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La generalización de la violencia y la creciente desconfianza en el régimen institucional

redujeron el espacio de la política en favor de la lucha armada terrorismo. A fines de la década


del '60 se produjo una generalización de la violencia política; así fueron apareciendo diversos
grupos que consideraron que la lucha armada era la vía legítima para alcanzar o defender el
poder. Sus acciones consistían en atacar a miembros de las fuerzas de seguridad y
empresarios, con secuestros, atentados o asesinatos. También pedían rescates a los dueños de
las fábricas para repartir alimentos en las "villas miseria".

El Grupo Montoneros, fundado en 1967 por activistas provenientes del nacionalismo católico,
que más tarde adoptaron postulados del socialismo y finalmente se incorporaron al
peronismo. Mantenían vínculos con la Juventud Peronista (la "JP"). Recién aparecidos lograron
gran repercusión con el secuestro y asesinato del expresidente de la Revolución Libertadora,
Pedro E. Aramburu. Sus líderes, Mario Firmenich y Roberto Quieto, buscaron una política de
unidad con otras agrupaciones.

En el interior del movimiento peronista comenzaron a diferenciarse grupos que formaron el


ala izquierda del movimiento. Desde este sector se comenzó a pensar al peronismo como
movimiento revolucionario, una variante nacional del socialismo. Esta relectura del peronismo
permitió que se acercaran al movimiento nuevos sectores de la juventud, entre ellos el
Movimiento Nacionalista Revolucionario Montoneros. Montoneros fue la organización más
importante de la izquierda peronista.

Los fundadores de la organización Montoneros fueron Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo
Ramus y Mario Eduardo Firmenich todos ellos militantes de la Acción Católica Argentina, y
relacionados con el grupo de sacerdotes del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.
Inicialmente Montoneros incorporó a jóvenes provenientes del nacionalismo católico, pero
también a algunos que habían militado en grupos de izquierda, como Norma Arrostito.

Montoneros impulsó la formación de un frente de liberación nacional y se comprometió a


luchar en dos ámbitos a la vez: contra los militares y contra la burocracia sindical conciliadora.
Su primera aparición pública fue con el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio
Aramburu, en mayo de 1970.

A partir de los gobiernos militares se inició una guerra abierta, donde las organizaciones
guerrilleras promovieron una gran cantidad de acciones armadas en aras de demostrar la
debilidad del estado. Estas acciones no recibieron el respaldo esperado de la población y, en
muchos casos, provocaron el alejamiento de antiguos colaboradores.

El gobierno optó por la represión ilegal y las agrupaciones guerrilleras fueron rápidamente
vencidas. A comienzos de 1977, los propios militares reconocieron que la actividad guerrillera
ya no representaba una amenaza. Pero este informe no fue difundido al público. El gobierno
quería alimentar la creencia de que la guerrilla seguía operando, lo que le permitía continuar e
incluso extender la represión sobre grupos más amplios de la población.

Lo cierto era que a doce meses del golpe, el ERP prácticamente había desaparecido y la
actividad ofensiva de los Montoneros era casi nula. A lo largo de 1977, algunas células
cometieron atentados con bombas y causaron alrededor de cuarenta bajas a las Fuerzas
Armadas y de seguridad. Pero los secuestros y las muertes en enfrentamientos fraguados se
contaban por miles.

En 1977, informes de Montoneros reconocían haber sufrido 2.000 bajas desde el golpe,
mientras que para agosto de 1978 ya se hablaba de 4.500, incluyendo en ese número personas
escasamente o no vinculadas con la organización. El derrumbe guerrillero evidencia, no solo la
eficacia de la estrategia antisubversiva, sino la debilidad política de sus organizaciones. Desde
principios de 1976, sus vínculos con el movimiento de masas eran endebles y sus cuadros
estaban diezmados, desorientados y aislados de su conducción.

La persistencia e intensificación de la represión ilegal aun después de derrotada la guerrilla


demuestra que el Estado Terrorista tenía otro objetivo: controlar al conjunto de la población
por medio del temor. Tras sucesivas derrotas militares, los Montoneros cambiaron de
estrategia.

Para lograr la adhesión de los trabajadores, articularon las demandas obreras con ataques
armados a militares y miembros clave del gobierno. Con el propósito de contribuir a este
proceso, fundaron en 1977 el Movimiento Peronista Montonero, realizaron actos de sabotaje
en huelgas obreras, atentaron contra varias figuras del gobierno y lanzaron un llamado a la
pacificación y al diálogo. Pero el resultado fue una gran cantidad de dirigentes y militantes
asesinados por las Fuerzas Armadas.

Los obreros no se identificaron con las acciones guerrilleras, pues consideraban muy riesgoso
unirse con los montoneros y disentían en cuanto a la metodología de acción. Los principales
dirigentes montoneros seguían sosteniendo que la estrategia había sido oportuna y acertada.
Esta distorsionada imagen de la realidad provocó el alejamiento de la organización de muchos
miembros, como por ejemplo R. Galimberti y M. Bonasso. La actividad guerrillera perdió
adeptos y quedó definitivamente aislada del resto de la población.

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