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CAPÍTULO 14

El capítulo 13 nos dejó con un mal gusto de boca, pues los santos parecían allí estar bajo el signo de
la derrota, pero el capítulo 14 se abre con datos más esperanzadores: I. Tenemos de nuevo al Cordero,
ahora en Sion y con su escolta personal (vv. 1–5). II. Aparece luego en lo más alto del firmamento, esto
es, en el cenit, un ángel que proclama el Evangelio eterno (vv. 6, 7). III. Aparece después en el mismo
lugar otro ángel que anuncia anticipadamente la caída de la Gran Babilonia (v. 8). IV. Un tercer ángel,
desde el mismo lugar, anuncia lo que les va a suceder a los adoradores de la Bestia (vv. 9–12). V. Como
en una especie de paréntesis, anuncia Juan la bendición que les espera a los que, desde entonces en
adelante, mueran en el Señor (v. 13). VI. Finalmente, tenemos el relato detallado de una cosecha
especial (vv. 14–16) y de las uvas prestas a ser pisadas en el lagar de la ira de Dios (vv. 17–20).

Versículos 1–5
La nueva visión que en estos versículos se nos refiere «nos pone ante los ojos, como en una brillante
hipotiposis, un cuadro de serenidad» (S. Bartina, ob. cit., pág. 748). Vemos primero (v. 1) los personajes
en escena. Vemos después (vv. 2, 3) lo que hacían. Finalmente (v. 4, 5), se nos da una descripción
metafórica del carácter de los que forman esta especie de escolta personal del Cordero.

1. Dice el versículo 1 en la NVI: «Luego miré, y allí estaba ante mis ojos el Cordero, de pie sobre el
monte Sion, y con Él 144.000 que tenían su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes».

(A) En cuanto al «Cordero», sólo necesitamos fijarnos en el detalle de que «estaba de pie», como en
5:6, lo cual, en este contexto, no sólo significa que estaba vivo, después de haber estado muerto (comp.
con 1:18), sino también, en mi opinión, como un general en jefe, rodeado de su Estado Mayor.

(B) En cuanto al «monte Sion», hay autores (Bruce, Ryrie, Grau, Hendriksen, W. Smith, etc.) que, a la
vista de Hebreos 12:22, lo identifican con el cielo. Lo mismo sostiene Davidson, quien piensa que,
probablemente, se hallan allí después de haber sufrido el martirio, y ve en 12:17 una indicación de ello.
Sin embargo, otros autores (Bartina, Walvoord) tienen por seguro que se trata de la Sion terrenal,
Jerusalén, aunque por diferentes razones. Dice Bartina (ob. cit., pág. 748): «En la literatura apocalíptica
cundió la idea de que el Mesías tenía que reunir su comunidad conquistadora en el monte Sion. Aquí no
se trata del Sion celeste, sino del terrestre». Por su parte, Walvoord aporta una razón muy fuerte: Estos
144.000 fueron sellados para ser protegidos de la persecución del Anticristo, y se hallan aquí en el
monte Sion al comienzo del reino mesiánico milenario (v. ob. cit., pág. 214). La única dificultad contra
esta opinión es que no parece cuadrar muy bien con el contexto posterior.

(C) Que los 144.000 son los mismos del capítulo 7 es admitido por casi todos los autores. W. Scott
piensa que éstos del capítulo 14 pertenecen únicamente a la tribu de Judá. Qué fundamento tiene para
ello, nadie lo sabe, especialmente cuando en el capítulo 7:5 hemos visto 12.000 sellados de dicha tribu.

Henry, M., & Lacueva, F. (1999). Comentario Bı́blico de Matthew Henry. 08224 TERRASSA (Barcelona):
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(D) Se nos dice a continuación que «tenían escritos en la frente el nombre del Señor y el de su
Padre». Como dice Walvoord (ob. cit., pág. 215), citando de Seiss, «su identificación con el Padre es la
señal de que son judíos salvos; su identificación con el Cordero revela su salvación mediante la fe en
Cristo». Personalmente opino, sin oponerme a lo anterior, que lo del nombre del Cordero quizá tenga
que ver con lo de la piedrecita blanca de 2:17, mientras que el nombre del Padre podría estar conectado
con el sellado de 7:3 y ss., e indicaría (probablemente con el hebreo le-Jehová) que «estaban bajo la
posesión y protección especial de Dios» (Bartina, ob. cit., pág. 748).

p 1970 2. En los versículos 2 y 3, vemos lo que hacían estos 144.000. Por su especial dificultad,
preferimos dar aquí la versión literal de dichos versículos: «Y oí una voz procedente (gr. ek) del cielo,
como voz de muchas aguas, y como voz de un gran trueno; y la voz que oí (era) como de arpistas que
arpeaban con sus arpas. Y cantan un cántico nuevo (gr. kainén, reciente) ante la vista del trono, y ante la
vista de los cuatro seres vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino los 144.000,
los que habían sido rescatados (gr. egorasménoi, lit. comprados en la plaza del mercado. El verbo está en
participio de pretérito perfecto medio-pasivo) de (gr. apó preposición de alejamiento) los hombres (es
decir, de los moradores de la tierra)». Perdonen los lectores el neologismo «arpear» que traduce
literalmente el original. «Arpear con el arpa» (mejor, con la cítara) es un semitismo, y por «arpa»
hallamos kithára (de donde se deriva «guitarra»), el mismo vocablo de 5:8.

(A) Cuatro veces en un solo versículo sale el vocablo griego phoné, voz que, con el hebreo qol,
admite gran número de sentidos. De ahí que nuestras versiones la traduzcan de distinta manera: «voz …
sonido … estruendo», conforme lo exige el contexto.

(B) ¿Quiénes son los que tocan el arpa? Que son muchísimos, no cabe duda, puesto que Juan
compara al estruendo de muchas aguas y al sonido estrepitoso de un gran trueno el volumen de la
música que tocan los arpistas. Los que, como Walvoord, opinan que los 144.000 se hallan en el monte
Sion de la tierra, al comienzo del reino milenario, se ven obligados a admitir una trasposición
cronológica, en la que el cántico de los 144.000 en la Sion terrenal es como un eco retardado de la
música que los arpistas tocan en el cielo en este momento.

(C) En mi opinión, los que tocan el arpa y cantan el cántico nuevo son los representados por los
veinticuatro ancianos (comp. con 5:9); en otras palabras, la Iglesia arrebatada antes de la Gran
Tribulación. Sería, pues, la Iglesia la que, al formar una orquesta y un coro de magnitud colosal, cantaría
el nuevo cántico, «y el tema de este cantar de alabanza contendría muy probablemente, referidas a Dios
como a fuente de todo bien, las peculiaridades que caracterizaban a los ciento cuarenta y cuatro mil»
(Bartina, ob. cit., pág. 749).

(D) ¿Cómo han llegado al cielo (según la opinión más probable) los 144.000 que aquí se mencionan?
Puesto que fueron sellados para ser preservados (7:3–8), no llevan palmas de martirio en las manos, y
hacen escolta al Cordero en la Sion celestial (única vez que el vocablo «Sion» ocurre en Apocalipsis), lo
más probable es que hayan sido trasladados al cielo sin experimentar la muerte física, para seguir
haciendo escolta al Cordero durante el Milenio. La última frase del versículo 3 añade mucha fuerza a
esta opinión.

3. En los versículos 4 y 5 se nos describen las principales características actuales de estos 144.000:
«Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, pues se conservaron puros. Ellos siguen al Cordero
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adondequiera que va. Fueron rescatados de entre los hombres y ofrecidos como primicias a Dios y al
Cordero. No se halló ninguna mentira en sus bocas; son irreprochables» (NVI).

(A) A primera vista, parece como si estos 144.000 fuesen célibes, totalmente consagrados a Dios
(comp. con 1 Co. 7:25–35). Así opina Newell (ob. cit., págs. 214–216). Pero es más probable que haya de
tomarse en el mismo sentido de la «virgen» de 2 Corintios 11:2, 3, puesto que el matrimonio no
contamina (v. He. 13:4). Dice W. M. Smith (ob. cit., pág. 1.513): «En ninguna parte de las Escrituras se
menciona la virginidad como tal, o el celibato, como sinónimo de santidad o como algo que equipa
especialmente a una persona para el servicio divino. La familia es una institución divina desde el
comienzo de la Escritura». En efecto, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, los
personajes que desempeñan los más elevados ministerios son recomendados como buenos esposos y
padres de familia (v. por ej. 1 Ti. 3:2, 4, 5). La virginidad ha de tomarse, pues, en este texto, «con
respecto a la pureza espiritual, esto es, no se han contaminado con el amor del mundo o con el
compromiso con el mal, sino que se han conservado puros en una situación mundial que es moralmente
sucia» (Walvoord, ob. cit., pág. 216). (V. también 2 R. 19:21; Is. 37:22; Jer. 18:13; 31:4, 21; Lm. 2:13; Am.
5:2).

(B) Lo de que «siguen al Cordero adondequiera que va», como escolta personal, tiene ya validez con
respecto al tiempo inmediatamente anterior al Milenio, pero la afirmación se entiende prolépticamente
de todo el reino mesiánico milenario, que se va a inaugurar poco después del final de la Gran Tribulación
(v. el comentario a Dn. 12:11, 12).

(C) Lo de que «fueron rescatados (el mismo verbo del v. 3) de (la misma preposición del v. 3) los
hombres», equivale (y explicita) al «rescatados de la tierra» del versículo 3. ¿En qué sentido son
«primicias» estos 144.000? El vocablo «primicias» designa siempre, en la Biblia, los primeros frutos del
comienzo de una cosecha (comp. con 1 Co. 15:23). Aquí «parece referirse … al comienzo del reino
milenario. Los 144.000 son el núcleo piadoso de Israel que es la garantía de la redención de la nación, y
la gloria de Israel que ha de manifestarse en el reino» (Walvoord, ob. cit., pág. 216).

(D) La última característica que se les atribuye (v. 5) es que «no se halló ninguna mentira en sus
bocas; son irreprochables» (NVI). El vocablo «mentira» (gr. pseúdos) ha de tomarse en el sentido bíblico
de una vida alejada de la verdad y, por tanto, falsa. De las diez veces que tal vocablo ocurre en el Nuevo
Testamento, seis son de la pluma de Juan (aquí y en Jn. 8:44; 1 Jn. 2:21, 27; Ap. 21:27; 22:15). Basta
examinar dichos textos para percatarse de su verdadero significado. De ahí, la conclusión: «son
irreprochables» (gr. ámomoi, el mismo vocablo de Hebreos 9:14; 1 P. 1:19—aplicados a Cristo—, entre
otros lugares). En los LXX, el vocablo ámomos es aplicado, por ejemplo, a las reses que habían de
ofrecerse en sacrificio a Jehová (v. Lv. 1:3, 10 «sin defecto»). Si se aplica a seres humanos (exceptuando
a Cristo), significa «sin tacha», no «sin pecado».

Versículos 6–7
Estos versículos nos presentan, dice Ryrie, «la última llamada de gracia de Dios al mundo antes del
regreso de Cristo en juicio». Es un ángel quien la proclama: «Luego vi otro ángel que volaba por el cenit
del firmamento, que llevaba el eterno mensaje de la Buena Noticia para anunciarlo a los que viven en la
tierra—a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Decía con voz potente: “Reverenciad a Dios y dadle gloria,
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porque ha llegado la hora de su juicio. Adorad al que hizo los cielos, la tierra, el mar y las fuentes de
agua”» (NVI).

1. La mención de «otro ángel» (v. 6) hace clara referencia a un ángel que ha sido mencionado
anteriormente y del que éste es «otro» (gr. állon, otro de la misma serie). ¿A qué ángel, anterior a éste,
se refiere aquí Juan? Lo más probable es que se refiera al de 11:15, ya que éste es el que toca la séptima
y última trompeta, en cuya proclamación quedarán englobadas las siete copas de la ira de Dios, así
como en el séptimo sello quedaron englobadas las proclamaciones de las siete trompetas. Así, pues,
este ángel no es el mismo de 11:15, sino «otro». Recuérdese también que los capítulos 12 y 13 forman
una especie de paréntesis en la secuencia cronológica del Apocalipsis.

2. El detalle (v. 6) de que «volaba por en medio del cielo» (lit.), esto es, por el cenit del firmamento,
sirve para mostrar que se ha colocado en una posición desde la que todos los hombres del mundo
puedan oírle.

3. En cuanto al «evangelio eterno» o «eterno mensaje de la Buena Noticia» que este ángel proclama,
suele aplicarse por muchos predicadores a la salvación por gracia mediante la fe (Ef. 2:8) o a la fe en el
Cristo muerto y resucitado (1 Co. 15:1–4). Tanto lo uno como lo otro están totalmente fuera del
contexto actual. El Evangelio eterno que el ángel proclama está bien explícito en el versículo 7. Dice
Walvoord (ob. cit., pág. 217):

El evangelio eterno no parece ser el evangelio de la gracia ni el evangelio del reino, sino más bien la
buena noticia de que, por fin, Dios está a punto de tratar al mundo con justicia y establecer su soberanía
sobre el mundo. Éste es un evangelio eterno en el sentido de que la justicia de Dios es eterna. Dios
continuará por toda la eternidad manifestándose a Sí mismo en gracia para con los santos y en castigo
para con los malvados. Referirse al evangelio de la gracia como a un evangelio eterno es ignorar el
contexto y el uso del vocablo.

4. Hasta ahora, Juan se había referido a los inconversos llamándolos «los moradores de la tierra»,
con un verbo que indica gran apego al lugar donde se vive, pero aquí usa un verbo muy diferente (¡el
mismo de Lc. 1:79!), pues dice que este evangelio eterno es proclamado «sobre los que están sentados
sobre la tierra …» (lit.). Están sentados, pero no precisamente por rebeldía, sino por la oscuridad de la
ignorancia del plan salvífico de Dios (comp. con Lc. 1:79).

5. Por eso, el contenido del mensaje, conforme lo vemos en el versículo 7, va claramente dirigido a
los idólatras, incapaces todavía de conocer las profundidades del Evangelio de la gracia, pero a quienes
se exhorta a reverenciar y reconocer al único Dios verdadero y adorarle como al único Creador del
Universo. Contra la opinión de Bartina (ob. cit., pág. 752), este mensaje no se parece al de Jesús en
Marcos 1:15 sino al de Pablo en Hechos 17:30.

6. El texto sagrado no dice si alguien (o muchos) escucha de corazón el mensaje y se convierte al


Dios verdadero. Según dijimos en el comentario a 11:13, lo más probable es que nadie vaya a
convertirse sinceramente a Dios en esta última parte del período de la Gran Tribulación.

Versículo 8

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Aquí entra en escena otro ángel con otro anuncio: «Un segundo ángel le siguió y dijo: “¡Caída!
¡Caída está Babilonia la Grande, la que daba a todas las naciones de beber del vino embriagador de su
fornicación!”» (NVI).

p 1971 1. Aunque el texto sagrado no lo dice, se supone que también este ángel vuela por el cenit
del firmamento, a fin de que todos puedan oír lo que va a proclamar. Teniendo en cuenta la importancia
del mensaje que el primer ángel (vv. 6, 7) ha proclamado, es de esperar que también el mensaje de este
otro ángel sea importante.

2. En efecto, el mensaje es importante y resume prolépticamente lo que veremos después en los


capítulos 17 y 18, ya que allí se habla de la misma «Babilonia la Grande» (v. por ej. 17:5). El mensaje
consta de tres puntos:

(A) Anuncia primeramente la caída de «Babilonia la Grande». Aun cuando aquí no se dan detalles,
los capítulos 17 y 18 nos declaran que, en realidad, hay dos caídas: (a) En el capítulo 17, vemos la
descripción y la caída de la Babilonia religiosa, «la Gran Ramera», cuando la amistad y el apoyo que el
Anticristo le ha prestado al principio de la Gran Tribulación se conviertan en odio y persecución a
muerte (17:16). (b) En el capítulo 18, contemplaremos la caída y destrucción de la Babilonia
politicoeconómica.

(B) Especifica después el ángel que «Babilonia la Grande» tenía tratos con todas las naciones. Hay
quienes opinan que, en este período, habrá sido reedificada la Babilonia literal que existió hace muchos
siglos a orillas del Éufrates. Sin embargo, el texto sagrado de los capítulos 17 y 18 no deja lugar a dudas
de que se trata de Roma, de la actual ciudad de Roma, no de ninguna otra ciudad. No se pierda de vista
que Roma es: (a) El centro religioso del mayor poder, sobre las conciencias y los bolsillos, que existe en
el mundo. Allí reside el Papa, tratado con las mayores muestras de veneración por todos los poderes
políticos de la tierra (con muy escasas excepciones); (b) El centro del nuevo «Imperio» Europeo, desde
donde el Anticristo va a dominar al mundo durante la Gran Tribulación.

(C) Se declara finalmente, bajo metáforas, la perversa actividad que la tal Babilonia (la Babilonia
religiosa) ha llevado a cabo en su trato con todas las naciones. Dice textualmente el original: «… La que
ha dado a beber a todas las naciones del (gr. ek) vino del furor de su fornicación». Opina Walvoord (ob.
cit., pág. 218) que las últimas palabras del versículo «del vino del furor de su fornicación» habrían de
desdoblarse en dos: «el vino de la ira de Dios» (v. 14:10) y «el vino de su fornicación» (v. 17:2), como si el
versículo que tenemos delante propusiese una «abreviatura» (shortened expression) de los dos
versículos citados. Contra esta interpretación se me ofrecen dos graves objeciones:

(a) El griego de este versículo no tiene orgués (ira), sino thumoú (genio, pasión, furor), con lo que el
sentido obvio de la frase es, como traducen muchas versiones, «vino embriagador» (NVI) o «vino
ardoroso» (Bartina), etc. (comp. con Jer. 25:15, 16). Esta es la expresión con que el texto sagrado da a
entender la tremenda influencia, realmente seductora, embriagadora y estupefaciente, que el aparatoso
fausto (ceremonias, vestiduras, alhajas, etc.) y la retórica de «oráculo espiritual» de los jefes del
Vaticano ejercen sobre todas las naciones.

(b) La frase forma un todo completo, que no puede desdoblarse: Es el «vino embriagador de su
fornicación». No cabe aquí ninguna alusión a la «ira de Dios», sino a la corrupción espiritual que la

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Babilonia religiosa, la Iglesia apóstata, ha ejercido en todos los países de la tierra, traficando con lo más
sagrado y abusando de su poder politicotemporal para encadenar la conciencia de quienes se le
someten.

Versículos 9–12
Aparece ahora un tercer ángel anunciando el castigo que les espera a los adoradores de la bestia, es
decir, del Anticristo: «Un tercer ángel les siguió y decía con voz potente: “El que adore a la bestia y a su
estatua, y reciba su marca en la frente o en la mano, beberá también del vino del furor de Dios, que ha
sido escanciado sin rebajar en la copa de su ira. Será atormentado con azufre ardiente en presencia de
los santos ángeles y del Cordero. Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. No hay
descanso ni de día ni de noche para los que adoran a la bestia y a su estatua, ni para nadie que reciba la
marca de su nombre”. Esto exige constancia de parte de los creyentes que guardan los mandamientos de
Dios y permanecen fieles a Jesús (comp. con 12:17b)» (NVI).

1. Léase 13:14–17, para ver lo que les espera precisamente (v. 9) a los que se han sometido
incondicionalmente al gobierno del Anticristo. Por una especie de ley del talión, los que han sido
embriagados con el vino estupefaciente de la «Madre de las prostitutas» (17:5. NVI) van a recibir el vino
de la copa de la ira de Dios (v. 10). Este vino es más fuerte que el de la Gran Ramera, porque está «sin
rebajar» (lit. mezclado sin mezclar). Dice Bartina (ob. cit., pág. 754):

Antes de servir el vino en los banquetes de Grecia y Roma clásicas, lo vertían de los jarros en copas,
donde lo mezclaban con otros vinos, con especias, o lo rebajaban con agua … Dar del vino fortísimo del
furor de Dios, sin rebajarlo con agua de misericordia, es lo mismo que emborrachar de castigo fortísimo
merecido a los que habían admitido el brebaje embriagante del meretricio de la Roma idolátrica.

Por supuesto, el jesuita Bartina no aplica esto a la Iglesia apóstata, sino a la Roma pagana de
tiempos del apóstol Juan.

2. El castigo que se les impone, de parte de Dios, a los que se plegaron a las exigencias idolátricas del
Anticristo y admitieron la corrupción espiritual de la Mujer montada sobre la Bestia, contiene cinco
elementos que agravan considerablemente el dolor de los que van a ser así castigados:

(A) «Será atormentado». El verbo griego basanízo, que ocurre cinco veces en Apocalipsis (aquí y en
9:5; 11:10; 12:2 y 20:10, además de otras siete veces en el resto del Nuevo Testamento), indica ya de
suyo algo duro de soportar. La singularización «si alguno …» (v. 9b) constituye una apelación al
individuo, lo cual siempre produce mayor impacto que cuando la advertencia se dirige a un grupo o a la
«masa», pues los que sufren suelen sentir una especie de alivio si ven sufrir también a otros, por aquello
de «mal de muchos, consuelo de bobos».

(B) «Con azufre ardiente» es una expresión que nos recuerda el castigo de las ciudades de Pentápolis
en Génesis 19:24, 28 (comp. con Is. 34:9 y ss. Jud. 7), pero el uso que hace de ella el Apocalipsis (19:20;
20:10, 14; 21:8; nos indica que estamos ante el terrible infierno eterno.

(C) «A la vista de los santos ángeles y a la vista del Cordero» (lit.) es una circunstancia que, en casos
de bienaventuranza, serviría de mayor bendición, pero en el caso de los condenados al infierno, este

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juicio resulta más insoportable (comp. con 6:16, 17). Dice Bruce (ob. cit., pág. 1.701): «¿No ha de
resultar más aguda la angustia de ellos por la presencia misma de aquel a quien han negado con su
apostasía?»

(D) Este castigo es eterno, pues durará por los siglos de los siglos (v. 11). El humo sube siempre que
algo se está quemando más abajo, y el texto no dice «el humo de su fuego», sino «el humo de su
tormento», con lo que se da a entender que el humo dura tanto como el tormento. Por tanto, si el humo
sube por los siglos de los siglos es porque el tormento dura por los siglos de los siglos. Sólo el
pensamiento de tan horrible y perpetuo tormento es ya espeluznante, pero, ¿no es así como el lector
inconverso debe echarse a temblar y, tras de un temor saludable, acudir con fe y gratitud a los pies de la
cruz? (comp. Mt. 10:28; Lc. 12:5).

(E) Lo insoportable de tal tormento se echa de ver también en la frase «y no tienen reposo día y
noche» (v. 11b. Lit.). El tormento se abate sobre los condenados sin pausa alguna de día y de noche.
¿Cuántos días y cuántas noches? No tienen número, porque es «para siempre». Dice Walvoord (ob. cit.,
pág. 219):

La justicia de Dios es tan inexorable como es de infinito el amor de Dios. El amor de Dios no es libre
para expresarse a los que han despreciado a Jesucristo. El tormento de éstos no es momentáneo, pues es
descrito en el versículo 11 como continuando para siempre, literalmente «por los siglos de los siglos», la
expresión más fuerte de eternidad de la que es capaz el griego. Para poner de relieve la idea de un
continuo sufrimiento, se declara que no tienen reposo de día o de noche … Así como el culto de adoración
a la bestia no es interrumpido mediante el arrepentimiento, así tampoco es interrumpido el tormento de
ellos ahora que es demasiado tarde para arrepentirse. Cuán peligroso es para los hombres jugar con
religiones falsas, que deshonran a la Palabra encarnada y contradicen a la Palabra escrita.

3. El versículo 12 se parece muchísimo a la última frase de 13:10, pero aquí se añade de estos
«santos» que son «los que guardan (gr. teroúntes, en participio de presente continuativo. El verbo indica
una observancia positiva) los mandamientos de Dios y la fe (o fidelidad) de Jesús» (lit.). Esta frase nos
lleva a 12:17, y Davidson está en lo cierto (ob. cit., pág. 282) cuando afirma que, conforme a 6:9–11,
«son los judíos martirizados, debajo del altar, que claman para que Dios haga justicia». Estos judíos han
sido objeto especial de la persecución del Anticristo y hasta de parte de la Iglesia apóstata. Es necesario
tener en cuenta esto para comprender mejor algunas frases del versículo 13. V. el comentario a 12:17.

Versículo 13
Este versículo debe leerse en conexión con el anterior. Dice así en la NVI: «Luego oí una voz que salía
del cielo y decía: “Escribe: Felices los muertos que mueren en el Señor desde ahora”. “Sí”, dice el Espíritu,
“descansarán de sus fatigas, porque sus obras marchan a su lado con ellos”».

1. Como en el versículo 2 y en 10:4, 8; 11:12; 18:4 y 21:3, Juan oye una voz procedente del cielo, es
decir, «una comunicación directa de parte de Dios, en contraste con la comunicación hecha mediante un
ángel» (Walvoord, ob. cit., pág. 220).

2. La voz de Dios declara «dichosos» (gr. makárioi) a los que mueren cristianamente («en el Señor»)
desde ahora, de aquí en adelante. «La referencia, dice Walvoord en el mismo lugar, no es, en general, a
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todos los santos que mueren, sino, especialmente, a los que mueren en este período, esto es, como
mártires de la fe». En efecto, además de p 1972 ese «desde ahora» (gr. ap’ ’ árti), tenemos que el verbo
«los que mueren» (lit.) está en participio de presente, lo cual fija claramente el tiempo como «desde
ahora en adelante».

3. La frase «descansarán de sus fatigas» (gr. kópon, trabajo duro, con esfuerzo y fatiga) nos muestra,
por una parte, la conexión con 6:11: «se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo» (lit.); y,
por otra, nos muestra que lo de «fatigas» se refiere a los sufrimientos que han padecido por su
constancia en mantener la fe de Jesús. Dice F. F. Bruce (ob. cit., pág. 1.701): «Los “trabajos” de los que
descansan son los padecimientos que han aguantado, no las obras que han llevado a cabo».

4. La frase «porque sus obras marchan a su lado con ellos» (lit. siguen con—gr. metá, preposición de
compañía—ellos) es muy interesante:

(A) Especifica primero que las obras a que se refiere el texto son, principalmente, la constancia con
que han sufrido por obedecer a Dios antes que a los hombres, y la fidelidad que han guardado a su
Salvador. El descanso que ahora se les ofrece es una recompensa, no a sus méritos, sino a las obras con
que han manifestado la genuinidad de su fe (comp. con Ef. 2:10; Stg. 2:14 y ss.).

(B) Por eso, el texto no dice que sus obras «van por delante», como si exigiesen una recompensa al
mérito, ni tampoco que «les siguen por detrás», como si tuviesen que esperar a que Dios les juzgue, sino
que «les acompañan» como una buena escolta. Ciertamente, lo único que nos acompaña hasta la otra
vida es aquello con que hemos enriquecido nuestro carácter espiritual («oro, plata, piedras preciosas
…», 1 Co. 3:12).

Versículos 14–16
Estos versículos ponen ante nuestra vista el espectáculo de una recolección especial: «Miré, y allí
había ante mis ojos una nube blanca; y sentado sobre la nube estaba uno “como un hijo de hombre”, con
una corona de oro en su cabeza, y una hoz afilada en su mano. Entonces salió otro ángel del santuario y
gritó con voz potente al que estaba sentado sobre la nube: “Toma tu hoz y siega, porque ha llegado el
tiempo de segar, pues la cosecha de la tierra está madura” (lit. seca). Así pues, el que estaba sentado
sobre la nube empuñó su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada» (NVI).

1. Ésta es la única vez que, en la Biblia, se habla de una nube blanca, para poner de relieve «la
pureza absoluta del motivo y la perfecta justicia del juicio divino» (Davidson, ob. cit., pág. 287). Las
múltiples referencias escriturales a la nube y al «Hijo del Hombre» nos dan, con toda certeza, la
identificación de este personaje con el Señor Jesús (v. por ej. Éx. 16:10; 24:16; Dn. 7:13; Mt. 17:5; Ap.
1:13). Se presenta, pues, aquí a Jesucristo cuando se dispone a juzgar a los hombres impíos en
cumplimiento de lo que Él mismo confesó ante Caifás (v. Mt. 26:64; Jn. 5:27–30).

2. Junto con la «nube blanca» se destaca también el detalle específico de la «hoz afilada» (gr.
drépanon—vocablo del que se deriva «trepanación»—oxú—de donde procede «óxido»—). El adjetivo
especifica que la hoz va a cortar «limpiamente», sin llevarse por delante el trigo, sino sólo la cizaña. Al
comparar esta «hoz afilada» con la «espada afilada» (gr. rhomphaía oxeía de 1:16; 2:12; 19:15), dice
Davidson (ob. cit., pág. 287): «La espada afilada era para dividir, separando del pecado a los pecadores y
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convirtiéndoles en santos. La hoz afilada es diferente, es un instrumento para cosechar, cortando
limpiamente».

3. A pesar de los datos que identifican claramente al que está sentado sobre la nube (v. 14), hay
algunos comentaristas (entre ellos, Bartina) que ven en él a un ángel, quizá por la aparente dificultad de
que el Señor «reciba órdenes» de un ángel. Pero no se trata de recibir órdenes, sino un comunicado del
Padre, por medio de un ángel, al Mediador y Juez de los hombres. Así lo entienden la mayoría de los
autores (entre ellos, Bruce, Walvoord, Salguero, Davidson, Hendriksen, Grau). No se pierda de vista la
dramatización con que el suceso se presenta ante los ojos del vidente. Es algo parecido al caso de un
jornalero que le dice al amo de una finca: «Ya puedes comenzar la siega, pues la cosecha está a punto».
Advierte Davidson a este respecto (ob. cit., págs. 288, 289):

«Se nos dan en la Palabra de Dios dos aspectos en cuanto a la cosecha madura. La cosecha para el
Reino de Dios, y la cosecha para el reino de las tinieblas. Con respecto a la cosecha para el Reino de Dios,
dijo el Señor Jesús: “¡Abrid vuestros ojos y mirad los campos! Ya están las mieses en sazón para la siega”
(Jn. 4:35. NVI) … La segunda cosecha es la cosecha del reino de las tinieblas. Mientras que la cosecha
para el Reino de Dios se está perdiendo por falta de obreros, la cosecha de las tinieblas está creciendo
rápidamente. En el último medio siglo (Davidson escribía esto en 1969), aproximadamente la mitad de la
raza humana ha caído bajo la influencia del comunismo ateo, y el líder ruso se jactó recientemente de
que, en un espacio de otros siete años, todo el mundo estaría bajo el dominio comunista (Brezhnev
resultó, en esto, muy mal profeta—el paréntesis es mío). Sea como sea, no puede negarse que el vicio y
la perversidad van en aumento en todas partes. “Meted la hoz, porque la mies está ya madura. Venid a
pisar, porque el lagar está lleno y rebosan las cubas; porque es mucha la maldad de ellos. Multitudes y
multitudes en el valle de la decisión porque cercano está el día de Jehová en el valle de la decisión” (Jl.
3:13, 14)».

4. Sin embargo, sería muy aventurado (a pesar de la opinión de algunos autores) asegurar que la
cosecha de los versículos 15 y 16 se refiere a cosecha de los santos, y la vendimia de los versículos
siguientes a vendimia de los impíos. Dice Alford (citado por Walvoord, ob. cit., pág. 222): «El texto
mismo no nos dice qué es la primera cosecha. No hay en esta secuencia de profecías un suceso
distintivo que presente claramente una cosecha de santos, y es, probablemente, preferible considerar la
primera cosecha como los juicios en general que caracterizan el período este, y la segunda cosecha
como la final que marca el clímax».

Versículos 17–20
En estos últimos versículos del capítulo 14 vemos a un ángel llevando a cabo la vendimia de los
impíos: «Salió otro ángel del santuario (gr. naoú) que está en los cielos, y también él llevaba una hoz
afilada. Todavía salió del altar otro ángel, que tenía a su cargo el fuego, y gritó con voz potente al que
llevaba la hoz afilada: “Toma tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque sus
uvas están maduras”. El ángel empuñó su hoz sobre la tierra, vendimió sus uvas y las echó en el gran
lagar de la ira de Dios. Fueron pisadas en el lagar fuera de la ciudad, y salió sangre del lagar, subiendo
hasta la altura de los frenos de los caballos en un espacio de 1.600 estadios”» (NVI).

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1. Una vez que, según la interpretación más probable, se ha hecho la siega de la mies, y se ha
echado al fuego la cizaña, después de recoger el trigo en el granero de Dios, conforme a Mateo 13:37–
39, la escena cambia y ya no es el Hijo del Hombre quien arroja la hoz a las mieses, sino un ángel que
salió del santuario, es decir, del Templo Celestial, en señal de que llevaba orden de Dios, pues salía del
lugar de Su especial presencia.

2. A este ángel del versículo 17, otro ángel (v. 18) le comunica la orden de efectuar la vendimia de
los racimos de la viña de la tierra, pues sus uvas están maduras (gr. ékmasan). El verbo griego da a
entender que no sólo han madurado las uvas, sino que están a punto de reventar de tan maduras. De
este segundo ángel del versículo 18 se nos dice que sale, no sólo del Templo, sino, específicamente, del
altar, es decir, el único altar que se nos presenta en Apocalipsis y que es, primordialmente, el de los
perfumes, ya que es de oro (8:3; 9:13), y en él está el fuego (8:5). Por eso vemos que este ángel «tenía a
su cargo el fuego» (NVI. Lit. teniendo autoridad sobre el fuego). Bien podría, pues, ser el mismo ángel de
8:3 y ss.

3. El gran lagar de la ira de Dios (v. 19) al que son echadas las uvas después de la vendimia, así como
el que pisa las uvas, son datos fácilmente identificables a la luz de Isaías 34:1–7; 63:1–6; Joel 3:9–14, por
una parte, y Apocalipsis 19:13–20, por otra. Tenemos aquí un dato muy interesante si comparamos los
lugares del Antiguo Testamento con Apocalipsis 19:13–20, pues en Isaías y Joel es Jehová quien pisa las
uvas, pero en Apocalipsis 19 es Jesucristo, el Verbo de Dios, quien lo hace.

4. Para poner de relieve la colosal carnicería de la batalla de Armagedón (16:16, comp. con 19:11–
21), el autor sagrado nos dice que la sangre llegó hasta la altura de los frenos de los caballos en un
espacio de 1.600 estadios (NVI), esto es, de unos 320 kilómetros. ¿Ha de entenderse esta cifra en
sentido literal? Así lo entienden, entre otros, Walvoord, Newell y Ryrie. En cambio, otros, como
Hendriksen, Grau, Bruce y Davidson, prefieren una interpretación simbólica, teniendo en cuenta que
1.600 es el cuadrado de 40. Davidson lo explica con el mayor detalle (ob. cit., pág. 294): «Cuatro es el
número simbólico de la tierra. Aquí está elevado al cuadrado para indicar algo completo, y multiplicado
por mil para mostrar llenura y su enorme extensión, de modo que la expresión equivale a decir
“mundial”». Personalmente opino que no hay por qué descartar la interpretación literal, aunque es
posible que la altura de los frenos de los caballos no indique el nivel mismo al que subía la sangre, sino al
que llegaban las salpicaduras producidas por los cascos de los caballos. Por supuesto, no es probable
que una batalla futura se lleve a cabo con caballos literales. El hecho, sin embargo, puede ser literal a
pesar de las metáforas. Dice Bartina (ob. cit., pág. 758, 759):

Un estadio equivale a 192 metros. Se ha notado que de Tiro, situada al norte de Palestina, hasta
Wadi al-Aris, al sur, hay 1.664 estadios (300 km). En este caso se incluiría toda Palestina como símbolo
de totalidad de un reino. Se ha visto también que 1.600 = 4 × 400, como si se indicarán los cuatro puntos
cardinales.

Henry, M., & Lacueva, F. (1999). Comentario Bı́blico de Matthew Henry. 08224 TERRASSA (Barcelona):
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