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Para describir la imagen del intelectual es conveniente analizar las caricaturas que de él se
han esbozado. De esta manera se previenen los peligros o excesos en que puede caer, y al
mismo tiempo se perfila mejor lo que es auténtico e inauténtico en él.
Se ha dicho que el intelectual sustituye la vida por la verdad, es decir, que mutila la riqueza
de la vida y se concentra en un esquema muerto que considera como la verdad, objeto de su
investigación.
A este respecto podríamos aclarar que, aun cuando no sería raro encontrar sujetos de esta
naturaleza, sin embargo, no es esa la auténtica imagen del intelectual. La razón es que la
verdad, objeto de la inteligencia, consiste en la adecuación con la realidad, con la vida. Por
tanto, la investigación de la verdad sólo es posible cuando se parte de la vida, del contacto
con las cosas, de la comunicación humana.
Lo que sucede con la caricatura del intelectual abstraído, que no atiende a los problemas
personales, vitales, de la comunidad, es que o bien se trata de un exceso, tal vez neurótico;
o bien, se trata de una verdadera equivocación en cuanto a la raíz de la verdad. Pero, así
como la existencia de un comerciante ladrón no sería tampoco la existencia de un
intelectual torpe no sería motivo para devaluar el trabajo intelectual.
También se ha dicho que el intelectual se refugia en las conferencias y en los libros, como
otros lo hacen en el alcohol. La respuesta es similar a la anterior: pueden encontrarse
individuos con tales características; pero no es el caso del intelectual que se dedica a la
búsqueda de la verdad con autenticidad humana. Una correcta jerarquía de valores sería
indispensable para poder administrar y evaluar ciertas actitudes. El exceso, la exclusividad,
la angustia ante una actividad, pueden ser síntomas de un desequilibrio en el sujeto; pero
esto puede suceder en cualquier tipo de actividad, no sólo en la intelectual; y no por eso
habría que descalificar la actividad en cuestión.
El valor del trabajo intelectual puede quedar aclarado por su objetivo intrínseco, que es la
verdad. En tanto se explicite el atractivo que ofrece la verdad a la inteligencia humana, se
analice la necesidad que el hombre tiene de ella, y se aclare la complementariedad que
ofrece a la inteligencia (una de las más nobles facultades humanas), podremos concluir que
el trabajo intelectual es, no sólo de auténtica realización del hombre, sino aun de
perfeccionamiento y excelencia. Es vivir más hondamente lo que se suele vivir en la
superficie.