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Las siguientes páginas son simplemente el fruto de una reflexión personal en la que
he tratado de conciliar diferentes perspectivas: En primer lugar, la de una persona que vive
inmersa en la cultura occidental, y que en su cotidiana rutina diaria percibe las ventajas e
inconvenientes de esta sociedad. En segundo lugar, desde el enfoque de una profesional de
la filosofía (si se me permite la expresión) que, por una parte, intenta analizar críticamente
la situación del hombre actual, sus problemas y las causas más profundas que los han
originado, y que, por otra parte, comprueba que la filosofía actual no sólo no da respuesta a
esos problemas sino que, en buena medida, es responsable de los mismos. Por último,
desde la experiencia de una profesora, cuya docencia y contacto directo con los alumnos le
hace constatar día a día la urgente necesidad de una filosofía que responda a las
inquietudes y preguntas de muchos jóvenes y, lo que es más importante, lleve a muchos
otros a planteárselas.
A sus tres famosas preguntas de la Crítica de la razón pura ("¿qué puedo conocer?,
¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar?")1, Kant añade una cuarta en la Lógica: "qué es el
hombre?", y las comenta así: "A la primera responde la metafísica, a la segunda la moral, a
la tercera la religión y a la cuarta la antropología. En el fondo se podría atribuir todo a la
antropología porque las tres primeras preguntas se refieren a la última"2. Ciertamente, a
pesar de la distinción entre las diferentes disciplinas filosóficas que ya hemos comentado,
todas ellas se ordenan a que el hombre alcance la verdad acerca de sí mismo, su propia
verdad. El problema que más interesa al hombre es el problema de sí mismo, del
significado de su propio ser. La pregunta sobre el hombre abraza la existencia humana en
su totalidad de conocer, decidir y esperar; el interés de la razón humana no se refiere
únicamente al saber teórico, sino también, y sobre todo, al obrar y al esperar del hombre.
1 KANT, I., Kritik der reinen Vernunft, B, 883, en Kant's Gesammelte Scriften, Georg Rimer, Berlín, 1904,
vol. III, pp. 533-523.
2 KANT, I., Logik, en Kant's Gesammelte Schriften, op. cit., vol. IX, p. 25.
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proyectándose con la inteligencia y la imaginación hacia él. Ciertamente, el hombre no es
omnisciente y nuestro saber acerca del futuro es bastante reducido, por lo que proyectarse
hacia el futuro conlleva cierta inseguridad. Sin embargo, sólo de este modo el hombre
aprende: cuando el futuro se hace presente, podemos catalogar nuestras ideas y acciones
como aciertos o errores, y pasan a formar parte de eso que llamamos experiencia. Y esta
última consideración nos lleva a un segundo modo de superar el tiempo que consiste en
guardar memoria del pasado. La memoria no repite exactamente el pasado, sino que
selecciona y conserva lo importante. Nos permite engrosar el presente con el pasado de
manera que este último no se pierda, y no estemos siempre empezando, sino respaldados
por la experiencia vivida. Por ello afirmamos que la historia es magistra vitae. Pero para
que el pasado pueda enseñarnos una lección de futuro es imprescindible analizar y partir
del presente. Estas directrices o notas (llamémoslas "temporales"), junto con la
recomendación a los filósofos de Tomás de Aquino3 de considerar en un principio todas
las dificultades y posteriormente tratar ordenada y universalmente de la verdad, van a
marcar el esquema o estructura de la exposición.
El hombre actual vive inmerso en una situación cultural que, en gran medida, viene
determinada a nivel mundial por la marcha de la cultura de Occidente4. Esta cultura
occidental vive hoy un tiempo de profunda e inevitable crisis. En principio ello no debería
alarmarnos, ya que la historia está jalonada de períodos de crisis que simplemente señalan
que ciertas convicciones han perdido su firmeza o valor y necesitan ser renovadas.
Ciertamente la situación actual es compleja, ya que la crisis se manifiesta en muy
diferentes órdenes y tiene su causa en diversos factores interrelacionados entre sí y que
exigen una solución conjunta. En este sentido, los problemas centrales de la cultura
presente no son otros que los del hombre de todos los tiempos, pero ha variado
substancialmente el modo de afrontarlos y las posibilidades de darle una solución. Así
pues, la verdadera dificultad no está simplemente en los problemas, sino en el desfase o
falta de adecuación entre los problemas y la actitud que el hombre actual adopta ante los
mismos: en muchas ocasiones el hombre no afronta en sentido propio la situación y ello
hace que se sienta arrastrado por el acontecer, y que se suscite en él la decepción, el
derrotismo, la apatía.
El mito del progreso que había inspirado la historia moderna de Occidente, está
sufriendo en la postmodernidad un debilitamiento. Esta gran esperanza en el porvenir se
fundamentaba en la confianza en la ciencia moderna: el descubrimiento de saberes y su
aplicación técnica universal mejoraría la organización social, las condiciones de vida y, en
general, la situación de la humanidad. Ciertamente, dentro de los elementos positivos de la
sociedad actual es indudable que el extraordinario avance de la ciencia es quizás "la mayor
y más impresionante tarea común de la humanidad, en la que participa hoy por igual toda
la comunidad científica mundial"5, junto con el consiguiente perfeccionamiento del
sistema tecnológico que ha aumentado el bienestar, la calidad y la esperanza de vida hasta
extremos que las generaciones pasadas no podían ni imaginar.
4No obstante debemos precisar que, evidentemente, no podemos hacer extensiva a toda la
humanidad la trayectoria y situación actual de Occidente.
5 YEPES, R., Fundamentos de antropología. Un ideal de la excelencia humana, Pamplona, Eunsa, 1996, p.261.
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Sin embargo, algunos de los teóricos actuales de la ciencia señalan que la ciencia
no garantiza el cumplimiento de las esperanzas que se han depositado en ella, ya que si
bien toda explicación científica es falsable, la ciencia no ofrece ninguna explicación que
indique cómo éstas pueden ser substituidas una vez falsadas. No existe, pues, ningún
criterio de substitución ni de avance, sino que éste depende únicamente de algo tan poco
predecible o programable como el talento o genialidad humana en la resolución de los
problemas6. Por otra parte, debemos tener en cuenta que la ciencia moderna y su
pretensión de conocer toda la realidad con una exactitud matemática sólo podrá dar una
imagen del mundo incompleta, reduccionista y parcialmente real; ya que la realidad nunca
podrá expresarse totalmente en cifras, pues estas sólo expresan magnitudes y la magnitud
es únicamente un aspecto mínimo de las cosas. En definitiva, la capacidad de cuantificar
constituye el éxito de la ciencia, pero también su limitación.
En definitiva, toda actividad humana presenta un aspecto técnico y otro moral, por
lo que las inmensas y positivas posibilidades que la civilización técnico-industrial ofrece al
hombre están llenas de ambigüedad, y ello hace que hoy en día no podamos mirar el
progreso científico y técnico con la misma ingenua superficialidad que era característica en
el siglo pasado. En este contexto no podemos menos que recordar las palabras de Miguel
Delibes en su discurso de ingreso a la Real Academia:
8 Cf. TOMAR, F., Persona y amor. El personalismo de Jaime Bofill, Barcelona, PPU, 1993, pp. 23-24.
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Hoy, en los inicios del siglo XXI, el tema del hombre parece ser fundamental en
nuestra sociedad. Se habla y se reivindica la dignidad de la persona, de los derechos
humanos, etc. Pero, lamentablemente, la mayoría de las veces todo esto se queda en pura
teoría, en hueca palabrería que oculta una realidad muy diferente. Además, el valor
fundamental y dignidad de la persona no sólo se ven amenazados en nuestros días por la
técnica, sino en ocasiones también por el despotismo de los estados, o la manipulación más
sutil de los medios de comunicación.
Nuestra sociedad es también muy individualista: no sólo distingue sino que separa
completamente las esferas pública y privada. El hombre actual se siente solo,
desamparado, pero su soledad no es fruto del conflicto con los demás hombres, sino que es
producto de la mutua indiferencia. La indiferencia es lo que caracteriza principalmente a
esta sociedad materialista, carente de convicciones, utilitaria y pragmática, en la que casi
todo se juzga en función de su valor material y utilidad práctica. Elevar la indiferencia a
tónica social es la destrucción de la sociedad, porque es la negación del hombre en el que
la relación interpersonal es una exigencia de su propia naturaleza.
Quizás lo más grave de toda esta situación es que difícilmente podrá el hombre
solucionar estos problemas porque en la mayoría de los casos no es consciente de los
mismos. La absolutización del poder económico y del poder político conlleva la
utilización de la manipulación en sus fines, presentando lo falso como verdadero, lo
negativo como positivo, lo degradante como beneficioso, o viceversa. El "pan y circo" de
los romanos ha evolucionado a formas más sutiles y exitosas de manipulación que nos
ahorran el esfuerzo y el tiempo de pensar por nosotros mismos. La verdad ya no viene
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impuesta por la realidad, sino que es algo externo, prefabricado de acuerdo con
determinados intereses, e introducido tan sutilmente en nuestras vidas y mentes que han
pasado a formar parte de nuestra propia e incuestionable realidad.
Esta forma de vivir el tiempo hace que el hombre actual pase por la vida pero, en
muchos de los casos, sin vivirla. Es decir, este febril hacer por hacer supone una
acumulación de hechos, de actos, pero no supone un incremento de la experiencia
personal, ya que el ritmo de la acción no está adaptado a la capacidad de atención y
asimilación de los resultados. De esta manera, la mayoría de las cosas que hacemos no
suponen un enriquecimiento de nuestra persona, de nuestra experiencia propia y real, ya
que no existe una visión global y coherencia que las incorpore al conjunto de nuestra vida
y tarea. Todo ello va en detrimento de nuestra personalidad, ya que frecuentemente no nos
reconocemos a nosotros mismos en lo que hacemos, en nuestro obrar, pues buena parte de
nuestras realizaciones no son expresión verdadera de nuestra interioridad9.
9 Cf. YEPES, R., Fundamentos de antropología. Un ideal de la excelencia humana, op. cit., pp. 406-408.
11 HESCHEL, A.J., God in search of man, New York, Strous & Giroux, 1955.
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paradoja del desconocimiento del orden personal del ser humano. Y ésta es la situación ya
denunciada por Max Scheler12, y comentada con agudeza por Heidegger13: sabemos
mucho más que en las épocas anteriores acerca del hombre, pero ignoramos más que
nunca su verdad.
Llegados a este punto cabe preguntarse dónde está el origen, las causas de esta
situación que hemos descrito en su orden práctico. Aun a riesgo de simplificar la cuestión,
podríamos decir que, en el plano teórico, los responsables de esta situación son la ciencia y
la filosofía modernas:
12 "En la historia de más de diez mil años somos nosotros la primera época en que el hombre se
ha convertido para sí mismo radical y universalmente en un ser "problemático": el hombre ya no sabe
lo que es y se da cuenta de que no lo sabe. Solamente haciendo tabla rasa de todas las tradiciones
referentes a este problema, contemplando con sumo rigor metodológico y con extrema maravilla a ese
ser que se llama hombre, se podrá llegar nuevamente a unos juicios debidamente fundamentados"
(SCHELER, M.,Philosophische Weltanschauung, Bonn, 1929, p. 62; Id., Die Stellung des Menschen im
Kosmos, Bonn, 1928, p. 13).
13"Ninguna época ha sabido conquistar tantos y tan variados conocimientos sobre el hombre como la
nuestra... Sin embargo, ninguna época ha conocido al hombre tan poco como la nuestra. En ninguna
época el hombre se ha hecho tan problemático como en la nuestra" (HEIDEGGER, M., Kant und das
Problem der Metaphysik, Frankfurt, 1951, p. 189).
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una difícil, pero necesaria, reeducación de las generaciones actuales y una profunda
renovación del sistema educativo dirigido a las futuras. Por todo ello, haciéndonos eco de
las palabras de A. Lobato, debemos afirmar que "hoy es necesaria una desmitificación de
la ciencia y de la técnica, y un retorno a la comprensión de otros niveles de la realidad,
sobre todo al nivel de la trascendencia y del espíritu, sin el cual nada humano tiene
solución"14.
16En definitiva, se trata de la versión moderna de la hybris griega y el "ser como dioses" del Génesis: "El
hombre actual se siente un nuevo Prometeo, aunque luego no vaya más allá de Sísifo o Narciso."
(LOBATO, A., El pensamiento de Tomás de Aquino para el hombre de hoy, op. cit., p.80).
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realización auténtica del hombre. La reflexión antropológica sistemática y la
iluminación de la existencia humana, en este momento de su historia, constituirán
entonces un verdadero servicio al hombre"17.
Hasta ahora no era estrictamente imprescindible una concepción del hombre para la
tarea educativa, ya que en cada sistema o configuración sociocultural estaba vigente una
concepción del mundo que, implícitamente, engloba al hombre y sus diferentes relaciones.
Sin embargo, la situación actual se caracteriza precisamente por una concepción del
mundo inconsistente y fragmentaria, y ello conlleva en el hombre una crisis de identidad
en el plano existencial autoconsciente: El hombre actual tiene la conciencia de estar
perdido y, en el peor de los casos, está perdido sin tener conciencia de ello. Ante esta
situación, ya no resulta simplemente conveniente, sino máximamente necesaria una
concepción filosófica del hombre, y no sólo para la tarea educativa, sino también para la
tarea de ser hombre, ya que no se puede ser sin en cierta medida saberse18.
Sin embargo, no resulta suficiente mostrar que las expresiones técnicas de los
filósofos tienen su correlato en expresiones del lenguaje ordinario, sino que es preciso
demostrar que no existe escisión entre la filosofía y la vida. Por tanto, una urgente tarea a
realizar consiste en demostrar que buena parte de los problemas filosóficos son problemas
de la vida ordinaria humana. En un mundo donde prevalece la acción, el "hacer por hacer"
o "el hacer en el menor tiempo posible", es comprensible que la filosofía sea descalificada
y se la considere una pérdida de tiempo, algo inútil, ineficaz o improductivo, ya que
erróneamente es concebida por la mayoría como un simple "pensar por pensar". Sin
embargo, la auténtica filosofía no implica un "pensar por pensar", no es un pensamiento
estéril puramente formalizado, sino que supone un "pensar para hacer" y "un hacer
habiendo pensado". Así pues, el conocimiento filosófico es mucho menos teórico de lo
que se piensa, ya que alcanza verdades que afectan y comprometen a toda la conducta
humana23. La filosofía no es una actividad extrínseca, ajena a la vida, sino al servicio de la
17GEVAERT, J., El problema del hombre (Introducción a la antropología filosófica), Salamanca, Ed. Sígueme,
1995, 10? edic., p. 13.
18 Cf. CHOZA, J., La realización del hombre en la cultura, Madrid, Rialp, 1990, pp. 225-245.
20 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Veritate, Summa Theologiae, I, qq. 109 ss.
21La claridad de la expresión puede ser identificada con la claridad del pensar pues, como afirmaba
N. BOILEAU en sus Pensamientos, "lo que se concibe bien, se enuncia claramente".
23 "Nada pues de vivir y después filosofar, sino vivir en profundidad filosofando, y filosofar en
profundidad viviendo entusiasmadamente lo que se filosofa" (BASAVE FDEZ. DEL VALLE, A., "Hacia
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misma: La reflexión filosófica tiene su arranque o punto de partida en la propia vida, en la
experiencia vital y sus conclusiones inciden sobre ella. Se trata, pues, de un camino de ida
y de vuelta.
Por otra parte, la nueva antropología tiene que ser capaz de mostrar el auténtico
rostro del hombre, con todo su valor y dignidad, y ello exige explicar al hombre sin
renunciar a la trascendencia. El hombre, como unión substancial de cuerpo y alma, está
constituido esencialmente por una materialidad y una espiritualidad cuyos presupuestos,
relaciones e implicaciones deben ser claramente explicitados y demostrados. En este
sentido, y dentro del ámbito filosófico, la nueva antropología no puede desarrollarse al
margen de las otras disciplinas filosóficas, fundamentalmente la metafísica, la gnoseología
o la ética, ya que están intrínsecamente relacionadas: La ética no puede determinar la
moralidad de los actos humanos sin conocer previamente la realidad del sujeto que los
realiza, de la misma manera que estaría incompleta una antropología que no incluyese la
vertiente del obrar humano. De hecho, la crisis ética actual tiene su origen en la previa
crisis antropológica. La gnoseología no analiza genéricamente el conocimiento, sino la
posibilidad y características del conocimiento humano, cuya dimensión intelectual es
propia y exclusiva del hombre. Por su parte, la metafísica no substituye a la antropología,
ya que la dimensión personal del ser humano escapa al planteamiento del ente "en cuanto
ente", pero como "ciencia de los primeros principios y causas", la metafísica proporciona a
la antropología la base o fundamento desde la que abordar los principios constitutivos
últimos o aspectos fundamentales del ser del hombre.
una filosofía integral del hombre", en Espíritu, XLIII (1994), pp.21 s). Esta adecuación entre vida y
pensamiento es la coherencia, que alguien calificó como fuente de felicidad, y cuya negación es la pura
hipocresía y falsedad.
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Las pautas ofrecidas para esta nueva filosofía, que pretende subsanar los errores de
la filosofía moderna, suponen una actualización de los clásicos. Ello no implica un
"retorno al pasado", sino simplemente desarrollar y completar la filosofía de inspiración
clásica: "recuperar la secular certeza del hombre, pensarla de nuevo hasta el fondo y
enriquecerla con todas las nuevas interpretaciones"24.
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y objeto, pero no para la auténtica filosofía que, desde las palabras, trasciende a su
significación o concepto y, dentro de estos, es capaz de distinguir entre lo que es
accidental y lo que es esencial. Por otra parte, ni empirista ni racionalista, y consciente
de las ventajas y limitaciones de su propio objeto y método, el verdadero filósofo no
pierde de vista los diferentes planos de una realidad compleja, rica y variada, cuya
existencia no niega simplemente por no tener una experiencia actual concreta o por
carecer del patrón conceptual adecuado; ni se limita a "etiquetar" conceptualmente a
priori. El auténtico filósofo no es aquel que "comercia" con la verdad ni aquel que la
"hipoteca"; tampoco es el "soberbio" que, revestido de erudición, únicamente pretende
tener razón. Filósofo es aquel que, con apertura y humildad, busca alcanzar una verdad
que pretende, no imponer, sino compartir en un mutuo enriquecimiento.
Curiosamente -tal vez no tanto- el verdadero filósofo casi siempre "navega contra
corriente". Quizás sea porque al analizar la realidad desde sus aspectos últimos o más
profundos, sus conclusiones la mayoría de las veces no coinciden con las de todos aquellos
que se conforman con observar el nivel más aparente o superficial. Al contrario de lo que
sucede en casi todas las actividades o profesiones, cumplir con su obligación y vocación
no le garantiza al filósofo el reconocimiento o "éxito profesional", más bien sucede al
contrario. Pero esa lección ya nos la dejó un auténtico filósofo, Sócrates. Acusado de
"corromper a la juventud" y de "no creer en los dioses de la ciudad", fue condenado a una
muerte injusta, de la que podría haberse librado, pero que asumió porque según sus propias
palabras: "Es preferible sufrir la injusticia a cometerla". Sus enseñanzas, vida y muerte nos
muestran su éxito personal, el éxito de la filosofía.
La doble misión del filósofo consiste en despertar esa inquietud que algunos
tenemos dormida y otros hemos acallado en nuestro interior, así como ser compañero y
guía de ese viaje de ida y vuelta en la búsqueda del conocimiento de la realidad.
Fundamentalmente, en ello consiste la actual responsabilidad social del filósofo y de la
filosofía que, por otra parte, corresponde a su vocación primigenia u originaria. No
obstante, también parece conveniente señalar que la sociedad y la política que la rige,
tienen asimismo una responsabilidad frente a la filosofía. Tal vez la solución a la
incomprensión de la filosofía se produzca cuando todos comprendamos su necesidad y,
desprendiéndonos de ciertas creencias postmodernas, volvamos a confiar en nuestra razón
y su posibilidad de obtener un conocimiento limitado pero real. Kant afirmó (y muchos
han repetido después de él) que "no se aprende filosofía, sino a filosofar". Ahora bien, para
comprobarlo o intentarlo se necesita, como mínimo, la oportunidad. En relación con estas
"incomprensiones" o injustos agravios a la filosofía revestidos o no de pseudorazones,
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podemos recordar ejemplos antiguos: la condena a muerte de Sócrates por "corromper a
los jóvenes y no creer en los dioses de la ciudad", o la huida de Aristóteles de Atenas
"para que los atenienses no pecaran por segunda vez contra la filosofía". También vienen a
nuestra mente ejemplos más actuales: la progresiva desaparición de la filosofía en las
enseñanzas medias, así como el destierro de las humanidades en general, y de la filosofía
en particular, de los planes de estudio universitarios.
No quisiera concluir este breve escrito sin una referencia a Platón, ese clásico no
siempre unánime ni adecuadamente interpretado, pero del que directa e indirectamente se
ha nutrido nuestra cultura y civilización. El esclavo del mito de la Caverna26, rompiendo
sus cadenas, sube de la oscuridad a la luz del sol y queda obnubilado por ella: la
iluminación es tan fuerte que no ve, pero se percata de que existe una realidad distinta a la
que siempre ha tenido por verdadera. Ese esclavo liberado, el sabio (porque ha
experimentado y "ha sabido" ver la luz, captar la verdadera realidad, ese otro saber que es
el auténtico saber, pues cuando el hombre reconoce que no sabe empieza a intuir algo de la
verdadera sabiduría) no puede en conciencia renunciar a compartir con sus compañeros de
cautiverio dicha contemplación. Cegado aún por la luz del sol, sabe que sus argumentos
incluso resultarán más torpes a la hora de transmitir una experiencia que es, en sí misma,
difícilmente comunicable. Pero aún así regresa para exhortarles a que sigan sus pasos,
salgan de la cueva y contemplen por sí mismos la más pura y auténtica realidad, esa verdad
que les liberará. Sus compañeros no sólo no le hicieron caso, sino que convirtieron su
mensaje en objeto de burla y acusaciones varias.
Quizás resulte difícil de comprender pero parece que, en cualquier ámbito, lugar y
época los "libertadores" son molestos y una seria amenaza no sólo para el orden
establecido, sino para una gran mayoría que vive cómodamente, ya no atada, sino aferrada
a unas cadenas que le ofrecen seguridad y confianza. Todos tenemos nuestras ataduras o
cadenas particulares, asumidas como tales o no. Cuando han hecho o hemos hecho de una
verdad limitada la Verdad, cuando las piezas que poseemos de nuestra realidad particular
parecen encajar y nos permiten explicar el mundo, "de sombras", ciertamente, pero que no
reconocemos como tal, ¿qué necesidad tenemos de asumir el esfuerzo y el riesgo que
supone e implica esa supuesta liberación de la que, en el fondo, recelamos?
Lamentablemente, la respuesta es que no sentimos ninguna necesidad porque ni tan
siquiera la concebimos como tal. A pesar de todo, a lo largo de la historia muchos hombres
han acometido esa empresa -tal vez algunos piensen que por temeridad o locura-, aunque
personalmente prefiero pensar que ha sido por el compromiso personal, social y moral de
ese "amor a la verdad" que siempre es valiente, abierto, sincero, humilde y fiel.
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PLATÓN, República, VII, 514 a - 518 e.
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