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Trabajo Práctico:

Psicopatología

Profesora: Adriana Layana

Carrera: Profesorado de Educación


Especial.

4to año

Alumnas: Lucero Noelia, González


Laura, Cladera Estefanía.

Año 2015
INTRODUCCION :

La familia es un grupo de personas relacionadas entre sí por lazos sanguíneos y


políticos, es considerada la primera experiencia de socialización del ser humano
ya que a partir de ella el hombre empieza a tener conciencia de sí mismo como un
ser inserto en un mundo habitado por otros. La familia es además el espacio
donde cada individuo aprende costumbres, ideas, formas de comportarse, de
pensar y de vivir.
La llegada de un nuevo integrante a la familia produce una infinidad de
sentimientos y emociones. ¿Pero que es lo que sucede cuando el hijo deseado es
un hijo diferente? :

El nacimiento, y llegada al hogar, de un niño diferente, esto es, afectado por algún
tipo de alteración del desarrollo, o con riesgo de padecerla en un futuro a corto
plazo, representa enfrentarse a un buen número de emociones difícilmente
“encajables” en el contexto en que se desarrollan los acontecimientos que rodean
el propio acontecimiento de nacer.
Las expectativas de cualquier futuro progenitor (padre o madre) ante el nacimiento
de un hijo se concentran, lógicamente, en que todo irá bien. La mayor parte de las
emociones que surgen en el corazón (y la mente) de los futuros padres giran en
torno a ideas del tipo “esperamos un hijo normal”..

Todo un complejo conjunto de ideas y sentimientos se confabulan para que,


incluso antes de que nazca, visualicemos casi de manera inconsciente un futuro
para él, un sendero de cuidados, mimos, un camino planificado y responsable.
Pero, lamentablemente, las expectativas más básicas se ven profundamente
dañadas, frustradas por el impacto sobrevenido tras la revelación de un
diagnóstico que entraña el concepto de discapacidad. A partir del momento
específico del diagnóstico, o mejor, de la comunicación del mismo a los padres y a
la familia, la conmoción que se sufre adquiere la cara de una profunda crisis
El nacimiento de un niño especial altera el orden familiar produce desesperación y
otras emociones que hay que soportar y convivir con ellas sea cual fuere la
fortaleza individual, rara vez se esta preparado para hacerle frente a esta
situación, porque el niño perfecto que se esperaba no llegó .
Ante esta situación, debe destacarse la relevancia de dos de sus componentes
fundamentales:
1. El conflicto que se produce entre “lo que se esperaba” y la experiencia de la
“realidad” presente.
2. La exigencia y necesidad de una adaptación instantánea para atender la
problemática que se ha generado de manera inesperada.
Además de las consecuencias producidas por la situación creada en la estructura
psicológica de cada miembro de la familia en términos generales, la crisis familiar
ante el nacimiento de un niño “diferente” debe entenderse como “el grado de
desajuste o desadaptación que el impacto del diagnóstico de dicapacidad produce
en el seno organizativo, emocional y vivencial de toda la familia”.
Ámbitos básicos en el funcionamiento de la pareja o de la familia en su conjunto
sufren significativos desequilibrios, tanto en lo que afecta al funcionamiento interno
de los mismos, como en lo que atañe a sus relaciones con el exterior, familia,
amigos, relaciones sociales.En primer lugar, es muy importante saber que las
cosas van a reequilibrarse. Después de los momentos malos y dolorosos tiene que
abrirse paso la calma y la reflexión tranquila sobre lo que hay que hacer, valorar y
seguir las orientaciones de los profesionales y, esto es fundamental, saber que la
mejor respuesta está en nosotros mismos, en la propia pareja, en la familia. Si
somos capaces de reconocer dónde nos encontramos y mirar hacia delante,
seremos asimismo capaces de hallar las salidas más adecuadas, sin prisa, pero
sin pausa.
¿Cómo será la construcción psíquica de estos niños?, ¿será la misma que el resto
de los niños?, ¿Los miedos de los padres se pueden transmitir a los niños?...

DESARROLLO:

El deseo de tener un hijo se comienza a gestar desde los primeros años de la


vida, y al llegar el momento del embarazo se concretan muchos de esos
sentimientos y anhelos, apareciendo la posibilidad de recrear antiguos vínculos y
de proyectarse en el niño que viene. La historia personal de los padres, sus
experiencias como hijos, sus deseos y sus frustraciones irán forjando la imagen de
lo que esperan de su futuro bebé. Todos esos sentimientos y actitudes frente a la
maternidad y a la paternidad marcarán los comienzos de un vínculo que se
expresará con mayor o menor conflicto, y que irá definiendo la calidad del apego
entre padres e hijos.
El encuentro entre la mamá y su bebé en el momento del nacimiento viene
signado tanto por la historia de ella, como por el bagaje genético y las
experiencias intrauterinas del infante.
Él bebe nunca es igual al esperado y fantaseado por los padres, lo cual exige un
re-acomodamiento para establecer un nuevo tipo de vínculo. En la medida que
ese proceso ocurra con menos conflicto, los intercambios también se plantearan
en forma más saludable.
Pero cuando una marca o una discapacidad se hacen presentes en el hijo real, y
la distancia entre éste y el bebé esperado e idealizado es muy grande, la
diferencia provoca una verdadera ruptura en el vínculo. Sara Amores (2004)
plantea que en la medida en que es mayor la diferencia entre el niño ideal y su
presencia en la realidad, mayor será el esfuerzo psíquico que demandará a los
padres su aceptación. El nacimiento de un hijo discapacitado marca un punto de
inconsistencia, una ruptura en la organización familiar vincular programada,
produciendo de alguna manera, un “no-encuentro” con ese hijo real que por otra
parte busca un encuentro, un acercamiento, busca a una madre.
Si tenemos en cuenta que la mirada materna, como lo plantea Winnicott , es el
primer espejo en el que el niño se mira, es a través de ella que el bebé con una
marca empieza a captar y a sentir que no todo está bien. Este encuentro/no
encuentro con un hijo que no satisface las expectativas de sus padres, que no va
a poder cumplir con lo que ellos habían deseado para su desarrollo, conlleva un
sentimiento de frustración, acompañado de estados de fuerte angustia y
confusión.
El impacto que produce el niño discapacitado se puede equiparar a la vivencia de
una situación traumática que sobrepasa la capacidad del psiquismo para
procesarla. En lo real este niño no es como los otros, equivale al impacto que
produce lo siniestro.
La familia, en un intento de mitigar la realidad vivenciada con esas características,
pone en funcionamiento mecanismos de defensa tales como: la desmentida o la
desestimación. La desmentida conlleva un sentimiento de extrañamiento: "No me
puede estar pasando a mí", "No lo puedo creer", “lo estoy viendo y no lo puedo
creer”. Estas son algunas manifestaciones de este sentimiento y expresan un
desesperado intento de alejarse, de negar, de no tomar contacto con una realidad
que les resulta muy dura. Pero también es un indicador de un profundo rechazo,
de la no-aceptación de este nuevo niño con todas sus particularidades: la
aceptación de una realidad, y al mismo tiempo su rechazo.
La desestimación está relacionada con la indiferencia, sería el no ha lugar, para
registrar algo de la realidad. No hay representación, como si el hijo discapacitado
no hubiese nacido o como si tal discapacidad no existiese y fuera una
equivocación de los médicos. Cuando esta situación es la que prevalece en la
pareja parental o en la familia, se bloquea la posibilidad de contener, de proteger,
de investir a ese hijo con el amor, y de dar lugar a que surja el deseo, dejándolo
fuera de toda probabilidad de narcisización.
Si estos sentimientos logran ser elaborados, sufridos, y resueltos, permitirán
disponer de la energía psíquica necesaria para ser empleada en habilitar un
lugar de encuentro donde hasta ahora solo había desencuentros.
En esta construcción psíquica de los niños se encuentran los miedos y la relación
con sus padres en esta etapa.
Todos los niños tienen miedo a algo, padecen y experimentan numerosos miedos,
unos a la oscuridad, otros a la separación de la madre, a personas extrañas, otros
a los médicos. Pueden ser muchas cosas las que provocan este sentimiento pero,
con un poco de ayuda, los niños podrán superar esta etapa sin problemas. La
mayoría de los miedos son pasajeros, irán apareciendo y desapareciendo en
determinadas edades y estados evolutivos. Estos miedos les ayudarán a
enfrentarse de forma adecuada a situaciones difíciles y amenazantes con las que
se encuentran a lo largo de su crecimiento.
La función del miedo en estos casos es proteger a la infancia de posibles daños.
Los miedos son reacciones emocionales que forman parte del desarrollo y son
constantes en la naturaleza humana. Es normal que los niños presenten miedos
específicos.
El miedo es una emoción que surge cuando la persona se siente en peligro, sea
real o no la amenaza. Es una respuesta normal, necesaria y adaptativa ante
amenazas reales o imaginarias más o menos difusas que prepara al Organismo
para reaccionar ante una situación de peligro. Estos miedos son necesarios para
la supervivencia del hombre. Los temores se convierten en la niñera del niño
cuando éste comienza a alejarse de la madre y empieza a explorar el mundo por
sí solo.
El niño evita la mayoría de los peligros como respuesta al miedo. Este aparece
cuando se viven situaciones de inseguridad que el niño no puede controlar. La
infancia es la etapa en la que el ser humano siente más miedos. Cuando los niños
sienten miedo son incapaces de auto controlarse, lo único que hacen es intentar
evitar la situación.
El recién nacido generalmente tiene miedo hacia cosas como la intensa luz y a los
fuertes ruidos. Hacia los tres años, y con más frecuencia en las niñas que en los
niños, aparecen el miedo a los animales, a la oscuridad, a quedarse solos en
algún sitio, a las tormentas, a personajes de ficción como brujas, fantasmas.
Hay ocasiones en que las respuestas de ansiedad no desempeñan una función
adaptativa, se disparan de forma totalmente incontrolada y son causa de

sufrimiento para los niños que las experimentan. Surgen, en estas circunstancias,
como un "miedo sin saber de qué". En el caso de los trastornos de ansiedad, las
respuestas de temor funcionan como un "dispositivo antirrobo defectuoso", que se
activa y previene de un peligro inexistente.

CONCLUSION

Los miedos son útiles para el crecimiento infantil y se han de convertir en aliados
de los niños. Frecuentemente, la solución más sencilla suele ser la más eficaz.
Los niños tienen una visión muy diferente a la de los adultos. Si nos ponemos en
su piel, nos será más fácil ayudarlos a superar sus miedos y que se hagan sus
amigos.

El juego, los disfraces y la fantasía son indispensables para que los niños lleguen
a dominar sus temores. En su mundo imaginario los niños se atreven a matar sus
propios fantasmas y a los monstruos que inventan en sus dibujos o leen en los
cuentos.
Los miedos impulsan a nuestros más pequeños a inventar, a descubrir, a plantear
estrategias y, sobre todo, a ser prudentes. Para vencerlos, es necesario primero
reconocerlos y aceptarlos.

No tenemos que asustarnos porque los niños tengan miedo, sino porque no sepan
utilizarlo. El miedo es una de nuestras mejores armas defensivas. Sólo hay que
saber escucharlo y convertirlo en nuestro mejor aliado.
BIBLIOGRAFIA:

AMORES, Sara (2004): Tener un Hermano Discapacitado. Acerca de la


discapacidad y los vínculos familiares. Revista LA HAMACA

WINNICOTT, Donald W.: La familia y el desarrollo del individuo –Paidós- 1984

Harf, R, Alicia. A : ¿Los miedos, cosa de niños?.

Janin.B: El sufrimiento psíquico en los niños – cap. 6 y 8-.

Ramundo.N: El Nacimiento de un Hijo Diferente.

Marta Schorn: ¿ Por qué nací así?. Cap. 7

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