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DECLARACIÓN
PARA SALVAGUARDAR LA FE
DE ALGUNOS ERRORES RECIENTES
SOBRE LOS MISTERIOS DE LA ENCARNACIÓN Y LA TRINIDAD
La segunda Carta a los Corintios termina con esta fórmula admirable: «La gracia
de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo
esté con todos vosotros»[11]. En el mandato de bautizar, según el Evangelio de
san Mateo, se nombran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como los tres que
pertenecen al misterio de Dios y en cuyo nombre deben ser regenerados los
nuevos fieles [12]. Finalmente, en el Evangelio de san Juan, Jesús habla de la
venida del Espíritu Santo: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré del Padre,
el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de Mí»[13].
7. Por lo tanto, sobre las verdades que la presente declaración defiende, es deber
de los Pastores de la Iglesia exigir la unidad en la profesión de fe de su pueblo y,
sobre todo, de aquellos que, en virtud del mandato recibido del Magisterio,
enseñan las ciencias sagradas o predican la palabra de Dios. Este deber de los
Obispos forma parte del oficio a ellos confiado por Dios de «conservar puro e
íntegro el depósito de la fe», en comunión con el sucesor de Pedro, y de
«anunciar incesantemente el Evangelio»[21]; por este mismo oficio están
obligados a no permitir en modo alguno que los ministros de la palabra de Dios
se aparten de la sana doctrina y la transmitan corrompida o incompleta[22]; el
pueblo, en efecto, que está confiado a los cuidados de los Obispos y «del cual»
ellos «son responsables ante Dios»[23], goza del «derecho imprescriptible y
sagrado» de «recibir la palabra de Dios, toda la palabra de Dios, de la que la
Iglesia jamás ha cesado de adquirir un conocimiento cada vez más
profundo»[24].
Los fieles, por su parte –y sobre todo los teólogos, a causa de su importante
oficio y de su necesario servicio en la Iglesia–, deben profesar fielmente los
misterios que se recuerdan en esta declaración. Además, mediante la acción y la
iluminación del Espíritu Santo, los hijos de la Iglesia deben prestar su adhesión a
toda la doctrina de la Iglesia, bajo la guía de sus Pastores y del Pastor de la
Iglesia universal[25], «de manera que, al conservar, practicar y profesar la fe
transmitida, estén de acuerdo los Obispos y los fieles»[26].
[4] Cf. Conc. Vaticano I, Const. dog. Dei Filius, cap. 4: DS 3020.
[5] Missale Romanum (Typis Polyglottis Vaticanis, 1970) 389: DS 150. Cf.
también Conc. de Nicea I, Símbolo: DS 125s.
[9] Cf. Lumen Gentium 2, 3; Dei Verbum 2, 3; Gaudium et Spes 22; Unitatis
redintegratio 12; Christus Dominus 1; Ad Gentes 3. Ver también Pablo
VI, Solemne Profesión de Fe, n. 11: AAS 60 (1968) 437.
[18] Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, cap. 4, can. 3: DS 3043. Cf. Juan
XXIII,Alocución en la inauguración del Concilio Vaticano II: AAS 54 (1962)
792; Gaudium et Spes 62. Ver también Pablo VI, Solemne Profesión de Fe, n. 4:
AAS 60 (1968) 434.
[19]Cf. 1 Jn 4,9s.
[21] Cf. Pablo VI, Exhort. apost. Quinque iam anni: ASS 63 (1971) 99.
[22] Cf. 2 Tim 4,1-5. Ver también Pablo VI, ibíd.: 103. Cf. También Sínodo de los
Obispos (1967); Relatio Commissionis Synodalis constitutae ad examen ulterius
peragendum circa opiniones periculosas et atheismum, II, 3; De pastorali
ratione agendi in exercitio Magisterii (Typis Polyglottis Vaticanis, 1967) 10s
(L’Osservatore Romano 30/31-10-1967, 3).
[25] Cf. Lumen Gentium 12, 25; Sínodo de los Obispos (1967) Relatio
Commissionis Synodalis..., II, 4: De theologorum opera et responsabilitate, p. 11
(L’Osservatore Romano, l.c.).