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ESPIRITUALIDAD

¿Quisieras romper tus muros?


Besa primero tu soledad
Carlos Padilla Esteban | Feb 09, 2018

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Sentirse solo puede ser dramático, pero también parte del


camino para encontrarte con Dios y con los demás

El gran drama del tiempo que vivimos es la soledad. Es la gran


enfermedad del hombre de hoy.

Escribía el poeta inglés John Donne: “Ningún hombre es una


isla”. Pero el otro día leía una noticia: “El Reino Unido es una nación
de hombres-isla. Nueve millones de británicos (casi una quinta parte
de la población) confiesan que se sienten solos”.

Tantas personas que viven solas. Que no tienen con quien compartir la
vivienda, los sueños, el camino. Tanta soledad en el corazón del
hombre que vive aislado.
La incapacidad por romper las cadenas del alma, los muros
que separan. Esa llave del corazón que he decidido tirar en el fondo
de un pantano. Para que nadie la encuentre. Porque no quiero que
nadie me conozca y me hiera.

El padre José Kentenich vivió en lo más profundo la enfermedad del


hombre de hoy. Vivió esa soledad desde su infancia. Y allí, en el vacío
más absoluto del alma, se encontró con Dios.

Él decía: “Si Dios quiere usar hombres para una gran tarea, sucede
siempre así: los conduce a la soledad; ellos, de alguna manera, vienen
de la soledad, del desierto”[1].

La soledad es parte del camino para encontrarme con Dios.


La soledad del desierto puede ser el comienzo de mi camino de entrega.
La miro entonces como un bien, como un paso necesario.

En mi soledad, en lo más hondo de mi alma, está Dios. Allí cuando me


adentro y dejo de vivir en la superficie, me encuentro con Él.

Esa soledad se convierte en un espacio sagrado para caminar a su lado


y desde ahí ir al encuentro de los hombres.

Pero hay otra soledad que me hace daño. Me aísla, me seca. Es


una soledad en la que también me cierro a Dios. A Dios y a los
hombres, y me lleno de amargura.

Leía el otro día: “Muchas personas en esta vida sufren porque están
ansiosas buscando un hombre o una mujer, un hecho o un encuentro
que los libere de la soledad. Pero cuando entran en una casa donde
realmente se da la hospitalidad, pronto ven que sus propias heridas
deben ser entendidas no como fuente de desesperación y amargura
sino como signos de que tienen que seguir avanzando, obedeciendo a
las voces que les llaman, las de sus propias heridas”[2].

Creo que aprender a vivir con mi soledad como un bien para


mi vida, es el camino que he de seguir para ser capaz de
abrirme a otros. Para entrar en diálogo y encontrarme en la
profundidad sin caer en la masificación.

“Si en el fondo no logramos una profunda comunión de dos con Dios,


que cultiva una cierta soledad ante las personas, no podemos esperar
que nuestras raíces se hundan profundamente en Dios, en cuyo caso
debemos temer que la comunidad se convierta en masificación”[3].

Quiero aprender a vivir en paz con mi soledad. Sin caer en la


amargura ni en la desesperación. Necesito ahondar, llegar lo más
dentro posible de mi alma. Contemplar mi vida en silencio, sin miedo a
estar solo. Detenerme en el instante presente. Y calmarme.

Puedo estar solo todo el tiempo que sea necesario. Sólo necesito
aprender a caminar solo para poder darme más tarde desde
lo más propio, desde mi verdad.

¡Cuántas personas buscan en seguida a otra que esté a su lado cuando


han perdido a un ser querido! No pueden estar solos. Pretenden calmar
un dolor profundo llenando el vacío.

Quiero aprender a besar la herida de mi soledad. De la


insatisfacción del alma al no vivir la plenitud del amor.

No quiero caer en una entrega enfermiza y obsesiva a cualquiera. No


quiero llenar de cualquier manera el vacío de mi soledad.

Pretendo que otros calmen mi sed. Llenen todo lo que me falta para
estar completo. Compensen la falta de amor. Lo que no recibo del
mundo ni de Dios. Lo que no me han dado.

Cargo pesados fardos sobre los que me rodean exigiéndoles


más de lo que me pueden dar. Les exijo que me den todo lo que
necesito. Todo lo que me falta y que lo hagan siempre.

Y en esa búsqueda de un amor infinito vivo frustrado,


enfermo, demandante. Hay muchos hombres que viven solos
porque de tanto exigir se han quedado solos.
¿Qué hay detrás de una soledad no deseada? ¿Incapacidad para entrar
en contacto profundo con el otro? ¿Inmadurez en el amor que ha
alejado de sí a los que quería tener cerca? ¿Incapacidad para el
compromiso al no querer depender de nadie? ¿Un amor herido que no
sabe amar sanamente y se da de forma enfermiza?

¿O es una soledad que acepto con paz, como parte de mi camino?

Puede haber muchas causas.

Hoy las redes sociales parecen llenar el vacío del alma. Pero no es
así. Hablo con más gente que nunca. Pero no profundizo. Digo tener
más amigos. Pero son pocos los de verdad. Y al final me encuentro más
solo de lo que nunca he estado.

¿Acaso me ayuda saber lo que los otros hacen en cada momento del día
para tener un profundo vínculo de amistad? No, parece que no sirve.
Saber lo que otro hace me acerca, pero no me deja cavar en lo hondo
del alma.

Puede que sepa de su vida, pero no me he sentado a escuchar lo que


está viviendo. El drama de la soledad es una epidemia que
acaba por llevar a la desesperanza.

[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963

[2] H. Nouwen, El Sanador herido

[3] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963

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