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El psicoanálisis contemporáneo y sus perspectivas.

Autor: Salazar, Jorge - Leiberman de Bleichmar, C. - Bleichmar, N. - Matarasso, S.


- Salazar, J. - Cacher, M.L. - Cardós, G. - Islas, C. - Lozano, G. - Ortiz, E.

Palabras clave

Lieberman, C., Bleichmar, N., Matarasso, S., Salazar, J., Cacher, M. l., Cardos, G.,
Islas, C., Lozano, G., Ortiz, E..

Con una perspectiva innovadora, los autores de este libro ofrecen al lector un
panorama abarcativo, diverso y complejo sobre el psicoanálisis contemporáneo.
Para ello realizaron una revisión bibliográfica amplia y una discusión exhaustiva de
las ideas y los tópicos de interés que encontraron en el trabajo de otros
psicoanalistas, los cuales se sumaron a las inquietudes propias de cada uno de
los colaboradores. El resultado es un libro pleno en información, descriptivo sobre
las múltiples tendencias del pensamiento psicoanalítico, equitativo y respetuoso
con los diferentes autores pero crítico acerca de la confiabilidad de las ideas y,
sobre todo, muy analítico sobre cómo los psicoanalistas construyen las ideas que
luego utilizan en su práctica clínica.

Producto, a su vez, de nuestros tiempos Las perspectivas del psicoanálisis es una


meditación sobre la experiencia de la práctica psicoanalítica expuesta en diez
grandes temas que no agotan pero sí ilustran sin reservas el pensamiento de sus
autores. Es un libro que en todos sus capítulos propone una reflexión
epistemológica que subyace en el quehacer psicoanalítico, que incide sobre la
manera en que los psicoanalistas pensamos lo que hacemos y hacemos lo que
pensamos, aunque muchas veces no sepamos ni qué pensamos ni qué, en
realidad, hacemos.

Preservando siempre el lugar de la incertidumbre y la duda, de lo impredecible y


subjetivo, de lo intuitivo y azaroso, su lectura dejará inquietudes que invitan a
repensar con los autores cada uno de los temas que nos sugieren. En virtud de su
abundante contenido, cuyo texto conserva su agilidad y amenidad en toda su
extensión, el lector encontrará en este libro información que le será de su interés,
ya sea para el estudiante a quien la amplitud de las ideas expuestas permitirá
expander las fronteras de su conocimiento, ya sea para el especialista a quien la
profundidad en el tratamiento de los temas ofrecerá una discusión de gran nivel
sobre aspectos relevantes de la teoría y la clínica psicoanalíticas.
Capítulo 1. Las perspectivas del psicoanálisis. Cubismo teórico y cubismo
clínico.

La idea central del libro, la que de hecho motiva su escritura, es que el


psicoanálisis contemporáneo se caracteriza por una diversidad que lo ha
desarrollado en profundidad y en amplitud, enriqueciéndolo conceptualmente pero,
al mismo tiempo, haciendo casi imposible que cada psicoanalista, por separado,
pueda abarcar la vastedad de la producción bibliográfica disponible en la
actualidad. La diversidad del psicoanálisis la podemos constatar, además de los
libros y revistas, en las diferentes escuelas, las teorías, los movimientos y las
instituciones que agrupan a los psicoanalistas. Ninguna de ellas es mejor que
otras; ninguna teoría es más verdadera que otra. Más bien, cada una de ellas
ofrece su propia perspectiva de los fenómenos de los que intenta dar cuenta. Es
así que el pluralismo de ideas le permite sostener al observador una visión de la
realidad en la que convergen múltiples enfoques simultáneos, lo cual dependerá
de la capacidad de su mente para tolerar la superposición de planos, la
ambigüedad de imágenes, la indefinición de contornos y, en suma, la complejidad
del conjunto observado. Tal como ocurre con el cubismo.

En efecto, la tesis propuesta en este libro, desarrollada por los doctores Celia
Leiberman de Bleichmar y Norberto M. Bleichmar, es tomar prestada la palabra
"perspectiva" del arte y aplicarla al trabajo psicoanalítico. La perspectiva es "la
manera como un pintor percibe su objeto o, mejor dicho, la manera como lo recrea
en la tela.(...). En pintura, la perspectiva es el modo en que el espacio o un objeto
tridimensional se traslada al cuadro, a lo bidimensional." (p. 15). Del mismo modo
que los pintores, los psicoanalistas crearon diversos modelos explicativos sobre el
funcionamiento de la mente y la manera en la que se conforma el dispositivo
analítico. Cada uno de estos modelos, basados en ideas provenientes de otros
campos como la arqueología, el darwinismo, la hidrodinámica, la lingüística, la
filosofía y la cibernética entre otros, constituyen una perspectiva determinada de la
mente, su psicopatología y el quehacer analítico. Los autores lo explican de la
siguiente manera:

"Una idea principal de nuestro trabajo es que así como cada estilo de pintura
proporciona una experiencia estética, ni superior ni inferior a las otras sino
diferente, cada escuela psicoanalítica puede ofrecer una experiencia con
consecuencias particulares en el paciente, destinada a ampliar la significación de
sus vivencias, el crecimiento de la mente y el desarrollo de la imaginación y la
fantasía, a profundizar la búsqueda de la verdad o a mejorar sus síntomas." (p.
16).
De este modo, el psicoanálisis, tanto en sus aspectos teóricos como prácticos, se
parece más al trabajo del artista que al del científico, sin afán de desdeñar el de
este último pero diferenciándose de él, principalmente, en cuanto a que las
hipótesis psicoanalíticas se convalidan o refutan con una metodología que le es
afín basada en sistemas de pensamiento distintos a los que emplean las ciencias
naturales. Si bien el psicoanálisis también incorpora la relación dialéctica entre
verdad y falsedad en sus teorías, las pruebas a las que somete estos conceptos
recaen en métodos en los que, más bien, unas ideas son aceptadas o descartadas
por otras ideas.

Esta diferencia se acentúa aún más si consideramos, como explican los autores
enseguida, que la subjetividad interviene en el intento de reproducir la naturaleza:
"el objeto no es reproducido sino recreado por el observador. (...) El objeto es
construido desde el ojo del pintor; en el psicoanálisis, el paciente es recreado
desde la mente del analista." (p. 16).

El modelo pictórico que los inspiradores de este libro han tomado en particular es
el cubismo. Picasso, su creador y principal representante, coincidía con Leonardo
da Vinci quien decía que "El pintor siempre se pinta a sí mismo. Cualquiera que
sea el objeto del pintor, él está pintando sus propios sentimientos y experiencias."
(p. 17). Así, el acto de reproducir la realidad es siempre un autorretrato. "Se
acentúa la noción de creación y se borra la idea de copia de la realidad. El artista
expresa sus propias emociones." (p. 17).

De acuerdo con lo anterior, no es posible establecer una diferencia nítida entre


sujeto y objeto, entre realidad psíquica y realidad material. Uno y otro se
superponen estableciéndose entre ellos una relación de continuidad que los
confunde, sin que esto constituya un perjuicio o un defecto en el funcionamiento
mental sino, más bien, una condición inherente para las representaciones de la
mente.

La clínica psicoanalítica adquiere así su especificidad diferenciándose de otros


campos clínicos, como lo afirman los autores con el siguiente párrafo:

"En psicoanálisis, a diferencia de lo que sucede en medicina, toda presentación


teórica o clínica será, en cierto sentido, autobiográfica. Lo que el analista interpreta
es lo que él tiene en su mente". (p. 17).

Siguiendo estas ideas, una hipótesis que los autores proponen es que la forma
como el analista ve a su paciente depende de la combinación de los siguientes
tres aspectos:

 "Las teorías que utiliza, incorporadas por identificación.


 Sus emociones y experiencias vitales.

 Lo que el paciente despierta en él a través del vínculo analítico." (p. 17).

Detrás de estas ideas se encuentra el pensamiento de Meltzer y, más atrás aún, el


de Bion. De este último se retoma el concepto de vértice como la capacidad para
"pensar los hechos mentales y los fenómenos clínicos desde distintas
perspectivas" (p. 19), lo cual proporciona a la experiencia del observador una
visión pluralista de la realidad que desplaza al enfoque positivista tradicional; una
noción del sobredeterminismo de lo mental que reemplaza a la unicausalidad; una
búsqueda, en fin, del significado de los fenómenos humanos más que de las
causas que los producen. También de Bion se toma la idea de que el objeto es
incognoscible (a la manera platónica y kantiana) lo cual supone una sombra de
duda e incertidumbre siempre en el sujeto en la relación con el objeto. Sólo es
posible entender las diferencias en las "transformaciones" (objeto To en la
descripción de Bion) que el objeto sufre cuando es recreado.

De Meltzer se recoge la idea del impacto estético que produce el objeto en la


mente del sujeto así como el enigma y misterio que aquél encierra. También el
énfasis que este autor, al igual que Bion, otorga a la experiencia emocional: la
emocionalidad como significado de la vida psíquica.

Con estas ideas, la clínica psicoanalítica constituye una experiencia emocional,


compleja y perturbadora de los sentidos, en la que cada fenómeno mental es
susceptible de descomponerse en una multiplicidad de significados: "Un sueño, un
acto, un síntoma, pueden ser entendidos a la manera de un cuadro cubista: la
superposición de planos simultáneos de sentido que permiten una captación más
compleja del objeto." (p. 20).

El objeto psicoanalítico, en fin, es inaprensible. El vínculo que se establece con él


-la belleza y la verdad de su significado emocional- es una experiencia inédita
cada vez que revela la tensión entre las dos mentes que conforman dicha relación.
Así como el observador admira una obra de arte, el psicoanalista observa las
distintas facetas que, superpuestas, conforman al analizante, la heterogeneidad de
su self; de ahí la imposibilidad del diagnóstico simple, del significado único del
material.

A lo largo de los siguientes capítulos se exponen en líneas generales, y sobre las


bases ya señaladas, los desarrollos psicoanalíticos según las diversas sociedades
y áreas geográficas que los han originado, así como las influencias que las teorías
psicoanalíticas reciben de su entorno cultural. Los autores los sintetizan en los
cinco siguientes apartados:
a) La influencia romántica en Inglaterra.
b) La perspectiva del positivismo y del arte como trabajo. La unión del
psicoanálisis con la medicina.
c) Ideas francesas. Importancia de la filosofía en la escuela francesa de
psicoanálisis, la hermenéutica con Ricoeur, el postestructuralismo de Derrida y
Barthes.
d) La hermenéutica en Alemania.
e) Los poskleinianos.

Las obras de E. Gombrich y L. Steinberg, críticos e historiadores del arte, han


influido notoriamente en los autores de este libro quienes proponen otras
analogías entre el arte y el psicoanálisis, a saber: la historia del arte y la sucesión
entre academia y vanguardia, donde se observa cómo esta última se
institucionaliza y se vuelve académica repitiéndose el ciclo, es tomada como una
metáfora del movimiento psicoanalítico y la lucha entre sus instituciones y
escuelas; la relación entre el artista y su modelo, que incluye el estilo, los
instrumentos y la personalidad de aquél, como analogía de la interpretación del
analista y el material clínico que aparece en la sesión, en donde más que lo
correcto o incorrecto de la interpretación, la estética de la misma, es decir su
coherencia y verosimilitud, "produce un impacto estético y una sensación de
verdad." (p. 27).

Así es como el cubismo teórico y el cubismo clínico constituyen una metáfora de


gran valor epistemológico para acercarse a la experiencia psicoanalítica. Sólo
resta decir que las perspectivas del psicoanálisis afectarán el estado afectivo del
analista complejizando aún más las tareas a resolver.

"Ahora los psicoanalistas necesitamos resolver problemas de equilibrio afectivo:


cómo admirar las aportaciones de cada corriente del psicoanálisis, y oscilar
adecuadamente entre la aceptación y el propio punto de vista, entre el diálogo y la
polémica. Si la contemplación de un cuadro es un acto de historia, lo mismo vale
para entender una teoría psicoanalítica." (p. 31).
Capítulo 2. El método psicoanalítico. Experiencia de una sesión.

Para ilustrar la diversidad y complejidad del panorama psicoanalítico, se describe


en este capítulo el desarrollo de una sesión llevada a cabo por la doctora Celia
Leiberman de Bleichmar. En función de la ya expuesto en el capítulo uno, se
explica en éste cómo trabaja el analista, con su personalidad y su estado mental,
con sus teorías y sus recursos técnicos, para intentar resolver las diversas
situaciones clínicas a las que se enfrenta. Más en detalle se explica cómo elige el
analista, del conjunto de fenómenos clínicos, aquellos que considera más
significativos para ser tomados en cuenta; aquellos que interpreta y la forma de
interpretarlos; los estímulos sensibles provenientes de la sesión que intervienen en
la construcción de la interpretación, así como la pertinencia de la comunicación de
la misma según la situación analítica y cómo utiliza su contratransferencia para
comprender el material analítico.

A su vez, el material clínico es el pretexto para reflexionar sobre los grandes temas
teóricos y técnicos del psicoanálisis entre los que se encuentran el encuadre, la
transferencia, la contratransferencia, la interpretación de los sueños, las fantasías
y los conflictos inconscientes, el insight, la empatía, la alianza terapéutica, la
situación y el proceso psicoanalíticos, el mundo interno y sus mecanismos, la
sexualidad infantil, los síntomas y rasgos de carácter. Todos estos conceptos, y
otros más, provienen de distintas teorías y prácticas psicoanalíticas, y son
empleados por la doctora Leiberman como esquemas referenciales que orientan
su comprensión del material analítico al mismo tiempo que le permiten realizar una
descripción muy personal de lo acontecido en la sesión. De este modo, se
pretende demostrar que la riqueza que encierra una sesión analítica es irreductible
a cualesquiera de las teorías y técnicas que intenten dar cuenta de ella; el
fenómeno clínico sobrepasa cualquier intento de definición y de explicación, de ahí
la mayor utilidad que los autores confieren al diálogo entre colegas más que a la
corrección de un punto de vista por medio de otro.

Es inútil abordar la clínica psicoanalítica con pretensiones de objetividad. Se trata,


más bien, de un "intenso proceso subjetivo" que da cabida, simultáneamente, a los
aspectos afectivos e intelectuales del analista, su personalidad y las condiciones
del entorno cultural en el que se inserta su trabajo, así como el aspecto intuitivo y
artístico inherente a la tarea analítica (véase p. 35).

La paciente en cierne es una mujer de 33 años que cursa su sexto año de análisis
al cual llegó por padecer diversos síntomas digestivos referidos con situaciones de
conflicto en su relación conyugal. Hija de un padre depresivo, se convirtió en
confidente de éste durante parte de su adolescencia, papel avalado por la madre
quien le reafirmaba su función de consolar al padre para rescatarlo de su
depresión al mismo tiempo que imponía silencio a la familia sobre la situación por
la que su cónyuge atravesaba. En esta época se iniciaron los padecimientos
somáticos de la paciente.

Vista como una mujer con una estructura depresiva con rasgos narcisistas
proyectados en su esposo e hijos, tiene una actitud sumamente colaboradora con
las personas con la que pretende sentirse especial entre los demás. Este rasgo de
su carácter es entendido simultáneamente por la analista como una actitud
generosa, una parte narcisista de la personalidad y, defensivamente, un intento de
contrarrestar los sentimientos de celos hacia sus hermanos.

A través del análisis de un sueño, la doctora Leiberman muestra cómo interpreta a


la paciente y cómo construye la interpretación en su mente, para lo cual piensa la
problemática emocional de aquélla en tres niveles simultáneos, a saber, el
contenido simbólico del sueño, la relación actual con sus objetos familiares y la
relación transferencial. Más adelante, conforme nos vamos enterando del curso
que va tomando la sesión, la doctora Leiberman interpreta el conflicto de rivalidad
edípica -que surge tanto en el contenido latente del sueño como en las
asociaciones de la paciente sobre el mismo y las interpretaciones preliminares de
la analista-, tanto en su realidad interna como en su realidad externa, ambas
asequibles en ese momento a la comprensión de la paciente, pero reservándose
la interpretación transferencial, la cual es comunicada en un tiempo posterior en el
que la analista piensa pueda ser entonces comprendida por la paciente.

Pensada así, la sesión analítica tiene su propio ritmo, sus desplazamientos y


pausas, sus acercamientos y alejamientos, como una melodía a dos voces con su
armonía propia que le confiere su cualidad plenamente intersubjetiva, a cada
relación analítica y a cada momento de la sesión, el estado emocional de ambos
participantes.

Sabemos que el relato de una sesión es siempre una aproximación a lo


acontecido en ella y no siempre su intimidad nos es revelada. Este caso, por el
contrario, nos transmite antes que nada la densidad emocional del material clínico
y del vínculo transferencial, así como la creatividad de ambos participantes, la
sinceridad de la analista en mostrar su forma de sentir y de pensar y el progreso
de la paciente en su proceso terapéutico.

Reflexionando acerca de la sesión, la doctora Leiberman afirma que el


ordenamiento, aunque provisorio, de los fenómenos clínicos que surgen en ella
para comprender el proceso analítico, está mediado por el sistema de creencias y
verdades que en ese momento tiene el analista (véase p. 45). Con esta idea, la
autora describe a continuación su forma de entender los diversos aspectos de la
sesión agrupados, sólo con fines didácticos, bajo los siguientes epígrafes:
 Importancia de la comprensión del sueño tomado como una representación
plástica de la realidad psíquica.

 Conflictos sexuales infantiles.

 Interpretación en el aquí-y-ahora de la sesión versus la reconstrucción del


pasado sexual infantil.

 Transferencia, fantasía inconsciente, estructura de la realidad psíquica.

 Contratransferencia.

 Problemas vinculados con la interpretación y el insight.

 Aspectos vinculados con los rasgos del carácter.

 El problema psicosomático.

 Interpretación de niveles verbales y preverbales del material.

 Empatía.

 Problemas relacionados con las interpretaciones transferenciales y


extratransferenciales y con la influencia de los cambios de identificaciones
en el tratamiento.

 Las múltiples perspectivas del trabajo psicoanalítico.

En cada uno de ellos la autora propone su enfoque personal para entenderlos lo


cual, en el contexto de este libro, no podría ser de otra manera restando para el
lector la tarea de decidir la posible relación de complementariedad, simultaneidad
o exclusión que los distintos enfoques guardan entre sí, tanto como su
ordenamiento jerárquico o igualitario. Sin duda, cumplido su cometido, el relato del
desarrollo de una sesión psicoanalítica muestra la posibilidad de comprender los
múltiples significados simultáneos que emergen de cada situación clínica.

Capítulo 3. La evolución de la técnica analítica. Permanencias e


innovaciones.

Dividido a su vez en cuatro grandes apartados, en este capítulo los autores


realizan una revisión histórica de la técnica psicoanalítica así como de las
contribuciones actuales que, nuevamente, complejizan la diversidad de enfoques
sobre el tema.

Iniciando con la técnica freudiana, vemos cómo muy pronto en su obra Freud
estableció los criterios y las reglas con las que debe proceder el analista en su
práctica a fin de llevar a cabo, pulcramente, su tarea: la de entender objetivamente
los conflictos inconscientes del paciente e interpretarlos con precisión para ayudar
a la remisión del síntoma y a la modificación de la estructura del carácter, causa
de la enfermedad y el sufrimiento mental. (p. 65). En efecto, preocupado por
diferenciar el tratamiento psicoanalítico de cualquier terapia de índole sugestiva,
Freud estableció los requisitos esenciales del proceso analítico. En su método, la
asociación libre es la modalidad discursiva que el analista alienta en su paciente
para que aquél interprete los conflictos psíquicos evocados de este modo. Las
dificultades del paciente para asociar libremente, entendidas por Freud como
resistencias, lo llevan a que en ellas recaiga el acento de la interpretación. Más
adelante, descubre el fenómeno de la transferencia. Ya entonces el análisis
sistemático de la transferencia y las resistencias constituye un elemento central
del trabajo analítico (véase p. 66).

Otros de los conceptos técnicos freudianos que se revisan en este capítulo son la
neurosis de transferencia, la compulsión de repetición, la interpretación y la
elaboración, así como la atención flotante y la neutralidad del analista. De acuerdo
con los autores, el ideal positivista de objetividad imperante en su época llevó a
Freud a creer en la posibilidad de obtener un conocimiento cierto de los conflictos
inconscientes a través del método analítico en el que el psicoanalista es un
observador neutral que sólo interviene, asépticamente, mediante sus
interpretaciones. El psicoanálisis contemporáneo cuestiona dicha expectativa de
objetividad la que, de hecho, ya se encontraba cuestionada aún en la técnica
freudiana desde el hallazgo de la transferencia. (p. 69).

No es posible tampoco, como lo muestran los autores, tener una comprensión del
material clínico sin un marco teórico de referencia que, si bien es recomendable no
aplicarlo en forma rígida, forma parte de entrada del sistema de creencias del
analista. Así lo constatan las múltiples lecturas que los mismos casos clínicos de
Freud han recibido por parte de psicoanalistas posfreudianos (véase p. 71).

Los autores reconocen que los rigurosos criterios técnicos de Freud constituyen el
punto de partida del método analítico. Algunos de sus fundamentos persisten en la
actualidad aunque también ha sufrido cuestionamientos y variaciones, las cuales
obedecen a la diversificación de la teoría psicoanalítica tanto como a la creciente
psicopatología que el psicoanálisis intenta abordar.

Para brindar un amplio panorama de las innovaciones técnicas, los autores


revisan a continuación, en forma detallada, cuatro escuelas posfreudianas que han
contribuido a la diversificación de los aspectos técnicos del psicoanálisis. Estas
son la psicología del yo, la escuela kleiniana y poskleiniana, el grupo británico
(Middle Group) y las contribuciones a la técnica de los psicoanalistas
latinoamericanos. De la primera destacan los aportes iniciales de Hartmann, Kris,
Loewenstein y Anna Freud quienes se mantuvieron con fidelidad a la técnica
freudiana en muchos aspectos. Sin embargo, el propio desarrollo del psicoanálisis
norteamericano se vio enriquecido con la obra posterior de Margaret Mahler quien
llevó a cabo cambios en la técnica como resultado de sus importantes
descubrimientos en el campo de las psicosis infantiles y de la relación preedípica
del bebé y la madre. De acuerdo con la finalidad de este libro, los autores
muestran cómo las ideas mahlerianas cuestionaron las convicciones sostenidas
por el establishment norteamericano y sugieren que "esta ampliación en el
enfoque del material permite respetar los diferentes niveles en los que los
pacientes expresan su conflictiva para que la interpretación pueda ser formulada
en términos lo más cercanos posible a su realidad psíquica." (p. 83).

De manera similar, los desarrollos más recientes dentro de esta escuela,


encabezados por Heinz Kohut y Otto Kernberg, reformularon la técnica
psicoanalítica al aplicar el psicoanálisis a los trastornos narcisistas y limítrofes de
la personalidad respectivamente. Estos desarrollos acercaron al psicoanálisis
norteamericano, anteriormente muy refractario a las ideas extranjeras, a las
escuelas psicoanalíticas europeas y latinoamericanas. También el grupo
annafreudiano británico se renovó con el paso del tiempo acercándose a las ideas
de la escuela kleiniana y poskleiniana (véase p. 88).

Sobre la escuela kleiniana y poskleiniana, los autores enfatizan el papel de las


fantasías inconscientes en la transferencia temprana y la relevancia de la
interpretación de los aspectos transferenciales positivos y negativos así como de
las ansiedades de separación. El trabajo de Klein es ilustrado con un resumen y
una revisión crítica del caso Richard. Los originales desarrollos de Wilfred R. Bion
y Donald Meltzer destacan entre las contribuciones a la técnica de la escuela
poskleiniana que podemos sintetizar en las siguientes ideas: la identificación
proyectiva en el vínculo emocional, las características reales del analista y la
función continente-contenido, el deseo de conocimiento por parte del paciente, el
modo de organización de la estructura psicopatológica y la interpretación, en el
lenguaje coloquial más accesible a la comprensión del paciente, de sus impulsos
agresivos y amorosos, sus contenidos verbales y preverbales, así como el análisis
de la transferencia (véase p. 100 y siguientes).

Las contribuciones de Winnicott, así como las de varios psicoanalistas


latinoamericanos, son revisadas a continuación. Entre ellas, los autores destacan
la ampliación del campo psicopatológico del psicoanálisis (Winnicott, Pichon
Rivière, Bleger); la instrumentación de nuevos conceptos como el de
contratransferencia (Racker); psicoanálisis de grupos (Pichon Rivière);
psicoanálisis de niños (Aberastury) y numerosos trabajos dedicados a la teoría y la
técnica psicoanalíticas (Etchegoyen, Grinberg y Liberman).

Por último, el capítulo cierra con una síntesis de un artículo recientemente


publicado por Otto Kernberg en el que este autor reflexiona sobre las tendencias
convergentes y divergentes en el psicoanálisis contemporáneo que inciden en
diversos aspectos de la técnica (véase p. 117 y siguientes).

Capítulo 4. Resultados del tratamiento psicoanalítico.

Sin duda, los resultados terapéuticos dependen de la complejidad que los distintos
aspectos que intervienen en ella le confieren a la experiencia analítica tanto como
los alcances, objetivos y finalidades que cada marco de referencia supone para la
práctica del psicoanálisis. Este capítulo ofrece una recapitulación de las
principales ideas sobre el tema así como una discusión crítica de las mismas en la
que se destaca la cualidad provisional que la noción de resultado terapéutico tiene
en sí misma.

Para abordar este controvertido tema, los autores señalan los problemas más
importantes de la siguiente forma:

a) El cambio en la finalidad del psicoanálisis que, de ser un método encaminado a


la resolución de síntomas, se propuso conseguir cambios estructurales y
duraderos de la personalidad.
b) La ampliación del campo clínico psicoanalítico que ya no sólo cubre a las
neurosis clásicas sino a formas patológicas más severas.
c) La modificación de la técnica clásica con la incorporación de cambios
provenientes de las experiencias de tratamientos con pacientes graves. En este
sentido, se suman a la interpretación y elinsight, conceptos como "experiencia
emocional correctiva", regresión curativa, empatía, la personalidad del analista, su
función terapéutica y los límites dados por la psicopatología y la motivación del
paciente.
d) La inclusión de los estadios preverbales del desarrollo que constituyen la base
para la estructuración del psiquismo. En este punto se retoman las cuestiones
planteadas por Julia Kristeva con relación a los límites del lenguaje en el dominio
psicoanalítico. (p. 127).
e) La terminación del tratamiento más allá de la resolución de la neurosis de
transferencia que ha llevado al psicoanálisis contemporáneo a intentar cambiar o
mejorar los déficits del desarrollo.
f) La finalidad del psicoanálisis, ya no como una disciplina médica que busca la
curación de la enfermedad del paciente, sino como un proceso que aspira a
"lograr un crecimiento mental, mayor aptitud para el autoconocimiento y más
capacidad de imaginación y creatividad." (p. 128). Los autores citan, para
ejemplificar este punto, los trabajos de C. Castoriadis y D. Meltzer para quienes la
experiencia analítica es una actividad humanista que potencializa el sentimiento
de libertad y el desarrollo de la creatividad del ser humano.
g) La incorporación del método analítico por parte del paciente a través de un
proceso de identificación introyectiva con la función analítica. En este aspecto los
autores piensan que la mayoría de los psicoanalistas coinciden aunque utilicen
diferentes términos en las formas en que explican el proceso.
h) La validación de los resultados que las distintas escuelas psicoanalíticas
intentan encontrar. En ella se incluyen las clasificaciones nosológicas
psicoanalítica y psiquiátrica, que no parecen ser muy útiles; los sistemas
estadísticos de convalidación, que arrojaron observaciones interesantes pero no
conclusiones definitivas, y la comprensión del método por parte del propio analista,
con sus conocimientos, intuición y experiencia así como el límite que supone la
tolerancia al dolor mental.
i) Los distintos niveles en los que pueden evaluarse los resultados del tratamiento
y que comprenden aspectos fenoménicos, clínicos y metapsicológicos.
j) Los objetivos del tratamiento que están definidos y formulados desde la propia
estructura de la teoría, los cuales tienen, en opinión de los autores de este libro,
una cualidad tautológica ya que cada teoría psicoanalítica busca obtener el
resultado que sea congruente con su propuesta inicial.
k) La evaluación indirecta de los resultados del tratamiento a través de la
observación del funcionamiento de las instituciones psicoanalíticas, siguiendo a
Donald Meltzer, para quien los problemas institucionales no hablan bien de los
resultados que los psicoanalistas suponen favorables de su trabajo.
l) La inclusión del análisis de los supuestos básicos que describe Bion que operan
en un nivel no simbólico y llevan a la alienación social de todo individuo. Su
cuestionamiento por parte del analista conmueve la tranquilidad mental del
paciente y lo obliga a revisar el sentido de su vida y el significado de sus valores
implicando con ello exponerse a un mayor esfuerzo y dolor mental que pocos
individuos son capaces de tolerar.

En este mismo capítulo, se reseñan las ponencias que distintos psicoanalistas


dictaron en 1987 con motivo del XXXV Congreso Psicoanalítico Internacional que
versaron sobre el trabajo freudiano "Análisis terminable e interminable". Entre los
autores participantes se cita a Harold Blum para quien el desarrollo de la
psicología del yo produjo nuevos conocimientos en la teoría y la clínica
psicoanalíticas que posibilitaron un tratamiento más eficaz de los pacientes
mejorando su pronóstico, es decir, presenta una visión más optimista que la
original freudiana. Para otros autores, como Robert Emde, el psicoanálisis
freudiano permanecía fijado a los aspectos pulsionales del individuo lo que
confería escasa movilidad a los cambios en su psiquismo. Emde hace depender,
por el contrario, el cambio terapéutico del contacto paciente-analista, a la manera
de una relación empática y una "experiencia emocional correctiva". Esta postura
ambientalista es discutida, a su vez, por Joseph Sandler quien critica en Emde su
falta de consideración de las fantasías infantiles y las relaciones objetales internas.

Como podemos observar, cada uno de los autores citados, entre otros más,
piensan el problema de la terminación del análisis desde su propio marco teórico
de referencia lo que lleva a cada uno a sentirse más optimista con su propio
método que con el del autor precedente. Ateniéndonos a las ideas centrales del
libro que estamos reseñando, cada uno de ellos nos muestra su perspectiva
predominante en la comprensión del tema tratado, con su porción de verdad, en la
que una no es mejor que otra, sino complementaria de la visión anterior.

La revisión de los autores continúa con el estudio de diversos artículos publicados


sobre este complejo tema incluyendo los de psicoanalistas norteamericanos,
poskleinianos y latinoamericanos. Cabe resaltar, por último, la presentación y
discusión que realizan del artículo de Henry Bachrach y colaboradores (1991) "On
the efficacy of psychoanalysis", en el que se informan los resultados del
tratamiento obtenidos en las principales instituciones psicoanalíticas
norteamericanas al mismo tiempo que muestra la manera en que trabajan la
mayoría de los analistas norteamericanos y su perspectiva sobre este tema. Estos
resultados de corte estadístico, según los autores del libro, coinciden con las
conclusiones que deja la experiencia psicoanalítica en casos individuales en la
que los mayores beneficios se obtienen de la aplicación de psicoanálisis en
pacientes con un estado mental más equilibrado y recursos personales más
adecuados para el crecimiento psíquico y la tolerancia al dolor mental. En todo
caso, la profundización del conocimiento psicoanalítico y la ampliación de su
campo de aplicación lleva a tratamientos más largos y difíciles que obligan a
considerar con reserva los resultados terapéuticos (véase p. 160).

Capítulo 5. Terminación del tratamiento psicoanalítico.

Estrechamente relacionado con el anterior, este capítulo recoge las ambigüedades


y desacuerdos así como las coincidencias entre analistas de distintas corrientes.
Los autores señalan que, si bien la mayoría de los psicoanalistas reconoce una
fase de terminación del tratamiento, ésta tiene elementos conscientes e
inconscientes según el marco de referencia de cada uno, además de que, por un
lado, al tratar de delimitar sus características se corre el riesgo, por el otro, de
esquematizarla en demasía forzando su cumplimiento y restringiendo la libertad
individual del analista para responder a las múltiples significaciones del material
clínico en cada paciente.
Con base en su amplia experiencia clínica, los autores muestran las vicisitudes de
la fase de terminación, los aspectos patológicos de la misma y las distintas
modalidades técnicas sugeridas para su manejo, así como los enfoques teóricos
que intentan explicar su complejidad.

Las diversas situaciones clínicas que plantean dificultades para unificar criterios de
terminación son sintetizadas bajo los siguientes apartados:

a) Interrupción del tratamiento durante el período de terminación.


b) Resultados satisfactorios pero parciales en pacientes con diagnósticos graves.
c) Situaciones clínicas en que los tratamientos se lentifican o detienen en su
desarrollo.
d) Modificación de un diagnóstico leve a uno más grave durante el análisis.
e) En busca de eternizar el análisis.
f) Relevancia del marco teórico del analista en el criterio de la terminación.
g) Tratamientos más largos con aumento de las expectativas analíticas.

Cada uno de estos puntos es discutido en detalle e ilustrado con material clínico
proveniente de la experiencia personal de los autores. En general, revelan la
diversidad de situaciones clínicas tanto como maneras de entender el problema de
la técnica de la terminación. Ante este universo de posibilidades, conducir la
terminación del análisis según la formulación inicial que de él se tenga y bajo los
criterios de una cierta "normatividad" limita las expectativas que, de otro modo,
podrían alcanzarse de acuerdo con los aspectos individuales y únicos que, para
cada sujeto, constituye la experiencia psicoanalítica (véase p. 174).

Después de recordar las ideas de Freud sobre el problema de la terminación del


tratamiento, los autores contrastan los aportes de las escuelas posfreudianas
sobre el tema destacando la gran distancia que estas últimas han tomado con
respecto al pensamiento original freudiano en la misma medida en la que el
psicoanálisis contemporáneo ha complejizado su práctica.

Considerando los distintos objetivos del tratamiento así como los diversos
indicadores para decidir la terminación, se tienen las siguientes posibilidades: de
acuerdo con los objetivos del análisis, algunos de los indicadores podrían ser la
morfología de los sueños; las comunicaciones espontáneas y francas del paciente;
sus modelos estilísticos de comunicación; el comportamiento con la pareja, la
familia y la sociedad; un manejo adecuado de las angustias de separación; la
disminución de la angustia y la culpa así como el alivio sintomático (véase pp. 179-
180).

Otros criterios incluyen la idea de Rickman acerca de alcanzar en el análisis el


punto de irreversibilidad en el grado de integración y de adaptación de la
personalidad el cual, a su vez, se evalúa mediante la libertad del paciente para
oscilar entre el presente y el pasado; su nivel de satisfacción genital heterosexual;
su capacidad de tolerancia a la frustración; su aptitud para el trabajo y el
descanso; su capacidad para soportar los impulsos agresivos y de realizar un
duelo bien elaborado por la pérdida del tratamiento y del analista (véase p. 180).

Las aportaciones de la escuela norteamericana a este tema son revisadas por los
autores en el artículo de Stephen Firestein (1974) "Termination of psychoanalysis
of adults: A review of the literature", el cual compila las principales ideas
esgrimidas hasta entonces por destacados psicoanalistas de la psicología del yo.
Llama la atención que, no obstante su pertenencia a una misma escuela, Firestein
resalta la diversidad de opiniones entre ellos que coincide con los puntos de vista
de los autores del libro.

Al revisar las ideas de los psicoanalistas poskleinianos nos encontramos con el


trabajo de Meltzer para quien existen dos logros básicos en la fase de terminación
del análisis: la introyección de las partes infantiles de la mente con el objeto
interno (pecho de la madre) y la diferenciación de la parte más madura de la
personalidad mediante la identificación introyectiva. Estas ideas, en opinión de los
autores, guardan ciertas semejanzas con las de Gertrude y Rubin Blanck (1988)
desde una perspectiva mahleriana (véase p. 189). Esta no es la única coincidencia
ya que, como bien dicen, la mayoría de los psicoanalistas considera
imprescindibles los aspectos de duelo para la adecuada terminación del
tratamiento (véase p. 191).

Con respecto a la técnica de la terminación, los autores piensan que dependerá


tanto del marco teórico del analista, los aspectos psicopatológicos del paciente y el
entorno cultural y social en el que se lleva a cabo el tratamiento. Aún así, los
modelos de terminación para la mayoría de los psicoanalistas se basan en los
procesos de nacimiento y destete o crecimiento y maduración. Esta etapa no está
exenta de su propia patología, la cual es señalada por los autores al igual que los
aspectos particulares que caracterizan la terminación del análisis de niños.

Resta mencionar que, de acuerdo con las ideas expuestas en este libro, los
diferentes criterios, indicadores y técnicas de terminación no son generales ni
homogéneos, antes bien, cada caso requiere una valoración individualizada,
según lo dicho por José Bleger, a quien los autores siguen en este punto, "(...) el
análisis de ciertos pacientes termina allí donde empieza el de otros." (p. 187).

Capítulo 6. El movimiento psicoanalítico.

La diversidad que caracteriza al psicoanálisis también se ha reflejado en sus


movimientos históricos tanto como en las diferentes historiografías que intentan
dar cuenta de los mismos. Este capítulo reseña los acontecimientos más
relevantes de la historia del movimiento psicoanalítico contrastando diversas
perspectivas históricas individuales desde diferentes marcos de referencia.

La historiografía psicoanalítica también ha sido motivo de polémica. Para


demostrarlo, los autores nos recuerdan la vida y obra de Sabina Spielrein quien,
no obstante sus logros y méritos al lado de los pioneros del psicoanálisis, murió
olvidada por la historiografía oficial psicoanalítica hasta ser nuevamente
reconocida a partir de 1980 por la publicación de las investigaciones de Aldo
Carotenuto y Carlo Trombetta (véase pp. 213-215).

La historia de Sabina Spielrein es el pretexto para recordar que las instituciones


psicoanalíticas, si bien se erigen para preservar el movimiento psicoanalítico de
sus detractores y ofrecer una formación psicoanalítica a sus miembros que reúna
los criterios de calidad y confiabilidad, no están exentas de generar su propia
patología, sus tensiones grupales y conflictos narcisistas que terminan en
disidencias y escisiones (véase pp. 219 y siguientes).

Tomando como base las ideas de E. Roudinesco y M. Plon, los autores nos
muestran una visión del origen del movimiento psicoanalítico en la que es posible
establecer tres tiempos para su consolidación: el primero correspondiente a un
pequeño grupo alrededor de la figura central de Freud; el segundo, en el que da
inicio la expansión geográfica y la profundización académica y, el tercero, que
corresponde al establecimiento de la organización oficial (IPA) cuya función es
delimitar y reglamentar la creciente práctica del psicoanálisis pero de la que
surgirán también las primeras rupturas (véase p. 217).

Dentro de ellas, las que dejaron una huella más profunda en la historia del
movimiento psicoanalítico fueron las tempranas rupturas de Adler, Stekel y Jung;
las Discusiones Controversiales entre Anna Freud y Melanie Klein en el seno de la
Sociedad Psicoanalítica Británica, y el surgimiento del Middle Group, así como la
ruptura de Lacan con la IPA y la ulterior disolución de su escuela. Prácticamente,
no ha habido ninguna institución psicoanalítica en ningún país en la que no se
haya dado una división de sus miembros. Los conflictos que han llevado a los
psicoanalistas a dividirse no residen tanto en sus diferencias teóricas, sino en los
aspectos políticos e ideológicos de la institución que los agrupa (véase p. 220).

Lo anterior ha llevado a pensar los problemas de las instituciones psicoanalíticas


bajo la óptica de la misma psicopatología definida por el psicoanálisis. De este
modo, los autores retoman las características del funcionamiento grupal descritas
por Freud en sus libros "Tótem y tabú" y "Psicología de las masas y análisis del
yo" para proponer, siguiendo a Cooper (1994) y Eisold (1994), una analogía entre
el movimiento psicoanalítico y la horda primitiva y la psicopatología grupal en torno
al líder (véase p. 223). Asimismo, consideran los valiosos aportes de Bion que
derivan de sus experiencias con grupos y su concepto de grupos de supuesto
básico para explicar la mentalidad grupal predominante que suele aparecer en las
instituciones llevando a los conflictos ya señalados (véase pp. 223-224).

Frente a las grandes dificultades para propiciar un funcionamiento mental sano los
autores proponen, finalmente, como alternativa otra original idea de Meltzer para
quien la enseñanza del psicoanálisis debe realizarse según el modelo
de atelier representado en la Escuela de Atenas de Rafael: "el aprendizaje se da
en un lugar al que asiste cualquier persona deseosa de trabajar; es un sitio de
encuentro libre y abierto donde coinciden aquellos que tienen algo que enseñar
con quienes desean aprender. La única pretensión del grupo de estudio es obtener
los conocimientos necesarios que posibiliten su práctica y el aprendizaje de la
experiencia sin buscar posiciones de poder de unos cuantos sobre los demás, lo
que este sistema de taller no ofrece a sus participantes por carecer de ellas." (p.
226).

Capítulo 7. El análisis de los sueños.

Al igual que los temas tratados en los capítulos precedentes, el análisis de los
sueños se enfoca en éste desde las distintas miradas descritas por psicoanalistas
pertenecientes a diferentes escuelas. Los autores toman como punto de partida de
su revisión las ideas freudianas acerca del sueño que luego serán discutidas con
las opiniones de psicoanalistas posfreudianos, principalmente de la corriente
poskleiniana. Si bien se reconoce el gran descubrimiento freudiano del sueño
como vía regia al inconsciente, su valor psíquico quedó subordinado en la obra de
Freud a su papel instrumental en la técnica psicoanalítica y a su limitada función
en la economía psíquica a ser sólo el guardián del dormir y vehículo para el
cumplimiento alucinatorio del deseo (véase p. 231).

Los psicoanalistas contemporáneos, en general, guardan hoy una gran distancia


con respecto a aquellas ideas freudianas y, por consiguiente, en su manera de
efectuar el análisis de los sueños. En la actualidad, se enfatizan los elementos en
conjunto que intervienen en el contenido y la formación de los sueños; el
discernimiento del escenario del sueño, sus personajes y el libreto que los anima,
así como los procesos psíquicos del acto de soñar y los efectos del sueño en la
mente del individuo y en la relación transferencial (véase pp. 230-231).

Grassano y colaboradoras (1995), citadas por los autores, sintetizan la evolución


del análisis de los sueños en el siguiente párrafo:

"un pasaje desde a) una concepción del sueño como una formación del
inconsciente, que permitía acceder a una visión del estado del aparato psíquico a
través de un trabajo de traducción, hacia b) una concepción del sueño
como proceso transformador y recurso elaborativo en sí mismo, que expresa
elvértice emocional desde el cual se procesa y dimensiona el transcurrir, el camino
vital." (p. 231).

Estas ideas están basadas en la obra de Bion y son afines al pensamiento de


Meltzer. De hecho, los autores reconocen implícitamente que las principales
modificaciones en la manera actual de pensar los sueños provienen de las
originales intuiciones de sendos psicoanalistas para quienes los pensamientos
oníricos son una extensión de los pensamientos de vigilia y viceversa, con lo que
se establece una continuidad entre la vida onírica y la vida despierta (véase p.
236).

Para continuar con la revisión del tema, los autores se basan en el artículo de
Homer Curtis y David Sachs (1976) en el que se compilan las ideas que distintos
psicoanalistas expusieron en un debate sobre el análisis de sueños. De acuerdo
con la idea central de este libro, nuevamente sus autores constatan cómo las
opiniones dependen de los marcos teóricos de referencia y las experiencias
clínicas personales, algunas de ellas son divergentes mientras otras coinciden o
se complementan. La mayoría considera, por ejemplo, que si bien el análisis de
los sueños sigue siendo importante en la práctica psicoanalítica, el lugar del sueño
ya no es central sino que constituye una más de las comunicaciones del paciente
junto con otros aspectos verbales, paraverbales y transferenciales (véase p. 236 y
siguientes).

De hecho, concluyendo con los autores, el sueño ya no puede ser visto sólo como
un producto simbólico sino como un proceso de simbolización en sí mismo; un
proceso activo y complejo de elaboración de pensamientos con su propia
semántica y gramática que, junto con el pensamiento en palabras, favorece la
capacidad de atribución de significados (véase pp. 247-248).

Capítulo 8. Lo psicosomático.

Probablemente, este es el capítulo del libro de Leiberman de Bleichmar, Bleichmar


y colaboradores que deja más preguntas que respuestas al lector. Nos introduce
en un tema muy importante y complejo que el psicoanálisis aborda desde diversas
perspectivas. Los autores realizan una puesta al día de los principales problemas
que se derivan de este campo clínico así como un recorrido histórico de dicha
disciplina que motiva al lector a continuar investigando sobre la compleja
interacción entre el cuerpo y la mente.

Con el tratamiento psicoanalítico de las enfermedades psicosomáticas ocurre algo


similar a lo acontecido cuando se aplica psicoanálisis a los trastornos de
personalidad, caracteropatías graves o psicosis: los psicoanalistas comunican
mejores resultados de los que quizás se obtienen en realidad empujados por el
deseo de que un concepto novedoso o una modificación a la técnica resulten
favorables. Sin embargo, sucede que algunos pacientes mejoran mientras otros
no, lo cual no parece depender de la severidad de la enfermedad psicosomática,
como tampoco en otros campos clínicos depende de la gravedad de la
psicopatología. Asimismo, de existir mejoría, no es fácil explicar los factores que
inciden en ella. La interpretación de los contenidos simbólicos en las fantasías
específicas demostró ser inaceptable para el tratamiento de las enfermedades
psicosomáticas. Más bien, la experiencia de los autores muestra que ayudar al
paciente a expresar fantasías alrededor de su enfermedad y las experiencias
tempranas en sus vínculos objetales pudiera estar relacionado con los resultados
favorables obtenidos (véase p. 251).

En cualquier caso, el campo de la psicosomática es aún más complejo para la


investigación psicoanalítica ya que naturalmente sobrepasa su territorio la
necesaria intervención de factores fisiopatológicos en la etiología de los
padecimientos psicosomáticos. Sin embargo, al reconocer que el estrés es un
agente causal que se asocia con la aparición de enfermedades físicas, los autores
recomiendan incluir en la práctica psicoanalítica un especial cuidado de la salud
física en pacientes que atraviesan por situaciones vitales estresantes, traumáticas
o de pérdida con fines preventivos. Para ello el analista explora en la sesión los
factores y hábitos del paciente que inciden en su salud, así como sus fantasías,
muchas veces narcisistas y omnipotentes, con respecto a su cuerpo. Lo anterior
tiende a favorecer que el paciente tome actitudes más realistas en relación con su
salud y su cuidado sabiendo, además, que el tratamiento y buen pronóstico de una
enfermedad médica depende de la oportunidad de realizar un diagnóstico precoz,
lo cual es posible en la medicina contemporánea (véase pp. 251-252).

El problema de lo psicosomático es asaz heterogéneo entre la amplia diversidad


de enfermedades y de estructuras psicopatológicas. La mayoría de los autores
que actualmente se ocupan del tema coinciden en considerar a la somatización
como un déficit de simbolización, probablemente relacionado con fallas maternas
en las relaciones de objeto tempranas y desorganizaciones del psiquismo lo cual
provoca que las experiencias emocionales no tengan representación (véase pp.
254-255).

En la revisión de la literatura psicoanalítica sobre este tema, los autores presentan


una síntesis de las contribuciones de Graeme J. Taylor; la escuela británica de
relaciones objetales, Winnicott, Bion, Meltzer y Bick; la escuela francesa de
psicosomática, Marty, Fain, De M'Uzan y McDougall; psicoanalistas
latinoamericanos, Liberman, Torres de Aryan, Baruj, Baruj de Solvey y Wolfberg;
psicoanalistas norteamericanos, Sifneos y Nemiah, así como los trabajos de Sami-
Ali.

Con base en el trabajo de Taylor, los autores describen el desarrollo histórico del
psicoanálisis en el campo de la psicosomática en el que destaca el giro conceptual
que psicoanalistas como Dunbar y Alexander imprimieron a las primeras ideas
sobre el tema. Estas consistían en la aplicación del modelo freudiano de las
psiconeurosis y el empleo del mecanismo de conversión para explicar, con un
aparente fundamento simbólico, el origen de estas afecciones. Ideas equivocadas
para aquellos que reconocieron, más bien, la naturaleza no simbólica de los
síntomas somáticos, siendo esta última perspectiva la que ha predominado desde
entonces aunque ha sido complementada con las ideas de numerosos autores
(véase pp. 255-263).

Otros conceptos que se revisan son el pensamiento operatorio (escuela francesa


de psicosomática) y alexitimia (acuñado por Sifneos y Nemiah). Con ellos, estos
autores, describen un funcionamiento psíquico desvitalizado, incapaz de
reconocer y comunicar estados emocionales y ocupado en los aspectos concretos
y utilitarios del mundo externo (véase pp. 263-266). Anteriormente se pensaba que
esta modalidad de funcionamiento mental se asociaba con frecuencia a
enfermedades psicosomáticas, lo cual otras investigaciones han puesto en
entredicho. Por ello, siguiendo a los autores, conviene mejor entender el concepto
de alexitimia como "una alteración no específica del procesamiento y la
experiencia de las emociones" asociada con una regulación muy precaria de los
estados emocionales internos y el funcionamiento fisiológico (p. 266).

También se revisan autores que, con otro enfoque, relacionan a las enfermedades
psicosomáticas con las psicosis. Tal es el caso de Sami-Ali y J. Baruj y N. Baruj de
Solvey quienes se basan en las ideas de Lacan acerca del ternario, la metáfora
del nombre del padre y el concepto de holofrase.

Capítulo 9. Diagnóstico y psicopatología.

En este capítulo, los autores polemizan sobre la importancia del diagnóstico clínico
para el psicoanálisis así como las entidades psicopatológicas de las que se ocupa
en su tratamiento. Para ello relatan cómo el psicoanálisis surge como una
disciplina orientada por el modelo médico de la cura y la enfermedad con lo que
tanto el diagnóstico clínico como la clasificación psicopatológica adquieren
relevancia para fundamentar los objetivos terapéuticos y los alcances y
limitaciones del método psicoanalítico. Esta es la época de Freud para quien fue
importante proponer una clasificación de las psiconeurosis (que, de hecho, fueron
varias) y un curso del tratamiento psicoanalítico que, en gran medida, dependía
del diagnóstico nosológico inicial. Bajo estas consideraciones, el psicoanálisis sólo
podía ser aplicado a las psiconeurosis (véase pp. 283-284).

Con el tiempo, y guiado por las escuelas posfreudianas más importantes, el


psicoanálisis se fue alejando de su origen médico y expandiendo sus fronteras
tanto hacia el tratamiento de otros cuadros clínicos como hacia diversas áreas de
investigación. Esta expansión, por un lado, enriqueció el cuerpo teórico del
psicoanálisis pero, por el otro, sus experiencias pocas veces favorables con
cuadros más graves que las psiconeurosis, lo obligaron a reubicarse y definir su
campo clínico de aplicación, sobre todo cuando la psiquiatría y la medicina
comenzaron su modernización acrecentando sus rangos de eficacia terapéutica.
En este sentido, el psicoanálisis abandonó su exagerada pretensión terapéutica,
en especial en cuanto a curación de las enfermedades, para mantener su finalidad
como promotor del cambio psíquico, para describir y comprender los significados
de la realidad psíquica independientemente de las manifestaciones
psicopatológicas (véase p. 286).

De acuerdo con las ideas anteriores, la aplicación de psicoanálisis no depende


entonces de la identificación de las entidades psicopatológicas lo que vuelve, en
consecuencia, irrelevante al diagnóstico nosológico, como lo sugieren los
psicoanalistas de las escuelas poskleiniana y francesa. Por su parte, los
psicoanalistas de la escuela de la psicología del yo intentaron zanjar los aspectos
contradictorios de la importancia del diagnóstico clínico diseñando, en su lugar,
diferentes criterios de analizabilidad para adecuar la prescripción de psicoanálisis
(véase p. 287).

Otros autores, a los que no les pesa sacrificar la precisión inicial del diagnóstico
clínico, citados por Leiberman de Bleichmar, Bleichmar y colaboradores, sugieren
más bien evaluar los distintos aspectos de la personalidad del paciente como
intereses y motivaciones, capacidad de introspección y deseo de
autoconocimiento —que son independientes de la psicopatología aunque en algún
sentido guarden relación con ésta— como elementos más confiables y predecibles
para decidir la aplicación de psicoanálisis (véase pp. 288-289).

El método psicoanalítico, a diferencia de los que busca el modelo médico, se


sustenta en la subjetividad y la experiencia individual del analista el cual confía en
el adecuado escrutinio de la transferencia y la contratransferencia para conocer a
su paciente. De este modo, el acto psicoanalítico difiere del acto médico por lo que
el diagnóstico psicoanalítico constituye más bien una hipótesis inicial que se irá
modificando con el devenir de la cura (véase p. 292).

Con respecto a la psicopatología psicoanalítica, los autores señalan la


imposibilidad de contar con categorías diagnósticas estrechas y definidas, al modo
de la práctica médica, lo cual tampoco es deseable para el psicoanálisis que no se
ocupa, como ya se explicó, de la curación de enfermedades, sino de favorecer el
crecimiento mental del individuo y cambios en la estructura de su personalidad. El
empleo de la nosología psiquiátrica por parte de los psicoanalistas ha constituido
hasta ahora un recurso de doble vía, pues si bien ayudó a la expansión de las
ideas psicoanalíticas, restringe las posibilidades y expectativas de lo que el
psicoanálisis podría llegar a hacer por el que lo solicite. Los psicoanalistas
norteamericanos, como nos lo muestra esta revisión, discuten la importancia de la
nosología psicoanalítica tomando como referencia la clasificación de
enfermedades psiquiátricas (DSM-IV) la que, no obstante sus defectos, ofrece una
visión integral de los aspectos diagnósticos (véase p. 299).

Para otros, el problema de la nosología psicoanalítica tiene más que ver con las
distintas descripciones que sobre el funcionamiento mental han propuesto los
mismos psicoanalistas, las cuales consideran, no tanto los aspectos
psicopatológicos, sino la disposición de los elementos metapsicológicos, a saber:
el predominio pulsional, la naturaleza de la angustia, la conformación del self, la
evolución libidinal, la interacción de las instancias psíquicas, el modo de relación
de objeto y las fantasías inconscientes entre otros (véase pp. 300-301).

Capítulo 10. Metapsicología. Modelos psicoanalíticos.

El último capítulo es una síntesis de las principales ideas de los autores y otros
psicoanalistas acerca del valor epistemológico de la metapsicología psicoanalítica
y la construcción de distintos modelos que han dado forma al pensamiento
psicoanalítico. Cada uno de los modelos propuestos a lo largo del desarrollo del
psicoanálisis lo ha enriquecido, sin duda, conceptualmente, pero también
contienen sus propias limitaciones y desventajas que restringen la posibilidad de
ampliar las perspectivas del analista.

El lugar de la metapsicología ha sido permanentemente cuestionado tanto por los


propios psicoanalistas como por pensadores de otros campos. Para unos, la
metapsicología es imprescindible —como lo fue para Freud— para crear un
ordenamiento sistemático con valor teórico de los datos provenientes de la clínica
y siguen considerando su utilidad en nuestros días; para otros, en cambio, la
metapsicología "está muerta o al menos en una fase terminal, sin esperanzas de
recuperación." (p. 304). Algunos, más moderados, sostienen la necesidad de
realizar modificaciones a la metapsicología, mientras que otros, más radicales,
atacan el fundamento epistemológico del edificio psicoanalítico.

Las críticas anteriores han llevado a la comunidad psicoanalítica a preguntarse


qué clase de disciplina es el psicoanálisis, si tiene cabida dentro de las ciencias
naturales o, más bien, se acomoda entre las disciplinas humanistas.
Los autores citan el trabajo de Robert Holt (1981), con el que exponen las
tendencias básicas con las que se ha intentado responder a la pregunta anterior
(véase pp. 304-305):

 El psicoanálisis es una ciencia natural. Hartmann y Peterfreund entre otros


pretendieron purgar al psicoanálisis de sus elementos metafísicos,
antropomórficos y anticientíficos.

 El psicoanálisis es una ciencia diferente de las ciencias naturales. Esta idea


fue sostenida por Merton Gill para quien el psicoanálisis podía ser ubicado
como una ciencia socioconductual.

 El psicoanálisis es una de las disciplinas humanísticas o


hermenéuticas. Home y Schafer proponen esta respuesta, con la que el
psicoanálisis no es una ciencia, en el sentido tradicional del término.

 El psicoanálisis es una combinación de ciencia natural y ciencia social. Idea


sostenida por Gedo, Pollock, Modell, Brenner y Wallerstein para quienes el
psicoanálisis es una disciplina mixta que combina su visión humanista con
el pensamiento científico, sus características subjetivas con las objetivas.

 El psicoanálisis se incluye en las teorías del lenguaje y la comunicación. En


este planteamiento se observan dos tendencias: aquella que considera al
lenguaje como un conjunto de reglas sociales definidas para expresar y
comunicar significado (Wittgenstein), y aquella otra que considera a la
mente como un mecanismo para procesar y transmitir símbolos (Wiener).

A final de cuentas Holt afirma que "no es tan importante especificar qué tipo de
ciencia debe ser el psicoanálisis, pues para la filosofía de la ciencia no existen
diferencias profundas entre las ciencias naturales y las sociales." (p. 305).

A continuación, los autores discuten con la bibliografía revisada la polémica sobre


si se debe considerar al psicoanálisis como una sola teoría o varias teorías. Para
ello sintetizan los argumentos tanto de una como de otra posturas (véase p. 306).

La relación entre teoría y modelo es también examinada con el artículo de Pinchas


Noy (1977), y en particular, la influencia de los modelos lingüísticos en la
construcción de la teoría psicoanalítica, tema tratado por Bonnie Litowitz y Norman
Litowitz (1977).

Finalmente, se citan los trabajos de Michael Moran (1991) y Vann Spruiel (1993)
quienes modelizan con los principios de la teoría del caos el funcionamiento de la
mente y sus perturbaciones aplicándolo a la comprensión psicoanalítica. Si bien,
éstas constituyen ideas muy atractivas y originales coinciden, en opinión de
Leiberman y colaboradores, con el pensamiento de Bion y Meltzer quienes
propusieron las ideas de vértice ycambio catastrófico así como la noción de
multidimensionalidad de la experiencia emocional respectivamente (véase pp.
317-319).

Para concluir, no resta sino decir que Las perspectivas del psicoanálisis es un libro
multifacético: aborda una serie de problemas contrastando diferentes ideas para
pensarlos; es profundo en el tratamiento de lo temas al mismo tiempo que su
apertura de enfoques no restringe su amplitud; es útil, por lo tanto, como texto
para el estudio exhaustivo y como libro de consulta por la gran cantidad de
conceptos que contiene y de referencias bibliográficas a las que el lector se puede
remitir para ampliar aún mas su acervo de conocimientos con nueva información.

Los temas estudiados en el libro no se agotan, por supuesto, con lo expuesto en


él. Antes bien, la idea es dejar la discusión abierta sobre aquéllos y otros más que
motive nuevas investigaciones, fomente la reflexión en nuestro campo y
enriquezca el diálogo psicoanalítico.

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