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Neurosis.
En el caso de la frustración la libido inviste regresivamente las posiciones que había abandonado,
pero a las que quedó adherida con ciertos montos, ¿Cómo encuentra la libido el camino de
regreso hacia esos lugares de fijación? Bien; todos los objetos y orientaciones de la libido
no han sido resignados por completo. Ellos o sus retoños son retenidos aún en las
representaciones de la fantasía. La libido no tiene más que volver a las fantasías para hallar
expedito el camino a cada fijación reprimida. Estas fantasías gozan de cierta tolerancia, y no se
llega al conflicto entre ellas y el yo, mientras se observe una determinada condición, de naturaleza
cuantitativa, infringida ahora por el reflujo de la libido a las fantasías. Por este aflujo la investidura
energética de las fantasías se eleva tanto que ellas se vuelven exigentes, desarrollan un esfuerzo,
orientado hacia la realización. Esto hace inevitable el conflicto entre ellas y el yo. Son sometidas a
la represión por parte del yo y libradas a la atracción del inconsciente. Desde las fantasías ahora
inconscientes, la libido vuelve a migrar sus orígenes en el inconsciente, hasta sus propios lugares
de fijación.
La retirada de la libido a la fantasía es un estado intermedio del camino hacia la formación de
síntoma, que se denomina introversión. La introversión designa el extrañamiento de la libido
respecto de las posibilidades de la satisfacción real, y la sobreinvestidura de las fantasías que
hasta ese momento se toleraban por inofensivas. Un introvertido no es todavía un neurótico, pero
se encuentra en una situación lábil, al menor desplazamiento de fuerzas desarrollará síntomas.
FREUD: INHIBICIÓN, SINTOMA Y ANGUSTIA Capítulo III
Si el acto de la represión ha mostrado la fortaleza del yo, al mismo tiempo atestigua su impotencia
y el carácter no influible de la moción pulsional singular del ello. En efecto, el proceso que por
obra de la represión ha devenido síntoma afirma ahora su existencia fuera de la
organización yoica y con independencia de ella. Tanto él como sus retoños. Cada vez que se
encuentran por vía asociativa con sectores de la organización yoica cabe la posibilidad de
que los atraigan y, con esta ganancia se extiendan a expensas del yo. La lucha contra la
moción pulsional desagradable se termina a veces mediante la formación de síntoma. Pero
por regla general la trayectoria es otra: al primer acto de la represión sigue un epilogo
escénico prolongado, o que no se termina nunca, la lucha contra la moción pulsional
encuentra su continuación en la lucha contra el síntoma.
Esta lucha defensiva secundaria nos muestra dos rostros de expresión contradictoria. Por
una parte, el yo es constreñido por su naturaleza a emprender algo que tenemos que
apreciar como intento de restablecimiento o de reconciliación. Así se comprende que el yo
intente además, cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma aprovechando toda
oportunidad para ligarlo de algún modo a sí e incorporarlo a su organización mediante tales
lazos.
El síntoma ya está ahí y no puede ser eliminado, ahora se impone avenirse a esta situación y
sacarle la máxima ventaja posible. Sobreviene una adaptación al fragmento del mundo
interior que es ajeno al yo y está representado por el síntoma, adaptación como la que el yo
suele llevar a cabo normalmente respecto del mundo exterior objetivo. Puede ocurrir que la
existencia del síntoma estorbe en alguna medida la capacidad de rendimiento y así permita
apaciguar una demanda del superyó o rechazar una exigencia del mundo exterior. Así el síntoma
cobra un valor para la afirmación de sí, se fusiona cada vez más con el yo, se vuelve cada
vez más indispensable para este.
De todos los nexos mencionados resulta lo que nos es familiar como ganancia (secundaria) de la
enfermedad en el caso de la neurosis. Viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el
síntoma, y refuerza la fijación de este último. Y cuando después intentamos prestar
asistencia analítica al yo en su lucha contra el síntoma, nos encontramos con que estas
ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las resistencias.
LACAN: SEMINARIO 10. CLASE XXI
La angustia reside en la relación fundamental del sujeto con el deseo del Otro
El análisis siempre ha tenido como objeto el descubrimiento de un deseo
En todo advenimiento del a en cuanto tal, la angustia aparece en función de su relación con el
deseo del Otro, pero su relación con el deseo del sujeto, ¿Cuál es? a no es el objeto del deseo que
tratamos de revelar en el análisis, es su causa.
Si la angustia señala la dependencia de toda constitución del sujeto respecto al A, el deseo del
sujeto se encuentra suspendido de esta relación por intermedio de la constitución antecedente de
a. En todo síntoma esta dimensión se manifiesta.
El proceder analítico no parte del enunciado del síntoma tal como fue descripto, o sea, de acuerdo
con su forma clásica definida desde siempre (la compulsión, con la lucha ansiosa que lo
acompaña), sino del reconocimiento de que eso funciona así.
El sujeto tiene que darse cuenta de que eso funciona así. El síntoma solo queda constituido
cuando el sujeto se percata de él. El primer paso del análisis es que el síntoma se constituya
en su forma clásica, sin lo cual no hay modo de salir de él, porque no hay modo de hablar de
él, porque no hay modos de atrapar al síntoma por las orejas. ¿Qué es la oreja en cuestión?
Es lo que podemos llamar lo no asimilado del síntoma por el sujeto.
Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía informulado, el paso a dar no es que
se formule, es que en el sujeto se perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso.
Esto es imposible articularlo si no ponemos de manifiesto la relación radical de la función
de a, causa del deseo, con la dimensión mental de la causa.
Si enuncio que la vía pasa por a, que es el único objeto que debe proponerse al análisis de la
transferencia, ello no significa que todos los problemas queden resueltos de este modo. Esto deja
abierto, como verán otro problema. Es precisamente mediante esta sustracción como puede surgir
la dimensión esencial de una pregunta planteada desde siempre, pero ciertamente no resuelta,
porque la insuficiencia de las respuestas es evidente a los ojos de todos cada vez que se plantea;
la cuestión del deseo del analista.
Si el síntoma es lo que nosotros decimos, o sea, implicable por entero en el proceso de la
constitución del sujeto en la medida en que éste tiene que hacerse en el lugar del Otro, la
implicación de la causa forma parte legítima del advenimiento sintomático. Esto significa
que la causa implicada en la cuestión del síntoma es, si ustedes quieren, una pregunta, pero
de la que el síntoma no es el efecto. Es su resultado. El efecto es el deseo.
LACAN: CONFERENCIA DE GINEBRA SOBRE EL SINTOMA
Si Freud aportó algo, fue que los síntomas tienen un sentido y que solo se interpretan
correctamente (correctamente quiere decir que el sujeto deje caer alguno de sus cabos) en función
de sus primeras experiencias, a saber, en la medida en que encuentre la realidad sexual.
En ciertos seres, el encuentro con su propia erección (Juanito) no es autoerótico en lo mas mínimo.
Es lo mas hetero que hay. Ese caballo que va y viene, que tiene cierto modo de deslizarse a lo
largo de los andenes tirando de un carro, es totalmente lo más ejemplar para el de aquello que
tiene que enfrentar y sobre lo cual no entiende nada. Su síntoma es la expresión de ese rechazo.
Ese rechazo no merece en lo mas mínimo ser etiquetado de autoerotismo, con el solo pretexto de
que después de todo ese wiwimacher lo tenga enganchado en algún lugar de su bajo vientre. El
goce que resulta de ese wiwimacher le es ajeno hasta el punto de estar en el principio de su fobia.
El hecho de que un niño diga quizá, todavía no, antes de que sea capaz de construir
verdaderamente una frase, prueba que hay algo en él, una criba que se atraviesa, a través de
la cual el agua del lenguaje llega a dejar algo tras su paso, algunos detritos con los que
jugará, con los que será muy necesario arreglárselas.
LOMBARDI; EFECTOS ANALITICOS Y DIAGNOSTICO EN LA PRIMERA FASE DEL
TRATAMIENTO
La indicación de saber incluida en el síntoma: La concepción psicoanalítica del síntoma implica
un desplazamiento hacia lo que el sujeto sabe, advierte, o al menos vislumbra sobre lo que
él mismo padece.
Aun aquellos casos en que el síntoma consiste en un estado permanente de duda, puede ser
reconducido a alguna certeza. El analista puede acompañar al sujeto a constatar que ese
síntoma es el resultado de alguna causa que le concierne, y precisamente en el punto en
que él, de un modo u otro, “no sabe”, con las comillas de sospecha que añade el método
psicoanalítico a ese no saber supuesto, para hacer incidir allí las preguntas, las
interpretaciones, que propicien nuevas asociaciones, articulaciones de saber, desconocidas
hasta ese momento.
En el campo del síntoma, el “no saber”, o el “no querer saber”, se declina en formas clínicas
diversas, que permiten definir los tipos clínicos clásicos del psicoanálisis.
1- Paranoia: signo certero de que en alguna parte “se sabe” lo que quiere decir ese signo cuya
significación él no conoce.
2- Neurosis: el analista debe apuntar a producir esa conversión ética qué consiste en acceder a lo
que el síntoma implica de certeza, suele llamarse a eso rectificación subjetiva: allí tengo una
participación, eso me concierne en mi actividad intrigante, en mi responsabilidad, o al menos en la
forma de autorreproche con que el saber se me presenta.
3- Perversión: se trata de un característico “se sabe, pero no se puede hacer saber”; el deseo se
sitúa allí, comenta Lacan, en la dimensión de un secreto poseído, vivido como secreto, y que como
tal desarrolla la dimensión de su goce.
Esto permite una concepción muy amplia y precisa del síntoma en la clínica psicoanalítica, en el
sentido de autoaplicación, del significante del síntoma, en tanto él mismo es del orden de un saber
que se señala a sí mismo, un saber tanto más absoluto cuanto más inaccesible es a la conciencia
del sujeto.
Lo que el analista es llamado a saber, no es saber de clasificación, no es saber de lo
general. Lo que él debe saber es reconocer las suturas, las cicatrices que bajo la forma del
síntoma ha dejado el encuentro del sujeto con el significante en tanto éste “se sabe” en su
magistral equivoco, con lo que para cada quien connota de significación personal, pero de
la que él en tanto analista, ahora puede retirarse destitución subjetiva mediante.
La definición de los efectos analíticos: Definimos el efecto terapéutico desde el discurso común:
mejoría del paciente en algún aspecto, por ejemplo, alivio sintomático, disminución de la angustia,
incremento del bienestar, logros laborales, en el amor, etc.
El efecto analítico no excluye los efectos terapéuticos, pero implica además una transformación
de la posición del sujeto respecto del saber del síntoma. Esto suele resultar más evidente
hacia el final del análisis, y particularmente a partir de sus efectos didácticos (caída des Sujeto
supuesto Saber, destitución subjetiva con lo que eso tiene de terapéutico, de “salubre” dice Lacan);
sin embargo los efectos analíticos, ya están presentes en el comienzo autentico de un
análisis, en el momento en el que el sujeto cambia su relación al saber del síntoma, cuando
por ejemplo:
1. Advierte que ese malestar, ese dolor que padece, esa conducta bizarra que repite es un
síntoma, es decir el resultado de alguna causa que le concierne en tanto sujeto, y que lo
divide.
2. la máscara de sus síntomas cambia, porque cambia su posición subjetiva respecto de los
mismos, respondiendo asociativamente de modo que su implicación de sujeto en el saber
del síntoma toma otro signo.
Es decisivo el momento es que el sujeto advierte que su posición en relación a la forma-
autorreproche del autosaber del síntoma alimentaba el padecer
En lo que llamo efecto analítico no se trata de hacer consciente lo inconsciente, ya que el
inconsciente persiste como inaccesible a la profundización consciente. En psicoanálisis no
se trata de un conócete a ti mismo, sino más bien de la captación del límite de ese conócete a ti
mismo. El efecto analítico es un “advertir” puntual, que no vale tanto por lo que implica de
inteligencia o ganancia epistémica sobre la situación, como por la transformación en la
posición del sujeto respecto de lo que no cesa de retornar, como síntoma, del inconsciente.
En un tratamiento analítico la interpretación ultima, la que valida o invalida lo anterior, está dada
por las asociaciones del analizante. Esto constituye un sólido respaldo ético a las exigencias que
plantea la particularidad, e incluso por momentos la singularidad del acceso al saber por parte del
analizante. El analista no trata la despersonalización fortaleciendo el yo, sino destituyéndose
como sujeto, ofreciendo así la opción de una compañía menos estragante, y un sostén, el
del deseo del analista, de lo que el analizante guste asociar.
La importancia del diagnostico en psicoanálisis: ¿Para qué necesita el analista arribar a un
diagnostico? Existen dos líneas de respuesta que hacen a lo concreto del acto psicoanalítico, que
le exigen un diagnostico.
1. Cuando el diagnostico cambia, cambia el analista. Un diagnostico adecuado da un marco a
su intervención, que no siempre puede ser tan libre, no al punto de resultarle indiferente que
se trate de una paciente histérica o esquizofrénica, de un paranoico o un obsesivo. Se tratan
diversamente porque la concepción lacaniana de la transferencia como no-intersubjetividad implica
que la interpretación es un límite a la no-intersubjetividad. Este límite dado por la interpretación del
analista es admitido usualmente por el neurótico con un cierto beneplácito, responde con sus
asociaciones. El psicótico en cambio exige una destitución subjetiva más constante y rigurosa, que
recomienda al analista abstenerse mucho más de formular sus propias asociaciones. Cuando esto
es desconocido por el analista, el sujeto de la psicosis suele responder con lo peor…, es decir
aquella parte de la verdad que se formula al precio de un desencadenamiento, un pasaje al acto
como salida de la polución social de la verdad concentrada en el vinculo que pretendía ser
analítico.
2. El síntoma no se constituye sino cuando el sujeto lo advierte como tal. Y el primer paso
del análisis, es que el síntoma se constituya, en su forma clásica. Sin eso no hay modo de
salir de él, y no solamente porque no hay modo de hablar de él, no solo porque aún no se ha
enunciado claramente, sino además porque si no es formulado como síntoma clásico no
hay modo de atraparlo por las orejas, dice Lacan, ¿Cuál es la oreja en cuestión? Es algo que
podemos llamar lo no asimilado, por el sujeto, del síntoma. Esta dimensión, que es un
síntoma, que hay una causa para eso, solo en ella la implicación del sujeto en su conducta se
rompe; esa ruptura es la complementación necesaria para que el síntoma nos sea abordable. Solo
cuando se produce esa ruptura, la dimensión de la causa (a) es vislumbrada por el neurótico
como angustiante, en el punto de retorno del deseo del Otro. Porque la estructura del síntoma
se organiza en torno a ese punto en el que se concentra el deseo del Otro, todo aparece en el
obsesivo como comandado, con la solución típica de reducción del deseo del Otro a la demanda
del Otro.
GUREVICZ, MORDOH: EL PROCESO DIAGNOSTICO EN PSICOANALISIS, ALGUNAS
PRECISIONES
Introducción: El proceso diagnostico psicoanalítico, a diferencia del diagnostico psiquiátrico,
conlleva de por si efectos terapéuticos, en el punto en que el sujeto puede, en dicho
proceso, determinar su participación inconsciente en la etiología del síntoma que lo aqueja.
Es decir, advertir su implicación en la formación y el mantenimiento del mismo.
Definimos el proceso diagnostico psicoanalítica como: “el trabajo por el que el analista se
ubica en el campo transferencial del paciente para hacer posible desde allí una
manifestación más nítida del síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que
concierne y divide al sujeto que lo padece”.
¿De quién es el diagnostico?: El diagnostico psiquiátrico tiende a dejar al sujeto en una posición
pasiva, o peor aún, lo pasiviza en el punto en el que recibe desde el exterior un saber clasificatorio
preestablecido. Desde esta concepción, diagnostico y terapia están separados, y el primero
determina a la segunda.
Reducir el diagnostico a la aplicación desde el exterior de un conocimiento “analítico” no solo no
nos garantiza la posibilidad de realizar un psicoanálisis, sino que además nos expone al riesgo de
obstaculizar la aparición del sujeto del inconsciente.
El diagnostico constituido en la situación transferencial ubica un punto por fuera de
cualquier intento sugestivo del terapeuta de “catalogar” el malestar del paciente. El
dispositivo analítico habilita la emergencia de un sujeto capaz de ubicar y advertir su
responsabilidad en el padecer que lo aqueja. Este saber diagnostico del sujeto proviene
necesariamente del interior del dispositivo.
Tratamiento y proceso diagnostico no estarían separados, en el punto en que advertir su
propia responsabilidad en el padecer sintomático ya tiene de por si efectos terapéuticos.
Se trata así de generar el encuentro del sujeto con lo real de la estructura subjetiva más allá de
cualquier metalenguaje, o de cualquier operación sugestiva sobre el sujeto.
¿Cómo responder?: Cuando el enfermo es remitido al médico no espera de él pura y simplemente
la curación, sino que: “coloca al médico ante la prueba de sacarlo de su condición de enfermo, lo
que es totalmente diferente, pues esto puede implicar que él esté totalmente atado a la idea de
conservarla”.
Viene a veces a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo y en muchos otros casos:
“viene de la manera más manifiesta, para demandarnos que lo preserven en su enfermedad, que lo
traten del modo que le conviene a él, el que le permitirá seguir siendo un enfermo bien instalado en
su enfermedad”.
Si el analista intenta satisfacer las demandas desplegadas por lo pacientes o intenta operar
desde un saber hacer diagnostico, se perderá la posibilidad para el paciente de dar cuenta y
modificar su singular posición subjetiva frente al padecer, quedando confirmada su
condición de “enfermo”.
El padecer en el paciente tiene que volverse síntoma. Ese es uno de los resultados del
proceso diagnostico. Este resultado no es el efecto de una operación sugestiva sobre el
paciente sino de la utilización de una vía estrictamente analítica. ¿Cuál es esta vía?
Para que haya efectos analíticos es necesario que el analista deponga su posición de saber
en el análisis de un paciente.
Lacan nos dice que la posición del analista es la de aquel que: “tiene que responder a una
demanda de saber, aunque sólo pueda hacerlo llevando al sujeto a dirigirse hacia el lado opuesto a
las ideas que emite para presentar esa demanda” Si el analista intenta satisfacer las demandas del
paciente no hará más que confirmar el diagnostico “silencioso” detrás de las mismas y que
enmascara la responsabilidad del sujeto en relación a su propia posición. Llevar al paciente hacia
“el lado opuesto de las ideas que emite”, no implica llevarlo hacia otras ideas o hacia otro
diagnostico distinto, sino a enfrentarse con su propio deseo articulado en la metonimia de la
cadena significante. Para eso no debe responder mediante un saber exterior sobre el sujeto, sino
operando con la transferencia misma.
Nuestra operación en este lugar es precisamente “abstinente” y consiste en no ratificar
nunca la demanda en cuanto tal. Esta abstinencia, aunque sea esencial, no es suficiente.
Por “nuestra sola presencia” tendemos a hacer que se confunda la línea de la transferencia
con la línea de la demanda. El analista que solo escucha, por principio es nocivo, en tanto ratifica
la demanda y la posición de sujeto subyacente a la misma. La abstinencia de analista no es por
fuerza silenciosa, sino que al operar con la transferencia reenvía al sujeto desde la demanda
hacia su deseo.
MORDOH, GUREVICZ, LOMBARDI: LA IMPLICACION DEL INCONSCIENTE EN EL SINTOMA
Introducción: El diagnostico constituido en la situación transferencial, innovación de la clínica
psicoanalítica, ubica un punto por fuera de cualquier intento sugestivo del terapeuta de “catalogar”
el malestar del paciente. El proceso diagnostico psicoanalítico conlleva de por si efectos
terapéuticos, en el punto en que el sujeto puede en dicho proceso, determinar su participación
inconsciente en la etiología del síntoma que lo aqueja. Es decir advertir su implicación en la
formación y en el mantenimiento del mismo.
Eso que hay en mí: Lacan dirá que, el análisis viene a recordar el “carácter vagabundo,
huidizo, insaciable del deseo”. Deseo que elude la síntesis del yo, constituido tan solo como
una ilusoria afirmación de síntesis. “Si bien siempre soy yo quien desea, eso que hay en mi
sólo puede captar la diversidad de los deseos”. Desde esta perspectiva la implicación del sujeto en
el deseo se relaciona necesariamente con “eso que hay en mí” en la diversidad de deseos, más
que con la fallida síntesis yoica. Constituiría así un error clínico intentar implicar directamente
al yo en su síntoma por la vía sugestiva, ya que quedaría obstaculizada la posibilidad para el
sujeto de discernir la responsabilidad de su propia posición, mucho más compleja e
imposible de sintetizar.
Freud y su casuística: Cuando Freud encuentra a su paciente Emmy Von N tirando la comida al
jardín y ella le responde que no estaba acostumbrada a comer más; como médico le aconseja que
debería hacerlo. Sin embargo este consejo no surte efecto. Entonces le solicita asociar al respecto,
y las asociaciones surgen con espontaneidad.
Vemos como Freud apunta con su intervención a descubrir la “elección” nerviosa
(inconsciente) del sujeto que queda implicado en lo que en un principio aparecía como “es
mi naturaleza”. Tal implicación no se logra entonces por la vía sugestiva en relación al hacer
(no tirar la comida) sino mediante la apelación al decir inconsciente, a un decir sobre esto
otro.
Los sueños: Freud trata el tema de lo inconsciente como “lo extraño a mi”; pero esto “extraño”,
paradójicamente, lejos de ser ajeno al sujeto, lo implica de una manera contundente
constituyéndose como el punto más intimo (y conflictivo) de su ser.
Existe “en mi” entonces para Freud algo más importante que mi “yo” a nivel “moral”, en lo cual el
sujeto está implicado y de lo que debe responsabilizarse.
Es interesante establecer aquí la flagrante diferencia entre la clínica psicoanalítica y otras
corrientes psicoterapéuticas que buscan implicar al paciente en su enfermedad y en el
tratamiento apelando exclusivamente a su yo, exacerbando su engañosa capacidad de
síntesis. Lo que se desconoce aquí, en este tipo de intentos de “conciliar” al yo con “eso”
que le sucede, es la implicación que el psicoanálisis descubre; no se trata del sujeto del
enunciado ni del conocimiento, sino la del sujeto del inconsciente en relación a su propia
satisfacción, implicación además de la que sólo el sujeto puede dar cuenta, inabarcable a
priori por el saber del Otro.
El movimiento yoico que intenta incorporar al síntoma a su organización, no hace más que
engrosar a este último. La operación analítica deberá avanzar en otra dirección.
La implicación significante: Para lograr efectivamente dar cuenta de la implicación del sujeto en su
síntoma será necesario que el análisis se mantenga en una posición abstinente en relación a la
demanda. Una lógica terapéutica que pretenda implicar al sujeto en la cura psicoeducativamente
obstaculizará la posibilidad por parte de este de dar cuenta de su implicación inconsciente.
Lacan advierte que el proceder analítico no parte del enunciado del síntoma, caracterizado
por la compulsión y por la lucha ansiosa que lo acompaña, sino del reconocimiento de que
“eso funciona así” y que el primer paso de un análisis es que el síntoma se constituya en su
forma clásica, es decir que “salga del estado de enigma todavía informulado”. Que en el
sujeto se “perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso”. Tan sólo por ese lado
se rompe la implicación del sujeto en su conducta y que es ruptura “es la complementación
necesaria para que el síntoma sea abordable por nosotros”
Dar cuenta de dicha implicación deseante, de “eso que funciona así”, no es algo que pueda
lograrse sugestivamente “completando el vocabulario” del paciente. Se trata del manejo de
la transferencia en lo que llama “la zona intermedia”, ubicada entre los significantes
pegados a la necesidad y la presencia constante del significante en el inconsciente, es
donde se sitúa el deseo, deseo que “es lo que pone propiamente en cuestión toda la
economía del sujeto y está implicado en lo que se revela en el análisis”
Solo en esta zona intermedia, extraterritorial, que descubre (y constituye) el análisis y que el
análisis debe sostener mediante el manejo de la transferencia, el sujeto podrá dar cuenta de su
implicación en el síntoma y de una posibilidad de elección diferente, allí donde el destino se
presentaba como alienante.
FRYDMAN, THOMPSON: EL CARÁCTER, UN OBSTACULO PARA DELIMITAR EL SINTOMA
EN LA NEUROSIS
El carácter en conjunción con el síntoma: En Inhibición, síntoma y angustia, dice Freud: “en la
lucha defensiva contra el síntoma, el yo es constreñido por su naturaleza a emprender algo que
tenemos que apreciar como intento de restablecimiento o de reconciliación”
El síntoma, que se manifiesta como un elemento discreto, extraño a la unidad imaginaria del
yo, es constreñido a subsumirse a ésta. Así el yo intenta “cancelar la ajenidad y el
aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad para ligarlo de algún modo a sí e
incorporarlo a su organización”
El carácter se nutre de la asimilación del síntoma al yo: “Así el síntoma es encargado poco a
poco de subrogar importantes intereses, cobra un valor para la afirmación de sí, se fusiona
cada vez más con el yo, se vuelve cada vez más indispensable para éste.
Por esta vía el síntoma no se manifiesta como un elemento ajeno que divide al sujeto sino
que, por el contrario, es funcional a la “afirmación de sí”.
El carácter queda definido como siendo aquella parte del síntoma que se ha fundido en la aleación
yoica, la cual queda denunciada por los rasgos de fijeza e inercia, que evidencian su fuente
pulsional, tratándose en definitiva de aquella modalidad de satisfacción que ha sido asimilada por
el yo por la vía del síntoma.
Carácter y síntoma en la cura: Tal apareamiento del síntoma con el yo se traduce en la cura del
siguiente modo: el síntoma, fagocitado por el yo, se torna irreconocible, imposible, dirá
Lacan, de ser “atrapado por las orejas”. Freud nos dice: “estas ligazones de reconciliación
entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las resistencias”
La cura debe, para delimitar el síntoma, operar en contra de la alianza que como saldo de la
defensa se produce entre el yo y el síntoma. La cura sólo puede proseguir su camino
devolviéndole al síntoma su “carácter” de ajenidad.
Lo asimilado del síntoma por el sujeto mediante ligazones de reconciliación entre el yo y el
síntoma, llevó a la construcción de conductas que el sujeto reconoce como lo más propio
de su ser. Aquí el sujeto se encuentra alienado a esos modos de la satisfacción pulsional,
haciendo de ellos un rasgo de carácter o una personalidad, que ubicamos en el extremo de
un “Yo no pienso”; posición que entendemos equivalente al rechazo del inconsciente.
La clave consiste en hacer emerger la dimensión de la causa: “Para que el síntoma salga del
estado de enigma todavía informulado, el paso a dar es que en el sujeto se perfile algo tal
que le sugiera que hay una causa para ello. Tan solo por este lado se rompe la implicación del
sujeto en su conducta, y esta ruptura es la complementación necesaria para que el síntoma sea
abordable por nosotros”
Un movimiento que implique un “Yo no soy” que le devuelva al síntoma su ajenidad y que conlleve
la apertura del inconsciente por medio de la pregunta por la causa.
TOHMPSON, FRYDMAN: EL PROCESO DIAGNOSTICO EN PSICOANALISIS
El proceso diagnostico: El proceso diagnóstico consiste en el trabajo por el cual el analista se ubica
en el campo transferencial del paciente, para hacer posible desde allí una manifestación más nítida
del síntoma en tanto expresión de un saber inconsciente que concierne y divide al sujeto que lo
padece. El resultado del proceso no es solamente una etiqueta o código diagnostico, sino una
puesta en forma del síntoma en un vinculo transferencial, que supone al menos una experiencia
inconsciente. El síntoma no es algo ya dado al comienzo del proceso, sino que se completa en la
transferencia, incluyendo al analista como uno de sus componentes: aquí a quien el síntoma en
tanto mensaje inconsciente está dirigido.
Nuestra definición de proceso diagnóstico en psicoanálisis hace necesaria una diferenciación entre
“diagnóstico” y “proceso diagnostico”.
El diagnostico es uno de los resultados (no el único) de este proceso. Consiste en la atribución
clasificatoria, respecto de una determinada presentación clínica, de una categoría nosológica.
También se separa del diagnostico tradicional respecto de su objeto. Tal como señala Soler:
“un diagnóstico consiste en concluir sobre la estructura, no tanto de la persona, sino sobre la
estructura del material clínico que el paciente presenta”. ¿Cuál es ese material clínico? No otro que
el discurso del analizante.
Al entender el diagnóstico como “proceso” suponemos en su devenir el paso de un estado a
otro, que implica al menos dos tiempos lógicos, un trabajo del lado del analizante y una operación
del lado del analista. Tal trabajo tiene por objeto “hacer posible desde allí una manifestación más
nítida del síntoma”.
Presentaciones y pasajes iniciales del proceso diagnostico: Definimos al motivo de consulta como
lo que nos permite verificar la variedad de argumentos con los que el paciente intenta justificar ante
el terapeuta por qué se debe prestar oídos a lo que viene a traerle, constituyendo una articulación
primera de la demanda. Nos enseña tanto el lugar en que se ubica el paciente como el que le
atribuye al Otro en estos momentos iniciales del tratamiento. Es en términos de proceso que
verificamos a este nivel un pasaje de un estado primero en el cual el padecimiento se presenta
indeterminado frente al cual el paciente sostiene su posición de no querer saber, a un estado
siguiente en el que, despejadas las demandas primeras y modificándose parcialmente la posición
del paciente “se exteriorizan unos síntomas que antes eran casi imperceptibles”.
Entendemos a la “ocasión de enfermar” como ese elemento que ya Freud distinguía en la
causación de la neurosis, el “acontecer traumático del adulto”, es el que lleva a la formación
de síntoma en tanto solución al conflicto patológico. Pero justamente en cuanto la ocasión
de enfermar deriva en una solución, no deja de anudar la estructura, por lo que no
necesariamente lleva a la consulta. Es en el fracaso de tal anudamiento que la enfermedad
eventualmente termina de constituirse como defensa contra el síntoma
Aquella encrucijada vital que hizo fracasar la solución sintomática es a la que entendemos
como la ocasión de la consulta.
Es justamente la transferencia el indicador diagnostico con mayor incidencia en los casos.
Hasta aquí nos hemos limitado a apreciar la transferencia en su faz fenoménica. Si damos
un paso más y la abordamos desde el vector intencional que implica a los móviles y las
características de la relación al Otro, constatamos tres formas de este lazo:
1. La demanda al Otro. Lacan plantea que este lugar es aquel a ser encarnado por el analista. Y
evoca respecto al carácter de tal lugar su fórmula del Sujeto supuesto al Saber, en tanto: “el
analista no podría ser concebido como un lugar vacío, el lugar de inscripción, el lugar de
resonancia de la palabra del sujeto”. A dicha fórmula queda articulada la demanda como punto de
partida: “el sujeto en el punto de partida se enfila en la demanda, pero de esta demanda, tenemos
que precisar su estatuto”. Dicha precisión del estatuto de la demanda conduce o bien a una toma
de posición del sujeto frente a su demanda o bien puede conducir a la transformación de la misma.
En el proceso diagnostico aspiramos que se presente como una variable de la demanda de
desembarazarse del síntoma.
2. El rechazo del Otro, presentación característica de los cuadros de anorexias, bulimias y
adicciones, donde la relación con el objeto es solidaria de un desentendimiento respecto del Otro.
3. La mostración al Otro, donde incluimos las presentaciones cuya modalidad privilegiada es el
acting out.
Si se le supone al síntoma un querer decir a ser descifrado, este “querer decir” implica:
-La suposición de un saber que encarna el síntoma. “hay siempre en el síntoma la indicación
que él es cuestión de saber”.
-Una intencionalidad implicada en ese “querer” del querer decir, pues ¿Quién es el que
quiere? Un sujeto. Es decir, la suposición de un sujeto como aquel agente que responde a tal
saber. Este sujeto que emerge como hipótesis respecto del saber inconsciente es un efecto del
dispositivo, una suposición que se produce como significación del saber inconsciente. Concebimos
a tal sujeto como el efecto de división que el lenguaje produce en el ser hablante, entre la
determinación inconsciente que hace se él una marioneta alienada en un saber que desconoce, y
la respuesta que lo separa y le permite responsabilizarse de su posición.
-La dirección al Otro, es decir la demanda, deriva de la creencia en “eso” que el síntoma quiere
decir y su correlativo desciframiento. Debido a ello sabemos que no se encuentra al síntoma
formalizado desde el comienzo; será necesario que entre en transferencia, que se complete en la
transferencia incluyendo al analista.
Que el síntoma quiera decir y que eso lo lleve a alguien al Otro que descifre lo que eso quiere
decir, es propio de la neurosis: “Se que hay algo que descifrar pero no tengo la llave”.
En la psicosis se sabe que eso quiere decir, pero el analista no tiene el saber, ni se le dirige la
demanda de descifrarlo.
El perverso goza del secreto que posee (si él lo posee, los otros no)