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RESUMEN:

“Homo Videns: La sociedad teledirigida” – Giovanni Sartori


Casimiro Ramos, Augusto Alonso 2012100262 Turno: Mañana

A finales de los años noventa, Giovanni Sartori analizó la influencia de la televisión en la


sociedad moderna y las consecuencias derivadas de la supremacía de la imagen sobre la
palabra escrita. Diez años después, el brillante ensayo del politólogo sigue vigente y muestra
signos de convertirse en una sólida llamada de atención sobre el futuro de la sociedad digital
¿En qué nos estamos convirtiendo?

A lo largo de las intensas 140 páginas que tiene el ensayo, Sartori arremete contra la
incipiente consolidación de una sociedad basada en la imagen y dominada por la cultura de lo
visual Para Sartori, la preponderancia de la imagen sobre la palabra escrita adquiere rango
de catástrofe. En su opinión, la cultura audio-visual destruye la capacidad de abstracción, la
crítica de las ideas y un empobrecimiento letal en el proceso de entender y conocer que posee
el hombre. Divide su libro en tres apartados bien diferenciados: En primer lugar habla de la
primacía de la imagen, en la que se describe el proceso por el cual se ha incorporado
abiertamente la televisión en la vida diaria de ser humano, la influencia que tiene entre la
niñez, una generación educada por y para la televisión, los videojuegos y finalmente Internet.
En el segundo apartado, "La opinión teledirigida", se abordan temas en torno a las
repercusiones sociales que ha tenido la aceptación sin límites de lo que aparece en la
televisión, la total falta de cuestionamiento de sus contenidos y el modo en que los gobiernos
han utilizado los medios de comunicación para manipular a las masas. Y en último lugar
diserta sobre la democracia y su desintegración paulatina frente a la ausencia de
razonamiento y esfuerzo intelectual que provoca la televisión.

El autor, en la primera parte de la obra, se ocupa de la actual preponderancia de lo visible


sobre lo inteligible. Contempla como la revolución multimedia, está transformando al «homo
sapiens», producto de la cultura escrita, en un «homo videns», para el cual la palabra ha sido
anulada por la imagen. En todo ello, el papel determinante lo tiene la televisión, que
precisamente, prima a la imagen, lo cual lleva a ver sin entender que ha acabado con el
pensamiento abstracto, con las ideas claras y distintas. La televisión está produciendo una
metamorfosis. No es sólo un instrumento de comunicación, es, a la vez, un instrumento que
genera un nuevo tipo de ser humano. El video-niño se convierte en un adulto sordo de por
vida a los estímulos de la lectura.

Sartori salta a la arena de la provocación para hacernos despertar de la somnolencia


provocada por los medios de comunicación tras tantos años de anestesia. No trata de
suavizar los argumentos, más bien al contrario. No se conforma con el papel de mero
intelectual que disecciona la realidad y permanece en su pedestal, alejándose de las manchas
que pueden provocar las ideas audaces. El autor propone argumentos que sacuden las
conciencias y obligan a desperezarse al músculo del pensamiento. Como apunta Concha
Mateos Martín, Doctora en Ciencias de la Información en la Universidad de La Laguna, “Se ha
arriesgado a que dentro de quince años se le pueda tachar de alarmista, desmesurado,
exagerado, torpe, confundido y confundidor. Es decir, se ha arriesgado a que sus predicciones
futuribles no se demuestren. Se ha arriesgado a que se enfaden aquellos a los que
directamente interpela en su libro para que reaccionen: los padres, los educadores, los
periodistas, los empresarios de la información”. O como el propio autor advierte en la página
17 de su libro “tal vez exagero un poco, pero es porque la mía quiere ser una profecía que se
autodestruye, lo suficientemente pesimista como para asustar e inducir a la cautela”.

Este valiente intelectual no quiere que su mensaje se olvide enterrado en cualquier estantería,
lo que pretende es agitar las conciencias adormecidas, levantar los párpados caídos de los
individuos que roncan el sueño de la complacencia. Sin embargo, Sartori ejecuta su crítica sin
demonizar la televisión. No desespera al lector con argumentos radicales, negativos y sin
solución. El autor primero abre las heridas, pero no con intención de dejarlas que se pudran al
agresivo aire del diserto sino que al final del libro, las asiste y las cierra con generosidad y
positivismo.

La imagen por sí misma no da casi ninguna inteligibilidad. La imagen ha de ser explicada, y la


televisión da explicaciones insuficientes y distorsionadas. Si la televisión explicara mejor, se
podría producir una integración positiva entre «homo sapiens» y «homo videns». De
momento, no hay integración, sino sustracción y, por tanto, el acto de ver está atrofiando la
capacidad de entender. La televisión, en la actualidad, está en cierto modo obsoleta, ya que
las nuevas fronteras son Internet y el ciberespacio; más la televisión al fragmentarse -por
cable o vía satélite- de hecho entra en competencia con la red de redes.

El autor desata una crítica feroz sobre la televisión, pero sin embargo, no se considera un
enemigo del progreso. Su intención real consiste en advertirnos del inmenso potencial
negativo que poseen los medios visuales pero por otro lado reconoce también la parte positiva
que puede aprovechar la sociedad de estos avances. Como dice Mateos “No se opone a lo
que comúnmente se denomina progreso. Pero no olvida alertar sobre la necesidad de
controlarlo. Frente a quienes defienden la supuesta democracia de un medio que es capaz de
llegar a todos sin exigirles conocimientos extraordinarios, él recuerda que el progreso
cuantitativo no es en sí progreso, pues también una epidemia o un tumor es mayor cuanto
más se extiende pero no por ello es mejor”. Sin embargo, el autor dispara sin compasión
contra la pérdida de la capacidad de abstracción que está provocando la constante exposición
de los niños a las imágenes que aparecen en la pantalla de televisión. La información
presentada por los medios se encuentra descontextualizada, manipulada y generada en base
a unos intereses propios. Se crea un ser video-dependiente que se traga las imágenes sin
masticar, como sopa templada que baja por el estómago y se salta el proceso de la razón y la
crítica hasta llegar directamente al sistema excretor. El niño pierde progresivamente la visión
que le ofrece la lectura de la palabra escrita, se sumerge sin darse cuenta en un mar de
complacencia, chapoteando entre las imágenes sin aplicar el más mínimo sentido crítico

¿Quién no ha escuchado alguna vez la frase “Una imagen vale más que mil palabras”?.
Puede que valga más, pero sólo a efectos de lo que le interesa al gobierno o las
multinacionales que nos bombardean continuamente con toda tipo de estímulos anestésicos
para acabar con nuestro filtro de decisión. Sartori advierte que los niños cada vez se leen
menos libros y que cada vez se entregan a más horas de televisión o incluso de videojuegos o
Internet.

En la segunda parte, el autor, investiga “la opinión teledirigida”, y al referirse a la “vídeo-


política”, estima que el pueblo opina sobre todo, en función de cómo la televisión le induce. La
vídeocracia está fabricando una opinión hetero-dirigida que aparentemente refuerza, pero que
en sustancia vacía la democracia como gobierno de opinión. La televisión no refleja los
cambios de la sociedad y su cultura, sino que refleja los cambios que ella misma promueve e
inspira a largo plazo.

Las distorsiones informativas más importantes son: las falsas estadísticas y las entrevistas
“casuales”. De igual forma, la desinformación se alimenta de dos típicas distorsiones
informativas: premiar la excentricidad y alentar el ataque y la agresividad.

En el libro se habla de cómo se ha impuesto la televisión sobre el resto de medios de


comunicación, ofreciendo dos peligrosos tipos de información: la sub información y la
desinformación. La primera se refiere a la falta de datos suficientes para formar una opinión
sólida y la segunda a la manipulación y distorsión de los mensajes por motivos interesados
por parte de los emisores. A esto hay que añadirle que las noticias deben ser cada vez más
sensacionalistas, más excitantes, más llamativas, para poder atraer la atención del apático
“Homo Videns”. Esta guerra por captar el foco de interés del espectador degenera en una
escalada de amarillismo que termina desvirtuando la información y convirtiéndola en un
deshecho que nuestro cerebro admite como válido y lo acepta sin rechistar. Además, lo que
no sale en televisión, no existe. Pero Sartori va aún más allá y se hace firme en la idea de que
esto acabará con la democracia pues los individuos viven alienados alrededor del aura de
veracidad que posee la televisión y degluten mansamente los contenidos políticos que quieren
los dirigentes. El resultado de este proceso de idiotización masiva se traduce en una pérdida
de capacidad de decisión fundamentada. “Mientras la realidad se complica, las mentes se
simplifican y nosotros estamos cuidando a un video-niño que no crece, un adulto que se
configura para toda la vida como un niño recurrente. Nos encontramos ante un demos
debilitado, no solo en su capacidad de tener una opinión autónoma sino también en clave de
pérdida de comunidad" escribe Sartori.

La visión en la pantalla del televisor es siempre un poco falsa, porque “descontextualiza”, ya


que se basa en primeros planos fuera de contexto. Y esta segunda parte finaliza alegándose
que el vídeo-dependiente tiene poco sentido crítico.

La última parte del volumen, se abre con una interrogación: ¿Y la democracia?, en la cual se
examinan la incidencia electoral y la incidencia en el modo de gobernar de la vídeo-política, y
de la torticera formación de la opinión pública. Una primera consecuencia es que la vídeo-
política reduce el peso de los partidos, mientras que otra, es la emotivización de la política.

¿Cómo ha evolucionado el “Homo Videns” en estos 10 años? La inmensa supremacía de la


imagen sobre la palabra permanece vigente hoy día, sin embargo, ha aparecido un nuevo
medio de comunicación que está revolucionando la sociedad desde los cimientos: Internet.
Sartori también habla de la Red como una nueva oportunidad de desarrollo para el ser
humano, sin embargo, duda de que la utilidad de esta herramienta llegue más lejos que la
televisión. “Como instrumento práctico, como un paseo a un mercadillo callejero o como un
recorrido por nuestros más variados hobbies, Internet tiene un porvenir revolucionario. Como
instrumento cultural, preveo que tiene un futuro modesto. Los verdaderos estudiosos seguirán
leyendo libros, sirviéndose de Internet para completar datos, para las biografías y la
información que anteriormente encontraban en diccionarios; pero dudo que se enamoren de la
red”.
Se rebela contra la falta de esfuerzo mental que proviene de la televisión y que se traslada a
Internet como si se tratara de un simple ejercicio de traspaso eventual. Nos dice que a pesar
del universo de posibilidades que ofrece la Red, vamos a seguir siendo individuos absorbidos
por el poder aplastante de la imagen fácil. “La paideia del video hará pasar a Internet a
analfabetos culturales que rápidamente olvidarán lo poco que aprendieron en la escuela y, por
tanto, analfabetos culturales que matarán su tiempo en Internet, en compañía de "almas
gemelas" deportivas, eróticas o de pequeños hobbies. Para este tipo de usuario, Internet es
sobre todo un espléndido modo de perder el tiempo, invirtiéndolo en futilidades”, escribe el
italiano.

Y efectivamente, Internet se ha convertido en un océano de información que nos inunda cada


vez que accedemos a él mediante el simple hecho de abrir el navegador. Pero ahora ya no
dependemos de los intereses económicos de las empresas privadas o de los intereses
políticos de los gobiernos, que con la televisión encontraron un excelente modo de
manipularnos a su antojo. Cada vez que entramos en la Red se nos abre un mundo de
posibilidades infinito, que se construye con porciones de múltiples realidades, creadas por
numerosas personalidades. Se mezclan todo tipo de intereses, obviamente también los
económicos y los políticos, pero “flotan” en igualdad de condiciones con respecto a los demás.
Sartori alerta de la saturación que puede llegar a provocar Internet “Corremos el riesgo de
asfixiarnos en una exageración de la que nos defendemos con el rechazo; lo que nos deja
entre la exageración y la nada. El exceso de bombardeo nos lleva a la atonía, a la anomia, al
rechazo de la indigestión: y de este modo, todo termina, en concreto, en una nimiedad.”

La democracia se está convirtiendo en un sistema de gobierno en el que son los más


incompetentes los que deciden, en un sistema suicida. El “demos” debilitado no entiende y no
tiene opinión autónoma. Para Postman, la “tecnópoli digital será utilizada por una raza
directora de pequeñísimas élites, de tecno cerebros altamente dotados, que desembocará en
una tecnocracia convertida en totalitaria, que plasma todo y a todos a su imagen y
semejanza”.

De todos modos, hoy disponemos de la posibilidad de elección. Podemos utilizar la más


potente de nuestras capacidades de raciocinio en la búsqueda de información: el contraste. La
red nos permite observar, comparar, analizar y construir opiniones basadas en múltiples
fuentes de información que se generan partiendo desde la mente más privilegiada hasta el
individuo que se encuentra en el polo opuesto. Si superamos el peligro del exceso de
información y volvemos a la palabra escrita, tendremos el poder de ser personas con menos
posibilidades de ser manipulados. Individuos con capacidad de decisión basada en la razón y
no en el engaño de la visión que muestra la televisión.

Vivimos inmersos en la era de la información y estamos más dispuestos que nunca para
aprovechar esa ventaja. Internet te enseña a dudar, a analizar, a buscar y, la mayoría de las
veces, a encontrar. No debemos creer nada sin contrastarlo. El libro nos impulsa a creer en
los que buscan la verdad y a huir de los que aseguran haberla encontrado. Sobre todo si te lo
dicen detrás de una pantalla de televisión.

La tesis de fondo es que si un hombre pierde la capacidad de abstracción es, por lo tanto,
incapaz de racionalidad y es, en consecuencia, un animal simbólico que ya no tiene capacidad
para sostener y alimentar el mundo construido por el “homo sapiens”.

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