia, ya que dicho congreso fue cele-
brado a iniciativa de la Conferencia Episcopal Mexicana a través de los
obispos encargados de promover diversos eventos religiosos que tuvieran
repercusión en todos los rincones de la patria. De hecho, este Congreso
Mariológico se le encomendó en su totalidad a la Colegiata de Guadalupe.
Tocó al abad de la Basílica fungir como presidente ejecutivo de dicho
evento intelectual y pastoral, teniendo él la responsabilidad directa de su
organización en los variados aspectos que ella implicó.
El comité quedó integrado de la siguiente manera:
Presidente Honario: Eminentísimo señor Cardenal don Ernesto Corri-
pio Ahumada, Arzobispo Primado de México y Presidente de la Conferencia
Episcopal.

204
Secretario General: Excelentísimo señor Alfredo Torres (f), obispo de
Toluca.
Presidente Ejecutivo: monseñor Guillermo Schulenburg Prado, Abad
de Guadalupe.
La secretaría general quedó a cargo de monseñor Salvador Castro
Pallares, del muy ilustre canónigo doctor Jesús Herrera A., del doctor Luis
Medina Asencio S.J., del doctor Alfonso Alcalá M.Sp.S., y del prebístero
José de Martín Rivera Hernández, canónigo honorario de la Catedral Metro-
politana de México. Hubo, además, un importante grupo de sacerdotes y
seglares que se encargaron de nuestras relaciones ptíblicas con motivo de
esta celebración.
Como puede verse por el programa del congreso, la parte intelectual del
mismo se verificó del 5 al 8 de octubre del año de 1981, abordándose los temas
de: Teología mañana: Biblia, problemas marianos, María y los protestan-
tes, documentos, eclesiología, liberación. Espiritualidad mariana: pastoral,
antropología, santuarios, evangelización, religiosidad popular. Historia
guadalupana: Nican Mopohua, continuidad y congruencia, prehistoria, inves-
tigación científica, antiguadalupanismo, Juan Diego; y, finalmente, Art:e
guadalupano: iconografía, bibliografía, poesía y pintura.
Para el desarrollo de este interesante temario, se escogieron 38 orado-
res de la República Mexicana y alguno que otro extranjero. A Dios gra-
cias, el congreso fue exitoso, tanto por la seriedad de los trabajos presen-
tados, como por la participación de los congresistas y la atención a los
mismos. Tuvimos, además, algunos invitados especiales, como por ejemplo,
el Cardenal Sebastiano Baggio, Prefecto de la Sagrada Congregación para
los Obispos. Asistió también el reverendo padre Favao Melada O.EM., Pre-
sidente de la Pontificia Academia Mariana Internacional de Roma. Dicha
Academia Pontificia es la encargada de organizar a lo largo y ancho del
mundo, congresos internacionales marianos.
Ofrecimos, además, no sólo a la Iglesia de México: obispos, sacerdotes
y pueblo de Dios en general, sino también a todas las personas interesa-
das en estos temas, la cuidadosa edición de un grueso volumen con los
trabajos desarrollados en el congreso como una modesta aportación, tanto
de teología y espiritualidad marianas, como de bibliografía, historia, pin-

205
tura y literatura guadalupanas, expresiones estas últimas de la sensibili-
dad artístico-religiosa de nuestras gentes.
Creo, por los resultados, que logramos nuestro intento de dar un
humilde testimonio de colaboración en favor de la cultura religiosa para
nuestra gran comunidad eclesial.

Estatua de Juan Pablo II en el atrio de la Basílica

Ya que he recordado estos actos culturales celebrados con motivo del 450
aniversario, no quiero dejar de mencionar que en ese 12 de diciembre de
1981, antes de la celebración de la Eucaristía, al iniciarse la procesión
de la antigua a la nueva Basílica, el Cardenal Agostino Cassaroli, Secreta-
rio de Estado de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, enviado por él mismo
como Legado Pontificio a dicha celebración, develó la estatua dedicada por
nosotros al Soberano Pontífice, con motivo de su primera visita a México.
El señor Cassaroli pronunció ahí mismo un breve discurso.
La estatua es de 6 m de altura, con 2.50 m de base, colocada en el
atrio entre ambas basílicas, la vieja y la nueva. Encargamos la elabora-
ción de dicha estatua al escultor Ernesto E. Tamariz (f). Este monumento
nos recuerda la presencia de Su Santidad en el Tepeyac, que es como el
corazón de la patria.
No quiero abundar en el recuerdo de las muchas solemnidades cele-
bradas a lo largo del año de 1981, particularmente durante los meses de
octubre a diciembre de dicho año, sino simplemente quise hacer mención
de dos o tres acontecimientos culturales, como fueron la Exposición Guada-
lupana, el Congreso Mariano-Mariológico y la develación de la estatua
del Santo Padre Juan Pablo II.

206
Capítulo XVI
Relaciones de la Iglesia en México
con el E s t a d o Mexicano

He dicho que este libro narra muchos de los acontecimientos que per-
manecen en mi memoria y de los cuales con frecuencia fui testigo o par-
tícipe durante el tiempo que me tocó ser abad de la Basílica de Nuestra
Señora, o sea 33 años, los más llenos de experiencias en toda mi vida sacer-
dotal. Acontecimientos vividos tanto de la vida religiosa, como de la vida
política de nuestro país. Desde luego, al hablar de estos recuerdos, sólo
daré unas cuantas pinceladas de esa etapa en la cual, como decía, par-
ticipé.
Quiero manifestar, además, que mientras fui un joven estudiante en
Roma, como todos mis compañeros que allá nos preparábamos intelectual
y moralmente al sacerdocio, teníamos un gran interés por enteramos de
todo lo que acontecía en nuestro México; deseábamos tener noticias fres-
cas tanto de su vida religiosa como política, saber cómo caminaba nuestra
patria y hacia dónde iba. Por aquel entonces, desgraciadamente, ni escu-
chábamos la radio, ni existía la televisión y, por lo tanto, las noticias nos
llegaban demasiado tarde.
De hecho, cuando regresé a México siendo un novel sacerdote, me
interesé plenamente no sólo por la educación y la vida religiosa de mis
conciudadanos, sino también por la vida política del país. Anhelaba colabo-
rar con mi insignificante granito de arena, para que, entre otras cosas,
cada día mejoraran las relaciones entre la Iglesia y el Estado, en beneficio
de todos los mexicanos. No podía dudarse que este pueblo, como nación,
tenía una profunda tradición cristiana que se había forjado a lo largo de

207
nuestra historia y que, quisiéramos o no, estaban también embebidos en
ella buena parte de nuestros políticos-, pero que, por circunstancias muy
particulares de alguna manera se veían obligados a ocultar. Toda madre
mexicana quería que sus niños fueran bautizados dentro de la Iglesia Cató-
lica, que fueran confirmados, que hicieran su primera comunión. Desde
muy pequeños, los enseñaban a persignarse, a invocar a Papá Dios, a enco-
mendarse a la Virgen María. Además, deseaban que sus hijos se casaran
por la Iglesia Católica, que no sólo celebraran un matrimonio civil. Ellas
mismas anhelaban que su propio matrimonio fuera cristiano, para darle
firmeza a su unión conyugal y estar bien con Dios, aun cuando fuesen
esposas de algún militar o de algún gobernante. Sin embargo, parecía que
debido a nuestras circunstancias históricas y a nuestras crisis religiosas,
los hombres de la política tenían que olvidarse de sus verdaderas creen-
cias, o bien ocultarlas.
A mí, como niño, me tocó vivir la dura etapa de la persecución religio-
sa callista, persecución que en la actualidad muchos consideran un grave
error político, aun cuando el general Calles, a pesar de su actuación en este
aspecto, sea considerado como un buen estadista.
Todo esto que acabo de decir, creaba confusiones en la mente y en el cora-
zón de buen número de nuestros conciudadanos. Poco a poco, dentro de
nuestro contexto histórico se fueron aclarando ideas y estableciendo puen-
tes en beneficio de todos los mexicanos para conservar nuestros propios
orígenes culturales, para madurar en nuestra calidad de hombres libres,
de ciudadanos responsables, para evitar roces innecesarios y para traba-
jar todos con un respeto profundo de los derechos que competen a cada
hombre, por el hecho de ser hombre, cumplir con nuestros deberes cívi-
cos y gozar de las libertades religiosas, indispensables para forjar una
patria mejor.
Sin entrar en los orígenes y profundidades del conflicto religioso que
se generó en nuestra patria y sin analizar a fondo esta problemática, me
propongo decir algunas palabras acerca de la actuación de don Luis María
Martínez, Arzobispo Primado de México; pero antes aludiré brevemente
a la situación que precedió a su nombramiento, como jefe espiritual de
nuestra Arquidiócesis Metropolitana.

208
Los arreglos religiosos de 1929

En efecto, siendo Presidente don Emilio Portes Gil, tocó al Arzobispo de


Morelia, don Leopoldo Ruiz y Flores, que en aquel momento fungía como
Delegado Apostólico en México, concertar con don Emilio una serie de
pláticas a las cuales sería acompañado por don Pascual Díaz y Barreto,
secretario del Comité Episcopal Mexicano, para llegar a un modus vivendi
entre la Iglesia y el Estado, actuando don Leopoldo a nombre de todo el
Episcopado Mexicano y de acuerdo con las indicaciones de la Santa Sede.
Dichos arreglos fueron difíciles y tortuosos, ya que, desgraciadamen-
te, ni el señor Portes Gil, ni sus sucesores inmediatos se comportaron en
la forma que esperaban de ellos, tanto la Iglesia de México, como par-
ticularmente Su Santidad el Papa Pío XI, quien, con este motivo, el 29 de
septiembre de 1932, emitió la famosa encíclica Acerba animi anxitudo,
en la que exponía sus quejas por el incumplimiento de lo pactado en las
reuniones con el Presidente de la República.
Don Leopoldo Ruiz y Flores con este motivo fue desterrado nueva-
mente del país, volviendo a Morelia, en el año de 1937, a pocos años de
su muerte, acaecida en 1941. Por cierto que don Leopoldo, entre otros
cargos, fue canónigo penitenciario y posteriormente abad de la Basílica
de Guadalupe, cargo en el cual duró solamente un año (1899-1900).
Nuevamente retraso mi comentario acerca de la actuación de don Luis
María como Arzobispo de México y delegado apostólico, ya que no quiero
dejar en el tintero un recuerdo para mí vital y de primer orden, pues fue
durante el tiempo de los arreglos del conflicto religioso, cuando el Señor
Jestis me obsequió con el don de la vocación sacerdotal.

Mi vocación sacerdotal

En efecto, hacia ñnales del año de 1929, todavía se celebraba el sacrificio


de la eucaristía en algunas casas particulares. Mi madre me llevaba a misa
a una de ellas cercana a la nuestra, en la colonia Roma, donde vivíamos.
Niño aún, encontrándome frente al altar, donde el sacerdote estaba cele-
brando, me decía para mis adentros: "¿Dónde se fabricarán estos señores?",

209
pues me pareció muy bella la casulla que portaba y la solemnidad del rito
en la lengua latina, que yo totalmente desconocía. El sacerdote no tenía
ningún acólito que lo ayudara. Se volvió hacia mí y me pidió que le acercara
las vinajeras. Yo lo hice con gusto. Al final de la misa me llamó y me pre-
guntó si me agradaría entrar al Seminario. Yo le contesté que lo iba a pensar.
Cuando salimos de la misa, mi madre me dijo: "¿De qué te estaba hablan-
do el padre Murillo?", pues así se apellidaba, y yo le contesté llanamente
lo acaecido, diciéndole: "Mamá, ¿tú que me aconsejarías?". Y ella me res-
pondió con firmeza: "Eso es algo que tú personalmente debes de resolver,
pero ten en cuenta que la vocación sacerdotal es muy difícil y compleja...
que Dios te ilumine".
Volvimos a misa el domingo siguiente y el sacerdote me dijo: "¿Qué has
pensado acerca de nuestra conversación?". Yo le respondí con sencillez:
"Deseo entrar al Seminario". Él me contestó: "no te preocupes, yo haré
todos los trámites para que esto sea posible".
En efecto, ingresé al Seminario Conciliar de México el 20 de enero de
1930, o sea, pocos meses después de los arreglos del 29.
Como pueden ver mis lectores, Dios se vale de medios muy sencillos
para llamarnos a la vida sacerdotal.

Actuación de don Luis María Martínez


c o m o Arzobispo Primado d e México

Finalmente, de acuerdo con lo prometido, quiero referirme al gran desem-


peño del señor Arzobispo de México, don Luis María Martínez, en su
prudente y valiosa actuación con las autoridades civiles de nuestro país,
en los diferentes niveles del poder, pero muy particularmente, con los
presidentes de la república.
Don Luis María fue promovido a la dignidad episcopal siendo rector del
Seminario de Morelia y consagrado el 30 de septiembre de 1923. El 10
de noviembre de 1934 fue nombrado arzobispo coadjutor de Morelia y,
finalmente, el 20 de febrero de 1937 fue designado arzobispo primado de
la arquidiócesis de México, y tomó posesión el 14 de abril del mismo año.

210
Cuando don Luis María comenzó su trabajo pastoral en la arquidióce-
sis, gobernaba a la nación don Lázaro Cárdenas, y la Iglesia Católica se
encontraba en una etapa de estabilización, ya que nuestras leyes, con
relación a la Iglesia, y la actuación de los políticos en esa época, todavía
eran bastante precarias. Sin embargo, repito, el señor Martínez se com-
portó, dentro de su estilo, alegre y sutil, a la altura de las circunstancias.
Los periodistas que con frecuencia trataban de entrevistarlo y pedirle sus
opiniones acerca de nuestro gobierno, después de sus entrevistas se reti-
raban sonrientes y contentos de las respuestas de don Luis María, sin
que en realidad les hubiera dicho algo importante al respecto, cosa que
no acontecía con otras dignidades eclesiásticas. El señor Martínez no tuvo
ninguna confrontación con el Estado y fueron mejorando suavemente las
relaciones con la Iglesia Católica. De hecho, siendo presidente don Manuel
Ávila Camacho, el señor arzobispo tuvo un trato cercano con él, y se cuen-
ta que en cierta ocasión pasó un fin de semana en su rancho; tal vez la
intención del jefe de Estado era que se conociesen las buenas relaciones
que existían con el arzobispo de nuestra arquidiócesis, el cual era consi-
derado por los gobernantes, jefe de la Iglesia en nuestra patria, aun
cuando no fuera así, puesto que cada obispo es autónomo en el gobierno
de su diócesis, dependiendo solamente del Santo Padre, y de acuerdo con
las directivas que de él dimanen.
Lázaro Cárdenas tuvo el tino de escoger como sucesor a don Manuel
Ávila Camacho, quien en su discurso el mismo día de la toma de pose-
sión, si mal no recuerdo, se declaró creyente, lo que entre nosotros equi-
valía a católico. Sin duda, la visión del general Cárdenas con relación a la
idiosincrasia del mexicano, era certera y reflejaba su sensibilidad políti-
ca, ya que, al escoger a don Manuel, hombre equilibrado y prudente, enten-
día que las relaciones con la Iglesia iban a mejorar notablemente, como
de hecho aconteció.
Recuerdo alguno de los múltiples razgos de don Luis María Martínez,
cuyas anécdotas son incontables, que en cierta ocasión mandó llamar a
uno de sus amigos, el sacerdote michoacano, que de Dios goce, don Anto-
nio Brambila, hombre muy inteligente, conferencista, articulista en aquella
época de nuestro diario El Universal y profesor del Seminario Conciliar

211
de México. El señor Martínez le dijo: "Oye Antonio, he leído en algunos de
tus artículos que estás entrando en temas escabrosos con relación a la
política educacional del Estado. Te suplico que no te metas a tratar de
dichos temas, ya que esto puede crear tensiones en las relaciones de la
Iglesia con el Estado. No te olvides que a mí me toca ordeñar la vaca".
Una expresión ranchera muy gráfica, pero que situaba al padre Brambila
en su lugar
Repito que acerca de monseñor Martínez se cuentan mil anécdotas,
muchas de ellas falsas; pero otras muy verdaderas. Lo cierto es que la
actuación de don Luis María agradó mucho a nuestros gobernantes y
facilitó de manera importante la relación Iglesia-Estado. Se cuenta que don
Miguel Alemán de alguna manera insinuó a la Santa Sede el que se le
concediera el cardenalato al arzobispo de México, ya que, hasta esas fechas,
México no había tenido ningún cardenal. Evidentemente que esa decisión
le habría encantado a los mexicanos; pero no aconteció así.
Tocó al señor Martínez proponerle al Presidente don Miguel Alemán,
tal vez por indicación del Santo Padre, el que nuestro Gobierno permitie-
ra que Roma enviara a México un delegado apostólico, puesto que, dadas
las circunstancias de nuestro país y después de haber sido expulsado por
el Presidente Álvaro Obregón el Nuncio monseñor Filippi, en el mes de
septiembre de 1923, de hecho no habíamos tenido en nuestra patria nin-
gún nuevo nuncio enviado por Roma.
Quiero añadir que casi no son dignos de mencionarse tres enviados
posteriores a Filippi, por la brevedad de tiempo que estuvieron entre noso-
tros. El primero de los tres se llamó Tito Crespi, el segundo Serafín Cimi-
no y el último, Jorge José Caruana. A Serafín Cimino, después de haber
estado unos cuantos días en nuestra ciudad y habiendo salido por enfer-
medad, el gobierno no lo dejó regresar. A Jorge José Caruana, lo expulsó
de la capital don Plutarco Elias Calles a los dos meses de haber llegado.
Teniendo en cuenta esta situación, la Sede Apostólica se había visto en
la necesidad de nombrar a alguno de nuestros obispos como encargado
de negocios, sin que ella, independientemente, como es su derecho nativo,
claro, con el reconocimiento de nuestro gobierno, para evitar dificulta-
des, nombrase delegado apostólico á alguno de sus diplomáticos. Don

212
Miguel Alemán, con cautela, y de acuerdo con su habilidad política, le
expresó al señor Martínez la idea de que el nuevo delegado apostólico
fuese mexicano, o que conociera muy bien a México.
El Papa Pío XII pensó en monseñor Guillermo Piani, religioso sale-
siano, quien, sin duda, aun cuando no era mexicano, conocía muy bien
a nuestro país. Don Guillermo fue transferido a México de las islas Filipi-
nas, en donde era delegado apostólico desde hacía ya muchos años.

Personalidad y breve historia


de monseñor Guillermo Piani

No deja de ser muy interesante la razón por la cual digo que el señor Piani
era en aquellos momentos la persona más adecuada. Hagamos un poco
de historia sin entrar en muchos detalles. El padre Piani, excelente sale-
siano, llegó a tierras mexicanas el 12 de marzo de 1912 para dedicarse
con profundo celo apostólico, empapado del espíritu de dün Bosco, a la
educación de la niñez y juventud mexicanas, especialmente de la de meno-
res recursos. El oficio al que le había destinado su congregación religiosa
era de una gran responsabilidad, ya que lo habían nombrado Inspector
de México y Centroamérica, este término propio de la congregación sale-
siana significa, para nosotros. Superior General de los salesianos en esta
región del mundo.
El padre Guillermo entendía que para la plena realización de su labor
pastoral, era necesario que fuese un hombre de relaciones, y pronto se
dedicó a establecer contactos con toda clase de personas, llegando hasta
el Presidente de la República. Por cierto que leyendo su biografía, me encon-
tré con una fotografía histórica, en la cual el padre Piani está sentado
junto al Presidente don Francisco I. Madero, en una visita que hizo éste al
Colegio de los Salesianos de Santa Julia, Distrito Federal, ambos se encuen-
tran rodeados de niños muy pobres.
A pesar de sus buenas relaciones humanas, al padre Piani le tocó sufrir
la durísima persecución del gobierno de Carranza, el cual encarceló y
expulsó del país a muchísimos sacerdotes, sacó de sus conventos a gran
número de religiosas y muchas iglesias fueron confiscadas y profanadas.

213
Don Guillermo fue arbitrariamente condenado al destierro junto con
un grupo de sacerdotes extranjeros, sin embargo, estando ya en Veracruz
para ser deportado, obtuvo un salvoconducto y logró regresar a Puebla para
reintegrarse a su misión pastoral.
Permaneció en México hasta finales del año de 1921, cuando la San-
ta Sede expresó su deseo de que fuese elevado a la dignidad episcopal. El
arzobispo de Puebla, que lo conocía bien, deseaba que nuestro ejemplar
sacerdote salesiano fuese su obispo auxiliar, y don Guillermo no quería
ni una ni otra cosa.
En efecto, el Papa Benedicto xy deseaba elevarlo a la dignidad epis-
copal, pero desafortunadamente dicho pontífice falleció el 22 de enero de
1922. El padre Piani creyó que ya se había librado del episcopado, y por
aquella época tuvo que viajar a Turín para participar en el Capítulo Gene-
ral de la congregación salesiana que se celebraría en el mes de abril, en
el cual tendría que ser nombrado el rector mayor, tercer sucesor de don Bosco.
El cardenal Aquiles Ratti fue elegido Pontífice Romano el 6 de febre-
ro del año de 1922, tomando posesión el día 12 del mismo mes, con el nom-
bre de Pío XI. Don Guillermo empleó la primera quincena del mes de marzo
para despedirse de sus hermanos de la inspectoría de México, visitando
las diversas casas salesianas de nuestra república. Se encontraba ya en La
Habana, a punto de partir para Italia, cuando recibió el telegrama del dele-
gado apostólico en México, monseñor Filippi, en el que la Santa Sede lo
hacía Arzobispo Titular de Drama y representante de Su Santidad en las
islas Filipinas. Él, con profundo espíritu religioso y con gran humildad,
interpretó la voluntad del Santo Padre como expresión de la voluntad de
Dios.
Todo lo que he narrado en pocas palabras nos confirma que Piani era
el hombre indicado para la Delegación Apostólica de México. Don Guiller-
mo permaneció entre nosotros, desde su nombramiento, en el año de 1949,
hasta su muerte, acaecida el 27 de septiembre de 1956, en la ciudad de
Cuernavaca, Morelos.
No es necesario decir que cuando, inteligentemente, don Manuel Ávila
Camacho pasó el relevo de la Presidencia al licenciado don Miguel Alemán
Valdés, dejando la silla presidencial los generales, e iniciándose la época

214
de "los civiles", las relaciones entre la Iglesia y el Estado siguieron mejo-
rando notablemente, dado que, como he dicho, Miguel Alemán tenía una
gran sensibilidad política y entendía muy bien que al país le convenía,
para poder progresar, vivir en forma pacífica con todos los sectores de
la patria.
Ya hice mención en éstos, mis recuerdos, de la asistencia de don
Miguel a la inauguración de lo que en su tiempo se llamó la Plaza de las
Américas, que no es otra cosa que el atrio de la Basílica. En dicha inau-
guración quedaron muy cercanos el arzobispo y el presidente, intercam-
biando palabras festivas y afectuosas.

M u e r t e de d o n Luis María Martínez

El señor Martínez murió siendo Presidente de la República don Adolfo


Ruiz Cortines, el 9 de febrero del año de 1956. Sin duda, don Luis María fue
un hombre muy estimado en México, no sólo por su bondad de corazón
y gran trato de gentes, sino muy particularmente por su profunda vida
interior, la cual se reflejaba en sus escritos de alta espiritualidad, en su
sentida oratoria sagrada y en su vida de oración. En las noches, después
de una fatigosa agenda cotidiana, y antes de retirarse a su habitación,
permanecía alrededor de una hora en su oratorio privado delante del San-
tísimo Sacramento. Algunas veces, como legítima distracción, después
de cenar y antes de su oración nocturna, jugaba con sus amigos una
partida de brídge.
Por cierto que un grupo de sacerdotes ex alumnos del Seminario Con-
ciliar de México ha estado trabajando seriamente por su beatificación y
ya han dado los pasos necesarios para que esta causa prospere en Roma.

D o n Miguel Darío Miranda y G ó m e z ,


s u c e s o r d e m o n s e ñ o r Martínez

Don Miguel Darío Miranda y Gómez sucedió al señor Martínez, como


arzobispo primado de México, el 28 de junio de 1956, o sea al poco tiem-
po de la muerte de don Luis María. El señor Miranda había sido Obispo de

215
Tulancingo desde el mes de diciembre de 1937 hasta finales de noviem-
bre de 1955. En los inicios de diciembre de este mismo año, fue nombrado
por el Papa arzobispo coadjutor sedi datus de la arquidiócesis de México.
Su Santidad, el Papa Paulo VI, lo elevó al rango cardenalicio en el Consis-
torio del 28 de abril de 1969.
El Cardenal Miranda fue un hombre de suma discreción, exquisita
urbanidad y de excelente preparación cultural. Dominaba varias lenguas
(el francés, el inglés, el italiano, el portugués, y en sus últimos años se
dedicó al estudio del alemán); visitaba con frecuencia los Estados Unidos de
América y diversos países europeos, siempre con la intención de enterar-
se a fondo de los trabajos de la Iglesia Católica en esos lugares del mundo
cristiano y pensando en la posibilidad de su aplicación en nuestra arqui-
diócesis de México, claro, teniendo en cuenta nuestras peculiaridades y
el desarrollo del país.
Desde que fui promovido a la dignidad de abad, por iniciativa del señor
Miranda, y a partir de entonces, dada mi preocupación porque se constru-
yese una nueva Basílica de Nuestra Señora, pero además, como referí en
páginas anteriores, con el deseo de que cada día mejoraran las relaciones
entre la Iglesia y el Estado, me fue de suma utilidad el que me empeñara en
un trato cercano con las diversas autoridades del país. Es obvio que esta
relación facilitó la construcción del nuevo Santuario de Guadalupe, reci-
biendo, de diversas maneras, la ayuda que podía proporcionarme el gobier-
no de la república. Con esta nueva actitud se lograban dos objetivos: por
un lado, se propiciaba un trato amistoso y cálido con las autoridades
civiles, y por otro, ellas nos ayudaban, con interés y generosidad, para
una transformación profunda en el entorno del Tepeyac y en el Santuario
mismo. Todo en beneficio de nuestra ciudad capital y de la devoción mul-
tisecular de nuestro pueblo a la Virgen María, bajo la advocación de Gua-
dalupe, o sea, que hablando en el léxico vulgar, "se mataban dos pájaros de
una misma pedrada".
Mis experiencias personales en este sentido fueron múltiples y algu-
nas de ellas de gran satisfacción, en mi calidad de sacerdote, fruto de un
criterio amplio y del conocimiento que nos da el trato frecuente con los
seres humanos.

216
En efecto, muchas veces la conversación derivaba en la doctrina y los
diversos puntos de vista de la Iglesia, referentes a las normas y al trato con
las autoridades civiles, sin que ello significara, de ninguna manera, una
intromisión indebida en el ser y quehacer del Estado, teniendo en cuen-
ta la autoridad que indiscutiblemente le corresponde en el gobierno de la
sociedad civil.
Sin embargo, es evidente la importancia que tiene en la vida pública
de una nación el que caminen armónicamente ambas legítimas institu-
ciones. Iglesia y Estado. En el caso de México, resultaba indispensable
promover la cercanía de ambos poderes, y cuando así lo requirieran las
circunstancias concretas, un diálogo directo, sin intermediarios.
Por todas estas reflexiones que acabo de esbozar, en algún momento
de éstos, mis recuerdos, manifesté que para mí, los 33 años de Abad de
la Basílica resultaron de una gran utilidad para mejor conocer y entender la
idiosincracia de nuestro pueblo y de los distintos sectores de la sociedad
mexicana.

¿Cuál es el papel del legado


pontificio en nuestra patria?

Creo que es el momento de recordar alguna de las múltiples entrevistas que


me hicieron los diversos medios de comunicación, precisamente para
que, entre otras cosas, expresara la posición de las distintas autoridades
jerárquicas del país, dentro de la Iglesia, comenzando por la presencia
del nuncio apostólico en nuestra patria, quien, sin duda, es el representan-
te de la Santa Sede ante la Iglesia Católica del territorio mexicano y en su
representación le corresponde realizar diversos oficios, cuya función prin-
cipal, expresada claramente en el Código del Derecho Canónico, consiste
en: "procurar que sean cada vez más firmes y eficaces los vínculos de
unidad que existen entre la Sede Apostólica y las Iglesias particulares".^^
Enseguida, el canon citado hace una enumeración precisa, en ocho pará-
grafos, de aquello que le compete al legado pontificio dentro de su cir-
cunscripción.
15
Cfr Código de Derecho Canónico, canon 364.

217
Como puede apreciarse, el trabajo más importante del nuncio es estric-
tamente pastoral, puesto que entra en contacto inmediato con la Iglesia
mexicana o, para hablar con más propiedad, con la Iglesia de Dios en Méxi-
co, como representante del Santo Padre, el cual, de acuerdo con su oficio
de Pastor Universal, debe, por voluntad de Cristo, estar preocupado por
el bien espiritual de todos los hombres del mundo que viven su cristianis-
mo dentro de las Iglesias locales.
El oficio de los nuncios o legados apostólicos, el Papa Paulo VI lo defi-
nió en un motuproprio del 24 de junio de 1969, cuyas palabras comienzan
con un versículo de San Pablo en la Segunda Carta a los corintios: sollici-
tudo omnium ecclesiarum (la preocupación por todas las Iglesias). Dicho
motu proprio adquirió mayor precisión en el Código del Derecho Canóni-
co, al enumerar las diversas responsabilidades de los nuncios en el canon
antes citado.
Anotemos algunas de ellas: lo. Debe informar a la Sede Apostólica
acerca de las condiciones en que se encuentra la Iglesia de dicho País y
todo aquello que afecte tanto a la vida misma de la Iglesia, como al bien
de las almas. 2o. Prestar ayuda y consejo a los señores obispos del lugar,
cuando esto sea necesario, y por supuesto, como es obvio, sin menoscabo
del ejercicio de su legítima postestad, ya que ellos son los responsables
directos del gobierno de las almas en sus respectivas diócesis. 3o. Como
es natural, debe mantener relaciones frecuentes con la Conferencia Epis-
copal, prestándole todo tipo de colaboración.
Me alargaría demasiado si quisiera exponer exhaustivamente en este
lugar los otros oficios que le atañen, pero quiero añadir algo que es
importante en las relaciones de la Iglesia con las otras religiones, y cito
textualmente lo que dice el mismo canon en el número 6: "Colaborar con
los Obispos a fin de que se fomenten las oportunas relaciones entre la
Iglesia Católica y otras Iglesias, o comunidades eclesiales, e incluso reli-
giones no cristianas".
Por otro lado, la Santa Sede generalmente envía, a través de la nun-
ciatura apostólica, todo lo que ella notifica o dispone, ya sea con relación
a la Iglesia Universal, o concretamente con la Iglesia del país en el cual
el nuncio ejerce sus funciones.

218
Puesto que el nuncio apostólico, como diré un poco más adelante, gene-
ralmente es también embajador de la Sede Apostólica ante el gobierno
del Estado, le corresponde, en unión con los obispos, "defender junta-
mente con ellos ante las autoridades estatales, todo lo que pertenece a
la misión de la Iglesia y de la Sede Apostólica".16
Desde luego, al llegar a este punto, sin duda delicado, ya que de nin-
guna manera se trata de inmiscuirse en lo que le corresponda a la auto-
ridad civil, toca a la Iglesia actuar con sabiduría y suma prudencia.
Los nuncios apostólicos de los diversos países, normalmente, como
apunté, ejercen también el oficio de embajadores ante los Estados, según
las normas del derecho internacional; pero además, entre otras cosas, les
compete el oficio de promover y fomentar las relaciones entre la sede apos-
tólica y las autoridades del Estado.
Es, por lo tanto, importante insistir, y así lo señala el derecho canóni-
co, que los señores nuncios estén en contacto permanente con los obispos
del país en el cual ejercen sus funciones, ya que ellos conocen, sin duda,
más a fondo las características peculiares de su propia nación, de tal mane-
ra, que le será muy útil al nuncio pedir el parecer y consejo de los obispos
del lugar, e informarles sobre la marcha de sus gestiones ante el gobier-
no del estado.

Mi c o n t a c t o con los diversos


m e d i o s de comunicación

No deja de ser interesante y provechoso para el público en general, el que


me permitiera expresar con claridad y en forma muy concreta, la parte subs-
tancial de mis respuestas a los medios de comunicación, y aquí me viene a
la memoria, y perdón por elegir entre las múltiples entrevistas, la que le
concedí a la revista Siempre! a finales del mes de junio del año de 1994, ya
que dicha entrevista fue muy amplia, y el entrevistador tuvo la opor-
tunidad de escuchar las respuestas, que con gran sencillez le di, a fin de
que los lectores de dicha revista pudieran leer con interés y provecho mi
16
Cfr. Código de Derecho Canónico, parágrafo 7o.

219
modesta opinión, no sólo de la difícil situación que vivía el país después
del asesinato de Luis Donaldo Colosio, el cual, sin duda, y de hecho, iba
a ser la persona que sucediera al licenciado Carlos Salinas de Gortari, en la
Presidencia de la República; pero además, de acuerdo con las preguntas
del entrevistador, le hablé, entre otras cosas, del significado de la presen-
cia del nuncio en nuestra patria, de la autoridad de los obispos en gene-
ral, del valor de las declaraciones de la Conferencia del Episcopado Mexi-
cano, de la mejoría de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, hablando
de la reforma del artículo 130 y congratulándome de que dicha reforma
se hubiera realizado, ya que significaba un cambio del estatus jurídico
de las "Iglesias" dentro de nuestra Constitución; sin embargo, para noso-
tros los católicos, ese cambio no era tan profundo como lo deseábamos,
faltando algunos detalles importantes que poco a poco, y a través de un
diálogo maduro y constructivo, irían mejorando; además, me refería a la
actitud que debería de tomar el pueblo de México en esa hora difícil de
incertidumbre, ante el duro acontecimiento de la muerte de Luis Donaldo,
a la que, según recuerdo, los medios calificaron de "magnicidio", aunque
en realidad no mereciera este calificativo, puesto que todavía no llegaba
a la Presidencia de la República, y de acuerdo con las normas constitucio-
nales, todavía no era el Presidente electo. Tal vez podría decirse que fue
un magnicidio en potencia, pero no en acto.
Por cierto que la revista resaltó con grandes letras y entre comillas,
una de mis expresiones, al hablar del comportamiento que debía asumir
nuestra población en esos momentos: "Esta es la hora de la sensatez".
Desde luego, expliqué en mis razonamientos lo que dicha frase implica-
ba. Cuando estoy escribiendo estas notas de mis recuerdos, y refiriéndome
a dicho artículo, lo busqué entre todas mis revistas del pasado y afortuna-
damente lo encontré. Lo he releído y he podido observar que aun cuando
el autor de la entrevista, Antonio Cerdá Ardura, había cuidado con gran
fidelidad lo dicho por mí, sin embargo, en la redacción existían algunas
fallas, tal vez en parte atribuibles al redactor, a la imprenta, y posiblemen-
te, también al entrevistado. De todas formas, la entrevista resultó muy
interesante en aquellos momentos.

220
Texto íntegro de la entrevista con Siempre!

Una vez más, dada la utilidad para el público que esté leyendo estas notas,
no resisto a la tentación de transcribir al pie de la letra el artículo, tal
como salió, en ese número de la revista antes citada, naturalmente en el
formato que exige el libro de mis recuerdos.
Los títulos que anteceden a las preguntas y respuestas del artículo,
no son míos, sino de la redacción. Insisto en que todo esto lo declaré en
el mes de junio de 1994.

ESTA ES LA HORA DE LA SENSATEZ


Guillermo Schulenburg, abad de la Basílica de Guadalupe
¿Qué ha pasado con la Iglesia católica mexicana desde que se le dio reconoci-
mientójurídico?
¿Le asiste o no la razón para participar en política? ¿El nuncio apostólico es la
máxima autoridad eclesiástica? ¿Cuál será el papel del clero en las eleccio-
nes? ¿Tiene la Iglesia un candidato? ¿Está metida la Iglesia en el asunto de
Chiapas? ¿Cuál es su posición respecto a los asesinatos del cardenal Posa-
das y del ex candidato del PRI a la Presidencia, Luis Donaldo Colosio?
Estas y otras preguntas las contesta a Siempre! Guillermo Schulenburg, abad
de la Basílica de Guadalupe, el santuario más importante de Latinoamérica,
quien de paso dice que en estos momentos de crisis política, de violencia y
ante las elecciones, los mexicanos debemos preservar la sensatez.

CADA CUAL SU PARTE

-¿A partir del reconocimiento jurídico que otorgó el gobierno a las iglesias,
¿cómo han sido las relaciones con el Estado?
-El reconocimiento a la personalidad moral de la Iglesia era muy importante
para la vida jurídico-institucional del país. Estas relaciones Iglesia-Estado no
debían ser sólo de hecho sino también de derecho, así como la Iglesia reco-
noce plenamente al Estado.
El reconocimiento y la modificación al artículo 130 constitucional fueron
importantes, entre otras cosas, para que la imagen de México mejorara no
sólo dentro del país sino en el exterior, puesto que hay más de 120 o 130
naciones que reconocen la personalidad moral y jurídica de la Iglesia. Méxi-
co había ido progresando en el sentido en que se habían limado muchas
asperezas y situaciones históricas del pasado, en las cuales, sin duda, tam-

221
bien había culpabilidad por parte de la Iglesia. Esta es una nueva situación a
la que todos debemos acostumbrarnos y en la que debemos progresar por-
que no todo está hecho. En esta etapa las cosas han marchado bien desde
el punto de vista institucional y jerárquico. Cuando se han dado pequeñas
o grandes diferencias, han sido de personas concretas o de puntos muy espe-
cíficos. Pero, en honor a la verdad, cada quien ha puesto su parte. El Estado
ha puesto su parte y la Iglesia, llamémosla oficial, jerárquica, ha puesto la
suya, siempre con la idea de un mejoramiento de relaciones, de una mayor
armonía y de que cada quien se conserve dentro de los límites que le corres-
ponde: que la Iglesia no se exceda en el sentido de que pretenda entrar en
las cuestiones políticas temporales, y que el Estado, reconociendo el ámbito
de la Iglesia, acepte de buena gana lo que a la Iglesia le corresponde. La Iglesia
quiere y tiene el más firme propósito de no meterse en la política en el sen-
tido técnico de la palabra, y en la política partidista, etcétera, porque sabe
muy bien cuál es su línea. No siento que se hayan dado situaciones desfa-
vorables o dignas de rectificación ulterior.

Sin embargo, algunos sectores opinan que se han dado ciertos excesos por
parte de la Iglesia, particularmente en la posición del nuncio apostólico.
¿Por qué esta situación?
-Determinadas actitudes de un miembro de la Iglesia pueden ser menos o
más prudentes, pero eso ya es una cuestión prudencial o de exceso en las
palabras por la forma en que se dicen. Por lo que se refiere a nuestra Iglesia,
la Iglesia de México, ¿cuál puede o debe ser su participación?
Su participación es sólo de índole general-doctrinal. No es una participación en
la que necesariamente censure determinada actitud gubernamental en un
problema concreto. La Iglesia tiene una misión fundamentalmente educadora,
pastoral, y es su obligación señalar, dentro de la sociedad, aquellas cosas
que no estén de acuerdo con la ética, la moral y la observancia del derecho. En
esto es claro que algunos sectores de la sociedad pueden verse afectados, ya sea
gubernamentales, empresariales o políticos. Pero eso no significa que la Iglesia
pretenda, quiera o deba meterse directamente en la política del país o de un
partido. Un señalamiento general, sí. Por ejemplo: La Iglesia está contra el
aborto porque tiene que defender un derecho fundamental que es el derecho a
la vida. La vida, desde su comienzo hasta su término, es una función divina,
depende de Dios. Los hombres no podemos manejar la vida como queramos,
tenemos que respetarla. Si un código civil legaliza el aborto, evidentemente
estamos en contra de esa legalización y no la aceptamos. Tenemos que predicar

222
nuestra doctrina. La Iglesia se debe meter en las cosas que están afectando el
derecho natural, que no debe ser violado por la autoridad civil. Sobre las leyes
positivas están las leyes fundamentales del derecho natural y no pueden set
violadas. En ese sentido sí puede haber discrepancias importantes.
Otro ejemplo: el divorcio. La Iglesia sostiene la firmeza de la vida conyugal.
El matrimonio para nosotros es un vínculo indisoluble y único, y tenemos que
predicar la indisolubilidad y la unicidad del vínculo conyugal. En las leyes
civiles está aceptado el divorcio por equis causa. Eso no significa que noso-
tros lo apliquemos en nuestra doctrina. En estas cosas concretas claro que
hay divergencias, pero ni son contra las personas ni contra el país ni contra
las instituciones. Todo esto es respetable y respetado. Ahí es donde puede
haber ciertas sutilezas y esfumaturas. Eso pasa aquí y en todos los países
del mundo.

-Usted habla de la Iglesia mexicanay de la Iglesia en el mundo. La sociedad


ha visto un choque entre las jerarquías de ambas. ¿Hay divisiones?
-Aquí hay que tener muy claro un punto de vista doctrinal: nosotros -México,
los católicos, la jerarquía- somos mexicanos y defendemos nuestra nacio-
nalidad y patriotismo, pero esas convicciones nunca pueden estar en choque
con nuestra doctrina. La jerarquía mexicana siendo o profesando la fe cató-
lica, que es universal, tiene que defender de una manera normal su propio
patriotismo y su propio nacionalismo, que no pueden estar ni deben estar
en pugna con la Iglesia institucional universal. Podrá haber diferencias de
puntos de vista entre un nuncio equis de cualquier país -no me refiero al nun-
cio de aquí concretamente-y lo que sostiene la Conferencia Episcopal propia
de ese lugar, pero son puntos de vista concretos. Nosotros, sin atacar a la
Iglesia como tal, tenemos que defender muchas veces situaciones locales que no
pueden estar en pugna con los principios de la Iglesia universal. Somos muy
mexicanos, queremos serlo; somos muy patriotas, queremos serlo; pero esto
nunca puede ser un obstáculo en nuestra profesión de fe, nuestra doctrina. En
problemas concretos, prácticos, un nuncio en los Estados Unidos o en Brasil o
en Argentina o en Alemania o en México podría entender de diferente manera
una situación, y eso no significa que no pueda haber una posición propia de
la Iglesia local, que nunca puede estar contra una doctrina en general. Si se
tratara de eso, a Roma es a la que toca dilucidar esas diferencias. Roma es
la que tiene que decir si se le da la razón a la jerarquía de un lugar o a su
representante. Esas son cosas humanas que siempre se presentarán.

223
EL NUNCIO NO TIENE AUTORIDAD JURISDICCIONAL EN MÉXICO
(Repito, los subtítulos son responsabilidad de la revista.)

-Parece que el representante actual de Roma en México ha ocasionado algunas


tormentas. Hay quien lo acusa de adoptar la posición de jefe de la Iglesia
mexicana. ¿Cuáles son sus límites?
-El nuncio apostólico en México no tiene una autoridad jurisdiccional en nin-
guna de las diócesis del país ni sobre el conjunto de las que existen en la
nación. Cada obispo -dependientes todos del Romano Pontífice- es el que tiene
jurisdicción en su propia iglesia local y es la cabeza de esa comunidad cris-
tiana. Él Nuncio no está por encima de un obispo o de un arzobispo. Él
representa a la Iglesia y al Pastor de la Iglesia Universal y transmite los mensajes
que éste le quiera comunicar a la Iglesia en México, pero él no manda. El que
manda es el Santo Padre. El Nuncio es un representante que transmite lo
que viene de Roma y él manda a Roma lo que él observa en México, pero
nada más. Esas cosas hay que tenerlas claras, sin que sean ofensa para el
Nuncio o para la Iglesia local: el arzobispo de México es el arzobispo de la
arquidiócesis de México y no puede mandar en la diócesis de Cuemavaca o en
la de San Luis Potosí o en la de Monterrey. Así tampoco el nuncio apostólico
puede mandar en ninguna de las iglesias locales, ni en la de México, ni en la de
Chiapas. La autoridad civil es diferente: el señor presidente es el presidente
de toda la nación.

-¿La Iglesia busca más cambios constitucionales?


-Hay una serie de cosas en las que la reforma tiene que llevarse a plenitud. El mero
hecho del reconocimiento de la Iglesia por el Estado y la reglamentación del
artículo 130 no significa que todas las relaciones Iglesia-Estado sean perfectas.
Todavía hay cosas que tienen que ser modificadas para el pleno reconocimien-
to de la libertad propia de la Iglesia en ejercicio de sus funciones pastorales.

-¿Como qué, por ejemplo?


-En la parte educacional, en el derecho de enseñanza, hay una serie de puntos
concretos que todavía hay que afinar. Nosotros no pretendemos decir que la edu-
cación que imparte el Estado no sea laica. La educación que imparte el
Estado tiene que ser laica y no puede ser confesional, pero no significa que la
Iglesia no pueda tener una escuela y que en esa escuela no se pueda enseñar la
doctrina cristiana. ¿Por qué? Eso depende de la voluntad de los padres y de los
hijos: los papás quieren que sus hijos tengan tal tipo de educación, y tienen
derecho.

224
-Parece que en el país los únicos sectores que han mantenido el aplomo ante la
evidente crisis política son la Iglesia y él Ejército. ¿Cómo ve la Iglesia esta situa-
ción?
-Nosotros, siendo mexicanos, teniendo un punto de observación muy amplia y
debiendo ser sensatos y prudentes, observamos una serie de desajustes en
nuestra vida política nacional y una crisis en determinados aspectos del
sistema que hasta ahora ha estado en el poder. Sentimos que hay inquietu-
des en todos los campos, en todos los ámbitos y a todos los niveles de la
sociedad; hay un movimiento -aunque no lo podamos definir muy concre-
tamente-, aquí y allá y acullá, en el cual la gente está deseando un cambio.
Esa es una observación sociológica. La Iglesia no se mete ni se quiere meter
a participar en forma directa o indirecta en el sistema político mexicano,
pero en su alto punto de observación tiene que decir qué cambios fundamen-
tales son necesarios. Estos se deben hacer a través del civismo, de la edu-
cación política y de una mayor participación de todo nuestro país. Al final
de cuentas, los responsables de la vida política de nuestra nación somos
todos, no nada más el padrecito. Si queremos cambios hay que propiciarlos,
pero éstos tienen que ser sin violencia, con un sentido cívico grande y con
un reconocimiento de nuestros deberes y derechos ciudadanos. ¿Hay proble-
mas en el país? Claro que los hay. ¿Es un final de sexenio bastante difícil?
Claro que lo es, de eso todos somos testigos. ¿Se requiere que México dé
pasos firmes e importantes en lo más fundamental de la democracia? Claro
que tiene que ser así. ¿Cuáles son los pasos? ¿Cómo se deben dar? ¿Cuál debe
ser nuestro objetivo? La Iglesia trata de mantenerse en un gran equilibrio y
en una observación tranquila para poder darle a los cristianos los consejos
que se les deben dar en el uso de los derechos y de los deberes ciudadanos de
cada hombre, de acuerdo con su origen y con su concepción del Estado y de los
problemas. Hay que educar cívicamente. ¿Qué se observa? Que ya hay una
mayor participación e interés en la gente a la que antes no le interesaba la
política. Ahora están preocupados a todos los niveles: mi sirvienta, mi cho-
fer, el barrendero. Hay un despertar que en principio es bueno. Pero calma:
tenemos experiencias históricas muy fuertes, duras e importantes. En este
momento del país tiene que prevalecer la sensatez. No podemos volvemos
insensatos por querer obtener cosas a rajatabla y de momento. Hay que obte-
nerias y luchar, pero cómo se debe luchar. Deseamos que en las próximas
elecciones de agosto realmente se respete el voto y que pueda observarse
con clarividencia. Deseamos que se pueda ver que efectivamente se respetó
y que fue auténtica esa claridad. Cada quien es libre de votar por el candida-

225
to que crea que va a hacer un mayor bien al país. Dentro de esa libertad,
deben evitarse las luchas del pasado, que se mate la gente, que se arrebaten
las casillas, todas esas cosas. Ya debemos transitar por un camino más
civilizado. Ojalá que la tecnología con la que se manejan los votos sea tan
actual que pueda ser eficiente y controlable y que nos permita saber de qué
se ha tratado para no echar culpas que no existan; para no decir que come-
tieron fraude. Ya el hecho mismo de que haya habido debates está diciendo
que vamos caminando hacia donde debemos.

EL DERECHO DE VOTAR

-¿Cuál será el papel de la Iglesia en las elecciones?


-Cada ciudadano eclesiástico o no eclesiástico, religioso o no religioso, tiene
obligación y derecho de votar. El papel de la Iglesia será el de observador y
moderador. ¿Cuál es el papel de la Iglesia en el pulpito? Cuando lleguen las
elecciones, en la misa tendré que decir: No se olviden que es el día en que
cada quien tiene que acercarse a una de las casillas a emitir su voto per-
sonal. Ese voto es privado, es secreto; no tienen por qué comunicarme por
quién votan y para qué votan; traten de cumplir con esta obligación cívica que
también es una obligación moral. Punto. No me toca más. Cada quien tiene
que actuar de acuerdo con su conciencia personal. No podremos decir:
"Cometes esta calidad de pecado si votas o no votas". Eso ya es una cuestión
de formación de conciencia. "Tienes una obligación, un deber y un derecho;
úsalos bien, úsalos como debe ser". Esa es la participación de la Iglesia.

-¿Cuál es la posición de la Iglesia respecto a los candidatos? ¿Tiene alguno?


-La Iglesia como tal no tiene ninguno. Cada uno de los eclesiásticos, en
particular, tiene al que quiera. Sería absurdo pensar que porque este candidato
es católico y religioso va a obtener mi voto. No. Si esa persona me parece la
más conveniente para dirigir al país, voto por ella. Si me parece que no es
conveniente por equis razones, no voto por ella. Tiene que haber una libertad
completa. La Iglesia no tiene su candidato, las personas son las que tienen sus
candidatos y nuestros deseos son que se respeten los derechos de todos y los
de la Iglesia. No necesariamente para nosotros el mejor candidato es el que
profese la fe católica.

LA VIOLENCIA

-¿Qué opina la Iglesia de la violencia que se está viviendo?


-Esta situación se está dando en casi todos los países, es una situación mun-
dial, aunque no justifica lo que nos pasa internamente. En México hay, efec-

226
tivamente, mayores inquietudes, una situación de mayor violencia en la cual
hay influencias de distinta índole: narcotráfico, rivalidad entre ciertos secto-
res de la sociedad, indisciplina en el ejercicio de la autoridad, no reconocimien-
to a los derechos, etcétera. Sentimos que la autoridad se debe ejercer con más
honestidad, más disciplina y con más atención a los problemas concretos que
padece la sociedad para que ésta se sienta segura y tranquila. En esto influye
la corrupción, la falta de honestidad que se da en todos los niveles; es una
cuestión de orden general.

-¿Hay una crisis de valores morales?


-Como que los puntos esenciales de la vida, moral, ética, se están perdiendo
mucho. Se está perdiendo la conciencia del bien y del mal. Y no es que sea-
mos muy buenos o muy malos. Lo que pasa es que tenemos que ser conscien-
tes de que lo que hacemos está bien o está mal. Verbigracia en materia de sexo.
Todo se vale y no hay una norma que diga que algo está mal, se pierde la
conciencia moral y hay libertínaje; se pierde el bien vivir. Desgraciadamente
nuestro pequeño mundo moderno ha dejado de tener fe en sus valores tradi-
cionales y eso hay que recuperarlo. Podemos adelantar mucho y llegar a los
más altos grados de modernidad en todos los aspectos de la vida humana,
pero hay principios que son eternos, que no cambian con los tiempos; eso
es lo que hay que sostener. Nuestro país, nuestro pueblo, era un lugar de
ciertas tradiciones de moderación y eso se ha perdido bastante.

-¿La Iglesia tiene cierta culpa por estarse dedicando a otras cosas? ¿Por eso
es el avance de las llamadas sectas?
-La Iglesia está dentro de lo que debe ser y cómo debe ser, sin negar que
pueda haber deficiencia en las personas. Lo que pasa es que, entre otras
cosas, nuestra población ha aumentado mucho y el número de sacerdotes no
es el que hace falta. Hay una cierta imposibilidad material, humana y moral
para poder atender a todas las comunidades. La llamada de atención a noso-
tros mismos es a redoblar nuestros esfuerzos en el trabajo pastoral. De esta
debilidad se aprovechan los falsos profetas y los falsos predicadores de feli-
cidad, de bienestar y de vida eterna, y ahí es donde debe estar nuestra defen-
sa. No estamos contra nadie, no somos exclusivistas desde el punto de vista
doctrinal, pero tenemos una tradición y una fuerza moral que hay que con-
servar sin ofender la fe de los demás. A la gente debemos decirle que a estas
alturas de la vida no tiene que ir a beber en aguas turbias cuando hay aguas lim-
pias. Muchas de las sectas son antipatrióticas y van en contra de nuestras
mejores tradiciones y de nuestro nacionalismo. Todo ese complejo de cau-

227
sas está influyendo en las cosas que tenemos. De todas formas, debemos ver
con serenidad, con optimismo y con sensatez, esta etapa de nuestra vida
nacional.

-Algunas personas sospechan que en el asunto de Chiapas tiene que ver


mucho la Iglesia...
-Sin conocer yo totalmente a fondo la situación de la diócesis de San Cristó-
bal, siento que Samuel Ruiz está cumpliendo en sus labores pastorales. Él
ha defendido desde hace mucho tiempo a las etnias en un sentido pastoral y
de reivindicación de sus derechos. Si alguien ha participado más en aspec-
tos de la vida política de esa área, de esa sociedad, de ese grupo, de ese
estado, el único que podría ser, sería el mismo don Samuel, pero eso no
significa que la Iglesia como tal participe. ¿Hasta dónde don Samuel se
ha salido o no de su papel como obispo de su diócesis? Yo en lo personal no
lo podría señalar porque tendría que estar muy adentrado en las actividades
de esa diócesis. ¿Hasta dónde se ha o no excedido en su misión y se ha
metido en la política? Yo no podría dar un juicio, porque sería superficial. A
otros niveles tienen noticias más importantes, por lo que él habla y dice,
pero parece que él está muy identificado con las necesidades de todos los
indígenas de esa región. ¿Cómo se ha excedido o ha tenido faltas prudencia-
les? Eso ya es un juicio complexivo y tendría yo que estar muy cerca de él
para juzgarlo.

-¿Usted qué le diría a Marcos? ¿La guerra es el camino?


-La guerra no puede ser el camino. A través de las armas y de la violencia no
se va a alcanzar lo que le hace falta al país. Eso no puede ser porque nunca
ha habido resultados. Hay quienes, dentro de su vida cristiana, católica, reli-
giosa, dicen que hay momentos tan graves que no queda más remedio que
la violencia. Yo siento que entre más graves sean los momentos, más impor-
tante es la moderación. Este tipo de luchas, a través de las armas, tal vez
en el pasado tuvieron algún sentido. Si no hubiera habido la guerra de
Independencia, nuestro país no sería independiente. Uno tiene que justificar
la guerra de la Independencia. Pero de ahí a que nosotros en el México actual
pudiéramos predicar la guerra, estaríamos totalmente fuera de órbita. Ni
van a lograr lo que quisieran a través de las armas, ni es el camino. Hay
luchas muy importantes que se han ganado sin la violencia. Tenemos el
ejemplo en la India de Mahatma Gandhi, que toda la vida luchó por los
medios pacíficos aun padeciendo la violencia en su propia carne. El camino
para mejorar la situación del país, no sólo en Chiapas sino a lo largo y a lo

228
ancho de la patria, no es ese; no son las armas, no es el ejército, no es
la lucha armada.
EL DESEO DE CREER

-¿Qué tendría que plantear la Iglesia sobre los casos Posadas y Colosio?
-No hay claridad en todo esto. Es muy difícil llegar a un conocimiento real,
objetivo de las causas de estos acontecimientos tan duros, tan difíciles. Los
asesinos materiales no necesariamente son los asesinos formales o intelec-
tuales. No podemos descartar que en eso haya otro tipo de implicaciones a
otros niveles. Hay una investigación y queremos creer en la autenticidad y en
el deseo de las autoridades para llegar a una verdadera claridad. Es un recla-
mo que está haciendo las ciudadanía. Los tapatíos están muy interesados en
que se resuelva el caso Posadas. Todos los simpatizadores de don Luis
Donaldo Colosio y los no simpatizadores quisiéramos saber qué es lo que
pasó ahí. El hecho de que nos hayan dicho que el señor Aburto actuó por
su propia cuenta y solitario no parece todavía satisfacer a la población. Sin
inculpar a los que no tienen culpa, se debe llegar a una situación muy objetiva
de las causas y de los orígenes de estos crímenes. Las autoridades responsa-
bles, así lo creemos, están trabajando con todas las ganas. Estamos en
espera de las conclusiones, pero no podemos tampoco censurar a las autori-
dades diciendo que no se han empeñado en ello. No podemos poner un
término para llegar a la solución.

Después de haber dicho algunas palabras acerca de mi contacto con


los medios de comunicación, y en este punto quiero advertir que eran
ellos los que constantemente me buscaban y no yo a ellos, puesto que
tenía en mi mente, con absoluta claridad, cuál era mi papel como abad
de la Basílica de Guadalupe ante la radio, la prensa y la televisión.

229
230
Capítulo XVII
A l g u n a s precisiones acerca
de la erección de la Colegiata de
G u a d a l u p e y de su g r a n i m p o r t a n c i a en
la vida política y religiosa del país

La Basílica, desde la erección de la Colegiata, ha estado dentro de la juris-


dicción de la arquidiócesis de México, aun cuando, desde su misma erec-
ción, existió una ludia a este respecto, ya que la petición del Rey al Santo
Padre fue el que dicha Colegiata con su abad, estuviera exenta de la jurisdic-
ción del Ordinario del lugar, o sea del arzobispo de México y así se reconocía
en las bulas pontificias, particularmente en la bula Romanus Pontifex de
Benedicto XIV, publicada el 26 de enero de 1750, A la exención se opuso
sistemáticamente el entonces Arzobispo de México, Manuel Rubio y Salinas.
Afirma el autor del artículo acerca de la Colegiata, que aparece en el
DiccionarioPorrúa,17 que por órdenes de Su Majestad, proveyendo a los diver-
sos cargos y nombrando al doctor Juan de Alarcón y Ocaña Abad de la
Colegiata, se erigió en Madrid el 31 de diciembre de 1748. A la sazón se
encontraba allá mismo el nuevo arzobispo de México, que había sido pre-
sentado en 1747, y preconizado en el consistorio del 3 de febrero de 1748,
don Manuel Rubio y Salinas.
Nos dice, además, que él mismo en Madrid, por supuesto, como dije, por
órdenes del rey hizo la erección de la Colegiata el 31 de diciembre de 1748.
Posteriormente, habiendo llegado a México el nuevo Arzobispo Rubio
y Salinas, consagrado en la ciudad de Puebla el 24 de agosto de 1749, volvió
a erigir la Colegiata en la ciudad de México, subsanando adcautelam algu-
nos defectos canónicos, en el año de 1751.
17
Historia, Biografía y Geografía de México, tomo u, p. 1565, 6a. edición.

231
Como vemos, después de todos estos conflictos y a pesar de defender
con todas sus fuerzas la exención, don Juan de Alarcón y Ocaña aceptó
en esta segunda erección, ser el primer abad de la tan discutida Insigne
Colegiata de Guadalupe.
Alguna palabra diremos de este primer abad. Nació en la ciudad de
La Habana, aun cuando, según algún otro dato que no recuerdo dónde leí,
nos dice que fue originario de Veracruz. Vino a México porque su padre
tenía la encomienda de Ixmiquilpan. Ya sacerdote, fue a España, doctorán-
dose en leyes en la Universidad de Ávila, y mucho se preocupó para la
erección del Cabildo de Guadalupe. En Madrid fue consultor de la nun-
ciatura. Regresando a México tuvo una larga contienda con el Arzobispo
Rubio y Salinas, ya que siguió luchando denodadamente por la exención.
El rey no insistió más ante el Papa en dicha exención después de la elec-
ción y aceptación de Alarcón y Ocaña como el primer abad.
Según la leyenda, al que se había escogido en Madrid para primer abad
de Guadalupe no quiso aceptar dicho cargo porque al preguntar si la
Colegiata sería exenta o no de la autoridad del Ordinario del lugar, se le con-
testó que muy probablemente no habría tal exención, y él, sin titubear,
contestó: "así no quiero ser el primer Abad". Repito, de esto no hay cons-
tancia histórica, ya que Juan de Alarcón y Ocaña aceptó, como decía, ser el
primer Abad de nuestra "Real e Insigne Colegiata", cuando Rubio y Salinas
realizó en México una nueva erección de la misma, en el año de 1751.
La historia de la fundación de la Colegiata de Guadalupe es tan com-
plicada y atrayente, entre otras cosas, por las diversas bulas que salieron
al respecto y la lucha que sostuvieron para lograr su exención, tanto los
reyes Felipe V y Femando VI, como el primer abad, don Juan de Alarcón y
Ocaña, que sería tema más que suficiente y, sin duda, muy atractivo para
una tesis doctoral histórico-canónica, en la cual podría interesarse, por ejem-
plo, alguno de los sacerdotes estudiosos mexicanos, que allá en Roma
buscara un tema apasionante para todos los que hemos estado preocupados
por la vida y actividad espiritual de nuestro Santuario Nacional.
Esta aparente y larga digresión apartándome del tema central del cual
estoy hablando, o sea, de mis diversos contactos con los funcionarios pú-
blicos, fomentando con ello las relaciones de la Iglesia con el Estado, sim-

232
plemente nos muestra qué lugar ocupa en la mente y en el corazón de los
mexicanos nuestro Santuario Nacional, y de ahí la cercanía que debe pro-
curar el abad con todos los sectores de la patria, aun cuando, como lo he
dicho una y otra vez, la Basílica dependa de Jure y defacto del arzobispa-
do de nuestra ciudad.
He comentado, además, en éstas, mis memorias, que a petición del Emi-
nentísimo señor cardenal arzobispo primado de México, a través de la Congre-
gación del Clero en Roma, el Santo Padre ha cambiado la estructura jurí-
dico-canónica de nuestro Santuario, mediante un Breve Pontificio, firmado
por él mismo, y han sido removidos algunos de los privilegios que por esta-
tutos y legítimas costumbres, gozaba nuestro Cabildo Colegial.

233
234
Capítulo XVIII
Mi contacto cercano con l a s m á s a l t a s
a u t o r i d a d e s civiles y religiosas

El Pasado histórico de la Colegiata y su presencia indiscutible en el deve-


nir de nuestra Nación, explica el porqué de mi contacto cercano con las auto-
ridades civiles a todos los niveles. Desde luego, como es obvio, no sólo
respeté siempre el papel que desempeñan el arzobispo de México, todos
los obispos en sus respectivas diócesis y la Conferencia del Episcopado Mexi-
cano, sino que, además, ayudé con mi pequeño granito de arena, para que
estas relaciones fueran cada día mejores.
Gracias a Dios, me ha tocado ser testigo presencial de un cambio de 180
grados en relación con lo que he vivido sucesivamente, desde los orígenes
de mi vocación sacerdotal, hasta el momento actual. Contemplo, con enorme
satisfacción, los progresos de nuestro gobierno en este aspecto, interpre-
tando con fidelidad la voluntad de la mayoría de nosotros los mexicanos.
Y abrigo la esperanza de un futuro mejor para nuestros connacionales.
Haciendo estas reflexiones, me han venido a la memoria algunos de
los múltiples contactos que he tenido, conjunta o separadamente, con las
autoridades gubernamentales y los altos miembros de nuestra jerarquía
católica. Apuntaré algunos de ellos.
Siendo delegado apostólico en nuestra patria monseñor Mario Pío
Gaspari y consejero de la misma delegación monseñor Alberto Tricarico,
en alguna ocasión me pidieron los llevara a Los Pinos, para tener una
conversación con el Presidente de la República, el licenciado Luis Echeverría.
Solicité la entrevista y nos reunimos con él. La charla se deslizó agradable-
mente, hablando de los temas que a ellos les interesaban.

235
Recuerdo, también, que cuando llegó a México, después de monseñor
Gaspari, el Excelentísimo señor Gerónimo Prigione, como nuevo delegado,
desde los primeros días me comentó que él venía a México, entre otras cosas,
para establecer puntos de contacto cada día más cercanos con las auto-
ridades de nuestro país, y en algunas ocasiones me pidió que fuéramos
a Los Pinos. En aquel entonces, la señorita Alicia López Portillo era la
secretaria particular de su hermano, don José, en los asuntos referentes
a la Iglesia; mediante ella y, por cierto, comportándose con gran afabili-
dad, podíamos fácilmente acercamos al señor Presidente de la República.
En aquella etapa en la que don Miguel de la Madrid era el Secretario
de Programación y Presupuesto, alguna que otra vez comió en mi casa
con el señor Prigione. Ya antes de esto, a don Miguel lo había puesto
en contacto conmigo Octavio Sentíes, regente de la ciudad, por indicacio-
nes del Presidente Echeverría; precisamente, cuando estábamos dedica-
dos a promover la construcción de la nueva Basílica de Guadalupe. Más
adelante, siendo De la Madrid candidato a la Presidencia de la República,
continuó mi trato con él.
Por cierto que finalizando ya casi el sexenio de don Luis, había
muchas expectativas y comentarios de quién sería el próximo Presidente
de la República. Muchos pensaban, por ejemplo, en Mario Moya Palencia,
ministro de Gobernación; otros decían que podría ser el licenciado José
López Portillo, ministro de Hacienda, y me parece que habían unos siete
posibles candidatos. Claro, debemos tener en cuenta que en aquella
época, después de diversas consultas, tocaba al Presidente en funciones,
la última decisión.
Hacía poco tiempo que el licenciado Moya Palencia había comido en
mi casa. Al salir de dicha comida, me permití preguntarle, de broma y de
veras, si ya don Luis le había dicho algo acerca de que él sería el Presidente
de la República Mexicana. Mario, con una cierta inquietud, me respondió:
"don Guillermo, creo que a últimas fechas he sido descartado como can-
didato". Por aquellos días en que, repito, estábamos trabajando en la reali-
zación del proyecto de la nueva Basílica, por indicaciones del mismo
señor Presidente, don Octavio Sentíes me había invitado a comer a su
casa, con el ministro de Hacienda, en aquel momento, don José López

236
Portillo. La comida fue agradable y, bromeando, don José me dijo: "usted
por su apellido no podría haber sido Presidente de la República Mexicana,
de acuerdo con nuestra Constitución", y yo, siguiéndole la broma, le res-
pondí: "¿por qué piensa usted que mejor elegí la carrera sacerdotal?"
Una vez que se ausentó don José, y ya solos don Octavio y yo, le dije:
¿piensa usted que este señor es el futuro Presidente de la República?", y
don Octavio, con gran cautela y prudencia, me llevó a un privado de su
casa y me dijo: "monseñor, no hablemos de este tema, porque pueden
escucharnos".
Si mal no recuerdo, don Luis Echeverría había invitado a varios de sus
ministros a ver una película, creo que en un auditorio de la Confederación
de Trabajadores de México (CTM), entre los cuales se encontraba Mario Moya
Palencia, pero no había asistido el ministro de Hacienda, José López Portillo,
ni tampoco estaba Fidel Velázquez. En el transcurso de la película, don Fidel
se presentó en la Secretaría de Hacienda a saludar y felicitar a don José,
porque era el nuevo candidato elegido por su partido para la Presidencia
de la República. Terminada la película salieron los asistentes a la luz del
día, después de la obscuridad de la sala, y, encandilados, se encontraron
con multitud de periodistas que de golpe les preguntaron: "¿Qué les parece
el nuevo candidato a la Presidencia de la República, el licenciado José López
Portillo?", pregunta totalmente sorpresiva para ellos. Mario, que gozaba
de una gran agilidad mental, de inmediato se fue a la Secretaria de Hacienda
para darle un abrazo a don José López Portillo. Un recuerdo más entre mis
memorias.
Ya Presidente don Miguel de la Madrid, poco antes de irse a radicar a
Los Pinos, y viviendo todavía en su casa de Coyoacán, en la calle de Fran-
cisco Sosa, mientras le arreglaban la residencia presidencial, le pedí una
breve audiencia para felicitarlo por su nueva gran responsabilidad, pero al
mismo tiempo, a solicitud del padre Esteban Martínez de la Sema, entonces
rector de la Universidad Intercontinental, le presenté la solicitud del proyecto
para el reconocimiento oficial de algunas de las facultades de esa nueva
universidad, ya que el padre Esteban había encontrado algún obstáculo
con el ministro de Educación Pública, en aquel entonces don Jesús Reyes

237
Heroles. Don Miguel amablemente, me dijo: "No se preocupe, don Jesús
es buen amigo mío y yo, personalmente, le entregaré esta solicitud."
Ya en Los Pinos, conversamos en distintas ocasiones, y en algunas
de ellas, con gran amplitud; por ejemplo, una tarde él mismo me mandó
llamar y me pidió le explicara al nuncio, el señor Prigione, que el asunto de
las relaciones entre la Iglesia y el Estado, tendría que esperar un poco más,
pues él pensaba que dada la problemática del país, y, por supuesto, los
graves conflictos que él mismo tenía que afrontar, todavía no era posi-
ble la modificación del artículo 130 de nuestra Constitución. "Creo -me
comentó- esto tendrá que ocurrir durante el próximo sexenio." Desde luego,
en esos momentos ignorábamos, por lo menos yo, que el futuro presiden-
te sería el licenciado Carlos Salinas de Gortari.
Con suavidad y sin mayores explicaciones, conversé de este punto
tanto con monseñor Prigione, como con algunos de nuestros obispos.
El Cardenal Ernesto Corripio Ahumada en alguna ocasión me pidió que
visitáramos al señor Presidente de la República, don José López Portillo, con
el pretexto de entregarle una medalla del 450 aniversario de la presencia
de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac. Con el mismo don Ernesto,
habíamos compartido el pan y la sal con diversos funcionarios públicos, por
ejemplo, con Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento Central,
acompañado de su Oficial Mayor, Rodolfo González Guevara. A propósito
del regente de la ciudad, voy a permitirme regresar varios años atrás,
cuando él mismo me sugirió invitáramos a comer a su casa al Cardenal
don Miguel Darío Miranda y a su Obispo Auxiliar y Vicario General, mon-
señor Francisco Orozco Lomelín, mi compañero y amigo desde que, niños,
ingresamos al Seminario Conciliar de México.
Llegado el momento de nuestro convivio, el Cardenal Miranda, presidió
y bendijo la mesa, gozando, con todos nosotros, los comensales, de la amable
atención de don Alfonso, el cual, sin duda, era un excelente anfitrión.
Pasaron los años, el licenciado Carlos Salinas de Gortari, fue electo
candidato a la Presidencia y yo me permití visitarlo en la callecita de Cra-
covia. A dicha entrevista se le dio una amplia publicidad. Los camarógrafos
estuvieron muy atentos a mi salida de la audiencia. Nuestra charla fue

238
amable; comentamos el avance indiscutible en las relaciones de la Iglesia
con el Estado, y adelantándome un poco a los acontecimientos, hablé de
la posibilidad de que durante su sexenio, cuyo inicio estaba muy ceicano,
pudiera proponerse a las Cámaras la modificación del artículo 130, cuya
nueva redacción sería fácil de elaborar. Posteriormente, siendo ya Presi-
dente de la República, alguna que otra vez me recibió en Los Pinos.

Misa de Réquiem p o r
Luis D o n a l d o en la Basílica

Más tarde aconteció la dolorosa tragedia del asesinato de don Luis Donaldo
Colosio. El mismo don Carlos, en su automóvil, llevó a Diana Laura a la
Basílica, la cual, juntamente con sus hijos y familiares cercanos iba a
participar en la Liturgia de la Eucaristía que celebraríamos en sufragio
del alma de su esposo, Luis Donaldo. A esa misa que celebré a las 6:00
p.m., asistieron por invitación de la misma afligida esposa, casi todos los
secretarios de Estado, buen número de los políticos, que serían los futu-
ros colaboradores de Luis Donaldo, y otras muchas personas de su amistad.
La celebración fue de gran seriedad y emotividad; todos escucharon
atentamente mi sencilla homilía, en la que expresé nuestro dolor y
rechazo por tan alevosa muerte, pero al mismo tiempo hice hincapié en
nuestra gran confianza de que el Señor Jesús, quien es la resurrección y
la vida, y en cuya misteriosa presencia, Luis Donaldo, desde el primer
instante de su muerte, ya se había encontrado, el que es Juez Supremo
de vivos y muertos, lo trataría con infinita misericordia. Ésta era la razón
profunda y consoladora de los sufragios en favor del alma de nuestro
hermano desaparecido.
Llegué a la Basílica momentos antes de la celebración de la Eucaristía.
Me informaron que me esperaba el señor Presidente de la República con la
señora Diana Laura. Entré a saludarlos y, de inmediato, me dijo don Carlos:
"Mire, Diana Laura me ha traído a la Basílica." Yo me congratulé por el
hecho y le contesté: "Qué bueno que haya sucedido así."
Dada la premura del tiempo, puesto que debía subir de inmediato a
la sacristía para revestirme, olvidé decirte a don Carios: "Por qué no entra

239
usted al templo a participar de esta celebración?." Tal vez, de acuerdo
con las circunstancias, habría aceptado. Lástima que tarde reflexioné en
esta posible invitación.
Antes de la muerte del candidato electo por su partido político, el PRI,
Diana Laura me había visitado en la Basílica y le había llevado un her-
moso ramo de rosas a la Virgen de Guadalupe.
Posteriormente, don Luis Donaldo estuvo un largo rato en mi oficina
conversando con gran sencillez, naturalidad y alegría. De mi parte, me
permití indicarle que estaba yo dispuesto a colaborar en favor de México
en todo aquello que fuera útil, para ir limando y madurando más nues-
tras relaciones entre la Iglesia y el Estado. Desde luego advertí, como es
obvio, ya que no encuentro una mejor manera de decirlo, que ésta, mi
participación, con mi pequeño granito de arena, se daría dentro de todo
el conjunto de personas e instituciones que se mueven en este ámbito.
Después de estos acontecimientos luctuosos e inexplicables, muchas
veces y en diferentes ocasiones comentamos con el señor Prigione cuáles
podrían haber sido los móviles de esa muerte y quiénes podrían haber
participado en ella, ya que aparentemente había sido causada por una
sola persona, un tanto cuanto desquiciada.
En el transcurso del sexenio de don Carlos Salinas de Gortari, princi-
palmente con motivo de mis responsabilidades como Abad de Guadalupe,
tuve un trato frecuente con el entonces Jefe del Departamento Central, licen-
ciado Manuel Camacho Solís, puesto que, como dije, al hablar ampliamente
del proyecto presentado al Presidente Echeverría Álvarez, que abarcaba
no sólo la nueva Basílica, sino todo el entorno del Santuario, y que se venía
realizando poco a poco, con la participación de las distintas dependen-
cias gubernamentales, a las cuales tocaba intervenir en este programa,
era indispensable que le expusiese al jefe en tumo del Departamento Central
todo el objetivo que con gran paciencia y lentitud veníamos desarrollan-
do, a fin de que él, conociendo la totalidad del proyecto y en coordinación
con las otras autoridades, nos ayudara a continuar, en forma sólida, los
trabajos emprendidos.
Sin duda, es grave y oneroso el desempeño del alcalde de esta inmen-
sa, heterogénea y complicada urbe, sin embargo, tiene que estar atento

240
al mejoramiento de las diferentes áreas citadinas, de acuerdo con las exi-
gencias propias de cada una de ellas. El Tepeyac, siendo un centro de plega-
ria al que acuden miles y miles de peregrinos, no sólo de México, sino de
otras muchas partes del mundo, es evidente que requiere una atención
muy particular.
Esta situación la entendió perfectamente Manuel Camacho Solís, razón
por la cual muchas veces nos reunimos para discutir los diferentes proyec-
tos y las realizaciones. Sin embargo, en diversas ocasiones, charlamos muy
de cerca él y yo solos. Nuestros temas eran de mayor amplitud e interés.
Recuerdo que en una de tantas conversaciones, le presenté una carta, bien
meditada, acerca de la reforma del artículo 130 y de la posible renovación
oficial de las relaciones de México con la Sede Apostólica, leyéndole ínte-
gramente dicha misiva, a fin de que fuera entregada al señor Presidente.
Mucho se interesó y me dijo: "Yo mismo se la voy a leer personalmente, ya
que tiene tanto trabajo, que podría recibirla y no leerla". Posteriormente, dado
mi interés, le pregunté cómo le había ido con el mandatario, y me contestó
que don Carlos estaba perfectamente enterado de mi carta. Camacho Solís
fue un hombre gentil y accesible, siendo cordial nuestro trato.

Entrega de las cartas credenciales


del Nuncio Apostólico al Presidente
Carlos Salinas de Gortari

A propósito del sexenio de don Carlos Salinas de Gortari, no puedo omitir


un recuerdo de gran importancia histórica para la vida de nuestro país.
He dicho que me ha tocado ser testigo de acontecimientos de tanta
trascendencia, que representan un cambio radical, con relación a lo que
acontecía cuando era yo apenas un adolescente. Quiero pues, referirme
al momento en el que monseñor Prigione, en la residencia presidencial
de Los Pinos, hace entrega solemne al Presidente Salinas de Gortari de
sus cartas credenciales como representante del Santo Padre Juan Pablo II
en México, o sea, como Embajador de la Santa Sede en nuestro país, ya que
este es uno de los oficios primordiales del nuncio apostólico, aunque no
el más importante.

241
En efecto, fui invitado por el señor nuncio, entre otras personas, a
dicha presentación, la cual se efectuó la mañana del día 24 de noviembre
de 1992. No recuerdo con fidelidad el nombre de cada una de estas per-
sonas, pero, desde luego, se encontraban: el Presidente de la Conferencia
del Episcopado Mexicano, monseñor Sergio Obeso Rivera, arzobispo de
Xalapa, y algunos otros señores obispos; el secretario de la nunciatura,
un pequeño grupo de amigos seglares de monseñor Prigione, y algunas
hermanas religiosas.
Naturalmente, acompañaba en forma muy cercana al señor Presidente,
el ministro de Relaciones Exteriores, licenciado Femando Solana. Repito, el
momento fue solemne, dentro de su sencillez.
Salimos de la sala en donde se entregaron las cartas de representación
y nos dirigimos al patio, en el cual se encontraba la Banda del Estado Mayor
Presidencial; estaban colocadas ahí las banderas de México y el Vaticano;
se tocaron el Himno Pontificio y nuestro Himno Nacional, los cuales escu-
chamos con gran emoción, y de ahí, nos llevaron al monumento del Ángel,
que recuerda nuestra Independencia nacional, para tributarle un home-
naje a los héroes de la patria.
¿Quién podrá dudar de la trascendencia de este hecho histórico? Esta
es la razón por la que no puedo omitir en mis memorias un acontecimiento
cuya realidad implica el avance de México hacia una verdadera y auténtica
democracia. Ojalá que los mexicanos podamos ir madurando cada vez más
y adquiriendo una conciencia clara de cuál es el México que deseamos cons-
truir, y a qué plazo tenemos que lograrlo.

Texto íntegro de las cartas credenciales

Dada la trascendencia de este hecho, y además, con el deseo de que


el público en general conozca un documento tan importante, emitido por
Su Santidad, el Papa, quiero a continuación dar a conocer el texto de dicho
documento, tal como llegó de Roma, en latín, añadiendo, además, nues-
tra traducción en lengua castellana.
Texto de las cartas credenciales en latín:

242
243
Traducción en lengua castellana de las cartas credenciales:
Al ilustre y honorable señor
Carlos Salinas de Gortari
Presidente de la República Mexicana
Juan Pablo II
Ilustre y Honorable Señor,
salud y prosperidad.
Al mismo tiempo que nos alegramos sobremanera contigo por haberse resta-
blecido felizmente las relaciones públicas entre la Sede Apostólica y México,
en virtud de Nuestro oficio queremos notificarte que el venerable Hermano
JERÓNIMO PRIGIONE, Arzobispo titular de Lauriaco, ha sido elegido y constitui-
do por Nos para que sea Nuestro representante en esa Nación como primer
Nuncio Apostólico, el cual es bien sabido que hasta ahora había sido Dele-
gado Apostólico allí mismo, así como Nuestro enviado especial permanente
ante ti. Más adelante tendrá el honor de entregarte estas letras que acredi-
tan su mandato, y que hoy te presentamos.
Con el deseo de recomendártelo, no dudamos en pedirte que, una vez recibi-
do con benevolencia como Embajador Nuestro ante vosotros, te sirvas darle
a él cuando actúe y hable con Nuestra autoridad, el mismo crédito que sin
duda tú nos darías a Nosotros al tratar contigo. Además, mucho te agrade-
ceríamos que le permitieras gozar de las mejores muestras de tu benevolencia
para que cumpla rectamente con la tarea que se le ha encomendado.
Mientras tanto pedimos a Dios, del cual procede todo bien, que se digne conce-
derte a ti, Ilustre y Venerable Señor, y a todo el amado pueblo que tú presides,
los más ansiados frutos de prosperidad.
Dado en Roma, en San Pedro, el día 20 del mes de octubre, del año 1992,
décimo quinto de Nuestro Pontificado.
Juan Pablo II.

Se inicia el sexenio del d o c t o r


Ernesto Zedillo Ponce de León

Termina el sexenio de don Carlos, como todos lo sabemos, de manera tan


inquietante, y está por iniciarse el periodo del doctor Ernesto Zedillo Ponce
de León, quien aparentemente no estaba destinado a la Presidencia de la
República y, además, había sido el coordinador de la campaña de Luis

244
Donaldo Colosio; sin embargo, las circunstancias del país lo llevaron al
sillón presidencial.
Desde luego, traté de entablar un contacto con el doctor Zedillo, ya que
nunca había tenido oportunidad de acercamiento a su persona. Nuestra
primera breve charla fue en el hotel Camino Real, a propósito de una reu-
nión que ahí tuvo. Me reservó unos minutos aparte, y ahí dialogamos breve-
mente. Más tarde fui invitado por él mismo, a través del secretario de Asuntos
Religiosos, a una comida en Los Pinos, a la cual asistieron la mayoría de
los obispos de las diferentes diócesis del país, el Nuncio Apostólico, mon-
señor Prigione, que con delicadeza procuraba que se realizasen estas reu-
niones, el Secretario de Gobernación, don Emilio Chuayfett, y el encargado
de Asuntos Religiosos, don Gabino Fraga.
A nombre de los obispos, tomó la palabra monseñor Sergio Obeso Rivera,
quien en aquellos momentos fungía como Presidente de la Conferencia Epis-
copal Mexicana.
Quiero decir, refiriéndome al doctor Zedillo, que fui invitado a su toma
de posesión en San Lázaro y, posteriormente, al saludo personal en el Pala-
cio Nacional, junto con monseñor Prigione y algunos obispos más.
Hay que tener en cuenta, al hablar de la toma de posesión del doc-
tor Zedillo, que para entonces ya había sido aprobada la Reforma al artículo
130, no existiendo, por lo tanto, ningún inconveniente en que la Iglesia
participara en los actos públicos propios del Estado.
Volviendo a sexenios anteriores, recibí la invitación personal a la toma
de posesión, en el Auditorio Nacional, del licenciado José López Portillo,
cuyo primer discurso sembró grandes esperanzas en el pueblo de México.
Ya que los recuerdos no llegan a nuestra memoria en forma ordenada,
me vienen a la mente algunos hechos importantes que forman parte de la
idiosincrasia del pueblo de México. Por ejemplo, le causó una particular
satisfacción a nuestras gentes, el ver al licenciado Miguel Alemán Valdés,
llevando las cenizas de su esposa, doña Beatriz, a las criptas de la Basílica,
acompañado de su familia y de algunos de sus antiguos colaboradores
más cercanos. Todos participaron en los sufragios que hice por ella, cele-
brando la Eucaristía. Debo además indicar que cuando el licenciado aunplió

245
los 50 años de su vida conyugal, sus hijos tuvieron la bondad de invitarme
a que celebrara una misa de acción de gracias, en su propia casa, asis-
tiendo a ella, tanto sus familiares más cercanos, como un pequeño grupo
de amigos íntimos.

C e l e b r a c i ó n de la Eucaristía
en el funeral de d o n Miguel Alennán Valdés

Más tarde, cuando murió don Miguel Alemán, acompañé en el sepelio a sus
hijos y demás familiares, celebrando el santo sacrificio de la misa en las
criptas del Panteón Español. Ocasionalmente, me acompañó en dicha cele-
bración el señor Arzobispo de México, el Cardenal don Miguel Darío Miranda,
al cual, por cierto, no esperábamos esa mañana. El sacerdote capellán del
panteón, motu propño, sin habérselo pedido nadie, habló telefónicamente
con el señor Miranda y le dijo que habían llegado los restos del Presidente
Alemán, que por favor viniera al cementerio a presidir la misa que iba a
celebrarse por el descanso eterno de su alma.
El señor Miranda llegó cuando estábamos preparándonos a la celebra-
ción eucarística; en esos momentos ya me había revestido con los ornamen-
tos sagrados, y mucho nos sorprendió su presencia. Sin embargo, invité
al señor cardenal a que presidiera la celebración. Él, con toda delicadeza,
me dijo: "No te preocupes, yo con todo gusto los acompañaré." Esta escena,
provocada por la intemperancia del capellán, que, por cierto, había sido
mi discípulo de latín, fue reveladora, como ya lo he dicho antes, de la exqui-
sita educación del señor Miranda.
A propósito de todos estos contactos positivos que mucho significaban
a pesar de que algunos de ellos parecerían intrascendentes, quiero decir que
este trato sencillo, paciente y amistoso, nos daba la ocasión de intercambiar
diferentes puntos de vista acerca del significado y ejercicio de la libertad
religiosa.

246
Capítulo XIX
¿En qué consiste la libertad religiosa
de acuerdo con los documentos
de la Iglesia Católica?

Ya que mencioné el tema de la libertad religiosa al hablar de las rela-


ciones de la Iglesia de México con el Estado Mexicano, trataré de resumir
la doctrina del catolicismo, expresada a lo largo del tiempo en infinidad
de documentos pontificios, refiriéndome en particular a la Declaración
acerca de la libertad religiosa, emitida por el Papa Paulo VI, junto con los
Padres Conciliares, en el Concilio Ecuménico Vaticano II, el 7 de diciembre
de 1965.18 En él se aborda con toda precisión y claridad el derecho de la
persona y de las asociaciones o comunidades a la libertad social y civil,
en materia religiosa.
Para mejor entender este derecho, los Padres Conciliares, en la introduc-
ción de dicho documento, hacen una inteligente reflexión acerca de la men-
talidad de los hombres de nuestra época, en relación con el ejercicio de la
libertad. En efecto, los seres humanos somos cada día más conscientes de
la dignidad de la persona humana, y crece el número de aquellos que exigen
que todos nosotros, en el actuar, sigamos nuestras propias iniciativas y
gocemos de una libertad responsable, no movidos por coacción, sino guia-
dos por nuestra propia conciencia del deber.
Al mismo tiempo, se afirma en esta Declaración, que los hombres actua-
les no sólo pedimos, sino que, diría yo, exigimos, "una delimitación jurídica
del poder público, a fin de que no se circunscriban demasiado los fines de
la honesta libertad, tanto de las personas, como de las asociaciones". La
exigencia de la libertad en la sociedad humana, se preocupa principalmen-
18
Dignitatis Humanae Personae...

247
te de aquellas cosas que se refieren a los bienes del espíritu y, en primer lugar,
de las que corresponden al libre ejercicio de la religión en la sociedad. Este
sínodo vaticano, se nos dice, "atendiendo diligentemente a esas aspiracio-
nes del espíritu, y proponiéndose declarar cuán conformes, o cuan de acuerdo
estén con la verdad y la justicia, examina la tradición sagrada y la doctrina
de la Iglesia, tradición y doctrina de la cual extrae siempre nuevos elemen-
tos, en armonía con los antiguos".
El documento en cuestión, que de ninguna manera pretendo transcribir
en su totalidad, y mucho menos comentarlo, trata con amplitud varios de
los puntos que se refieren a la libertad religiosa, examinando, desde lue-
go, los aspectos generales de dicha libertad y explicando, ante todo, cuál
es su objeto y fundamento. Posteriormente, analiza el significado de la
libertad religiosa y, además, nos explica la vinculación ineludible del hom-
bre con Dios, vinculación que exige gozar de esta libertad, sin limitaciones
innecesarias. Todo ello supone la inmunidad de cualquier coacción, cuan-
do la comunidad hace uso de dicha libertad.
Naturalmente, debe tenerse en cuenta, que en el ejercicio de la libertad
religiosa no se violen las Justas exigencias del orden público.

Libertad religiosa en la familia

Sin duda, el tema de la libertad religiosa en la familia es importantísimo.


En efecto, nos dice la Declaración "...a cada familia, en cuanto que es una
sociedad que goza de un derecho propio y primordial, le compete el derecho
de ordenar libremente su propia vida religiosa doméstica, bajo la direc-
ción de los padres".
Se exponen, además, los límites de la libertad religiosa, ya que esta li-
bertad se ejerce dentro de la sociedad humana y, por consiguiente, su ejerci-
cio debe estar sujeto a ciertas normas por las cuales ha de regularse.

D e b e r e s p e t a r s e el d e r e c h o de los d e m á s

Se nos advierte que en el ejercicio de todas las libertades se debe observar


a plenitud el principio moral de nuestra responsabilidad personal y social.

248
es decir, que todos los hombres tenemos obligación de guardar y observar,
con respeto, los derechos de los demás, y, por consiguiente, tener en cuenta
cuáles son nuestros deberes con relación a cada una de las personas en
particular y al bien común, en general, o sea, que debemos actuar con todos
los demás, conforme a derecho, de acuerdo con la justicia y con un sentido
profundo de humanidad.

Hay q u e r e s p e t a r las diversas


convicciones religiosas

En efecto, volviendo a los derechos y obligaciones de los padres de familia,


como consecuencia, les corresponde determinar el tipo de educación reli-
giosa que ha de impartirse a sus hijos, de acuerdo con sus propias convic-
ciones religiosas. Por lo tanto, el poder civil debe reconocer el derecho que
tienen los padres de escoger con verdadera libertad, las escuelas y los otros
medios de educación, de tal manera que la autoridad pública no debe
imponerles, ni directa, ni indirectamente, cargas injustas a este respecto, o
sea, que no es correcto que las autoridades civiles se valgan de estas cargas
onerosas para restringir la libertad de los padres en la elección de la edu-
cación que desean para sus hijos.
Quiere decir, por tanto, que la autoridad gubernamental de ninguna
manera puede imponer a la sociedad una sola forma de educación, en la
cual estuviera totalmente excluida la formación religiosa. Como podrá verse,
por todo lo antes dicho, la Declaración del Concilio Ecuménico Vaticano II,
toca puntos esenciales, tanto de nuestra libertad personal, como de nues-
tra convivencia social.

Por q u é no explico la totalidad


de la Declaración Pontificia

Debo resistir a la tentación de exponer en éstas, mis memorias, todo el


contenido doctrinal de tan importante documento, pues me apartaría de
mi propósito inicial, el cual se limita a escribir en forma sencilla y clara, mis
recuerdos, teniendo como punto de referencia el tiempo en el que el Señor

249
me permitió ser abad del santuario mariano más concurrido del continente
americano.
Sin embargo, habrán podido observar los pacientes lectores de estas
notas, que voy salpicando mis recuerdos con diversos puntos doctrinales
que vienen muy a propósito de los temas a los cuales me voy refiriendo
de uno o de otro modo.
Dejo, pues, en puntos suspensivos la explicación de la totalidad de esa
interesante Declaración sinodal, dando fin a lo tratado por mí en éstas
mis memorias, en lo referente a las relaciones de la Iglesia con el Estado
mexicano y de algunos de mis contactos personales con las más altas
autoridades de ambas instituciones.

250
Capítulo XX
Capilla de Nuestra Señora de
Guadalupe en la Basílica
de San Pedro, en Roma

Larga resultaría nuestra historia acerca de cómo obtuvo México el que


en la Ciudad Eterna y en el corazón del Vaticano, cerca de la tumba del
Apóstol Pedro, de acuerdo con una antigua tradición, lográramos construir,
o para hablar con más propiedad, habilitar e instalar la pequeña pero alta-
mente significativa capilla dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe del
Tepeyac.
En efecto, en alguna de las veces que estuve en el Colegio Mexicano
de Roma, el rector del mismo, que entonces era el actual obispo de Tabasco,
monseñor Florencio Olvera Ochoa,19 originario de Tequisquiapan, población
perteneciente a la Diócesis de Querétaro, me sugirió, por indicaciones del
Cardenal Arzobispo Primado de México, monseñor Ernesto Corripio Ahumada,
el cual en aquella ocasión se encontraba también en Roma, que visitára-
mos al arcipreste de la Basílica de San Pedro, para suplicarle se pudiese
tramitar el que se nos permitiera edificar en la cripta de ese venerable
recinto, centro de toda la cristiandad, una capilla en honor de la Santísima
Virgen María, bajo la tan querida advocación para todos nosotros los
mexicanos, de Guadalupe.
El entonces padre Florencio, ya había conversado en alguna ocasión
con el cardenal arcipreste de San Pedro, haciéndole esta petición. Con
gusto acepté que fuéramos a la Basílica Vaticana a visitar al señor carde-
nal, el cual nos recibió con gran afabilidad, charlamos con él y nos pro-
metió hablar con las altas autoridades a quienes tenía que dirigirse para
19
Actualmente preconizado obispo de la diócesis de Cuemavaca, Mótelos.

251
que informaran al Santo Padre-, él diera su aquiescencia y se nos indicara
el lugar preciso para la realización de un proyecto apropiado al ámbito
de la cripta de la Basílica.
Así se inició una serie de conversaciones importantes con los respon-
sables de la Fabbrica di San Pietro, los cuales nos dieron todas las indica-
ciones al respecto, y nosotros nos dedicamos en México al estudio cuida-
doso de un anteproyecto que, teniendo elementos muy mexicanos, fuese
aceptado allá en Roma.
Sin duda, los innumerables visitantes y peregrinos que llegan a la Ciudad
Eterna, y los cuales, como es obvio, ineludiblemente visitan la Basílica
Vaticana, se acercarían al rinconcito, que se nos asignó, dedicado a la ima-
gen de Nuestra Señora de Guadalupe.
En aquel entonces se nos dijo que la capilla de Nuestra Señora de
Guadalupe podría ubicarse en el fondo de la cripta, frente a la tumba del
Apóstol Pedro, y que el costo sería más o menos de medio millón de dólares.
Cambiaron las circunstancias económicas de nuestro país, vino la
estatización de la banca, proclamada por el Presidente José López Portillo
en su último informe del lo. de septiembre de 1982, y me permití decirle
al Cardenal Corripio Ahumada, que por el momento tendríamos que aban-
donar la idea de la capilla, y esperar tiempos mejores para nuestra patria,
que propiciaran la realización de nuestros buenos deseos.
Pasó el riempo, y los regiomontanos recuperaron la idea por nosotros
tan acariciada de la capilla de Guadalupe en la cripta de San Pedro. El
padre Carlos Álvarez Orriz, ya difunto, dinámico promotor, había logrado
hacía mucho tiempo la realización de la Ciudad de los Niños, allá en su
tierra natal. En una de sus múlriples peregrinaciones a Roma y de comiin
acuerdo con varios sacerdotes de la diócesis, pensaron en llevar algunas
aportaciones al Santo Padre, en favor de la capilla de Guadalupe.
De hecho, el ingeniero Armando Ravizé Ramírez acompañó en uno de
esos viajes al padre Álvarez, llevando consigo un donativo, me parece que
de 50,000 dólares, para entregarlos en propia mano a Su Sanridad Juan
Pablo II, en favor de la capilla guadalupana. El mismo don Armando se
dedicó a elaborar un proyecto para dicha capilla.

252
Me visitaron en la Basílica, aquí en México, y me propusieron que parti-
cipara en los trabajos que ellos mismos habían iniciado con esta finalidad.
Don Armando me invitó para que fuera a Monterrey a celebrar una misa
en su casa, y ahí me acompañaran varios sacerdotes regiomontanos. El
objeto de esta celebración era el dar gracias a las personas que habían
colaborado con los donativos que se ofrecieron a Su Santidad. Acepté con
gusto, presidí la concelebración con los sacerdotes; nos reunimos después
de la misa para charlar acerca de dicho proyecto, y le supliqué a don Armando
que cuando viniese a México nos presentara sus ideas acerca de la capilla.
Yo invitaría de mi parte al grupo de arquitectos que colaboraban conmigo
en la Basílica y, todos juntos, con agrado estudiaríamos sus proposiciones.
Le pedí a Pedro Ramírez Vázquez, a Javier García Lascurain, a Gabriel Chávez
de la Mora y a Alejandro Schoenhoffer que nos reuniésemos para escuchar
los puntos de vista del ingeniero Ravizé. Antes de iniciarse todo este pro-
ceso, le indiqué al Cardenal Corripio que tocaba a nosotros, los de la Arqui-
diócesis de México, y en particular a los responsables de la abadía secular
de Guadalupe, promover en forma directa todo lo referente a la capilla de
Nuestra Señora en Roma; que, por lo tanto, sería conveniente que nos reu-
niéramos con él, y con suavidad les indicara a los regiomontanos que yo
estaría al frente de dicha promoción. El señor cardenal lo entendió perfec-
tamente, nos reunimos en sus oficinas, y a partir de entonces, con gran
cordialidad y espíritu de colaboración, iniciamos los trabajos para lograr
en Roma algo que a los mexicanos les encantaría.
Nuestro trabajo era doble; estar en contacto en Roma con el Arcipreste
de San Pedro, el Cardenal Virgilio Noé, y en México tener nuestras juntas
periódicas con el comité organizado para dicha finalidad, estudiando y
analizando el proyecto; además, haciendo la propaganda adecuada para
obtener los donativos necesarios para su realización. Esta etapa fue larga
e interesante. Aun cuando no recuerdo con toda precisión a cada una de las
personas que participaron amablemente en nuestros trabajos, enumeraré,
con gusto, algunas de ellas.
El Comité quedó integrado más o menos, de la siguiente manera: pre-
sidente honorario: Cardenal Ernesto Corripio Ahumada; presidente ejecu-

253
tivo: monseñor Guillermo Schulenburg Prado; secretario: José T. Mata; subse-
cretario: licenciado Odilón Ramírez Pelayo; tesorero y participante en el pro-
yecto: ingeniero Armando Ravizé; pro-tesorero: doctor Fernando Olvera;
proyecto arquitectónico: arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y arquitecto fray
Gabriel Chávez de la Mora; vocales: Ricardo Cantú Leal, Amalia Gómez
Zepeda, Juanita Guerra Rangel, Humberto Lobo, Guillermo Rocha Garza,
Lucila Garza Madero de Madero, Mauricio Ruiz Galindo, y otros más; coor-
dinador General: contador público Oscar Philibert Mendoza.
Además recibimos, lo recuerdo muy bien, ayuda técnica del subsecre-
tario de Ingresos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, que enton-
ces era el licenciado don Francisco Gil Díaz.
De Roma, después de diversos estudios de los ingenieros y arquitec-
tos responsables de la Fábrica de San Pedro, se nos indicó que la capilla
no podría estar en el lugar que primeramente se había elegido, por problemas
de la cimentación profunda de esa área de la Basílica, y que, por lo tanto,
habría que cambiar de ubicación y, en consecuencia, de proyecto.
El Cardenal Virgilio Noé me consoló diciéndome que no me preocupara,
que estaba por encontrar el sirio exacto para la capilla, por cierto muy hon-
roso para nosotros, y que me lo comunicaría apenas conversara con sus
colaboradores. Me dediqué empeñosamente a tener contacto frecuente con
él, por los diversos medios de comunicación. Finalmente me anunció que
ya había encontrado el lugar preciso, y que pediría al Santo Padre la licencia
para que allí se dedicara la capilla a Nuestra Señora de Guadalupe.
Los peregrinos no sólo de México, sino de muchas partes del mundo,
cuando llegan a la Ciudad Santa y visitan la Basílica Vaticana, al bajar a
la cripta y orar delante de la tumba del Pastor de la Iglesia Universal, si
vuelven la mirada hacia la izquierda, se encontrarán con la Imagen devota
de la Guadalupana.
Sería prolongado, aun cuando interesante, que en éstos, mis recuerdos,
explicara todo el itinerario que debimos recorrer para que finalmente obtu-
viéramos el éxito deseado.

254
¿Cuál es el ambiente en el que se
encuentra nuestra pequeña capilla
dedicada a la Guadalupana?

Antes de hacer la descripción de nuestra capilla y de los elementos litúrgi-


cos por nosotros realizados, quiero decir algunas palabras acerca de la gran
Basílica de San Pedro, por muchos de nosotros ampUamente conocida.
Todos sabemos que la Basílica de San Pedro, en la Ciudad Eterna, es
la iglesia más grande del mundo cristiano, y que, fundamentalmente, la
realización de dicha obra monumental se debe al genio de Miguel Ángel,
el cual era no sólo un extraordinario escultor, sino también un gran arqui-
tecto, un pintor incomparable y, además, un poeta. Este toscano, nacido
en Captese y que vivió 89 años, sin duda es uno de los más grandes artis-
tas de la humanidad.
Recordemos algunos datos conocidos acerca de la gran Basílica Romana
actual, a la que tantos millones de personas han ingresado a través de los
siglos. Esta Basílica fue iniciada por el Papa Julio II (1503-1513), en 1506.
Bramante fue el encargado de hacer un primer diseño, y de tener el honor
de ser parte muy importante en esta gigantesca empresa arquitectónica,
única en su género, como decíamos, en todo el mundo cristiano. La realiza-
ción plena de este conjunto extraordinario, y aquí podemos añadir todos los
epítetos que se deseen, se llevó alrededor de 176 años de trabajo, en los cuales
se sucedieron grandes artistas, como Rafael Sanzio, Antonio de Sangallo
11 Giovane, Miguel Ángel, etcétera, hasta que finalmente, este último, ya
casi septuagenario, tomó las riendas de esta gran empresa en 1547, per-
severando en ella hasta su muerte, en 1564.
Miguel Ángel había retomado la forma de la cruz griega iniciada por
Bramante, como expresión de la sublime armonía del Renacimiento, razón
por la cual el maestro proclamaba una y otra vez: "Quien se aleja de Bra-
mante, se aleja de la verdad". Sin embargo, al pasar de los años, y en la
época del Papa Paulo V (1605-1621), después de múltiples discusiones, se
volvió a la cruz latina, y así tocó al arquitecto Carlos Maderno la actual
y definitiva disposición de todo el templo.

255
Desde luego, la inmensa, armónica y bellísima cúpula, se debe al genio
incomparable de Miguel Ángel. A Mademo tocó construir la solemne fachada
(1607) y el pórtico.
Claro que no podemos olvidar, y es bien conocido para todos, que Lorenzo
Bemini, en tiempos del Papa Alejandro VII, fue el conductor e inspirador de
todo el inmenso porticado elíptico, con su bosque de 284 fuertes columnas
dóricas, dando la sensación dos grandes alas abiertas en semicírculo, de dos
gigantescos brazos que acogen a los innumerables fíeles que llegan a la
plaza de San Pedro, para disponerlos a entrar a la gran Basílica. Al mismo
Bernini tocó elaborar el fantástico baldacchino (dosel, palio) que se eleva
sobre el altar de la confesión, o sea, el altar papal, sostenido por cuatro
columnas salomónicas. Al pie de dicho altar, que está reservado al Sumo
Pontífice para las celebraciones litúrgicas más solemnes, cuando entramos
los católicos a la Basílica, hacemos nuestra profesión de fe, rezando el Credo.
Al ingresar a la vasta plaza, no podemos dejar de contemplar el gran obelis-
co del circo neroniano, que fue allí erigido por Domenico Fontana, a petición
de Sixto V (1586), entre las dos grandes y hermosas fuentes, la de la derecha
diseñada por Maderno en 1613, y la de la izquierda, por Bernini en 1675.
Estas fuentes armonizan perfectamente con la grandiosa plaza.
No puedo renunciar a otro recuerdo, ya que, a pocos meses de mi ingreso
a nuestro querido Colegio Pío Latinoamericano, ubicado en la calle de Gioa-
chino Belli 3, a orillas del río Tiber, me tocó recibir en la gran plaza de San
Pedro, junto con la inmensa multitud ahí reunida, la tradicional bendición
del domingo de la Pascua de Resurrección, que Su Santidad el Papa, desde
el balcón central de la Basílica, imparte a la ciudad de Roma y al mundo
entero, y que en latín expresamos con dos palabras: urbi et orbi. Dicha
bendición la recibí del Papa Pío XI.
Para indicar que esta impetración es en favor de toda la humanidad, el
Papa suele pronunciarla en diversas lenguas. Me parece que Juan Pablo II
la dice en alrededor de 54 idiomas.
Todo esto me vino a la mente al reflexionar en la pequeña capilla de
Nuestra Señora de Guadalupe, en este ambiente único en su género.

256
Después de esta breve reseña de esa obra inconmensurable de la cul-
tura religiosa de la época tanto renacentista como barroca, es hora ya de
que cumplamos con el compromiso de una sencilla descripción de nues-
tra modesta capilla, ubicada en el corazón mismo de la urbe.

Localización, descripción
e inauguración de la capilla

Como decíamos, se localiza en un espacio contiguo a la tumba del Após-


tol San Pedro, en el nivel intermedio, entre la Basílica renacentista y la
necrópolis de la colina vaticana. La ubicación de la capilla remata en una
de las tres naves que forman la Cripta de los Papas. El área en sí no es
muy amplia, y por eso nos vimos obligados a concebiria simplemente
como un presbiterio para la celebración del Sacrificio Eucarístico, con su
altar y todos los elementos que se requieren para dicha celebración. En
realidad, cómodamente pueden participar once concelebrantes. Sin embar-
go, es posible utilizar buena parte de la nave lateral para la asamblea
asistente, con una capacidad de alrededor de 400 personas.
El proyecto de este presbiterio es muy sencillo, pues debíamos ajustar-
nos a elementos ya existentes. Por ejemplo, tuvimos que conservar, porque
así nos lo exigieron, un mosaico circular del pavimento, vestigio de la
Basílica constantiniana, y una moldura de piedra, recuerdo del proyecto
de la Basílica bramantesca.
Procuramos que se usaran materiales representativos de nuestro México,
acá producidos y confeccionados. El diseño de todos los elementos existen-
tes en la capilla, fue elaborado por el arquitecto fray Gabriel Chávez de la
Mora, aun cuando su realización la llevaron a cabo distintas personas. Por
ejemplo, la mesa del altar en lámina de plata mexicana, junto con los dados
del mismo material, los cuales llevan la imagen de los cuatro evangelistas,
y que, sobre las cuatro pequeñas columnas de piedra del Tepeyac, sostienen
el altar, fueron trabajados por Ernesto Paulsen Camba, en su propio taller
de la ciudad de México.
El ambón es de piedra del Tepeyac, pero quiero hacer notar que el dado
de plata que sostiene el atril de madera, lleva, junto con la primera y la

257
última letra del alfabeto griego (alfa y omega), la figura de una pequeña
espada, símbolo de la palabra de Dios, que penetra, según nos dice el
Apóstol San Pablo, a lo más íntimo de nuestro ser.
La cruz de plata que está decorada con las figuras de la Pasión, al
estilo de nuestras antiguas cruces atriales de piedra, fue elaborada en Taxco
en los talleres de Los Castillo, quienes también hicieron el marco de plata
de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
La imagen, en sí misma, nos la trabajó en mosaico el famoso taller
de mosaicos de la Basílica Vaticana.
En los nichos laterales ya existentes, se colocaron dos altorrelieves
de bronce plateado, trabajados por el escultor Antonio Castellanos Basich.
En uno de ellos se recuerda la tradición piadosa del momento en que el
neófito indio Juan Diego presenta al primer obispo de México, fray Juan de
Zumárraga, la Imagen de la Santísima Virgen María de Guadalupe. El insigne
fraile franciscano, cae de rodillas, en actitud de profunda reverencia. En
el otro, se ve a Su Santidad el Papa Juan Pablo II, bendiciendo a la multitud
congregada en el atrio del Santuario Guadalupano, desde el balcón de la
capilla abierta de la nueva Basílica.
Todavía no he mencionado la sede del celebrante, cuya base es de piedra
del Tepeyac, aun cuando, tanto el respaldo de la misma, como el asiento de
los concelebrantes, son de madera de nuestras selvas tropicales.
Todos los elementos de piedra y de madera, fueron elaborados en los
talleres de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en México, bajo
la dirección del arquitecto Oscar Jiménez Gerard.
Como advertí al principio de esta exposición, sin duda el arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez, tuvo parte muy importante en la dirección de esta
sencilla obra, el cual, reconociendo con justicia y equidad la participación
de todos y cada uno de los colaboradores, los llama coautores del proyecto
y su realización. Debo también mencionar al arquitecto Alejandro Herrasti
Ordaz, a quien enviamos a Roma, prácticamente como residente de la obra,
y fue el contacto permanente entre el personal de la Basílica de San Pedro y
nosotros. Quiero decir que su ayuda fue muy valiosa para la plena reali-
zación de los trabajos.

258
No podría olvidar la significativa participación del representante en
México de la compañía de aviación Iberia, de España, don Luis Casado Gómez,
gracias al cual todos los materiales de la capilla fueron trasladados a Roma
por ellos, sin costo alguno para nosotros. Con esto, quisieron tributar un
sentido homenaje a nuestra Guadalupe de México. Don Jesús Biurrun y
Echeverría, mi antiguo y gran compañero de golf, ejerció con eficacia la
mediación entre Iberia y nosotros.

B e n d i c i ó n de la capilla p o r
Su Santidad el Papa Juan Pablo II

Después de haber hecho esta breve descripción de la capilla de Nuestra


Señora de Guadalupe en la cripta papal de la Basílica vaticana, me referiré
a la bendición e inauguración de la misma por Su Santidad Juan Pablo II,
el día 12 de mayo del año de 1992.

El Santo Padre bendiciendo la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en Roma.

259
Ya que se trata de una fecha tan memorable, me permito decir que el
doctor Héctor Azuara Gutiérrez, mi médico y amigo, tuvo la curiosidad de
guardar, entre sus gratos recuerdos, el boleto de ingreso a esta celebra-
ción pontificia.
Como constancia del hecho, exhibo este boleto-invitación, emitido por
la Prefettura della Casa Pontificia. Por cierto, debo mencionar que el Carde-
nal Dino Monduzzi, en la actualidad prefecto emérito de dicha casa, mucho
me ayudó, con grande amabilidad, en la preparación de esta ceremonia papal.

PREFETTURA DELLA CASA PONTIFICIA

SUA SANTITÁ

GIOVANNI PAOLO II
MARTEDÍ 12 MAGGIO 1992
ALLE ORE 7
CELEBRERÁ LA SANTA MESSA
NELLE GROTTE
DELLA BASILICA VATICANA IN
OCCASIONE D E L L ' I N A U G U R A Z I O N E
DELLA CAPPELLA DELLA MADONNA
DI GUADALUPE

260
Como reza la invitación, se nos convocó el martes 12 de mayo de 1992,
a las 7:00 a.m. Entramos a la cripta de la Basílica, después de haber atra-
vesado la plaza de San Pedro por el arco de las campanas (largo Brascki). La
misa en realidad comenzó a las 8:00 a.m. Concelebramos con Su Santidad,
el Papa, siete personas: el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo
Primado de México, con dos de sus auxiliares, monseñor Luis Mena Arroyo
y monseñor Abelardo Alvarado Alcántara; el entonces obispo de Tijuana,
monseñor Emilio Berlié Belaunzarán, monseñor Carlos Talavera Ramírez,
obispo de Coatzacoalcos, Ver., monseñor Hilario Chávez Joya, obispo de la
entonces prelatura territorial y actualmente diócesis de Nuevo Casas Grandes
y, finalmente, un servidor, monseñor Guillermo Schulenburg Prado, Abad
de Guadalupe.
Asistieron el arcipreste de la Basílica vaticana. Cardenal Virgilio Noé,
algtín otro obispo de Roma y un gran número de mexicanos, entre ellos
el representante personal del Presidente de nuestra República, licenciado
Agustín Téllez Cruces, con su esposa, y, desde luego, varios miembros del

El Santo Padre concelebrando en la capilla con los obispos y el Abad de Guadalupe.

261
comité, entre los cuales se encontraban el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez
y el empresario José T. Mata. Le indiqué al maestro de ceremonias que
estas dos personas podrían participar en las lecturas sagradas, como de
hecho lo hicieron. El coro estuvo a cargo del Colegio Mexicano, y la trans-
misión televisada la realizó Televisa, de México.
Después de la misa conversamos brevemente con el Santo Padre, el señor
arzobispo de México, acompañado por el rector del Colegio Mexicano, y un
servidor Como un devoto reconocimiento por la concelebración eucarística,
nos permitimos hacerle algunos sencillos obsequios. Su Santidad se mostró
sumamente amable con nosotros, como puede verse en algunas de las foto-
grafías que mostramos en estas páginas, las cuales son un bello recuerdo
de este acontecimiento histórico para el pueblo de México.
Con estas sencillas palabras termino de narrar con satisfacción un hecho
que fue la coronación del esfuerzo de muchos.

262
Capítulo XXI
Mi h u m i l d e contribución a
la difusión de la Imagen
y del mensaje de G u a d a l u p e
en diversas partes del m u n d o

La presecia de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en la Basí-


lica Vaticana, como lo he dicho, sin duda tiene un significado muy especial
para nuestro México, pero quiero decir que antes de esta realización, en
la época en que me tocó ser Abad de Guadalupe, tuve la satisfacción inme-
recida de llevar a diversas partes del mundo y de diversas maneras, esta
singular veneración a la Guadalupe mexicana. Aun cuando al enumerar
algunos de los recuerdos que vienen a mi mente, desde luego, no lo hago
en un estricto orden cronológico, y tampoco expreso las fechas de los mis-
mos, porque significaría consultar datos no fáciles de encontrar, tanto en
noticias periodísticas, como en revistas y libros.
Comenzaré por ese gran centro devocional mariano en Francia, Nues-
tra Señora de Lourdes. En efecto, a los pocos meses de haber sido elevado
a la dignidad abacial de nuestra Colegiata de Guadalupe, me tocó entrevis-
tarme en París, con el arquitecto Fierre Vagó, entonces presidente de la Aso-
ciación Mundial de Arquitectos y encargado no sólo de la construcción de
la nueva Basílica de Lourdes, sino de la organización de todas las áreas
devocionales que se encuentran en ese Sagrado Recinto. El objeto de la
entrevista era el que se nos indicara la ubicación de una nueva escultura de
Nuestra Señora de Guadalupe, que se había ejecutado en México, por ini-
ciativa de mi último antecesor en funciones de Abad, el Arcipreste don
Gregorio Aguilar, sustituyendo en ese oficio temporalmente a don Feliciano
Cortés Mora. Le presentamos a Fierre Vagó un pequeño proyecto elaborado
por José Luis Benlliure; lo aprobó con alguna modificación, y una vez obte-
nidos todos los permisos necesarios, nos regresamos a México para arreglar

263
la transportación de nuestra escultura al Santuario de Lourdes, dedicado
a la Inmaculada Concepción de María, pues con este nombre se presentó Ella
misma, cuando el 25 de marzo del año de 1858, la Señora le dijo a Berna-
dette: Je suis l´ Immaculée Conception-. "Yo soy la Inmaculada Concepción".
Posteriormente regresamos a Francia. Una vez colocada y bendecida
la Imagen en el lugar indicado, concelebramos la Eucaristía con el obispo de
Tarbes y Lourdes, con el rector de ese Santuario, así como con un grupo
de obispos franceses.
Algunos años después fui invitado por el Cardenal Arzobispo de Los
Ángeles, California, monseñor Timothy Manning, a predicar y presidir junta-
mente con él una paraliturgia, cuya parte principal consistía en una gran
procesión que se realizaba cada año con motivo de la festividad de Nues-
tra Señora de Guadalupe, en un estadio de Los Ángeles, cuyo nombre he
olvidado. Los participantes eran cerca de 3,000 personas.
Recuerdo también haber ido a la diócesis de Allentown, sufragánea de
Filadelfia, a predicar y concelebrar en la parroquia de la Inmaculada, con
motivo de la inauguración de un centro mariano-guadalupano, cuyo objeto
era promover en los Estados Unidos la devoción a Nuestra Señora del
Tepeyac.
De los Estados Unidos de Norte América paso a Sudamérica, recordando
que el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada y un servidor llevamos la Imagen
de Nuestra Señora de Guadalupe erigida como Patrona de una nueva parro-
quia, en la arquidiócesis de Guayaquil, en el Ecuador, invitados por el arzo-
bispo de aquel entonces, el cual, amablemente, nos hospedó en su resi-
dencia.
Se ve que la memoria es caprichosa, razón por la que vuelvo a los
Estados Unidos de Norte América, rememorando la invitación que me hizo
el Obispo de El Paso, Tex., Raymundo Joseph Peña, para que participara
con él en la celebración de la Eucaristía y predicara en dicha solemnidad
en honor de Nuestra Señora de Guadalupe.
Años más tarde, ahí mismo, en Texas, el párroco de la Catedral de Dallas,
a través del cónsul de México en esa ciudad, me invitó a celebrar la Euca-
ristía y predicar en ese antiguo templo. Por cierto, mucho me admiró que en
el ábside hubiera una gran Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, pienso

264
que de más de 20 metros de altura, casi de piso a techo, detrás del altar
mayor. Se encontraban allí congregadas alrededor de 2,000 personas, en
su mayoría de origen mexicano, unos documentados y otros indocumentados.
En la campaña que se realizó durante la construcción de la nueva
Basílica, fui invitado a la Catedral de la ciudad de Chicago, con la compla-
cencia del Cardenal John Patrick Cody, para promover la ayuda de nues-
tros paisanos en favor de la terminación de la nueva Basílica. Esta campaña
era dirigida por un buen sacerdote norteamericano, que había servido por
algún tiempo en la Arquidiócesis de México.
Volemos de Chicago a Manhattan, y entremos a la Catedral de San
Patricio para participar en la gran celebración que presidía el Arzobispo,
Cardenal John O'Connor, quien tenía una gran predilección por los mexica-
nos residentes en Nueva York, tanto dentro de su Arquidiócesis, como fuera
de ella. Muy cerca del 12 de diciembre se realizaba una gran solemnidad
en honor de la Virgen María de Guadalupe; hacían una procesión en el
templo, llevando la Imagen de Nuestra Señora, en andas, con los colores
patrios mexicanos y cantando los conocidos himnos guadalupanos; pre-
sidía la celebración eucarística el mismo Señor Cardenal, por el cual fui
invitado a predicar la homilía.

Monseñor Schulenburg en el púlpito de la Catedral


de San Patricio en Nueva York predicando su homilía
acerca de nuestra Señora de Guadalupe.

265
Centré mi predicación en la esencia del Mensaje Guadalupano, tal y
como lo escuchamos en la narración del Nican-Mopohua. Según dicho men-
saje, la Santísima Virgen María entabla un diálogo con el indio, tratándolo
con gran deferencia, ternura y delicadeza. Le pide que vaya al Obispo de
México, a fin de que éste le edifique un templo, para en el "mostrar su com-
pasión, y escuchar ahí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas
y dolores". El indio le responde con profunda humildad, que no es digno
de tal misión, dada su baja condición social. Sus palabras, segíin el texto,
son las siguientes: "Yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla
de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda...". La Señora del Cielo
insiste: "Oye, hijo mío, el más pequeño, ten entendido que valen mucho mis
servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje
y hagan mi voluntad, pero es muy necesario que tii personalmente vayas,
ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi
voluntad...".
O sea, queda claro que la Santísima Virgen María reconoce plenamen-
te la dignidad humana del indígena, al cual ve con singular delicadeza,
y precisamente a él quiere enviarlo al Obispo como su mensajero. La Madre
de Jesús desea darnos a entender a todos los hombres, que Ella no sólo
respeta profundamente los derechos concedidos por Dios a toda la Huma-
nidad, sino además, decirnos con toda nitidez, que delante de Dios no hay
acepción de razas, ni de personas; todos somos iguales en su presencia, y
si acaso hubiere alguna acepción, esta sería en favor de los que son consi-
derados como de más baja condición social.
Y les dije a todos mis escuchas: Aquí, en esta gran ciudad de Nueva
York, muy cerca de la Catedral, en el Rockefeller Center, podemos leer el
reconocimiento de los derechos y de las libertades del hombre, expresa-
dos, si no con las dulces palabras de la lengua indígena Náhuatl, sí con
toda la fuerza y modernidad de este texto escrito en inglés.
Ya que tanto me entretuve en hablar de la celebración en la Catedral
de San Patricio, en la cual por cierto y afortunadamente, tenemos una pre-
ciosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, me veo obligado a no alar-
garme más, sino simplemente, a enumerar algunos de los lugares a los

266
que fui a llevar el Mensaje de Guadalupe, por ejemplo, Sarajevo, en Yugos-
lavia, en donde participé en un Congreso Internacional Mariano-Marioló-
gico, leyendo un trabajo teológico acerca de algunas de las palabras clave
del Mensaje Guadalupano: "¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?".
La misma participación tuve en el Congreso realizado en Lisboa, Por-
tugal. Igualmente en Santo Domingo, cuya celebración culminó en la Basí-
lica dedicada a Nuestra Señora de la Alta Gracia.
No puedo olvidar, por la gran importancia histórica del lugar, a la ciudad
de Jerusalén, en la cual, concelebrando con el Obispo del Patriarcado Lati-
no de dicha urbe, monseñor Beltriti, me tocó predicar y coronar a una piadosa
Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que se encuentra en el Colegio
de los Hermanos Lasallistas. El padre Lauro López Beltrán escribió un libro
haciendo la reseña de este acontecimiento.

Monseñor Schulenburg recibe


el saludo de la paz del Cardenal
O'Connon

267
268
Capítulo XXII
Memoria de algunos ilustres
visitantes a los cuales recibí
en la colina del Tepeyac

He dicho con anterioridad que se llegaría el momento en mis memorias


de recordar algunos de los ilustres visitantes que estuvieron muy cerca de
la Imagen original de Nuestra Señora y a los cuales me tocó recibir en la
Basílica de Guadalupe. Para mí, sin duda, el más importante fue preci-
samente el Papa Juan Pablo II.
El Señor, en el transcurso de mi vida sacerdotal, me ha concedido el
estar cerca, aun cuando fuera por algunos minutos, con varios de los Suce-
sores de Pedro, en la ciudad de Roma. Sin embargo, el que un Papa estu-
viera en México por primera vez a lo largo de la historia de este país, era
algo verdaderamente extraordinario. Ese Papa fue nada menos que nues-
tro actual Pontífice, al cual recibí en mi pequeña oficina de la vieja Basílica
de Nuestra Señora, antes de que ingresara solemnemente al nuevo San-
tuario ya construido, pero en el que todavía no tenía mi despacho.
Entró el Santo Padre a la intimidad de mi pequeño cubículo, se sentó
en mi silla frente al escritorio y comenzó a jugar un poco con los pequeños
objetos que tenía yo sobre la mesa, tomándolos entre las manos. Yo, de
píe, en un ángulo de la habitación, lo contemplaba con grande emoción,
y pensaba para mis adentros, he estado en Roma con diversos pontífices y
también estuve en la toma de posesión de este Papa; pero que él, a pocos
meses de la inauguración solemne de su Pontificado, estuviese en mi des-
pacho, y ahí lo viera muy de cerca, esto jamás me había acontecido, y
estoy seguro que no sucederá en lo futuro; pero además, me dije: "Qué
palabras voy a dirigir al Santo Padre, que tengan algún sentido profundo,
o haya alguna razón especial para decírselas". Él, con toda sencillez, para

269
iniciar alguna conversación y tratando de explicarse en la lengua castella-
na, que estaba aprendiendo, me dijo: "Este señor, que está cerca de mí,
lleva 13 años de tolerarme como mi secretario privado", lo cual me dio la
oportunidad de responderle: "Perdóneme Santidad, pero el padre Estanis-
lao ha tenido la satisfacción y el honor de ser ahora nada menos que el
secretario particular del Santo Padre". Creo que es todo lo que hablé mien-
tras estuve ahí, muy cerca de Juan Pablo II.
Posteriormente, como decía, nos encaminamos hacia la nueva Basíli-
ca, donde se encontraban ya esperándolo con ansiedad todos los sacer-
dotes de este país. íbamos con él monseñor Cassaroli, Secretario de Estado
de Su Santidad; el Nuncio Apostólico en México, monseñor Prigione; el
presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, monseñor Suárez, y algún

Monseñor Schulenburg conversa en privado


con su Santidad el Papa.

270
otro prelado que no recuerdo. Yo tuve el honor de dirigirle a Su Santidad
algunas palabras en nombre de todo el clero de la República Mexicana,
para servirle de introducción a lo que él iba a decirnos. Afortunadamen-
te, pude rescatar el pequeño y sencillo discurso que le dirigí. Don Aurelio
Pérez me hizo el favor de pedirlo a la filmoteca de Televisa y, aun cuando
no fue fácil recuperarlo, dado el inmenso archivo fílmico de esa empresa,
lo puso en mis manos. Lo transcribo en estas páginas, tal y como lo pro-
nuncié delante del Papa:

Discurso p r o n u n c i a d o p o r m í
a Su Santidad, el Papa

Santísimo Padre:
Los sacerdotes mexicanos y todos los que ejercen su ministerio sacerdotal
en este País, nos sentimos profundamente honrados y llenos de espiritual
regocijo con la visita a México de Vuestra Santidad, Vicario de Cristo, y Pas-
tor Universal de la Iglesia de Dios. Pensamos que es un don muy particular
del Señor el que podamos tener este contacto con Nuestro Padre, el Jefe Supre-
mo de la Grey de Jesús y escuchar sus palabras en forma directa y personal,
aquí, en este lugar, que es como el corazón de la Patria, y que tiene un signi-
ficado religioso e histórico de tanta trascendencia para el pueblo de México
y para todo el Continente Americano, ya que Santa María de Guadalupe es
la Reina de México y Emperatriz de las Américas. A nombre de todos los sacer-
dotes y religiosos de la Nación Mexicana, doy a Vuestra Santidad la más
cordial, respetuosa y filial bienvenida. Deseo además, en brevísimas y senci-
llas palabras, expresar los más fervientes anhelos de nuestro corazón sacer-
dotal. Nosotros, como cooperadores del orden episcopal, marcados con un
carácter especial que nos configura con Cristo Sacerdote, por la unción del
Espíritu Santo, queremos ejercer nuestro ministerio pastoral en favor de los
hombres, en índma comunión con Vos, el Pastor Supremo, y con nuestros Obis-
pos. Consagrarnos totalmente a la obra para la que el Señor nos ha elegido,
viviendo entre los hombres, no como extraños, sino muy cerca de ellos y con
un conocimiento vital de sus necesidades más profundas, pero con la convic-
ción de que no podríamos ser auténticos ministros de Cristo, si no fuéramos
testigos y dispensadores de otra vida más que la terrena. Conscientes de
nuestra calidad humana, fuertemente enraizados en esta tierra, conocedo-

271
res de los hombres por nuestro trato cotidiano íntimo y personal con ellos,
y por nuestra propia introspección, pero al mismo tiempo sabedores de que
no podríamos servir realmente a nuestros hermanos si nos conformáramos
a este mundo; queremos vivir una vida auténticamente sacerdotal. Practicar
especialmente aquellas virtudes que nos acercan más a los hombres, para
poder llevarlos a Dios; ser bondadosos de corazón, sinceros, fuertes en las
adversidades, y constantes en el trabajo; seriamente preocupados por los pro-
blemas de la justicia, de la libertad y de la pobreza, amantes de la paz. Sólo
así podremos dedicarnos con autenticidad a la evangelización integral de
los hombres, máxime en los momentos actuales de la humanidad, en que se
hace más apremiante y necesario enfatizar esta misión básica y fundamen-
tal de la Iglesia, a la luz de la exhortación de Su Santidad el Papa Pablo VI, de
feliz memoria, evangelii nuntiandi. Convencidos de la perenne juventud de la
Iglesia de Cristo, que sabe adaptarse a las necesidades de su tiempo sin trai-
cionar jamás al evangelio, deseamos ser mensajeros de su sabiduría, no de
nuestra propia sabiduría. Sabemos que además de predicadores, somos minis-
tros de los sacramentos y de la eucaristía. Por eso nos empeñamos en culti-
var convenientemente la ciencia y las prácticas litúrgicas, a fin de que por
nuestro ministerio litúrgico, las comunidades cristianas que nos han sido
encomendadas, alaben cada día con más perfección a la Augusta Trinidad.
En fin, Santísimo Padre, nos interesa mucho, en la medida en que hayamos
recibido esta encomienda de Vos, a través de nuestros Obispos y en comunión
con ellos, ser verdaderos rectores del pueblo de Dios. Desde luego, nuestra
vida sacerdotal sería muy pobre si no encontráramos en el triple ejercicio de
nuestro ministerio pastoral nuestra propia santificación. Este ministerio ha
de ser para nosotros una escuela práctica de perfección, conjuntando la vida de
servicio en favor de nuestros semejantes al estudio asiduo de las ciencias
sagradas y al coloquio personal con Cristo, especialmente en la vida eucarís-
tica. Aquí, a las plantas de esta benditísima y misteriosa Imagen de María,
madre de Jesús, y madre de la Iglesia, madre de todos los hombres, a la que
aprendimos a venerar y amar desde la infancia, en el seno de nuestros hoga-
res cristianos, tan aferrados a la devoción de la Santísima Virgen María de
Guadalupe, y más tarde, durante la etapa de nuestra formación sacerdotal en
el Seminario, Os ofrecemos, Santo Padre, nuestra más firme adhesión y
disponibilidad para secundar Vuestras enseñanzas y orientaciones, especial-
mente en esta importantísima reunión del Episcopado Latinoamericano, en
Puebla de los Ángeles, para la evangelización, presente y futura, de nuestro
continente. Que Vuestra visita sea para todos nosotros los sacerdotes, reli-
giosos y laicos de Latinoamérica, una verdadera visita de gracia, estimán-

272
dola en todo su profundo significado, y que el Señor Os conceda una larga
vida y un fecundo ministerio pastoral, para gloria de la Augusta Trinidad y
mejoramiento de los seres humanos.

Por cierto que el Santo Padre, en esa su primera visita a nuestra Patria,
al encontrarse muy cerca de nosotros en la sacristía de la Basílica, le pre-
sentamos el libro de los visitantes ilustres, y Él, con toda sencillez, redactó
una pequeña dedicatoria en latín, que escribió con su propia mano, para
recordar la solemnidad con la que se había iniciado la Tercera Conferencia
del Episcopado Latinoamericano.

Monseñor Schulenburg en tas escalinatas de la nueva Basílica muy cerca del


Santo Padre.

273
La traducción del texto es la siguiente:
El día 27 de enero del año del Señor de 1979, ante la milagrosa imagen de la
Santísima Virgen María de Guadalupe, dimos inicio a la Tercera Conferencia
del Episcopado Latino-americano.
Juan Pablo II, Papa
y numerosos representantes del mismo Episcopado.

Con estas palabras, de feliz memoria, nuestro libro de visitantes ilus-


tres recibió para la historia, no sólo de la Insigne y Nacional Basílica de
Guadalupe, sino de toda nuestra nación, uno de los recuerdos más dignos
de ser mencionados, y para nosotros los católicos, sin ofensa de nadie,
el más digno.
Nunca había estado tan cerca de un Papa, y con tanta frecuencia, como
en esa ocasión con Juan Pablo 11. Comimos con Él, ahí mismo en la Basílica,
un pequeño grupo de personas: el Cardenal Cassaroli, Secretario de Estado
del Vaticano; el Cardenal Caprio, sustituto de dicha secretaría; el Nuncio
Apostólico en México, Girolamo Prigione; el secretario p„rticularde Su San-
tidad, monseñor Stanislaw Dziwisz; la señora madre del Presidente de la
República, las hermanas del mismo Presidente y un servidor.

274
En el transcurso de las diferentes actividades papales en el área de la
Basílica, estuve muy cerca de Él. Jamás me había retratado tantas veces
con un Papa como con Juan Pablo 11. Aquí, en mis memorias, publico algu-
na que otra de esas fotografías, para mí interesantes.
En el 25 aniversario del ejercicio de mi cargo como abad de la Basí-
lica, Su Santidad me envió a través de la nunciatura apostólica su fotografía
con una bendición muy especial, firmada por Él mismo.
Cuando el Papa iba ya en el avión de regreso a Roma, llamó a uno de
los sobrecargos y le pidió que me entregara personalmente su blanco solideo,
sin duda, un recuerdo inolvidable para mí, de su presencia en nuestro país.
Al sobrecargo le pareció un detalle tan especial, que, como él mismo me
confesó, varias veces tuvo la tentación e intención de quedarse con el soli-
deo, hasta que un día se presentó en mi oficina para entregármelo.
Un recuerdo más. Pocos meses antes de mi renuncia a la abadía secular
de Nuestra Señora de Guadalupe, encontrándome en Roma, tuvimos el pri-
vilegio de ser recibidos por Su Santidad en una audiencia estrictamente
privada, durante 20 minutos, uno de los obispos auxiliares de la Arquidió-
cesis de México, monseñor Abelardo Alvarado, y un servidor. Nos trató con
gran afabilidad y le expusimos, con sencillez, el objeto de nuestra visita.

Su Santidad el Papa con mons. Alvarado y mons. Schulenburg en audiencia


privada.

275
El general Charles de Gaulle y algunos
o t r o s personajes en nuestra Basílica

Después de haber hablado del más ilustre de nuestros visitantes y volviendo


muchos años atrás, recuerdo para mí muy memorable, ya que tenía muy
poco tiempo de ser Abad de Guadalupe, fue la visita del señor general Charles
de Gaulle y de su estimable esposa, la señora Ivonne, los cuales asistieron
a misa en la vieja Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el 19 de marzo
del año de 1964.
La Embajada de Francia me envió un breve memorándum con la historia
y el curriculum político-militar, desde luego muy interesante, del general
de Gaulle, el cual, sin duda, tuvo una participación muy decidida en la libe-
ración del pueblo francés, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial.
Con su profunda convicción de católico militante, al llegar a la puerta
de la antigua Basílica se arrodilló en el reclinatorio ahí colocado para besar
el crucifijo antes de ingresar al Santuario y, de acuerdo con la antigua
usanza, entró bajo palio hasta el altar. Para llevar dicho palio, me permití
invitar a algunos empresarios, convencidos católicos, los cuales no perte-
necían a ninguna de nuestras congregaciones u organizaciones específica-
mente cristianas. Sin embargo, ellos, con gentileza, se prestaron a ejercer
dicho "oficio". Presidió la celebración eucarística el Cardenal Miranda. Con-
celebré con él, aun cuando todavía no era habitual dentro de nuestra liturgia
la concelebración, y posteriormente el general de Gaulle y su esposa firma-
ron el libro de nuestras memorias.
Quiero simplemente, como un recuerdo simpático que revelaba la recia
personalidad de este militar, presidente de Francia, referir un sencillo de-
talle: habíamos colocado en el presbiterio varios reclinatorios para él y
sus acompañantes más cercanos. A su lado estaría su esposa, doña Ivonne;
sin embargo, él nos dijo: "La señora no es presidentesa, por lo tanto, debe
estar allá abajo con mis otros acompañantes, y no en el presbiterio".
No podría poner en estas mis memorias a todos los personajes que
en el curso de más de 30 años fuimos recibiendo en la Basílica de Guada-
lupe. En el libro que cuidadosamente conservamos, hay una larga lista
de Jefes de Estado, tanto de nuestro continente, como del europeo, y de

276
otros lugares lejanos de estas tierras. Si me empeñara en enumerar algunos
nombres ilustres, verbigracia de Francia, de Alemania, de Italia, de Bélgica,
de España, y de otros muchos lugares, podría omitir a ciertos personajes de
la historia. Sin embargo, pondré alguno que otro ejemplo: el rey de España
con su esposa ha estado por lo menos dos veces en la Basílica; mucho muy
anteriormente nos visitaron los reyes de Bélgica; Richard Nixon, conno-
tado político norteamericano, el cual, sin ser católico, visitó nuestra antigua
Basílica, juntamente con su esposa, el 22 de junio de 1965, años antes de
que fuese elegido presidente de Estados Unidos, como todos lo sabemos,
para el periodo 1968-1972. Habiendo sido reelegido para el siguiente cua-
trienio, tuvo que dimitir dos años después, por estar comprometido en el
Affaire Water Gate.
No dejó de causarme una gran admiración la visita que nos hizo el Dalai
Lama con un pequeño grupo de monjes, compañeros suyos, los cuales per-
tenecen precisamente a una de las formas especiales del budismo, el lamaís-
mo, tan complicado y difícil de entender, que se desarrolló en el Tibet, de
donde se difundió por Mongolia, China y Siberia. Los recibí en las puertas
de la Basílica, después de la celebración matutina de la Eucaristía. Entramos
procesionalmente hasta el pie del altar, él me colocó una estola en el cuello,
y entonaron un canto religioso con esa voz de bajo profundo y con una letra
que desconocemos totalmente.
Puesto que ellos ignoraban el castellano, no pronuncié ninguna pala-
bra, y simplemente agradecí su encuentro con nosotros, en un lugar tan
significativo para México, con una inclinación profunda, un gesto de bien-
venida y una suave sonrisa de buena voluntad y de acercamiento respe-
tuoso entre todos los seres humanos.
Por el apellido que llevo, de alguna manera me vería obligado a men-
cionar a varios cardenales arzobispos de la República Federal Alemana; a
un presidente de la misma República, el doctor Heinrich Lübke y al primer
ministro Helmut Kohl, bávaro profundamente católico.
Hablando de la Santa Sede, tendría que referirme al que fue por muchos
años Secretario de Estado de Su Santidad, el Cardenal Cassaroli, el cual
estuvo varias veces en el Tepeyac; a cardenales muy connotados de las dis-

277
tintas congregaciones de la sede apostólica, o a los embajadores de diver-
sos países, etcétera.
Dada la impresión que me causó, debo mencionar especialmente al
cardenal Eugéne Tisserant, el cual en vida fue decano del Colegio Cardena-
licio y, entre otros muchos cargos. Secretario de la Congregación para las
Iglesias Orientales. Creado cardenal por Su Santidad el Papa Pío XI, en el
año de 1936, a sus 52 años de edad, era connotado arqueólogo y miembro
de la Academia de Francia. Murió a los 88 años de edad, el 21 de febrero de
1972. Por cierto que me encontraba en Roma cuando en su capilla privada
casó al licenciado Miguel Alemán Velasco con Christiane Magnani Pavese.
A este cardenal, estando de visita en México, el Eminentísimo señor arzo-
bispo primado, don Miguel Darío Miranda y Gómez, lo llevó a mi pequeña
oficina privada, el 19 de agosto de 1964, ese mismo día su firma quedó
estampada en nuestro ya famoso libro de visitantes ilustres.
Me permito sugerir a historiadores y no historiadores, los cuales en sus
escritos muchas veces desean resaltar la gran importancia que tiene en
nuestro País y fuera de él, el Santuario de Guadalupe, que les sería útil como
un dato complementario, consultar nuestro precioso libro de visitantes.
El Presidente Kennedy visitó la Basílica y participó en la celebración de
la Eucaristía, un año antes de su muerte, o sea, en 1962. Fue asesinado,
según recuerdo, en noviembre de 1963, a pocos meses de mi presencia en
esa Colegiata de Guadalupe, como abad secular de la misma. Su muerte,
como todos recordamos, causó una gran impresión. Regresaba ya a mi casa,
después de mi trabajo matutino en la Basílica, a la hora de la comida,
cuando escuché la noticia que no podía creer. Al atardecer, terminado el
rezo de vísperas y completas en el coro de la vieja Basílica, y el canto de
la Salve ante la Imagen de la Santísima Virgen, me acerqué en la sacristía
al sacerdote encargado de la misma, don Guillermo Ortiz, y le pregunté que
si había algún libro de visitantes en el cual hubiera dejado, como recuerdo
de su presencia, su propia firma el Presidente Kennedy. Me parece que don
Guillermo no supo contestarme a esta pregunta, y entonces di órdenes a
la administración para que se comprara un libro digno, a fin de recabar los
pensamientos y firmas de nuestros visitantes más ilustres.

278
Dado que en aquel entonces nuestras leyes de alguna manera se resis-
tían a estas visitas y los presidentes o diversos diplomáticos de otros países
no eran acompañados, verbigracia por los ministros de Relaciones Exte-
riores o por los jefes de protocolo a estos actos religiosos, era obvio que no
se les podía negar que asistieran a la Basílica. Los embajadores en México
de esos países recurrían primero a la Secretaría de Relaciones Exteriores
para que se le enterase de sus deseos y a fin de que se les proporcionara
toda la vigilancia necesaria. Posteriormente me hablaban a la Basílica, con-
certando conmigo el día y la hora en el que los visitantes, dentro de su
programa, querían ir al Santuario Guadalupano. Con gusto atendíamos
a sus deseos.
Todos los extranjeros entendían que nuestro pueblo ve con gran sim-
patía el que se acerquen a la Virgen Morena. Tal vez, además de su devo-
ción, era parte de su finalidad.
Quiero advertir, y ya lo he expresado con anterioridad, que a Dios gra-
cias, en nuestro país han mejorado mucho las relaciones entre la Iglesia
y el Estado y, por lo tanto, otro es el enfoque acerca de la libertad religiosa,
libertad a la que tienen derecho todos los ciudadanos. Claro está que el
ejercicio de este derecho tiene sus debidas limitaciones para no ofender
los derechos de los demás y no trastornar el orden público.
Si quisiera continuar extrayendo de las arcas de mi memoria recuer-
dos nuevos y recuerdos viejos, me volvería interminable. Hasta ahora el
Señor me ha concedido una salud bastante aceptable, y afortunadamen-
te, una lucidez mental en virtud de la cual puedo reflexionar y entender
con claridad todo aquello que me propongo estudiar. Sin embargo, puesto
que mi deseo es dar a conocer lo más pronto posible este humilde trabajo,
no quiero abusar de los dones de la Divina Providencia, razón por la cual
pretendo redactar el último capítulo de este libro escrito por el "último abad
de Guadalupe", ya que ha cambiado la estructura de la Colegiata y, por
lo tanto, la "ley fundacional" de esa "abadía secular", a la cual me referí
desde el inicio de éstas, mis memorias.
De acuerdo con el Diccionario Porrúa, el cual se editó por primera vez
en el año de 1964, a los pocos meses de mi toma de posesión, soy el XXI

279
Abad. Ahí sólo se indica mi nombre y la fecha en que el Cardenal Miranda
me dio posesión, o sea el 17 de mayo de 1963. Tal vez, en las siguientes
ediciones de dicho diccionario, cuando haya partido de este mundo, alguien
se preocupará por hacer algún breve relato de los 33 años del Abad Schu-
lenburg en el ejercicio de su cargo. Debo aclarar que el segundo abad electo,
llamado Miguel Cervera, nunca llegó a venir a México a tomar posesión,
y murió en España. El tercero de nombre, y segundo defacto, nacido en
Puebla, se llamó Diego Sánchez Pareja; por lo tanto, yo sería el XX Abad
de Guadalupe, ya que el segundo nunca tomó posesión de esta dignidad.
Afortunadamente, no seré testigo presencial de lo que en ese Diccionario
se narre acerca de mí.

280
Capítulo XXIII
Discurso parabólico
de Nuestro Señor Jesucristo,
expuesto en el capítulo XIII
del Evangelio de San Mateo

POR ASOCIACIÓN de ideas, al llegar a este punto de mis remembranzas, no


sé por qué me vino a la mente aquel pasaje del capítulo XIII del Evangelio
de San Mateo, en el cual el evangelista expone las siete parábolas que
el Señor Jesús predicó a la multitud reunida delante de Él. Mateo hace una
sencilla introducción al discurso de Cristo, diciéndonos: 'Aquel día salió
Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Y se reunió tanta gente junto
a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca; toda la gente quedaba en
la ribera y les habló muchas cosas en parábolas..."
Después de enumerar cada una de esas parábolas, varias de las cuales
explicó en forma magistral el mismo Jesús, el Señor interpela al pueblo
y le dice:
"¿Habéis entendido todo esto?", y ellos le responden: "Sí". Y Él añadió:
'Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos,
es semejante a un padre de familia que saca de sus arcas cosas nuevas y
cosas viejas..."
¿A qué se refiere Jesucristo Nuestro Señor en estas dos últimas líneas
del evangelista San Mateo? Al "doctor judío", el cual, una vez hecho discí-
pulo de Cristo, posee y administra toda la riqueza de la Antigua Alianza,
aumentada por el perfeccionamiento de la Nueva. Podríamos decir que
este elogio al "escriba cristiano" resume y concretiza el ideal expresado
a lo largo de la narración del primero de los cuatro evangelistas.
Sin embargo, de mi parte, recurriendo al sentido acomodaticio de la
Escritura, quiero parecerme a ese doctor de la ley, que se ha hecho discí-

281
pulo del Reino de los Cielos, puesto que mis más de 60 años de sacerdocio
me dan la facultad de extraer de las arcas de mi memoria, recuerdos nue-
vos y recuerdos viejos que iluminan mi vocación de SSrviciO fin faVOI Úfi
mis semejantes, cualquiera que sea su nivel profesional, cultural, social
o económico.
A propósito de mis más de 60 años de sacerdocio, transcribo íntegro el
telegrama que me envió S.S. Juan Pablo II, con motivo del quincuagésimo
aniversario de mi ordenación sacerdotal. Dicho telegrama, sin yo pedirlo,
fue sugerido a la Santa Sede por el entonces Nuncio Apostólico en México,
Mons. Girolamo Prigione y, como se puede ver, está firmado por el Secre-
tario de Estado, el Cardenal Casaroli.

STATO DELLA CITTÁ DEL VATICANO

TELEGRAMMA

AL REVDMO MONS GUILLERMO SCHULENBURG PRADO A8A0 B A S Í L I C A DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE QUE

CON PROFUNDA GRATITUD AL SENOR CELEBRA BODAS DE ORO SACERDOTALES SU SANTIDAD JUAN PABLO II

ENVÍA SU CORDIAL FELICITACION Y EXPRESALE VIVO RECONOCIMIENTO POR LARGA Y CONSTANTE

DEDICAGION S E R V I C I O I G L E S I A ESPECIALMENTE EN COORDINACION CULTO Y ATENCION PASTORAL DE ESE

CENTRO PIEDAD MARIANA TAN QUERIDO Y FREQUENTADO POR PUEBLO F I E L MEXICANO EN PRENDA ABUNDANTES

DONES D I V I N O S QUE S I G A N ACOMPANANDOLE EN SU VIDA M I N I S T E R I A SANTO PADRE OTORGALE CON

E S P E C I A L AFECTO IMPLORADA BENDICION APOSTOLICA EXTENSIVA F A M I L I A R E S Y P A R T I C I P A N T E S EN

SOLEMNE M I S A J U B I L A R CARDENAL CASAROLI

282
Capítulo XXIV
El Acontecimiento G u a d a l u p a n o
en México

Pensaba yo dedicar este último capítulo al problema de las apariciones


de la Santísima Virgen María al indio Juan Diego, desde el punto de vista
histórico, pero tanto se ha escrito y discutido acerca de este tema, por lo
menos a partir del siglo xviii, y existe una bibliografía tan abundante sobre
la materia, y además se sigue publicando infinidad de artículos, entrevis-
tas y reflexiones, lo mismo en periódicos y revistas de todo género, ocupán-
dose por otra parte, de la Guadalupana la radio y la televisión, que me
parecería excesivo el insistir y profundizar todavía más en el tema que, sin
tocarlo directamente, podríamos decir, ha sido, en el fondo, parte impor-
tante de mis memorias.
A propósito de este mi deseo de dedicar el último capítulo de mis
recuerdos al "Acontecimiento Guadalupano en México", quiero hacer, en
honor a la verdad, una confidencia a mis lectores. Antes de que me nom-
brara el Papa Juan XXIII, Abad de Guadalupe, no había profundizado en
el 'Acontecimiento guadalupano", ni me había dedicado con pasión a su
estudio. Después de que recibí dicho nombramiento, cuando me fui a pos-
trar a los pies de la Imagen Sagrada de Nuestra Señora, le prometí dedi-
carme, por el resto de mis días, a su servicio.
De hecho, al hacer un breve análisis de mi entrega total al servicio de
Nuestra Señora, gracias a Dios, puedo pensar que independientemente
de mis fallas y posibles equivocaciones, cuando repaso un poco mis infor-
mes anuales, constato que con la ayuda de muchos, pudimos lograr, si
no todos, buena parte de nuestros objetivos.

283
No alcanza la vida de un hombre para obtener en nuestro trabajo todo
lo que soñamos, pero vamos dejando una piedrita en el camino, y los que
nos siguen, continuarán edificando las construcciones objeto de esos nues-
tros sueños. Sin embargo, al final de nuestra existencia temporal, debemos
repetir con humildad una frase que el Señor Jesús nos dijo a este propósito:
"De igual modo, vosotros, cuando halláis hecho todo lo que os fue mandado,
decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer".2°
Posteriormente sentí la necesidad de estudiar a fondo el "Hecho Guada-
lupano" y conocer mucho mejor sus inicios y su desarrollo, y así lo hice, de
tal manera que puedo decir con verdad, ya que la humildad es la verdad,
que lo conozco profundamente, sin pretender calificarme como perito en
historia, ya que ella no es mi especialidad. Sin embargo, conozco sus reglas,
y afortunadamente creo gozar de ese sentido raro al cual llaman "sentido
común".
Todo esto lo digo, porque muchos, y así lo he oído varias veces, se han
preguntado: ¿Cómo es que habiendo sido Abad de Guadalupe durante más
de 33 años, ahora resulta antiaparicionista?
Quiero decirles que en todos mis años de abad prediqué en la Basílica y
fuera de la Basílica, infinidad de veces, el mensaje de Nuestra Señora, men-
saje altamente consolador y esperanzador: "...¿acaso no estoy yo aquí,
que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra y amparo? ¿no soy yo tu
salud? ¿no corres en todo por mi cuenta? ¿no estás por ventura en mi
regazo? ¿entonces, que más has menester? ¿ tienes necesidad de alguna
otra cosa?...".21
Naturalmente, el contenido fundamental de varias de las verdades teoló-
gicas acerca de María, que en forma literaria leemos en el Nican Mopohua,
y que nosotros los sacerdotes aprendimos en el estudio de la "mariolo-
gía", son con frecuencia objeto de nuestra predicación.
Al citar textualmente varias de las frases que encontramos en la narra-
ción tradicional del mensaje guadalupano, muchas veces pude contem-
plar con mis propios ojos, la tranquilidad y consuelo que causaban en
nuestro pueblo.
20
Lucas e l 7 , v.l0.
21
Cfr. Nican Mopohua.

284
Jamás dije una sola palabra acerca de la historicidad o no historicidad,
de las supuestas cuatro apariciones de la Santísima Virgen María al indio
Juan Diego. Por lo que toca a mi trabajo pastoral como rector del Santua-
rio y presidente del Cabildo, repito, procuré realizarlo con todo empeño.
Cuando se llegaron las festividades del primer centenario de la Coro-
nación de Santa María de Guadalupe, concedí una entrevista acerca de
dichas festividades a la revista Ixtus de Cuernavaca, cuya emisión era
de poquísimos ejemplares, 250 o 300. ¿Cuántas personas, en el momen-
to de su publicación, habrán leído esa entrevista? Supongo que muy pocas,
ya que durante un largo tiempo no hubo ningún comentario sobre la
misma.
La esencia de la entrevista versaba acerca del significado de esos 100
años de la Coronación de María como Reina de México y Emperatriz de
las Américas y de las islas Filipinas.
En efecto, los entrevistadores iniciaron su diálogo conmigo con esta
pregunta:

¿Qué significa, Monseñor, la celebración que se está llevando a cabo de los cien
años de la coronación de la Virgen de Guadalupe como Reina de México y Empe-
ratriz de las Américas y de las Islas Filipinas?

Mi contestación, como se puede leer en la revista,22 fue la siguiente:

-El día 12 de octubre del presente año culminaremos dicha celebración. Esta
coronación se realizó el 12 de octubre de 1895.
El abad de aquella época, Monseñor Antonio Plancarte y Labastida, le man-
dó a hacer una hermosa corona a París. La celebración de ahora se fija más
en el sentido espiritual de esa coronación.
No quiero decir con esto que los hombres de aquella época no lo hubieran
tenido, pero era una celebración más extema, más solemne y de acuerdo con la
época.
Ahora nos encontramos en un momento distinto, y lo que queremos recalcar
con esta celebración es que este pueblo de México que nació, se gestó y se hizo
un país con una idiosincrasia y una identidad propias, se hizo bajo la égida
22
Cfr. Ixtus espíritu y cultura, año 3, núm. 15, invierno 1995.
Apéndice núm. 4, Ixtus, espíritu y cultura. Entrevista completa hecha a monseñor Schulenburg.

285
de nuestra Señora de Guadalupe. Ella tiene un gran significado en la evange-
lización de nuestro país y como forjadora de nuestra nacionalidad. Por ello,
nuestro vasallaje de amor, de fidelidad, de devoción, de obediencia a Ella, reina
del cielo y de los hombres, lo hemos querido expresar a través de una corona-
ción real, porque Ella es la madre del rey, que es Cristo, y nos ha enseñado el
camino hacia Él, tanto como Cristo nos ha enseñado el camino hacia el Padre.
Así, nuestra devoción a María, además de tener un sentido mariológico, teo-
lógico, espiritual, tiene un sentido cristocéntrico, porque Cristo es quien está
en el centro, es nuestro gran intercesor, y nos valemos de María para llegar
a Él.
Este es el gran significado que estamos manejando en esta celebración que
culminará con la solemnidad del 12 de octubre aquí en la Basílica y en la
que estaremos pidiendo por las diversas regiones del país, por los arzobispos
de cada una de las 14 áreas pastorales de este pueblo, por todo nuestro pue-
blo y por nuestros problemas no solamente religiosos y espirituales, sino
también temporales.
Santa María de Guadalupe tiene un significado muy profundo en toda la
historia de la evangelización de este país. La narración fundamental, que es
el famoso Nican Mopohua, palabra náhuatl con la que empieza esa narra-
ción y que significa: 'Aquí se cuenta", "aquí se narra", "aquí se dice", tiene
un sabor profundamente indígena, de mentalidad indígena, de creencias, de
fe, de costumbres, de ideas indígenas, pero también tiene un sentido europeo
de catequesis. Aquí, en la colina del Tepeyac, antes de que llegara Guadalupe,
antes de que llegara la Santísima Virgen María, la verdadera madre del ver-
dadero Dios por quien se vive, de acuerdo con la narración del Nican
Mopohua, había un ídolo, la Tonantzin, que es el diminutivo de Tonan, que
significa "nuestra madrecita", "la madrecita", a la que los indios le presta-
ban adoración idolátrica. Por un precioso sincretismo religioso fue sustitui-
da, superada y cambiada, por la verdadera devoción a la verdadera madre
de Dios: la Diosinantzin y ya no la Tonantzin. Toda nuestra evangelización,
particularmente del siglo xvii en adelante, o más bien, desde mediados del xvi,
tuvo como estrella a María y a María bajo esta advocación, tan querida por
el pueblo de México, de Guadalupe. Porque su mensaje, que está en el Nican
Mopohua, es reivindicador de la dignidad humana del indio. Los diálogos que
ahí sostiene con el indio son diálogos de dignidad, de amor de entendimien-
to, de aceptación y en ese sentido tienen un gran significado humanístico,
pero también catequético. Esta Señora del Cielo, es la Virgen María, es la madre
de Dios, el reconocimiento de la existencia de Dios, del único Dios para los
indios, en substitución completa de su multiplicidad de dioses. Ella es, como

286
se dice en griego, la Teotokos, la verdadera madre de Dios, no solamente la
Cristotokos, la verdadera madre de Cristo. Y ello nos llena de confianza, de
fortaleza. "¿No estoy aquí que soy tu madre?", es el mensaje esencial de Gua-
dalupe. "¿No estás entre mis brazos ?". "¿No te tengo en mi regazo?". "¿Qué
te puede inquietar, qué te puede afligir, qué te puede molestar?". Todo este
mensaje ha sido un elemento providencial y precioso para la vida de este país,
y aquí, en esta Basílica de Guadalupe, tenemos esa presencia permanente
con más de diez millones de peregrinos al año.
Esta devoción no ha disminuido, sino que se ha acrecentado. Y esto es para
mí el milagro permanente de Guadalupe. No es un acontecimiento aislado ni
un hecho histórico de un momento. Son más de cuatro siglos de presencia,
de amor, de providencia, de confianza, de seguridad, interviniendo en nuestra
vida personal, familiar, y social. Un milagro permanente de oración. Pues
difícilmente hay en este país otro lugar de donde puedan subir más oracio-
nes al cielo.
Todo esto es Guadalupe y celebrar estos cien años es para nosotros un ali-
ciente de transformación interior y de meditación de lo que representa esta
presencia.

Posteriormente, los entrevistadores entraron en el tema del Reconoci-


miento de Culto, o sea, de la Beatificación Equivalente del indio Juan Diego,
y les expliqué la liturgia seguida por el Santo Padre en dicha beatifica-
ción, y además, el simbolismo que representaba el indio Juan Diego para
nuestras razas indígenas.
No quiero entrar en la polémica que se desató muy posteriormente,
acerca de dicha entrevista. Quiero decirles que poseo, afortunadamente, el
ntimero de la revista que se publicó en el invierno de 1995. Al releerla,
confieso que mucho me agradaron los conceptos en ella expresados tanto
acerca de la gran devoción del pueblo de México hacia la Santísima Vir-
gen María, bajo la advocación de Guadalupe, como de su significado y
del sentido espiritual de la celebración de los 100 años de su Coronación
como Reina de México y Emperatriz de las Américas y de las islas Fili-
pinas. Perdón por mi falta de modestia al advertir que fue una entrevista
improvisada, sin tener ningún papel ante mis ojos. Sin embargo, me vi
obligado a tomar algunos textos escritos para darles la explicación de lo
que me pedían.

287
Si mal no recuerdo, pasó más de un año para que un supuesto "vatica-
nista", sacando de contexto una de mis frases y considerándola en forma
aislada, hiciera un comentario malicioso que provocó un gran escándalo.
Quiero advertir que todos los católicos podemos llamarnos "vaticanistas",
en el auténtico sentido de la palabra, es decir, somos adictos a la Sede
Apostólica de Pedro.
Me propuse no dar ninguna explicación al respecto, como de hecho
lo hice, para no entrar en polémicas estériles, y, además, al leer la noticia
tendenciosa del periodista, se me vino al pensamiento una comparación
evangélica: fue algo así como una intervención del Enemigo, del "hombre
malo" que siembra la cizaña en medio de la buena simiente. La cizaña
causó un triste desconcierto en nuestro pueblo, sin pensar sus sembrado-
res, que estas noticias sensacionalistas dadas a través de los medios de
comunicación, más bien hacen daño, que beneficio.
Como decía al inicio de este capítulo, renuncié al análisis amplio del
"Fenómeno Guadalupano en México", tema que se ha retomado una y otra
vez en los últimos años, a propósito de la posible beatificación y canoni-
zación del indio Juan Diego. Sin duda, me dije, significaría entrar en una
cuestión de difícil tratamiento, especialmente cuando el pueblo de México
espera con ansiedad la venida de Su Santidad, para los últimos días del
mes de julio, si es que el Señor así lo permite, teniendo en cuenta su
estado de salud, pues a través de la televisión lo vemos muy deteriorado.
Me parece muy importante dejar plena constancia del gran respeto que
me merece Su Santidad, el romano pontífice, CUYAS DECISIONES ACATO SIN
NINGUNA HESITACIÓN, EN EL ÁMBITO Y EN EL GRADO QUE LA FE ME OBLIGA A HACER-
LO, DE ACUERDO CON LA DOCTRINA DE LA IGLESIA.
No sé si destruiré mis apuntes acerca del tema para que se vayan al
fondo del mar, o los conservaré en mi archivo personal, como un ejemplo de
mi esfuerzo en la profundización del fenómeno guadalupano en México.
Por otra parte, creo que es fundamental aclarar en favor de la plena
tranquilidad de los investigadores e historiadores católicos, que con esta
decisión, y después de realizada dicha canonización, la Iglesia de nin-
guna manera pretende obligarlos a que abandonen sus estudios, ya que
sería absurdo que alguien dijese que deberían hacerlo, porque va de por

288
medio la infalibilidad de la cual goza el Romano Pontífice, en virtud de
su oficio magisterial, cuando como Supremo Pastor y Doctor de todos los
fieles, proclama, por un acto definitivo, la doctrina que debe sostenerse
en materia de fe y de costumbres. (Cfr. Código de Derecho Canónico, canon
749, parágrafos 1 y 3.)23 Esta nuestra Iglesia Católica, es amante de la
verdad, pues Dios es la verdad. El Señor Jesús vino a mostramos la verdad
de su doctrina, que es nuestra doctrina y Él nos dijo: "Yo soy el camino,
la verdad y la vida...".24
Él quiere que vivamos con la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Todos los seres humanos estamos obligados a buscar la verdad con
ahínco, y una vez encontrada, a sostenerla con verdadera convicción, sin
ofender la buena fe de los demás, respetando sus propias convicciones,
y conviviendo con ellos pacíficamente.
Vuelvo a recomendar a los eruditos y no eruditos que están muy inte-
resados en profundizar en el inagotable tema guadalupano, la lectura de
los libros de los cuales hablé en éstas, mis notas, al referirme a la actuali-
dad del guadalupanismo mexicano. Por cierto, como es obvio, en algunos
de esos libros escritos con toda seriedad, está incluido un juicio crítico-his-
tórico acerca del valor de las famosas informaciones de 1666, a las cuales
desde hace tiempo se les ha querido dar una fuerza jurídico-canónica como
prueba exhaustiva de la realidad histórica del 'Acontecimiento Guadalu-
pano". (Confer. pp. 121 y siguientes).
Nuestro nacionalismo no comenzó precisamente con el cura Hidalgo,
cuando tomó como bandera de la Independencia la Imagen de la Guadalu-
pana.25 Ya a mediados del siglo xvii, los llamados "cuatro evangelistas"
de las apariciones, defendían la grandeza de México, iniciando un fuerte
nacionalismo. Argumentaban que la Santísima Virgen María había toca-
do con sus plantas nuestra tierra en la colina del Tepeyac y, con este
hecho, la había convertido en tierra sagrada.
Más aún, algunos, posteriormente, con delirio de grandeza, llegaron
a sostener que el Santo Padre debería establecer la Sede Apostólica en la
23
Cfr. página núm. 110 de éstas, mis memorias.
24
Evangelio de San Juan c. 14, v. 6,
25
Ya que mencioné a Don Miguel Hidalgo y Costilla, quiero hacer en este lugar un reconocimiento a su gran
humanismo, su espíritu progresista, su acendrada cultura, su fuerte personalidad y su lucha incansable por obtener
la independencia de nuestra Patria, de la cual, sin duda fue el iniciador.

289
ciudad de México, porque María no había "hecho cosa igual con ninguna
otra nación": Non jecit taliter omni nationi. Basta leer, además, muchos de
los sermones que se pronunciaron en los pulpitos de nuestros templos
desde finales del siglo XVII en adelante acerca de este inagotable tema.
No dejan de ser sumamente interesantes los sutiles y audaces conceptos
teológicos que se elaboraron a este respecto.
Quiero hacer aquí una breve e interesante digresión. Al dictar algunas
de las frases precedentes sobre la actualidad del guadalupanismo mexi-
cano, tenía yo en el subconciente el deseo de analizar algo que, podría-
mos decir, constituye parte de nuestro propio ser nacionalista. En efecto,
guadalupanos y no guadalupanos, unos por convicción y otros por mera
tradición, no se atreven a expresar sus propias ideas al respecto, pues sienten
un temor oculto de que si trataran con absoluta libertad dicho tema, podrían
empañar su imagen social, política, religiosa, o de cualquier otra índole.
Constituye para ellos una especie de tabú, el cual les obliga a no pronun-
ciar ninguna palabra acerca del tema.
La historia es la historia, y tiene sus caminos propios y sus normas
específicas que guían a los amantes de las ciencias históricas, los cua-
les deben proceder con toda objetividad de acuerdo con esos principios,
sin dejar que la pasión o los intereses humanos obnubilen su entendimien-
to. Desde luego, no podemos negar que hay muchos hechos históricamente
controvertidos.
Estaba yo escribiendo estas líneas, cuando me enteré por los diversos
medios de comunicación que Su Santidad el Papa Juan Pablo II había anun-
ciado oficialmente, en el solemne consistorio del 26 de febrero del año
2002, su decisión de venir a nuestro país, y concretamente a la ciudad
de México, para la canonización del indio Juan Diego. A últimas fechas,
ya que va lenta la redacción de mis memorias, aun cuando hemos recibi-
do noticias un tanto contradictorias, nos informaron que, finalmente. Su
Santidad el Papa llegará a la ciudad de México, el 30 de julio en la noche y
que al día siguiente, el 31, en la Basílica de Guadalupe será la solemne
canonización del indio Juan Diego. Regresa al Santuario el día lo. de agosto
en la mañana y después de beatificar a los dos indígenas oaxaqueños, sale
del mismo, en su "Papamóvil", para el aeropuerto, en donde abordará el

290
avión que lo transportará a la Ciudad Eterna. Esperamos que el Señor le
conceda al Santo Padre realizar éste, su deseo, pues mucho nos preocupa
su estado delicado de salud.
Después de esta digresión relativa a la posible presencia por quinta
vez de Juan Pablo II en México y, por supuesto, del entusiasmo que provo-
ca entre todos nosotros los mexicanos, continúo en la elaboración del
tiltimo capítulo de mis memorias. De hecho. Su Santidad vino a México
y pudo realizar sus profundos deseos de estar entre nosotros, con grande
satisfacción de la mayor parte de nuestros compatriotas.

Cartas enviadas a Roma y su total legitimidad

Quiero, sin embargo, decir algunas palabras de lo que aconteció cuando


en la Congregación de las Causas de los Santos se trataba de la posible
canonización del indio Juan Diego, tan ampliamente discutida y de lo
mucho que se ha dicho en los diversos medios de comunicación, inclusi-
ve en los estrictamente eclesiásticos, a partir de las cartas enviadas a Roma
y firmadas no sólo por algunos de los sacerdotes que estamos profunda-
mente interesados en el Guadalupanismo Mexicano, sino además por
amigos seglares, historiadores con títulos académicos y muy conocedores
del México que surgió de los hombres de allende los mares y de las razas
indígenas que ya habitaban estas tierras, de las cuales, obviamente, eran
sus legítimos posesores. Este nuevo México, que no sin razón podemos
calificar como el México Eterno.
Cuando escribimos esas cartas a Roma, no sólo estábamos haciendo
un uso legítimo de nuestros derechos, sino que cumplíamos con un deber
ineludible, particularmente los que somos hijos de la Iglesia Católica, ya que
Roma debe ser la primera interesada, en tratándose de un proceso de cano-
nización, de tener en sus manos todos los elementos indispensables para
que pueda proceder con estricto apego a la verdad, y así presentar al Santo
Padre el fruto de un estudio profundamente concienzudo y sin intereses
ajenos que puedan empañar u obscurecer la historicidad de la vida y san-
tidad del individuo objeto de la canonización.

291
Desde luego, hay que reconocer que el proceso definitivo, como es obvio,
se realizó en Roma, de acuerdo con los documentos papales y las normas
canónicas establecidas en esta materia. Esto lo digo simplemente haciendo
alusión a lo que respondí a dos o tres historiadores mexicanos que me
preguntaron si a ellos no se les tenía en cuenta para alguna consulta a
este respecto. Les comenté que normalmente podrían ser consultados en
el proceso diocesano, pero que ignoraba quiénes y cuándo habían sido
incluidos para exponer las objeciones existentes en contra de la posible
beatificación y canonización del supuesto vidente del Tepeyac.
Según recuerdo, aun cuando no con precisión, que durante dicho pro-
ceso, flaimos convocados a la Curia Metropolitana, por el Cardenal Corripio
Ahumada, un grupo de personas más o menos numeroso, entre las cua-
les se encontraban algunos historiadores, todos ellos defensores de las
apariciones de la Santísima Virgen María al indio Juan Diego. Tengo pre-
sentes en mi memoria, por ejemplo, a don Antonio Pompa y Pompa, al
profesor Ramón Sánchez Flores, y me parece que estaba también don
Ernesto de la Torre Villar.
Lo que no tuve en cuenta, porque no se me dijo, fue que al hacerse
esta convocatoria, se estaba cumpliendo con un requisito canónico para el
proceso diocesano de la posible beatificación del indio. Por otra parte, no
llevaba conmigo ningún papel para exponer con exactitud las objeciones
en contra de dicha beatificación, razón por la cual simplemente escuché
lo que ahí se decía, sin pronunciar una sola palabra.
Quiero decir que mis amigos historiadores se sentían de alguna mane-
ra frustrados por su nula participación en la etapa final de dicha causa, a
pesar de haber enviado a Roma sus libros referentes al tema, siendo, como
son, católicos y profundamente conocedores de nuestro México y, en
particular, de la cuestión guadalupana.
Al leer con cuidado el libro de El encuentro de la Virgen de Guadalupe y
Juan Diego, no dejó de asaltarnos la duda razonable acerca de la seriedad
y validez de su argumentación. Sin embargo, como dije, abandoné mi
propósito de entrar a fondo en estas mis memorias, en el estudio del acon-
tecimiento guadalupano, en el cual, como otros autores, expongo las
razones de nuestras objeciones al volumen que acabo de citar.

292
Nosotros quedamos plenamente tranquilos porque cumplimos con un
deber de conciencia, pero además, confiábamos en que se guardaría el
secreto prescrito por el derecho canónico en todos los procesos. (Cfr. canon
1455, parágrafos 2o. y 3o.)
Desgraciadamente, las filtraciones indebidas y perniciosas que se hicie-
ron, usando los diversos medios de comunicación, provocaron un escán-
dalo no solamente innecesario, sino en verdad nocivo para la buena fe de
nuestro pueblo.
Por fortuna, pienso que toda esta publicidad finalmente ha resultado
favorable para el crecimiento y maduración de muchas de nuestras gentes,
pues el profundizar y distinguir los diversos aspectos de un culto y una
devoción tan fuertemente arraigados entre nosotros, ayuda al verdadero
conocimiento de una temática que ha sido y sigue siendo apasionante en
la gestación y consolidación de nuestra nacionalidad.
Lo he repetido con frecuencia, y lo siguen afirmando muchos de nues-
tros escritores: el Guadalupanismo Mexicano continúa siendo uno de los
más sólidos pilares de la unidad nacional, a pesar de todas nuestras diver-
gencias y posiciones ideológicas.
Creo que este hecho hay que considerarlo como altamente providencial,
así lo juzgo como católico, teniendo en cuenta que además ha sido un ele-
mento muy importante para la evangelización de nuestro pueblo.
Los que formamos esta patria mexicana, de cuyas raíces nos sentimos
orgullosos, somos, sin embargo, muy diferentes bajo múltiples aspectos:
geográficos, políticos, sociológicos, culturales y raciales.
Cómo quisiéramos que por fin México llegara a ser verdaderamente
adulto, y que se acelerara su plena maduración. Creo que ya es la hora, así
lo deseo ardientemente, de que, con los profundos cambios que parece se
están realizando en nuestro país hacia una verdadera democracia, real-
mente avancemos en todos aspectos y no sigamos con nuestras luchas
protagónicas y faltas de una auténtica sensibilidad política, impidiendo
los consensos necesarios para el verdadero progreso de nuestra patria y,
por ende, de todos nuestros conciudadanos; en otras palabras, que no
sigamos dando unos pasos hacia adelante y otros pasos hacia atrás...

293
Para terminar este primer libro de mis memorias, quiero reafirmar lo
que expresé en el epílogo que me pidieron los autores y productores del
hermoso álbum que se publicó con motivo del 450 aniversario de la pre-
sencia milagrosa de Santa María de Guadalupe en México,26 por lo cual
transcribo algunas de mis palabras entonces dichas.

26
Álbum conmemorativo del 450 aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Ediciones
Buena Nueva, México, 1981.

294
Epílogo

Palabras finales q u e me gustaría leyeran


con atención los q u e tienen e s t e libro en sus m a n o s

Custodio inmediato de la misteriosa Imagen de Santa María de Guadalupe


y testigo viviente en los últimos dieciocho años del dinamismo sobrenatural
de la Colina del Tepeyac, no podría aprisionar en breves palabras todo lo que
al hojear este bello y sustancioso álbum afluye a mi memoria.
En él veo algunas muestras de la riqueza devocional y cultural de nuestro
pasado histórico guadalupano; al mismo tiempo contemplo la presencia
inconfundible de María entre nosotros y la adhesión inquebrantable de nues-
tro pueblo hacia Ella, nota esencial y característica de nuestra identidad.
En efecto, todo nuestro devenir histórico está profundamente ligado a la
Imagen y a las palabras de Santa María de Guadalupe. Ella es la evangelizado-
ra delicadamente persuasiva, la forjadora de nuestra nacionalidad y la que
ha estado con nosotros en los momentos más difíciles de nuestra lenta
maduración humana, cuyo privilegio más preciado ha de ser la auténtica y
verdadera libertad.
Durante este tiempo no sólo he sido testigo sino que me ha tocado participar en
muchos acontecimientos grandes y pequeños, conocidos y desconocidos, que
han creado en mí la profunda convicción del significado y la trascendencia de
Guadalupe para la vida de nuestro país. No es exageración al afirmar que Nuestra
Señora de Guadalupe constituye el elemento aglutinante y estabilizador más
fuerte de nuestra unidad a la vez que el difícil equilibrio de nuestra heteroge-
neidad.
La Santísima Virgen María nos pidió un templo material que nos ayudara a la
edificación del templo espiritual que debemos ser cada uno de nosotros los
mexicanos. A través de cuatro siglos y medio hemos venido tratando de cons-

295
truirle uno y otro. En el Recinto del Tepeyac podemos admirar los esfuerzos
realizados en las distintas etapas de nuestra historia. Los hombres de hoy
estamos dejando un testimonio interesante de nuestras posibilidades en la
Nueva Basílica de Nuestra Señora. Y lo que es muy importante, la construcción
del nuevo santuario nos ha dado conciencia de nuestra capacidad para realizar
obras que exigen fe, entusiasmo, perseverancia y mutua colaboración, pero
además confianza en nosotros mismos.

Ojalá que éstas, mis memorias, brevísimo resumen de un gran número


de experiencias vividas, especialmente en el Recinto del Tepeyac, narradas
con toda sencillez y naturalidad, para todos entendibles, sean de alguna
manera útiles a mis lectores y les ayuden a centrar, dentro de su cultura
religiosa, el amor y devoción a la Santísima Virgen María, bajo la advoca-
ción, tan querida para los mexicanos, de Guadalupe.
Me sentiré ampliamente satisfecho y recompensado si pude lograrlo.

296
APÉNDICE

Índices

297
298
Apéndice núm. 1
Notas sobre el descenso,
t r a s l a c i ó n y a s c e n s o de la
Imagen guadalupana

A principios de 1976 tuve el privilegio de haber sido llamado por monseñor


Guillermo Schulenburg -entonces abad de la Insigne y Nacional Basílica
de Guadalupe- por él promovida y construida.
Me pidió pensar en cómo sería bueno bajar del antiguo lugar que ocu-
paba como imagen principal en la antigua Basílica, transportarla por el
atrio sobre algunas andas hasta el altar mayor para acomodarla "de algún
modo" en el lugar que desde entonces ocupa, al lado de la cruz que decora
al ábside de la nueva Basílica.
Todo lo necesario debía planearse como parte de la ceremonia de consa-
gración de la obra, que se celebró el 12 de octubre de 1976.
Me puse a pensar en qué debía hacer para bajar mecánicamente a la
imagen, transportarla y subirla hasta su sitio final, con un respeto tal, que
debiendo hacerlo ante un público que llenaba a más no poder toda la
Basflica, y no sólo eso, sino que era una ceremonia que se televisaría a toda
la nación.
Como parte del programa del evento, quise que la colocación en el sitio
que desde entonces ocupa con gran dignidad, parecería -por programa, repi-
to- una verdadera asunción, semejante a la de la Virgen María llevada a cabo
hace casi 2,000 años. ¿Cómo cumplir con ese programa si, para colocarla
en su lugar, tendría que ser por sobre el vacío del paso de los peregrinos
que se encuentra exactamente bajo la imagen, por la parte posterior del
altar, para que la puedan ver con devoción las multitudinarias peregrina-
ciones que hay desde entonces, hace ya casi 24 años de ser venerada en
su sitio.

299
Quedó claro el programa de qué hacer, sólo faltaba el cómo y con quién.
Se me ocurrió poderla bajar con cables de acero, del grueso de un cable
de freno de una bicicleta de carreras, que tiene un espesor de milímetro
y medio, con una ventaja muy grande: lo venden por metro.
Ya quedó el cómo, sólo falta el quién, o mejor dicho: ¿con quién?
Llamé a colaborar conmigo a dos técnicos que ofrecían una gran cali-
dad en sus trabajos teatrales. Hablo de los hermanos José y Lino Frola, de
Mecánica Teatral, quienes diseñaban y producían todo tipo de aditamen-
tos mecanizados para permitir la ejecución y lucimiento de obras presenta-
das en el teatro de las Bellas Artes y en todos los teatros conocidos en
México.
Los cité y les expliqué para qué los llamaba y qué era lo que esperaba
de ellos. Aceptaron gustosamente cumplir con el nuevo trabajo.
Bajamos de su antiguo lugar tres veces a la Imagen de la Virgen, para
tener sus dimensiones y forma, para mandarle hacer un marco de acero
inoxidable para el transporte.
Mide 1.96 X 1.33 metros, o sea, 2.60 metros cuadrados. El abad Schulen-
burg pedía que se transportara en un estuche blindado, toda vez que ha
sufrido dos graves atentados, uno de ellos con una bomba.
Pretender transportar en andas una imagen con dos cristales de 2.60
metros cuadrados, de 38 milímetros de espesor cada uno de ellos, hubiera
sido tanto como cargar en andas un automóvil Renault 18. ¡Imposible!
Mande hacer el marco de acero inoxidable, de tal manera que permi-
tiera la colocación de dos hojas de acrílico de 6 milímetros de espesor que
protegieran ambos lados y permitieran admirar a la Virgen de Guadalupe
a su paso.
Colocamos en el marco de acero dos soleras para anclar en ellas los
cables que permitieran su descenso y su ascenso.
Se colocaron -con la anticipación debida- los mecanismos en los altares
viejo y nuevo que habrían de auxiliar en las maniobras de bajar y subir.
Se anclaron en cada altar dos cables tensos, desde la parte baja del marco
de la imagen hasta el piso, inclinados para conducir sobre ellos al marco de
acero. En la vieja Basílica, para recibir a la imagen y colocarla sobre las

300
andas que para ello se fabricaron. En la nueva Basílica, desde la parte inme-
diata al paso de peregrinos, hasta la parte inferior del lugar definitivo, pero
que permitiera el paso guiado de ésta por sobre el vacío del paso del sótano.
Lamentablemente no hicimos jamás en los sitios un ensayo del descen-
so y el ascenso de la imagen con los mecanismos y cables, pero nos con-
fiamos totalmente en la eficiencia y la calidad del trabajo logrado.
El 12 de octubre, según programa previo, se llevó a cabo el descenso, el
traslado y el ascenso de la imagen con su marco colocado el día anterior.
Fue el 12 de octubre un día extraordinario que dejó impresionada a la
totalidad de los asistentes a la ceremonia de la consagración de la nueva
Basílica, ya que además de haber sido presenciada por miles de testigos, fue
transmitida por toma directa de televisión y proyectada a dos pantallas
monumentales colocadas en el interior de la Basílica a ambos lados del
ábside. No salieron los cables en las proyecciones de televisión, y éstos
no se veían a más de cuatro metros de distancia, de modo que el ascenso
final de la imagen impresionó a varios miles de fieles, quienes presen-
ciaron una verdadera y real asunción de la Virgen de Guadalupe.
Esta es la reseña de una acción que realicé ese memorable 12 de octubre
de 1976, que hasta hoy-24 años después- me sigue pareciendo inolvi-
dable.
Muchas gracias monseñor Schulenburg.
JORGE CAMPUZANO FERNÁNDEZ

301
302
Apéndice núm. 2
Órgano m o n u m e n t a l de la Basílica
de S a n t a María de G u a d a l u p e

Antecedentes

Para dimensionar la monumentalidad del órgano que se encuentra en


la basílica, es necesario remontarse de manera muy general a los oríge-
nes de este gran instrumento.
El órgano se ha denominado como el "rey de los instrumentos", es el
más grande de todos los instrumentos musicales por su tamaño, alcance,
tono y variedad de sonido.
Se considera, que el órgano fue una evolución de las flautas de pan al
añadírseles fuelles mecánicos y registros para reemplazar los pulmones
y los dedos humanos.
El primer órgano del que se conserva una descripción fue construido
por Ctesibius en Alejandría, alrededor de 250 años a. J.C.
La propulsión de aire estaba regulada por medio de agua (presión
hidráulica) y el instrumento se denominaba hydraulus u órgano de agua.
En España se construían en el siglo v, y en Inglaterra hacia fines del vi.
El órgano obtuvo un puesto permanente de las funciones religiosas alre-
dedor de 1400.
Desde el siglo xv el órgano atravesó un periodo de rápido desarrollo,
se inventó el teclado de pedal y más tarde se introdujeron los tubos que
producían sonidos de diversas calidades y que igualmente podían sonar
o ser silenciados a voluntad, mediante el teclado de sonido de muelle. El
primer registro de solo fue la flauta.

303
La construcción de órganos alcanzó gran progreso en Alemania y los
países bajos. En tanto que Inglaterra, la construcción y la interpretación
al órgano termino con la destrucción total de los órganos de iglesia consi-
derados por los puritanos como "monumentos de superstición e idolatría".
En el siglo XVII existían tres tipos de órganos, al mismo tiempo que
el gran órgano de la iglesia-.
El portátil. Podía ser transportado por un hombre, sólo tenía dos series
de tubos con un pequeño fuelle detrás, manejado con una mano, mientras
la otra recorría las teclas. Los órganos portátiles eran frecuentemente
usados en las procesiones.
El positivo y el regal. Un tipo mayor era el órgano positivo, que con
frecuencia era empleado en las casas. El portátil y el positivo tenían regis-
tros de cañón, mientras que el tipo más pequeño de órgano, el regal, tenía
registros de gaita con pequeños resonadores. Éste solía estar construido
en varias partes para poderlo plegar, de manera que cuando no estaba en
uso parecía una biblia grande, de ahí el nombre de "biblia regal".
El órgano barroco. Los órganos de la época barroca, diseñados por
fabricantes tan famosos como Gottfrid y Andreas Silbermann, fueron la
síntesis de tantos siglos de experiencia. Su tono era límpido y transparen-
te, y como resultado de la baja presión del aire, los diversos registros
contrastaban sin detrimento del sonido tutti.
Empezaron a usarse los sonidos de cuerda construyéndose depósitos
de aire, aunque no adquirieron un uso extenso hasta la época del roman-
ticismo, tan afanosa de conseguir un estilo más expresivo.
El órgano gigante. Hacia 1850 eran varias las iglesias que tenían
órganos con más de 100 timbres cuatro o cinco teclados y a veces dos
pedales. El afán por el tamaño llegó a convertirse en un afán de poseer
"el mayor órgano del mundo".
Hasta hoy, el mayor es el Atlantic City (Nueva Jersey), tiene 1,233
registros, que abarcan 32,882 tubos controlados por siete teclados y uno
de pedal. La presión de aire que requiere es enorme: cien pulgadas, siendo
la norma de cuatro.
En el órgano deben considerarse tres partes principales: la tubería, el
mecanismo pulsador y el aparato propulsor.

304
Antiguamente, cada país tenía sus propias características en lo que
se refiere a órganos, algunas de las escuelas que más sobresalieron fue-
ron la italiana, que durante los siglos xv y xvi desarfollaron la extensión
del teclado. La escuela francesa se caracterizó por la sobreposición de
teclados. Es importante mencionar que estas dos escuelas, así como la
española, contaban con un pedalier muy corto (menos de una octava).
A fines del siglo xvii, Alemania desarrolló el pedalier, quedando casi
como se conoce actualmente, faltándole de dos a tres notas.
A lo largo de la historia el órgano va evolucionando, ya que antigua-
mente no se conocía la escala diatónica, que es la subdivisión en tonos
y semitonos.
En la época de Johann Sebastian Bach (1685-1750) se conoce la esca-
la por semitonos diatónicos y cromáticos, lo que permite equilibrar las
octavas y repetirlas más agudas o más graves, exactamente iguales, esto
amplía la gama de posibilidades de composición. La música para órgano
y teclado adquiere un desarrollo extraordinario que permite escribir en
cualquier tonalidad hasta hoy conocida.
Durante este periodo, los órganos llegaron a tener tres teclados y hasta
49 registros, no obstante que su funcionamiento continuaba siendo a través
de fuelles impulsados por la fuerza humana a los que Johann Sebastian
Bach llamaba "los pulmones del órgano".
En los orígenes del órgano, el teclado se tocaba con una mano y el aire
se impulsaba con la otra, posteriormente, cuando las dimensiones del instru-
mento crecieron, se recurría a hombres fuertes que a través de fuelles
impulsaban el aire.
El órgano monumental que se encuentra en la basílica de Guadalupe
fue fabricado por Casavant Fréres, ubicada en St. Hyacinthe Quebec, Canadá.
El órgano de la basílica consta de 5 teclados y 32 bajos, cada teclado
consta de 61 notas y tienen su característica propia. Al primero, contan-
do de abajo hacia arriba, se le denomina positivo y es el que permite un
diálogo entre el gran órgano, haciendo el papel de fuerte (forte) piano.
El segundo teclado, denominado gran órgano, donde todos los demás
se pueden acoplar o llamar, haciendo las partes más sonoras del instru-
mento.

305
El tercer teclado es el recitativo, en donde normalmente va la parte
de la melodía de algunas piezas de carácter tranquilo.
En el cuarto teclado se encuentran los sonidos de trompeta y corne-
tas, donde normalmente se tocan las fanfarrias.
El quinto teclado, denominado eco, como su nombre lo indica, se puede
llamar a cualquiera de los otros cuatro teclados y se utiliza también como
diálogo con el cuarto teclado, dando una sensación de lejanía.
Dicho órgano consta de 107 registros divididos en tres familias; flau-
tas, principales y de lengüeta (libre y batiente). Cada registro o timbre se
puede mezclar con cualquiera de los demás registros, dándonos una gama
de miles de combinaciones de sonidos, a cada tecla corresponde un tubo.
Así mismo, tenemos registros compuestos que se denominan ripíenos
(llenos), esto significa que a cada tecla corresponden varios tubos, exis-
tiendo desde 2 hasta 8 filas por tecla, lo que proporciona una dimensión
de aproximadamente 11,000 tubos, que van desde los más graves de 32
pies a los más pequeños de 1 pie.
Las características del órgano permiten que se pueda tocar desde la
música más antigua (siglo xv), hasta la música más contemporánea.

MAESTRO A L E X CARLOS M É N D E Z REYES


México, D.E, agosto de 2000

306
Apéndice núm. 3
Relación de o b r a s q u e i n g r e s a r o n
al acervo artístico del M u s e o
de la Basílica de G u a d a l u p e , 1 9 7 1 - 1 9 9 6

1. Autor anónimo mexicano 71.2 X 52.2 cm


Virgen de Guadalupe 87.3 X 69 cm (marco)
Siglo XIX Núm. de inv. 1-103
Óleo sobre tela
5. Autor anónimo novohispano
250 X 134.5 cm
Virgen de Guadalupe
290 X 175 X 11 cm (marco)
Siglo xviii
Núm. de inv. 1-93
Óleo sobre tela pegada sobre cartón
2. Autor anónimo novohispano 58 X 44 cm
Virgen de Guadalupe 72.3 X 58.5 cm (marco)
Siglo XVIII Repatriación y entrega a la Basílica por el
Óleo sobre lámina de cobre Capellán William Broughton por conducto
32.5 X 28.1 cm del señor y señora Bosseloo, 22 de enero de
50.2 X 38.7 X 5 cm (marco) 1982
Núm. de inv. 1-94 Núm. de inv. 1-104
3. Autor anónimo mexicano 6. Autor anónimo novohispano
Virgen de Guadalupe Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe
Siglo XIX (?) Siglo xviii
Óleo sobre tela Óleo sobre tela
76.5 X 49 cm 80.4 X 72.2 cm
Núm. de inv. 1-98 97.1 X 89.2 X 4.8 cm (marco)
Núm. de inv. 1-105
4. Autor: Miguel Cabrera (1659-1768) firma
falsa 7. Autor: Joseph López
Virgen de Guadalupe con cuatro apariciones Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe
y vista del Tepeyac Siglo xvii-xviii
1760 Óleo sobre tela
Óleo sobre tela pegada a tabla 89.3 X 54 X 3.3 cm

307
105.7 X 70.7 X 4.4 cm (marco) Donación del padre Esteban Martínez de la
Núm. de inv. 1-106 Serna
Núm. de inv. 1-119
8. Autor anónimo novohispano
Virgen de Guadalupe 13. Autor: Valerio Prieto (1882-1932)
Siglo XVIII (?) El milagro del pocito
Óleo sobre tela 1913 (copió)
74 X 46 X 1.7 cm Óleo sobre tela
Núm. de inv. 1-111 90.4 X 71.4 X 2.6 cm
9. Autor: J. Jesús Esquivel 104 X 65.2 X 3.8 cm (marco)
Núm. de inv. 1-120
Virgen de Guadalupe
1973 14. Autor anónimo mexicano
Óleo sobre tela El padre eterno pintando a la Virgen de Gua-
160.9 X 90.2 X 1.7 cm dalupe Siglo XIX principios
176.4 X 105.5 X 5 cm (marco) Óleo sobre tela
Ofrenda del autor, señor J. Jesús Esquivel 85.5 X 64 cm
Núm. de inv. 1-112 134 X 94.5 X 26 cm (marco)
10. Autor anónimo novohispano Núm. de inv. 1-121
Virgen de Guadalupe 15. Autor anónimo novohispano
1774
Virgen de Guadalupe con cuatro apariciones
Óleo sobre tela
Siglo xviii
168.2 X 117.7 X 3.4 cm
Óleo sobre tela
Núm. de inv. 1-114
93 X 67.5 X 2.6 cm
11. Autor anónimo novohispano Núm. de inv 1-122
Virgen de Guadalupe
16. Autor anónimo novohispano
Siglo xviii (?)
Virgen de Guadalupe con cuatro apariciones
Óleo sobre tela con aplicaciones de metal
y vista del Tepeyac
178.5 X 104.5 cm
Siglo xviii
186.3 X 107.2 X 2.5 cm (marco)
Óleo sobre tela
Donación de la señora Piedad González Esco-
121 X 86 X 2.9 cm
bedo
Núm. de inv 1-123
Núm. de inv. 1-115
17. Autor: Ramón de Torres
12. Autor anónimo mexicano
Retrato de San Ignacio de Layola
Virgen de Guadalupe con cuatro apariciones
Siglo XIX 1782
Óleo sobre tela Óleo sobre tela
75.1 X 53.1 X 3 cm 79.5 X 59.3 cm

308
Donación de monseñor Guillermo Schulen- Siglo XVIII
burg Prado, xix Abad de Guadalupe Óleo sobre lámina de cobre
Núm. de inv. 2-181 2g.5 X 40.5 cm
18. Autor anónimo novohispano Núm. de inv. 2-190
Arcángel San Miguel 24. Autor anónimo novohispano
Siglo XVIII Escudo de la Santa Inquisición
Óleo sobre tela Siglo xviu
159.5 X 122 cm (forma oval) Óleo sobre tela
174,2 X 138.8 X 7.8 cm (marco) 38.8 X 29.3 X 1.5 cm
Núm. de inv. 2-185 Núm. de inv. 2-191
19. Autor anónimo novohispano 25. Autor anónimo novohispano
Cristo cae en el camino del calvario San Benito de Palermo
Siglo xviii Siglo XVIII
Óleo sobre tela Óleo sobre tela
154 X 148.3 X 3 cm 112.3 X 54.3 X 3.5 cm
171.5 X 167 X 6.6 cm (marco) Núm. de inv. 2-192
Núm. de inv. 2-186
26. Autor anónimo novohispano
20. Autor anónimo novohispano San José con el niño
Juicio de la Santa Inquisición Siglo xviii
Siglo xviii Óleo sobre lámina de cobre
Óleo sobre tela 43.6 X 32.8 cm
198.5 X 98 cm 51.9 X 42.3 X 2.9 cm (marco)
Núm. de inv. 2-187 Núm. de inv. 2-193
21. Autor anónimo novohispano 27. Autor: Nicolás Rodríguez Juárez (1665-
La divina pastora 1734)
Siglo xviii Los cinco señores
Óleo sobre tela Siglo xviii principios
55.9 X 84.2 cm Óleo sobre tela
Núm. de inv. 2-188 73.2 X 55.1 X 2.5 cm
22. Autor anónimo novohispano 91.5 X 73.5 X 4.6 cm (marco)
La circuncisión Núm. de inv. 2-195
Siglo xviii principios 28. Autor anónimo novohispano (Andrés
Óleo sobre tela López [?] fl. 1763-1811)
42 X 63 cm Apoteosis de la Virgen del Carmen
Núm. de inv. 2-189 Siglo xviii
23. Autor: José de Páez Óleo sobre tela
La trinidad 153.3 X 109.3 X 3.2 cm

309
168 X 123.4 X 4.5 cm (marco) 34. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
Núm. de inv. 2-196 Presentación de la Virgen en el templo
Siglo XVIII
29. Autor: Pablo Rulfo
Óleo sobre tela
San Sebastián Mártir
1985 126 X 94.1 cm
Temple sobre tela Núm. de inv. 2-202
191.7 X 50 X 3.2 cm 35. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
199.3 X 57.9 X 3.8 cm (marco) Los deposorios
Núm. de inv. 2-197 Siglo XVIII
30. Autor anónimo mexicano Óleo sobre tela
La visitación 126.7 X 95.4 cm
Siglo XIX Núm. de inv. 2-203
Óleo sobre tela 36. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
249.2 X I70cm
Adoración de los pastores
260.5 X 183.5 X 7 cm (marco)
Siglo XVIII
Núm. de inv. 2-198
Óleo sobre tela
31. Autor: Matías Velasco 126 X 96.8 cm
Cristo de la Caña Núm. de inv 2-204
Siglo xviii
37. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
Óleo sobre tela
La Epifanía
105 X 81.7 X 2.2 cm
117.5 X 94 X 4.5 cm (marco) Siglo xviii
Núm. de inv. 2-199 Óleo sobre tela
126.7 X 96.5 cm
32. Autor anónimo novohispano Núm. de inv. 2-205
Cristo Flagelado
Siglo XVII 38. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
Óleo sobre tela Presentación de Jesús en el tiempo
98.7 X 61.8 cm (haz) Siglo xviii
90.7 X 61.8 cm (envés) Óleo sobre tela
102.5 X 84.8 X 6 cm (marco) 126.7 X 96.2 cm
Núm. de inv 2-200 Núm. de inv. 2-206
33. Autor: José de Ibarra (1688-1756) 39. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
Nacimiento de la Virgen La circuncisión
Siglo xviii Siglo xviii
Óleo sobre tela Óleo sobre tela
126.7 X 94.4 cm 126 X 96.5 cm
Núm. de inv 2-201 Núm. de inv 2-207

310
40. Autor: José de Ibarra (1688-1756) 192.9 X 236.9 X 8.5 cm (marco)
Jesús entre los doctores Núm. de inv. 2-213
Siglo XVIII
46. Autor anónimo mexicano
Óleo sobre tela
La Virgen con el niño
126.5 X 95.5 cm Siglo xix-xx
Núm. de inv. 2-208 Óleo sobre tela
41. Autor: José de Ibarra (1688-1756) 97.3 X 67.4 X 2.7 cm
Tránsito de la Virgen Núm. de inv. 2-221
Siglo XVIII 47. Autor anónimo mexicano
Óleo sobre tela La Virgen con el niño (coronados)
126.5 X 95.5 cm Siglo XIX
Núm. de inv. 2-209 Óleo sobre metal laminado
35.5 X 25.5 cm
42. Autor: José de Ibarra (1688-1756)
43 X 33.6 X 8.8 cm (marco)
Asunción de la Virgen
Núm. de inv. 2-222
Siglo XVIII
Óleo sobre tela 48. Autor anónimo mexicano
126.5 X 96.1 cm Retrato de hombre
Núm. de inv. 2-210 Siglo XIX
Óleo sobre tela
43. Autor: Emilia Ortiz, 1917 (Tepic) 94.8 X 74.7 X 2 cm (forma oval)
La piedad Núm. de inv. 2-223
1953 ?
Óleo sobre fibracel 49. Autor: Jesús Reyes Ferreira
Gallo
177 X 122 cm
1970 ca.
Núm. de inv. 2-211
Gouache sobre papel de china
44. Autor: Alberto Venegas 74.3 X 49.2 cm
Martirio de San Juanico I 96.5 X 71 X 3.5 cm (marco)
1985 Núm. de inv. 2-225
Acrílico sobre tela 50. Autor anónimo europeo
159.8 X 140.8 X 2.8 cm Icono con representación del calvario y la
163.2 X 143.8 X 3.8 cm (marco) muerte de la Virgen
Núm. de inv. 2-212 Siglo XVII
45. Autor anónimo italiano Óleo sobre madera
Jesús y la Samaritana 37.1 X 27.7 X 2.7 cm
Siglo xviii Núm. de inv. 2-226
Óleo sobre tela pegada a masonite 51. Autor anónimo novohispano
170.8 X 213.8 X 4.2 cm San Antonio de Padua

311
Siglo xviii 56. Autor anónimo mexicano
Óleo sobre tela San Antonio de Padua
164 X 106 X 1.6 cm Siglo XIX
Donación del señor Felipe González, 1993 Óleo sobre tela
Núm. de inv. 2-231 58.6 X 38.1 cm
Donación del padre Esteban Martínez de la
52. Autor anónimo
Serna
San José con el niño
Núm. de inv. 2-237
Siglo xviii
Óleo sobre tela 57. Autor anónimo mexicano
94.4 X 72 cm La Santísima Trinidad
96.6 X 74.5 X 4.8 cm (marco) Siglo XIX
Donación del señor Felipe González, 1993 Óleo sobre tela
Núm. de inv. 2-232 63.4 X 55.1 X 3 cm
Donación del padre Esteban Martínez de la
53. Autor anónimo novohispano Serna
Virgen de los Remedios Núm. de inv. 2-238
Siglo xviii-xix
58. Autor: Pedro Medina Guzmán (n. en Gua-
Óleo sobre tela
dalajara, Jalisco en 1916)
21.4 X 29.7 cm
Retrato de monseñor Guillermo Shulenburg
43.5 X 35.4 X 4.8 cm (marco)
Prado, XXI Abad de Guadalupe
Núm. de inv. 2-234
Siglo XIX
54. Autor anónimo Óleo sobre fibracel
San José con el niño 122 X 84 cm
Siglo XIX (?) 127 X 89.5 cm (marco)
Óleo sobre tela Núm. de inv. 2-239
53.2 X 40 X 3 cm
59. Autor anónimo novohispano
Donación del padre Esteban Martínez de la La Trinidad
Serna Siglo xviii
Núm. de inv. 2-235 Óleo sobre tela
55. Autor anónimo mexicano 76.5 X 54 cm
San José coronado con el niño Núm. de inv 2-240
Siglo XIX 60. Autor anónimo novohispano
Óleo sobre tela San Camilo de Lelis
56.2 X 43.1 X 3 cm Siglo xviii
Donación del padre Esteban Martínez de la Óleo sobre tela
Serna 169.4 X 211.4 X 4cm
Núm. de inv. 2-236 Núm. de inv. 2-243

312
61. Autor: Salvador Dalí Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
Virgen de Guadalupe Núm. de inv. 3-47
1982
65. Autor anónimo novohispano
Impresión litográfica a color. (Litografía hecha
Patente de la congregación de Nuestra Seño-
a mano en planchas de piedra de zinc)
ra de Guadalupe de la parroquia de Santa
65.6 X 42.8 cm (placa)
Catalina Mártir de la Ciudad de México
95.2 X 69.9 X 3.5 cm (marco)
1770
Donación de Universal Fine Arts, Washing-
Impresión de grabado en metal sobre papel
ton, D.C., USA
31 X 20.5 cm (papel)
Núm. de inv 3-20
60.2 X 50.1 X 2.4 cm (marco)
62. Autor: Joseph Sebastian Klauber (1700- Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
1768) y Johann Baptist Klauber (1712-1787) Núm. de inv. 3-48
Apoteosis de la Virgen de Guadalupe, patra- 66. Autor: Igüíñiz (lit.)
ña de la Nueva España María Santísima de Guadalupe que se vene-
1754 ca. ra en la iglesia de la Universidad de Guada-
Impresión de grabado en metal sobre papel logara
84.5 X 62.2 cm (papel) Siglo XIX
94.2 X 74.2 X 2 cm (marco) Impresión litográfica sobre papel
Donación de monseñor Francisco María Agui- 32 X 20 cm (papel)
lera González, 1988 60.2 X 50 X 2.4 cm (marco)
Núm. de inv. 3-21 Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
63. Autor: Cayetanus Zampinus (del). Anto- Núm. de inv. 3-49
nius Baratti (sculp.) 67. Autor: Francisco Agüera Bustamante
El alma de la Virgen es guadalupana Descripción de las endechas mudas en el elo-
Siglo xviii, segunda mitad gio de la Virgen de Guadalupe dispuestas
Impresión de grabado en metal sobre papel por Manuel Quiroz
12.3 X 6.6 cm (mancha de la impresión) 1784
52.5 X 38.2 X 3.2 cm (marco) Impresión de grabado en metal sobre papel
Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989 30 X 40 cm (papel)
Núm. de inv. 3-46 57.2 X 71 X 1.9 cm (marco)
Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
64. Autor: Joseph Benito (dibujó y grabó)
Núm. de inv. 3-50
Exaltación de la Virgen de Guadalupe como
patrona de la Nueva España 68. Autor: José María Montes de Oca
1756 Blasón archiepiscopal de don Idelfonso Núñez
Impresión de grabado en metal sobre papel de Haroy Peralta, obispo de Sonora
29 X 18.9 cm (mancha de la impresión) 1800
60.1 X 50.1 X 2.4 cm (marco) Impresión de grabado en metal sobre papel

313
15 X 13 cm (papel) 83.1 X 63.2 X 2.3 cm (marco)
68.2 X 46.8 X 2 cm (marco) Núm. de inv. 3-61
Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
73. Autor: Lucía Maya
Núm. de inv. 3-51 Bartolomé de la Casas
69. Autor: Rea 1987
Blasón archiepiscopal de don Ildefonso NúñezImpresión litográfica sobre papel
de Haroy Peralta, obispo de Sonora 52 X 34.5 cm (mancha de la impresión)
Siglo XVIII Núm. de inv. 3-63
Impresión de grabado en metal sobre papel 74. Autor: Lucía Maya
14 X 8 cm (mancha de la impresión) Vasco de Quiroga
68.2 X 46.8 X 2 cm (marco) 1987
Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989 Impresión litográfica sobre papel
Núm. de inv. 3-52 51.2 X 34 cm (mancha de la impresión)
70. Autor: Vormser (del.). Lepetit (se). Lemai- Núm. de inv. 3-64
tre (dirix.). 75. Autor: Lucía Maya
Eglise Collegiale. (Iglesia Colegial o Colegiata) Pedro de Gante
1838? 1987
Impresión litográfica sobre papel coloreada Impresión litográfica sobre papel
12.5 X 17 cm (papel) 49.6 X 32.8 cm (mancha de la impresión)
26.7 X 31.8 X 2 cm (marco) Núm. de inv. 3-65
Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
76. Autor: Lucía Maya
Núm. de inv. 3-52
Motolinía
71. Autor: Casimiro Castro (del y lit.). Decaen 1987
(litogr. y ed) Impresión litográfica sobre papel
La Villa de Guadalupe 52.7 X 33.7 cm (mancha de la impresión)
1853 Núm. de inv. 3-66
Impresión litográfica sobre papel n. Autor: Lucía Maya
23.5 X 33.5 cm Juan de Zumárraga
54.4 X 69 X 2 cm (marco) 1987
Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989 Impresión litográfica sobre papel
Núm. de inv. 3-54 51.7 X 34.4 cm (mancha de la impresión)
72. Autor: Felipe Ehrenberg Donación de la autora
Virgen en crucero Núm. de inv. 3-67
1984 78. Autor anónimo
Aguafuerte y aguatinta en base de bloqueo Editor: Benzinger & Co.
en aerosol, policromada sobre papel Jesús, María, José
80 X 61cm 1890

314
Impresión cromolitográfica sobre papel 83. Autor anónimo mexicano
37.9 X 28.5 cm (papel) Almanaque Bqyer (1932)
50 X 40 cm (María Luisa) 1932
Núm. de inv. 3-68 Impresión cromolitográfica sobre papel
79. Autor: Pedro Gualdi 39.7 X 69.9 cm (mancha de la impresión)
Villa de Guadalupe 40.9 X 73 cm (papel)
1840 Núm. de inv. 3-86
Impresión litográfica sobre papel, coloreada 84. Autor: Casimiro Castro (1826-1889) (Dibu-
25.2 X 38.7 cm (mancha litográfica) jó y litografió). Decaen (editor)
27 X 40.4 cm (papel) La Alameda de México
Núm. de inv. 3-78 Tomada en globo
Siglo XIX
80. Autor anónimo mexicano
Impresión litográfica sobre papel
Procesión al Santuario de Nuestra Señora
23.5 X 33.8 cm (mancha de la impresión)
de Guadalupe de México y vista exterior del
28.8 X 42.6 cm (papel)
Santuario
Núm. de inv. 3-87
Siglo XIX
Impresión litográfica coloreada 85. Autor: Casimiro Castro (1826-1889) (Dibu-
30.3 X 23.2 cm (mancha litográfica) jó y litografió). Decaen (editó)
33.2 X 25.7 cm (papel) Plaza de armas de México
Núm. de inv. 3-79 Siglo XIX
Impresión litográfica sobre papel
81. Autor: Pedro Gualdi
23.3 X 33.6 cm (mancha de la impresión)
Vista del interior del Santuario de nuestra
30.3 X 42.2 cm (papel)
Señora de Guadalupe de México
Núm. de inv. 3-89
1840
Impresión litográfica coloreada 86. Autor: Casimiro Castro (1826-1889) (Dibu-
25.7 X 38.7 cm (mancha litográfica) jó y litografió). Decaen (editó)
26.4 X 39.4 cm (papel) La Villa de Tacubqya
Núm. de inv 3-80 Siglo XIX
Impresión litográfica sobre papel
82. Autor: Urbano López (grabó).
23.5 X 33.3 cm (mancha de la impresión)
Editores: Julio Michaud y Tomas.
30.1 X 43.2 cm (papel)
Interior del Santuario de Nuestra Señora de
Núm. de inv 3-90
Guadalupe de México
Siglo XIX 87. Autor: Casimiro Castro (1826-1889) (Dibu-
Impresión litográfica sobre papel, coloreada jó y litografió). Decaen (editó)
25.9 X 36.5 cm (mancha litográfica) Palacio Nacional de México
32.6 X 41.5 cm (papel) Siglo XIX
Núm. de inv. 3-81 Impresión litográfica sobre papel

315
23.1 X 33.3 cm (mancha de la impresión) 40.3 X 30.1 cm (papel)
28.9 X 36.7 cm (papel) Núm. de inv. 3-95
Núm. de inv. 3-91
92. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
88. Autor: Casimiro Castro (1826-1889) 1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
(Dibujó y litografió). Decaen (editó) Gaceta callejera núm. 16
El Valle de México 1894
Tomado desde las alturas de Chapultepec Impresión de grabado en metal sobre papel
Siglo XIX 36.1 X 26.2 cm (mancha impresa incluidos
Impresión litográflca sobre papel tipografía y marco)
23.4 X 34.4 cm (mancha de la impresión) 40.2 X 30.5 cm (papel)
29.7 X 43.5 cm (papel) Núm. de inv. 3-96
Núm. de inv. 3-92
93. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
89. Autor: Casimiro Castro (1826-1889) (Dibu- 1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
jó y litografió). Decaen (editó) La coronación de María Santísima de Gua-
El Valle de México dalupe
Tomado desde las alturas de Chapultepec Siglo XIX, finales
Siglo XIX
Impresión de grabado en metal sobre papel
Impresión litográflca sobre papel
60 X 40.3 cm (papel)
23.7 X 35.2 cm (mancha de la impresión)
Núm. de inv. 3-97
29.7 X 42.7 cm (papel)
Núm. de inv. 3-93 94. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
90. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Nonjecit taliter omni natíonej nuevas coplas
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
de Chun Chin Chan
Nuestra Señora María Santísima de Gua-
dalupe Siglo XIX, finales
1903 Impresión de grabado en metal sobre papel
Impresión de grabado en metal sobre papel 31 X 40.7 cm (papel)
30.5 X 19.9 cm (mancha del grabado sin Núm. de inv. 3-98
tipografía) 95. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
40.3 X 30.2 cm (papel) 1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
Núm. de inv. 3-94 San Camilo de Lelis
91. Autor: José Guadalupe Posada (1852- Siglo XX, principios
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor) Impresión de grabado en metal sobre papel
Interior de la Colegiata de Guadalupe 30.1 X 21.6 cm (mancha de grabado con
1898 línea perimetral)
Impresión de grabado en metal sobre papel 40 X 30.3 cm (papel)
35 X 20.6 cm (mancha de la impresión) Núm. de inv. 3-99

316
96. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 41 X 29.7 cm (papel)
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor) Núm. de inv. 3-103
Nuestra Señora de Zapopan
100. Autor; José Guadalupe Posada (1852-
1903
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
Impresión de grabado en metal sobre papel
La milagrosa imagen del señor del rescate
30.4 X 21.3 cm (mancha del grabado con
Siglo XIX (?)
línea perimetral)
Impresión de grabado en metal sobre papel
39.9 X 30 cm (papel)
29.1 X 20.2 cm (mancha del grabado con
Núm. de inv. 3-100
fina línea enmarcando)
97. Autor; José Guadalupe Posada (1852- 50.2 X 30.6 cm (papel)
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor) Núm. de inv. 3-104
Nuestra Señora de la Soledad de la Santa 101. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Cruz que se venera en México 1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
Siglo XX, principios Verdadero retrato del señor del hospital
Impresión de grabado en metal sobre papel 1903
30 X 21.7 cm (mancha de grabado con línea Impresión de grabado en metal sobre papel
perimetral) 28.1 X 20.2 cm (mancha de la impresión)
40.3 X 30 cm (papel) 39.9 X 30.1 cm (papel)
Núm. de inv. 3-101 Núm. de inv. 3-105
98. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 102. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor) 1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
A la Santísima Virgen de San Juan de los Verdadera imagen del señor de la salud
Lagos 1908
Siglo XX, principios Impresión de grabado en metal sobre papel
Impresión de grabado en metal sobre papel 28.8 X 19.9 cm (mancha de la impresión)
30.2 X 20.6 cm (mancha del grabado con 40 X 29.9 cm (papel)
línea perimetral) Núm. de inv. 3-106
40.1 X 29.3 cm (papel)
103. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Núm. de inv. 3-102 1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor)
99. Autor: José Guadalupe Posada (1852- Alabanzas y tierno despedimento dedicado
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor) al esclarecido taumaturgo San Antonio de
Refugio de pecadores. Oración a nuestra Seño-Padua
ra del Refugio Siglo XX, principios
1905 Impresión de grabado en metal sobre papel
Impresión de grabado en metal sobre papel 25.1 X 16 cm (mancha de la impresión)
29 X 20 cm (mancha del grabado con línea 30.4 X 20.3 cm (papel)
perimetral) Núm. de inv 3-107

317
104. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 108. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913). Antonio Vanegas Arroyo (editor) 1913)
Visita y despedimento al señor de Ixtapalapa El señor del Espino
Siglo XX, principios Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
10 X 15 cm (mancha del grabado con línea revolución de aprox. 1940
perimetral) 30.5 X 21.2 cm (mancha de la impresión)
30.1 X 20 cm (papel) 46.9 X 34.4 cm (papel)
Núm. de inv. 3-108 Núm. de inv. 3-112
105. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 109. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
Capilla del cerritoy vela del marino Santa Cruz con elementos de la pasión
Siglo XX, principios Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
13.3 X 20 cm (mancha de la impresión)
25.2 X 18 cm (mancha de la impresión)
46.9 X 34.3 cm (papel)
47 X 34.4 cm (papel)
Núm. de inv. 3-109
Núm. de inv. 3-113
106. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
110. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913)
1913)
Nuestra señora de la Soledad de la Santa
Milagro de San Isidro Labrador
Cruz
Siglo XX
Siglo XX, principios
Impresión de grabado en metal sobre papel
Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940
revolución de aprox. 1940
27.8 X 19.4 cm (mancha de la impresión)
30.5 X 24.7 cm (mancha de la impresión)
46.9 X 34.3 cm (papel) 46.9 X 34.4 cm (papel)
Núm. de inv. 3-110 Núm. de inv. 3-114

107. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 111. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
Nuestra señora de la Soledad de Oaxaca Sombra del señor San Pedro
Siglo XX, principios Siglo XX
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
26.6 X 14.2 cm (mancha de la impresión) 30.7 X 22.3 cm (mancha de la impresión)
46.9 X 34.5 cm (papel) 47 X 34.4 cm (papel)
Núm. de inv. 3-111 Núm. de inv. 3-115

318
112. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 116. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
Ante el rey (del cuento "El lego sabio") Alabada sea la S.S. Trinidad
Siglo XX, principios Siglo XX, principios
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
23.1 X 25.8 cm (mancha de la impresión) 12.1 X 8.4 cm (mancha de la impresión)
34.4 X 46.9 cm (papel) 34.3 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv. 3-116 Núm. de inv. 3-120
113. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 117. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
El rey lo reprende del cuento El lego sabio El señor del rescate
Siglo XX, principios
Siglo XX, principios
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940
revolución de aprox. 1940
10.2 X 10.2 cm (mancha de la impresión)
8.4 X 5.8 cm (mancha de la impresión)
34.4 X 23.6 cm (papel)
34.4 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv. 3-117
Núm, de inv. 3-121
114. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
118. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913)
1913)
Reconfortando por su majestad del cuento
El señor de la santa sangre
El lego sabio
Siglo XX, principios
Siglo XX, principios
Impresión de grabado en metal sobre papel
Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940
revolución de aprox. 1940
9.6 X 6.8 cm (mancha de la impresión)
10.2 X 10.6 cm (mancha de la impresión)
34.3 X 23.7 cm (papel) 34.4 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv. 3-118 Núm. de inv 3-122

115. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 119. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
San Isidro Labrador (con aureola) Cristo crucificado bajo la tormenta
Siglo XX, principios Siglo XX, principios
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
23.4 X 16.2 cm (mancha de la impresión) 15.2 X 10 cm (mancha de la impresión)
34.4 X 23.6 cm (papel) 34.3 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv 3-119 Núm. de inv. 3-123

319
120. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 124. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
Virgen de San Juan de los Lagos Santiago apóstol
Siglo xix-xx Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en meta! sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
16.7 X 12.3 cm (mancha de la impresión) 7.2 X 5.5 cm (mancha de la impresión)
34.5 X 23.4 cm (papel) 34.4 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv. 3-124 Núm. de inv. 3-128
121. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 125. Autor: José Guadalupe Perada (1852-
1913) 1913)
Virgen con el niño y coro de monaguillos San Lorenzo
Siglo XX, principios Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
8.6 X 6.5 cm (mancha de la impresión) 8.3 X 5.7 cm (mancha de la impresión)
34.4 X 23.5 cm (papel) 18.6 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv. 3-125 Núm. de inv. 3-129
122. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 126. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
Santo con custodia y palma La divina pastora
Siglo xix-xx Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
6.1 X 4.2 cm (mancha de la impresión) 9 X 6.2 cm (mancha de la impresión)
34.4 X 23.6 cm (papel) 34.4 X 23.5 cm (papel)
Núm. de inv. 3-126 Núm. de inv. 3-130
123. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 127. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1913) 1913)
San Francisco Santa María de Cervelló o del Socorro
Siglo xix-xx Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940
8.2 X 3.5 cm (mancha de la impresión) 10 X 6.2 cm (mancha de la impresión)
34.5 X 23.6 cm (papel) 34.5 X 23.6 cm (papel)
Núm. de inv. 3-127 Núm. de inv. 3-131

320
128. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 9 X 12 cm (mancha de la impresión)
1913) Núm. de inv. 3-135
Minutos en compañía de María Santísima de
132. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Guadalupe
1913)
Siglo xix-xx
La milagrosa imagen de Guadalupe en el
Impresión de grabado en metal sobre papel
templo de San Martín
revolución de aprox. 1940
1894
10.3 X 7 cm (mancha de la impresión)
Impresión de grabado en metal sobre papel
34.4 X 23.6 cm (papel)
revolución de aprox. 1940
Núm. de inv. 3-132
18 X 21.9 cm (mancha de la impresión)
129. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 34.3 X 23.2 cm (papel)
1913) Núm. de inv. 3-136
El titiritero
Siglo xix-xx 133. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Impresión de grabado en metal sobre papel 1913)
revolución de aprox. 1940 Milagro de la Virgen de Guadalupe en los
8.1 X 15.1 cm (mancha de la impresión) Remedios
34.4 X 23.6 cm (papel) Siglo xix-xx
Núm. de inv. 3-133 Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940
130. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 9.8 X 21.8 cm (mancha de la impresión)
1913) 10.9 X 23 cm (papel)
Sorprendente milagro. Segunda aparición de Núm. de inv 3-137
N.S. de Guadalupe entre la hacienda de la
lechería y San Martín 134. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
1894 1913)
Impresión de grabado en metal sobre papel La nueva aparición de la Virgen de Gua-
revolución de aprox. 1940 dalupe
8.7 X 12.1 cm (mancha de la impresión) Siglo xix-xx
34.2 X 23.6 cm (papel) Impresión de grabado en metal sobre papel
Núm. de inv 3-134 revolución de aprox. 1940
12 X 16 cm (mancha de la impresión)
131. Autor: José Guadalupe Posada (1852- Núm. de inv 3-138
1913)
Estupendoy prodigioso acontecimiento, aparí-135. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
ción de N.S. de Guadalupe entre la hacienda 1913)
de la lechería y San Martín Serenata a la Virgen de Guadalupe
1894 Siglo xix-xx
Impresión de grabado en metal sobre papel Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 revolución de aprox. 1940

321
13.5 X 2.2 cm (mancha de la impresión) 140. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Núm. de inv. 3-139 1913)
Cristo con la cruz a cuestas
136. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Siglo xix-xx
1913)
Impresión de grabado en metal sobre papel
Novena para los nueve días de jornadas
revolución de aprox. 1940
Siglo xix-xx
12.1 X 9.2 cm (mancha de la impresión)
Impresión de grabado en metal sobre papel 34.4 X 23.4 cm (papel)
revolución de aprox. 1940 Núm. de inv. 3-144
16.1 X 11.2 cm (mancha de la impresión)
34.4 X 23.4 cm (papel) 141. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Núm. de inv. 3-140 1913)
Santuario de Guadalupe. Procesión de mon-
137. Autor: José Guadalupe Posada (1852- jas a la catedral de México
1913) Siglo xix-xx
Sagrado corazón de Jesús Impresión de grabado en metal sobre papel
Siglo xix-xx revolución de aprox. 1940
Impresión de grabado en metal sobre papel 10.1 X 12.6 cm (mancha de la impresión)
revolución de aprox. 1940 34.3 X 23.5 cm (papel)
15.5 X 10.3 cm (mancha de la impresión) Núm. de inv. 3-145
Núm. de inv. 3-141
142. Autor: Manuel Manilla
138. Autor: José Guadalupe Posada (1852- Honras fúnebres de un obispo
1913) Siglo xix-xx
Crucifixión entre columnas y ramilleteros Impresión de grabado en metal sobre papel
Siglo xix-xx revolución de aprox. 1940
Impresión de grabado en metal sobre papel 17.5 X 12.2 cm (mancha de la impresión)
revolución de aprox. 1940 34.4 X 23.6 cm (papel)
16.6 X 12.2 cm (mancha de la impresión) Núm. de Inv. 3-146
34.4 X 23.5 cm (papel) 143. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
Núm. de inv. 3-142 Santuario y plaza de San Juan de loS Lagos
139. Autor: José Guadalupe Posada (1852- Siglo XIX
1913) Impresión de grabado en metal sobre papel
Cristojlagelado revolución de aprox. 1940
Siglo xix-xx 13.9 X 25.2 cm (mancha de la impresión)
Impresión de grabado en metal sobre papel 23.5 X 34.3 cm (papel)
revolución de aprox. 1940 Núm. de inv. 3-147
12.2 X 8.6 cm (mancha de la impresión) 144. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
34.4 X 23.6 cm (papel) El obispo celebrando la misa
Núm. de inv. 3-143 Siglo xix

322
Impresión de grabado en metal sobre papel 149. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
revolución de aprox. 1940 Calvario con Cristo crucificado y dos cruces
8.2 X 8.1 cm (mancha de la impresión) con la santa faz
34.5 X 23.5 cm (papel) Siglo XIX
Núm. de inv. 3-148 Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940
145. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
7.6 X 11.1 cm (mancha de la impresión)
Santuario con bandera
34.4 X 23.3 cm (papel)
Siglo XIX
Núm. de inv. 3-153
Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 150. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
7 X 8.6 cm (mancha de la impresión) Milagrosa señor de las maravillas
34.3 X 23.5 cm (papel) Siglo XIX
Núm. de inv. 3-149 Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940
146. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
14 X 9.5 cm (mancha de la impresión)
Natividad
34.4 X 23.5 cm (papel)
Siglo XIX
Núm. de inv. 3-154
Impresión de grabado en metal sobre papel
revolución de aprox. 1940 151. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
6.1 cm diam. (mancha de la impresión) Calvario con la Virgen, San Juan y la Mag-
34.4 X 23.5 cm (papel) dalena
Núm. de inv. 3-150 Siglo XIX
Impresión de grabado en metal sobre papel
147. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
revolución de aprox. 1940
El obispo celebrando la misa
6.8 X 8.3 cm (mancha de la impresión)
Siglo XIX
34.5 X 23.5 cm (papel)
Impresión de grabado en metal sobre papel
Núm. de inv. 3-155
revolución de aprox. 1940
9.3 X 6.2 cm (mancha de la impresión) 152. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
34.5 X 23.5 cm (papel) 1913)
Núm. de inv. 3-151 Divino rostro
Siglo xix-xx
148. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
Impresión de grabado en metal sobre papel
Cristo crucificado
revolución de aprox. 1940
Siglo XIX
10.8 X 9.6 cm (mancha de la impresión)
Impresión de grabado en metal sobre papel
34.4 X 23.6 cm (papel)
revolución de aprox. 1940
Núm. de inv. 3-156
16.5 X 10.6 cm (mancha de la impresión)
33.4 X 23.5 cm (papel) 153. Autor: José Guadalupe Posada (1852-
Núm. de inv. 3-152 1913)

323
Cristo (en Baldaquino) con la Virgen y San 9.4 X 17.3 cm (mancha de la impresión)
Juan 34.4 X 23.7 cm. (papel)
Siglo xix-xx Núm. de inv. 3-161
Impresión de grabado en metal sobre papel
158. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
revolución de aprox. 1940
El elegido
17.7 X 11.9 cm (mancha de la impresión)
Siglo XIX
34.4 X 23.5 cm (papel)
Impresión de grabado en metal sobre papel
Núm. de inv. 3-157
revolución de aprox. 1940
154. Autor: José Guadalupe Posada (1852- 12.7 X 17.3 cm (mancha de la impresión)
1913) 23.6 X 34.3 cm (papel)
El señor del rescate Núm. de inv. 3-162
Siglo xix-xx
159. Autor: Manuel Manilla (1830-1895)
Impresión de grabado en metal sobre papel
La calavera
revolución de aprox. 1940
Siglo XIX
20.9 X 7.8 cm (mancha de la impresión)
Impresión de grabado en metal sobre papel
34.5 X 23.7 cm (papel)
revolución de aprox. 1940
Núm. de inv. 3-158
19.9 X 15.9 cm (mancha de la impresión)
155. Autor: Manuel Manilla (1830-1895) 34.4 X 23.6 cm (papel)
Calavera de los luchadores Núm. de inv 3-163
Siglo XIX
Impresión de grabado en metal sobre papel 160. Autor anónimo novohispano
Tesis
revolución de aprox. 1940
15.2 X 15.3 cm (mancha de la impresión) 1777
34.4 X 23.7 cm (papel) Impresión de grabado en metal sobre seda
Núm. de inv. 3-159 de color
72.5X 52 cm
156. Autor: Manuel Manilla (1830-1895) 84 X 63 X 3.5 cm (marco)
Calavera picadora Núm. de inv. 3-164
Siglo XIX
Impresión de grabado en metal sobre papel 161. Autor desconocido
revolución de aprox. 1940 Semillas, rostro de la Virgen de Guadalupe
11.2 X 18 cm (mancha de la impresión) 1988 (?)
34.3 X 23.5 cm (papel) Impresión mecánica sobre papel
Núm. de inv. 3-160 58 X 40 cm (mancha de la impresión)
62.7 X 45 cm (papel)
157. Autor: Manuel Manilla (1830-1895) Núm. de inv. 3-166
Fiesta taurina
Siglo XIX 162. Autor anónimo. Debray Sucs. Editor,
Impresión de grabado en metal sobre papel México
revolución de aprox. 1940 Vista general de la villa (Álbum guadalupano)

324
Siglo XIX 48 X 42 X 8 cm (base)
Impresión litográfica sobre papel Núm. de inv. 4-77
13.1 X 19.6 cm
168. Autor anónimo, cultura azteca perifé-
18.5 X 25.4 cm (papel)
rica
Núm. de inv. 3-168
Deidadfemenina de la fertilidad
163. Autor: José Salomé Pina Siglos xv-xvi
Boceto para la corona de la Virgen de Gua- Talla en piedra volcánica con restos de pin-
dalupe tura roja
1894 (?) 40.7 X 21 X 16.5 cm
Lápiz y acuarela sobre papel Donación del padre Luis Ávila Blancas, 1989
68.1 X 49.6 cm Núm. de inv. 4-78
Núm. de inv. 3-170 169. Autor anónimo novohispano
164. Autor anónimo San Juan Evangelista
Siglo xviii
San Juan, niño durmiendo
Talla en madera estofada y policromada
Siglo XVII
166 X 102 X 57 cm
Escultura tallada en marfil
Núm. de inv. 4-79
12 X 3.7 X 2.3 cm
Núm. de inv. 4-50 170. Autor anónimo novohispano
Niño Dios recostado
165. Autor anónimo europeo
Siglo xviii
Virgen con el niño
Talla en madera policromada
Siglo XVII 12 X 35.5 X 15 cm
Talla en hueso (relieve) Legado de la señora Rosa Unda Horta de
12.7 X 6.1 X 0.12 cm Candia, por conducto del padre Alfonso Can-
Núm. de inv. 4-75 día Unda, 1990
166. Autor anónimo mexicano Núm. de inv. 4-82
Santa Ana 171. Autor anónimo novohispano
Siglo XIX Cristo crucificado
Talla en madera policromada Siglo xviii (?)
148 X 83 X 50 cm Talla en madera policromada y dorada con
40 X 49 X 8 cm (base) aplicación de espejo y tela
Núm. de inv. 4-76 Cristo: 60.4 X 57.3 x 13 cm
Cruz: 158.8 x 79.4 X 2.4 cm
167. Autor anónimo mexicano
Núm. de inv. 4-86
San Joaquín
Siglo XIX 172. Autor: Moreno
Talla en madera y policromada Congreso de historia sobre Juan Diego
155 X 59 X 53 cm 27-29 de abril 1989

325
Reproducción plastificada Cuero pirograbado, ojillado y tensado hacia
34.9 cm diam. (mancha coloreada) el marco por medio de una cinta de cuero
50.8 X 56.6 cm tamaño del papel 50.5 X 40.7 cm
57.6 X 63 cm marco 66.6 X 56.5 X 2 cm (marco)
Núm. de inv. 5-34 Núm. de inv. 6-16

173. Autor: Moreno 178. Autor: José Rosario y Antonio Álva-


Centro de estudios guadalupanos rez R.
México 12 de oct. 1975 Olla con imagen guadalupana
Reproducción plastificada 1993
Barro decorado, bruñido y cocido
34.9 cm diam. (mancha coloreada)
46.5 X 35 X 35 cm
50.9 X 56.6 cm tamaño del papel
Núm. de inv. 6-17
57.4 X 63.1 cm marco
Núm. de inv. 5-37 179. Autor anónimo mexicano
Virgen de Guadalupe
174. Autor anónimo mexicano
1991
Virgen de Guadalupe
Talla en madera de nogal
Siglo XX, finales
73.5 X 56 X 19 cm
Mixta, collage
Núm. de inv. 6-18
55.2 X 41.8 cm
72.7 X 60.2 X 5 cm (marco) 180. Autor: Luis Morales Ballesteros
Ofrenda de la familia Landeros Cabrera Virgen de Guadalupe coronada por los ángeles
Núm. de inv. 6-3 1996
Tule tejido
175. Autor: Zitro 138 X 109.5 X 17.2 cm
Virgen de Guadalupe Núm. de inv. 6-19
1995
181. Autor: Lucas Jardón Vázquez
Mosaico de popote coloreado
Virgen de Guadalupe
22 X 35.2 cm
1996
Núm. de inv. 6-9
Tule tejido
176. Autor anónimo mexicano 94.5 X 72 X 26 cm
Custodia Núm. de inv. 6-20
1977 182. Autor: Ismael Gutiérrez
Carrizo tejido, decorado con flores de hilo Escudo Nacional de México
66.5 X 53 X 28 cm Marzo 1996
Núm. de inv. 6-12 Tule tejido policromado
177. Autor: Jaime Cervantes Galarza (?) Núm. de inv. 6-21
Imagen de la Virgen de Guadalupe 183. Autor: ACMV
1987 Virgen de Guadalupe

326
1983 ca. 189. Autor anónimo
Barro modelado, policromado y vidriado de Botella conforma de Virgen de Guadalupe
Metepec 1995 ca.
49.5 X 37.3 cm forma oval Vidrio soplado y moldeado
Núm. de inv. 6-31 25.1 X 7.9 X 6.6 cm
Núm. de inv. 6-38
184. Autor anónimo huichol
Virgen de Guadalupe 190. Autor anónimo mexicano
1989 ca. Juan Diego mostrando el ayate milagroso
Collage de estambre sobre flbracel 1940 ca.
60 X 60 X 2 cm Talla en piedra
Núm. de inv. 6-32 85.5 X 40 X 20.5 cm
Núm. de inv. 7-19
185. Autor anónimo
Virgen de Guadalupe con rosas 191. Autor anónimo mexicano
1960 ca. Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe
Talla en madera pirograbada con aplicación Siglo XX
de pedrería Madera tallada y policromada
31.3 X 37.6 X 13.1 cm 100 X 60 X 4 cm
Núm. de inv. 6-33 Núm. de inv. 7-21

186. Autor anónimo italiano (?) 192. Autor anónimo mexicano


Caracol con la imagen de la Virgen de Gua- Primera aparición de la Virgen de Guadalupe
dalupe 1980 ca. Siglo XIX
Bajo relieve en concha de caracol Mixta: relieve en cera y coUage de diversos
15.5 X 12.3 X 10 cm (caracol) materiales, policromados
21.9 cm de alto (con base) 55.5 X 41.4 X 6.5 cm
Núm. de inv. 6-35 Núm. de inv 7-22

187. Autor anónimo 193. Autor anónimo mexicano


Jarra con imagen guadalupana Segunda aparición de la Virgen de Guadalupe
1940 aprox. Siglo XIX
Barro policromado Mixta: relieve en cera y collage de diversos
19.5 X 11.6 X 15.1 cm materiales, policromados
Núm. de inv. 6-36 55.1 X 41.4 X 7cm
Núm. de inv 7-23
188. Autor: Feder's
Virgen de Guadalupe 194. Autor anónimo mexicano
1994 ca. Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe
Siglo XIX
Vidrio soplado y moldeado
Mixta: relieve en cera y collage de diversos
27.5 X 13.2 X 9.7 cm
materiales, policromados
Núm. de inv. 6-37

327
55.4 X 41.2 X 6.8 cm 199. Autor anónimo mexicano
Núm. de inv. 7-24 Cáliz
Siglo XIX
195. Autor anónimo mexicano
Plata repujada, cincelada y grabada
Cuarta aparición de la Virgen de Guadalupe 18.9 X 14.6 X 14.6 cm (cáliz)
Siglo XIX 15 cm diam. (patena)
Mixta: relieve en cera y coUage de diversos Legado del Párroco de Jolostotitlán, padre
materiales, policromados, cera fundida y José Guadalupe González, 1986
policromada con aplicación de otras técnicas Núm. de inv. 10-55
55 X 41 X 6.8 cm
200. Autor: Bertoni (Milano)
Núm. de inv. 7-25
Copa FIFA
196. Autor anónimo mexicano Fundición de metal dorado
Virgen de Guadalupe 18.9 X 14.6 X 14.6 (cáliz) cm
Siglo xviii 15 cm diam. (patena)
Estatuilla modelada en barro con decoración Donación de la Selección de Italia para el
policroma y vidriado. (Talavera de Puebla) Campeonato Mundial de fútbol de México,
44.8 X 19.2 X 12.7 cm 1986
Núm. de inv. 7-26 Núm. de inv. 10-62

197. Autor anónimo mexicano 201. Autor anónimo mexicano


Báculo
Juan Diego mostrando el ayate milagroso
Siglo XX
Siglo xix
Plata con partes sobredoradas, moldeada, con
Bordado con hilos de colores con caras,
aplicación de marfil y piedras semipreciosas
manos, pies y fondo de la imagen de la Vir-
182 X 16.4 X 4.4 cm
gen pintados sobre seda
Legado del Cardenal y Arzobispo Primado de
52.4 X 44.7 X 1 cm México, monseñor Miguel Miranda y Gómez
74.5 X 66.5 X 7.5 cm (marco) por conducto del padre Guillermo Ortiz
Donación del excelentísimo señor Cardenal Núm. de inv. 10-70
Sebastiano Baggio, 1989
Núm. de inv. 8-42 202. Autor anónimo peruano
Exvoto de Shophie Schoster Mejido de Abad
198. Autor: G. Pirrone Huancayo, Perú, 1978
Rosa Plata martillada y repujada
1966 54.4 X 35.4 cm
Oro y plata labrada Núm. de inv. 10-84
55 X 18 cm
203. Autor anónimo mexicano
Enviada a la Santísima Virgen de Guadalupe
Altar y baldaquino guadalupanos de 1895
por S.S. el Papa Paolo VI Siglo XIX
Núm. de inv. 10-1 Aleación de materiales; repujado

3 2 S

328
51.9 X 40.7 X 3.4 cm (Tomo tercero)
69.7 X 58.7 X 3.8 cm J.F. Parres y Cía. editores
Donación del señor Gildardo Castellanos, 31 Barcelona, México. 895 p.
de julio de 1987 s/f
Núm. de inv. 10-57 Texto en español, con tres Ilustraciones a color
204. Autor: Le Courneur y Bertren en cromolitografía
Jarrón 22 X 15.3 X 5.2 cm
Siglo XVIII (?) Donación del licenciado Francisco Baños
Porcelana dura decorada y policromada y Urquijo, 19 de mayo de 1994
bizcocho con aplicaciones de bronce Núm. de inv. 12-3
275 X 54.5 X 44 cm
208. Fray Jerónimo de San Joseph y San Juan
Núm. de inv. 11-24
de la Cruz
205. Autor: Le Courneur y Bertren Obras espirituales que encaminan a una
Jarrón alma, a la más perfecta unión con Dios en
Siglo XVIII (?) transformación de amor por el extático y
Porcelana dura decorada y policromada y sublime doctor mystico, el beato padre San
bizcocho con aplicaciones de bronce Juan de la Cruz
275 X 54.5 X 44 cm En Sevilla, por Francisco Leefdael, en la
Núm. de inv. 11-25 Ballestilla, 1703. Años
206. Autor: Buffon 34.3 X 25 X 6.5 cm
Galería de historia natural Núm. de inv. 12-4
Editada por: Librería española de Garnier
209 a 264. Autor: Hugo Brehme
Hermanos
Fotografías con el tema dd Tipeyac (55 piezas)
París, 1885
27.6 X 18.8 X 5 cm Negativos originales y copias en papel
Núm. de inv. 12-1 Plata sobre gelatina
Núm. de inv. 15-1 a 15-55
207. Autor: D. Fernando Álvarez Prieto
La Virgen del Tepeyac

Total: 264 (Doscientas sesenta y cuatro piezas)


JORGE GUADARRAMA GUEVARA

México, D.F., diciembre del 2001

329
330
Apéndice núm. 4
Revista Ixtus
Espíritu y Cultura, a ñ o 3, n o . 15,
Cuernavaca, Morelos, Invierno de 1995
El milagro de G u a d a l u p e .
Entrevista con Guillermo Schulenburg*
Guillermo Schulenburg, vigésimo primer abad de la Basílica de Guadalupe,
y actual custodio de la fe guadalupana, nos entrega en esta entrevista
su particular visión del acontecimiento del Tepeyac.
¿Qué significa, monseñor, la celebración que se está llevando a cabo de
los cien años de la coronación de la Virgen de Guadalupe como Reina
de México y Emperatriz de las Américasy de las Islas Filipinas?
El día 12 de octubre del presente año culminaremos dicha celebración.
Esta coronación se realizó el 12 de octubre de 1895.
El abad de aquella época, Monseñor Antonio Planearte y Labastida,
le mandó a hacer una hermosa corona a París. La celebración de ahora
se fija más en el sentido espiritual de esa coronación.
No quiero decir con esto que los hombres de aquella época no lo hubie-
ran tenido, pero era una celebración más extema, más solemne y de acuerdo
con la época.
Ahora nos encontramos en un momento distinto, y lo que queremos
recalcar con esta celebración es que este pueblo de México que nació, se
gestó y se hizo un país con una idiosincrasia y una identidad propias,
se hizo bajo la égida de nuestra Señora de Guadalupe. Ella tiene un gran
significado en la evangelización'de nuestro país y como forjadora de nuestra
nacionalidad. Por ello, nuestro vasallaje de amor, de fidelidad, de devoción,
de obediencia a Ella, reina del cielo y de los hombres, lo hemos querido expre-
sar a través de una coronación real, porque Ella es la madre del rey, que

331
es Cristo, y nos ha enseñado el camino hacia Él, tanto como Cristo nos ha
enseñado el camino hacia el Padre. Así, nuestra devoción a María, además
de tener un sentido mariológico, teológico, espiritual, tiene un sentido cris-
tocéntrico, porque Cristo es quien está en el centro, es nuestro gran inter-
cesor, y nos valemos de María para llegar a Él. Este es el gran significado
que estamos manejando en esta celebración que culminará con la solem-
nidad del 12 de octubre aquí en la Basílica y en la que estaremos pidiendo
por las diversas regiones del país, por los arzobispos de cada una de las
14 áreas pastorales de este pueblo, por todo nuestro pueblo y por nues-
tros problemas no solamente religiosos y espirituales, sino también tem-
porales.
Santa María de Guadalupe tiene un significado muy profundo en toda
la historia de la evangelización de este país. La narración fundamental,
que es el famoso Nican Mopohua, palabra náhuatl con la que empieza
esa narración y que significa: 'Aquí se cuenta", "aquí se narra", "aquí se
dice", tíene un sabor profundamente indígena, de mentalidad indígena, de
creencias, de fe, de costumbres, de ideas indígenas, pero también tiene un
sentido europeo de catequesis. Aquí, en la colina del Tepeyac, antes de
que llegara Guadalupe, antes de que llegara la Santísima Virgen María,
la verdadera madre del verdadero Dios por quien se vive, de acuerdo con
la narración del Nican Mopohua, había un ídolo, la Tonantzin, que es el
diminutivo de Tonan, que significa "nuestra madrecita", "la madrecita",
a la que los indios le prestaban adoración idolátrica. Por un precioso
sincretismo religioso fue sustituida, superada y cambiada, por la ver-
dadera devoción a la verdadera madre de Dios : la Diosinantzin y ya no
la Tonantzin. Toda nuestra evangelización, particularmente del siglo xvii
en adelante, o más bien, desde mediados del xvi, tuvo como estrella a María
y a María bajo esta advocación, tan querida por el pueblo de México, de
Guadalupe. Porque su mensaje, que está en el Nican Mopohua, es reivin-
dicador de la dignidad humana del indio. Los diálogos que ahí sosriene
con el indio son diálogos de dignidad, de amor de entendimiento, de
aceptación y en ese sentido rienen un gran significado humanísrico, pero
también catequético. Esta Señora del Cielo, es la Virgen María, es la madre
de Dios, el reconocimiento de la existencia de Dios, del único Dios para

332
los indios, en substitución completa de su multiplicidad de dioses. Ella
es, como se dice en griego, la Teotokos, la verdadera madre de Dios, no
solamente la Cristotokos, la verdadera madre de Cristo. Y ello nos llena
de confianza, de fortaleza. "¿No estoy aquí que soy tu madre?", es el
mensaje esencial de Guadalupe. "¿No estás entre mis brazos?". "¿No te
tengo en mi regazo?". "¿Qué te puede inquietar, qué te puede afligir, qué
te puede molestar?". Todo este mensaje ha sido un elemento providencial
y precioso para la vida de este país, y aquí, en esta Basílica de Guadalupe,
tenemos esa presencia permanente con más de diez millones de peregri-
nos al año.
Esta devoción no ha disminuido, sino que se ha acrecentado. Y esto es
para mí el milagro permanente de Guadalupe. No es un acontecimiento ais-
lado ni un hecho histórico de un momento. Son más de cuatro siglos de
presencia, de amor, de providencia, de confianza, de seguridad, intervinien-
do en nuestra vida personal, familiar, y social. Un milagro permanente de
oración. Pues difícilmente hay en este país otro lugar de donde puedan
subir más oraciones al cielo.
Todo esto es Guadalupe y celebrar estos cien años es para nosotros
un aliciente de transformación interior y de meditación de lo que repre-
senta esta presencia.
Usted, monseñor, ha hablado de sincretismo, y eso es interesante, pues
se ha discutido mucho la aparición de la Virgen.
Unos dicen que es unfenómeno histórico, otros, como usted lo acaba de
mencionar, que es el producto de un sincretismo, un trabcyo de evangeli-
zación a través de los símbolos de los indígenas. ¿Cuál es su posición?
Hubo una evolución oral. Llegan los españoles de Extremadura, con
su Guadalupe extremeña y comienzan a evangelizar a los indios. Éstos
asimilan, pero transforman en su propio ser, en su propia naturaleza, la
nueva fe.
Sin embargo, y esto se los puedo decir a ustedes que son personas
mayores y civilizadas (no es que ellos no lo sean), a nuestro pueblo en gene-
ral no le interesa este problema, le interesa como fe y eso está por encima
de la historicidad o no historicidad del acontecimiento guadalupano.

333
Hace muchos años, algo que fue confundido con un estudio de la
NASA, un señor que se llamaba Callaghan, junto con otro señor llamado
Smith, me pidieron tomar una fotografía de nuestra Señora con rayos
infrarrojos, y al fotografiar la imagen, esa imagen que está en el altar,
porque hay gente que cree que la original está guardada, lo que es falso,
encuentran una presencia misteriosa, misteriosa, porque en el caso de
que yo sea un investigador de pintura no puedo decir ni quién la hizo ni
cuándo la hizo. Eso es imposible, porque en este caso no se puede ras-
trear ni al autor ni al momento en que fue pintada. Esa pintura, que es
la de una Inmaculada, tiene mucho de indígena en cuanto a tierra o a
plantas (si van, por ejemplo a Cacaxtla, encontrarán ciertos colores rojizos
de tierra en los frescos que tienen mucha semejanza con la pintura de la
tilma). Sin embargo, estos investigadores, a través de su fotografía, encon-
traron, en lo que no estoy de acuerdo, que los pies de la Virgen se apoya-
ban sobre las piedras de la colina del Tepeyac, pero no tenían ni el
angelito, ni la luna. Según ellos, esos elementos eran añadidos.
Escribieron su folleto en inglés, un folleto que fíie traducido al castellano
por el padre Faustino Cervantes, quien ya murió. El problema es que esa
investigación se promovió de manera un tanto novelesca, diciendo que
estos investigadores habían descubierto lo sobrenatural de la imagen.
Pero eso no se puede descubrir en un estudio de esa naturaleza.
Lo que no quiere decir que la imagen no tenga algo de extraño. Usted
hablaba de cierto magnetismo.
Claro. Todo eso es lo que la imagen produce en nosotros. Pero eso no
nos revela exactamente su origen. Hay que distinguir, una cosa es el
historiador científico y crítico y otra el devoto amante de la Virgen. Pero,
en cualquier hipótesis, la Virgen María es el milagro permanente. Yo no
me meto a discutir el problema histórico, porque a lo largo de nuestra
historia te vas a encontrar aparicionistas y antiaparicionistas muy cali-
ficados. Eso para mí es un problema secundario.
Entonces para usted, como custodio de la fe guadalupana, lo que
importa es el misterio deje y no el acontecimiento.
Ese misterio de fe que es permanente. En una ocasión vinieron a entre-
vistarme los de la BBC de Londres y me preguntaban.- "¿Usted cree en las

334
apariciones físicas de la Virgen?" Yo les respondí. Hay una tradición anti-
gua, una tradición que fuertemente se genera y se reañrma a mediados
del siglo XVII, y hay una tradición oral, llamémosle así, que es anterióf y ñft
la que los famosos "cuatro evangelistas" de las apariciones, Miguel Sánchez,
1648; Lasso de la Vega, capellán de la ermita, 1649; Becerra Tanco, 1666;
más adelante y posteriormente, el jesuíta Francisco de Florencia, 1688;
aparecen como profundos creyentes y defensores de las apariciones gua-
dalupanas. Cada uno de ellos escribe su libro, manifestando sus razones
con la mentalidad y los argumentos de la época. Miguel Sánchez hace una
interpretación del libro del apocalipsis que se refiere a la Virgen María coro-
nada de estrellas, con la luna bajo sus pies, etcétera y con un concepto
gongorino de la teología de la época.
Para él esa es la prueba de la aparición, lo que, sin embargo, no es una
prueba histórica. Los otros dan también su interpretación.
La base más importante para los historiadores del fenómeno guada-
lupano es el Nican Mopohua.
¿No narra un hecho histórico el Nican Mopohua? De lo contrario
habría un poco de engaño, ¿no lo cree?
Yo digo que nunca hubo fraude de ninguna clase. Los creyentes siem-
pre fueron sinceros, pero de acuerdo con una mentalidad y un momento
histórico. Ahora bien, la fuerza del fenómeno guadalupano no puede
convertirse en algo vacío si históricamente se prueban o no las aparicio-
nes. Esta es la paradoja del asunto, y frente a ella debemos ser muy
honestos. Ni nos engañamos a nosotros mismos ni queremos engañar a
nadie. Todos somos guadalupanos. El estudioso, que estudie; el devoto,
que siga orando y creyendo. Pero no toda la fuerza de su fe radica en si
se apareció o no, sino en la teología de María. Lo que ella le enseña a la
fe es mucho más elevado que una aparición. Entendámonos, María es
María, la madre de Cristo, la madre de Dios, la del Evangelio. Que se mani-
fiesta de todas las maneras en todas las latitudes de la tierra y a través
del tiempo y que si en un lugar se llama Lourdes o Fatima o Medjugorje
o nuestra Señora del Perpetuo Socorro o nuestra Señora de la Luz o de
las Nieves, son sólo unas de las miles de advocaciones en torno al mis-
terio de María, la madre de Cristo, la madre de la Iglesia, nuestra madre,

335
un misterio que está vivo con o sin apariciones guadalupanas. Nuestra
fe trasciende ese hecho, está por encima de él, y es una fe profundamente
arraigada y válida.
En nada se enturbia la calidad de nuestra fe con demostración o sin
demostración de las apariciones.
Profundicemos un poco más. ¿Qué es teológica y bíblicamente una
aparición? Es un fenómeno interior que por una gracia especial de Dios
hace que un hombre vea lo que nadie ve y oiga lo que nadie oye. Él sólo
es testigo de su propia experiencia. Si vamos a Lourdes encontramos que
fue sólo Bernarda, entre todas sus compañeritas, la que vio y escuchó, y
ella da su testimonio, lo confirma y lo repite. Este es un fenómeno histórico
moderno; el de Guadalupe sucedió, en cambio, hace más de cuatro siglos.
¿Qué pasa entonces con Juan Diego, existió?
Es un símbolo, no una realidad.
¿Entonces cómo encaja aquí la beatificación que de él hizo el Papa?
Esa beatificación es un reconocimiento de culto. No es un recono-
cimiento de la existencia física y real del personaje. Por lo mismo, no es
propiamente hablando una beatificación. El Papa beatificó a los tres indios
de Tlaxcala y al padre Yermo. Pero reconoció el culto a Juan Diego. Voy a
leerles la liturgia que se usó durante las beatificaciones y que aclara muy
bien este asunto. "Reconocimiento del culto a Juan Diego y rito de la
beatificación (...) Beatísimo Padre: los ordinarios de Tlaxcala y Puebla
suplican humildemente a su Santidad que se digne incluir en el número
de los beatos a los venerables siervos de Dios: Cristóbal, Antonio y Juan y
José María... Al terminar, todos se ponen de pie. Sólo el Santo Padre se
queda sentado y pronuncia solemnemente la fórmula de beatificación".
Ahora es el Papa el que habla: "Yo, acogiendo los deseos de nuestros
hermanos Luis Uribe Escobar, obispo de Tlaxcala, y de Rosendo Huesca
Pacheco, arzobispo de Puebla, así como de otros muchos hermanos en el
episcopado y de numerosos fieles, después de haber escuchado el parecer
de la Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra autoridad
apostólica (ahí está la autoridad del Papa comprometida) declaramos
que los venerables siervos de Dios, Cristóbal, Juan Antonio y José María...
de ahora en adelante sean llamados beatos y se podrán celebrar sus fíes-

336
tas en los lugares y en el modo establecido por el clerecho, cada año, el
23 de septiembre para Cristóbal, Antonio y Juan, y el 20 de septiembre
para José María..., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
Eso es lo que dice la liturgia y ahí no está Juan Diego.
¿Y Juan Diego?
Ahora verás. Antes de eso, el cardenal Corripio lee un documento de
la Congregación para los Santos en el que se narra, se dice Juan Diego
fue..., se dice que vivió en tal época, se dice que murió tal año y que era
un hombre santo que vivió a los pies de la Virgen, y todo lo que es la
narración sobre Juan Diego. Entonces, se dice que como esa es la tradición,
la Congregación para las Causas de los Santos reconoce un culto a Juan
Diego y hace que ese documento, que supuestamente se editó en México,
pero que en realidad fue editado en Roma, diga, "Dado en México el 6 de
mayo", y esté firmado por el cardenal Cassaroli, secretario de Estado.
Por lo tanto, aceptamos y reconocemos su culto y permitimos que se
celebre una misa obligatoria en su honor para la Arquidiócesis de México
el 9 de diciembre y libre para las otras diócesis. Hasta ahí se compromete
la Santa Sede en términos generales y también el Papa.
En la Congregación para las Causas de los Santos no dijeron pruébenos
la existencia de Juan Diego, y no lo dijeron porque es un elemento histórico
difícil de probar después de 450 años, ya que no hay los documentos
para hacerlo. No hay fe de bautismo de Juan Diego, ni hay constancia por
escrito de quienes fueron sus padres, ni en donde vivió. Juan Diego es una
tradición. No sólo hubo uno, sino muchos, muchos que se llamaron Juan
Diego. Porque en ese entonces no se hacía el acta de bautismo de cada
uno, simplemente los ponían en una lista.
En suma no hay manera de descubrir su existencia. Todos los docu-
mentos históricos que existen se han investigado.
Como un eclesiástico muy metido en el asunto digo que no se debió
reconocer a Juan Diego porque no consta que haya existido ese culto.
Siempre hubo culto a la Santísima Virgen María que se le apareció a Juan
Dieguito, ¿pero ustedes han visto que se le prendieran velas a Juan Diego
antes de esa beatificación que se llama equivalente?

337
¿Por qué se hizo entonces esa beatificación?
Porque el arzobispo de México, con un equipo suyo, cuatro o cinco
sacerdotes, presentaron la causa ante la Congregación para las Causas
de los Santos, insistieron en esa causa, la estudiaron y el responsable
directo dentro del proceso de estudio dijo: "Miren, esto manéjenlo como
culto inmemorial. Prueben que ha habido un culto hace muchos años y
manéjenlo así. No traten de probar la existencia histórica del personaje
porque se van a encontrar con muchas dificultades"; o sea, con dificul-
tades de índole documental. Pero el arzobispo de México se empeñó y
pidió al Papa la beatificación de Juan Diego. El Papa dijo: "Bueno, que lo
estudien". Lo hacen. La Congregación le da el resultado de su estudio al
Papa, porque el Papa no puede por sí mismo hacer ese estudio (para eso
tiene a ese organismo) y reconoce el culto. ¿En esa decisión el Santo
Padre es infalible? No está hablando excátedra, como cuando define un
dogma de fe, porque esto no es un dogma de fe. El hecho de una beatifi-
cación equivalente no compromete la autoridad pontificia. Si canonizara
a Juan Diego entonces sería gravísimo, porque en ese momento los teólo-
gos tendrían que estudiar si el Papa se puede o no equivocar en una
canonización.
En el caso de Juan Diego no hubo nunca culto. Los eclesiásticos no
deben imponer un culto. El pueblo es el que hace la devoción y a la
Iglesia jerárquica le compete reconocerla o no. Esta es una devoción pro-
vocada. El culto no es a Juan Diego, es a la Virgen. Es Ella la que sigue
siendo una fuente inmensa de gracias, con Juan Diego y sin Juan Diego.
Sin embargo, la existencia de Juan Diego significaría la dignificación
del indio.
Sí, pero no como existencia, sino como símbolo. La narración extremeña
de Guadalupe, porque sin duda el nombre de Guadalupe nos viene de
Extremadura y es un nombre árabe, es una narración esquemáticamente
semejante a la que relata la tradición mexicana, aunque la nuestra, como
lo muestra el Nican Mopohua, es superior, es más delicada y tierna. La
de allá, una narración del siglo xiii, es la historia de un vaquero que se
encuentra en una cueva, cercana a un riachuelo que se llama Guadalupe, una
imagen. Él dice que se le apareció la Virgen, que le resucitó una vaca que

338
se le había muerto, y que lo manda con los sacerdotes para que le cons-
truyan una iglesia. En la narración mexicana sucede algo parecido: Juan
Diego va con el obispo, y la Virgen, que también se le apareció, le cura a
su tío Juan Bernardino.
El esquema es semejante, pero la narración original ha sido subli-
mada. ¿Quién concibió y escribió esa catequesis o representación teatral
en cuatro actos, con una introducción en el cerro con los pajaritos que
cantan, con las gotas de agua que parecen diamantes, piedras preciosas
de colores? ¿Cuándo la escribió, cómo, con qué creencia de los indios y
con qué creencias europeas? No lo sabemos y hay que manejarlo en un
sentido superior.
Hablemos ahora de la Basílica. ¿Por qué para la creación de la nueva
Basílica se siguió un criterio moderno? ¿Por qué no se siguió el estilo del
barroco Latinoamericano con el fin de mantener la tradición mexicana?
Porque, primero, debíamos dejar un testimonio contemporáneo de nues-
tra capacidad arquitectónica. No copiamos, creamos. Había que crear algo
de acuerdo con este momento. Claro que tienes razón, México ha producido
dos cosas en su historia: el barroco mexicano y el guadalupanismo. Pero,
aparte de lo contemporáneo, teníamos que atender a las necesidades litúr-
gicas. Tenía que haber un espacio, de tal manera abierto, que todos pudieran
participar de la veneración a la imagen y de la liturgia de la eucaristía sin
interferencias de ningún tipo.
¿Qué puede decirnos del lienzo en el que está plasmada la imagen de
la Virgen?
Hay un señor, Mariano Fernández de Echeverría y Veitia que, por
1775 o 1779, escribió un libro que se llama Baluartes de México.
Este señor era un creyente profundo de las apariciones. Estuvo, gra-
cias al primer abad, el doctor Don Juan Antonio de Alarcón y Ocaña (yo
soy el vigésimo primero y creo que ya no va a haber otro porque esto va
a cambiar de estructura), quien le bajó la imagen, y junto con los pin-
tores más importantes de la época, entre ellos, Cabrera, delante de la
imagen de Guadalupe durante tres horas. Ese hombre declara: "El lienzo
en que esta pintada la Santa Imagen era la tilma o capa del indio que no
tiene en su hechura otro artificio que el de ser una sábana cuadrilonga

339
que hasta el día de hoy usan los naturales del país. Ésta, o se la anuda-
ban al cuello o se embozaban con ella. La materia de la que es fabricada,
han dicho los escritores antiguos que era ayate bien puede ser que en
aquellos tiempos se llamase así este tejido. Pero a la que hoy dan ese
nombre (1760), es más basta y rala, y el hilo del que se fabrica es lo que
llaman ixtle o pita, sacado de la penca del maíz. No es así la tela en la
que está la Santa Imagen, según lo que pude comprender, sino de hilo de
palma o algodón, y a esto último me arrimo más; y su tejido es tupido,
semejante al lienzo que hoy tejen de algodón, que llaman manta, casi del
mismo ancho, que sólo tiene dos tercias, poco más o menos y así está
hecha la capa, de dos paños o piernas, unidas por en medio con una
costura tosca", y claro, el rostro de la Virgen, inclinado, libra la costura.
Si tú crees que es un milagro, dice, por milagro está librando la costura; si
crees que es pintura, el pintor estuvo iluminado.
Pero el rostro es bellísimo, no el que está ahora, sino el que está sin
retocar
Sí, aunque es poco lo que cambia. La pintura más antigua que yo
conozco, copia del original, es de 1606, de Echave. ¿Por qué se dedicaron
siempre a reproducir la imagen los pintores, a copiarla? Porque tenían la
convicción de que era algo muy singular.
Cuando llegué a abad de la Basílica y subí por primera vez para tener
contacto con la imagen, sentí que me encontraba delante de algo pintado
por Dios y no por mano de hombre; entonces toda mi psiquis y mi devo-
ción me decían que estaba ante un milagro. Veo los ojos y digo, "qué ojos
tiene la Virgen, parecen vivos". Sí, indudablemente es muy bella, y si fue
obra de una mano indígena, cosa en la que creo, porque pienso que fue una
mano indígena, mis respetos para el indio que la pintó. ¿Con qué modelo?
Una mestiza. ¿Ya había mestizas? Las de 1531 tendrían once años de
edad, en fin, como ven, este tema es inagotable.
¿La imagen de la Virgen a quién pertenece?
Pertenece a la Iglesia y al país. Nosotros somos los custodios, y ay del
que toque la imagen y del que la perdiera.
Pero en un sentido más mundano, ¿de quién es?

340
Legalmente nadie nos puede quitar la propiedad, porque la hemos
conservado nosotros por 450 años. Por prescripción es de la Iglesia. Pero
el pueblo de México dice: "Es mía", y el gobierno de México, "Cuidadito,
no me la toquen". Y por todo lo que se ha orado delante de ella y se ha
celebrado, es Sacratísima, tiene la fuerza de la veneración.
¿Es cierto que la Basílica se convertirá en diócesis?
Bueno, la división de la arquidiócesis es un proyecto que se ha mane-
jado desde hace mucho tiempo. Ahora hay un nuevo arzobispo en la
arquidiócesis de la ciudad de México. Va a contar de manera importante
su criterio al presentarle todo este proyecto que parece de primera nece-
sidad.
Desde el punto de vista de lajuncionalidad creo que es importante
esta división, pero si la Basílica se vuelve diócesis, ¿no cree que se gol-
pearía el sentido teológico delguadalupanismo, es decir, de que la tilma
es entregada al obispo de la ciudad?
La cuestión jurídica, estructural, de una diócesis, obedece a las nece-
sidades espirituales de un conglomerado social.
Esto, en teología se dice: "La Ley suprema es la salud de las almas".
Si para la salud de las almas es conveniente una diócesis, lo demás es lo
de menos.

N.B. No olvidemos que esta entrevista se realizó alrededor de 7 años


antes de la canonización del Indio Juan Diego por S. Santidad el Papa
Juan Pablo II.

341
342
Apéndice núm. 5
Glosario religioso-eclesiástico

Abad (Abadía): Palabra de origen arameo que significa "padre". Así se


llamaban los primeros monjes de Egipto y Siria.
En Occidente se propagó la vida monástica o monacal principalmente
desde el siglo vi por obra de San Benito, fundador de la Orden Benedictina
(que después se ramificó en otras órdenes). La autoridad superior de los
monasterios (lugares donde habitan los monjes o monjas) es el Abad (o la
Abadesa), y el monasterio autónomo que está a cargo de un Abad o Abadesa
es la Abadía. Son famosas en Europa las grandes abadías benedictinas, como
Montecassino y San Anselmo en Italia, Beuron en Alemania, Solesmes en
Francia, Silos en España. De suyo los abades y las abadías son de religio-
sos (monjes).
Pero en España en los siglos xvii y xviii los reyes quisieron que el
Papa erigiera abadías seculares, especialmente en el reino de Granada.
Eran colegiatas, es decir, iglesias o santuarios a cargo de un Cabildo (véase)
cuya cabeza tenía la dignidad de Abad secular.
Nuestra Basílica fue erigida en Abadía Secular, a la manera de las del
reino de Granada, y su dignidad máxima hasta ahora fue la de Abad seculai;
"Cabeza de la iglesia y del Cabildo". Pero a diferencia de los abades monás-
ticos o regulares que tenían jurisdicción o autoridad de gobierno a la manera
de los obispos, el Abad secular de la Basílica fue una simple dignidad, un
título honorífico y un beneficio superior, que lo colocaba a la cabeza del
Cabildo, sin jurisdicción propia.

343
A partir y en virtud de los nuevos Estatutos, el Rector del Santuario y
Presidente del Cabildo de Guadalupe ya no es dignidad (véase) ni beneficio
(véase) sino un simple oficio, ni se llama Abad. Pero curiosamente subsiste
la dignidad de Arcipreste, que es el segundo del rector, aunque tampoco
es beneficio.
Archipresbiteral, es el adjetivo át Arcipreste: es el preste o presbítero
principal. El prefijo griego arje significa principal; y se deriva al castella-
no en arci (como en arcipreste), arqui (como en arquidiócesis: la princi-
pal de un conjunto de diócesis limítrofes que constituyen una "Provincia
eclesiástica") o arz, como en arzobispo: Obispo principal que está al fren-
te de un arzobispado o arquidiócesis y de una provincia (en latín: archie-
piscopus).
En España se les llama arciprestes a los sacerdotes que están al frente
de una "vicaría foránea", y que en México se llaman "decanos".
En la Basílica de Guadalupe el Arcipreste nunca ha tenido autoridad
sobre los demás sacerdotes que trabajan allí. Antes era una dignidad. Ahora
es un título que lo coloca en cierto modo por encima de los demás canónigos
en cuanto a la precedencia, y siempre después del que antes era Abad. Según
los Estatutos, le corresponde colaborar íntimamente con el Rector del San-
tuario, y suplirlo en sus ausencias.
Basílica: es un título honroso que sólo puede ser concedido por el Papa
a una iglesia. Pero no cualquier iglesia puede ser honrada con ese título,
sino aquellas que sobresalen en la diócesis (véase).
Para que una iglesia reciba el título de basílica debe tener, en forma
sobresaliente, lo que el canon 1234 pide a los santuarios (véase). Y debe
gozar de una celebridad en toda la diócesis (véase), ya sea porque guar-
da el cuerpo o una reliquia insigne de un santo, o porque se venera de una
manera particular una imagen sagrada, o por su importancia en la historia
o en la cultura. En esto coincide la basílica con el santuario.
Las basílicas se dividen en mayores o patriarcales, y en menores. Todas
las mayores están en Roma, y son cuatro: la de San Juan de Letrán, que
es la catedral del Papa y es "cabeza, madre y maestra de todas las igle-

344
sias"; la de Santa María la Mayor en el Esquílino; la de San Pedro en el
Vaticano, y la de San Pablo extramuros en la vía Ostiense. Todas las demás
son basílicas menores, y afiliadas a alguna de las mayores.
Pero, dada la relación con las basílicas romanas, lo que verdaderamente
distingue a la basílica es un particular vínculo de comunión que la une
con la cátedra de Pedro. Las basílicas en cierta manera son del Papa.
Nuestra colegiata fue condecorada con el título de "Basílica Menor"
por S.S.S. Pío X el 24 de mayo de 1904. Y S.S. Paulo VI el 4 de octubre de
1976 concedió el mismo título de Basílica al nuevo templo que ahora tene-
mos, días antes de su dedicación el 12 de octubre del mismo año.

Beneficio: Durante siglos el llamado sistema beneficial fue la manera


como la Iglesia proveyó a la sustentación de los clérigos. No hay espacio
aquí para examinar los orígenes históricos y demás. Baste decir que buena
parte del derecho canónico antiguo tenía que ver con los beneficios.
Beneficio eclesiástico era "una entidad jurídica, una persona moral no
colegial, una fundación, constituida o erigida perpetuamente por la autorí-
dad eclesiástica competente, que estaba compuesta 1. de un oficio sagrado
al cual se le adjudicaba una "dote", es decir, un conjunto de bienes materia-
les y obligaciones, y 2. el derecho a percibir los frutos, rentas o réditos de
dicha dote por parte del legítimo poseedor del oficio ("beneficiario").
La sustancia de los bienes era del dominio de la persona moral o entidad
jurídica que es el beneficio, y el beneficiario era simple administrador de
ellos. Pero los frutos o réditos de los bienes eran del dominio o propiedad
del beneficiario.
La razón de ser de la dote, de las rentas y del derecho a percibir las
rentas era la honesta sustentación de aquel que desempeñaba el oficio (de
allí el axioma:" el beneficio es en virtud del oficio y no al revés"). Se impo-
nía además la obligación de ayudar a los pobres y a las causas pías con lo
que sobrara de las rentas.
El Concilio Vaticano II y el Código de Derecho Canónico actual (1983)
han tratado de suprimir el sistema beneficial en sentido propio, para proveer
de otra manera a la sustentación del clero.

345
Cuando Mons. Schulenburg fue nombrado Abad de la Basílica (1963),
todavía estaba vigente la legislación según la cual la dignidad de Abad
era un verdadero beneficio "no consistorial, reservado a la Santa Sede",
perpetuo y vitalicio.
Breve Apostólico o pontificio: es un documento del Papa que contiene
generalmente un acto administrativo singular, menos solemne que la Bula
(véase), y trata negocios menos importantes y más particulares. El sello es
de cera roja con la imagen de San Pedro pescador. Es de notar que según la
praxis de la Curia Romana, el Breve pontificio nunca es firmado personal-
mente por el Papa, sino por el Cardenal Secretario de Estado. Sin embar-
go, curiosamente, el Breve en donde se contiene la nueva ley sobre nues-
tra Basílica sí fue firmado personalmente por S.S. Juan Pablo II.

Bula: es un documento del Papa, de carácter administrativo y rara


vez de carácter dogmático. Contiene generalmente la concesión de un pri-
vilegio, un nombramiento, un favor, un reconocimiento. Se llama así (desde
el siglo VI) por el sello de plomo adherido al documento con hilos de seda
o cáñamo. Por ejemplo, la erección de una nueva diócesis y el nombramien-
to de un obispo se hace mediante una Bula.
El nombramiento de Abad de Mons. Schulenburg, como él mismo lo
dice, fue hecho en una Bula.
Cabildo (en latín Capitulum, de donde viene el adjetivo "capitular"): es
un colegio de sacerdotes seculares (excepcionalmente religiosos) llamados
Canónigos o Capitulares que constituyen una persona moral, llamada cor-
poración, erigida perpetuamente por la autoridad eclesiástica competen-
te; cuyo presidente es "primero entre iguales", sin jurisdicción sobre los
demás miembros; corporación que actúa colegialmente, con voto delibera-
tivo, y sus resoluciones o acuerdos tienen vigencia cuando alcanzan la
mayoría absoluta de los votos de sus miembros, los canónigos o capitu-
lares.
El Cabildo es una antigua institución de la Iglesia. Los primeros canó-
nigos hacían vida en común con el Obispo en la Catedral. En la Edad Media

346
los Cabildos de las catedrales tenían el derecho de elegir al obispo del lugar
cuando la sede quedaba vacante, y hasta el Código de 1917 tenían el deber
de asistirlo y ayudarlo en el gobierno de la diócesis, constituyendo SU "se-
nado". Cuando la sede quedaba vacante el gobierno recaía sobre el Cabildo,
el cual debía elegir, en el término de ocho días, un vicario capitular, es decir
una persona física que actuara a nombre y en lugar del Cabildo, hasta que
la Sede Apostólica nombrara un nuevo obispo.
El Concilio Vaticano II determinó que, conforme a las necesidades actua-
les, el "senado" del obispo no fuera únicamente el Cabildo catedralicio, sino
que se debía constituir un Consejo o Senado en el que estuviera represen-
tado todo el Presbiterio o clero diocesano, inclusive uno o varios repre-
sentantes del Cabildo. Además, el obispo debía nombrar libremente entre
6 y 12 sacerdotes miembros del Consejo o Senado presbiteral, que consti-
tuyeran el "Consejo de Consultores", quien en último término debe elegir un
sacerdote que rija la diócesis cuando la sede queda vacante (can. 413 § 2),
como lo hacía antes el Cabildo catedralicio.
De manera que la tarea de los Cabildos, tanto del catedralicio como del
de las iglesias colegiatas, a partir del Código actual (1983) ha quedado
reducida a "celebrar las funciones litúrgicas más solemnes en su iglesia
propia" (can. 503), y cumplir fielmente aquellos oficios que el obispo les
encomiende.
Sin embargo todo Cabildo debe tener sus propios estatutos, elaborados
mediante legítimo acto capitular, que deben ser aprobados por el obispo dio-
cesano siempre que no violen alguna norma del derecho universal o particu-
lar (v.gr. el derecho diocesano) o no respondan al verdadero espíritu de los
Cabildos, y que constituyen la norma interna de vida de dicho colegio de
sacerdotes. En los Estatutos puede haber disposiciones referentes a la vida
litúrgica y a la administración de los asuntos de la iglesia propia, de acuer-
do con el obispo.
Colegiata: iglesia que, sin ser catedral, tiene adscrito un Cabildo cole-
gial para celebrar las funciones litúrgicas más solemnes.
Dataria: el Cardenal que tenía a su cargo la Dataría Apostólica. Ésta
fue una oficina importante en la antigüedad, que se llamaba así porque

347
ponía la fecha (data) a los documentos pontificios. En el can. 261 del
Código de 1917 se dicen sus funciones: 'A la Dataría Apostólica... está enco-
mendado juzgar de la idoneidad de los que hayan de ser promovidos a los
beneficios no consistoriales reservados a la Sede Apostólica; redactar y
expedir las letras apostólicas para su colación..."
Dignidad: es un término muy técnico en el sistema beneficial. Los Ca-
bildos estaban divididos en "estalaciones" o grados de jerarquía de sus
miembros de los cuales los más altos se llamaban "dignidades", los siguien-
tes eran los "canónigos" y los inferiores eran simples "racioneros", "mansio-
narios" o prebendados. Las dignidades eran (según la clase de Cabildos):
Dean, Arcediano, Chantre, Maestrescuela, Tesorero, en la Catedral; y Abad
y Arcipreste en la Basílica.
Las dignidades tenían precedencia sobre los canónigos y prebendados,
y su beneficio era mayor. Su provisión, como ya se dijo, estaba reservada
a la Sede Apostólica.
Diócesis: es una iglesia particular. Es una porción del Pueblo de Dios
que reside dentro de un determinado territorio, que se le confía a un Obispo
como su Pastor, para que, con la colaboración de su Presbiterio o conjunto
de sacerdotes, sea evangelizada con la Palabra del Evangelio y santificada
con la gracia de los Sacramentos, en comunión con los demás Obispos
y con el Papa.
El Obispo gobierna la diócesis mediante la Curia diocesana -que en
México vulgarmente se le llama "mitra" (véase). La diócesis está dividida
fundamentalmente en "parroquias", que son otras tantas porciones del Pue-
blo de Dios encomendadas a un pastor propio que es el párroco, que bajo
la autoridad del Obispo ejerce la "cura de almas", y por eso el pueblo le llama
"Sr. Cura". Pero además hay otras iglesias y capillas que no son parroquias.
Las parroquias están agrupadas en "decanatos" y éstos en la arquidiócesis
de México forman parte de "Vicarías episcopales". El arzobispo coordina
la pastoral de conjunto mediante sus vicarios episcopales.

Dogma de fe: es una verdad o una doctrina referente a la fe o a la moral


que está contenida en la Revelación Divina y ha sido declarada como tal en
forma definitiva por el Magisterio eclesiástico infalible, imponiendo autori-

348
tativamente la obligación de creer en ella. La Revelación que Dios hizo al
mundo está en la Sagrada Escritura y en la Tradición apostólica, y se cerró
con Cristo y la muerte del último de los apóstoles. El Magisterio eclesiás-
tico son los obispos en comunión con el Papa o el Papa solo. Y no es infa-
lible cuando no se trata de verdades de fe o de moral, o cuando lo que en-
señan no es de manera definitiva. El Papa individualmente es infalible
cuando, como Pastor y Doctor Universal, proclama con un acto definitivo
la doctrina que debe sostenerse en materia de fe y costumbres. La presun-
ción está en contra de la infalibilidad, en el sentido de que "ninguna doc-
trina se considera definida infaliblemente, si no consta así de modo mani-
fiesto" (can. 749 § 3).

HiperduUa, culto de: el culto que se le da a Dios, y sólo a Él, se llama


latría, que es el culto de adoración, y sólo a Dios se le adora (por eso la
ido-latría es mala). El culto que se le da a los Santos se llama dulía, que
es el homenaje de veneración por sus virtudes, y por el cual pedimos su
intercesión ante Dios. Pero el culto que se le da a María como Madre de
Dios, Virgen, Inmaculada, Reina de todos santos. Madre nuestra, Madre
de la Iglesia, es algo más que dulía y se llama hiperdulía (superdulía). No
es adoración, porque no es diosa, pero tampoco es una veneración común
y corriente.
Mitra: es el tocado litúrgico del Obispo, y significa su autoridad o po-
testad de régimen. Tiene dos partes que terminan en punta (comua) y en
la base posterior está adornada con dos cintas (in/ulae) que caen sobre la
espalda. Actualmente la usan solamente el Papa, los Obispos y aquellos
prelados que, por estar al frente de iglesias particulares (cfr. can. 368) tienen
jurisdicción o potestad de régimen. Antiguamente por privilegio las podían
usar algunas dignidades.
Por metonimia la gente le llama "mitra" al lugar donde el Obispo ejerce
la autoridad (la Curia) significada por su tocado litúrgico.
Motu proprio: es una determinada especie de documentos o Actas del
Sumo Pontífice. Su nombre completo es: Litterae ApostolicaeMotu proprio
datae, es decir: Letras Apostólicas dadas por iniciativa propia (o espontá-

349
neamente). Llevan a la cabeza el nombre del Papa en forma tradicional, y
están suscritas por él mismo. Tienen carácter universal y tratan en forma
sencilla diversos temas y negocios, tanto doctrinales como principalmente
disciplinares; y están dadas, como su nombre lo indica, espontáneamente por
el Papa, sin que medie alguna petición o súplica de nadie; o si acaso pre-
cedió alguna, no fue dada por ese motivo sino por otra razón.

Peregrino: el fenómeno humano de "peregrinar", tanto en general como


en especial de peregrinar a la Basílica de Guadalupe, está considerado amplia-
mente en estas Memorias. Baste aquí señalar el sentido técnico canónico
de peregrino, y la relación que tiene con el Santuario (véase).
Peregrino es aquel que se aleja de su domicilio o residencia parroquial
y se traslada a una iglesia o lugar sagrado (el santuario) donde se venera
o el mismo lugar (y.gr. el Santo Sepulcro), o la tumba de un santo (San Pedro
en el Vaticano, Santiago en Compostela) o una reliquia insigne o una ima-
gen milagrosa iy.gr. de la Virgen María en alguna de sus múltiples advo-
caciones), para venerarla él también y pedirle favores o darle gracias y
ofrendas o realizar otros actos de piedad popular.
La diferencia entre el peregrino y el turista está en que el turista se
aleja de su domicilio y viaja por diversión, placer, descanso o por motivos
culturales, mientras que el peregrino lo hace por un motivo de piedad.

Protonotario apostólico ad instar participantium (equivalente a los


participantes): son sucesores de los notarios del Papa: desde el siglo i
eran los que levantaban las Actas de los mártires. Posteriormente se formó
un colegio de siete protonotarios (prótos = primero, principal) que hasta
la fecha existe, viven en Roma y son los numerarios o "participantes de
oficio" (lat. de muñere participantium). Los demás son supernumerarios o
"equivalentes a los participantes" (lat. ad instar participantium). Éstos
viven fuera de Roma, están agregados al colegio de los numerarios, pero
no son efectivos, tienen solamente el título honorífico, con el que han sido
honrados por el Papa en vista de sus méritos apostólicos y por su integri-
dad de vida, por recomendación de su Obispo.

350
Es el más alto de los grados o estalaciones de aquellos que son miem-
bros de la Familia Pontificia y que se llaman "Ilustrísimos Monseñores".
Los otros grados son: "Prelado de honor de su Santidad" y "Capellán de
su Santidad".
A los Protonotarios supernumerarios el Papa San Pío X les había conce-
dido el privilegio de usar mitra, anillo y pectoral como si fueran obispos,
(pero no báculo ni solideo). Después del Concilio Vaticano II S.S. Paulo VI en
el Motu proprio Pontiftcalis Domas de 28 de marzo de 1968 revocó dicho
privilegio, pero diciendo expresamente que "los Prelados que carecen de la
dignidad episcopal y han sido nombrados antes de las presentes Letras, siguen
gozando del privilegio de usar algunas insignias pontificales, en virtud del
derecho que se les concedió, ya sea personal o colegialmente" (n. 5).
Por eso Mons. Schulenburg sigue usando mitra, anillo y pectoral.
Santuario: su concepto es complemento de lo dicho sobre los peregri-
nos, y también está ampliamente tratado en estas Memorias. Sin embargo
conviene añadir una o dos cosas que dan una idea más clara y completa.
"Con el nombre de santuario se designa una iglesia o lugar sagrado
al que, por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación nume-
rosos fieles, con aprobación del Ordinario del lugar" (can. 1230).
El santuario es meta de peregrinaciones. No puede haber santuario sin
numerosos peregrinos, que acuden (espontáneamente) por un motivo pecu-
liar de piedad. Pero a la vez, supuesto el concurso de numerosos peregrinos
(y no antes) se requiere la aprobación de la autoridad competente tanto
para el hecho de que los fieles acudan ahí, como del motivo especial de
piedad. La autoridad competente es originalmente el Obispo diocesano (o
su Vicario episcopal), pero para que dicho santuario se llame nacional,
se requiere la aprobación de la Conferencia Episcopal; y de la Sede Apos-
tólica para que se le llame internacional.
El motivo de piedad tiene que ser "peculiar". No cualquier motivo de pie-
dad basta para que una iglesia sea santuario. Es motivo peculiar de piedad,
entre otros, una imagen famosa por sus favores, una reliquia que allí se
guarda, un milagro que Dios ha obrado allí, una indulgencia especial que
allí se gana. Se requiere que el pueblo tenga gran veneración y devoción

351
a dichas imágenes o reliquias, que le rinda culto especial, que ocasional-
mente se expresa, entre otras cosas, por los exvotos de arte popular y de
piedad.
El santuario es un lugar en el que el peregrino vive un encuentro espe-
cial con Dios, una experiencia religiosa singular, un deseo intenso de puri-
ficación y de conversión.
Por eso "en los santuarios se deben proporcionar más abundantemente
a los fieles los medios de salvación, predicando con diligencia la palabra
de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica principalmente mediante
la celebración de la Eucaristía y de la Penitencia, y practicando también
otras formas aprobadas de piedad popular" (can. 1234).

352
Índice Onomástico

A Ávila Camacho, Manuel, Gral. y Pres., 211,


214
Abraham, Patriarca, 41,42 Azcárraga, Gastón, 89
Agüera Bustamante, Francisco, 313 Azcárraga Milmo, Emilio, 87, 88, 89,157
Aguilera González, Francisco María, Mons., Azuara Gutiérrez, Héctor, Dr., 260
313
Aguilar, Gregorio, Pbro, 263
Aguirre, Cristóbal de, 145
B
Alamilla, Genaro, Mons., 111 Bach, Johann Sebastian, 305
Alarcón y Ocaña, Juan Antonio, Dr. y Abad, Baggio, Sebastiano, Card., 205, 328
174, 231, 232, 339 Baratti, Antonius, 313
Basilio, San, 51
Alcalá, Alfonso, M.Sp.S., Dr, 205
Battista Montini, Giovannl, Papa, 111
Alejandro VII, Papa, 256
Becerra Tanco, Luis, 49, 335
Alemán, Beatriz Velasco de, 142, 245 Beltriti, Mons., 267
Alemán, Christiane Magnani Pavese de, 142, Benedicto XIII, Papa, 137
278 Benedicto XIV Papa, 136, 137, 231
Alemán Valdés, Miguel, Lie. y Pres., 75, 212, Benedicto XV Papa, 214
213,214,215,245, 246 Benito, Joseph, 313
Alemán Velasco, Miguel, Lie, 84, 142, 278 Benito de Palermo, San, 309, 343
Alonso, Manuel, Fray, 177 Benlliure, José Luis, Arq., 72, 76, 91, 92,
Altamirano, Ignacio Manuel, 185, 186, 187 148, 263
Alvarado Alcántara, Abelardo, Mons., 261, Berlié Belaunzarán, Emilio, Mons., 261
275 Bermúdez, Antonio, Ing., 58, 117
Álvarez Álvarez, Arturo, 191 Bernadette, 264, 336
Álvarez Ortiz, Carlos, Pbro., 252 Bernini, Lorenzo, Escultor, 156, 256
Álvarez Prieto, Fernando, 329 Bertoni, 328
Álvarez R., José Rosario y Antonio, 326 Biurrun y Echeverría, Jesús, 259
Ana, Santa, 325 Borda, Manuel de la, Dr., 77
Ávila Blancas, Luis, Pbro., 313, 314, 325 Bosco, Don, 213, 214

353
Boseloo, Sr. y Sra., 307 Cervantes, Faustino, Pbro., 334
Boturini Benaducci, Lorenzo, 20, 150, 153, Cervantes Galarza, Jaime, 326
173, 179, 180, 182, 183 Cervera, Miguel, Mons., 280
Brading, David, Dr., 190 Chávez de la Mora, Gabriel, Fray, 72, 86, 87,
Bramante, Donato d'Angelo Lazzari, Arq., 91, 128, 141, 142, 148, 149, 161, 164,
255 169, 253, 254, 257
Brambila, Antonio, Pbro., 211, 212 Chávez Joya, Hilario, Mon., 261
Brehme, Hugo, 329 Chuayfett, Emilio, Lic., 245
Broughton, William, Capellán, 307 Chico Pardo, Luis, Lic., 103
Buffon, 329 Cicognani, H.J., Card., 29, 31

C
Cimino, Serafín, Mons., 212
Cocchetti, Horacio, Mons., 128, 129
Cody John Patrick, Card., 265
Cabrera, Miguel de, 175, 307, 339 Colosio, Diana Laura, 239, 240, 245
Callaghan, 334 Colosio, Luis Donaldo, 220, 221, 229, 239,
Calles, Plutarco Elias, Gral. y Fres., 208, 212 240, 245
Camacho Solís, Manuel, Lie, 240, 241 Confalonieri, Cario, Card., 139
Campuzano Fernández, Jorge, Arq., 127, 301 Constantino y el Coprónimo, 52
Candia, Rosa Unda Horta de, 325 Corona del Rosal, Alfonso, Lie, 73, 74, 75,
Candia Unda, Alfonso, Mons., 325 238
Cantú Leal, Ricardo, 254 Corripio Ahumada, Ernesto, Card., 101, 134,
Cano Bailado, José, Ing., 72 162, 183, 197, 201, 204, 238, 251, 252,
Caprio, Giuseppe, Card., 274 253,261,264, 292, 337
Cárdenas, Lázaro, Gral. y Fres., 211 Cortés Mora, Feliciano, Abad, 159, 263
Carranza, Venustiano, Fres., 213 CrespiTito, Mons., 212
Carrillo, Benigna, Rev. Madre, 128 Ctesibius, 303
Carrillo Flores, Nabor, Ing., 72
Caruana, Jorge José, Mons., 212
Casado Gómez, Luis, 259 D
Casas Alatriste, Rogerio, CE, 95, 194 Dalí, Salvador, 313
Casas Bernard, Fernando, Lic., 84 De Gaulle, Charles, Gral y Pres., 276
Casas, Bartolomé de las. Fray, 314 De Gaulle, Ivonne, 276
Casavant Fréres, 142, 305 De la Madrid, Miguel, Lie. y Pres., 236, 237,
Cassaroli, Agostino, Card., 206, 270, 274, 238
277, 282, 337 Del Mazo Vélez, Alfredo, 79
Castañeda Gutiérrez, Jesús, Gral., 90, 111 Del Valle y Talavera, Antonio, 79
Castellanos Basich, Antonio, Escultor, 258 Díaz Ordaz, Gustavo, Lie. y Pres., 70, 72,
Castellanos, Gildardo, 329 73, 75, 76
Castro, Casimiro, 314, 315, 316 Díaz Ordaz, Guadalupe de, 72
Castro Fallares, Salvador, Mons., 205 Díaz y Barreto, Pascual, Mons., 209
Cerdá Ardura, Antonio, 220 Dziwisz, Stanislaw, Card., 274

354
E
Garibay Kintana, Ángel María, 35, 36, 37,
128, 189
Garza Madero de Madero, Lucila, 254
Echave, 340
Echeverría Álvarez, Luis, Lic. y Pres., 76, Garza Valdez, Leoncio, Dr., 44
83, 84, 85, 86, 90, 100, 102, 103, 111, Gáspari, Mario Pío, Mons., 104, 111, 235,
236
112, 113,235,236,237,240
Gil Díaz, Francisco, Lic., 254
Ehrenberg, Felipe, 314
Giobbe, Pablo, Card., 25, 27
Enríquez de Rivera, Payo, Fray, 46, 84 Godínez Flores, Ramón, Mons., 134
Epicuro, 108 Gómez Gordoa, José, Lic., 102
Escalona, Abel, Pbro., 169 Gómez Zepeda, Amalia, 254
España, Rey de, 277 González Abencerraje, Calisto, 78
Espinoza Yglesias, Manuel, 96 González Escobedo, Piedad, Sra., 308
Esquive!, Jesús J., 308 González, Felipe, 312
González Flores, Manuel, Ing., 71, 72, 87,
F 145
González Guevara, Rodolfo, 238
Feder's, 327 González, José Guadalupe, Pbro., 328
Felipe y Rey, 232 González Tescucano, Javier, Mtro., 128
Fernández Echeverría y Veytia, Mariano, 171, Gregorio Magno, San, 109
173, 174, 176, 177, 339 Guadalupe Victoria, Pres., 187
Fernández Félix, Miguel, 187 Guadarrama, Emeterio, 167, 169
Fernando, San, 187 Guadarrama Guevara, Jorge Raúl, 159, 161,
Fernando VI, Rey, 232 164, 169, 239
Filippi, Mons., 212, 214 Gualdi, Pedro, 315
Florencia, Francisco de, 49, 335 Guerra Rangel, Juanita, 254
Fontana, Domenico, Arq., 256 Guerrero, José Luis, Pbro., 189
Fox Quezada, Vicente, Lic. y Pres., 187 Guerrero y Torres, Francisco, Arq., 77
Gutiérrez, Ismael, 326
Fraga, Gabino, Lic., 245
Guzmán de Alfarache, 185
Francisco de Asis, San, 320
Frola, José, 127, 300
Frola, Lino, 127, 300 H
Herrasti Ordaz, Alejandro, Arq., 258
G Herrera A., Jesús, Dr. y Pbro., 205
Hidalgo y Costilla, Miguel, Cura, 289
Gandhi, Mahatma, 228 Hiriart, Fernando, Ing., 72
Gante, Pedro de, Fray, 314 Humboldt, Barón de, 180
Garatuza, Martín, 185
García Lascurain, Javier, Arq., 71, 72, 87,
142, 161, 164, 169, 253 I
García Olvera, Héctor, Arq., 86 Ibarra, David, Lic., 103
García Gutiérrez, Jesús, Padre, 145 Ibarra, José de, 175, 310

355
Ibarra y González, Ramón, Mons., 73 León Portilla, Miguel, Mtro., 189
Innocenti, Antonio, Card., 128 León III, el Isaurio, 52
Isabel, Santa, 130 Lobo, Humberto, 254
Isidro, Labrador, San, 318 López, Andrés, 309
Ismael, 41 López Beltrán, Lauro, Pbro., 267
López, Francisco J., 165

J López, Joseph, 307


López Mateos, Adolfo, Lic. y Fres., 69, 70
Jacob, 119 López Portillo, José, Lic. y Pres., 100, 103,
Jardón Vázquez, Lucas, 326 236, 237, 238, 245, 252
Jerónimo de San Joseph, Fray, 329 López Portillo, Alicia, 236
Jiménez Gerard, Osear, Arq., 142, 148, 161, López Sandoval Rybadeneira Briviesca, Gre-
162, 164, 169, 258 gorio, Marqués, 45
Joaquín, San, 325 López, Urbano, 315
José, San, 309, 312 Lorenzo, San, 320
Juan Damasceno, San, 153 Lübke Heinrich, Dr. y Pres., 277
Juan, San, 51, 55, 119, 121, 190, 289, 325 Lucas, San, 130, 284
Juan de la Cruz, San, 329
Luis XIV 139
Juan xxm. Papa, 25, 26, 31, 133, 134,

M
283, 291
Juan Pablo II, Papa, 23, 109, 110, 135, 137,
206, 241, 243, 244, 252, 256, 258, 259, Madero, Francisco I., Pres., 77, 213
260, 269, 270, 274, 275, 282, 341, 346 Maderno, Carlos, Arq., 255, 256
Juana, Reyna, 43 Mahoma, 41
Juanico I, San, 311 Manilla, Manuel, 322, 323, 324
Julio II, Papa, 255 Manning, Timothy, Mons., 264
Marcos, Comandante, 228
K Marcos, San, 101
María de San José Antonio, Fray, 173
Klauber, Johann Baptist, 313
Marini, Joseph, 27
Klauber, Joseph Sebastian, 313
Mariscal Barroso, Nicolás, Arq., 78, 79
Kennedy, John R, Pres., 278
Márquez, Octaviano, Mons., 73
Kohl, Helmut, Primer Ministro, 277
Martín, San, 321

L Martínez de la Serna, Esteban, Pbro., 182,


183, 308, 312
Lama, Dalai, 277 Martínez Luis, María, Arz. Prim., 34, 75, 208,
Landeros Cabrera, Fam., 326 209, 210, 211, 212, 213, 215, 237
Lasso de la Vega, Luis, 49, 335 Mata, José T., 152, 254, 262
Le Courner y Bertren, 329 Mateo, San, 281
Leefdael, Francisco, 329 Maya, Lucía, 314
Legorreta, Agustín, Lie, 102 Mayer, Franz, 204
Lelis Camilo de, San, 312 Medellín, Jorge, Arq., 73

356
Medina Ascencio, Luis, S.J. y Dr., 205 Olimón Nolasco, Manuel, Pbro. y Lie, 191
Medina Guzmán, Pedro, Arq., 141, 312 Olvera, Fernando, Dr., 254
Melada, Favao O.F.M., R.E, 205 Olvera Ochoa, Florencio, Mons., 251
Mena Arroyo, Luis, Mons., 261 Obregón, Alvaro, Gral., 212
Méndez Reyes, Alex Carlos, 142, 143, 306 Orozco Lomelín, Francisco, Mons., 37 , 2 3 8
Michaud, Julio y Tomás, 315 Ortíz, Emilia, 311
Miguel Ángel, Pintor, 255, 256 Ortíz, Guillermo, Pbro., 278, 328
Miranda y Gómez Miguel Darío, Card., 25,27,
28, 29, 30, 37, 40, 57, 88, 92, 93, 104,
110, 111, 118, 128, 130, 133, 134, 195, P
197, 215, 216, 238, 246, 276, 278, 280, Pablo Apóstol, San, 118, 129, 218, 258, 288,
328 345
Moctezuma, Pedro, Arq., 104 Padua, San Antonio de, 311, 312, 317
Moisés, 50, 51 Páez, José de, 309
Monduzzi, Diño, Card., 260 Paulo y Papa, 255
Monsabré, Padre, 147 Paulo VI, Papa, 29, 30, 110, 112, 134, 139,
Montes de Oca, José María, 313 218,247,272,351
Montúfar, Fray Alonso de, 43 Paulsen Camba, Ernesto, 58, 141, 257r
Morales Ballesteros, Luis, 326 Pedro Apóstol, San, 251, 252, 253, 255, 256,
Moreno, 325 257, 345, 346, 350
Motolinía, Fray Toribio de Benavente, 314 Peña, Raymundo Joseph, Mons., 264
Moya Falencia, Mario, Lie, 83, 84, 86, 236, Peregrina, Teresa, 145
237 Pérez Sánchez, Aurelio, 271
Mozart, Wolfgang Amadeus, 82 Pérez Barroso, Jacobo, 70
Mundo, José, 98, 99 Philibert Mendoza, Osear, CE, 254
Murillo, José de Jesús, Pbro., 36, 210 Piani, Guillermo, Mons., 213, 214
Pío IX, Papa, 147
N PíoX, Papa, 351
PíoXI, Papa, 209, 214, 256
Navarro de Anda, Ramiro, 171, 183
Pío XII, Papa, 35, 213
Nebel, Richard, Dr., 188
Planas, Juan, Arq., 86
Nixon, Richard, Pres., 277
Planearte y Labastida, Antonio, Mons., 285,
Noé, Virgilio, Card., 253, 254, 261
331
Noguez, Xavier, Dr., 188, 189
Pompa y Pompa, Antonio, 292
Núñez de Haro y Peralta, Ildefonso, Obispo,
Poole, Stafford, C.M., 189
314
Portes Gil, Emilio, Lie, 209

O
Posada, José Guadalupe, 316,317,318,319,
320, 321, 322, 323, 324
obeso Rivera, Sergio, Mons., 134, 242, 245 Posadas Ocampo, Juan Jesús, Card., 229
O'Connor, John, Card., 265, 267 Prieto, Valerio, 308
O'Gorman O'Gorman, Edmundo Rafael, Dr., Prigione, Gerónimo, Mons., 236, 238, 240,
188 241, 242, 245, 270, 274, 282

357
Q Sangallo il Giovane, Antonio de, Pintor, 255
Santiago, Apóstol, 320, 350
Quiroga, Vasco de, Obispo, 314 Sanzio, Rafael, Pintor, 255
Quiroz, Manuel, 313 Schulenburg, Carmelita Prado de, 32
Quijote, don, 185 Schulenburg, Mateo von der, 32, 33
Quintana, Bernardo, Ing., 92, 102 Schulenburg Prado, Guillermo, Mons., 17,21,
23, 26, 29, 31, 37, 38, 40, 50, 59, 74,
R 83, 84, 112, 114, 133, 197, 201, 205,
221, 236, 254, 261, 270, 273, 275, 280,
Ramírez Jasso, Alfredo, 128 285, 299, 301, 309, 312, 331, 346, 351
Ramírez Pelayo, Odilón, Lic., 254 Schoenhoffer, Alejandro, Arq., 72, 148, 253
Ramírez Vázquez, Pedro, Arq., 78, 79, 80, Sebastián Mártir, San., 310
81, 83, 87, 92, 104, 253, 254, 258, 262 Sentíes Octavio, Lie, 100, 104, 236, 237
Ratti, Aquiles, Card., 214 Silberman, Gottfrid, 304
Ravizé Ramírez, Armando, Ing., 252,253,254 Silberman, Andreas, 304
Revillagigedo, Conde de, virrey, 175 Sixto III, Papa, 42
Reyes Ferrerira, Jesús, 311 Sixto V Papa, 256
Reyes Heroles, Jesús, Lic., 237, 238 Smith, 334
Rivera Carrera, Norberto, Card., 35, 134 Sol Rosales, José, 169
Rivera Hernández, José de Martín, Pbro., 205 Solana, Fernando, Lie, 242
Roa, Domingo, Mons., 84 Solari, Santino, Arq., 82
Rocha Garza, Guillermo, 254 Suárez Rivera, Adolfo, Mons., 111, 270
Rodríguez, Félix, 169
Rodríguez Juárez, Nicolás, 309 T
Romero de Terreros, Pedro, Conde de Regla, 77
Talayera Ramírez, Carlos, Mons., 261
Rosenblutli, Emilio, Ing., 72
Tamariz, Ernesto E., 206
Rubio y Salinas, Manuel, Mons., 136,231,232 Téllez Cruces, Agustín, Lie, 261
Ruíz Cortines, Adolfo, Pres., 215 Tena, Rafael, Mtro., 44
Ruíz Galindo, Mauricio, 254 Tisserant, Eugéne, Card., 278
Ruíz, Samuel, Mons., 228 Tomás, Santo, 53, 54
Ruíz y Flores, Leopoldo, Mons., 209 Torquemada, Juan de. Fray, 46
Rulfo, Pablo, 310 Torre Villar, Ernesto de la, 171, 183, 292
Torres, Alfredo, Mons., 205
S Torres, Ramón de, 308
Torres, Luis, Dr, 77
Salazar López, José, Mons., 111 Tricarico Alberto, Mons., 235
Salinas de Gortari, Carlos, Lie. y Pres., 220,

U
238, 239,240,241,243,244
Salomé Pina, José, 325
Sánchez Flores, Ramón, Prof., 292 Uribe Escobar, Luis, Obispo, 336
Sánchez, Miguel, 49, 190, 335 Urquiaga, Juan, Arq., 72
Sánchez Pareja, Diego, Mons., 280 Uruchurtu R, Ernesto, 74

358
V Y
Vagó, Fierre, Arq., 263 Yermo, Pbro., 336

z
Vanegas, Antonio, 316, 317, 318
Velasco, Matías, 310
Velázquez Fidel, Líder Sind., 237
Venegas, Alberto, 311 Zampinus Cayetanas, 313
Vértiz, Félix, 169 Zapata, Fausto, Lie, 86, 87, 90
Villaseñor, Jesús, Mtro., 128 Zedillo Ponce de León, Ernesto, Dr. y Fres.,
Villot, J., Card., 115 244, 245
Zitro, 326
w Zumárraga, Juan de. Fray, 80,176,177,258,
314
Warnholtz Bustillos, Carlos, Mons., 21,169, Zumarragacategui, Nicolás, 78
188, 197, 199 ZabludovslQ^, Jacobo, 113

359
360
Índice de Fotografías
y Documentos

Monseñor Guillermo Schulenburg Prado


Sala de Cabildos-Basílica de Guadalupe
Óleo sobre fíbracel del Arquitecto Pedro Medina Guzmán 11
Retrato de S.S. Juan Pablo II dedicado a Mons. Schulenburg 23
Nombramiento de Abad de Guadalupe a Mons. Schulenburg
otorgado por S.S. Juan XXIII 26
Nombramiento de Protonotario Apostólico a Mons. Schulenburg
otorgado por S.S. Paulo VI 29
El Cardenal Miranda, monseñor Orozco, obispo auxiliar
de la arquidiócesis y monseñor Schulenburg antes
de ingresar a la toma de posesión 37
Monseñor Schulenburg preparándose a emitir su juramento
de fidelidad a la Iglesia y de observancia de los estatutos del
Cabildo con Ernesto Gómez Tagle, secretario del Cabildo 38
El Cabildo de Guadalupe con el cardenal arzobispo
de México, al final de la toma de posesión 39
Monseñor Schulenburg con el cardenal Miranda en la sala
de Obispos, después de su toma de posesión 40
Avanza con celeridad la construcción de la nueva Basílica 58
En esta fotografía podemos admirar el frente
de la nueva Basílica y parte del atrio 60

361
Monseñor Schulenburg hace entrega al Papa Paulo VI
de la carta que le envió el Presidente Luis Echeverría 112
Carta de S.S. Paulo VI con frases de aliento por la
próxima construcción de la nueva Basílica de Guadalupe
y además envía un donativo de dls. 10,000.00 114
Interior de la nueva Basílica el día de su inauguración 122
El presbiterio del templo con un grupo de concelebrantes 123
Fresco del Arq. Medina Guzmán y Sagrario
del escultor Ernesto Paulsen 141
Cripta de los Abades y Canónigos de la Basílica de Guadalupe 144
Capilla del pocito 146
Detalle del nuevo Bautisterio de la Basílica 149
Vista parcial del gran carillón 151
Carta credencial al Presidente de la República Mexicana
Don Carlos Salinas de Gortari, otorgada por S.S. Juan Pablo 11 243
El Santo Padre bendiciendo la capilla de Nuestra Señora
de Guadalupe en Roma 259
Boleto de ingreso a la celebración pontificia de la bendición
e inauguración de la capilla de Nuestra Señora
de Guadalupe en Roma 260
El Santo Padre concelebrando en la capilla con
los obispos y el Abad de Guadalupe 261
Monseñor Schulenburg en el pulpito de la Catedral de
San Patricio en Nueva York predicando su homilía acerca
de nuestra Señora de Guadalupe 265
Monseñor Schulenburg recibe el saludo
de la paz del Cardenal O'Connor 267
Monseñor Schulenburg conversa en privado
con Su Santidad el Papa 270

362
Monseñor Schulenburg en las escalinatas de la nueva
Basílica muy cerca del Santo Padre 273
Dedicatoria en latín escrita por S.S. Juan Pablo II en
el libro de los visitantes ilustres, el 27 de enero de 1979 274
Su Santidad el Papa con Mons. Alvarado y
Mons. Schulenburg en audiencia privada 275
Telegrama que le envió S.S. Juan Pablo II a Mons. Schulenburg
con motivo del quincuagésimo aniversario de la
ordenación sacerdotal de monseñor 282

363
364
Índice

Pág.
Datos biográficos de Monseñor Guillermo Schulenburg Prado 9
Presentación 17
Introducción 25
Mi nombramiento como Protonotario Apostólico 28
No estoy escribiendo mi autobiografía 31
Mi visita a la Basílica 33
Entrevista con los señores capitulares 34
Encuentro con Don Ángel María Garibay Kintana 35
Toma de posesión 37
Capítulo I 41
Nuestro incesante peregrinar al Guadalupe mexicano
Preámbulo acerca del antiquísimo peregrinar de
los seres humanos a los lugares considerados como sagrados 41
El peregrinaje cristiano al Tepeyac 42
Cédula Real del 1 o. de mayo de 1551 43
Continúo, pues, mi descripción acerca
de las peregrinaciones del Tepeyac 45
Calzada de los Misterios 46
Número de peregrinaciones y diversidad de grupos que llegan al Tepeyac 46
La Basílica, Santuario nacional 48
La Guadalupe mexicana, forjadora indiscutible
de nuestra identidad nacional 49

365
Pág.
La antigua veneración de las imágenes 50
Significado de la serpiente de bronce levantada
en el desierto por Moisés 51
El culto a las innágenes no es contrario al primer mandamiento divino 51
Los iconoclastas, o sea los destructores
de las imágenes sagradas 52
El gran poder intercesor de la Santísima Virgen María
y una sencilla advertencia acerca de las creencias populares 53

Capítulo II 57
Qué acontece dentro del Santuario en este
peregrinar de nuestro pueblo
Llave preciosa de ingreso a la nueva Basílica 58
Atrio de la Basílica 59
Culto Divino en la Basílica de Guadalupe 61
Celebración de la Eucaristía 62
Administración del Sacramento de la Reconciliación 64
Vida Parroquial 65
Juramentos 66

Capítulo III 69
Construcción de la nueva Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe
Audiencia con el Presidente de la República, don Gustavo Díaz Ordaz 70
Técnicos enviados por la Presidencia de la República 71
¿En qué lugar del recinto guadalupano construir la nueva Basílica? 73
Visita nocturna del regente de la ciudad
a la Imagen de Nuestra Señora 73
Mi visita al regente don Ernesto P. Uruchurtu 74
Interesante anécdota acerca del nuevo atrio 75
Campaña contra la posibilidad de construir la Basílica
en la cumbre del Tepeyac 76
Iglesia de Capuchinas y capilla del Pocito 77
Decisión de construir la nueva Basílica en el llano y no en la cumbre 78
Entrevista con el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez
en su estudio de los Jardines del Pedregal 79

366
Pág.
Pequeña maqueta provisional 79
Determinación de realizar una amplia visita ai recinto del Tepeyac 81
La catedral de Saizburgo, en Austria 82
Antecedentes que facilitaron la audiencia
con el Presidente Luis Echeverría 83
Mi vieja amistad con el licenciado Mario Moya Palencia 83
Cuándo conocí al licenciado Luis Echeverría 84
Cena con Fausto Zapata en la casa de Nicolás Mariscal 86
Emilio Azcárraga Milmo 87
Audiencia con el Presidente de la República, don Luis Echeverría 90
Comunico a mi equipo de arquitectos la decisión
del señor Presidente de la República 90
Elección de la compañía constructora y formación
del Comité pro Construcción 92
El Cardenal Miranda convoca una reunión general
para la creación del comité 92
Mis conversaciones con el Capítulo Colegial acerca
de la construcción de una nueva Basílica 94
¿Cuándo inaugurar la nueva Basílica? 95
Imposible construir un nuevo santuario con
los ingresos ordinarios de la Basílica 97
Entusiasta y generosa participación de nuestro pueblo
en la edificación del nuevo templo 97
Otro ejemplo digno de especial mención acerca
de la fe y generosidad de nuestro pueblo 98
Qué tan importante fue el resultado económico
de nuestras diversas campañas 100
Nuestro sacrificio económico para pagar las deudas contraídas 101
Participación de la Banca y de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público 102
El Presidente Echeverría sugiere una comida en mi casa 103
Amplitud de nuestro proyecto general 105

Capítulo IV 107
Mi contacto permanente con el pueblo de México
y con personas e instituciones de diferentes países del mundo
Algo de lo mucho que aprendí en el Santuario de Guadal upe 107
No se trata de una filosofía pagana 107

367
Pág.
¿Quién es el Papa? 109
Invitación al Papa Paulo VI para que viniese a
inaugurar la nueva Basílica 110

Capítulo V 117
Dedicación de la nueva Basílica
Ritos iniciales precedentes a la Dedicación 117
Proclamación de la Palabra de Dios 118
Signo del agua 119
Signo del aceite 120
Signo del incienso 120
Signo de la luz 121

Capítulo VI 125
Traslado de la Imagen y solemne celebración de la Eucaristía
Procesión 125
En la nueva Basílica 126
Concelebración eucarística 128
Lectura de la Palabra de Dios 129
Lectura del Evangelio 130
Presentación de dones, recitación del Prefacio,
canto del Sanctus, lectura del Canon Romano,
saludo de la paz, distribución de la Sagrada Eucaristía
y bendición final 130
Salida de nuestro nuevo Santuario 131

Capítulo VII 133


Mi renuncia a la Abadía de Guadalupe
Texto de la renuncia 133
Cambio de la estructura canónica de la Basílica
mediante un Breve Pontificio firmado por Su Santidad Juan Pablo II 135
Algunos conceptos expresados en el Breve Pontificio 135
Cambio substancial de la estructura canónica
de nuestra insigne Colegiata de Guadalupe 137
Donación pontificia de la Rosa de Oro a nuestro Santuario 138

368
Pág.
Capítulo VIII 141
Algunos de los recuerdos que vienen a mi memoria
cuando transito por el interior de nuestro Santuario
El órgano monumental de nuestra Basílica 142
inmensa cripta de la Basílica 143
Diversas áreas del recinto del Tepeyac 144
Capilla del Cerrito 145
La Basílica al Corazón de Cristo en Montmartre 146
Nuevas construcciones 147
Nuevo bautisterio 147
Nuestro gran carillón 151

Capítulo IX 155
Museo guadalupano
Nuestra participación en el mensaje cultural
de los ricos museos de nuestro país 156
La cruz atnal de piedra 157
Intercambio artístico del Museo Guadalupano
y frecuencia de sus visitantes 158
Crecimiento de nuestro tesoro artístico 159

Capítulo X 161
Cuidado de nuestra imagen original
de Santa María de Guadalupe
El icono guadalupano, objeto primordial
de nuestra cuidadosa conservación y protección 161
Transcripción exacta de lo dicho en el
informe general del año de 1982 163

Capítulo XI 173
"Baluartes de México". Historia de cuatro
famosas imágenes de nuestra ciudad capital
Visita de Echeverría y Veytia a la Iglesia
del convento de San Francisco en Valladolid 176

369
Pág.
Capítulo XII 179
Biblioteca Lorenzo Boturini Benaducci
Cuál fue el trabajo realizado en la biblioteca
durante mi gestión como Abad de Guadalupe 180

Capítulo XIII 185


"La fiesta de Guadalupe", artículo
de don Ignacio Manuel Altamirano (1884)
Actualidad del guadalupanismo mexicano 188

Capítulo XIV 193


El texto íntegro de mis informes anuales ilumina el
conocimiento del ser y del quehacer de nuestro Santuario Nacional
Introducción 193
Contenido del volumen que me obsequió
el Cabildo con motivo del 25 aniversano
de mi toma de posesión 195
Algunas palabras sobre el volumen que el venerable
Cabildo me obsequió, con motivo del 25 aniversano
de mi toma de posesión como Abad de Guadalupe 197
Concluye este volumen con el XX informe dado
por mí en el año de 1985, cuyas dos últimas páginas
renovaron la emoción que entonces sentía 199

Capítulo XV 203
Exposición sobre Santa María de Guadalupe en el arte
y Congreso Mariológico con motivo del 450 aniversario
de la presencia de María en el Tepeyac
Estatua de Juan Pablo II en el atno de la Basílica 206

Capítulo XVI 207


Relaciones de la Iglesia en México con el Estado Mexicano
Los arreglos religiosos de 1929 208
Mi vocación sacerdotal 208

370
Pág.
Actuación de don Luis María Martínez
como Arzobispo Primado de México 210
Personalidad y breve historia de monseñor Guillermo Piani 213
Muerte de don Luis María Martínez 215
Don Miguel Darío Miranda y Gómez,
sucesor de monseñor Martínez 215
¿Cuál es el papel del legado pontificio en nuestra patria? 217
Mi contacto con los diversos medios de comunicación 219
Texto íntegro de la entrevista con Siempre! 221

Capítulo XVII 231


Algunas precisiones acerca de la erección de la Colegiata
de Guadalupe y de su gran importancia en la vida política
y religiosa del país

Capítulo XVIII 235


Mi contacto cercano con las más
altas autoridades civiles y religiosas

Misa de Réquiem por Luis Donaldo en la Basílica 239


Entrega de las cartas credenciales del Nuncio Apostólico
al Presidente Garios Salinas de Gortari 241
Texto íntegro de las cartas credenciales 242
Se inicia el sexenio del doctor Ernesto Zedillo Ponce de León 244
Celebración de la Eucaristía en el funeral
de don Miguel Alemán Valdés 246

Capítulo XIX 247


¿En qué consiste la libertad religiosa
de acuerdo con los documentos de la Iglesia Católica?

Libertad religiosa en la familia 248


Debe respetarse el derecho de los demás 248
Hay que respetar las diversas convicciones religiosas 249
Por qué no explico la totalidad de la Declaración Pontificia 249

371
Pág.
Capítulo XX 251
Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe
en la Basílica de San Pedro, en Roma
¿Cuál es el ambiente en el que se encuentra
nuestra pequeña capilla dedicada a la Guadalupana? 255
Localización, descripción e inauguración de la capilla 257
Bendición de la capilla por Su Santidad el Papa Juan Pablo II 259
Capítulo XXI 263
Mi humilde contribución a la difusión de la Imagen
y del mensaje de Guadalupe en diversas partes del mundo

Capítulo XXII 269


Memoria de algunos ilustres visitantes a
los cuales recibí en la colina del Tepeyac
Discurso pronunciado por mí a Su Santidad, el Papa 271
El general Charles de Gaulle y algunos otros
personajes en nuestra Basílica 276
Capítulo XXIII 281
Discurso parabólico de Nuestro Señor Jesucristo,
expuesto en el capítulo XIII del Evangelio de San Mateo

Capítulo XXIV 283


El Acontecimiento Guadalupano en México
Cartas enviadas a Roma y su total legitimidad 291
Epílogo 295
Palabras finales que me gustaría leyeran
con atención los que tienen este libro en sus manos 295
Apéndice núm. 1
Notas sobre el descenso, traslación y ascenso
de la Imagen guadalupana 299

372
Pág.
Apéndice núm. 2
Órgano monumental de la Basílica
de Santa María de Guadalupe 303

Apéndice núm. 3
Relación de obras que ingresaron
al acervo artístico del Museo de la Basílica
de Guadalupe, 1971-1996 307
Apéndice núm. 4
Revista Ixtus Espíritu y Cultura, año 3, no. 15,
Cuernavaca, Morelos, Invierno de 1995
El milagro de Guadalupe.
Entrevista con Guillermo Schulenburg 331

Apéndice núm. 5
Glosario religioso-eclesiástico 343

Índice Onomástico 353

Índice de Fotografías y Documentos 361

373
374
Memorias del "último Abad de Guadalupe" Monseñor
Guillermo Schulenburg Prado, se terminó de imprimir
en la ciudad de México, durante el mes de mayo del
año 2003. La edición, en papel de 75 gramos,
consta de 2,000 ejemplares más sobran-
tes para reposición y estuvo al cui-
dado de la oficina litotipográfica
de la casa editora.

375
ISBN 970-701-340-0
MAP: 132005-01

376

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