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EL MITO DE SUPERMAN

(perteneciente al libro apocalípticos e integrados)


Introducción- Umberto Eco
El problema que vamos a afrontar, requiere una definición preliminar de la "mitificación" como simbolización
inconsciente, como identificación del objeto con una suma de finalidades no siempre racionalizables, como
proyección en la imagen de tendencias, aspiraciones y temores, emergidos particularmente en un individuo,
en una comunidad, en todo un período histórico. En realidad, cuando se habla de "desmitificación", con
referencia a nuestro tiempo, asociando el concepto a una crisis de lo sagrado y a un empobrecimiento
simbólico de aquellas imágenes que toda una tradición iconológica nos había acostumbrado a considerar
como cargadas de significados sacros, lo que se pretende indicar es el proceso de disolución de un repertorio
simbólico institucionalizado, típico de los primeros tiempos de la cristiandad y de la cristiandad medieval (y, en
cierta medida, resucitado por el catolicismo contrarreformístico). Este repertorio permitía transferir, en medida
casi unívoca, los conceptos de una religión revelada a una serie de imágenes, sirviéndose de éstas para
transmitir, per speculum et in aenigmate, los datos conceptuales originales, de forma que pudieran ser
captados incluso por el pueblo sencillo, carente de refinamientos teológicos, constante preocupación de los va
ríos concilios que se ocuparon del problema de las imágenes. La "mitificación" de las imágenes fue, pues, un
hecho institucional que procedía de lo alto, que era codificado y decidido por hombres de Iglesia, como el
abate Suger, los cuales se apoyaban en un repertorio figural establecido por siglos de hermenéutica bíblica, y
que finalmente era vulgarizado y sistematizado por las grandes enciclopedias de la época, los bestiarios y
lapidarios. Era, sin embargo, cierto que aquellos que fijaban el valor y el significado de ciertas imágenes
interpretaban tendencias mitopoéticas que procedían de abajo, captando el valor ¡cónico de ciertas imágenes
arquetípicas y tomando prestados de toda una tradición mitológica e iconográfica elementos que entonces, en
la fantasía popular, estaban asociados a determinadas situaciones psicológicas, morales y sobrenaturales. Y
es también cierto que estas identificaciones simbólicas entraban a formar parte de la sensibilidad popular, de
forma tan profunda que, hasta cierto punto, era difícil establecer una discriminación entre mitopoética "dirigida"
y mitopoética "espontánea" (y la iconografía de las catedrales medievales está llena de ejemplos). En
definitiva, sin embargo, toda la base de esta mitopoética descansaba sobre coordenadas de unidad de una
cultura, que habían sido determinadas y lo seguían siendo en los concilios, en las summae, en las
enciclopedias, y que eran transmitidas a través de la actividad pastoral de los obispos, y de la actividad
educativa de abadías y conventos. La crisis de ese estrecho ligamen entre imágenes y verdades históricas y
significado sobrenatural, constituye el "consumo" de la carga sagrada de una estatua o una figura pintada. La
mundanización de unos elementos iconográficos que, poco a poco, se van convirtiendo en simples pretextos
para un ejercicio formal (o para la transmisión de otros significados, aun permaneciendo aparentemente
ligados al sistema de signos de una religión revelada), se identifica con la crisis de una sistemática y de toda
una cultura. En el momento en que nuevas metodologías de investigación ponen en duda la estabilidad de
una visión del mundo y establecen la posibilidad de una investigación continuamente renovada, deja de ser
posible la aceptación de una relación fija entre un repertorio de imágenes y un repertorio de significados
filosóficos, teológicos e históricos, que han perdido sus características de estabilidad. Que a pesar de ello, el
proceso de "mitificación" de las imágenes no se identifica con el proceso, históricamente bastante delimitado,
de una identificación entre imágenes y cuerpo institucionalizado, nos lo demuestra el progresivo esfuerzo de
todo el arte moderno para crear, ante la caída de los símbolos objetivos en que se basaba la cultura clásica y
medieval, unos símbolos subjetivos. En el fondo, los artistas han estado continuamente intentando (y cuando
la operación no era intencional en los artistas, lo producía la sensibilidad culta y popular, que cargaba de
significados simbólicos una imagen, o la elegía como símbolo de determinadas situaciones y valores)
Introducir equivalentes icónicos de situaciones intelectuales y emotivas. Y así han surgido símbolos del amor,
de la pasión, de la gloria, de la lucha política, del poder, de las insurrecciones populares. Por último, la poesía
contemporánea ha señalado el camino para una simbolización cada vez más subjetiva, privada, compartible
sólo por el lector que consigue identificarse, por vía de congenialidad, con la situación interior del artista.
Símbolos de este género son los tres árboles de Proust, la muchacha pájaro de Joyce, o las botellas rotas de
Móntale. Aun cuando el poeta alcance un repertorio simbólico tradicional (Mann, Eliot), lo hace para
proporcionar nueva substancia simbólica a viejas imágenes míticas; y si intenta universalizar su proceso,
confía la universalización a la fuerza comunicante de la poesía, y no a una situación socio-psicológica ya
existente. Intenta, pues, instituir un modo de sentir y de ver, y no se aprovecha de un modo de sentir y de ver,
cuya universalidad, precisamente, reconoce como rota e irreconstituible.

Símbolos y cultura de masas


No obstante, en el mundo contemporáneo existen sectores, en los que se ha ido reconstruyendo sobre bases
populares esta universalidad de sentir y de ver. Esto se ha realizado en el ámbito de la sociedad de masas,
donde todo un sistema de valores, a su modo bastante estable y universal, se ha ido concretando, a través de
una mitopoética cuyos modos examinaremos, en una serie de símbolos ofrecidos simultáneamente por el arte
y por la técnica. En una sociedad de masas de la época de la civilización industrial, observamos un proceso
de mitificación parecido al de las sociedades primitivas y que actúa, especialmente en sus inicios, según la
misma mecánica mitopoética que utiliza el poeta moderno. Se trata de la identificación privada y subjetiva, en
su origen, entre un objeto o una imagen y una suma de finalidad, ya consciente ya inconsciente, de forma que
se realice una unidad entre imágenes y aspiraciones (que tiene mucho de la unidad mágica sobre la cual el
primitivo basaba la propia operación mitopoética).

Mito de Superman
Una imagen simbólica que reviste especial interés es la de Superman. El héroe dotado con poderes
superiores a los del hombre común es una constante de la imaginación popular, desde Hércules a Sigfrido,
desde Orlando a Pantagruel y a Peter Pan. A veces las virtudes del héroe se humanizan, y sus poderes, más
que sobrenaturales, constituyen la más alta realización de un poder natural, la astucia, la rapidez, la habilidad
bélica, o incluso la inteligencia silogística y el simple espíritu de observación, como en el caso de Sherlock
Holmes. Pero, en una sociedad particularmente nivelada, en la que las perturbaciones psicológicas, las
frustraciones y los complejos de inferioridad están a la orden de día; en una sociedad industrial en la que el
hombre se convierte en un número dentro del ámbito de una organización que decide por él; en la que la
fuerza individual, si no se ejerce en una actividad deportiva, queda humillada ante la fuerza de la máquina que
actúa por y para el hombre, y determina incluso los movimientos de éste; en una sociedad de está clase, el
héroe positivo debe encarnar, además de todos los límites imaginables, las exigencias de potencia que el
ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer. Superman es el mito típico de esta clase de lectores:
Superman no es un terrícola, sino que llegó a la Tierra, siendo niño, procedente del planeta Kriptón. Kriptón
estaba a punto de ser destruido por una catástrofe cósmica, y su padre, docto científico, consiguió poner a
salvo a su hijo confiándolo a un vehículo espacial. Aunque crecido en la Tierra, Superman está dotado de
poderes sobrehumanos. Su fuerza es prácticamente ilimitada, puede volar por el espacio a una velocidad
parecida a la de la luz, y cuando viaja a velocidades superiores a ésta traspasa la barrera del tiempo y puede
transferirse a otras épocas. Con una simple presión de la mano, puede elevar la temperatura del carbono
hasta convertirlo en diamante; en pocos segundos, a velocidad supersónica, puede cortar todos los árboles de
un bosque, serrar tablones de sus troncos, y construir un poblado o una nave; puede perforar montañas,
levantar transatlánticos, destruir o construir diques; su vista de rayos X, le permite ver a través de cualquier
cuerpo, a distancias prácticamente ilimitadas, y fundir con la mirada objetos de metal; su superoído, le coloca
en situación ventajosísima para poder escuchar conversaciones, cual fuere el punto donde se celebran. Es
hermoso, humilde, bondadoso y servicial. Dedica su vida a la lucha contra las fuerzas del mal, y la policía
tiene en él un infatigable colaborador. No obstante, la imagen de Superman puede ser identificada por el
lector. En realidad, Superman vive entre los hombres, bajo la carne mortal del periodista Clark Kent. Y bajo tal
aspecto es un tipo aparentemente medroso, tímido, de inteligencia mediocre, un poco tonto, miope,
enamorado de su matriarcal y atractiva colega Lois Lane, que le desprecia y que, en cambio, está
apasionadamente enamorada de Superman. Narrativamente, la doble identidad de Superman tiene una razón
de ser, ya que permite articular de modo bastante variado las aventuras del héroe, los equívocos, los efectos
teatrales, con cierto suspense de novela policíaca. Pero desde el punto de vista mitopoético, el hallazgo tiene
mayor valor: en realidad, Clark Kent personifica, de forma perfectamente típica, al lector medio, asaltado por
los complejos y despreciado por sus propios semejantes; a lo largo de un obvio proceso de identificación,
cualquier accountant de cualquier ciudad americana alimenta secretamente la esperanza de que un día, de
los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad.

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