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Causas

Fueron debidas a la conjunción de factores políticos y económico-sociales. Entre


los políticos destacan el Liberalismo y el Nacionalismo.
El Liberalismo es la doctrina política y económica que se impuso tras la caída del Antiguo
Régimen. Ideológicamente, el pensamiento liberal se inspiraba en las ideas de los filósofos de
la Ilustración del siglo XVIII, defendía la supremacía de la Razón y de la Naturaleza, y se
caracterizaba por su tolerancia y respeto a las ideas ajenas.
El liberalismo político tuvo en el francés Benjamin Constant a su mayor ideólogo. Opuestos
al Absolutismo, los liberales defendían los derechos del individuo a la libertad y la igualdad
jurídica, un estado de derecho garantizado por una Constitución o norma fundamental, que limite
la autoridad del rey, con separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y sufragio.
Durante la primera mitad del siglo XIX el Liberalismo fue una ideología revolucionaria impulsada
por la burguesía y las clases populares urbanas. A partir de 1830 los intereses de ambos fueron
separándose respecto al alcance de los derechos individuales, de ahí que surgieran dos
tendencias liberales: el liberalismo doctrinario o moderado, que impuso el sufragio censitario
del que se beneficiaba la burguesía y libertades recortadas, y el democrático que era partidario
del sufragio universal masculino y de más amplias libertades.
En Economía, el liberalismo defiende la libre iniciativa y el librecambismo, sin intervención del
Estado (laissez faire, laissez passer).

Mazzini, uno de los ideólogos del Nacionalismo (hacia 1870)


Generalmente unido al Liberalismo, el Nacionalismo será otra de las causas ideológicas de las
revoluciones que se enfrentaron a la Europa de la Restauración. Se trata de una doctrina surgida
a comienzos del siglo XIX, cuyo orígen se remonta a la Revolución Francesa y al Imperio
Napoleónico. Los nacionalistas defendían el derecho de los pueblos a ejercer el poder soberano
sobre el territorio en que viven; es decir, la soberanía nacional frente al derecho dinástico de
los monarcas absolutos.
Lo mismo que el Liberalismo, también se dividirá en dos tendencias: el
nacionalismo conservador, que defiende la nación como una unidad basada en sus raíces
históricas diferenciadoras, en la lengua, las costumbres tradicionales y el orden social vigente, y
el democrático, inspirado en las ideas del italiano Mazzini, según el cual la idea de nación lleva
implícita la libertad de los pueblos y la soberanía nacional.
Las revoluciones liberales tuvieron también causas económico-sociales. Vinieron precedidas
de crisis de subsistencias, de tipo tradicional originadas por las malas cosechas, que motivaron
el alza de precios y la caída del consumo y generaron una crisis industrial y financiera de tipo
moderno.
Las revoluciones fueron protagonizadas por la burguesía, la clase social ascendente con el
desarrollo del capitalismo, que controlaba la nueva situación económica pero se hallaba relegada
de la política en la Europa de la Restauración. Se convertirá en revolucionaria para acceder al
poder político, suplantando a la aristocracia, y será apoyada por las clases populares urbanas,
deseosas de mejorar sus pobres condiciones de vida y trabajo, empeoradas a causa de las crisis.
Las Revoluciones de 1820
En Europa las revoluciones revisten un carácter liberal y nacionalista. Adoptaron la forma de un
pronunciamiento o golpe de estado militar, tras una conspiración contra el absolutismo realizada
por individuos organizados de forma clandestina en sociedades secretas (masones y
carbonarios).
Dieron comienzo en España con el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan, que
obligó a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 y dio origen al Trienio Liberal, que acabó
con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, tras el Congreso de Verona de 1822, que
restablecieron el absolutismo.
El ejemplo español se extendió a Portugal e Italia, donde las insurrecciones de los carbonarios
en Nápoles obligaron a Fernando I a dar una Constitución, lo mismo que en Piamonte, pero la
intervención de las tropas austriacas restableció el orden absolutista en los dos casos.
En Rusia estalló la revolución decembrista de 1825, un levantamiento de oficiales del ejército
contra el zar Nicolás I, sucesor de Alejandro I pero también fracasó por falta de organización.
En Grecia por el contrario la revolución triunfó. El movimiento de resistencia de los griegos contra
el Imperio Turco, bajo cuyo dominio se encontraban, se inició en el Congreso de Epidauro (1821)
gracias a la acción de la sociedad secreta Hetairía, desencadenándose la guerra desde 1822. El
canciller austriaco Metternich no quiso intervenir por miedo al contagio revolucionario entre otros
pueblos balcánicos, pero los patriotas griegos contaron con el apoyo en 1825 de Rusia, Inglaterra
y Francia, organizándose un movimiento de voluntarios de toda Europa –el más famoso fue Lord
Byron, que murió allí–. La guerra de la independencia fue dura, con episodios como la matanza
de Quíos. En el Tratado de Adrianópolis (1829) el Imperio Turco reconoció la independencia de
Grecia que se convirtió en reino, con Otón de Baviera como primer monarca.
Las revoluciones de 1820 se iniciaron cronológicamente fuera de Europa, con la independencia
de las colonias españolas y portuguesas de América. Sus causas fueron el deseo de los criollos
de hacerse con el poder y la debilidad política y militar de España, junto a la difusión de las ideas
ilustradas y el ejemplo reciente de la revolución norteamericana.
En una primera fase sólo Argentina logró su independencia en 1816, fracasando la revolución en
México y Nueva Granada. Pero en una segunda fase, se independizaron Colombia, Venezuela,
Ecuador, Chile, México, Perú y Bolivia.
Las Revoluciones de 1830

La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix (1830)


La primera y más importante se dio en Francia y desde allí pasará a otros países europeos. Fue
una revolución parisina que estalló el 25 de julio contra Carlos X y el predominio de los ultras en
el gobierno, al intentar el monarca volver al absolutismo. La revolución vino precedida de una
grave crisis económica que causó malestar social y fue apoyada por republicanos, intelectuales,
monárquicos moderados y grandes financieros. Tras tres días de barricadas, Carlos X hubo de
exiliarse y se proclamó rey a Luis Felipe de Orleáns que implantó una monarquía constitucional.
Con él se inició la Edad de Oro de la alta burguesía francesa.
Bélgica se sentía humillada por Holanda, a la que estaba unida desde el Congreso de Viena.
Además existían grandes diferencias entre ambas. Bélgica era católica, hablaba francés o valón
y tenia una burguesía industrial proteccionista; Holanda era protestante, hablaba el holandés y
su burguesía era comercial y librecambista. Los belgas consiguieron separarse de Holanda
gracias a la ayuda de Inglaterra y Francia. Leopoldo I fue nombrado rey constitucional.
En Polonia los nacionalistas proclamaron la independencia de Rusia en 1830 pero, al no contar
con ayuda exterior ni apoyo del campesinado, la revolución fracasó y los rusos reprimieron la
revolución de forma sangrienta.
En Italia estallaron también insurrecciones en Piamonte, Parma, Roma y Nápoles que
fracasaron por la desunión entre ellos y por la intervención de Austria. Tras el fracaso, Mazzini
fundó la Joven Italia.
En Alemania los revolucionarios consiguieron que los príncipes aprobaran textos
constitucionales en algunos estados (Hannover, Sajonia...) pero la unidad fracasó. Lograron que
triunfara la unión aduanera o Zollverein en 1834, impulsada por Prusia, que servirá de base a la
unidad.
En Suiza se abolió la Constitución aristocrática.
En España triunfó definitivamente el régimen liberal en 1833 con Isabel II, lo mismo que ocurrió
en Portugal.
En Inglaterra no hubo revolución pero los liberales consiguieron en 1832 una reforma politica
que ampliaba el derecho de sufragio y ampliaba los derechos individuales.
Tras el paso de las revoluciones de 1830, Europa quedó dividida en dos bloques: el occidental ,
liberal y constitucional, y el oriental, conservador y aristocrático, integrado por Austria, Prusia y
Rusia.
Las Revoluciones de 1848
En 1848 tuvo lugar la llamada “'primavera de los pueblos'”, última oleada revolucionaria europea,
de mayor amplitud que la de 1830, y que puso fin al sistema de la Restauración.
La revolución presenta unas características comunes. Por una parte, su carácter liberal y
nacionalista y su contenido democrático, ya que los revolucionarios luchaban por el sufragio
universal y la soberanía popular frente a la nacional.
Participaron en ella diferentes clases sociales, desde la burguesía industrial y financiera hasta el
proletariado, movido por su penosa situación social (hambre, enfermedades, paro) y por la
aparición del socialismo premarxista, dirigido por intelectuales -ciertos autores consideran las
revoluciones del 48 como un enfrentamiento de clases-. Vino precedida por la crisis de 1847, que
fue agrícola, industrial y bursátil. Según los historiadores Droz y Labrousse la crisis agravó la
situación, pero no puede decirse que la provocó, si bien dio lugar a tensiones sociales De nuevo
fue Francia la cuna de la revolución. La monarquía de Luis Felipe había supuesto la llegada al
poder de la alta burguesía que lo había utilizado para su exclusivo beneficio económico,
marginando a la mediana y pequeña burguesía, al campesinado y al proletariado gracias al
sufragio censitario (sólo votaban 200.000 en una población de 35 millones de habitantes.
Legitimistas, bonapartistas, republicanos y socialistas utópicos ) se aliaron contra el gobierno.
Guizot rechazó la petición de reforma constitucional, restringiendo las libertades.
Las malas cosechas de 1846 y 1847 provocaron la subida del pan y desencadenaron la crisis
agrícola, que se acompañó de crisis textil y financiera, lo que trajo consigo el paro y la inseguridad
para los obreros, generando malestar económico y el estallido de motines de subsistencias en el
campo.
La confluencia de estos factores políticos, económicos y sociales, desencadenaron las revueltas
de los días 22, 23 y 24 de febrero en París. Se alzaron barricadas, se asaltó el Palacio real y el
ejército terminó confraternizando con los insurrectos. Luis Felipe abdicó y se proclamó la II
República.
En abril se formó un Gobierno Provisional que abarcaba desde republicanos moderados, como
Lamartine, hasta socialistas utópicos, como Louis Blanc. Se impulsó un programa de reformas
políticas y sociales, estableciéndose el sufragio universal masculino y aboliendo la pena de
muerte y la esclavitud. Se crearon los Talleres Nacionales, dirigidos por el Estado, para intentar
paliar el paro obrero.
Pero la alianza social duró poco. El Gobierno con mayoría de republicanos moderados decretó
que los obreros en paro entre 18 y 25 años debían ingresar en el ejército o ir a trabajar a
provincias. El proletariado respondió alzándose contra la burguesía en las jornadas del 22 al 26
de junio. Pero el ejército reprimió duramente la sublevación, y hubo más de 1.500 muertos y
25.000 detenidos. Fue una dura lección para los obreros, que en adelante tendrán que hacer su
propia revolución.
En diciembre Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, fue elegido presidente de la
República, gracias al apoyo de la burguesía, el campesinado y los católicos. A pesar de que
había sufragio universal, las libertades se recortaban cada vez más. El Segundo Imperio fue
proclamado en 1851.
El movimiento revolucionario se propagó desde Paris al resto de Europa. En el Imperio
Austriaco se desencadenaron en 1848 levantamientos de estudiantes, obreros y pequeña
burguesía y milicias tanto en Viena como entre nacionalistas checos, húngaros e italianos.
Aunque no todos tenían los mismos objetivos, lograron implantar una monarquía constitucional
y el canciller Metternich salió del poder. Con ayuda de Rusia, el nuevo emperador Francisco José
logró restaurar el absolutismo.
En Italia los revolucionarios luchaban a la vez por la libertad y por la unidad. Los nacionalistas
llegaron a declarar Repúblicas independientes en Venecia, Toscana y Roma, pero fracasaron.
Derrotados por los austriacos en Lombardía y el Véneto, vieron cómo los franceses reponían al
Papa en Roma. Al finalizar, solamente el reino de Piamonte, en manos de los Saboya, era liberal
y constitucional.
En Alemania la revolución de 1848 fue muy importante. Los patriotas consiguieron establecer
constituciones en 39 Estados y se convocó una Asamblea nacional que nombró regente a Juan
de Habsburgo. Este Parlamento de Francfort resultó ineficaz, ya que no contaba ni con dinero,
ni armas, ni funcionarios y además estaba dividido. Por miedo a los obreros, los parlamentarios
ofrecieron la corona alemana al rey Federico Guillermo IV de Prusia, quien no la aceptó. Así
pues, fracasó la revolución, aunque en Prusia se mantuvo un régimen constitucional muy
censitario

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