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La Tía Norica y «Els Quatre Gats»[editar]

Más allá de las censuras del ilustrado Jovellanos, los títeres, que casi siempre estuvieron
en manos de artistas extranjeros, sobre todo italianos, decayeron a finales del siglo XVIII,
superados en popularidad por nuevas distracciones como la famosa linterna mágica.
Habría que hacer una excepción con las marionetas de la Tía Norica, que con el horizonte
de las Cortes de Cádiz y un variado repertorio mantuvo viva en Andalucía la tradición
titiritera. También en Cataluña se desarrolló una importante cultura del títere, a partir de la
introducción por artistas italianos de las sombras chinescas al comienzo del siglo XIX; este
espectáculo de origen mágico, generador en Oriente de varios ejemplos de teatro de
sombras, sedujo con su poética a personajes como Pere Romeu, Santiago
Rusiñol y Miquel Utrillo, impulsores de inolvidables veladas titiriteras en el café de «Els
Quatre Gats» en la Barcelona del cambio del siglo XIX al XX.813

Benavente, Valle-Inclán, Lorca y Grau[editar]


La reunión en Madrid de artistas e intelectuales de toda España rescató del olvido el arte
titiritera durante las primeras décadas del siglo XX.14 Se considera como uno de los
estimulantes de esa renovación del género la experiencia propuesta por Jacinto
Benavente y su teatro para niños (Teatro fantástico), en cuyo marco se estrenó en 1910
la Farsa infantil de la cabeza del dragón de Ramón del Valle Inclán, y más tarde el "Teatro
Pinocho" dirigido por Magda Donato y Salvador Bartolozzi, y llegando
desde Granada el don Cristóbal, bruto poético, par de otros "títeres de cachiporra"
como Punch, Guiñol o los primitivos polichinelas.15 En la década de 1920, la literatura del
títere español alcanzaría su momento más brillante de la mano del gallego Valle-Inclán y el
catalán Jacinto Grau; el primero con su Tablado de marionetas para la educación de
príncipes (1926) y los "dramas para marionetas" incluidos en su Retablo de la avaricia, la
lujuria y la muerte, y Grau El señor de Pigmalión (1921).8
El panorama literario-titiritero en España puede completarse con los trabajos de Augusto
Martínez Olmedilla (Teatro de marionetas, 1920);16 Tomás Borrás (Fantochines,
1923); Eduardo Blanco Amor (Farsa para títeres, publicadas ya en el exilio, en
1953); César Muñoz Arconada (Tres farsas para títeres, 1935); y Rafael Alberti (La pájara
pinta y Bazar de la providencia, de 1926 y 1934, respectivamente).17
El Teatro Guiñol de las Misiones Pedagógicas

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