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"El medio más importante que tienen las autoridades del Estado

para dirigir la sociedad al bien común son las leyes civiles. La ley
civil puede definirse como una ordenación de la razón, en orden al
bien común, promulgada por quien tiene a su cargo la comunidad”
[S. Tomás de Aquino].
(...) “El fin de las leyes civiles es facilitar a los hombres su
perfección (...)" (Rodríguez).
"El bien común equivale, con otras palabras, al conjunto de
condiciones necesarias para que todos los hombres, las familias y
las asociaciones puedan lograr su mayor desarrollo" (Ayllón).
"...Se puede entender como bien común lo que permite que cada
ciudadano pueda poseer personalmente un cierto bien privado"
(Ayllón).

Se entiende por estado, la nación jurídicamente organizada en un


territorio propio. Nación: Conjunto de habitantes de un país regido
por el mismo gobierno.
El estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de
los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la
adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos.
El estado resguarda la seguridad nacional, da protección a la
población y a la familia.
El estado está al servicio de la persona humana y su Finalidad es
el Bien Común. El Bien Común es el conjunto de condiciones
materiales y espirituales que en un orden social normal permite el
pleno desarrollo de las personas en una sociedad dada.
Del principio del Bien Común se derivan los principios de totalidad,
autoridad, solidaridad y, subsidiariedad.
Totalidad: La sociedad es considerada como un todo anterior a las
partes y los miembros deben contribuir al todo y someterse en sus
intereses al bien común del todo, salvo cuando atenta contra los
derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, la
persona en cuanto a persona es superior y anterior a la sociedad.
Autoridad: La autoridad es un elemento indispensable de toda
sociedad, porque es la que determina y organiza la actividad de los
miembros hacia el fin común. Toda agrupación de hombres que
persigan una misma finalidad necesita una autoridad que dirija los
actos de cada miembro hacia ese objetivo común: la unidad del fin
exige la autoridad que aúne los esfuerzos de todos.
Solidaridad: es la interdependencia de todos los miembros de la
sociedad entre sí y con la sociedad.
Subsidiariedad: Reviste en la escuela alemana del iusnaturalismo
católico dos aspectos: El estado debe ayudar (subsidios) a los
miembros y grupos sociales que lo necesitan para poder
desarrollarse y hacer un aporte positivo al bien común, según su
propia naturaleza.
El estado o toda la sociedad superior no debe reemplazar a los
actores sociales en las labores que les son propias dejándolas el
máximo de libertad personal. Se defiende la legítima autonomía
relativa de los cuerpos intermedios y de los individuos en los roles
que les son propias.
Para alcanzar el bien común el estado desarrolla funciones
jurídicas y actividades materiales, siempre administrativas.
Funciones jurídicas: resultan del principio de separación de los
poderes que establece el sistema republicano y son esencialmente:
1.- Sancionar leyes, tarea del Poder Legislativo.
2.- Hacer cumplir las leyes, mediante la promulgación,
reglamentación, publicación y aplicación, tarea del Poder Ejecutivo.
3.- Administrar justicia, es decir, aplicar el derecho a los casos
contenciosos o voluntarios que se sometan a la decisión del Poder
Judicial.
Actividades administrativas: la Constitución Nacional le atribuye la
administración general del país, tarea que comparte con los otros
poderes, quienes ejercen su administración interna, a diferencia del
Ejecutivo que ejerce la administración general.

Deberes respecto al bien común


La responsabilidad de los ciudadanos respecto al bien común tiene
dos vertientes. Por una parte, es un deber primordial intervenir,
según las propias posibilidades, en las distintas esferas de la vida
pública. Cuando se olvida este deber surgen el desinterés hacia lo
que es de todos, el abstencionismo electoral, el fraude fiscal, la
crítica estéril de la autoridad, y la defensa egoísta de los privilegios
a costa del interés general. Por otra parte, los ciudadanos, en la
medida de sus facultades, han de dar a sus bienes y actividades un
sentido social. Con palabras de la Declaración de la ONU: 'Toda
persona tiene deberes respecto a la comunidad puesto que sólo en
ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad” (art.
29.1).
"Todos los hombres están obligados a procurar el bien común de la
sociedad a la que pertenecen. (...) El primer modo de contribuir al
bien de los demás es adquirir y practicar las virtudes morales: el
servicio más inmediato a los demás es el que se presta con el
ejemplo de un buen comportamiento, y con la ayuda positiva a las
necesidades personales de otros, mediante la amistad, el consejo,
el trabajo, etc.
A esto hay que añadir el cumplimiento de los deberes cívicos,
haciendo uso de todos los derechos que competen a los
ciudadanos y miembros de cada agrupación social" (Rodríguez).
A través del análisis podemos tener una visión integral del sentido
y alcance del concepto del bien común:
1- El bien común supone un proyecto político común que no se
conforma con encontrar una simple fórmula de convivencia sino
que además intenta avanzar en paradigmas públicos más
comprometidos con el bien de los ciudadanos.
2- Muy por el contrario de lo que suele sostenerse, el bien común
no es un ideal teleológico que se alcanza al final de la evolución
política y social sino más bien una base necesaria de tal evolución.
El bien público es el presupuesto para que cada ciudadano luego
pueda desarrollar su propia perfección en libertad. En este sentido
vale consignar el error de las grandes ideologías de la modernidad
-liberalismo, socialismo, marxismo- que desatendieron este
carácter arquitectónico de la política.
3- De esta manera podemos concebir al bien común como el
conjunto de condiciones éticas, sociales, económicas y culturales
que permiten a los ciudadanos realizar como personas su ideal de
perfección. Sólo una política de bien común puede exhortar a sus
ciudadanos a forjar su destino en libertad.
4- Una visión del bien común como presupuesto del desarrollo
social no se condice con posturas individualistas que defienden la
idea de un bien general conformado por la suma de los intereses
particulares. En términos filosóficos, es erróneo pensar que el "yo"
puede ser anterior a sus fines o a sus "circunstancias".
5- La idea del bien común no necesariamente debe estar ligada a
posiciones totalitarias o antidemocráticas aunque ciertos datos
históricos puedan insinuar lo contrario. El verdadero desafío
contemporáneo es encontrar una fórmula de bien común
respetuosa del consenso democrático y de las libertades
individuales.
6- Tal desafío sólo puede ser asumido por comunidades políticas
acotadas que compartan a más de una estructura estatal y una
ética universal (derechos humanos) un conjunto de valores
comunitarios que permita un dialogo más fecundo; un diálogo que
supere ampliamente los estrictos esquemas legales del Estado
moderno occidental.
7- El diálogo sin embargo exige un compromiso y un alto nivel de
responsabilidad por parte de las personas que participan en la
deliberación pública. Surge aquí con toda su fuerza el ideal del
ciudadano que trasciende sus intereses personales y sectoriales y
se compromete con el interés general.
8- Un factor determinante para que puedan lograrse todos estos
postulados es la existencia de verdaderos dirigentes capaces de
combinar con prudencia los reclamos de los ciudadanos y lo que
"debe" decidirse en cada específica oportunidad. Las
contradicciones que se producen en la actualidad entre república y
democracia sólo se superarán con un plantel de dirigentes
dispuestos a servir al bien común.
9- Una tesis fuerte sobre el bien común -como la sostenida-
repercute en todas las áreas que en la actualidad se presentan
fragmentadas: la Política debe volver a ser un servicio a la
comunidad y un ideal de realización y no el camino de la búsqueda
del poder; la Economía debe subordinarse a la ética y el Derecho
de confrontación y litigio debe abrir paso a los acuerdos no sólo de
carácter normativo sino también de carácter moral.
10- Los tres pilares para la actualización de una política de bien
común son: la educación de los ciudadanos, el funcionamiento
efectivo de las instituciones, y la participación comprometida de
todos en la dirección de la cosa pública.

Hay cuatro elementos esenciales constitutivos del bien común:


· Un conjunto de bienes y servicios de todas clases: bienes y
servicios materiales, bienes y servicios culturales, bienes y
servicios morales. Para que se realice el bien común tales bienes y
servicios deben darse en la cantidad o proporción exigidos por el
tiempo y lugar y han de estar debidamente jerarquizados: los
materiales subordinados a los culturales y unos y otros a los
morales.
· Una justa distribución de los bienes: Los bienes deben estar al
alcance de los miembros de la sociedad para que cada uno pueda
conseguir el disfrute necesario para su pleno desarrollo, según
vocación y talentos. Mas todos los individuos y comunidades
menores de la sociedad deben participar, en la medida de su
respectiva prestación, del bien común resultante de la
cooperación.
· Unas condiciones sociales externas: Tales condiciones deben
permitir a las personas su desarrollo, ejercer sus derechos y
cumplir sus deberes. El clima formado por las condiciones sociales
externas postula:
- La implantación y mantenimiento del orden público.
- El ejercicio de las libertades ciudadanas.
- La paz social.
· Una adecuada organización social: Tal organización supone estos
elementos integrantes:
- Un ordenamiento jurídico (garantía externa del bien común).
- Una ordenación económica (base material del bien común).
- Un sistema educativo (garantía interna del bien común).
- Un orden político (promotor del ordenamiento jurídico, de la
ordenación económica y del sistema educativo).

El bien común y la globalización.


Resulta que ha solido mirarse el bien común circunscrito a los
límites de los Estados, por considerarlos los elementos operativos
en el ámbito mundial. Pero tal limitación no se corresponde con el
carácter universal de la familia humana.
El mundo aparece dividido en partes (Estados, regiones...). Cada
parte busca su bien común, que es lo más importante que debe
hacer: bien respecto de la naturaleza y fin del hombre; común
porque trasciende y supera a los individuos y grupos aislados que
viven dentro de la sociedad civil; público porque es el propio de la
sociedad civil o política.
Se trata, con la globalización, de pasar del bien común de los
estados actuales en que está tan atomizado el mundo, al bien
común universal.
El Estado actual, individual, aparece muy limitado frente a las
posibilidades del bien común del género humano. El mundo,
entonces, debe crecer, además de en los intercambios tan
interesantes y valiosos de bienes materiales, financieros,
comerciales... sobre todo en la verdad, la justicia, la solidaridad, la
libertad.
En el ámbito global no hay gobierno. Hay ciertos organismos que
tratan de regular la relación entre ciertas actividades de los
Estados, pero no llega este esfuerzo a un auténtico gobierno del
mundo. Porque si cualquier porción de humanidad tiene su
gobierno, con mayor razón ha de tenerla la totalidad, que de otro
modo resulta anárquica. Pero la humanidad parece que todavía no
ha llegado a entender bien esto y así Naciones Unidas y otros
organismos hacen lo que pueden, pero no son gobierno del mundo.
Ello comporta que la globalización tenga sus riesgos.
“La globalización introdujo transformaciones radicales en los más
diversos ámbitos: desde la cibernética hasta las comunicaciones
satelitales; desde el arte, la medicina y la ciencia, hasta la
astrofísica, la alimentación y las diversiones populares. Y todo esto
en un período de tiempo extremadamente corto que, como era
lógico suponer, ha generado diversos niveles de desconcierto,
zozobra y angustia”.
La globalización tiene aspectos económicos comerciales y
financieros, los que para algunas personas parecieran ser los
únicos. Por ello la exposición anterior es importante.
El caso es que el mundo es uno y está dividido en estados. Cada
Estado suele tener sus propios asuntos por resolver y el conjunto
del mundo también los suyos. Entender esto es sencillo; sin
embargo, no ha sido fácil para grandes porciones de la humanidad.
El primero de los Considerandos de la Declaración Universal de
Derechos Humanos se refiera a la "familia humana" compuesta por
miembros todos con igual dignidad y derechos.
Además, los pueblos han aprendido que ni el Estado ni los
gobiernos pueden arrogarse prerrogativas en contra de las
libertades de los componentes de la sociedad.

· DIFERENCIA DE LOS CONCEPTOS DE SOCIEDAD Y


ESTADO.
Hablar de Estado y Sociedad Civil, significa no solamente tratar de
dos de los temas de mayor actualidad en el debate
contemporáneo, sino que, más aún, implica referirse a dos ejes
temáticos que, debido a múltiples circunstancias, se encuentran
hoy en un estado de acelerada y constante transformación.
El concepto de "Estado" que a lo largo de los últimos siglos ha
servido de base a nuestros países para el desarrollo del modelo
democrático, en las últimas décadas ha sido cuestionado, no tanto
a partir del análisis académico sino, sobre todo, a partir de los
hechos políticos en medio de los que se desenvuelve y que, a su
vez, lo determinan.
Por ejemplo, la división de poderes, que ha sido un componente de
suma importancia en el modelo clásico de Estado predominante en
este lado del mundo, hoy es cada vez menos clara: son muchos los
Poderes Ejecutivos que se quejan un día sí y otro también de la
traba en que se constituyen las Asambleas Legislativas para el
cumplimiento de sus planes y programas. Incluso ha surgido una
nueva moda en el mundo del ejercicio del poder político: los golpes
de estado técnicos. Consisten en momentos en los que el Poder
Ejecutivo, incómodo por el rol que juegan los Parlamentos, simple y
llanamente los abolen y convocan a nuevas elecciones
parlamentarias. Fujimori en Perú y Serrano en Guatemala son dos
ejemplos claros de esta nueva costumbre.
Por su parte, cada vez son más frecuentes las denuncias de las
Cámaras Parlamentarias referentes a posiciones injerencistas del
Ejecutivo en asuntos que son del resorte exclusivo del Legislativo.
El conflicto entre estos dos poderes de las Repúblicas ha pasado a
ser cuestión cada vez más frecuente y preocupante.
Otro cambio de importancia se evidencia en el rol cada vez más
reducido que en la práctica política hoy se le asigna al Estado. Las
actuales corrientes dominantes en este campo del pensamiento
parten del criterio de que entre menos asuntos correspondan al
Estado, tanto mejor. De ahí que lo que durante mucho tiempo fue
conocido como la "cosa pública" tiende a transformarse cada vez
más en una "cosa privada". Y no se trata de un juego de palabras.
Es un hecho que la privatización es una corriente absolutamente
en boga, cuyos efectos, entre otros, se manifiestan en una
reducción sensible del aparato estatal y de su papel dentro de la
sociedad.

En esa misma línea de intenciones hay que ubicar los recortes


presupuestarios en campos vitales para amplios sectores sociales.
Los costos reales de las debilidades financieras por las que
atraviesan los sistemas educativos y los de salud, por ejemplo,
terminan por ser pagados con analfabetismo creciente y con
pérdida de la salud por parte de los grupos sociales más pobres,
grupos que, por su parte, tienen la tendencia a ser cada vez más
numerosos, en buena medida gracias precisamente a esos
cambios que se introducen en la concepción y la práctica moderna
del Estado.
Podemos afirmar que el Estado de hoy es muy distinto al que
prevalecía hasta hace no muchos años. El proceso de cambio se
ha desarrollado a un ritmo que incluso puede desbordar la
capacidad de asimilación de todos los que somos ciudadanos
sencillos, comunes y corrientes, quienes terminamos por no
entender qué es lo que está pasando.
Es importante notar que, cuando se habla de reducción del Estado,
se está hablando, a su vez, de reducción de los espacios de poder
que habitualmente estaban dentro de las esferas del Estado. Este
aspecto, no debe pasar inadvertido. Porque como producto de este
proceso de cambio se están creando vacíos de poder, se están
dejando al descubierto espacios decisionales que tendrán que ser
cubiertos, y ello abre extraordinarias posibilidades a los sectores
organizados de la Sociedad Civil.
Y, como un elemento de no poca importancia en esa
transformación de la que todo y todos somos parte, hay que
destacar la ética. La ética sí que se ha modificado. Con todo
respeto y sin alusiones personales de ninguna especie, a ningún
país ni a ninguna figura del mundo de la política, debemos señalar
que el actual modelo de Estado da pábulo a toda suerte de
maledicencia. El sólo hecho de que una buena cantidad de ex-
gobernantes, de ex-legisladores y de otros servidores públicos de
distintos rangos hoy sean llevados a juicio ante los Tribunales de
numerosos países por haber incurrido en distintos actos de
corrupción se basta para mostrar que la ética de la función pública
también se ha modificado. Y por que no hablar de la falta de ética
profesional evidente en muchos de nuestros países y de la falta de
ética individual que evidenciamos en la comunidad en general.
Ante este panorama, cabe formularse algunas preguntas:
¿Será este nuevo tipo de Estado que está emergiendo el caldero
del que podrán salir políticas sociales en las que se reflejen los
derechos humanos de los ciudadanos?
¿Será de la privatización, de la reducción del gasto público en los
servicios sociales, de la compactación del Estado, de donde podrá
salir un nuevo perfil de sociedad ?
¿Será del desconcierto y de la anomia provocados por este
proceso de cambio que podrán emerger Asociaciones sólidas y
beligerantes, capaces de hacer valederos sus más queridos
sueños?.
Cabe, también, plantearse otra pregunta, la cual creo que no se
responde tan simplemente como las anteriores: ¿Cuál será,
entonces, el tipo de Estado que habría que construir?.
Esta es quizás una pregunta muy difícil de responder en forma
categórica, a lo más que podríamos llegar es a algunas
aproximaciones.
El concepto de "Sociedad Civil", a diferencia del de "Estado", es
relativamente reciente. Si quisiéramos sintetizarlo, podríamos decir
que se suele entender por "sociedad civil" al sector conformado por
una inmensa masa de ciudadanos que no tienen acceso al poder
político formal, pero que son parte integral y muy importante del
quehacer social en su conjunto.
"Hay dos tipos de relaciones sociales que superan a todas las
demás en el orden natural: la sociedad conyugal y la sociedad civil"
(Ayllón,).
- Sobre la sociedad conyugal (el matrimonio):
El matrimonio puede definirse como la convivenca legítima y
estable de un hombre un una mujer para la procreación y
educación de los hijos, y para la mutua ayuda y perfeccionamiento
- Sobre la sociedad civil:
La sociedad civil es la agrupación de personas y familias que
pueden alcanzar suficientemente los bienes que el hombre
necesita, y cuyas autoridades supremas no dependen de otras
(independencia o soberanía jurídica). Es la comunidad más
perfecta en el orden natural, porque se ordena al bien común
natural del hombre, en toda su extensión; y a la vez tiene todos los
medios para lograrlo, a diferencia de las familias. Es sociedad
natural, pues su fin responde a una inclinación natural del hombre:
por eso se da siempre, bajo diversas formas.
A lo largo de la historia, la sociedad civil ha adoptado diferentes
modos de organizarse (tribus, pueblos, imperios, ciudades-estado,
etc.). Actualmente suele constituirse como Estado.
Es decir, el término se establece a partir de la idea de que en la
sociedad, además de todas las otras divisiones que preexisten ya
sea de manera natural o artificial, se presenta una división
adicional, esta vez dada entre dos sectores claramente
diferenciados entre sí: la sociedad política, en la que se incorporan
las estructuras de poder formal, y la sociedad civil, dentro de la que
caben, por simple exclusión, todos los demás.
Ahora bien, ¿cuál es el rol que es competencia de la sociedad
civil?. ¿Cuál es el espacio decisional con el que la misma cuenta?.
¿Cuál es la política de alianzas que se genera al interior de las
disímiles fuerzas que integran esa sociedad civil?. Estas y otras
muchas preguntas se encuentran aún en búsqueda de su
correspondiente respuesta. Hay que considerar, además, que cada
realidad concreta, que cada país en particular, puede dar con la
suya, y que, por lo tanto, sobre el concepto y la práctica de la
sociedad civil se puede generar un desarrollo desigual,
heterogéneo, que al final, si se sabe aprovechar, puede resultar
sumamente enriquecedor.
No existen, en consecuencia, recetas de aplicación uniforme ni,
mucho menos, de seguimiento obligatorio. No existen organismos
internacionales que impongan pautas en cuanto al desarrollo de la
sociedad civil. Lo que con la misma ocurre depende, en muy buena
medida, de los niveles de conciencia y de compromiso que cada
uno de quienes la impulsan pongan de manifiesto en su práctica.
La sociedad civil, por lo tanto, está en proceso de construcción.
Habrá que edificarla y ello significa, a su vez, pensamiento y
acción. Porque será necesario el irse aproximando cada vez más a
sus elementos conceptuales básicos y, paralelamente, ir
trabajando cada vez con mayor ahínco para hacerlos realidad en el
conjunto de la práctica social.
Quizás se estén creando condiciones para que esos sectores
organizados, asuman una voz cada vez más beligerante, se
apropien progresivamente de los vacíos que se van generando
ante el repliegue del Estado, y encuentren los mecanismos
adecuados para aprovechar esas cuotas de poder recién
adquiridas para hacer valederos sus derechos.

No es, naturalmente, una tarea fácil ni desprovista de obstáculos.


Porque, hasta la fecha, aunque el Estado se ha reducido, aunque
tiene que ver cada vez con menos cosas, lo cierto es que continúa
siendo el principal usufructuario del poder político. No ha habido
una cesión del poder político del Estado hacia sectores de la
sociedad civil, o, cuando menos, no la ha habido en la misma
medida en que se ha contraído el papel asignado a los Estados.
La forma en que se vayan reacomodando las fuerzas, la forma en
la que se vayan llenando esos vacíos dependerá, de la capacidad
de organización de las asociacione
s que aspiren a tener una voz propia. Quién llegue a ocupar esos
peldaños dependerá de la voluntad de acción y de la tenacidad de
quienes se los disputen.
La triple relación Estado-sociedad
Este planteo propone observar a las relaciones Estado-sociedad en
tres planos diferentes: en el funcional o de la división social del
trabajo; en el material o de la distribución del excedente social; y en
el de la dominación o de la correlación de poder.
En el caso de las relaciones funcionales, ambas esferas tienen
responsabilidades exclusivas pero también comparten un ámbito
de intervención común (v.g. servicios educativos, de transporte, de
investigación y desarrollo) que exige, por parte del Estado, no sólo
la prestación de los servicios a su cargo sino también -según los
casos- diversas formas de regulación y promoción de la actividad
privada. En el plano fiscal y redistributivo, cada esfera participa en
la distribución del excedente social pero la zona de superposición
expresa la masa de recursos que el Estado nacional extrae de la
sociedad y devuelve a la misma a través de gastos, transferencias
o inversiones que favorecen a determinados sectores, cumpliendo
un papel redistributivo. Por último, en las relaciones de dominación,
también se representan simbólicamente los recursos de poder que
pueden movilizar el Estado y la sociedad, distinguiéndose una zona
común que pretende expresar el espacio de legitimación del poder
por parte de la sociedad y que, en tanto se mantiene, puede
considerarse como recurso de poder del Estado.
Por otra parte, el impacto de la globalización, la
internacionalización del Estado y la integración regional, así como
a los actores institucionales que operan en ese ámbito
supranacional, desencadenan procesos que inciden sobre la
distribución del poder, los recursos materiales y la gestión pública
de los países.
Si bien las relaciones en cada uno de estos planos están
gobernadas por reglas de juego propias, esas reglas están
subordinadas, a su vez, a otras de orden superior, que resultan de
los vínculos que se establecen entre los tres planos considerados.
Tal vez la más antigua de estas reglas de orden superior, en obvia
alusión al vínculo entre el plano material y el plano de las
relaciones de poder entre Estado y sociedad, equivaldría a decir:
"me niego a pagar impuestos si no se me otorga, previamente, el
poder de designar a mis representantes", principal recurso de
poder ciudadano en el plano político. Pero a su vez, esta regla
supone su recíproca: ya que en la potestad fiscal reside uno de los
pilares del poder del Estado, y ese poder no se adquiere jamás sin
recursos tributarios.

Podríamos extender este razonamiento a las relaciones recíprocas


entre los otros dos planos. Por ejemplo, la regla básica en la
relación entre los planos funcional y material (o fiscal) sería,
"también me niego a pagar impuestos si no recibo a cambio bienes
y servicios medianamente satisfactorios". La recíproca también
sería cierta, ya que mal podría el Estado entregar esos bienes y
servicios sin obtener los recursos materiales para ello.
De igual manera, en las vinculaciones entre los planos funcional y
de poder, podría plantearse otro par de reglas de juego: la
legitimidad del Estado, fuente en parte de un poder que en última
instancia deriva de la sociedad, dependerá en buena medida de la
magnitud y calidad de los bienes y servicios que preste, pero éstos
no podrán generarse si el Estado no dispone del poder y la
capacidad institucional necesarios.
En el plano funcional, la legitimidad del papel cumplido
históricamente por el Estado ha sido sometida a un profundo
cuestionamiento. La frontera que separa los dominios funcionales
del Estado y la sociedad se ha corrido, achicando los ámbitos
aceptados de intervención estatal. La división del trabajo entre una
y otra esfera fija hoy límites mucho más estrechos a lo que el
Estado puede y debe hacer.
Desde su particular concepción ideológica, el discurso conservador
justifica este nuevo "tratado de límites" en términos puramente
funcionales: se trata de que "la sociedad" recupere la iniciativa
frente a un aparato estatal parasitario e ineficiente, asumiendo o
reasumiendo tareas que en su momento le fueran expropiadas por
el Estado intervencionista.
Obsérvese que, en esta perspectiva, los alcances de la relación
entre Estado y sociedad se reducen a un problema de fijar nuevas
reglas de juego entre ambos, a partir de un análisis "técnico"
centrado en la eficacia y eficiencia relativas de uno u otra en la
gestión social. Dejemos de lado la ficción de este supuesto nuevo
protagonismo que estaría asumiendo "la sociedad", supuesta
heredera de franjas de acción estatal privatizadas. Bien sabemos
que los verdaderos "derecho habientes" son los grupos
económicos más poderosos y que, lejos de conducir a una gestión
más democrática de la cosa pública, el reparto de la sucesión
tiende a crear un verdadero Estado privado.
El punto que vale la pena destacar es que, en este replanteo del
juego, los otros dos planos de la relación -el material y el de poder-
también sufren profundas alteraciones. En efecto, la división del
trabajo entre Estado y sociedad (es decir, quién gestiona qué)
presupone una relación antecedente y otra consecuente. La
primera de ellas es, simplemente, la particular relación de poder
existente entre ambos. Es evidente que la decisión de minimizar al
Estado no responde únicamente a las exigencias técnicas de su
crisis fiscal, sino especialmente a la nueva correlación de fuerzas
que se ha establecido entre los grupos económicos altamente
concentrados y los representantes estatales, en un marco de
creciente globalización de las relaciones económicas y políticas.
La relación consecuente se vincula con la distribución del
excedente económico, a través de las vinculaciones fiscales
existentes entre Estado y sociedad. Si el Estado cede parcelas de
su dominio funcional a ciertos gestores privados o a instancias
subnacionales, renuncia simultáneamente a su pretensión de
obtener de la sociedad los recursos que se requerirían para
mantener las respectivas funciones dentro del ámbito estatal.
Planteado así el juego, el resultado es previsible: una menor
presencia del Estado en la gestión de los asuntos sociales, unida a
una menor capacidad de extracción y asignación de recursos,
tenderían a debilitar aún más su posición de poder frente a los
sectores económicamente dominantes de la sociedad.

BREVE DEFINICIÓN DE LAS FUNCIONES DEL ESTADO


Funciones del Estado son los medios de acción a través de los
cuales los órganos públicos cumplen los cometidos. Dichas
funciones permiten realizar los cometidos y también concretar la
finalidad del Estado.
La finalidad del Estado es el bien común, y los cometidos
comprenden las comisiones, encargos o tareas que el sistema
jurídico impone ejecutar al Estado Gobierno.
La finalidad es el concepto de mayor importancia, contribuye a la
realización del bien común en el Estado Nación.
El cometido es un concepto subordinado a la finalidad, legitimado
en la medida que se adecue a ésta, cual sucede, por ejemplo, con
la actividad destinada a resguardar el orden público, en todo
momento y lugar, de la vida estatal. Y por último la función se halla
también supeditada a la finalidad, presentándose como la forma o
medio de ejecutar su cometido, sea a través de la ley, de la
actividad administrativa o la intervención jurisdiccional, según lo
preceptúe el sistema jurídico.
Las funciones del estado pueden dividirse en funciones políticas y
funciones jurídicas.
Funciones políticas: divididas a su vez en funciones de gobierno y
funciones de control.
Mediante las funciones de gobierno se desarolla la actividad
política del Estado, en defensa del orden jurídico establecido en la
Constitución y en todas las demás normas del derecho positivo. Se
realiza por intermedio de los funcionarios y agentes del estado.
Mediante la función de control, limita la acción discrecional de sus
funcionarios.
Funciones jurídicas: Divididas en
· funciones legislativas,
· funciones ejecutivas
· funciones judiciales.
· Las funciones legislativas consisten en sancionar y promulgar las
normas que integran el derecho positivo, las que conforman el
ordenamiento jurídico del estado. Es la ley que, cumplida por el
órgano que, de acuerdo al régimen jurídico-político, en vigor, tiene
potestad para dictar las leyes. Este órgano varía según la forma de
gobierno.

Desde el punto de vista sustantivo, la función legislativa consiste


en dictar, dentro del género de las normas jurídicas la ley
singularizada por su contenido.
· Las funciones ejecutivas consisten en la puesta en
funcionamiento de la ley; de ser necesario, se explicitará su
ejecución mediante un decreto reglamentario. La Administración
Pública establecerá los alcances de los derechos y obligaciones.
· Funciones judiciales: El Poder Judicial actuará cada vez que se
viole una ley o exista una discusión sobre el alcance de la misma.
Los gobernantes toman decisiones que organizan y orientan a la
nación. Estas decisiones crean reglas Jurídicas aplicables a los
ciudadanos. De este modo, se presentan como textos jurídicos
que tienen fuerza obligatoria. Es parte de la actividad del estado
que consiste en expresar derecho, en pronunciarlo.
Debe existir independencia e imparcialidad de los órganos del
poder judicial en el ejercicio de su función. Para ello, el Derecho
positivo arbitra diversas garantías que aseguran la separación del
órgano, entre las cuales puede mencionarse la inamovilidad,
mientras dura la buena conducta del magistrado o juez.
Principales características:
Los tribunales de Justicia han de estar distribuidos en el ámbito
territorial del Estado en número y proporción suficientes para el
acceso viable de los ciudadanos. Estos tribunales deben ser
autónomos e independientes en su respectiva esfera y
demarcación territorial.
Pero están unificados no sólo por la unidad de legislación que
aplican, sino por la coordinada subordinación a otros tribunales de
instancias superiores.
Finalmente, todos están subordinados a un Tribunal Central y,
Supremo, encargado de dar unidad a la jurisprudencia y velar por
la recta administración de justicia.
La facultad judiciaria residirá en los Tribunales y en los jueces
ordinarios. Velará el gobierno sobre el cumplimiento de las leyes de
los deberes de los magistrados, sin perturbar sus funciones.

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