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Domingo 9 de diciembre de 2018.

Estas palabras tienen, antes de decirlas, una dedicatoria. Están dedicadas a mi abuelo,
Belisario Betancur.

¡El abuelo no está muerto! Eran las 3 de la mañana en Ginebra y emprendía mi viaje de
regreso. Eloísa, mi hija mayor, quiso evitarme la sorpresa de una noticia falsa con un mensaje
en el celular. En la escala en Madrid alcancé a grabarle un mensaje de voz dándole un parte
de éxito del viaje que él quería que yo emprendiera: Abuelo, dejé el nombre de Colombia en
alto, como me has enseñado. ¡Ya voy de regreso para reencontrarnos! 8 horas más tarde y en
compañía de las manos y voces amorosas de sus hijos y nietas, daría su último aliento. Yo lo
despedí en silencio desde el aire, con un amanecer de cielo rojo sobre el mar Mediterráneo.

En nombre de nuestra familia quiero primero agradecer a todas las personas que nos
manifestaron su interés de hablar el día de hoy y a mi familia por creer que yo podría
representarlos.

Para Lucía, Raquel y Eloísa las más grandes de tus pequeños bisnietos, está será su primera
ausencia. Tu ausencia, abuelo.

El misterio de tu ausencia que llenaremos de historias y anécdotas, encantadas y de fantasía,


épicas y de aventuras de ingeniosos hidalgos, de odiseas. Historias sobre la esfericidad de la
tierra, pasando por los cálculos de Eratóstenes de Sirene, Posidonio y Tolomeo en quienes se
basó Colón para justificar la viabilidad del viaje a las Indias por Occidente, que era tu
última aventura. Anécdotas de los viajes de Marco Polo. Les contaremos que gracias a Richard
Evan Schultes, existe un arbusto en las cordilleras de Colombia llamado PRUNUS
BETANCURII. También les contaremos de trenes y ferrocarriles, de naves y navegantes, de
expediciones y descubrimientos y de misiá Rosario Rivera, tu primera maestra.

Les enseñaremos el coro de tu himno de Antioquia: “oh libertad que perfumas las montañas de
mi tierra, deja que aspiren mis hijos tus olorosas esencias”. Y les hablaremos de historias de
arrieros y sobre todo de la historia de aquel niño al que casi todos sus hermanos se le murieron
de pobres, que aprendió a leer antes de los 4 años de la mano de arrieros, que tuvo que dormir
varias noches en la banca del parque y cuya fortuna, como nos decías, fue nacer sin fortuna.

Emprenderemos viajes a navegar al mundo de tus amigos, los libros íntimos, como los
llamabas, en la Biblioteca de la Pontificia Bolivariana de Medellín. Nos adentraremos en la
lengua viajera, aquella con la que nos contabas que Colón reconoció que la primera palabra
aborigen que se incorporó a la lengua de Castilla fue la palabra Canoa y que le siguieron
maíz, tomate y aguacate. Esa lengua viajera que nos llegaba cada semana a nuestras casas y
a las de tus amigos en forma de notas, notas en las que con tu hermosa caligrafía dedicabas
un libro, unas flores, tu más reciente conferencia. La palabra escrita en papel para que no se
disperse en la arena, el polvo o en el agua. Ese papel que en tu amada Barichara la
cooperativa de mujeres del taller de papel lo producen del fique y de la hoja de piña.

En nuestra última conversación me decías que humanismo es la manifestación del ser humano
en cuanto pensante y construyente de sistemas de conocimiento, de pensamiento y de
sabiduría. Fuiste un humanista, que unido a tu generosidad sin límites te convertía en un
maestro. Amabas enseñar, amabas compartir tus descubrimientos… y amabas las búsquedas
de los demás. Acompañaste siempre en las más intrépidas investigaciones científicas a todos
tus grandes amigos hombres y mujeres de ciencia, apoyaste todas las causas que buscaban
saber más sobre nuestro mundo, la naturaleza, la vida, sobre las maneras de hacerlo más
humano, diverso. Cuidaste siempre de nuestra casa común y honraste nuestras tradiciones y
ancestros. Y últimamente te encontrabas soñando con esa apuesta tuya de hace años, la
reactivación de la segunda expedición botánica.

Nos enseñaste a perseverar en la búsqueda de caminos, como buen caminante. Y sobre todo en
la búsqueda más noble de todas, la de la hermandad, la de la paz. Tu amor por eso que
llamamos Patria es uno de tus grandes legados. Esa patria que para ti era la defensa de los
más entrañables principios, de la soberanía nacional, de la dignidad de la nación, de sus
instituciones, de sus gentes, de su diversidad, su identidad. Ese intangible que no se transa
nunca y que se lleva en lo más profundo del alma. La patria como una siembra de grandeza
en la historia decías. La vida al servicio de la patria. Escribiste hace poco que: “Desde los
filósofos griegos la política se identifica con la búsqueda cambiante pero incesante, de la
felicidad, para el enigma humano y para su residencia en la tierra. Los tiempos se suceden y
con ellos las mutaciones de pensamiento y de acción, pero se mantiene la esencialidad del
quehacer político en el sentido de que se es, se está para el servicio de la sociedad en
pulcritud, en libertad, en orden, en integridad contra la arbitrariedad; en fin, en grandeza y
dignidad”.

La patria que para ti estaba inescindiblemente ligada a la paz. Esa paz que tú ofreciste por
primera vez en tu posesión al “tender la mano a los alzados en armas para que se incorporen
al ejercicio pleno de sus derechos”. Esa paz que 34 años después SI SE PUDO y que juntos
hace apenas dos años sentados en el teatro Colón vimos firmar con lágrimas en los ojos.
Abuelo, sabemos que querías vivir para ver firmada la paz. Y por eso Presidente Santos
nuestro eterno agradecimiento.

Pero tú también sabías abuelo, que la paz no era solamente el símbolo de la paloma blanca,
para ti la paz era equidad, era educación (por eso tal vez escogiste que te despidiéramos en
este colegio de Agustín Nieto Caballero), era progreso, era justicia social, eran unas

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instituciones fortalecidas, una democracia vibrante, un campo productivo para los
campesinos, pero, sobre todo era paz en los espíritus y en los corazones, era y es la paz de
todos los días, aquella de la que nos vino a hablar hermosamente el Papa Francisco hace un
año. Aquella que está en nuestros corazones y que se nutre del amor.

Gracias abuelo por buscar la paz allí adentro pero también la paz de América. Y por ser un
embajador viajero de nuestra lengua, de nuestra historia, de nuestra cultura. Por creer
apasionadamente en el arte como la medicina para el alma, por ser descubridor y promotor de
talentos y mentes brillantes.

Supiste también que esa búsqueda de la felicidad está llena de sufrimiento y penitencias.
Decías que llorabas por dentro, por el sufrimiento que pudiste haber causado a tus
compatriotas, que nos pudiste causar. Sé que vivías con ese dolor.

Viviste 95 años aunque te creímos infinito. Contigo fuimos siempre niños, todos, jugabas,
reías y aún todavía hacías pilatunas. Nos hemos reído con los chistes que nos ha contado
Natalia que les hiciste en los últimos días a doctores y enfermeras. Contigo aprendimos que se
puede envejecer y ser joven y niño al tiempo. Y en los días más recientes aprendimos que la
muerte hace parte de la vida. Te preparaste para ella sin invocarla ni llamarla. Me decías:
Yo no me quiero morir ya. Yo no estoy llamando a esa señora, no, no, no. Pero entiendo que
ya tengo un tema de calendario. Dejaste unas instrucciones precisas en unas notas tituladas:
Para cuando esté lejos.

Perdón por pedirte tantas veces que hicieras más cortas las historias, por pedirte que llegaras
al punto mientras tu querías dar vueltas y navegar en las palabras, en las historias en las
coincidencias (serendipias) de los acontecimientos. Nacimos tal vez, abuelo en un mundo
impaciente, aquel que tampoco esperó a que te murieras para decir que te moriste y al que le
hará tanta falta un paciente narrador y contador de historias, de anécdotas… nuestro
juglar, nuestro cuentero.

Muchas gracias a quienes lo atendieron y cuidaron tanto. María de los Ángeles, Alba, Belkis,
Giovanni, Manuelito, Carlos, Rubén, entre muchos otros. Ustedes estuvieron presentes en las
pequeñas cosas de todos los días que son la vida misma. Para la Fundación Santa Fe, el
cuerpo médico y enfermeras nuestra inmensa gratitud.

Abuelo, te gozaste la vida. La enalteciste con la bondad de tus actos.

Fuiste para nosotros amor. Amor con A mayúscula por mi abuela Rosaelena Alvarez, Nena,
como le decían; ella reposa donde escogiste estar la eternidad, a su lado. Amor de rosa, Amor
de padre, Amor de hijo, Amor de hermano, Amor de dolido pero esperanzado colombiano,

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Amor de campesino, de mis bisabuelos de Amagá, Amor de frontera, Amor de bandeja paisa,
ajiaco, masato y de aguardiente. Amor por Dalita.

En una de esas notas viajeras que se colaban debajo de nuestras puertas, nos compartió el
abuelo la lista de las 10 palabras que en el 2007, los niños y niñas de Medellín convocados
por la Fundación Santillana para Iberoamérica en el congresito de los niños, habían escogido
como las más queridas de la lengua española:

Chocolate
Música
Crispeta
Carcajada
Soñar
Futbol
Mágico
Amigo
Montaña
Mamá

Y como niños y nietos que somos todos creo de este joven abuelo de la patria, yo me atrevo a
incorporar hoy una palabra nueva: ABUELO.

Gracias a todos ustedes presentes hoy y presentes ayer. A quienes lo acompañaron en su largo
camino desde cerca o desde la distancia, en encuentros y desencuentros, desde el arte, la
política, el periodismo, la historia, la literatura, la ciencia, la diplomacia, la investigación,
seguro tendrán alguna anécdota con él o que les recuerde algo de él. Vayan, cuéntenla,
compártanla, convérsenla, estoy segura que esa anécdota habla también de sus propias
búsquedas, aventuras y viajes.

Que la palabra no deje nunca de moverse, de estar. Y que los silencios, la estética del silencio,
queden también para entendernos y escucharnos más. Y así, tal vez, entre todos, podamos
vivir la paz de todos los días.

Muchas gracias

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