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Daniel Bustamante Fernández - 201514004

Postconflicto y disidencias: una aproximación a las implicaciones de las


estructuras remanentes sobre la legitimidad de los acuerdos y la seguridad de los
territorios

I. Resumen

En la coyuntura actual, las disidencias se erigen como estructuras armadas remanentes cuyo
despliegue armado podría representar una amenaza a la implementación de los acuerdos.
Utilizando datos recopilados por el Barómetro de las Américas, así como diversas fuentes
secundarias, se sostendrá que el impacto de las disidencias de las FARC se traduce en una
posible pérdida de legitimidad pública respecto tanto al contenido de los acuerdos como al
avance de la implementación, así como en una desestabilización de las condiciones de
seguridad en territorios susceptibles a la implementación de los pilares de dichos acuerdos.
Con ello, entre otras cosas, se afecta la posibilidad de lograr un consenso social amplio frente
a la imperiosa tarea de la implementación, así como se perjudica la posibilidad de lograr una
nutrida participación en esta tarea por parte de pobladores de los territorios en donde estas
estructuras hacen presencia.

II. Introducción

En sociedades golpeadas por conflictos armados, el período transicional —cuyo principio


data del fin de la confrontación armada directa entre bandos claramente identificables y
políticamente reconocidos— suele cargar el lastre de tensiones, disonancias y desconfianzas
no resueltas en el marco del conflicto o de los procesos de paz. Tanto en la opinión pública
como en la academia se suscitan agudos debates en torno al panorama que empíricamente
ofrece este periodo. Los bandos otrora enfrentados, de igual forma, no son ajenas a estas
dinámicas. Frecuentemente, las discusiones adelantadas entre y al interior de tales bandos
conduce a una fragmentación de estos, motivados, entre otras cosas, por factores asociados
con la organización y su contexto. La naturaleza de tales escisiones esta no es unívoca. En
algunos casos, ciertos sectores privilegian una posición ideológica o política, la cual se erige
como contraparte de la directriz organizacional que determinado bando impone sobre su
estructura, lo que supondría una cohesión interna significativa en torno a los réditos que
representa para la organización el fin de la confrontación armada. En otros casos, algunos
sectores prefieren desligarse de la organización, motivados por incentivos estructurales

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ajenos al proyecto de Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR). La fragmentación


se traduce, en ambas circunstancias, en la generación de estructuras organizacionales
disidentes frente a la decisión política adoptada por la organización en conjunto.

El surgimiento de grupos disidentes se presenta como uno de los principales desafíos en el


marco de las fases de negociación e implementación de los acuerdos logrados tras un proceso
de paz. Si bien su incidencia e impacto podría percibirse como marginal para la compleja
estructura de negociación e implementación, las estructuras armadas remanentes que se
desprenden de los otrora bandos enfrentados —de índole insurgente o paramilitar— suelen
disponer de suficiente capacidad para desestabilizar la seguridad en escenarios rurales y
urbanos, impulsar economías criminales de diversa especie, así como afectar negativamente
la implementación de los acuerdos de paz. La configuración de tales grupos desafía el
despliegue institucional que se busca implementar en el marco de lo estipulado en las
negociaciones. Algunos ejemplos son Ruanda, Irlanda del Norte, República Democrática del
Congo, Irak, Sudán, Sri Lanka, Colombia, Argelia y Perú, entre otros (Findley & Rudloff,
2012). Asimismo, en función de la naturaleza de los grupos disidentes, su accionar puede
competir en los planos político, militar y social con el proyecto y el accionar del Estado,
particularmente en ambientes rurales.

En el caso colombiano, los múltiples escenarios de diálogo que se han establecido con grupos
armados organizados al margen de la ley —y los cuáles han culminado en acuerdos de paz
entre el Estado y organizaciones como las Autodefensas Unidas de Colombia, (AUC) y el
Ejército Popular de Liberación (EPL), entre otros— han propiciado un escenario proclive a
la fragmentación interna de dichos grupos, lo que, a la postre, se ha traducido en el
surgimiento de estructuras armadas remanentes. La desmovilización de las AUC en el marco
de la Ley de Justicia y Paz ha incidido en la configuración de lo que actualmente se
consideran como Bandas Criminales (BACRIM).

El más reciente acuerdo de paz, logrado esta vez entre el gobierno de Juan Manuel Santos
(2010-2018) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el 2016, tras
unas negociaciones públicas que se adelantaron durante cuatro años ininterrumpidos, ha dado
lugar al surgimiento de grupos disidentes al interior de las filas de las FARC. Según recoge
el más reciente informe publicado por la Fundación Ideas para la Paz, “entre junio de 2016 y

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marzo 27 de 2018, estos grupos han cometido por lo menos 147 acciones en cerca de 13 de
departamentos, a las que se suman las 8 que han afectado a Ecuador” (Vanegas, Calderón &
Vélez, 2018, p. 30). Las Fuerzas Armadas han buscado contrarrestar el escalamiento del
despliegue armado de dichas estructuras, emprendiendo acciones de contrainsurgencia en las
regiones en donde otrora ejercía presencia las FARC. No obstante, desde la firma del acuerdo
de paz, el surgimiento de nuevas disidencias ha ocasionado un crecimiento exponencial de
tales acciones armadas (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018, p. 31). En este contexto, conviene
preguntarse acerca del impacto que tales estructuras armadas remanentes podrían tener sobre
la implementación de los acuerdos de paz. El presente ensayo propone una aproximación
tentativa frente a esta cuestión. En las líneas que prosiguen a continuación se sostendrá que
el impacto de las disidencias como estructuras armadas remantes podría tener incidencias
significativas sobre dos aspectos. En primer lugar, podría presentarse una pérdida de
legitimidad entorno al acuerdo de paz y su implementación, específicamente en torno a las
perspectivas de los ciudadanos respecto al involucramiento y la voluntad de las FARC. En
segundo lugar, el despliegue de las operaciones armadas que realicen las disidencias podría
acarrear la desestabilización de las condiciones de seguridad en zonas delicadas para la
implementación de los acuerdos. Ambas implicaciones significarían sendas limitaciones para
la implementación de los acuerdos en los tiempos inicialmente estipulados, un eventual
crecimiento en los costos de dicha implementación, así como mayores dificultades para
ejercer consolidar la presencia institucional del Estado en territorios otrora bajo el orden de
las FARC. Con el propósito de responder a la mencionada cuestión, se desarrollará, en primer
lugar, un marco teórico en donde se recogen las principales teorías en torno a las
características de las disidencias, los factores que inciden en su surgimiento y perduración,
así como sus implicaciones para la etapa del posconflicto. Luego, se señalarán algunos
antecedentes investigativos para el caso colombiano, en donde destacan los aportes
realizados para la comprensión de la configuración de las disidencias en el marco de la
desmovilización de los paramilitares. Posteriormente, se expondrán en detalle las
implicaciones de las actuales disidencias de las FARC en materia de legitimidad de los
acuerdos, así como sobre la seguridad de determinadas zonas. Por último, se propondrán unas
breves conclusiones.

III. Marco Teórico

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La identificación precisa de los actores, intereses y organizaciones que interactúan en el


marco de un conflicto armado interno o de una guerra civil ha sido sistemáticamente un
campo de disenso en los círculos académicos especializados en la materia. De allí que autores
como Omach (2012) destaquen la dificultad de determinar quién es o fue un combatiente en
un período de confrontación interna, lo que se traduce tanto en eventuales vacíos jurídicos
como limitaciones a los programas de DDR. A pesar de ello, la literatura reciente reconoce
que los conflictos internos o guerras civiles no pueden identificarse como procesos
dicotómicos o binarios (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018), sino más bien como fenómenos
dinámicos y complejos, en los que hacen presencia actores y organizaciones heterogéneas,
disímiles y frecuentemente fragmentadas, con campos de acción comunmente fáciles de
distinguir (Bakke, Cunningham & Seymour, 2012; Pearlman & Cunningham, 2012; Rudloff
& Findley, 2016). Consecuentemente, los grupos armados son identificados como actores
ampliamente cambiantes, los cuales, si bien poseen una identidad central compartida
(Rudloff & Findley, 2016), usualmente circunscriben sus acciones en el marco de relaciones
y alianzas cambiantes e intereses divergentes.

La evolución de los conflictos armados internos se ciñe a las adaptaciones y modificaciones


que los distintos actores implementen tanto sobre su estructura organizacional como sobre
sus marcos de acción e intereses. Uno de los principales cambios que pueden experimentar
los grupos rebeldes durante un conflicto es su fragmentación (Vanegas, Calderón & Vélez,
2018). Los combatientes se enmarcan en estructuras que no en todas las circunstancias
representan organizaciones homogéneas ni jerárquicamente especializadas. Esto configura
un escenario proclive a la desarticulación entre cuadrillas, frentes, columnas o demás tipos
de organización interna.

Con relación a esto, la literatura especializada acerca de la dimensión organizacional de los


grupos armados que se circunscriben en las dinámicas de un conflicto armado reconoce con
suficiencia la natural transformación que sufren dichas organizaciones en el marco del
desarrollo mismo de los conflictos (Rudloff & Findley, 2016). Asimismo, en la literatura se
reconoce la incidencia y la frecuencia con que los grupos rebeldes, primordialmente, sufren
fragmentaciones en su estructura organizacional. De acuerdo con Pearlman y Cunningham
(2012), la fragmentación interna incide en tres escenarios. El primero de ellos responde al

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número de organizaciones en las que se fragmenta el movimiento. Estas pueden tanto


competir entre sí como actuar como grupos cohesionados que actúan en escenarios distantes,
pero salvaguardando una estructura organizacional.

El segundo gira en torno al grado de institucionalización que haya consumado la estructura


interna de la organización. De acuerdo con los señalados autores, un movimiento puede sufrir
fracturas internas en relación con el grado de fortaleza, articulación y claridad en que se
hayan constituido las reglas formales e informales que determinan el proceder de la
organización como tal. El grado de institucionalización influye sobre la cooperación que
entre subestructuras se pueda ejecutar, lo que se traduce en un mayor grado de
compenetración y articulación, dejando menor espacio a la posibilidad de fracturación severa
(Bakke, Cunningham y Seymour, 2012).

El tercer escenario sobre el cual se evidencia una eventual fragmentación interna se relaciona
con la distribución de poder al interior de la organización. Una dispersión significativa del
poder dentro de la estructura organizacional se traduce en mayor grado de separación. Caso
contario sucede en un panorama donde el poder se encuentra eminentemente concentrado.
La distribución de poder depende de varios factores, dentro de los cuales destaca los niveles
de eficiencia organizacional, cohesión y alianzas, el apoyo brindado por socios estratégicos
externos, el grado de institucionalización o la cantidad de acciones existentes, entre otros.

La fragmentación al interior de una organización insurgente representa, según destacan


Vanegas, Calderón y Vélez (2018), la pérdida de unidad de mando, lineamientos internos y
desintegración de una estructura de autoridad. Así, las disidencias, entendidas como un grupo
que se distancia tangencialmente de la estructura organizacional, doctrina común o conducta
institucionalizada (Cunningham, Bakke & Seymour, 2012; Vanegas, Calderón & Vélez,
2018), se constituyen como la primera y principal manifestación de un número indeterminado
de organizaciones en las que se puede fragmentar un grupo más grande (Findley & Rudloff,
2012).

Pese a que la fragmentación organizacional puede tener lugar en cualquier momento del ciclo
del conflicto, ya sea durante el desarrollo del mismo, en el proceso de negociación o después
de la firma de los acuerdos (Findley & Rudloff, 2012), la mayoría de la literatura se centra
en la configuración de las disidencias durante el conflicto armado (Vanegas, Calderón y

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Vélez, 2018). Aún así, los factores asociados a la configuración de disidencias son variados
y, si bien se destaca la preponderancia de la disponibilidad de recursos económicos, existen
otras variables cuyo impacto termina siendo significativo a la hora de considerar la
configuración de dichos grupos (Collier & Hoeffler, 2004; Kaldor, 1998; Policzer, 2002).

El papel de los incentivos económicos ocupa un lugar preponderante en la literatura. Los


recursos económicos que se presentan con un costo bajo de extracción, transporte y
comercialización, representan un rentable ingreso para la continuidad de las acciones
armadas (Keen, 2012). Entre ellos, se destacan la minería ilegal de aluvión y los cultivos de
uso ilícito, como la cocaína y la marihuana. La continuidad de las economías ilegales “ahonda
las vulnerabilidades de las regiones al tiempo que prolonga la confrontación y el flujo de
ingresos necesarios para su sostenimiento” (Vanegas, Calderón y Vélez, 2018, p. 47). De
igual forma, el crecimiento de facciones al interior del grupo armado repercute sobre la
población, en tanto la competencia por tales recursos no tiene una regulación jerarquizada,
clara y estricta, por lo cual esta aumenta la posibilidad de desorden (Ballentine & Nitzschke,
2004; Rexton, 2008)

Las tensiones internas por liderazgo y estrategia repercuten, asimismo, en la configuración


de estructuras armadas disidentes. Los cambios generacionales proponen un ambiente
proclive a la ruptura de las jerarquías internas (Lawrence, 2010). Asimismo, los integrantes
de las organizaciones armadas, con cierta capacidad de mando intermedio, pueden dirigir a
las estructuras bajo su orden a un distanciamiento de la organización central, al entrar en
desacuerdo con una política y decisiones adoptadas por la comandancia, primordialmente en
torno al manejo de la guerra, las posibilidades de paz y el relacionamiento con la población
(Moghadam & Fishman, 2010; Zirakzadeh, 2002; Cunningham, 2006; McLauchlin &
Pearlman, 2012; Vanegas, Calderón y Vélez, 2018).

La conformación de organizaciones disidentes puede responder, a su vez, a la fortaleza de


políticas y operaciones de contrainsurgencia (Girardet, 2011). La preponderancia que
eventualmente adquieran las operaciones militares sobre las distintas estructuras que
conforman un mismo grupo puede conllevar a la fragmentación en subestructuras de este, lo
que conduciría a cortar las redes de abastecimiento, Así, se generaría un desgaste que podría
tanto ocasionar deserciones individuales como desarticulación organizacional, fortaleciendo

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la incidencia de rangos medios en proyectos que disienten con la propuesta central (Vanegas,
Calderón y Vélez, 2018).

Otro de los aspectos que se consideran inciden a la hora de la conformación de organizaciones


armadas disidentes lo constituye el apoyo social que pueda o no recibir efectivamente la
organización. Sobre esto, es pionero el trabajo de Kalyvas (2006), en donde se señalan que
las rupturas o fragmentaciones existentes en la sociedad pueden incitar la división de grupos
armados. Esto en tanto que cada división civil rápida y cambiante puede tener sus propios
sectores de apoyo armado que lo acompañan. En esta misma línea, Staniland (2012) ha
señalado que, ente más unificada esté una sociedad, es menos proclive a involucrarse con
facciones armadas, lo que se traduce en una menor incidencia sobre la desintegración de
grupos armados. Consecuentemente, los grupos con unidad de liderazgo y disciplina en su
núcleo, así como altos niveles de aceptación en las bases, tienen una completa integración,
lo que los hace menos propensos a la formación de disidencias (Vanegas, Calderón y Vélez,
2018). De igual forma, la interpretación y las percepciones que tengan los ciudadanos
respecto de los excombatientes podría construir incentivos negativos para el retorno de los
desmovilizados a la vida civil (Omach, 2012, p. 100).

La capacidad institucional del Estado es una herramienta central, de igual forma, a la hora de
establecer una paz sostenible después de conflictos civiles (Zaum, 2012). Por ello, uno de los
enfoques que acompañan con mayor ahínco los procesos de implementación de los puntos
de los distintos acuerdos de paz consiste en la construcción de Estado, la cual es vista como
“los esfuerzos por edificar o fortalecer las instituciones políticas y administrativas con el
propósito de establecer un orden político local legítimo a los ojos de los grupos societales
relevantes (Zaum, 2012, p. 48). Así, el objetivo particular de dicho enfoque radica en la
necesidad de construir un escenario social que reconozca legítimamente la autoridad del
Estado y de sus instituciones como entes reguladores de la estructura social. En la ausencia
de la misma, los grupos armados vislumbran incentivos para cooptar instituciones sociales y
políticas, lo que acarrea mayor interés para determinados grupos al interior de dichas
organizaciones.

Por último, el proceso de paz, así como la implementación de las políticas que se diseñan a
propósito de este, influye notoriamente en la formación de disidencias, en tanto crea

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divergencias entre quienes lo apoyan y quienes preferirían perpetuarse en el conflicto


(Cronin, 2011; Stedman, 1997; Pearlman, 2008; Kydd y Walter, 2002; Keen, 2012; Vanegas,
Calderón y Vélez, 2018). Algunas de las políticas que constituyen el pilar del panorama del
postconflicto se encuentran en los planes de DDR. Uno de los factores que se identifica con
mayor incidencia en la eventual persistencia de las conformaciones atañe a los alcances que
pueda efectivamente consumar el desarme de las estructuras armadas (Berdal, 2008;
Özerdem, 2002). El fin de la confrontación armada no implica de forma irrestricta e
inexorable la configuración de un escenario de seguridad prominente. Las disposiciones que
establecen un cese al fuego como parte de los acuerdos de paz no necesariamente garantizan
un mejoramiento de las condiciones de seguridad de los ciudadanos o, inclusive, de los
excombatientes (Özerdem, 2002). Asimismo, algunos autores señalan que las disposiciones
estipuladas en los acuerdos de paz pueden presentarse como un incentivo para la perpetuación
de maniobras violentas por parte de grupos que quedan por fuera de las negociaciones y de
los acuerdos. Según esta postura, defendida por autores como Keen (2012), los acuerdos de
paz pueden enviar un mensaje erróneo acerca de la utilidad de la violencia. Algunos actores
podrían interpretar que el adelantar acciones de tal índole conduciría a un reconocimiento
público y político de sus intereses, lo que hasta cierto punto podría otorgarles legitimidad y
condiciones ventajosas en un eventual sometimiento a la justicia.

Por último, en lo que concierne acerca de las implicaciones que tienen las estructuras armadas
remanentes tras un proceso de paz, existe cierto consenso en la literatura acerca de que sus
efectos podrían traducirse en, por un lado, la posibilidad de poner fin al conflicto o, por el
contrario, prolongarlo. Para autores como Findley & Rudloff (2012) y Cunningham (2011),
la fragmentación organizacional de las estructuras insurgentes o paramilitares puede
propiciar el fin de los conflictos armados en la medida que estos se debilitan tras la
separación, lo que eventualmente facilitaría su derrota por la vía militar. Asimismo, el
gobierno puede aproximarse a los ya fragmentados grupos con el propósito de inducir
negociaciones por medio de ofertas atractivas para cada uno de los sectores, agudizando su
separación (Zartman, 1995; Nilsson, 2010; Bapat, 2005; Walter, 2003). No obstante, una
negociación apresurada podría generar, a la postre, mayores inconformismos que terminasen
desencadenando nuevas rupturas durante el posconflicto (Findley & Rudloff, 2012; Vanegas,
Calderón y Vélez, 2018)

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A pesar del alcance de este enfoque, la mayoría de la literatura se inclina por respaldar la idea
de que la aparición de disidencias al interior de grupos armados rebeldes configura un
escenario proclive a la prolongación de los conflictos armados, lo que dificulta la finalización
de los mismos mediante la negociación. La fragmentación de un grupo al margen de la ley
podría resultar en la configuración de facciones más fuertes y con la suficiente capacidad
para mantener esfuerzos de guerra de forma prolongada (Stedman, 1997; Pearlman, 2009).
Esto se produce en la medida que dichos grupos logran aumentar su capacidad de combate
al retener a combatientes con experiencia en la lucha, así como un vínculo cercano con redes
de aprovisionamiento, financiación y reclutamiento (Collier, Hoeffler & Soderbom 2001;
Cunningham, Bakke & Seymour, 2012).

Por su parte, las posibilidades de negociación se tornan distantes, en tanto las diferencias
entre los grupos suelen trazar aproximaciones diversas que son desestimadas con frecuencia
por los gobiernos. La desarticulación de los grupos altera la operación e interacción en el
marco de los mismos, lo cuál interfiere en sus preferencias por finalizar la guerra, lo que los
convierte en saboteadores de los intentos de paz con el único objetivo de prolongar el
conflicto (Findley & Rudloff, 2012). Si bien su despliegue militar puede no amenazar la
estabilidad institucional en conjunto, sí es plausible que emprendan acciones para descarrillar
el proceso (Stedman 1997; Nilsson & Söderberg, 2011; Pearlman, 2009). Consecuentemente,
la aparición de disidentes, ya sea durante las confrontaciones o en el marco de las
negociaciones, reduce la probabilidad de que la paz sea duradera, acelerando la recurrencia
de la violencia, conflictos armados o guerras civiles posteriores al acuerdo (Vanegas,
Calderón y Vélez, 2018; Atlas & Licklider, 1999; Cunningham, 2011; Nilsson, 2008;
Pearlman, 2008/2009; Rudloff & Findley, 2016)

Por último, los efectos que tienen las disidencias sobre los procesos de paz y la
implementación de los eventuales acuerdos han llamado el interés de varias investigaciones.
Una de las principales implicaciones que se señalan en la literatura es la configuración de
ambientes en donde ve luz la desconfianza entre las partes, así como entre la sociedad civil
(Kydd y Walter, 2002; Greenhill y Major, 2006; Newmand y Richmond; 2006). Por su parte,
autores como Ayres (2006) sostienen que el alcance del sabotaje que puedan efectivamente
ejercer estos grupos sobre los procesos de paz y la implementación de los acuerdos se trazan

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sobre la posibilidad de descarrillar el proceso, impedir la configuración de acuerdos o


dificultar, primordialmente mediante despliegue militar, la implementación del mismo.

IV. Antecedentes para el caso colombiano

La coyuntura del proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), así como los consecuentes acuerdos alcanzados entre esta guerrilla y el gobierno de
Juan Manuel Santos (2010 – 2018), ha suscitado no solo el surgimiento de grupos disidentes
al interior de las filas de las FARC en proceso de desarme y desmovilización, sino también
un creciente interés investigativo acerca de las motivaciones y los alcances que dichas
estructuras armadas remanentes puedan tener en el contexto del posconflicto. Solo meses
después de la instauración oficial de la mesa de negociaciones en Oslo, Noruega, Battaglino
y Lodola (2013) presentaron un análisis en el que destacaban las posibles trabas que vería el
proceso de paz a manos de potenciales saboteadores de este. En su análisis, se abordan las
implicaciones que podría acarrear la presencia de una oposición fuerte al proceso tanto en
términos políticos y electorales como en aspectos militares. Destacaban la posibilidad de que
estructuras armadas previamente existentes podrían verse amenazadas por los avances del
acuerdo, en tanto las Fuerzas Militares eventualmente concentrarían sus esfuerzos en
combatirlas. No obstante, el principal aporte de su investigación reside en la temprana
identificación de las posibles fracturas internas en las FARC que a la postre conducirían a la
conformación de disidencias. Para estos autores, el rehusarse a desmovilizarse,
particularmente en el Frente primero, constituiría una seria amenaza a la estabilidad del
proceso, aunque veían mucho más probable que las fragmentaciones se desatasen tras la
firma del acuerdo.

Mucho más reciente son los trabajos presentados por organizaciones como el International
Crisis Group (2017), Insight Crime (2018) y la Fundación Ideas para la Paz (2018). Esta
última ha presentado en el primer semestre del 2018 lo que es el más reciente estudio que se
circunscribe en este campo. En una investigación titulada Trayectorias y dinámicas
territoriales de las disidencias de las FARC ha presentado una explicación tentativa frente al
surgimiento de las disidencias tras la firma de los Acuerdos de la Habana. Los autores
Vanegas, Calderón y Vélez señalan cinco posibles elementos explicativos en torno al

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surgimiento de las disidencias. En primer lugar, los autores destacan aquellas explicaciones
fundamentadas en la existencia de incentivos económicos que instan a las tendencias
disidentes al interior de las organizaciones a decantarse por la continuidad de las
confrontaciones. La existencia de recursos naturales, cuya explotación representa un bajo
costo, se erige como un propósito intrínsecamente deseable para las estructuras disidentes,
primordialmente cuando se trata de economías criminales.

En segundo lugar, los autores señalan la incidencia de los cambios generacionales y la


competencia entre los líderes sobre la fracturación de las estructuras armadas (Lawrence,
2010). La conformación de facciones independientes, que entran en desacuerdo con la línea
organizacional, se traduce en un ambiente proclive al surgimiento de disidencias, sin
distinguir el momento preciso en que se encuentre el desarrollo del conflicto o la negociación.

En tercer lugar, Vanegas, Calderón y Vélez (2018) destacan la importancia de las políticas
gubernamentales contrainsurgentes sobre la conformación de grupos disidentes. Ante el
temor constante frente a la eventual neutralización de los principales líderes de los grupos
rebeldes, la incertidumbre entre los mandos medios se traduce en oportunidades para
conformar disidencias.

En cuarto lugar, retomando la propuesta de Kalyvas (2006), los autores señalan que la
existencia de divisiones en la sociedad puede facilitar la fragmentación al interior de los
grupos armados. Cada división civil que se genere en el marco relacional social puede ir
acompañada de un apoyo armado. Asimismo, los autores evocan a Staniland (2012) con el
propósito de destacar la posible relación causal entre el grado de unificación social y el
involucramiento de la sociedad con facciones armadas. De acuerdo con este autor, ante un
grado mayor de unificación social existe una menor tendencia a relacionarse con facciones
armadas, lo que se traduce en una menor incidencia sobre la desintegración de grupos
armados.

Por último, los autores señalan que “el inicio y desarrollo de un proceso de paz influye en la
formación de disidencias porque crea divergencias entre quienes lo apoyan y los que
prefieren mantenerse en guerra” (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018, p. 49). Así, las
negociaciones entre el Estado y la insurgencia tienen incidencia en el aumento de la
fragmentación y, eventualmente, la violencia.

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Los aportes de la Fundación Ideas para la Paz para el entendimiento del papel y la incidencia
de las disidencias han venido desarrollándose desde el 2010. En este año, la FIP presentó un
informe titulado Mandos medios de las FARC y su proceso de desmovilización en el conflicto
colombiano: ¿una apuesta para la paz o para la guerra? De dicho informe se desprenden
una serie de reflexiones sobre la importancia de este sector al interior de la organización
guerrillera, no solo en función de su injerencia para la construcción de paz y el
establecimiento de una posición organizacional homogénea, sino también ante la posibilidad
de generar subgrupos disidentes, a partir de las estructuras que para entonces se encontraban
bajo su mando. Hacia el año 2014, la Fundación publica un nuevo informe en el cual se
aproxima al fenómeno de la reincidencia de los excombatientes, lo que a la postre constituiría
un insumo para sus más recientes investigaciones en materia de comprensión de las
disidencias. En dicho informe, destacaban la importancia que tenían los factores económicos
para las posibilidades de reincidencia, así como las limitaciones de los programas de
reintegración y las posibilidades que efectivamente gozaban los desmovilizados en la
sociedad civil.

Existen, paralelamente, dos grandes estudios sobre la conformación de disidencias en el


marco del conflicto armado colombiano, particularmente en torno a la desmovilización de
las estructuras paramilitares adelantada durante la primera década del siglo XXI. La
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), creada como organismo ad hoc
en la ley 975 de 2005, conocida como Ley de Justicia y Paz, y entre cuyos propósitos
destacaba la realización de informes sobre las razones para el surgimiento y evolución de los
grupos armados ilegales, presenta, en el 2007, un informe sobre el proceso de
desmovilización y reinserción de los ex combatientes de las estructuras paramilitares. En
dicho informe, la Comisión destaca la persistencia de grupos ilegales de hombres armados
en las antiguas zonas en donde ejercía presencia la estructura desmovilizada de las
Autodefensas Unidas de Colombia, AUC.

El reporte establece tres posibles dimensiones explicativas que darían cuenta del surgimiento
de grupos incidentes, así como del rearmamiento de estructuras presumiblemente
desmovilizadas. En primer lugar, el informe señala que la presión del narcotráfico y de otras
economías ilícitas sobre los desmovilizados y otros sectores de la población en las regiones

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favorece el surgimiento de dichos grupos. En segundo lugar, la persistencia de estos


incentivos aunada a los desestímulos para el desarme, la desmovilización y la reintegración
incentiva a los excombatientes a unirse a estructuras que perpetúan la coerción. Por último,
el reporte señala que la continuación del conflicto armado —en aquél momento continuaba
la confrontación directa con las FARC— y las dificultades del Estado para integrar política,
económica y militarmente los territorios donde hubo desmovilizaciones y otras regiones en
condiciones familiares configura un escenario propicio para el renacer de organizaciones
paramilitares.

El reporte presenta, además, una tipología teórica con respecto al carácter de los grupos
armados, los cuales se agrupan en tres categorías: disidentes, armados y emergentes. A partir
de dichas categorías construyen el siguiente esquema de clasificación (Comisión Nacional
de Reparación y Reconciliación, 2007, p. 38). La tipología que aporta esta esquematización
podría emplearse no solo para el entendimiento de la reconfiguración de la estructura
paramilitar tras el proceso de paz adelantado con las AUC, sino también el panorama actual
que se traza tras la firma de los Acuerdos de la Habana con la otrora guerrilla de las FARC,
y la consecuente conformación de organizaciones de disidentes en las zonas ocupadas
anteriormente por esta guerrilla.

El segundo gran estudio sobre la configuración de grupos armados tras el proceso de


desmovilización de los paramilitares fue elaborado por el Centro de Recursos para el Análisis
de Conflictos (CERAC) en el 2009. Granada, Restrepo y Tobón presentan un análisis acerca
del impacto que tuvo el proceso de negociación con los paramilitares sobre la desactivación
de su aparato de guerra. La conclusión principal que arroja dicho estudio es que, si bien dicha
negociación logró la desmovilización y desarme de cerca de 32.000 paramilitares y la entrega
de más de 18.000 armas, no logró consumar el desmonte completo del aparato de guerra de
estos grupos armados (Granada, Restrepo & Tobón, 2009, p. 468).

El diagnóstico que los señalados autores presentan sobre el posconflicto paramilitar da cuenta
de una mezcla de grupos que subsisten, recrudeciendo las dinámicas violentas del conflicto,
así como proyectando transformaciones en los propios grupos en el marco del
desenvolvimiento del conflicto mismo (Granada, Restrepo & Tobón, 2009, p. 468).

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Daniel Bustamante Fernández - 201514004

Al igual que en el reporte presentado por el CNRR, los autores identifican un debate en la
opinión pública acerca de la naturaleza y características de estos grupos. Esta disonancia insta
a los autores a construir una tipología que permita identificar y analizar, consecuentemente,
la naturaleza de dichos actores armados. Así, los autores proponen cuatro dimensiones que
permiten edificar una caracterización de dichos grupos. En primer lugar, destacan la
importancia del origen de la organización. En este apartado se busca determinar si el grupo
es un “reducto de una unidad paramilitar no desmovilizada, si sus fundadores son personas
rearmadas o si el carácter del grupo es emergente” (Granada, Restrepo & Tobón, 2009, p.
470). En segundo lugar, se identifica el tipo de organización, en la cual se busca reconocer
el tipo de armamento que emplean, la existencia y número de cabezas visibles, el posible
carácter jerárquico de la organización, así como las posibles alianzas con las distintas
pandillas, combos o grupos de sicarios presenten en la zona de influencia.

La tercera dimensión gira en torno a los objetivos de influencia. Allí se busca determinar, a
partir de un estudio de las acciones violentas adelantadas por la organización, si las conductas
de esta dan cuenta del ejercicio de una criminalidad organizada, control poblacional o captura
del Estado. En la cuarta y última dimensión los autores evalúan el carácter del grupo en
términos de su objetivo de combate, buscando identificar si el mismo se puede inscribir en
una lógica contrainsurgente o no, identificando la existencia o ausencia de combates directos
con estructuras o columnas guerrilleras.

Granada, Restrepo y Tobón proponen, por último, una explicación ante el surgimiento de los
grupos armados tras la desmovilización de las estructuras paramilitares. De acuerdo con los
mencionados autores (2009) desde inicios de la negociación, las posturas que asumieron las
unidades militares y las personas que se adscribieron al proceso de Desarme,
Desmovilización y Reintegración frente al resultado de este mismo proceso determinaron la
aparición de grupos generadores de violencia (p. 472). Así, los autores proponen una
explicación que se centra únicamente en analizar el surgimiento de las disidencias en lo que
corresponde teóricamente con la última etapa del proceso del conflicto. De igual forma, la
incidencia de otras variables, como destaca el informe de Vanegas, Calderón y Vélez (2018),
no queda suficientemente documentada.

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Daniel Bustamante Fernández - 201514004

En lo que concierne a los impactos del accionar de las disidencias sobre la implementación
de los acuerdos de paz y la construcción de paz, la teoría no ofrece estimaciones contundentes
ni análisis suficientes sobre los mecanismos de debilitamiento a la institucionalidad y a la
legitimidad del proceso, más allá de explicaciones centradas en las implicaciones para la
seguridad nacional (Cosoy, 2017; El Tiempo, 2018; El Universal, 2017; InSight Crime, 2018;
Reuters, 2018; Torrado, 2018; Vargas, 2018).

Vanegas, Calderón y Vélez mencionan, escuetamente, el hecho de que la fragmentación al


interior de los grupos insurgentes altera la forma en que operan e interactúan, lo cual modifica
sus preferencias para finalizar la guerra, “llevándolos a truncar los intentos de paz con tal de
prolongar el conflicto” (2018, p. 51). Asimismo, estos autores señalan que la aparición de
disidentes durante el conflicto reduce la probabilidad de que la paz sea duradera, acelerando
la recurrencia de la violencia. Pese a los loables aportes de la teoría aquí sucintamente
reseñada, persiste un vacío en la literatura en torno a la influencia que tienen los grupos
disidentes para la consecución de los objetivos trazados con los acuerdos que dan fin a la
confrontación armada.

V. Panorama actual de las disidencias e implicaciones

La exposición presentada hasta el momento ofrece una aproximación a los nutridos debates
académicos sobre la incidencia de los grupos disidentes en la construcción de paz. No
obstante, persiste en la literatura un vacío acerca de las implicaciones particulares que
podrían tener dichos grupos en la coyuntura que actualmente atraviesa el país. En este
sentido, a continuación se propone un análisis que centra su enfoque en torno a determinar
las posibles implicaciones que tendrían estas estructuras armadas remantes sobre la
legitimidad de los acuerdos y su implementación, así como sobre la seguridad de
determinados territorios, sobre los cuales, a su vez, se centran varios de los proyectos más
importantes a propósito de la implementación de los acuerdos.

En el marco de las negociaciones adelantadas entre las FARC y el gobierno Santos, y en


mayor número tras la firma de los Acuerdos de la Habana, las disidencias han aumentado
tanto su despliegue militar como su presencia territorial en algunos territorios en donde se
desmovilizaron estructuras completas de las FARC (InsightCrime, 2017). La cantidad de ex
miembros de las FARC que pasaron a engrosar las filas de las disidencias no genera

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Daniel Bustamante Fernández - 201514004

consenso. Para las Fuerzas Militares, hacia marzo de 2018, la cantidad de disidentes era
cercana a los 1200, lo que constituye un 14,4% de la cantidad de exguerrilleros que se
desmovilizaron. Por su parte, la Defensoría del Pueblo considera que dicha cifra es cercana
a los 800 combatientes. La Oficina del Alto Comisionado para la Paz señala que la cifra
aproximada se sitúa entre los 400 a 500 integrantes (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018, p.
39).

Lo que resulta significativo, pese a este aparente disenso, es el crecimiento que han tenido
las acciones de las disidencias desde la firma de los acuerdos. La Gráfica 1, extraída del
informe de la FIP publicado recientemente, evidencia la cuantía de las acciones armadas
emprendidas por las distintas estructuras armadas remanentes, mes a mes desde agosto de
2016, hasta marzo del presente año. La gráfica destaca la presencia que han tenido estas
estructuras por departamento, municipio, así como su reciente presencia en el país fronterizo
de Ecuador.

Gráfico 1

Cantidad de acciones armadas ejecutadas por estructuras disidentes

Fuente: (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018, p. 39).

Este significativo crecimiento numérico tanto en la cantidad de integrantes que conforman


las disidencias como en el número de acciones armadas emprendidas por dichas estructuras
representan una significativa amenaza para la implementación de los acuerdos de paz, no
solo en tanto la legitimidad de los mismos puede verse seriamente comprometida en la
opinión pública, sino también en materia de seguridad en las regiones donde dichos grupos

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Daniel Bustamante Fernández - 201514004

han desplegado actividades armadas y fortalecido distintas economías ilegales (Vanegas,


Calderón & Vélez, 2018).

En lo que concierne particularmente a la legitimidad del proceso y la implementación de los


acuerdos, el apoyo que la opinión pública ha otorgado al mismo ha sido ambiguo y, en
ocasiones, limitado. Riomalo destaca notoriamente lo anterior, señalando que “convencer a
los colombianos de apoyar el acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la
guerrilla de las FARC ha demostrado ser una tarea desafiante” (2017, p. 83). Pese a que las
sucesivas encuestas trazadas en la opinión pública por, entre otras organizaciones, el
Barómetro de las Américas, la salida negociada al conflicto goza de una significativa
aceptación, las FARC, como principal actor del conflicto, ha sido percibida históricamente
por la mayoría de la población como uno de los máximos culpables del sufrimiento de civiles,
lo que se traduce en un descrédito generalizado de sus actuaciones y hasta de su voluntad de
paz, debido, entre otras cosas, a su historial de secuestros y tráfico de drogas (García,
Rodríguez y Seligson, 2014). El gráfico 2 presenta una comparación, a partir de los datos
recogidos por el Barómetro de las Américas, entre los años 2012 y 2016, del porcentaje de
ciudadanos encuestados que desconfían del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las
FARC, las BACRIM y el poder ejecutivo.

Gráfico 2

Desconfianza frente a distintos grupos

100
Porcentaje de desconfianza por grupo

90

80

70

60

50 ELN

40 FARC
BACRIM
30
Ejecutivo
20
2012 2013 2014 2016

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Fuente: Elaboración propia con base en datos de Barómetro de las Américas por LAPOP, 2016.

Este gráfico arroja tendencias, cuando menos, dicientes. Las FARC son el grupo armado que
se encuentra mejor parado, entre los años que la encuesta se ha desarrollado. En el último
sondeo, el porcentaje el porcentaje de desaprobación era del 87%, una cifra
significativamente alta para un grupo que transita hacia la legalidad en el marco político
democrático. Pese a esto, existe un breve descenso frente a lo que era la posición inicial de
desconfianza en 2012, año de inicio de la negociación. Por su parte, las Bandas Criminales
son la organización armada que presenta mayor desconfianza entre los ciudadanos, lo que
podría atribuirse, entre otras cosas, al creciente impacto de las mismas en la seguridad urbana,
así como a la mediatización de sus acciones, las cuales suelen involucrar paros armados en
donde se impide el tránsito de mercancías, entre otras cosas.

El dato que presenta mayor variación es la desconfianza que tienen los encuestados con
respecto al ejecutivo. Entre el 2012 y el 2016, este indicador ha aumentado en cerca de 40
puntos porcentuales. El papel de la oposición en descrédito de la voluntad de paz del
ejecutivo, así como las percepciones de los ciudadanos respecto a los avances que mes a mes
se obtenían en la mesa de negociación, incrementó dicha desaprobación. El gráfico 3 refuerza
este panorama.

Gráfico 3

Apoyo al proceso de paz / acuerdos


60
2013 2014

50 2016
2016
40 2014
2013
30

20
2013 2016
2014
10

0
% no apoya % indiferente/indeciso % apoya

Fuente: Elaboración propia con base en datos de Barómetro de las Américas por LAPOP, 2016.

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Daniel Bustamante Fernández - 201514004

El 2016 representó una caída significativa en el apoyo al proceso de paz y a los acuerdos
signados. Este fue el primero de los años abordados por la encuesta en que el porcentaje de
ciudadanos que no apoya el proceso y los acuerdos fue superior al porcentaje de
desaprobación. Todo ello se traduce en una pérdida de legitimidad el proceso. Y las
disidencias juegan un rol significativo a la hora de entender las actitudes de los ciudadanos
frente a los caminos a adoptar para dar fin a las confrontaciones. Si bien durante el 2016 el
despliegue militar y mediático de estas estructuras armadas aún era incipiente, el surgimiento
de estas termina incidiendo en el porcentaje de descrédito con que se percibe tanto a las
FARC como al ejecutivo y al proceso de paz en general. El hecho de que no todas las
estructuras que otrora componían las FARC se hayan desmovilizado, así como la forma en
que estas han terminado trascendiendo en la escala regional gracias al usufructo de economías
ilegales como lo son el manejo del negocio de narcotráfico o la minería ilegal, genera un
ambiente en torno a la implementación de los acuerdos en donde, en primer lugar, la
ciudadanía parece tener una posición ambigua entorno a su importancia, así como respecto
al papel que esta debería jugar acompañando la implementación de aquellos.

El gráfico 4 propone una comparación interesante sobre este último punto. Al ser indagados
acerca de las alternativas que serían más plausibles adoptar frente a las FARC o las Bandas
Criminales, los encuestados se mostraron proclives a apoyar una negociación con las FARC,
mientras que en el trato frente a las BACRIM prevalecen las perspectivas que consideran
imperioso el uso de la fuerza militar.

Gráfico 4

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Opciones para solucionar el conflicto


80 Negociación; Uso de Fuerza
67.41% Militar;
70
60.98%
60
50 Uso de Fuerza Negociación;
Axis Title

Militar; 37.99%
40
31.65%
30
20
10
0
Guerrilla BACRIM
Grupo Armado

Fuente: Elaboración propia con base en datos de Barómetro de las Américas por LAPOP, 2016.

Esta comparación ofrece un panorama tentativo de lo que serían las posiciones particulares
de los ciudadanos con respecto a la forma en que debería proceder institucionalmente el
Estado frente a las organizaciones armadas disidentes. Preponderar el uso de la fuerza
implica, por un lado, reconocer el alcance del despliegue armado que han tenido, para el caso,
las BACRIM. Por otro lado, podría interpretarse como una forma de medir el descontento de
la ciudadanía respecto al alcance que presumiblemente adquiriría el acuerdo de paz sobre la
seguridad de los territorios en donde se desarticularon las principales estructuras guerrilleras.
Esto, de nuevo, se traduce en una pérdida de legitimidad frente al proceso, lo que a la postre
acarrea mayores dificultades para lograr consenso ciudadano frente a los imperiosos
programas que constituyen los ejes de los acuerdos, así como frente a el papel que debe
adquirir las FARC en el posconflicto. Ha sido el Ministerio de Justicia el primero en proponer
un debate en torno a la posibilidad de trazar disposiciones de sometimiento a la justicia
especiales para las organizaciones criminales, tras la radicación de un proyecto de ley a
comienzos del presente año. No obstante, el Fiscal General rechazó dicha posibilidad,
señalando que, ante la negativa de desmovilizarse y acogerse a la justicia legal, estos grupos
deberían ser objeto de persecución sin opciones alternas.

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En lo que concierne a las implicaciones que en materia de seguridad tendría el despliegue


militar de dichas estructuras, es posible señalar que los medios de información han realizado
un seguimiento acucioso a los distintos eventos violentos que se han relacionado con las
disidencias de las FARC. Con ello, es posible señalar que las dos estructuras que han tenido
una presencia militar más activa han sido las integradas por miembros del otrora Frente
Primero y del Frente Séptimo de las FARC (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018). Sus
acciones, concentradas en los departamentos de Meta, Guaviare, Vaupés, Vichada y Caquetá
(los cuales coinciden como algunos de los departamentos en donde se implementarían pilares
de los acuerdos como los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial), se han caracterizado
por ser involucrar emboscadas, amenazas, retenes ilegales, reclutamiento forzado, secuestro,
artefactos explosivos, extorsiones, instalación de Minas Antipersonal, homicidios,
fabricación y tráfico de estupefacientes, desplazamiento forzado, quema de maquinaria,
retenes ilegales, hostigamientos, entre otros. (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018, p. 26).
Ambos frentes ocupan cerca del 40% de la cantidad de acciones emprendidas por estas
organizaciones entre el 2016 y el presente año (Vanegas, Calderón & Vélez, 2018, p. 28).

El Estado, ante tal panorama, puso en marcha el denominado Plan Estratégico Militar de
Estabilización y Consolidación Victoria. El propósito principal de este plan, el cual entró en
vigor en enero del 2017, era desplegar una acción unificada de todos los estamentos de la
institucionalidad en las zonas de influencia de las FARC. Con este propósito, se identificaron
17 áreas de acción prioritaria dentro de las cuales se focalizaban 160 municipios en los que
convergían varios factores desestabilizantes de la seguridad, dentro de ellos, la presencia de
disidencias de las FARC. Esta directiva ha reconocido en tales grupos una amenaza real con
suficiente capacidad para afectar las instituciones, la integridad territorial y defensa nacional,
la soberanía y la seguridad local. No obstante, este enfoque privilegia un procede militar que
busca atacar los cabecillas de las organizaciones, lo cual no implica inexorablemente un
debilitamiento de las estructuras. Asimismo, el componente integral del proyecto no aclara
las intervenciones que se están realizando en materia de control de demás factores, como lo
son las economías ilegales y los proyectos productivos locales a los cuales se les dio impulso
en el marco de la implementación de los acuerdos.

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El aspecto que se ve más comprometido con la existencia de los grupos armados organizados
residuales o remanentes es la seguridad en zonas rurales. En los territorios otrora controlados
por las FARC en donde hoy ejercen presencias estas estructuras, la situación no han
evidenciado un cambio sustantivo respecto a lo que fueron los años anteriores. Pese a esto,
la aproximación militar no ha sido desagregada tanto por estructuras de las Fuerzas Armadas
como por regiones y municipios afectados diferencialmente por la presencia de estos grupos.
Esto dificulta las tareas de estabilización de las condiciones de seguridad en las regiones
identificadas. De igual forma, limita las posibilidades de implementar con prontitud algunos
de los proyectos que requieren con mayor ahínco el trabajo conjunto del establecimiento en
zonas donde su presencia ha sido históricamente disputada. Por último, el accionar armado
de estas estructuras también persuade a la población de tales territorios respecto a los costos
que implicaría involucrarse en proyectos, lo que se traduce en un desincentivo para
involucrarse y empoderarse frente a los planes diferenciales de implementación de los
acuerdos.

VI. Conclusión

Es innegable que las disidencias pueden tener un impacto significativo de cara a los desafíos
que implica la implementación de los Acuerdos de la Habana. Particularmente, la
implementación de proyectos productivos en zonas focalizadas e identificadas como
susceptibles al accionar armado de dichas organizaciones puede verse truncada en dos
dimensiones. En primer lugar, la presencia de estas estructuras armadas remanentes
dificultaría un despliegue institucional conjunto, en donde se involucren todas las
dependencias del Estado en la construcción de paz. En segundo lugar, en tanto la legitimidad
de los acuerdos puede verse públicamente controvertida, dado que se podría interpretar estos
grupos como un brazo armado del movimiento político de las FARC, o como, en definitiva,
un vacío en los acuerdos, la posibilidad de lograr un consenso social amplio, significativo y
que a la vez invite a los ciudadanos en los distintos territorios a apropiarse de los procesos
de implementación podría verse limitada, restringiendo así las posibilidades de poner en
marcha la mayor parte de la estructura nuclear de los acuerdos.

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