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Dos años después del golpe de estado que derrocó a Juan Perón, H. A.
Murena publicó en la revista Sur unas “Notas sobre la crisis argentina”. La
primera comprobación de su ensayo fue que la crisis no era una
circunstancia del momento sino un proceso que llevaba ya tres décadas, y
no tenía perspectiva de resolverse. Murena no era un pesimista sino más
bien, como habría dicho Emmanuel Mounier, un “optimista trágico”, y no le
cerraba la puerta a la posibilidad de que el país escapara alguna vez de la
trampa en la que se encontraba atrapado. “Eso quiero y lo deseo, aunque
mis ojos no hayan de verlo”, escribió al n de su artículo. Murena, quizás
convenga recordarlo, fue una de las inteligencias más lúcidas que tuvo el
país el siglo pasado. Murió en 1975 y efectivamente sus ojos no llegaron a
ver el nal de la crisis. Estremece comprobar que tampoco nosotros
llegaremos a verlo: todos los ingredientes que Murena identi ca en su
análisis siguen hoy vivos y activos, y las alternativas de nuestra vida pública
sugieren que ni siquiera tenemos conciencia de ellos.
Este pensador, dije más arriba, no era un pesimista y, como suele decirse,
veía en la crisis una oportunidad. “La conciencia de la crisis —advierte su
texto— puede llegar a ser la primera célula de ese tejido llamado
sentimiento de comunidad. Sólo la crisis podrá tomamos por el cuello y
arrojarnos de bruces sobre lo real. Cuando el fracaso sin precedentes de las
excusas que la política proporciona haga que todo se torne
angustiosamente inseguro, cuando en el fondo de nosotros mismos la
falsedad de nuestras posiciones se nos abra como una trampa, entonces es
posible que nos volvamos hacia nuestro quehacer cotidiano para buscar allí
un refugio y un nuevo punto de partida.” La disposición a dar como
restablecimiento de la a ectio societatis y el trabajo como acercamiento
humilde a la realidad son condición, instrumento y expiación para superar
una crisis que, según Murena, es una cuestión moral y no es una cuestión
económica ni tiene solución económica: “Al demonismo que
periódicamente irrumpe en la vida argentina no se lo alimenta con
trivialidades. Al cabo -sostiene-, es una forma de religiosidad y el espíritu
religioso se resistirá siempre a los consuelos de lo relativo, que a la larga no
son más que una exaltación de lo mundano”.
–Santiago González
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