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A lo largo de las intensas 140 páginas que tiene el ensayo, Sartori arremete contra la
incipiente consolidación de una sociedad basada en la imagen y dominada por la cultura de lo
visual Para Sartori, la preponderancia de la imagen sobre la palabra escrita adquiere rango
de catástrofe. En su opinión, la cultura audio-visual destruye la capacidad de abstracción, la
crítica de las ideas y un empobrecimiento letal en el proceso de entender y conocer que posee
el hombre. Divide su libro en tres apartados bien diferenciados: En primer lugar habla de la
primacía de la imagen, en la que se describe el proceso por el cual se ha incorporado
abiertamente la televisión en la vida diaria de ser humano, la influencia que tiene entre la
niñez, una generación educada por y para la televisión, los videojuegos y finalmente Internet.
En el segundo apartado, "La opinión teledirigida", se abordan temas en torno a las
repercusiones sociales que ha tenido la aceptación sin límites de lo que aparece en la
televisión, la total falta de cuestionamiento de sus contenidos y el modo en que los gobiernos
han utilizado los medios de comunicación para manipular a las masas. Y en último lugar
diserta sobre la democracia y su desintegración paulatina frente a la ausencia de
razonamiento y esfuerzo intelectual que provoca la televisión.
Este valiente intelectual no quiere que su mensaje se olvide enterrado en cualquier estantería,
lo que pretende es agitar las conciencias adormecidas, levantar los párpados caídos de los
individuos que roncan el sueño de la complacencia. Sin embargo, Sartori ejecuta su crítica sin
demonizar la televisión. No desespera al lector con argumentos radicales, negativos y sin
solución. El autor primero abre las heridas, pero no con intención de dejarlas que se pudran al
agresivo aire del diserto sino que al final del libro, las asiste y las cierra con generosidad y
positivismo.
El autor desata una crítica feroz sobre la televisión, pero sin embargo, no se considera un
enemigo del progreso. Su intención real consiste en advertirnos del inmenso potencial
negativo que poseen los medios visuales pero por otro lado reconoce también la parte positiva
que puede aprovechar la sociedad de estos avances. Como dice Mateos “No se opone a lo
que comúnmente se denomina progreso. Pero no olvida alertar sobre la necesidad de
controlarlo. Frente a quienes defienden la supuesta democracia de un medio que es capaz de
llegar a todos sin exigirles conocimientos extraordinarios, él recuerda que el progreso
cuantitativo no es en sí progreso, pues también una epidemia o un tumor es mayor cuanto
más se extiende pero no por ello es mejor”. Sin embargo, el autor dispara sin compasión
contra la pérdida de la capacidad de abstracción que está provocando la constante exposición
de los niños a las imágenes que aparecen en la pantalla de televisión. La información
presentada por los medios se encuentra descontextualizada, manipulada y generada en base
a unos intereses propios. Se crea un ser video-dependiente que se traga las imágenes sin
masticar, como sopa templada que baja por el estómago y se salta el proceso de la razón y la
crítica hasta llegar directamente al sistema excretor. El niño pierde progresivamente la visión
que le ofrece la lectura de la palabra escrita, se sumerge sin darse cuenta en un mar de
complacencia, chapoteando entre las imágenes sin aplicar el más mínimo sentido crítico
¿Quién no ha escuchado alguna vez la frase “Una imagen vale más que mil palabras”?.
Puede que valga más, pero sólo a efectos de lo que le interesa al gobierno o las
multinacionales que nos bombardean continuamente con toda tipo de estímulos anestésicos
para acabar con nuestro filtro de decisión. Sartori advierte que los niños cada vez se leen
menos libros y que cada vez se entregan a más horas de televisión o incluso de videojuegos o
Internet.
Las distorsiones informativas más importantes son: las falsas estadísticas y las entrevistas
“casuales”. De igual forma, la desinformación se alimenta de dos típicas distorsiones
informativas: premiar la excentricidad y alentar el ataque y la agresividad.
La última parte del volumen, se abre con una interrogación: ¿Y la democracia?, en la cual se
examinan la incidencia electoral y la incidencia en el modo de gobernar de la vídeo-política, y
de la torticera formación de la opinión pública. Una primera consecuencia es que la vídeo-
política reduce el peso de los partidos, mientras que otra, es la emotivización de la política.
Vivimos inmersos en la era de la información y estamos más dispuestos que nunca para
aprovechar esa ventaja. Internet te enseña a dudar, a analizar, a buscar y, la mayoría de las
veces, a encontrar. No debemos creer nada sin contrastarlo. El libro nos impulsa a creer en
los que buscan la verdad y a huir de los que aseguran haberla encontrado. Sobre todo si te lo
dicen detrás de una pantalla de televisión.
La tesis de fondo es que si un hombre pierde la capacidad de abstracción es, por lo tanto,
incapaz de racionalidad y es, en consecuencia, un animal simbólico que ya no tiene capacidad
para sostener y alimentar el mundo construido por el “homo sapiens”.