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nosotros”
— Hola, Néstor.
— He sentido mucho la muerte del señor Remi — le digo con cierto embarazo.
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años, chiquillo de pantalón corto soñando con vivir un día todas aquellas
aventuras, y comprendo que también para mí el tiempo ha transcurrido
inexorable.
Nos sentamos los tres, acepto un Loch Lomond y aprovecho para echar un
vistazo de reojo a la abundante correspondencia que hay sobre la mesa. En su
mayor parte se trata de cartas y telegramas de condolencia, y reconozco
algunas de las firmas: Tchang, Baxter, el general Alcázar, Chester, el rey de
Syldavia, Arturo Benedetto Giovanni Giuseppe Pietro Arcangelo Alfredo
Cartoffoli da Milano, Serafín Latón, Oliveira… Paseo la vista por la sala: hay
una maqueta del Unicornio, una fotografía de Tintín y Haddock frente al Templo
del Sol, otra con Tornasol frente a la frontera de Borduria… Tintín me acerca
una caja de cigarros del Faraón; escojo uno y lo enciendo mientras preparo el
magnetófono.
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— ¿Significa la muerte de Hergé el final de sus aventuras?
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— Así es — responde Tintín —. Pero, a decir verdad, nunca hemos necesitado
esos ingresos. Tenga en cuenta que el capitán y yo todavía disponemos de las
rentas del tesoro de Rackham el Rojo, que terminamos descubriendo en el
sótano de este mismo castillo. La muerte de Hergé no nos afecta
económicamente, y él lo sabía. Fíjese que hasta le convencimos de que
rompiera el contrato del seguro de vida que Serafín Latón quería hacerle firmar
con nosotros como herederos…
El cigarro del Faraón se ha consumido entre mis dedos, y apago lo que queda
de él en un pesado cenicero de plata con una inscripción: “A mis amigos Tintín
y Haddock. El general Alcázar”.
— No del todo bien. El general Tapioca consiguió derrocarle otra vez, poco
después de la aventura de los Pícaros. Ahora se encuentra en Estados Unidos
intentando conseguir que la CIA le eche una mano para volver al poder. Hay
que reconocer que se trata de un hombre inasequible al desaliento.
— ¡Por mil truenos, que el diablo la deje afónica! — exclama hecho una furia,
derramando el whisky sobre la alfombra —. La Castafiore acaba de amenazar
con dejarse caer por aquí dentro de un rato. ¡Al refugio!
Y con un último “mil millones de mil rayos” el capitán Haddock sale corriendo
de la habitación. Me vuelvo hacia Tintín.
— Bueno, sólo son excelentes amigos. Es cierto que Bianca siente una
especial devoción con el capitán, y que ambos podrían haber hecho una
excelente pareja. Pero la música, ya sabe, los separa. Haddock no es
precisamente un melómano, y la voz de ella… En fin, Bianca no pierde la
esperanza; de todas formas lo cierto es que se trata de una mujer encantadora,
que sería un gran apoyo para el capitán en su vejez. Quizá algún día…
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— Hay una cosa que me llama poderosamente la atención. En los veintidós
álbumes que han sido publicados sobre usted, incluyendo el del País de los
Soviets…
— Mire, voy a serle sincero. Nunca he tenido novia, ni dentro ni fuera de las
viñetas. Creo que, en cierta forma, he sido víctima de mi propio personaje.
"En cincuenta años, usted, Tintín, sólo ha derramado una lágrima en una
ocasión."
Hago una pausa para cambiar la cinta magnetofónica y servirme otro trago del
excelente Loch Lomond del capitán.
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— En cincuenta años, usted, Tintín, sólo ha derramado una lágrima en una
ocasión: cuando creyó muerto a su amigo Tchang, en el álbum del Tibet. Una
lágrima en cincuenta años, fíjese. Tampoco fuma ni bebe, no tiene debilidades
conocidas. ¿Es usted tan frío, tan impasible como parece?
Esta vez Tintín sonríe abiertamente. Es la única vez que duda unos instantes
antes de responder.
— Sin embargo, usted ha tomado a veces partido, incluso político. Por ejemplo,
ayudó a los chinos contra los japoneses cuando lo del Loto Azul. Y en el
Congo, perdóneme, se comportó como un vulgar colonialista.
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Pasión tintinófila
"Cuando murió Georges Remi, Hergé, mis jefes del diario Pueblo me
preguntaron si no me importaba cambiar durante unos días Beirut por
Moulinsart."
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que ver con mi vida que años más tarde, cuando murió Georges Remi, Hergé,
mis jefes del diario Pueblo me preguntaron si no me importaba cambiar durante
unos días Beirut por Moulinsart, y publicaron una doble página en la que yo
contaba cómo fui a darles el pésame a mis viejos amigos, y junto a una mesa
llena de telegramas de condolencia — Abdallah, Alcázar, Serafín Latón,
Oliveira de Figueira — había charlado largo rato con un abatido y envejecido
Tintín, antes de mamarme a conciencia con el viejo capitán Haddock, mientras
en el tocadiscos sonaba el aria de las joyas en una antigua grabación de
Bianca Castafiore”.