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¿Lo más sonado o lo más “auténtico”?

¿Qué es lo bueno y qué es lo malo en música popular? 1

Ybelice Briceño Linares

Reseña del libro: Música popular y juicios de valor: una reflexión desde América Latina. Juan
Francisco Sans y Rubén López Cano (Coordinadores). CELARG. Caracas, 2011.

Música popular y juicios de valor: una reflexión desde América Latina es el primer
título de la colección Francisco Curt Lange, creada recientemente por el CELARG
con el fin de difundir reflexiones, investigaciones y debates en el campo de la
musicología latinoamericana y caribeña.

La colección se inicia con una compilación de textos que aborda problemas poco
ortodoxos dentro de la disciplina de la musicología: la cuestión de la música
popular, su calidad y sus principios de valoración. La pregunta que se plantea es si
es legítimo establecer y aplicar criterios estéticos, formales, técnicos, comerciales o
políticos para valorar estas prácticas musicales. De ser así, cuáles serían los más
pertinentes y de qué manera se relacionarían (asemejarían o diferenciarían) con
los criterios que se han empleado para valorar la música académica y conformar el
canon.

El debate que recoge el texto se complejiza justamente porque se está hablando de


música popular, un campo heterogéneo que contempla diferentes tipos de
prácticas musicales, desde aquellas de perfil tradicional, comúnmente
denominadas folclóricas, hasta géneros y obras contemporáneas producidas por la
industria cultural. La música popular, en la medida en que no ha sido totalmente
reconocida como objeto de estudio por la musicología, se encuentra en una
relación de permanente tensión en cuanto a legitimidad, estatus y valor con la
música culta.

En virtud de ello están presentes en esta discusión argumentos que tienen que ver
con la pertinencia o no de considerar la práctica musical popular como un objeto
válido de investigación y análisis (desde diferentes disciplinas), además de otros
planteamientos relacionados más bien con el valor o méritos de la misma desde el
punto de vista estético, creativo o formal y al lugar que debe dársele a los juicios y
gustos personales del investigador/a en el abordaje de ésta.

El libro recoge y desarrolla un debate que tuvo lugar en diciembre de 2007, entre
los/as integrantes de la Rama Latinoamericana de la Asociación Internacional para
el Estudio de la Música Popular (IASPM-AL). Cuenta con artículos de Claudio Díaz,
Heloísa de Araujo Duarte, Christian Spencer, Federico Sammartino, Felipe Trotta,
Julio Mendívil, Rubén López Cano y Juan Francisco Sans.

Con respecto a la valoración social de las prácticas musicales populares, los


dilemas más recurrentes que se plantean son ilustrados por los autores a través de

1
Publicado en: Revista Sur/versión. Nº 2. Año 2013. Fundación Celarg. Caracas.
ejemplos basados en géneros comúnmente denostados por la academia pero
valorados por los públicos latinoamericanos: ¿Las canciones de Julio Iglesias -nos
gusten o no- no forman parte ya de nuestra cultura? ¿En esa medida no deben ser
estudiadas y atendidas por la musicología? ¿Cuando despachamos determinados
géneros populares no estamos despachando también a quienes los escuchan y se
conmueven con ellos? ¿Qué importancia tiene que unos pocos intelectuales digan
que el reggaetón es malo si miles de personas lo bailan y escuchan? Y por otro
lado, ¿el hecho de que un género o un artista sea popular o sea consumido
masivamente, lo hace bueno? ¿Acaso hemos olvidado aquello que Bourdieu llamó
la formación social del gusto, y en este caso, el papel de la industria cultural en la
construcción del gusto de los consumidores? En suma, ¿qué es bueno y qué es malo
en el campo de la música popular?

Dentro de la polémica se plantean diferentes posiciones y argumentos, y se


confrontan planteamientos diversos que tienen que ver con las diferentes miradas
y abordajes epistemológicos y disciplinarios de sus exponentes.

La mayoría de los/as autores/as comparte la idea de que existe una relación de


tensión (de copia y a la vez de diferenciación) entre los juicios creados para valorar
la música culta (clásico-romántica europea) y los que se emplean cotidianamente
para valorar las manifestaciones musicales populares. La calidad de la
interpretación, la renovación de piezas clásicas (tradicionales o consagradas), la
legitimación a partir de la autoría y la complejidad armónico-melódica, son
criterios de valoración que pueden aplicarse a ambos tipos de repertorios
musicales. Mientras que las variaciones del sonido introducidas por innovaciones
tecnológicas (aparatos e instrumentos electrónicos), el papel del concierto como
performance complejo (que además de la interpretación musical implica
coreografía, luces, sonido y elementos audiovisuales), y la apelación a la
expresividad corporal de la audiencia (y con ello el juego sexual), se presentan
como criterios propios de la música popular y mediatizada, que contrastan con las
exigencias de la escucha de la música académica.

El dilema de si es necesario hallar o no criterios para valorar estéticamente la


música popular es abordado en este texto desde tres posiciones claramente
diferenciables. La primera de ellas cuestiona la búsqueda de parámetros de
valoración universalizables por considerar que éstos siempre son contextuales y
están condicionados social y culturalmente (Sans). Desde esta perspectiva
cualquier intento de hacer juicios estéticos sobre estos géneros musicales no hará
sino reproducir o bien los criterios de legitimación y valoración de la música culta
(criterios eurocéntricos, elitistas, clasistas), o bien los prejuicios de clase de los
investigadores y su grupo social.

Autores como Mendívil, por otro lado, apuestan por la realización de un trabajo
estrictamente etnográfico que parta del distanciamiento de las opiniones y juicios
del investigador o investigadora y la búsqueda de una utópica neutralidad
valorativa. Este argumento que invoca cierto relativismo cultural, es cuestionado
por otros/as en virtud de la naturaleza próxima del objeto de estudio del que se
habla. No se trata de investigar prácticas de comunidades remotas o de culturas
cuya alteridad sea radical. En esa medida, porque estamos hablando de nuestros
vecinos, para Juan Pablo González la apelación al relativismo y a la
inconmensurabilidad entre culturas, tiene algo de “soberbia fascista” cuando se
aplica a casos como éste (González citado por Sanmartino 2011 p. 72). En un gesto
de aparente tolerancia, el investigador/a relativista lo que está haciendo es
inscribir o crear una brecha sociocultural entre su grupo y el colectivo en cuestión,
cosa que tenía sentido en la antropología que estudiaba pueblos remotos y
distantes, pero no para trabajar con sectores que comparten el mismo horizonte
cultural.

Desde una posición también cuestionadora de la búsqueda de un juicio de valor


universal, Claudio Díaz parte de considerar a las prácticas musicales populares
como prácticas discursivas. Por tanto, más que detenernos a reflexionar en torno a
cuál es su valor, plantea que lo que hay que hacer es indagar en los procesos de
adjudicación de valor de las mismas, en lo que sería más un análisis sociológico o
de discurso que un trabajo de crítica artística o cultural. Es decir, de lo que se trata
es de identificar los mecanismos de legitimación y dotación de valor de las
prácticas musicales en los contextos en los que tienen lugar (que pueden o no ser
compartidos por los/as investigadores/as).

En contraste, la tercera posición que distinguimos en el texto, apuesta


abiertamente por el debate y la reflexión estética en torno a la música popular-
masiva, subrayando la necesidad de crear criterios específicos para evaluarlas.
Sammartino, quien comparte esta visión, parte de un cuestionamiento a la crítica
deconstructivista por su excesivo relativismo y sus consecuencias, señalando que
ésta nos deja atados de manos ante el evidente despliegue del mercado y la
industria cultural. Para el autor es preciso distinguir el juicio estético del juicio y el
gusto personal. Así como también echar mano de la teoría crítica y de la larga
tradición de la reflexión estética (que alcanzó gran profundidad con el desarrollo
del arte moderno), cuyas bases epistemológicas y teóricas harían de estos análisis
algo muy distinto de la mera opinión subjetiva.

Es transversal a todos artículos del libro la interrogante sobre qué es lo que les da
valor, calidad o aceptación a las manifestaciones musicales populares. Una de las
posiciones que se defiende ante esta interrogante es que el valor de la música
popular (como el de otras creaciones y saberes populares o tradicionales) se
deriva de su representatividad sociocultural, es decir, del solo hecho de que sea el
producto o la creación de un pueblo o comunidad. O que se trate de una
manifestación simbólica que forme parte del entramado cultural de ese colectivo.
Dentro de esta línea se inscribe la corriente que valora la música tradicional o
folclórica, en virtud de su importancia patrimonial, es decir, como acervo cultural y
memoria colectiva. Pero también aquella postura, aplicada a la música producida
por la industria cultural, según la cual toda creación, práctica o expresión de las
clases populares o subalternas es valiosa en sí misma, postura que en su momento
Grignon y Passeron (1992) denominaron acertadamente plebeyismo o populismo
cultural.

Según esta línea argumentativa entonces y continuando con el caso de la música


popular-masiva, sería la demanda de estos productos musicales en el mercado lo
que los dotaría o no de valor como bienes simbólicos. Por tanto, los criterios y
procesos de valoración quedan reducidos a operaciones de rating y mercadeo. La
mejor música popular sería simplemente la más comercial, la más vendida o la que
tenga mayor demanda como mercancía.

Desde la posición contraria se plantea que no todas las manifestaciones musicales


populares tienen el mismo valor, y que es posible establecer criterios para evaluar
su calidad. Además que estos criterios relacionados a cualidades formales,
creativas o estéticas, deben establecerse específicamente para este campo musical
(y no extrapolando irreflexivamente los criterios que se aplican a la música culta).

Por otro lado, hay que tomar en cuenta que buena parte de los estudios sobre la
música y la cultura popular selecciona su corpus y perfila el abordaje de su objeto
tomando en cuenta criterios más bien de carácter político (relativos a la cuestión
del poder). Se trata de investigadores e investigadoras de géneros populares como
el rock y el punk, que –como algunos de sus consumidores- valoran este tipo de
música en función de su potencia política y su capacidad para impugnar,
transgredir, o cuestionar la cultura y/o el orden hegemónico (Alabarces 2009).

Música popular y juicios de valor plantea un debate que no es de interés exclusivo


de estudiosos y estudiosas del campo de la musicología; también resulta atractivo
y sugerente para quienes se enfocan en otros problemas como la cuestión de la
cultura popular y su capacidad crítica o disruptiva, el alcance y penetración de las
culturas masivas, los procesos de recepción y consumo de estas culturas, así como
temas relacionados con la interculturalidad, el relativismo cultural, la crítica al
eurocentrismo y al poder/saber colonial.

La polémica sobre la pertinencia de aplicar juicios de valor a la música popular


retoma algunos argumentos esbozados por los defensores del multiculturalismo, la
interculturalidad y, en general, por quienes han impugnado las pretensiones de
universalidad de la cultura europea, blanca, de las élites -androcéntrica y
heterosexual. La propuesta de la educación multicultural (especialmente fuerte en
la academia norteamericana) planteó hace algún tiempo esa discusión sobre la
necesidad o no de hallar nuevos parámetros de valoración de las prácticas y
creaciones culturales (artísticas, literarias, cotidianas, etc.) de los pueblos y grupos
no hegemónicos (Taylor 1993). Es este uno de los ejes que ha recorrido la
sostenida tensión entre universalistas y particularistas (o relativistas) en
diferentes campos del saber (Giner y Scartezzini 1996, Arditi 2000). Es a partir de
algunos de estos temas, recuperados y planteados en términos de derechos
culturales y demandas comunitarias, que se han planteado desafíos considerables -
y a veces insuperables- a la teoría y el sistema político liberal (Kymlicka 1996,
Touraine 1995, Silvera 2000).

Por eso el texto, aparentemente centrado en la música popular, su valor como


manifestación cultural y su estatus como objeto de estudio para la musicología, va
mucho más allá de ese campo disciplinario. Los temas e interrogantes que lo
atraviesan, como el problema del condicionamiento social del conocimiento, la
crítica al eurocentrismo cultural, la tensión entre universalismo y particularismo o
la apuesta por la perspectiva deconstructiva y sus límites, son temas centrales
dentro de las ciencias sociales y humanas de estos tiempos.
Referencias

Alabarces, P., Rodríguez M (comp.) (2009). Resistencias y mediaciones. Estudios sobre


cultura popular. Paidós. Buenos Aires.

Arditi, Benjamín (ed.) (2000) El reverso de la diferencia. Identidad y política. Editorial


Nueva Sociedad. Caracas.
Giner, S. y Scartezzini, R. (1996) Universalidad y diferencia. Editorial Alianza. Madrid.
Grignon, C. y Passeron, J. C. (1992) Lo culto y lo popular. Miserabilismo y populismo en
sociología y en literatura. La piqueta. Madrid.
Kymlicka, Will (1996). Ciudadanía multicultural. Paidós. Barcelona.
Taylor, Charles (1993). El multiculturalismo y “la política de reconocimiento”. Fondo de
Cultura Económica. México DF.
Sans, J.F. y López Cano, R. (2011)(Coord.) Música popular y juicios de valor: una reflexión
desde América Latina. Fundación Celarg. Caracas.
Silvera, Héctor (ed). (2000) Identidades comunitarias y democracia. Editorial Trotta.
Madrid.
Touraine, Alain (1995) ¿Cómo salir del liberalismo? Paidós. Barcelona.

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