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8/11/2018 Exapuni - Resumen Historia Económica de la Argentina en el Siglo XIX. Sociedad y Estado (Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado).

ado). Licenciatura en Kinesiología. Universidad de Buen…

n el segundo capítulo de su libro, “La apertura al comercio atlántico y la expansión ganadera”, Roy Hora desembarca en el siglo XIX. Su kilómetro cero es la crisis
política inaugurada en 1810, suceso que terminaría por darle al periodo su marca de agua: la guerra. En lo inmediato, las luchas por la independencia generaron un
efecto nocivo en aquella trama económica gestada en el periodo colonial. Al mismo tiempo que la destrucción de bienes y personas impactó negativamente en el
producto bruto interno, la rápida perdida del Alto Perú privó a los nuevos gobernantes de las riquezas mineras de aquella región y a toda la economía rioplatense de
su principal mercado. No es extraño, dice el autor con acierto, que en esas circunstancias los grandes comerciantes porteños hayan sido uno de sus principales
perjudicados del proceso abierto con la Revolución de Mayo. Esto no sólo fue así por la perdida de lo que, hasta allí, había sido “un coto de caza de su exclusiva
propiedad” (p. 32), sino también por la llegada de comerciantes extranjeros que actuaron como “punta de playa de economías mas avanzadas que las españolas” (p.
32).

Pero no todo fue negativo para la economía rioplatense en las primeras décadas del siglo XIX. Roy Hora nos muestra cómo la creciente apertura de la economía al
calor de la finalización del orden colonial brindó una serie de oportunidades difícilmente imaginables en el siglo XVIII. Para estudiarlas, el autor amplia su mirada y
nos alerta sobre la conveniencia de ubicar al área rioplatense dentro de una mayor que podría ser pensada en términos de una economía atlántica; una que
demandaba por la industrialización de Inglaterra un mayor volumen de productos pecuarios, especialmente cueros, y ofrecía bienes de consumo popular que diferían
de las mercancías caras y sofisticadas propias del monopolio español. Alrededor de este cambio en el patrón de importaciones, el autor pone un cono de sombras
una de las hipótesis más defendidas por el revisionismo histórico: aquella que mostraba la desaparición de los obrajes del interior por obra y gracia de la
competencia británica. Desde la mirada de Hora, esta situación sólo es aplicable al área mas expuesta al comercio, el Litoral, y no al grueso del Interior que, por los
altos costos de transporte, se mantuvo por largos años protegido de la concurrencia externa.

En el análisis del montaje de esta economía atlántica, sostenida en una ganadería exportadora, Roy Hora derriba otros dos lugares comunes de la historiografía
tradicional: uno relacionado con la rápida proletarización de la campaña bonaerense y el otro con el dominio absoluto de la gran propiedad en ese mismo espacio.
Para el primero de los supuestos, el autor realiza una interesante síntesis de los aportes realizados por la historia rural rioplatense en los últimos veinticinco años [4] .
Más allá de las medidas coactivas oficiales, expresadas en la consabida figura de la papeleta de conchavo, la escasez de brazos hizo que los hombres entraran y
salieran del mercado laboral a su antojo, lo cual se tradujo en un importante margen de maniobra por parte de los sectores subalternos. Esta autonomía, resultado
del fuerte peso de la producción independiente, permite a Hora derrumbar el segundo de los supuestos: las empresas pecuarias de envergadura, que comenzaron
cobrar relieve con la llegada al campo de capitales urbanos, no fueron las únicas protagonistas de la campaña, sino que convivieron con una multitud de pequeñas y
medianas explotaciones. Ambos elementos permiten a Hora repensar la naturaleza de los regímenes políticos de la primera mitad del siglo XIX, especialmente del
rosismo. En este último caso, el autor toma distancia de aquella mirada que lo asumía como una especie de dictadura al servicio de la clase terrateniente. En su
lugar, propone una caracterización que imagina al régimen de Rosas como un armado institucional que, sin perder la impronta notabiliar, respondió a la necesidad de
cortejar a unos sectores subalternos movilizados desde los tiempos de la Revolución de Mayo.

En el tercer capítulo de su libro, Hora realiza un racconto del impacto que la integración del Río de la Plata a una economía de alcance atlántico tuvo en diferentes
espacios regionales. El recorrido comienza con una puntillosa descripción de la economía portuaria porteña, en la que el autor destaca el creciente papel de la
antigua capital virreinal como nexo entre la producción para la exportación y el mercado internacional. Una posición que, en palabras de Hora, significó una
formidable fuente de ingresos para la provincia de Buenos Aires, pero que, de forma alguna, podría ser entendida sólo a partir de las normas que prohibían la libre
navegación por los ríos interiores. Esta explicación clásica, afirma el autor en tono polémico, dejaba de lado un elemento fundamental que convirtió a Buenos Aires
en la metrópolis comercial del sur del continente americano: la tecnología. La imposibilidad técnica de los buques de poco calado de enfrentar travesías
transoceánicas, sumadas a la vasta experiencia de los comerciantes porteños, lleva a Hora a pensar que “aun si la libertad de comercio hubiera sido plenamente
asegurada (…) es dudoso que esta ciudad hubiese visto mayormente afectado su lugar de mayor emporio comercial del Atlántico Sur” (p. 65). El itinerario propuesto
por el autor continúa con una visita a la próspera pero concentrada economía pecuaria entrerriana, sigue con una somera descripción de la arcaica estructura
productiva correntina y culmina con un análisis pormenorizado del Interior. En torno a esta última tarea, Hora escapa del tentador impulso de generalizar la realidad
de tan vasto territorio y traza una imagen en la que predomina la heterogeneidad: si el Noroeste y de Cuyo comenzaron a mostrar una fluida comunicación con los
mercados boliviano y chileno respectivamente, en Córdoba vemos una creciente inclinación hacia la economía atlántica, sobre todo en su franja más austral.

“La era de la lana”, cuarto capítulo de la obra, se sumerge en la metamorfosis productiva que tuvo como escenario las pampas hacia mediados del siglo XIX. Así
como los primeros capítulos se vertebraron alrededor de la inserción del área rioplatense en el mercado internacional como proveedor de productos de origen
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vacuno, este tramo del libro se encarga de analizar la rápida expansión del ovino en tierras bonaerenses. Tratando de rellenar esa laguna de la memoria colectiva
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década de 1880, afirma Hora con contundencia, el Estado nacional había funcionado como un activo promotor del desarrollo, luego de la crisis económica -en gran
medida generada por el deseo de la elite gobernante de acelerar el crecimiento económico- aquel comenzó a comportarse como un auxiliar del mercado. Aunque la
economía argentina atravesó una prolongada etapa de crecimiento, desde el cambio de siglo hasta la Gran Guerra, el Estado desempeño en ella un papel más bien
secundario. En toda esta extensa fase expansiva, las iniciativas destinadas a fomentar la transformación de las regiones periféricas fueron descartadas y las políticas
públicas se concentraron “en terrenos tales como la provisión de educación, tanto elemental como superior, la construcción de obras públicas y la expansión de la
propia burocracia estatal” (p. 207).

Otra de las contribuciones que este capítulo hace a la historiografía sobre el “modelo agroexportador” estriba en su caracterización de dos actores que poblaron el
área pampeana: terratenientes y chacareros. Sobre el primero de ellos, en lugar de imaginarlos como actores poco dúctiles a la hora de incorporar tecnología, tal
como cierta bibliografía tradicional parecía sostener, el autor prefiere pensarlos como empresarios innovadores que respondieron con celeridad a los cambios
experimentados por la demanda. Entre las evidencias ofrecidas por Roy Hora se cuenta la incorporación de alambrados, la construcción de galpones, la introducción
de mejoras sanitarias y la importación de reproductores de calidad. Este proceso de renovación productiva colocó a la ganadería pampeana, dice el autor
recuperando buena parte de la producción de Carmen Sesto [7] , “cerca de la frontera internacional en la materia, y la consagró como una de más competitivas y
eficientes del mundo” (p. 185). En torno al segundo de los actores señalados, el autor intenta dotarlo de un margen de maniobra que no siempre fue destacado por
los especialistas. Tomando una prudente distancia de aquella imagen que tiene a los chacareros como prisioneros de las estrategias empresariales de los grandes
propietarios, Hora trata de encontrar un comportamiento racional en la preferencia de las explotaciones familiares por el arrendamiento. Esa búsqueda, claro está,
llega a buen puerto: la renuencia a comprar una parcela de tierra, recurso cuyo precio experimentaba un alza significativa desde 1880, resultaba justificada en la
medida que, por medio de la ampliación de la superficie arrendada, los chacareros maximizaban sus oportunidades de enriquecimiento en el corto y en el mediano
plazo. En este sentido, concluye Hora, “la supervivencia de un régimen de propiedad concentrada fue consecuencia de la resistencia de muchos grandes propietarios
a fraccionar sus propiedades (pues para ellos no tenia sentido desprenderse de un activo que estaba incrementando su precio) tanto como de las estrategias de los
agricultores, para quienes la adquisición de propiedad rural no se presentaba como el destino más apropiado para sus ahorros” (p. 196).

Respetando la estructura del libro, una que se asemeja a un juego de espejos, Hora nos presenta en el séptimo capítulo las maneras a partir de las cuales diferentes
espacios regionales se sumaron al patrón de crecimiento inducido por el “boom exportador”. El título de la sección, “Mercado interno e industria en la era dorada de
la exportación”, es en si misma una hipótesis. Con la inserción plena de la economía argentina dentro del mercado internacional, sostiene el autor, terminaron por
disolverse los vínculos que diferentes regiones habían establecido con países limítrofes, poniendo a fin al ciclo de fragmentación inaugurado con las luchas por la
independencia. Un papel central en este proceso de integración le cupo al ferrocarril cuyo avance sobre en interior “derribó las barreras que hasta entonces habían
mantenido relativamente aislada a la Argentina mediterránea y puso a estos espacios en contacto mas estrecho” (p. 236). El resultado de este proceso es expuesto
por Hora con una claridad meridiana: “con el ferrocarril, los costos y los tiempos de transportes cayeron en forma abrupta, y con el ello comenzó a cobrar forma un
mercado nacional” (p. 236).

Esta afirmación, en cierta medida tradicional, creemos que debería ser por lo menos relativizada [8] . Aunque el autor demuestra sobradamente la exitosa inserción
de Mendoza y Tucumán dentro de la orbita nacional, en sus roles de productoras vinícola y azucarera respectivamente, la idea de un mercado interno avanzando de
forma paralela a las líneas de ferrocarril difícilmente pueda ser aplicada a la totalidad del territorio nacional. Sobre este punto en particular, la incorporación de la
abundante producción historiográfica sobre la Patagonia hubiera permitido a Hora trazar una imagen mucho más compleja del funcionamiento económico de la
Argentina del entresiglo [9] . Es cierto, como afirma el autor, que parte de los territorios ocupados por el Estado nacional luego de la mal llamada “conquista del
desierto” se vincularon “más estrechamente al mercado mundial que al mercado interno” (p. 237). Sin embargo, esta descripción sólo sirve para caracterizar a la
vertiente atlántica de la Patagonia; aquella que, luego de la fiebre del ovino, albergó la mayor parte de la producción lanar para la exportación. Para las áreas
andinas, en cambio, la vinculación con Chile fue mucho más duradera y repitió un patrón de intercambio que hundía sus raíces en el pasado indígena. Esta
orientación productiva basada en el abastecimiento de ganado a los puertos del Pacífico, especialmente evidente en el caso de la Norpatagonia, declinó recién luego
de la crisis de 1930, cuando proliferaron políticas proteccionistas y se profundizaron los controles fronterizos.

Más allá de su alcance geográfico, lo cierto es que, en los treinta años analizados por Hora en este tramo de su obra, el mercado interno argentino cobró una
considerable dimensión, lo cual colaboró en el desarrollo del sector manufacturero. Algunas de las cifras ofrecidas por el autor son elocuentes al respecto: hacia la
Gran Guerra, la industria local abastecía tres cuartas partes de la demanda total (p. 224). De ese modo, el incremento de la escala permitió la emergencia de las
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primeras plantas industriales de envergadura, que no dejaron de convivir con una pléyade de establecimientos que se parecían mucho a pequeños talleres. Este

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