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Plan Nacional
contra la
Discriminación
La discriminación
en Argentina
Diagnóstico y propuestas
Equipo de Autores
20 Todorov T., Nosotros y los otros, Siglo XXI, México, 1991, pág. 115.
50 Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación
21 Véase, Zaffaroni E., Criminología. Aproximaciones desde un margen, Ed. Temis, Bogotá,
1998.
Diagnóstico. Racismo 51
producen los mismos discursos, por lo cual quizás sus modos de desacti-
vación también deban ser distintos.
A su vez, uno puede observar, con Zygmunt Bauman22, que todo Esta-
do-Nación produce dos modos simultáneos de negación de la alteridad:
a. el modo liberal, que tiende a homogeneizar la figura del otro en el “ciu-
dadano estatal”, produciendo una negación de su propia alteridad (se
trata en este caso de un aniquilamiento de la alteridad del otro, a través
de la negación de su lenguaje, de su cultura, de sus costumbres). Fue la
política seguida, por ejemplo, por el Estado argentino con respecto a la
inmigración llegada de Europa, del norte de África o de Asia; y
b. el modo nacionalista, que tiende a homogeneizar a la población a partir
de la eliminación del cuerpo que representa la alteridad (se trata de las
políticas propiamente genocidas, en donde ya no se trata del aniquila-
miento de la alteridad del otro sino de su propia existencia material, de
su propio cuerpo). Fue la política seguida, por ejemplo, por este mismo
Estado con respecto a las poblaciones indígenas, tanto en el Chaco co-
mo en la Patagonia, durante las denominadas “Campañas al Desierto”
o, también, con relación a las políticas estatales hacia la población afro-
descendiente durante el siglo XIX.
El racismo en Argentina
Si bien estos fenómenos han sido comunes a todo Estado-Nación moder-
no, cobran sus especificidades en cada configuración histórica específica.
En el caso argentino, las dos modalidades racistas se conjugan en un trata-
miento diferenciado frente a lo que el Estado considera diversas “alterida-
des” a través del concepto de asimilación.
El Estado argentino se constituye sobre la base de la negación de su pro-
pia historia y del intento de transformar su propia conformación a partir de
la inmigración de aquellos seres humanos que se consideraba encarnaban
la modernidad y el progreso.
Es decir, haciendo una muy apretada síntesis y a diferencia del etnocen-
trismo clásico, el primer racismo argentino se conforma como un racismo
“importado”, que retoma el racismo europeo (fundamentalmente inglés) y
mantiene sus valores, considerando a la población originaria o afro-descen-
diente como “primitiva”, “bárbara” o “poco evolucionada” y pretendiendo
22 Véase, Bauman Z., Comunidad, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.
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23 Véase, en particular, la obra de Bauman Z., Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Gedisa,
Barcelona, 1999 y Modernidad líquida, FCE, Buenos Aires, 2002.
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dición de acceso a un empleo. Es por eso que este racismo aparece como
más sutil. Margina más o menos a los mismos de siempre, pero con una
argumentación que parecería más natural, producto del “gusto” y no de la
ideología.
El pluralismo que se postula se transforma, entonces, en un pluralismo
cerrado, un pluralismo que sólo se ejerce “dentro” de un solo modelo esté-
tico. Pero ese modelo es un modelo inalcanzable y allí radica parte de su
éxito. El acceso al estatuto de “normalidad” tan sólo se logra transforman-
do el propio ser y, por mucho que se lo intente, nunca se llega a tener tan
pocos kilos como se debe, tan buen perfil como el del modelo de moda, tan
pocos años como los que se requieren. Y, al modo de cualquier proceso de
quiebre de solidaridades, el modo de acercarse al criterio de normalidad es-
tética pareciera ser señalar al “anormal”, encontrar un cuerpo aún más ale-
jado del ideal que el propio, para instalar en él la burla, la mofa, el insulto.
Que haya programas televisivos destinados a burlarse del cuerpo del otro,
que pretendan transformarlo y vestirlo –en la jerga de la moda, “producir-
lo” –, nos habla de la fuerza con la que este segundo modo de racismo se
va instalando en nuestras sociedades.
Las propuestas de acción transversal a largo plazo, por tanto, deben pro-
ponerse desmontar tanto el viejo racismo –anclado en las diferencias na-
cionales, culturales o fenotípicas– como este nuevo racismo de carácter
mucho más social, ligado a un paradigma estético que se asume como uni-
versal, como modelo a alcanzar por el conjunto de la humanidad.