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“En el principio creó D-os los cielos y la tierra…” (Génesis 1:1)

Esta es, probablemente, la frase más famosa de toda la Biblia. Ha dado lugar a una gran cantidad de
discusiones, controversias, ilustraciones, textos e, incluso, obras musicales.

Pero pocas personas se han dado cuenta que hay otra frase similar que tiene, en esencia, el mismo
objetivo: “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados…” (Génesis 2:4).
Se trata del inicio de, literalmente, otro relato de la Creación.

No son dos relatos complementarios. Son dos relatos distintos, que narran la Creación del universo
y el hombre de dos maneras distintas, porque tienen dos objetivos distintos.

De este modo, lo que técnicamente muchos llaman “mitología hebrea” revienta la lógica de todas
las mitologías y se pone en una condición única: el objetivo no es ofrecernos una bitácora de lo que
sucedió en el principio –si se tratara de eso, sólo nos daría un relato–, sino un análisis de la
naturaleza del ser humano, bajo la presunción inicial de que el individuo y la sociedad deben
analizarse por separado.

No hay vuelta de hoja: el primer relato nos habla del hombre como sociedad, y el segundo del
hombre como individuo. Nótese la diferencia:

Primer relato: “Creo D-os al hombre a su Imagen, a Imagen de D-os lo creó; VARÓN Y HEMBRA los
creó” (Génesis 1:27).

Segundo relato: “Entonces Adon-i el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su
nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente… y dijo Adon-i el Señor: no es bueno que el
hombre esté solo; le haré ayuda idónea…” (Génesis 2:7 y 18).

La diferencia es clara: en el primer relato se habla de una creación colectiva, donde varón y hembra
surgen al mismo tiempo. Incluso, la redacción del texto no nos obliga a asumir que sólo fue creado
un varón y una hembra. La idea de una sociedad humana surgiendo al mismo tiempo en todo el
mundo es perfectamente posible.

En cambio, en el segundo relato es muy claro que se habla de la creación de un individuo. Por eso,
la imagen del “soplo del aliento de vida” en su nariz es la de D-os mismo, con aspecto antropomorfo,
inclinándose sobre su escultura de barro para soplar directamente sobre su nariz y, de ese modo,
darle la vida. La idea queda contundentemente demostrada cuando, más adelante, D-os mismo
decide que ese ser no debe vivir solo. Luego entonces, se trata de un individuo.

¿Por qué es tan importante tomar en cuenta esta difrencia? Porque es la clave para entender las
“contradicciones” entre los dos relatos de la Creación.

La más relevante es el orden de aparición de la vida.

En el primer relato, luego de crear los cielos y la tierra, la luz y las tinieblas, las luminarias mayores
y menores, a partir de Génesis 1:11 se nos narra cómo fue apareciendo la vida en la Tierra: primero
la hierba verde (versículo 11), luego la vida en los mares (versículo 20), luego en los cielos (idem),
luego en la tierra (versículo 25), y finalmente el ser humano (versículo 27).
En el segundo todo es exactamente al revés: primero se señala que D-os hizo las plantas y la hierba
del campo, pero que no nacieron de inmediato porque “todavía no había lluvia” (Génesis 2:5). Se
da a entender que estaban en estado latente. Luego es creado un hombre o varón (versículo 7);
luego, se planta el Huerto del Edén (versículo 8); acto seguido, aparece la vida vegetal, aunque sólo
se menciona la del Huerto (versículo 9).

Hasta ese punto, esa es TODA la Creación: un hombre y un huerto. NO EXISTE ABSOLUTAMENTE
NADA MÁS. Por eso es que D-os dice “no es bueno que el hombre esté solo” (versículo 18), y por
ello son creados las bestias del campo y las aves de los cielos.

Los defensores de la idea del pastiche (esa que dice que “los relatos se complementan”) tienen que
asumir que hubo dos etapas distintas en la creación de la vida animal: una anterior al hombre, y
otra posterior. Pero el texto bíblico NO NOS PERMITE semejante disparate, porque dice de modo
muy claro que DESPUÉS de haber creado al hombre, D-os creo “TODA bestia del campo y TODA ave
de los cielos” (KOL JAYAT VEET KOL OF, en el hebreo).

Dado que el hombre no encuentra allí su “pareja idónea”, entonces D-os procede a crear a la mujer.

La razón de todas estas contradicciones es que el primer relato analiza la naturaleza de la sociedad
humana, y el segundo analiza la naturaleza del individuo.

Y el análisis que hace en cada caso es, fuera de toda duda, una genialidad.

Vamos con el primer relato, el de la Creación de la Sociedad Humana. Si de entrada es EL PRIMER


RELATO, es porque el ser humano debe entender que antes que otra cosa es miembro de una
colectividad, y que sus intereses individuales deberán limitarse en función de los intereses
colectivos. Toda la ética posterior de la Torá está claramente enfocada hacia ese objetivo.
Ordenanzas como “no codiciarás las cosas de tu prójimo” tienen el definitivo propósito de disciplinar
el deseo de expansión individual para garantizar la estabilidad colectiva.

Por ello, el ser humano debe entender que NO FUE LO PRIMERO EN SER CREADO. Es decir: en este
relato, o en esta condición como sociedad, NO TENEMOS LA PREMINENCIA en la Creación. Fuimos
lo último en ser creado.

Antes que nosotros está la naturaleza. Se sienta, por lo tanto, la base de una conciencia ecológica.
Hay otro elemento relevante: el orden. Antes de nuestra existencia, había un orden marcado por D-
os mismo al distribuir su acción creadora en seis días. ¿Por qué, si estamos hablando de D-os, no fue
todo creado en un solo instante? Es D-os. Se supone que puede hacerlo.

“Sí, puede hacerlo, pero D-os hace las cosas con orden”, es lo que parece querer decirnos el texto.
Por lo tanto, el ser humano no surge en un ambiente anárquico o caótico. Surge en un mundo que
si acaso en su inicio estuvo en esa condición, ya fue ordenado por D-os mismo. El ser humano –
reitero: la sociedad– deben buscar, por lo tanto, el orden.

Se establece también el origen del conocimiento: “Haya lumbreras en la expansión de los cielos para
separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años” (Génesis 1:14).

Es un versículo descomunal, titánico, impresionante. Nos explica cuál es la naturaleza de la Ciencia


y del conocimiento humano.

La astronomía (o, en el lenguaje del Génesis, la posibilidad de entender las estaciones, los días y los
años) fue el origen de todo lo que hoy llamamos ciencia. La observación de los astros, en la
antigüedad, se volvió fundamental justamente para que las primeras sociedades –todas ellas
agrícolas– pudiesen medir correctamente las temporadas de siembra y cosecha y, con ello,
garantizar su sobrevivencia. Sin la capacidad para medir las estaciones y los años, el ser humano
probablemente hubiese desaparecido.

El estudio de la regularidad de los movimientos celestes fue lo que permitió al ser humano
desarrollar su inteligencia hasta los niveles de hoy.

Este versículo, por lo tanto, nos habla de la naturaleza de la ciencia. Nótese, entonces, que la ciencia
es mencionada en el relato de la sociedad humana, no en el del individuo.

¿Por qué?

Porque la ciencia, el conocimiento, DEBEN ESTAR AL SERVICIO DE TODA LA HUMANIDAD, no sólo de


una persona o un grupo.
Poner la ciencia como posibilidad privilegiada de unos pocos es violentar el objetivo con el que fue
creada por el Gran Científico.

Recordemos el momento en el que se redactó este relato: un poco después de terminado el exilio
en Babilonia, a inicios del siglo V AEC. Ezra y los escribas judíos que se encargaron de reconstruir
todo el patrimonio escritural del antiguo Israel para darle su forma definitiva a la Torá, habían
conocido en Babilonia lo mejor de lo mejor de la ciencia astronómica. Pero seguramente también
habían visto como esa ciencia estaba al servicio de una clase gobernante, no al servicio de toda la
gente.

Por eso, esta idea es revolucionaria y sin parangón: la ciencia como patrimonio de toda la
humanidad.

En el otro extremo de la creación, aparece el complemento de la ciencia: la religión. Después de


crear todo lo que debe existir en un mundo ordenado y ordenable, aparece uno de los versículos
más hermosos del texto bíblico, fundamental en la religión judía: “Fueron, pues, acabados, los cielos
y la tierra y todo el ejército de ellos. Y acabó D-os en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día
séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo D-os al día séptimo y lo santificó, porque en él reposó
de toda la obra que había hecho en la creación” (Génesis 2:1-3).

Se trata de la primera expresión que tiene un perfil eminentemente religioso, que implica la
observancia de una prescripción a partir de una idea vínculada con lo sagrado.

Es interesante notar que la idea no es que “D-os hizo toda la creación en seis días”, y luego “reposó
en el séptimo día”. El texto dice que “acabó D-os en el día séptimo la obra que hizo”. Es decir: el
reposo es parte de la obra de la Creación.

De ese modo, el texto nos deja en claro que la naturaleza de la religión no es decorativa o
meramente funcional. La vida religiosa es una parte inherente al mundo y su orden. Por lo tanto,
una sociedad completa y cohesionada es una sociedad religiosa.

Pero igualmente interesante es notar que lo religioso no queda determinado por lo cultual ni, mucho
menos, por lo teológico. Es decir: D-os no pide doración en este momento, ni templos ni sacrificios.
La base de la religión no es, por lo tanto, las construcciones rituales o litúrgicas.
La base de la experiencia religiosa necesaria, indispensable para la humanidad es, en este momento
de la Creación, la capacidad para distinguir entre la santidad especial del séptimo día y la
laboriosidad propia de los otros seis días. Si reducimos esa idea a sus contenidos básicos, se trata
de la capacidad de entender que cada detalle de la vida tiene un momento y un lugar.

Entonces, la religión tiene ese objetivo: educar al ser humano, darle los referentes adecuados para
que entienda el sentido de la existencia.

Nótese cómo nada de esto se menciona en relación a la ciencia, a la observación de las luminarias
de los cielos.

Del mismo modo, nótese cómo en este momento de santificar el séptimo día se menciona nada
relacionado con el conocimiento del cosmos.

Nuestra información sobre el Universo DEBE VENIR DE LA CIENCIA, no de la religión.

El sentido de nuestras existencias DEBE APRENDERSE EN LA EXPERIENCIA RELIGIOSA, no en los libros


de ciencia.

Así es el ideal de la sociedad humana según el texto bíblico.

Una humanidad que entiende su lugar como parte de una Creación que también incluye a los demás
seres vivos. De hecho, que COMENZÓ con los demás seres vivos.

Una humanidad que entiende que la ciencia es un patrimonio de todos y que, por lo tanto, sus
resultados DEBEN BENEFICIAR A TODOS.

Una humanidad que aprovecha la experiencia religiosa para entender el sentido mismo de la
existencia.

Y, sobre todo, una humanidad que entiende que la conciencia ecológica, la ciencia y la religión son
dinámicas COLECTIVAS, no individuales. Deben entenderse, aplicarse y aprovecharse EN EL
CONTEXTO DE LA COLECTIVIDAD.
¿Qué hay respecto al individuo y sus características y necesidades?

El texto bíblico, extendiendo su genialidad, lo analiza en el segundo relato de la Creación. A


propósito, marca una serie de diferencias irreconciliables con el primero, justamente para dejar en
claro que la lógica con la que se analiza al individuo es totalmente distinta a la que se usa para
analizar a la sociedad.

Es decir: que vivimos en una permamente tensión entre lo que deseamos como individuos y lo que
necesitamos como sociedad.

Sin duda, esa tensión estaba muy presente en la mente de Ezra y su grupo de escribas, enfrentados
a que muchos judíos se habían establecido bien económicamente en Babilonia y no tenían
intenciones de regresar a Judea.

Había, entonces, que explicarles por qué es más importante reforzar al grupo antes que satisfacer
al individuo.

La próxima semana continuaremos con el análisis del segundo relato de la Creación, un brillante
análisis de la naturaleza del ser humano en su identidad propia, única, individual.

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