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¿MIRANDO EL CAMPO CON OJOS URBANOS?

Guillermo Rochabrún

El SEPIA -o, mejor dicho, sus integrantes- da por sentado que el agro
«existe». ¿Pero es así realmente? ¿Es «así de fácil»? ¿Qué entienden
por agro los (las) agraristas en el Perú, y en general en todas partes?
Sospecho que la pregunta puede tomar por sorpresa a más de uno (a);
esto es normal cuando un supuesto subyacente de un determinado
tópico pasa a ser objeto de reflexión, y sin previo aviso.
Aquí deseo sostener, en primer lugar, que la noción de agro es
una construcción conceptual (y también una realidad) conformada
desde la ciudad en razón de su propia dinámica y en virtud de sus
propias necesidades.

LA CONSTRUCCIÓN DEL AGRO

La noción de agro hace par y oposición a la de industria; otras pola-


ridades afines y a menudo usadas intercambiablemente son campo-
ciudad, rural-urbano. ¿Cómo definir cada término? Recuerdo las pri-
meras clases de un curso de sociología rural -hace exactamente vein-
ticinco años-, cuando el profesor nos puso ante el ejercicio circular
de definir lo rural como aquello que no era urbano, y lo urbano
como lo que no era rural... Donde los conceptos que forman una
polaridad aparecen como recíprocamente residuales, ¿cómo romper
el círculo?
Partiré de la noción más genérica o la más simple: el campo se
caracteriza por ser un espacio donde el contacto de los hombres con
la naturaleza, aun si esta ha sido modificada, es un contacto directo.
18 GUILLERMO ROCHABRÚN

Por el contrario, la ciudad se interpone entre el hombre y la naturale-


za; por eso es que el hombre urbano puede pensar en “salir a un día
de campo”. Pero, se dirá: ¿no es acaso que la ciudad se construye a
partir de -y también vive permanentemente de- la naturaleza, vale
decir, del campo? ¿En qué puede consistir la diferencia? ¿Se trata de
una cuestión de distancia física?
Un hecho definitorio es que la ciudad queda alejada de las fuentes
naturales, y recibe solamente los productos de un trabajo inicial sobre
el medio natural: trabajo de la agricultura, la ganadería, la pesca, la
minería, la explotación de los bosques, la canalización de las fuentes
de agua. ¿Pero en qué sentido decimos que queda alejada?
Hasta aquí lo que se contrasta y vincula con lo urbano no es todavía
el agro, sino el campo; este es el espacio que está inmerso en la
naturaleza, en las fuentes de todos los bienes primarios. Su personaje
típico es el campesino, el campesino que no solamente vive en el campo,
sino plena e integralmente de él, pues de él obtiene (casi) todo lo
necesario para construir y reproducir su forma de vida. Hasta este
momento de la exposición la urbe no es, todavía, sino un campo
concentrado, el lugar donde viven ciertas capas sociales rurales, el
espacio en el que se concentran los excedentes económicos obtenidos
de las actividades agro-pecuarias, principalmente campesinas.
El campo se va constituyendo como agro cuando la ciudad deja
de ser solamente “campo concentrado” y pasa a formar un nuevo
espacio de producción que induce a una nueva y crucial división del
trabajo: cuando absorbe del campo ya no productos terminados (ali-
mentos, textiles, artesanías), sino materias primas, las cuales, ya
separadas de sus fuentes, sufren en la ciudad sucesivas transformaciones.
Materias primas que una vez elaboradas también comienzan a ser
comercializadas en el campo y consumidas por los campesinos. Por su
parte, estos empiezan un lento proceso de conversión en producto-
res agro-pecuarios.
Este “alejamiento de la naturaleza” va acompañado por nuevos
ritmos que la vida y la producción urbana adquieren, autonomizán-
dose de las fases de la producción agro-pecuaria, la cual sigue estan-
do sujeta a la periodicidad de las estaciones y a las fluctuaciones cli-
máticas. Con el desarrollo de las fuerzas productivas urbano-indus-
triales la ciudad crea un tiempo cada vez más autónomo de los ritmos
de la naturaleza: el día se alarga, la noche se acorta, y en el límite
desaparece cuando se multiplican los turnos de trabajo hasta alcan-
zar las veinticuatro horas del día: en la industria, en el transporte, en
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los servicios, en las diversiones. “No por mucho madrugar amanece


más temprano” deja de ser una verdad incontrastable1.
Pero el caso es que este mundo urbano-industrial empieza a pro-
ducir ya no solamente productos de consumo para los habitantes ru-
rales, sino también insumos para el campo y para el agro. A la par
que en muchos casos la ciudad arrincona a las zonas agrarias que la
rodean, su industria penetra de manera cada vez más decisiva las acti-
vidades agro-pecuarias, destruye las artesanías campesinas tradicio-
nales, y convierte a la agricultura en una prolongación de la indus-
tria, sometiéndola a su ritmo. Haciendo de la agricultura, a fin de
cuentas, una rama más de la industria, y transformando al campesino
en productor pecuario o cultivador que se especializa en un solo pro-
ducto: el monocultivo se abre paso.
Así tenemos la creación de condiciones que permiten producir
los doce meses del año; desde la varias veces milenaria agricultura
de riego, pasando por la creación de nuevas variedades agrícolas y gana-
deras o por la fertilización de la tierra mediante productos industria-
les, hasta los invernaderos o la agricultura hidropónica. Donde esto
último no pueda hacerse, desde hace mucho tiempo existe el merca-
do mundial para abastecer una demanda urbana de productos agro-
pecuarios hecha a imagen y semejanza de la demanda de productos
industriales: es decir, por completo indiferente a los ritmos de la na-
turaleza2. Claro está: ello es el límite, frontera a la cual quizá nunca se

1. En alguna zona rural de Venezuela un promotor encontró renuencia entre los


campesinos para instalar un generador eléctrico. La respuesta que recibió a su
insistencia fue: «¿Para qué necesitamos luz de noche si Dios hizo la noche sin luz?».
Sería interesante saber cuáles fueron los usos que le dieron, cuando es bien sabido
que los campesinos tienen que levantarse «antes de que salga el sol», y que «se acuestan
con las gallinas». La anécdota dio lugar al título de la recopilación editada por Andrew
Maskrey y Guillermo Rochabrún: Si Dios hizo la noche sin luz... El manejo popular
de tecnologías (Lima: Tecnología Intermedia, 1990). Como dijo Fernando Villarán
durante la presentación de ese libro, lo interesante es que al menos en el Perú hoy
más y más campesinos reclaman noches con luz.
2. Las ciencias agronómicas en principio están ligadas al agro moderno, no al
campo. Su meta ha sido lograr que este se convierta en aquel. Es con la emergencia
de las preocupaciones ecológicas que el conocimiento, las prácticas y la «visión del
mundo» de los campesinos y productores agrarios “tradicionales” empieza a ser con-
siderada por algunos profesionales de estas disciplinas, desarrollando distintas escue-
las al respecto. Pero a mi conocimiento ellos, al igual que los científicos sociales,
tampoco han reflexionado sobre esta distinción, y en tal sentido tanto unos como
otros serían partícipes de la misma mirada urbana sobre el mundo rural.
20 GUILLERMO ROCHABRÚN

llegue, pero es el curso que da inteligibilidad a la larga marcha de la


constitución del agro desde la ciudad.
En este proceso hay muchas estaciones, las que, vistas en un es-
quema diacrónico, son sucesivas, pero que en la realidad -en unos
países más que en otros- se hacen simultáneas; hay, pues, muchos
“agros”, pero comprensibles todos ellos desde sus relaciones con lo
urbano. Si con estas premisas de la constitución del agro recorremos
la historia y la geografía, en vez de recurrir a una simple descripción
estática de la diversidad, no será necesario pensar en los personajes
de campo y ciudad como si perteneciesen a dos subespecies humanas
diferentes. Resulta obvio que mientras más modernos sean los unos
y los otros, más semejantes serán también entre sí, y estará fuera de
lugar pensar en metamorfosis kafkianas si nos fijamos, por ejemplo,
en el tránsito «del campo a la ciudad». Salvo si están de por medio
diferencias histórico-culturales como las que constituyen el Perú..
pero de esto no hablaremos ahora.
En suma, en nuestra terminología, y estrictamente hablando, el
agro es una rama más de la industria, cuidadosamente especializada,
que hace todo lo posible por ajustar sus ritmos a los de la producción
industrial, independizándose de los ciclos naturales; he ahí la dife-
rencia con el campo. De la misma manera, deberemos diferenciar a
sus personajes: distintos tipos de campesinos y agricultores, de fami-
lias e instituciones. Dicho sea de paso, se comprenderá que las for-
mas organizativas empresariales son afines o incluso consustanciales
al agro, pero lo son en mucho menor medida al campo. De otro lado,
intuyo que una noción como la de «sociedad rural», objeto de una de
las ponencias de balance de esta reunión, adquiere mucho más con-
tenido y densidad cuando se refiere al campo que si alude al agro.

DEL AGRO Y SUS INVESTIGADORES

Planteado este argumento, la siguiente pregunta se impone por su


propio peso: ¿qué tenemos entre nosotros: agro o campo? Pero por
ahora regresemos al SEPIA y sus integrantes. Cuando en su nombre
institucional incluyen la palabra «agraria» se refieren por igual a agro
y campo, como lo pone en evidencia el recuento de los temas trata-
dos en sus ocho años de existencia. Al hacerlo fusionan en ese único
término una diversidad de situaciones que a mi modo de ver deben
primero ser distinguidas, so pena de atribuir inconsultamente a to-
dos los agros la misión, función y vocación de crecer, cambiar y mo-
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verse al ritmo de la ciudad, dando por sentado la existencia de una (y


solamente una) división del trabajo —en principio armónica- entre
campo y urbe, atribuyendo estancamiento a los espacios rurales cuan-
do no crecen al ritmo de lo urbano, o calificándolos de «modernos»
o «tradicionales» en la medida en que respondan a las ofertas y de-
mandas de la ciudad. Es decir, en tanto se comporten a imagen y se-
mejanza de esta3.
¿Cómo explicar entonces esta fusión en el concepto de realida-
des tan heterogéneas? ¿Es que tienen algo en común? Aparentemen-
te sería la tierra, pero hay un mundo de diferencia en su forma de
uso, en las magnitudes, en los conceptos que en uno y otro caso hay
de ella. A decir verdad, lo que las unifica es la percepción que de ellas
se tiene desde la urbe: agro y campo -o, en lo que resta de esta exposi-
ción, los distintos agros- son interpelados desde la ciudad como abas-
tecedores nacionales e internacionales de productos agropecuarios,
como oferta de un supuesto mercado nacional y mundial unificados,
hechura de lo urbano, entendido ahora como sistema de ciudades, y
evaluados en razón de su desempeño en el cumplimiento de esta
«función».
Algunos hechos adicionales deben ser mencionados al respecto.
Por lo general, los investigadores agrarios son de origen urbano, cuando
no lo son también por su formación y vocación. Como que la ciencia,
o la posibilidad y la necesidad de un conocimiento general y abstrac-
to, es asunto de la ciudad y de la mentalidad citadina. Pero esto lleva,
pues, a que la mirada sobre el agro sea una mirada marcada por un
indeleble sello urbano, y moderno, aun si en la colectividad de los agra-
ristas puedan caber frente a la modernidad las más distintas posicio-
nes: desde entenderla acríticamente hasta rechazarla de manera total,
pasando por intentos de despojarla de sus “lados malos”, trans-
formarla, o redimirla.
Claro está: las imágenes y premisas que intento descorrer no son
imágenes y premisas creadas por el SEPIA, y ni siquiera en este país;
tampoco son originarias de países «tercermundistas». Por el contra-
rio, han sido tomadas de países desarrollados sustancialmente urba-
nos, que disponen de agriculturas homogéneas y bien integradas a

3. Porque también podríamos plantear los problemas en un sentido inverso:


que la ciudad crece y se transforma con demasiada rapidez, como sería evidente a
partir de los desequilibrios que estas aceleraciones producen en ella y en la sociedad
en su conjunto.
22 GUILLERMO ROCHABRÚN

estructuras industriales dinámicas. Tampoco los integrantes del


SEPIA las compartirán necesariamente, pero hasta donde llega mi
información no han sido cuestionadas. Y-aquí viene uno de los puntos
centrales de esta exposición- creo que deben serlo, pues las catego-
rías responden siempre a una experiencia histórica limitada, y por
ello no pueden ser recibidas en otra experiencia sin beneficio de in-
ventario.
El caso es que este procedimiento de de-construcción y re-
construcción conceptual debe servir para abordar el tema de la na-
turaleza de la división del trabajo en el país-, vale decir, de las relaciones
que se han venido dando entre los distintos mundos rurales y los es-
pacios urbanos, su complementariedad, sus tensiones y contradic-
ciones.
Así, al observar el otro polo -la ciudad-, se dice con alguna o
mucha razón que el Perú se ha convertido en mayoritariamente ur-
bano, debido sobre todo a la migración. Aunque los índices porcen-
tuales pueden ser engañosos. Quizá más exacto sería decir que hasta
hace unos quince años el país se venía «limeñizando»; y si bien decir
esto no cuestiona la particular experiencia urbana de los migrantes,
sí replantea la imagen de urbanización de las ciudades que tales índi-
ces sugieren. Para decirlo de manera más explícita: ¿en qué medida,
fuera de Lima, las ciudades importantes han venido siendo algo más
que «agros concentrados»?
De otro lado, si incursionáramos fugazmente en el campo de la
subjetividad, notaremos que cada migrante es un nostálgico, como
con elocuencia lo testimonia el folclor. Recordemos que la misma
Lima aún sigue siendo llamada «la gran aldea»; es decir, estaría com-
puesta por diversos circuitos escasamente conectados entre sí, o in-
cluso segregados. Por eso es que cabría preguntarse si en las mayores
urbes del país existe o no un rasgo típico de la ciudad moderna: el
anonimato. Pero el tema de fondo es la relación entre lo urbano y lo
rural en un país como el Perú, donde, pese a las masivas y aluvio-
nales migraciones, al menos socialmente hablando el campo no ha
quedado más cerca de la ciudad; vale decir, las brechas no se han
cerrado.

LOS «AGROS» EN EL PERÚ.

Ahora bien: a partir de lo dicho, ¿qué distintos «agros» tenemos? Esta


pregunta, claro está, puede dar lugar a muchas otras: ¿cuáles han sido
¿MIRANDO EL CAMPO CON OJOS URBANOS? 23

y vienen siendo sus procesos, sus circunstancias?; ¿quiénes son sus


personajes?; ¿han sido o son capaces de convertirse en actores socia-
les y políticos?; ¿pueden ser interlocutores de los distintos poderes
públicos y privados? Ni por asomo pretenderé responder aquí a estas
preguntas; baste mencionar que ante la palabra mágica («agro»), unos
nos imaginaremos empresas agro-exportadoras, otros evocaremos a
medianos propietarios, los de un tercer grupo pensaremos en cam-
pesinos minifundistas, un cuarto en parceleros excooperativistas, un
quinto en comuneros, un sexto en ribereños, en comunidades nati-
vas, y así sucesivamente4.
Pero todos estos personajes se diferencian entre sí no solamente
por sus rasgos intrínsecos, sino por el papel que juegan o el que se les
desea hacer jugar: ¿incrementar las divisas que recibe el país, a través
de agro-exportaciones no tradicionales?; ¿garantizar la seguridad ali-
mentaria nacional respondiendo a razones estratégicas político-mili-
tares?; ¿desarrollar el mercado interno mediante la formación de es-
labonamientos entre agro e industria, incrementando el valor agre-
gado y creando nuevas oportunidades de empleo?; ¿disminuir las des-
igualdades regionales e interregionales?; ¿fortalecer la integración
nacional?; ¿combinar algunas de estas metas?
Lo que propongo es realizar un inventario de los diversos “agros”
en razón de los distintos tipos de productores o de unidades produc-
tivas, y tratarlos diferenciadamente: en cuanto a su problemática, re-
cursos, procesos que los atraviesan, aspiraciones, posibilidades. Digo
esto porque al pensar indiferenciadamente en el agro como en una
unidad la tentación inmediata es proponer políticas, medios y metas
uniformes para toda esta inmensa diversidad5.

4. A su vez, cada uno de estos grupos puede ser sumamente heterogéneo. Estu-
diando comunidades cusqueñas, Gonzales de Olarte y Kervin constataban “la persis-
tencia de una brecha importante... entre cooperativas o medianos agricultores capita-
listas de un lado y minifundistas comuneros del otro... Esta brecha en las técnicas
utilizadas y en las productividades se observa también entre campesinos de la misma
comunidad” (véase GONZALES DE O., Efraín y otros: La lenta modernización de
la econo-mía campesina. Diversidad, cambio técnico y crédito en la agricultura andina.
Lima: IEP, 1987, pp. 77-78). Sin embargo, hay que distinguir entre brechas
cuantitativas y diferencias en cuanto a sistemas de producción -concepto este último
no tan ambicioso como el de “modos de producción”, pero que con un calibre más
adecuado apunta en el mis-mo sentido.
5. Así, decía Efraín Gonzales: “Debe estar claro que la comunidad campesina
como organización económica hace parte de la estrategia de sobrevivencia de campe-
24 GUILLERMO ROCHABRÚN

La escasa información disponible muestra que, por ejemplo para


un producto tan básico y tradicional como es la papa, el abastecimiento
urbano de Lima es cubierto cada vez más por los productores coste-
ños y los más eficientes productores del valle del Mantaro, frente al
pequeño productor campesino de la sierra6. La pregunta que de aquí se
deduce es la siguiente: ¿qué se proponen al respecto las políticas
agrarias, así como las ONGD? ¿Eliminar a los productores “ineficien-
tes”, de modo que “el mercado” decida quiénes tienen y quiénes no
tienen razón de seguir en él? ¿Reducir las brechas entre sus distintas
productividades a través de la modernización de los productores «tra-
dicionales», siguiendo las huellas de los más avanzados? (Nótese que
en ambos casos se aceptaría la competencia como criterio.) ¿0 ha-
bría que establecer cláusulas proteccionistas para compensar al «pro-
ductor más desfavorecido»? ¿O segregar mercados? ¿O ... ?
Cabe recordar aquí lo que Carlos Monge manifestara en una re-
unión organizada por el SEPIA (abril de 1991) para discutir sobre el
decreto supremo 011-91-AG, que normaba la propiedad y la tenencia
de la tierra. Monge criticó el decreto porque jugaba todas las cartas
“por el lado de lo que pueda hacer la asociación de medianos capi-
tales con el capital bancario en el ramo de la agroexportación... desde
algunos espacios productivos muy puntuales de la costa... “. Pero ello,
anotaba, “no satisface las necesidades de desarrollo agrario del país”.
Agregó luego que el decreto incurría en un olvido total de la sierra,
“donde habita el grueso de la población campesina y buena parte de

sinos en condiciones de pobreza y no (es) una institución diseñada para el desarrollo.


He ahí su enorme limitación”. “Finalmente, cualquier plan o políticas de desarrollo
favorables a los campesinos tienen que hacer parte de un proyecto económico nacio-
nal, en el cual se distinguen los problemas de las soluciones. La mayor parte de cam-
pesinos se encuentran actualmente en el lado del problema. El desarrollo debe con-
sistir en trasladarlos progresivamente al lado de la solución, y la única manera de
lograrlo es hacerlo dentro de un largo proceso de desarrollo económico, en demo-
cracia, donde los campesinos deben tener tantos derechos y obligaciones como cual-
quier otro sector económico del Perú” (Véase “De la comunidad campesina al desa-
rrollo”, en diario La República, 27 de marzo de 1989, p. 23.) Podemos discrepar,
pero he ahí un importante cuestionamiento de supuestos que habitualmente quedan into-
cados.
6. Véase, al respecto, los trabajos de Enrique Mayer y Manuel Glave en Alberto
Chirif, Nelson Manrique y Benjamín Quijandría, editores: Perú: El problema agrario en
debate. SEPIA III. Lima: Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de Las Casas/
SEPIA, 1990; y en MAYER, Enrique y otros: La chacra de papa. Economía y ecología. Lima:
CEPES,1992.
¿MIRANDO EL CAMPO CON OJOS URBANOS? 25

la población rural; donde se están jugando los destinos del país, su


viabilidad política y social; y en la que se está desarrollando un con-
flicto armado”7.
Con absoluta seguridad, no todos van a concordar con estos pun-
tos de vista, pero lo relevante para nuestro argumento es la necesidad
de pensar las políticas de manera diferenciada para no sacrificar im-
portantes sectores sociales a las exigencias de terceros, cuando no hay
ni necesidad alguna de hacerlo, ni ventajas para nadie8. Un corolario
que desprendo de aquí es lo imprescindible que resulta pensar las polí-
ticas en el plano regional, sin perjuicio de una visión nacional integra-
da, lo cual liga directamente la diferenciación entre los distintos mun-
dos agrarios al tema de la regionalización.

¿Y CUÁNTO SABEMOS?

Ahora bien: al revisar distintos estudios sobre los mundos agrarios, y


admitiendo que lanzan una mirada urbana sobre ellos, obtengo la
impresión de que si bien desde el lado de la investigación puede haber
problemas, las mayores dificultades no están por ahí sino del lado de la
práctica, tanto de las políticas estatales como de las acciones de
promoción del desarrollo. ¿Cómo así?
Veamos algunos ejemplos. Al identificar varias imágenes
transmitidas por el pensamiento agrario, en la conferencia inaugural al
SEPIA II, Orlando Plaza dijo lo siguiente:

“El conjunto de centros emisores (de pensamiento agrario)... podría co-


incidir en la definición conceptual del campesinado, aceptando que este se
caracteriza porque la unidad de producción y de consumo es la familia, la
cual maneja un sistema de producción múltiple, complejo, así como una
estrategia de sobrevivencia no solamente orientada por la actividad agrope-
cuaria sino, también, por las actividades extra-agropecuarias dentro y fuera
de la localidad”.

Esto es lo que corresponde a la teoría.

7. Puede verse una reseña de este debate en «La propiedad de la tierra», de


Guillermo Rochabrún S., en diario La República, 28 de abril de 1991, p. 14.
8. Un planteamiento similar sobre este punto aparece en el excelente trabajo
de Alberto Paniagua: «Estado y desarrollo rural: Historia de un difícil encuentro»,
Debate Agrario, 13. Lima: CEPES, 1992, p. 214.
26 GUILLERMO ROCHABRÚN

“Sin embargo” -continúa diciendo Plaza- “prevalece una imagen que


presenta al campesino como sinónimo de agricultor. Al primar esta imagen,
los proyectos de desarrollo rural y las orientaciones de política gubernamen-
tal se dirigen fundamentalmente al jefe de familia como productor agrícola,
descuidando a la unidad familiar y al conjunto de sus actividades, condenan-
do al fracaso los proyectos”9.

Otro ejemplo, también expuesto por él, se refería a la visión de la


sociedad rural que la retrata como un mundo estático. Hoy más que
nunca sabemos que ello no es así; y sin embargo:

“... la imagen de sociedad estática lleva a considerar al desarrollo rural


no como una propuesta de cambio para transformar la situación actual, sino
como el arte de llenar las carencias económicas, técnico-productivas y sociales
de los campesinos, a través, por ejemplo, de los programas de mejoramiento
de semillas, de construcción de carreteras, escuelas, hospitales, etcétera, y de
esta forma imprimirle a la sociedad rural un dinamismo desde fuera. Los
proyectos de desarrollo rural han estado más orientados por esta preocupa-
ción que por enfrentarse al problema real que da origen a la pobreza campe-
sina”10.

De este modo es que puede plantearse un diagnóstico estático que


descubra el «estancamiento» de la producción campesina y que pro-
ponga, para enfrentarlo, la introducción de nuevos insumos y de
métodos de cultivo más modernos. De esta manera se dejan de lado las
dificultades para retener a la población joven, para ampliar la fron-
tera agrícola, o los problemas de tener que competir con productos
similares o productos sustitutos. Es decir, se diagnostica a partir de la
situación y no a través de los procesos.
Cuánto de estos se explica por la acción de otros espacios rurales
más poderosos (agros más capitalizados), o sobre todo por el mundo
urbano, es arduo de medir pero también difícil de exagerar. Para
limitarme a lo más conocido, la dinámica demográfica que la ciudad
induce al reducir la mortalidad, elevar la natalidad y rejuvenecer en
consecuencia la pirámide de población; al incrementar la fragmenta-

9. PLAZA, Orlando: “Pensamiento y política agraria: Imágenes y realidades”,


en: Fernando Eguren, Raúl Hopkins, Bruno Kervyn y Rodrigo Montoya, editores:
Perú: El problema agrario en debate. SEPIA II. Lima: Universidad Nacional San
Cristóbal de Huamanga/ SEPIA, 1988, p. 20.
10. Ibíd.., pp. 21-22. las cursivas son mías.
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ción de la tierra, aumentar la escolaridad y trastocar la autoridad de los


viejos frente a los jóvenes, transforma y transtorna sustancia mente al
campo. Y ello ocurre desde y hacia la ciudad.
Sin embargo, nada de esto justifica rechazar o desdeñar la pro-
funda diversidad y heterogeneidad del país. En tal sentido algunas de
las dicotomías que Orlando Plaza identificó en aquella ocasión no
siempre son «falsas»; en todo caso tienen alguna base real que debe
ser reinterpretada. Para decirlo de manera explícita: la conciencia de
que el campo en el Perú de hoy debe ser entendido «en última ins-
tancia» a partir de la ciudad, en modo alguno debe implicar que para
conocer el campo, o el agro, bastaría saber qué ocurre en el mundo
urbano.
De otro lado, el «dualismo» (sierra / costa, campo / ciudad, tradi-
cional / moderno), en mucho criticado con razón, podría al mismo
tiempo resignificarse y revalorarse como una manera de expresar lo
que de diverso y fragmentado tiene este país, la coexistencia de una
sociedad nacional con sociedades locales, la simultaneidad de ritmos
y tiempos diferentes, las dinámicas tan divergentes de fuerzas pro-
ductivas y las diferencias en el manejo de sus respectivos ambientes,
etcétera11.

CONOCIMIENTO Y DESCONOCIMIENTO

Los estudios que tienen que ver con el agro forman un mar insonda-
ble. Como lo muestra el encargo que el SEPIA ha encomendado a
distintos especialistas para esta quinta reunión, sería imposible para
una sola persona otear -ya no digamos entender cabalmente- esta
inmensa bibliografía. Y sin embargo, o quizá por eso mismo, cabe la
siguiente pregunta: ¿qué conocimiento tenemos de este inmenso obj-
eto de estudio luego de todo ello? ¿Sabemos más que antes? ¿Cono-
cemos mejor? ¿Entendemos «qué pasa en el campo». En tal sentido,

11. Una incursión por la teoría de los sistemas podría proporcionar algunos ele-
mentos de análisis muy útiles al respecto. En un texto a ser publicado por el Centro
de Estudios Regionales (antes Rurales) Andinos Bartolomé de Las Casas del Cusco
(“Campesinos ‘full-time’: Se buscan. Organización social y productiva, demografía y
tecnología”), me he atrevido a sostener que el Perú es una sociedad «dual». El fondo
de la argumentación es la persistencia de distintos principios de organización econó-
mica y social.
28 GUILLERMO ROCHABRÚN

¿qué debemos entender ahora por «campesino», por «indígena», por


«campo», por «tradicional» y por «moderno»? Debido a las inmensas
y aceleradas transformaciones que atraviesan al país, estas nociones
dejan de ser «hechos» o «categorías» unívocas y pasan hoy más que
nunca a ser problemáticas.
Como es muy claro para todos, y el agro no tenía por qué ser una
excepción, en los últimos tiempos los distintos temas se han ido com-
plejizando, disgregando, y se han vuelto borrosas hasta prácticamen-
te desaparecer todas las imágenes-síntesis que antes teníamos del agro
y del país. ¿Ha llegado el momento de hacer una nueva formulación
condensada? De las sesiones de balance se podrá llegar a una res-
puesta, que obviamente debe ser más compleja que un «sí» o un «no».
La misma pregunta ya nos informa algo sobre la naturaleza del mo-
mento actual: «transición», dice alguno; «cambio de época», sostiene
otro; «crisis», afirman los más. «Fin de una época», prefiero decir por
el momento.
Pero más allá de las palabras, quizá algunos compartan conmigo
la sensación de saber cada vez menos de este país, en el sentido de
poder comprenderlo. Y ello ocurre a pesar de tener más conocimientos,
de acumular más información, aun si también se detectan más y más
vacíos. De hecho, cada día aprendemos algo nuevo, pero quizá con
menos frecuencia olvidamos o dejamos de lado nociones que (ya) no
corresponden con la realidad. Lo que puede estar ocurriendo es, por
un lado, el abandono de ciertas tesis; por otro, la incorporación de
algunos nuevos conocimientos. Más allá, el reconocer nuestra igno-
rancia sobre determinados temas y a la vez mantener algunas premi-
sas o prejuicios de fondo. El resultado final será el no entender, no
saber cómo interpretar la realidad, el que ella no nos sea inteligible.
Habrá quienes, asimilándose a los vientos «posmodernos», se in-
clinarán por pensar que toda síntesis es ilusoria. Sin duda alguna hoy
los «hechos» son sumamente in-ciertos, y es verdad que todas las cate-
gorías aparecen cuestionadas12. En tal sentido sería muy importante

12. Por mi parte sigo convencido de que la ciencia, aun si no pudiera ser sintéti-
ca, debe seguir tratando de ser sistemática y, por tanto, acumulativa. Por ello no pue-
de existir ciencia sin memoria, sin un registro de lo afirmado y de lo negado, de los
acuerdos y las discrepancias. A la vez, la ciencia es el campo por excelencia -junto con
la política- del debate y la discrepancia. Ambos procesos, consustanciales al mundo
científico, descartan toda ilusión de constituir universos de conocimiento sin vacíos
ni contradicciones. Pero también dejan fuera de lugar la indiferencia ante el trabajo
¿MIRANDO EL CAMPO CON OJOS URBANOS? 29

re-examinar los distintos circuitos emisores de pensamiento agrario


que Orlando Plaza mencionó en su citada conferencia13, evaluar su
vigencia, y percibir de qué distintas maneras unos y otros ahora cues-
tionan, o cuando menos vuelven relativo lo que antes afirmaban. Por
ejemplo, Estado, partidos y gremios han reducido su capacidad para
producir pensamiento agrario, siendo a la vez actores centrales del
escenario político.
¿Cuál puede ser el impacto de este déficit de ideas e ideologías?
¿Lleva a la parálisis? ¿Cede terreno ante los fundamentalismos de de-
recha e izquierda?
Si de evaluar los recursos disponibles se trata, coincido plenamente
con el siguiente panorama descrito por Carlos Franco:

«... en comparación con cualquier otro grupo de investigadores, los


‘agrarios’ han producido las más numerosas contribuciones que campo al-
guno de estudio haya merecido en el país y son, también, los que de modo
más constante han aportado, a través de aquellos, al conocimiento que tene-
mos del Perú contemporáneo. Creo también evidente que este grupo no
sólo es el más numeroso sino el que, en medida mayor que cualquier otro,
incluye a especialistas de diversas disciplinas -antropólogos, economistas,
historiadores, sociólogos, agrónomos, ecologistas...-, situación esta que pa--
rece asegurar las condiciones no sólo para un trabajo interdisciplinario sino
para un enfoque integral de cualquier materia bajo estudio. Más aún: si al-
gún grupo en el país se está convirtiendo en una comunidad académica e
investigadora, es precisamente este. En efecto, la presencia de una universi-
dad y de una red de ONG dedicadas a la promoción e investigación agraria;
la laboriosa construcción de un foro permanente, como el SEPIA; el acuerdo
colectivo sobre los temas a examinar bianualmente en las sesiones de ese
foro; la comunicación sistemática de sus contribuciones a través de libros o
revistas especializadas, entre otros, son signos expresivos de lo que venimos a
señalar”14.

de los demás o el olvido de las preocupaciones, tesis, afirmaciones y negaciones que


se hicieron en el pasado. Aquí es donde se ubica la llamada “crisis de paradigmas”.
(Al respecto puede verse mi texto “¿Crisis de paradigmas o falta de rigor?”, presentado
en el Encuentro Internacional sobre Metodologías de Investigación en Ciencias
Sociales y Comunicación. Universidad de Lima, abril de 1993.)
13 Ellos fueron: organismos internacionales, organismos bilaterales de
cooperación técnica, organismos del Estado, partidos políticos, gremios empresariales
y campesinos, ONGD e instituciones académicas.
14 FRANCO, Carlos: “La investigación agraria: Argumentando un reproche”,
Debate Agrario, 13. Lima: CEPES, 1992, p. 394.
30 GUILLERMO ROCHABRÚN

Al mismo tiempo, y contradictoriamente a lo que afirmaría


cualquier posición cientificista, cabe agregar que la ciencia no es nada
sin interlocutores sociales y políticos, en el campo de la sociedad civil
y del Estado. En el caso del SEPIA o de sus integrantes, ¿quiénes son
tales interlocutores? ¿Pensando en quiénes el SEPIA imagina trabajar,
y para qué o para quiénes finalmente lo hace? Por ejemplo, ¿qué labor
de difusión realiza el SEPIA de los hallazgos, afirmaciones y con-
troversias que en su seno se suscitan? ¿Qué audiencia tiene y busca
tener? ¿De qué maneras podría intentar llegar a la opinión pública na-
cional?
Exigencia paradójica e incluso contradictoria: dirigirse a la sociedad
nacional cuando la incertidumbre es mayor, cuando se tienen menos
certezas que transmitir. ¿Pero no será este quizá, al mismo tiempo, el
momento adecuado para ensayar una nueva política del conocimiento
que quiere ser científico?

EN SUMA

Al terminar, deseo resaltar el punto central que anima estas reflexio-


nes, para que no quede la sensación de estar descubriendo lo obvio:
que el agro nacional es heterogéneo. Lo es, y todos lo sabemos, aun-
que no sepamos nada más. Pero si ello es así, asumamos sus conse-
cuencias para la teoría y para la práctica, incluyendo la política. En
tal sentido habrá que evitar colocar a todo espacio agrario o a todo
tipo de productor en función de la ciudad -y sobre todo de la gran
ciudad- y situar a cada cual en razón de sus condiciones. Esto se tra-
duce en ciertos estilos de hacer política, de formar mercados y de
construir nación. También en ciertos estilos de estructurar las cate-
gorías científicas e ideológicas con las cuales pensamos la realidad y
-finalmente- actuamos.
Por último, no quisiera que cualquier observación que pueda
haber hecho -y no veo por qué llamarla crítica- se entienda como un
reproche a lo realizado por los investigadores agrarios, sino, antes
bien, como una advertencia sobre lo omitido; en particular, reflexio-
nar sobre la pluralidad de agros y de sus posibles destinos. Por otra
parte, la labor hasta el momento realizada por el SEPIA puede impli-
car un legítimo sentimiento de satisfacción, por lo doblemente sig-
nificativa que es esta molecular construcción de conocimientos, de
sentido común y de nexos -en una palabra, cultura- en momentos
¿MIRANDO EL CAMPO CON OJOS URBANOS? 31

en los cuales tantos espacios institucionales languidecen y se desmo-


ronan. Pero, al mismo tiempo, esos mismos ogros constituyen una
inmensa responsabilidad. De cada uno de nosotros depende que el
SEPIA haga honor a ella.

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